CÓMO DEBEMOS REUNIRNOS

Por   X. SAURÍ

Descargar PDF




INTRODUCCIÓN

Ante todo quisiera exponer la soberanía, la hermosura y el infinito valor de la palabra de Dios; algo que ultrajamos a diario, aunque peor es no confesarlo y albergar el pecado en el alma. Evitaré en esta introducción señalar citas porque creo que sobra toda sanción de aquello que no sólo debe ser primario en nuestra alma, sino que es una realidad que debe quemar dentro de nosotros mientras vivamos. No querría ser vehemente en este aspecto, pues erraría menoscabando el amor de Dios. Más que vehemente seré fanático.
Sé que en estos tiempos de pseudo-perfección de nuestra civilización suena algo mal esta palabra, y debemos admitir que las corrientes del mundo tuercen nuestro juicio. Pero debemos abandonar toda lisonja y liviandad, pues Dios no es tal. Debemos ser fanáticos; un creyente no es un ser racional y equilibrado; un creyente es un ser espiritual y totalmente desequilibrado hacia Dios. Porque convirtió Dios la razón en necedad, y abominación es lo "ni frío ni caliente".
Sobra decir que no me refiero a que debamos buscar violencia para con los demás, ni física ni espiritual, esas cosas las hace el yo. Nosotros debemos ocuparnos en Dios, en su mente, en su corazón. Luego será él en todo caso –si somos tenidos por dignos– quien violente a nuestro alrededor o que en él suframos violencia, porque es necesario que los hijos entren en el reino con violencia, y ¿quiénes son los violentos? Los que por sus venas arde el fuego del Espíritu para vida eterna. Por tanto, gocemos de Dios y no nos entrometamos en su obra, o si lo preferís, no nos gocemos de Dios, pero no nos entrometamos en su obra –permitidme la locura. Seamos fanáticos de Dios en la adoración, fanáticos en los cánticos, en el amor y en la paz del Espíritu, seamos fanáticos en aceptar y albergar su palabra.

Su palabra es justa y poderosa, su palabra nos humilla, nos abate: 
Recordemos que es Dios quien se interesa por nosotros y no nosotros por él. El Padre nos buscó y nos halló y todo lo dispuso, dispuso a su Unigénito, su Plenitud. Antes nos buscó y castigó a su Hijo siendo extraños y enemigos. Ahora somos hijos y, traspasando a su Amado, ha cubierto todos los costes de nuestra salvación. Pues con mayor ímpetu, ahora más que nunca, él nos tomará para sí, porque él es Dios y nosotros no podemos hacer nada. Menos mal que así es; que nuestra salvación sólo depende de él. Nuestro corazón se derrame a sus pies.
Dios pues se interesa por nosotros, y quiere tener relación con nosotros, él mora y ha de morar en nuestro interior pero para eso debe caer el templo terrenal hasta que no quede piedra sobre piedra; ese es nuestro fin. Es necesario que Dios haga una nueva construcción en nosotros, un edificio a su hechura, un templo espiritual. Una obra que durará toda nuestra vida, una obra lastimosa y dolorosa para nosotros porque nos hace morder el polvo; o sea la muerte; algo que hemos escuchado tantas veces y que sin embargo se nos antoja novedoso tan a menudo, pues preferiríamos un camino más ancho y llano –y así nos lo podríamos acondicionar, muchos lo hacen– pero ya conocemos cómo es el camino que lleva a la salvación, y su palabra es una espada de dos filos. Cuán mencionados están ciertos pasajes y que bien nos lo sabemos, pero, ¿superamos la prueba cuando la guerra nos la traen a casa? ¿O tropezaremos en la piedra de tropiezo? No nos llevemos las manos a la cabeza si digo esto, de hecho tropezamos, de hecho nuestro fin es tropezar, no nos creamos mayores que eso, mas por Cristo estamos en pie si obedecemos a su amor.

Suele ocurrir a la manera de Adán que la Palabra sale a pasear al aire del día y llama al incrédulo pecador o al cristiano que peca –da igual– y el sujeto en cuestión se esconde prefiriendo las tinieblas donde sus obras no sean redargüidas. Y nos escondemos para no obedecer a la verdad, confesémoslo es nuestra naturaleza. No es que nos guste estar en lugares oscuros y maléficos –que nuestra imaginación no nos lleve. Lo que digo es que cuando nuestro espíritu intuye por la Palabra que un aspecto de nuestra vida está mal y no tenemos poder para cambiar eso, la mecánica del yo actúa antes que nuestra comprensión intelectual y nos llena de tinieblas el entendimiento para que viendo no veamos, oyendo no entendamos y así nuestra conciencia halle reposo; y podamos mirarnos al espejo con orgullo y tengamos una vida más placentera, o sea, muertos a la fe y cauterizada nuestra conciencia, insensibles al Espíritu, ajenos al hogar.
Si cedemos a ello contristamos al Espíritu y, atención porque: el Espíritu nos habla cuando leemos las escrituras, el Espíritu nos recuerda todas las cosas, intercede en nuestras oraciones, une a los hermanos, guía en la adoración, nos encamina hacia el Esposo y hacia el Padre. Y además, menospreciamos la sangre de Cristo que vertió para sacarnos de las tinieblas a su luz admirable.
(Gá 5)
19 Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
20 idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos,
21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he hecho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
18 Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
(2 Co 3)
16 Mas siempre que alguno se convierte al Señor, el velo se quita.
17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
18 Y todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados de gloria en gloria a la misma imagen, como por la acción del Señor, del Espíritu.
(Jn 8)
32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Hermanos no importan ya nuestras debilidades: estamos muertos, nuestro pecado cubierto, somos hijos, y los hijos no deben buscar hacer buenas obras; los hijos deben estar al cobijo del Padre que les instruye, que les habla, que les arropa, que les ama. Iremos dejando actitudes y pecados a medida que crezcamos, pero eso no es cosa nuestra sino de Dios. Su mente, su voluntad, su palabra debemos ansiar conocerla, no porque es mandamiento para nosotros, sino porque han salido de su boca, de él, y todo lo que es de él, tiene que ser nuestro. Debemos poseerlo, debemos poseer a Dios; lo que él desea deseamos, lo que él aborrece nuestro corazón aborrece y cuando él diga algo, nosotros lo diremos con él, no mecánicamente sino porque realmente lo creemos así, porque no puede ser de ninguna otra manera, porque nuestra alma estará conformada a Dios, porque habremos ido acomodando lo espiritual a lo espiritual. Da igual que al próximo paso hagamos lo contrario –porque lo haremos– pero la verdad es la verdad por encima de todo, hasta incluso por encima de nosotros mismos –lo digo con ironía.
(Ro 7)
24 ¡Miserable hombre de mí!; ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?
25 Gracias doy a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Por tanto si algo ruego a Dios es que no apartemos su mente de nuestro corazón por intereses del yo, pues todo esto que se ha hablado es primario para tratar un tema de tal calibre como el de la adoración.



CÓMO DEBEMOS REUNIRNOS

Me expresaré acogiéndome al anhelo del Padre en el pasaje de Juan 4:
23 Pero llega la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca tales adoradores que le adoren.
21 Jesús le dijo: Mujer, créeme, que está llegando la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.


Los verdaderos adoradores

Podemos observar aquí varios aspectos. Por una parte ¿quiénes son los verdaderos adoradores?
Lo imprescindible no es el adorador sino el adorado. Dios es por antonomasia Objeto de adoración y su alrededor le adora, sean ángeles, sean hombres, sean piedras. Las criaturas que moran en su presencia son incapaces de adorarle de manera imperfecta, porque no hay lugar para sombras en absoluta luz. Se cumple pues una realidad fundamental: Dios es adorado. Hasta aquí queda satisfecha su justicia y magnificencia, pero no su amor, porque Dios es amor, y el amor de Dios es tal que se desbordó de todo cauce y le plació mostrar a sus celestes criaturas la superficie y profundidad de su amor formando una criatura tan limitada como el hombre; tan acotada era su naturaleza que podía dirigirse a Dios como su Dios y al mismo tiempo como su amigo. Hasta tal punto es humilde nuestro Dios. Tal relación no la pueden soñar los ángeles porque su alto nivel de conciencia y conocimiento los limita a la condición de siervos. Siendo la ignorancia pues la virtud del hombre, tentado por la serpiente, murió a la comunión con Dios codiciando sabiduría y usurpando a Dios con soberbia y traición –de tales cosas nuestro corazón es rico, no lo digo para causar tristeza ni problemas de conciencia, sino por si en algún momento nos creemos mejores que nuestro padre Adán del cual hemos heredado todito y mucho más.
No obstante, aunque fue una lamentable tragedia, no fue mas que la plataforma en la cual Dios desataría su incontenible amor, reservado desde la eternidad y manifestado al final de los tiempos en Cristo Jesús, el Verbo de Dios. Nacido de mujer, fue hecho en todo semejante al hombre excepto en el pecado para sufrir en la carne y ser probado a fuego y ser hallado apto para ser ofrenda aceptable en rescate a todos aquellos a quienes representaba aquél único Hijo y único hombre que en todo había complacido a Dios y había ganado las glorias y los títulos para sanar al hombre, no sólo en la cruz, sino a lo largo de la vida del creyente –porque la cruz es el principio de la salvación.
Tal fue su pasión que por el mismo poder que le resucitó de los muertos, nos dio una nueva vida.
Así, Dios nos levantó de la ceniza, aunque no podíamos ya tener los tratos con Dios que Adán tuvo, porque desde que comimos del fruto tenemos distinción del bien y el mal... Pero como es propio de su bondadoso corazón y su infinita sabiduría, Dios utilizó nuestra transgresión para darnos cosas muchísimo más elevadas: ahora somos nada menos que hijos y coherederos de todas las cosas con Cristo.
Y ¿cómo pueden unas miserables bocas como las nuestras alabar a Dios? Pues no tan sólo porque Dios debe ser adorado sino porque el mismo Espíritu de Dios ha venido a morar en nuestros corazones, el Espíritu de adopción por el cual clamamos Abba Padre. De ningún otro modo podría nuestra carne condenada confesar a Dios, y es de esta manera que Dios da testimonio al mundo de su poder vivificador. Tan es así que los ángeles, observándonos, aprenden los misterios de Dios.

No voy a desentrañar ningún misterio; los incrédulos lo dicen: "a quién mucho se le perdona, mucho ama". Y menudo panorama tenemos delante:
-Tenemos al hombre, que desde Adán se ha ido degradando y torciendo a lo largo de las eras hasta llegar a la escoria de hoy en día.
-Las escrituras nos atestiguan que si hemos creído es porque somos lo peor de lo peor; porque lo peor escogió Dios para avergonzar a lo mejor. Y cuando se dice que somos lo peor no significa que seamos analfabetos ni de especial fealdad ni tarados ni nada de eso. Cuando se nos dice que somos lo peor es porque no hay corazón rebelde, contumaz, desagradecido, vanidoso y corrupto como el nuestro.
-A eso le debemos añadir que cuando conocemos la verdad, nuestro yo conoce un blanco más cercano y claro y crecen con mucha más eficacia nuestros pecados y rebeldías. 

¿Qué recibimos a cambio? El costado y el cobijo de nuestro Señor Jesucristo, nuestro inminente Esposo. Él nos entrega su corazón y se desposa con su Iglesia para las eternidades para ser un sólo cuerpo, una sola cosa. Junto con él obtenemos el reino y somos hechos sacerdotes para gozar de Dios siempre y venir a ser columnas de su santuario. ¡Dios mío, ¿qué precio ha podido satisfacer todo esto?! Me conmueve sólo imaginarlo, me sobrepasa. Mas ese precio fue pagado y el recibo para siempre quedará gravado a fuego en sus manos, en sus pies, en su costado, que es la llaga por la cual fuimos nosotros curados. Si en algún momento, observando a Cristo se nos agolpa el corazón en la nuez, llenos de lágrimas y gozo y no podemos retener a nuestras rodillas de caer delante de nuestro carísimo salvador, podremos considerarnos entonces verdaderos adoradores. Es entonces cuando entregamos nuestro corazón a quien pertenece; por creación y por redención.
(Ro 11)
32 Porque Dios encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.
33 ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios, e insondables sus caminos!
34 Porque ¿quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero?
35 ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?
36 Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

La diversidad de corazones es amplia, distintos en cada alma, a merced de los acontecimientos que ésta haya sufrido a lo largo de su vida y también de las circunstancias que la rodeen en el momento de la adoración. De modo que el corazón que entregamos al Señor no sólo se diferencia según el sujeto sino que también se diferencia según el día. Son factores vinculados a este tiempo en que hay violencia en el mar y azotan el viento y la tempestad. Circunstancias adversas por causa del enemigo que nos rodea y por causa también –y sobretodo– del enemigo que hay en nosotros.
Aún así –como ya hemos visto y nos iremos encontrando discerniendo a Dios– él se sirve del mal estado de cosas que nosotros provocamos desobedeciéndole, para hacer algo mejor bendiciéndonos aún más abundantemente: ante tal estado de cosas, humillados y asidos de él, nos llena de fe para creer que estamos cubiertos; que tenemos libre entrada a él; que donde él está no hay amargura, ni despecho, ni memoria de nuestro pecado; para creer la verdad; que somos limpios de una vez por todas porque fuimos bañados en su preciosa sangre. Y en la luz vemos que el único pecado que hay es no entender esto.
Entonces surge una nueva adoración, algo diferente, algo especial; aún de estas cosas él no ha provisto y nos promete, cada vez, algo especial. Es entonces cuando el lugar se llena del olor del perfume, y gustan nuestros pobres miembros la eternidad.

De este modo es como la fe vence al mundo, cuando en terreno hostil, de cuerpos hostiles, es aderezada mesa delante de los adversarios y arranca de nuestros corazones alabanzas y cánticos que se elevan más allá de la estancia y son escuchados en el cielo.
Debo apuntar que dicha fe no tendrá lugar cuando estemos cara a cara con el Señor; entonces será el tiempo de nuestra gloria. Ahora, mientras se cuentan los segundos, es cuando se va sumando gloria para el Señor. Es ahora, en tiempo de lucha, cuando los ejércitos de potestades se enfrentan al otro lado del velo de nuestros ojos, cuando el celo quema y se escriben los libros con los cuales soñarán los ángeles por los siglos de los siglos: La gran epopeya de la fe.
Podemos entonces ser favorables o no serlo, pero recordad que nosotros sólo somos el terreno de batalla –que es ni más ni menos que el botín por el cual la sangre se derrama, algo para tener en consideración.
(1ªJn 5)
4 Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.


En espíritu y en verdad

Hemos visto ya a grandes rasgos quienes son los verdaderos adoradores, sus motivos, sus emociones, la base en que se apoya su agradecimiento, su devoción, su entrega.
Ahora consideraremos otro elemento indispensable a su vez para la adoración, esto es, "en espíritu y en verdad": Considero iguales aquí estos dos elementos: nos hablan de Cristo. Debemos adorar en Cristo; en espíritu y en verdad. Esto debería ser común en todas las facetas de una vida redimida: si vivimos en él y hacia él, nos irá despojando de vanidades y de locura. Y así debe ser en la adoración, como principio y colofón de nuestra vida cotidiana.

(1 Co 1)
20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el letrado? ¿Dónde está el discutidor de este mundo? ¿No ha convertido Dios la sabiduría del mundo en necedad?
Hay un dicho catalán que dice así: "N'hi ha més fora que a dins" esto es "Hay más fuera que dentro." "Dentro" se refiere a manicomio, y el resto es fácilmente descifrable. Naturalmente, el dicho es de naturaleza frívola e indirectamente ofensivo, aunque no carece de legitimidad, como la mayoría de los dichos populares. Y en este caso no es de extrañar.
El hombre cayó de la razón hace miles de años, eso lo sabemos, pero ¿cuándo fue eso, al ceder a la tentación y comer del fruto o al esconderse y no fiarse de Dios? No me atreveré a decir cuándo, pero fijaos ¿qué pecado es más grande, desobedecer a Dios, o desconfiar de él? Sin lugar a dudas desconfiar de él.
Un tropezón; ceder a una debilidad; un asesinato; una jactancia, si, en efecto pecados, todos horribles ni más ni menos, pero una criatura de Dios sabe o debería saber que Dios es Dios y que no hay otro como él; que él está por encima de todo y que hubiera podido sanar al hombre desde el principio si hubiera recibido de éste sólo un miserable gesto de fe. Y así se ha ido observando a lo largo de los pactos y amores y oportunidades de Dios hacia el hombre; transgresión tras transgresión; gracia sobre gracia.
Todas las oportunidades agotó el hombre y ningún pecado ni depravación encubrió de sus entrañas. Todo quedó manifiesto y escrito para que con toda legitimidad y gloria se revelase el regalo de Dios, provisto ya antes de la fundación del mundo pero guardado para el fin de los tiempos por amor de nosotros.
Incesante, Dios buscó esa migaja de fe en los hombres y no halló reposo en ninguno de ellos aunque sabía su fin desde el principio. Y se levantó para sí siervos; en verdad levantó a hijos de Abraham de debajo de las piedras, y dio títulos a los hombres: el siervo de Dios, el amigo de Dios, el amado de Dios, el profeta... aunque sólo eran rasgos que recordaban en añoranza a aquél que había de venir y en quien todos ellos se cumplían: el hombre en el cual Dios se complacía, su reposo, y también el nuestro.
Por la gracia de Dios, ahora conocemos por su espíritu el pecado del hombre y el corazón de Dios, y no por ser menos afortunado es justificado el incrédulo y contumaz de su rechazo hacia Dios, antes bien se hace evidente su locura y el lugar al cual pertenece, el mismo que ha elegido. Más nosotros, aunque peores que él, agarrados de Dios; lentos, torpes, desobedientes, todo y más, pero agarrados de Dios. Aunque quizá sería más preciso escribiendo: agarrados por Dios.
(Sal 34)
18 Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu.
19 Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará Jehová.
20 Él guarda todos sus huesos; Ni uno de ellos será quebrantado.
21 Matará al malo la maldad, Y los que aborrecen al justo serán condenados.
22 Jehová redime el alma de sus siervos, Y no serán condenados cuantos en él confían.

(Mt 12)
31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.
Los justos no son los que no pecan –esos en todo caso son los que no tienen necesidad de médico– los justos son los quebrantados de corazón y contritos de espíritu. A esos Dios los ama y los sana, pero ¿cómo podrá hacer así con los que rechazan al humilde Espíritu Santo que llama a la puerta de su corazón? ¿Acaso no es eso locura, acaso no es eso demencia? Dios no puede ser rechazado impunemente, ni contra el amor de Dios blasfemar sin ser hijo de las tinieblas.
Y casi lo encontramos tan normal mirando a nuestro alrededor; muerte sobre muerte que trepa por nuestro calzado, que penetra por nuestras narices y oídos, que sube de nuestras entrañas. Mas la palabra de Dios nos vivifica; nos invita a lavarnos unos a otros al calor de Cristo.

Así que ocurre que pecamos y caemos y nos duele. Si ocurre eso, afortunados somos porque nuestra mala conciencia nos atestigua que tenemos luz. La luz hace que nos duela nuestro pecado. En las tinieblas no hay pecado ni tampoco el amor de Dios. Quien escoge las tinieblas comete el verdadero pecado, porque no es que haya desobedecido a Dios, sino que ha tomado una decisión: la de ser él señor de su vida de su cuerpo, de sus actos. ¡Estamos como una chota! el vaso del alfarero nos da vueltas y vueltas en sensatez –y digo "nos" porque aunque nuestra orilla sea otra, no significa que no seamos los mismos.
De modo que desde ésta, la locura capital, hasta la más ligera insensatez se encuentra llena la tierra y los hombres, como las aguas cubren el mar. Nacemos en locura, crecemos y nos formamos hacia la locura, nos jactamos y nos retozamos en ella, aún nos convertimos y la locura nos llega hasta las orejas, hoy mismo nos vamos despojando de ella –si nuestros pasos son contados por la fe– y os digo que aún nos queda casi todo el trabajo, pero también es verdad que hoy estamos más cerca que cuando creímos.
Creo sinceramente que la locura es comportarse civilizadamente a expensas de Dios, por eso creo que los que están "dentro" dan lecciones de integridad a los que están "fuera" ¿Y a qué se dedican los psicólogos sino a volverlos locos? Y decidme si estamos a salvo de todo eso cuando veo a psicólogos "creyentes" y para "creyentes", o "creyentes" que aconsejan a otros tales actividades, y éstos y otros reciben gloria de los hombres y usurpan al Buen Pastor y Guardián de nuestras almas. No hará falta deciros que no soy quién para levantarme contra nadie, pero no por eso dejaré de denunciar tales actos ajenos a la fe y fuera del orden de Dios.

(Ec 1)
18 Porque en la mucha sabiduría hay mucha pesadumbre; y quien añade ciencia, añade dolor.
Consecuentemente, todo esto nos aflige, y más y más nos aflige cuando crecemos en el Señor. Cuando somos apegados a Dios, obtenemos mucha más sensibilidad al pecado porque aborrecemos lo que él aborrece; discernimos más nuestro pecado y el de los demás, y comenzamos a ver nuestro entorno con otros ojos; vemos el valle de sombra de muerte que antes sólo imaginábamos. Al morar más cercanos a la luz vemos con más claridad nuestras miserias y nuestra inmundicia y eso nos añade aflicción; nos irrita ver la vanidad de los demás, no por creernos mejores sino porqué nos recuerda ni más ni menos nuestra misma vanidad. Vemos la vaciedad y simpleza de la gente y vemos la nuestra. Eso nos aflige, nos abate. De modo que cuanto más conocemos más dependemos de nuestro Señor, porque más débiles nos vemos; no porque lo seamos más que antes sino porque se habrá ido retirando el velo de nuestros ojos; entonces no tendremos más alto concepto de nosotros del que debemos tener: hierba del campo en el mejor de los casos.
(2 Co 12)
5 de mí mismo en nada me gloriaré, a no ser en mis debilidades.

Hay quien podría decir –y de hecho se dice–: "La ignorancia es la felicidad" y de hecho tienen razón, aunque desde Adán eso ya se les ha hecho tarde. Y estoy convencido de que si nos volviesen a llevar a Edén, infringiríamos el pacto cien veces antes. Mas nuestro llamamiento no es ese, y no debemos rezagarnos. Nuestra porción aquí en la tierra, la muerte –para que se haga justicia. Nuestra herencia en los cielos, Dios.
(1 Co 2)
12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha otorgado gratuitamente,
13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
14 Pero el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios porque para él son locura, y no las puede conocer, porque se han de discernir espiritualmente.
15 En cambio el espiritual discierne todas las cosas; pero él no es enjuiciado por nadie.
16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para que pueda instruirle? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.

Cuando nos reunimos al Señor, mucho menos pueden estar presentes todas esas cosas de las que hemos hablado. En la presencia de Nuestro Salvador no caben los prejuicios, el recelo, el miedo, amarguras, ansiedades, afanes. Todas estas cosas son obras de nuestra carne enemiga y contenciosa. Cuando nos reunimos, debemos dejar el viejo hombre a la puerta, o al menos evitar que se entrometa en el reposo. Para eso debemos conocer bien hasta dónde pueden llegar sus tentáculos, conocernos bien a nosotros mismos; o sea, crecer en Cristo. Para así poder adorarle en espíritu y en verdad.


"Ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre"

Está claro que en este pasaje se ha terminado el culto terrenal. El Padre se proveerá para sí hombres celestiales que le adoren en lugares celestiales.

(Mt 18)
20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos.
Antes ya hemos hablado que cuando nos reunimos en espíritu y en verdad es porque nos estamos reuniendo hacia Cristo. Si nos reunimos alrededor de Cristo es porque somos llevados a donde él está, en los cielos, claro está, en espíritu. De hecho, Cristo es nuestro cielo y nuestra morada.

(Ro 7)
19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso es lo que pongo por obra.
20 Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, ya no lo obro yo, sino el pecado que mora en mí.
21 Encuentro, pues, esta ley: Que, queriendo yo hacer el bien, el mal está presente en mi.
22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
23 pero veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
24 ¡Miserable hombre de mí!; ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?
25 Gracias doy a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
(Ro 8)
3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil a causa de la carne, Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en lo concerniente al pecado, condenó al pecado en la carne;
4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
5 Porque los que son conforme a la carne, ponen su mente en las cosas de la carne; pero los que son conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu.
6 Porque la mentalidad de la carne es muerte, pero la mentalidad del Espíritu es vida y paz.
(1 P 2)
9 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;
(Ef 2)
6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,
Cuando nos reunimos a Cristo debemos ser conscientes de quiénes somos y del lugar al cual pertenecíamos; conscientes del gran privilegio que se nos ha otorgado y no quedarse en el asombro, sino poseer tales honores; los honores de Cristo de los cuales coparticipamos. Debemos tomar de una manera bien consciente cada uno por individual nuestro lugar a la mesa del Señor y no descuidar nada de lo que el Señor nos ha otorgado. Y saber que allá donde nos lleve el espíritu no hay amarguras ni memoria de los pecados; que hemos sido hecho libres para tomar parte plena en la adoración al Señor; libres en el amén, libres en los cánticos. Debemos tener en cuenta realmente a quién nos estamos dirigiendo, y que realmente está allí el Señor, recibiendo con gozo de nosotros.
Cristo es un lugar maravilloso donde el yo no tiene entrada, porque el tal está condenado en la carne, y la carne está atada en la tierra donde junto con todo lo demás, su fin es el fuego. Pero nosotros, los que somos espirituales, somos salvos adorando en el espíritu, porqué somos trasladados hacia él y nuestro corazón se consagra para considerar, discernir y comer de Cristo. Un momento glorioso de amor y de Paz.

(Ro 8)
26 Y de igual manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Debemos entender que no tenemos absolutamente nada que ofrecer a Cristo; únicamente nuestro pobre y miserable corazón. Y saber que cualquier cosa que Cristo pueda aceptar de nosotros, es porque él lo ha puesto primeramente en nuestro corazón.
¿Qué es lo que nuestra carne querría? Pues a lo mejor hubiésemos preferido encontrar en la escritura todo lujo de detalles como los tuvo Israel en el Antiguo Testamento con los cuales poder conducirse mucho más cómodamente en nuestra vida cristiana y así poder decir a nuestra barriga: ¡hoy lo has hecho bien!
Cristo nos abre de par en par su corazón y nosotros buscamos mandamientos y pedimos obras para, por medio de ellas, sentirnos cómodos delante de Dios. Así de ciego y contumaz es nuestro corazón, pues antes de fiarse en y de él, tendría por incompleta su palabra. Pero él nos salva de todo ello y no nos da lo que querríamos; nos vacía de obras para poder consagrarnos únicamente a disfrutar de su amor, compartiéndolo con los hermanos.
Aunque algo nos ha dejado dicho...
(Lm 1)
12 ¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay un dolor como el dolor que me aflige; Porque Jehová me ha afligido en el día de su ardiente furor.
(Mt 26)
38 Entonces les dijo: Mi alma está abrumada de una tristeza mortal; quedaos aquí, y velad conmigo.
(He 2)
13 He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.
(Jn 15) 
15 Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; sino que os he llamado amigos, porque todas las cosas que le oí a mi Padre, os las he dado a conocer.
(Jn 15)
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis cuanto yo os mando.
17 Esto os mando: Que os améis unos a otros.
(Mal 3)
16 Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito un libro de recuerdo delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.
17 Y ellos serán míos, dice Jehová de los ejércitos, mi propiedad personal en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve.
18 Entonces volveréis a discernir entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.

Debemos entender por otra parte que se trata de un culto donde no tiene lugar el tañer de nuestras cuerdas vocales sino el del corazón. Sí, es de nuestro corazón de donde sale la melodía aceptable. Así que cantamos con nuestros labios, pero lo que se eleva es el sentimiento de nuestro corazón. Así que está bien que nuestras voces armonicen, pero generalmente, el viejo hombre se aprovecha de los atractivos de la belleza sonora para desviar la atención de nuestras almas, y lo que en un principio está bien, por causa de nuestra carne, acaba corrompiéndose en nuestro interior, y en el mejor de los casos nos ensoberbecemos por lo bien que lo hemos hecho. Esa es una pérdida lamentable de gloria para el Señor, porque en ese momento, no estaremos adorando en los lugares celestiales con Cristo, sino en la tierra donde ahora no hay lugar para el culto y donde toda jactancia quedó juzgada y condenada en la cruz. Y si el instrumento creado por Dios es utilizado a menudo como piedra de tropiezo, ¿cómo no lo serán mucho más los instrumentos hechos con mano?

No así sucedía en Israel. Su culto era terrenal, su ritual era para honrar a Dios delante del mundo. Israel era el lugar donde el mundo debía acudir para encontrar su heredad en Dios. Por tanto, el culto debía ser manifiesto a todos; esto es, susceptible a los sentidos humanos. Para los ojos tenemos todo el espectáculo con toda la pompa de luz y de color de los ornamentos, de las ropas, de la artesanía y decoración, obra de manos. Tenemos toda la orquesta de músicos con sus arpas, salterios y cítaras, con sus cantores y salmistas. También gozaba el olfato de perfumes y esencias aromáticas. Cosas tan atractivas a nuestros sentidos que difícilmente podía dejar de heredar –craso error por supuesto– la iglesia profesante; me refiero, como no, a la iglesia romana, aunque quien piense estar firme mire que no caiga, y: el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.

Por otra parte, el nuestro, al no ser un culto terrenal, carece totalmente de mecanismos humanos y de programación. Es el Espíritu Santo quien dirige la adoración; es quien recorre los corre los corazones y toca al uno y al otro, para tomar parte en voz alta o para escoger un himno, él es quien hace que la reunión se eleve y trascienda para gloria al Señor. Y así será si estamos receptivos y sensibles al Espíritu. ¿Que lo haremos mal? Podéis estar seguros. Pero más vale mil veces ser guiados una vez según el orden de Dios, que mil veces hacerlo bien según el orden humano. De eso si podéis estar seguros.
(2 Co 3)
16 Mas siempre que alguno se convierte al Señor, el velo se quita.
17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
18 Y todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados de gloria en gloria a la misma imagen, como por la acción del Señor, del Espíritu.

Recapitularé, recordando que nuestro camino de creyentes o sea, recolectores de gloria para el Señor, sólo acaba de empezar, y tenemos muchas riquezas espirituales ya en esta vida por poseer; hay mucho velo por quitar. No reposemos de Dios; velemos. Velemos para con nuestros hermanos, para con nuestra familia, para con nuestro trabajo. Si dejamos reposar nuestra mano podría venir la pobreza en nuestras vidas como caminante. Con todo, estemos confiados en Dios, pero seamos conscientes que él es sobremanera bondadoso y paciente para con nuestra negligencia. ¿Son nuestras vidas, dejando a un lado las formas, diferentes de aquellos a quienes machacamos con el evangelio? –hablo primeramente por mí. Debemos entender que el día de la adoración es un resultado de la semana, donde se refleja nuestra vida delante del Señor; podemos intentar disimular para con los hermanos, pero no para con Dios, y es de Dios de quien se trata, si le creemos, si le amamos.
Pero nos jactamos y nos volveremos a jactar y nos ensoberbecemos, y marchamos a distancia de Dios mediante pactos del viejo hombre y obras no pedidas. Al final le acabamos dando las migajas de nuestra vida. Él quiere una relación con cada uno de nosotros; él quiere de nosotros todo. Nuestra carne siempre intentará frustrar los planes de Dios; algo que él ha hecho, maravilloso, orgánico, con un funcionamiento espiritual, fuera de los mecanismos del viejo hombre; algo en lo que debemos perseverar. Y en Cristo cobramos ánimo porque hasta su enemigo esté donde esté, tenga la forma que tenga, acaban sus esfuerzos por servir a Dios y por cumplir su voluntad hasta que él venga y reine por los siglos de los siglos amén.

He querido mostrar de un tirón muy generalizado los principios, las bases para una adecuada reunión de los santos.
Una exposición algo burda y precipitada como para satisfacer a todos los lectores, aunque mi intención es sólo la de intentar comprender un amplísimo panorama de conceptos en un formato manejable y accesible para que las almas más sencillas tengan acceso a este campamento base para, desde ahí, comenzar el camino particular hacia la cumbre –algo que es una solemne responsabilidad y compromiso para con el Señor y para con quienes necesiten de igual modo nuestra ayuda. Quiero recalcar que este escrito sólo cumplirá sus expectativas si lo tomamos como un esbozo que nos ayude a inquirir y a conformarnos a la palabra de Dios; a la fuente de vida. Deciros que quien quiera más información, estaremos honrados y agradecidos de hacer lo que podamos, pues han quedado muchas cosas en el tintero vinculadas a la adoración, tan esenciales y vitales, como éstas de las que hemos estado hablando:
- La venida del Señor
- La apostasía de la Iglesia profesante
- El bautismo
- La cena del Señor
- La mesa del Señor
- El cuerpo de Cristo
y muchísimas cosas más de las que no soy consciente, porque la escritura es una, y toda ella habla de Cristo. Exposiciones de estos temas y de más, los podréis encontrar en las Publicaciones FE.
Hermanos, creed que Cristo está presente en la reunión y en nuestras vidas. Amén.

 

 

. . . . . .    Volver a TEMAS Y MEDITACIONES   . . . . . .

. . . . . .    Volver a la página principal   . . . . . .