CARTA A UN INCRÉDULO

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Noviembre de 1871.

Al Dr. X...

Querido Sr. Doctor:

No puedo dejar Turín sin dirigirle unas líneas.

Puede comprender que si hay un bien infinito, la porción de Vd. es una pérdida infinita. Decir que no existe, es negar el mismo bien. Por mi parte, es evidente que la idea no existiría si la cosa no existiera. Es una contradicción decir que uno tiene la idea del bien absoluto e infinito en un corazón que no es capaz, pues el tenerlo es la prueba de su capacidad. Decir que somos capaces, pero que la cosa no es, es terrible; el hacer del hombre moralmente un deseo, una necesidad del bien que no será jamás saciado, es condenarlo siempre a la miseria más espantosa. No quiero suponer que Vd. diga: No soy capaz de hacerme una idea, ni de gozar de ella, reduciéndose al más bajo escalón de la humanidad, pues hay una infinidad de personas que se hacen una idea. ¿Existe un bien real? ¿Cuál es? ¿De dónde proviene? Se habla de leyes que rigen la materia. En tesis general, sería una locura negarlas. ¿Quién ha inspirado estas leyes y las ha impuesto de suerte que sean universales? La universalidad muestra que un solo ser, o una sola causa, las ha impuesto. Decir que la universalidad es una cosa fortuita es la más insensata de las locuras.
Cuando hemos hablado de una causa, Vd. dijo que los niños no piensan. Puede ser; no piensan, pero si yo pienso, no puedo dejar de creer en una causa cuando veo una cosa que deja adivinar un plan, y la experiencia demuestra que es así. Un hombre que dijera que un globo, o una lámpara existen sin que nadie los haya hecho, sería estimado por los demás por un falto de sentido y tendrían razón. ¿Qué decir, pues, si en vez de esto se trata del universo? Vuestra medicina no es otra cosa que un empirismo indigno de un hombre honesto, si no existen en ella efectos y causas; si existen, ¿dónde está la "causa causans"?

Además, el cristianismo existe, y debe tener un origen. La historia lo cuenta. Los historiadores profanos, los adversarios filosóficos, los herejes, los judíos, todos están de acuerdo sobre su origen. Lo detestan, lo atacan, pero lo reconocen y lo constatan. Algunos de ellos explican cómo se han realizado los milagros, pero explicar es admitir. Mas cuando leo la historia dada por los que han seguido al Señor, hallo una perfección de un género tan superior, que en vano he intentado hallarla en no importa qué esfera. En algún lugar hallaremos la moralidad, pero no el amor y la santidad perfectamente adaptados al hombre y revelando cabalmente a Dios. En la historia de Buda, de Apolonios de Tyane, de los santos, tenemos narrados muchos milagros que son absurdos de poder; en cambio, en la esfera genuinamente cristiana, todos son (salvo uno, que no hace otra cosa que confirmar la regla de la excepción), una revelación de bondad y poder, ejerciéndose para revelar a Dios en su bondad en favor del hombre.

Existe la conciencia en todo ser humano —pues se juzga de una cosa que sea buena o mala—. Es una conciencia que a menudo está corrompida, pero el Evangelio la sitúa no precisamente en presencia de una regla perfecta, sino ante un ejemplo perfecto; me sitúa ante Dios en la luz (a la conciencia no le interesa esta posición cuando la voluntad está en actividad), pero también en presencia del perfecto amor. No me muestra una contradicción entre el amor y la conciencia del mal (como la vaga bondad del filósofo), sino una obra que purifica mi conciencia y me deja en libertad de amar y reconocer el amor de Dios sin violentar la justicia. Hallo la bondad, la pureza, la verdad, en un mundo de pecado, ¡y me dicen que esto es una impostura! ¿Esto es todo lo que la filosofía puede decirme, que la paciencia, la bondad, la verdad y la pureza son una impostura? ¡La cosa moralmente más bella del mundo tildada de impostura! Cuando uno habla de tal manera, se degrada. ¿Es que la falsedad y la violencia son las únicas cosas verdaderas, juntamente con la prisión cuando el egoísmo es demasiado perjudicado en sus intereses?

Otra cosa me sorprende. El cristianismo es motivo de odio. Se escribirán historias imparciales del budismo, del mahometanismo; se tratará de ellos como un fenómeno; pero el cristianismo suscita odio, oposición, voluntad propia y pasiones. ¿Por qué, si es una impostura como lo demás? Ello se debe a que el cristianismo revela a Dios, y esto el hombre no lo puede soportar. Uno no se avergüenza de profesar religiones falsas en el mundo. Se harán procesiones y allí cada cual halla su propia gloria; pero, en cambio, del verdadero cristianismo se siente vergüenza. ¿Por qué?

Ahora, apreciado señor, Dios ha venido en amor. Cristo os ofrece la vida eterna, el perdón, el gozo, la felicidad, el conocimiento de Dios —del Padre que se revela en el Hijo— las delicias infinitas y eternas, la salvación. Anuncia que regresará, y que ante Él se doblará toda rodilla; también la de los incrédulos, no importa. Ahora es el día aceptable, en el verdadero conocimiento de la santidad y del amor; después vendrá la calamidad por haber rechazado este bien. De ambas cosas ¿cuál desea para Vd.? Dios le busca ahora en amor. Cristo se ha dado por Vd. No le rechace; hacerlo implica rechazar la vida eterna con El.» 


J.N. Darby


 

 

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