EL ORDEN DE DIOS

PARA LOS CRISTIANOS QUE SE REÚNEN
PARA EL CULTO Y EL MINISTERIO

LA RESPUESTA BÍBLICA AL ORDEN ECLESIÁSTICO TRADICIONAL


por Bruce Anstey


 

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PROLOGO

Este libro tiene como objeto exponer con fidelidad, y esperamos que en amor, la falta de justificación escrituraria del orden tradicionalmente aceptado de gobierno y práctica de la iglesia que durante tanto tiempo ha prevalecido en los círculos cristianos. Al mismo tiempo, hemos querido presentar los principios bíblicos del orden de Dios para el funcionamiento de una asamblea cristiana. No es intención nuestra atacar ninguna de las denominaciones de la Cristiandad, ni a los cristianos asociados con las mismas, aunque el lector pudiera considerar al principio que ello sea así.
Este autor no pretende ninguna originalidad en la verdad que aquí se recopila. Esas cosas han sido enseñadas y publicadas por los hermanos durante más de ciento cincuenta años. En esta publicación hemos tratado sencillamente de presentar estas verdades ante el contexto actual.
Esperamos que este libro redunde para gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, y para la bendición de los hijos de Dios.
Las referencias bíblicas usadas en este libro proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1977, excepto en aquellos casos en que se indique expresamente.

Tabla de abreviaturas:
                        RV: Reina-Valera 1909
                        RVR: Reina-Valera 1960
                        BAS: Biblia de las Américas
                        V.M.: Versión Moderna
                        JND: De la versión francesa de John N. Darby
                        Gr.: Griego
 

 


CONTENIDO:

Prefacio

Introducción

El denominacionalismo: ¿Orden divino o humano?

¿Podemos hacer todo lo que la Escritura no prohíba?

La ruina del testimonio cristiano
El «Un Cuerpo» frente a las muchas denominaciones y divisiones
Terminología convencional frente a terminología escrituraria
El prerrequisito imprescindible para aprender la verdad: un buen estado del alma
No somos llamados a restaurar la ruina del testimonio cristiano

Llamamiento a la separación
¿Por qué separarse?
Un remanente de judíos salidos de Babilonia
Seis excusas que se dan generalmente para no separarse del orden de hechura humana en las denominaciones: 1) No deberíamos juzgar a otros cristianos; 2) Separarse demuestra falta de amor; 3) Nuestra iglesia está creciendo; 4) Dios está usando las denominaciones; 5) Puedo hacer mucho bien quedándome donde estoy; 6) No deberíamos dejar de congregarnos
La separación no es aislamiento
¡Más luz!

«Entonces, ¿A dónde debería ir?»
La Iglesia no aparece en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento es un libro de tipos y figuras para el cristiano
El judaísmo no es un modelo para el culto cristiano
Los edificios de iglesia: ¿una ayuda o un obstáculo para el evangelio?
El cristianismo es de carácter celestial
El verdadero cristianismo está «fuera del campamento»
La adoración cristiana es «en espíritu y en verdad»
Sacrificios espirituales
Vino nuevo en odres nuevos
Los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio en el Nombre del Señor Jesucristo
La práctica de la reunión de los cristianos
Las consecuencias prácticas de saltar las cuatro anclas
Tres cosas tangibles peculiares del cristianismo

«¿Quién debe dirigir a la congregación?»
El sacerdocio universal de todos los creyentes
La diferencia entre sacerdocio y don
La diferencia entre capacidad y don
¿Qué es el ministerio?
El ministerio en la iglesia
¿Significa esto que usted no cree en tener un pastor?
Títulos lisonjeros
La elección de un «pastor»
El Señor de la cosecha dirige los dones
Los siervos de Dios no deberían ser asalariados
¿Cómo se debería mantener económicamente a los siervos del Señor?
Las organizaciones paraeclesiales: ¿ayuda o un obstáculo para el evangelio?
Recapitulación de los principales errores del sistema clerical
¿Qué piensan los «pastores» acerca de todo eso?

La administración local en la iglesia
La diferencia entre don y oficio
Ancianos, supervisores [obispos] y guías
Diáconos
La elección de ancianos
Inexistencia de apóstoles en la actualidad para designar ancianos
Tres requisitos para el apostolado
¿Significa esto que usted no cree en tener ancianos?
La ordenación
Pero en la Biblia los obreros eran ordenados.
La imposición de manos
Colecta frente a diezmo
La disciplina en la iglesia
La recepción: una responsabilidad de la asamblea local
Los principios de recepción
¿Quién decide quién debería estar en comunión?
¿Son suficientes los testimonios personales?
La prueba de la profesión de una persona
¡Demasiado exclusivos!
«Pruébese cada uno a sí mismo»
La responsabilidad individual
Cartas de recomendación

La esfera de las hermanas en el ministerio en la iglesia
¡Pero la Biblia dice que las mujeres deben orar y profetizar!
¡Pero en la Iglesia no debemos contemplar la distinción entre varón y mujer!
¡Pero esas cosas sólo son de aplicación en Corinto!
¡Pero no queremos ahuyentar a la gente del cristianismo!
¡Eso es porque Pablo era un anticuado!
La cubierta de la cabeza
Las cubiertas de la cabeza son una antigua costumbre cultural
¡Pero el cabello de la mujer es su cubierta!
Oprobio

Conclusiones
¿A qué denominación se unirían Pedro, Pablo y Juan?
¿Deberíamos comenzar una comunión cristiana en base de esos principios bíblicos?
¿Una secta más?
¿Puedes venir a nuestra iglesia?
Conclusiones
Un llamamiento


 

PREFACIO

El objeto de este libro es exaltar al Señor Jesucristo y establecer la realidad de la supremacía de la Palabra de Dios sobre todas las ideas y tradiciones humanas. Esperamos que no sólo redunde para la gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, sino que sea también para bendición de los hijos de Dios.
A lo largo de este libro ha sido nuestra intención exponer los principios bíblicos del orden de Dios para el funcionamiento de una asamblea cristiana. Al mismo tiempo hemos señalado con amor, y esperamos que con fidelidad, la falta de justificación escrituraria del orden tradicionalmente aceptado y actualmente practicado en las denominaciones de la esfera cristiana. Con ello no ha sido nuestro propósito criticar los diversos grupos eclesiásticos por mero deseo de crítica, aunque inicialmente pueda alguien pensarlo así; tampoco ha sido nuestro propósito criticar a aquellos que están asociados con las diversas denominaciones. Al señalar estas cosas, nuestra intención ha sido contrastar dicho orden no escriturario con el orden escriturario de Dios, de modo que todos puedan conocer el sencillo plan de Dios para la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio.
Este autor no pretende ninguna originalidad en la exposición de la verdad aquí recopilada. Esas cosas han sido enseñadas y publicadas por los hermanos durante más de ciento cincuenta años. En esta obra hemos tratado sencillamente de presentar estas verdades ante el contexto actual.
Las referencias bíblicas usadas en este libro proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1977, excepto en aquellos casos en que se indique expresamente.

 

Introducción

Todos los cristianos han examinado la Palabra de Dios (la Biblia), en mayor o menor grado, para encontrar el camino de la salvación. ¡Pero parece que muy pocos de ellos, después de haber sido salvados, han escudriñado la Palabra de Dios para llegar a conocer cómo querría el Señor que se reúnan como Su pueblo para el culto y el ministerio! Aunque todos creen que hay sólo un camino para la salvación, muchos consideran que cada uno es dejado a sí mismo para escoger cómo debería adorar. Sin embargo, la mente del Señor acerca de cómo Él quiere que los cristianos se reúnan para el culto y el ministerio está claramente revelada en la Biblia.
Por cuanto debemos estar preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros (1 P. 3:15), deberíamos poder dar una respuesta procedente de la Palabra de Dios acerca de por qué celebramos el culto de la manera que lo hacemos. Este autor emplaza al lector a que justifique mediante las Escrituras el orden de cosas que se practican actualmente en las denominaciones eclesiásticas actuales. Al mismo tiempo, emprende establecer el orden de Dios para la congregación de los cristianos para el culto y el ministerio tal como se encuentra en las Escrituras.

 

El denominacionalismo: ¿Orden divino, o humano?

Todos los cristianos han examinado la Palabra de Dios (la Biblia), en mayor o menor grado, para encontrar el camino de la salvación, ¡pero parece que muy pocos de ellos, después de haber sido salvados, han escudriñado la Palabra de Dios para llegar a conocer cómo querría el Señor que se reúnan como Su pueblo para el culto y el ministerio! Aunque todos creen que hay sólo un camino para la salvación, muchos consideran que cada uno es dejado a sí mismo para escoger cómo debiera adorar. Sin embargo, la mente del Señor acerca de cómo Él quiere que los cristianos se reúnan para el culto y el ministerio está claramente revelada en la Biblia.
Por cuanto debemos estar preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros (1 P. 3:15), deberíamos poder dar una respuesta procedente de la Palabra de Dios acerca de por qué celebramos el culto de la manera que lo hacemos. ¿Podemos, entonces, justificar mediante las Escrituras la manera en que nos reunimos con otros cristianos para el culto? ¿O estamos simplemente siguiendo tradiciones humanas? Proponemos las siguientes preguntas como un reto que planteamos a todos los cristianos: ¿en base de qué autoridad bíblica se reúnen con otros cristianos de la manera en que lo hacen?
Debido a la naturaleza de este estudio, pedimos que no se siga sin leer las referencias bíblicas que se citan.
1) ¿Qué autoridad escrituraria tienen los cristianos para establecer las llamadas iglesias denominacionales o no denominacionales? La Escritura censura el establecimiento de sectas y divisiones en el seno del pueblo del Señor (1 Co. 1:10; 3:3; 11:18-19).
2) ¿Qué autoridad tienen los cristianos de parte de Dios para designar a sus iglesias con nombres como Presbiteriana, Bautista, Pentecostal, Anglicana, etc.? La Biblia nos dice que el único nombre en el que los cristianos deben reunirse es el Nombre del Señor Jesucristo (Mt. 18:20).
3) ¿Qué autoridad tienen los cristianos para designar a sus llamadas iglesias por los nombres de destacados y dotados hombres en la iglesia, como «luteranos» (Martín Lutero), Menonitas (Menno Simons), Wesleyanos-Metodistas (John Wesley)? La Escritura censura la constitución de una comunión de cristianos en torno a un líder en la iglesia (1 Co. 1:12-13; 3:3-9).
4) ¿Qué autoridad hay de parte de Dios para establecer esas iglesias siguiendo líneas de distinción nacional, como «Hermanos Menonitas Chinos», «Iglesia Ortodoxa Griega», «Iglesia Católica Ucraniana», «Iglesia Bautista Filipina», «Iglesia Alemana de Dios», etc.? En la iglesia de Dios, en la Biblia, no existen distinciones nacionales ni sociales (Co. 3:1).
5) ¿Qué autoridad tienen los cristianos para imitar para sus lugares de culto la forma del tabernáculo y del templo correspondientes al orden judaico de cosas en el Antiguo Testamento? Esos edificios eclesiales tienen a menudo un mobiliario adornado de oro y otros materiales preciosos. Algunos de ellos se construyen con la entrada mirando al este, como era el caso del tabernáculo y del templo. Muchos de estos edificios de iglesia tienen un altar. Otros tienen partes especiales del edificio acotadas como más sagradas que otras partes. ¿Hay alguna instrucción de las Escrituras dirigida a los cristianos para que tomen prestadas cosas así del judaísmo?
6) ¿Hay alguna base en la Palabra de Dios para designar a estos edificios con el nombre de «iglesia»? La definición bíblica de la «iglesia» es la de una compañía de personas (creyentes) llamados fuera de los judíos y de los gentiles, unidos a Cristo, la Cabeza de ellos en el cielo, por el Espíritu de Dios que mora en ellos (Hch. 11:22; 15:14; 20:28; Ro. 16:5; 1 Co. 1:2; Ef. 5:25).
7) ¿Hay alguna base en la Palabra de Dios para establecer a un hombre en la iglesia (a menudo llamado Ministro o Pastor) para «dirigir» el culto? La Escritura enseña que el Espíritu de Dios ha sido enviado al mundo con el propósito de dirigir el culto cristiano. La Biblia indica que es Él (el Espíritu de Dios) quien debe presidir en la asamblea de los santos y dirigir como Él decida (Fil. 3:3; Jn. 4:24; 16:13-15).
9) ¿Qué autoridad escrituraria existe para tener servicios de adoración predefinidos en esas iglesias? A menudo se entregan programas describiendo el orden en el que tendrá lugar el culto de aquel día en particular.
10) ¿Qué autoridad da la Escritura para llamar «culto» a los servicios que se dan en esas iglesias, cuando generalmente consisten en escuchar música y que un hombre dé un sermón?
11) ¿Qué autoridad tienen de la Escritura para justificar el uso de instrumentos musicales para ayudar en el culto cristiano? La adoración cristiana es lo que produce el Espíritu de Dios en el corazón, no con medios mecánicos con el uso de manos de hombres (Hch. 17:24-25).
12) ¿Qué autoridad dan las Escrituras para repetir oraciones prescritas de devocionarios en los servicios de la iglesia? La Biblia dice que no deberíamos usar de vanas repeticiones en nuestras oraciones, sino que deberíamos orar con nuestras propias palabras expresadas de corazón (Mt. 6:6-8; Stg. 5:16; Sal. 62:8).
13) ¿Qué justificación tienen para recitar los Salmos de David en sus llamados servicios de culto, cuando los Salmos expresan sentimientos que no pertenecen a la experiencia cristiana?
14) ¿Por qué la mayoría de las iglesias tienen la Cena del Señor una vez al mes o cada tres meses, cuando la Escritura dice que después que la iglesia fue establecida, los creyentes partían el pan cada día del Señor (Domingo)? (Hch. 20:7.)
15) ¿Qué justificación hay en la Escritura en el Nuevo Testamento para tener un coro de cantantes entrenados para ayudar al culto cristiano?
16) ¿Qué justificación hay en la Escritura para la utilización de ropajes y vestimentas especiales en los servicios del culto cristiano? Los coros generalmente van vestidos de túnicas; y frecuentemente el Ministro también.
17) ¿Qué justificación hay para que las mujeres oren y profeticen con las cabezas descubiertas, cuando la Escritura dice que deberían ir cubiertas? (1 Co. 11:1-16).
18) ¿Qué justificación escrituraria hay para permitir sólo a ciertas personas (el Pastor o Ministro) el ministerio de la Palabra de Dios? ¿Por qué no hay libertad en esas iglesias para que el ministerio se dé según la conducción del Espíritu? La Biblia enseña que cuando los cristianos se reúnen en asamblea todos (los hermanos) deben tener la libertad de ministrar según el Señor les conduzca por el Espíritu (1 Co. 12:6, 11; 14:24, 26, 31).
19) ¿Qué autoridad escrituraria existe para la idea de que una persona ha de ser ordenada para actuar en el ministerio? No aparece en la Biblia ningún pastor, ni maestro, o evangelista, profeta o sacerdote que fuese ordenado para predicar o enseñar. ¡La Escritura enseña que la misma posesión de un don espiritual es la justificación para su uso por parte de su receptor! (1 P. 4:10-11).
20) ¿Qué autoridad escrituraria existe para la idea de que hay en la actualidad hombres en la tierra que tienen potestad para ordenar a otros? ¿De dónde han recibido esta potestad?
21) ¿Hay alguna justificación para designar a alguien como «Pastor» (esto es, «Pastor Fulano de Tal»), cuando en la Escritura este don nunca fue dado a nadie como un título?
22) ¿Qué autoridad escrituraria existe para constituir a un hombre como Pastor de una iglesia local cuando la Escritura nunca se refiere al don de pastor como un cargo local? (Ef. 4:11).
23) ¿Qué autoridad hay en la Escritura para que los llamados Ministros se arroguen el título de «Reverendo» o incluso, como en el caso de algunos clérigos, el de «Padre»? La Escritura dice que no deberíamos llamar a nadie «Padre» en un sentido religioso. Otros adoptan el título de «Doctor» (que significa «maestro» o «instructor» en latín), cuando la Escritura también dice que no debiéramos hacer tal cosa (Mt. 23:8-10).
24) ¿Qué autoridad escrituraria existe para que las mujeres en estas iglesias prediquen, cuando la Biblia enseña que el papel de las hermanas no es el de asumir un papel público en la iglesia, ni en administración ni en enseñanza? (1 Co. 14:34-38; 1 Ti. 2:11-12).
25) ¿Es escrituraria la práctica de que la iglesia escoja a su «Pastor» o «Ministro»? El procedimiento usual es invitar al candidato a «Pastor» a la iglesia, donde tendrá la oportunidad de demostrar su valía dando algunos sermones. Si su predicación es considerada aceptable, entonces la iglesia (generalmente a través de la junta de diáconos) lo escogerá para que sea su «Pastor» local. ¿Es esto un procedimiento conforme a la Palabra de Dios?
26) ¿Qué autoridad escrituraria hay para que las iglesias escojan a sus ancianos? En la Biblia no aparece una sola iglesia (local) que escogiese a sus ancianos.
27) ¿Qué autoridad tienen en base de la Escritura las iglesias para celebrar días señalados y festividades cristianas como el Viernes Santo, Todos Santos, Cuaresma, Navidad, etc.? La Escritura dice que el cristianismo no tiene que ver con días y tiempos especiales (Gá. 4:10; Col. 2:16).
28) ¿Qué autoridad escrituraria tienen estos ministros en los púlpitos de esas iglesias para enseñar doctrinas como Teología del Pacto, Amilenarismo, Seguridad Condicional, Purgatorio, Absolución, Observancia de la ley, etc.?
29) ¿Da la Escritura alguna autoridad para celebrar reuniones «de testimonio», en las que una persona se levanta y explica a la audiencia cómo fue salvado, a menudo detallando su pasada vida de pecados?
30) ¿Qué justificación da el Nuevo Testamento para tomar diezmos (el 10 por ciento de los ingresos) de los asistentes, cuando el diezmo es claramente una ley mosaica para Israel? (Lv. 27:32, 34; Nm. 18:21-24).
31) ¿Qué justificación escrituraria tienen para los esfuerzos de recolección de fondo y para pedir donaciones a audiencias mixtas de creyentes e inconversos en esas iglesias? La Biblia indica que los siervos del Señor no tomaron «nada» de los inconversos de este mundo entre los que predicaban el evangelio (3 Jn. 7).
32) ¿Son acaso los seminarios y las escuelas bíblicas el camino de Dios para preparar a un siervo para el ministerio? ¿Está justificado por las Escrituras la emisión y recepción de diplomas y grados (p. ej., Doctor en Teología)? La Biblia dice que no deberíamos darnos títulos lisonjeros unos a otros (Job 32:21-22; Mt. 23:7-12).
33) ¿Hay alguna justificación en la Palabra de Dios para que esas iglesias envíen Ministros y Pastores a un lugar determinado para llevar a cabo un servicio para el Señor? A veces oímos comentarios como: «El Pastor Fulano de Tal fue enviado por tal y cual organización.» La Escritura muestra que es Cristo, la Cabeza de la iglesia, el que envía a Sus siervos mediante la conducción del Espíritu a la obra, y que la iglesia debe sencillamente reconocerlo dando al siervo la mano derecha de comunión (Mt. 9:38; Hch. 13:1-4; Gá. 2:7-9).
34) ¿Dónde en las Escrituras se da el concepto de la iglesia como organización para la enseñanza? A menudo oímos a las personas decir: «Nuestra iglesia enseña que ...» En la Biblia, en cambio, no vemos a la iglesia enseñando, sino a la iglesia enseñada por aquellos que habían sido suscitados por el Señor (Hch. 11:26, Ro. 12:7; Ap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 1 Ts. 5:27).
 

«Podemos hacer todo lo que la Escritura no prohíba»
Muchos cristianos responden a esas cosas razonando que si las Escrituras no tratan o prohíben algo de manera específica, en tal caso Dios no lo considera de importancia. Por cuanto según ellos la Biblia no trata de la cuestión de cómo los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio, concluyen que es algo que debería dejarse al gusto y a discreción de cada uno. Consiguientemente, no ven nada malo en introducir en el cristianismo cosas que no están en la Biblia.
Ahora bien, esta suposición no es correcta, sencillamente, porque la Biblia sí que trata la cuestión de cómo los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio. El orden tradicional de gobierno de la iglesia en las denominaciones en la Cristiandad no sólo no se encuentra en la Palabra de Dios, ¡sino que mucho de ello entra en clara contradicción con la Palabra de Dios!
En segundo lugar, no es un principio racional ni sano proceder a razonar desde una perspectiva negativa (desde lo que no está en la Biblia) para dilucidar la mente de Dios acerca de un tema (2 Ti. 1:7). Se trata de un principio falso, y desde luego es poner las cosas del revés. En esencia, lo que se está diciendo es: «Para el culto y el ministerio podemos hacer cualquier cosa que no esté mencionada en la Biblia!» Nosotros preguntamos: «¿Es de esta manera que Dios trata las cuestiones en la Escritura?» Si aplicásemos este principio a otros temas bíblicos, prácticamente no habría fin en lo que podríamos hacerles significar. Ello nos trae a la mente los días de los jueces, cuando «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue. 17:6; 21:25; Dt. 12:8; Pr. 21:2). T. B. Baines ha dicho con razón: «O bien Dios ha establecido un orden para la asamblea, o bien ha dejado al albedrío humano el hacerlo. Si Él ha establecido un orden, es claramente obligatorio para todos, y cada alejamiento de este orden es un acto de desobediencia.»
Si buscásemos sinceramente hacer Su voluntad, ¿no sería más lógico volver a la Palabra de Dios y comenzar de cero, por así decirlo, diciendo: «No haremos nada más que aquello que esté en la Palabra de Dios para la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio? Esto es lo que trataremos de hacer en el resto de este libro.

 

La ruina del testimonio cristiano

Volviendo a la Palabra de Dios, vemos que casi cada escritor del Nuevo Testamento ha predicho que sobrevendrían el alejamiento y la ruina en el testimonio cristiano. Por ello, en realidad no debería sorprendernos ver un alejamiento del orden de Dios de una magnitud tan enorme en la constitución de esas iglesias.
Las «segundas» epístolas tratan de manera particular acerca de esta cuestión. Cada epístola contempla algún aspecto de la fe cristiana que se abandona.
La Segunda Epístola a los Efesios (Ap. 2:1-7): el abandono del primer amor.
La Segunda Epístola a los Tesalonicenses: el abandono de la esperanza bienaventurada (la venida del Señor —el arrebatamiento).
La Segunda Epístola de Juan: el abandono de la doctrina de Cristo.
La Segunda Epístola de Pedro: el abandono de la piedad práctica.
La Segunda Epístola a Timoteo: el abandono del orden en la casa de Dios (esto está particularmente relacionado con la cuestión que estamos considerando).
La Segunda Epístola a los Corintios: el abandono de la autoridad apostólica tal como la encontramos en la Escritura.

El testimonio de Pablo
El Apóstol Pablo advirtió que habría un gran apartamiento de la Palabra de Dios en el cuerpo cristiano profesante. Dijo así: «Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hch. 28:29-30). Pablo dijo también que en los postreros tiempos algunos «apostatarán de la fe» (del cuerpo de la verdad cristiana) y comenzarán a enseñar cosas que no son conforme a la verdad (1 Ti. 4:1-3). Se refirió a aquellos que «naufragaron en cuanto a la fe» (1 Ti. 1:19-20), a aquellos que «se desviaron de la fe» (1 Ti. 6:10), a aquellos que «trastornan la fe» de otros mediante sus enseñanzas erróneas (2 Ti. 2:18), y a aquellos que llegarían a ser «descalificados en cuanto a la fe» (2 Ti. 3:8). Dijo que llegaría el tiempo en que muchos en el cuerpo cristiano profesante «no sufrirán la sana doctrina, sino que ... apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas», careciendo de base en la Palabra de Dios (2 Ti. 4:2-4). Dijo que la moralidad en el testimonio cristiano degeneraría al nivel de cosas en el mundo pagano (2 Ti. 3:1-5; cp. Ro. 1:28-32). Se refirió a impostores que surgirían pretendiendo tener un conocimiento de la verdad; que imitarían los poderes milagrosos de Dios en un intento de resistir a la verdad (2 Ti. 3:7-8). Dijo también que las cosas no irían a mejor, sino que «los malos hombres e impostores» en el testimonio cristiano (porque éste es el contexto del capítulo) irían «de mal en peor» (2 Ti. 3:13). Una mirada global al testimonio cristiano nos hace ver que todo esto tiene su triste cumplimiento en nuestros días.

El testimonio de Mateo
El Apóstol Mateo indica el mismo apartamiento en las parábolas del reino de los cielos. En esas parábolas, el Señor Jesús dijo que vendría un enemigo (Satanás) que sembraría cizaña entre el trigo. Esto indica que habría una introducción de profesantes falsos y sin vida dentro del reino de los cielos. El resultado sería una mezcla de creyentes (el trigo) y de falsos profesantes (la cizaña) en el reino que no se resolvería hasta el fin del siglo (Mt. 13:24-30, 38-41).
El Señor Jesús se refirió también a que surgiría un inmenso sistema de cosas sobre la sencillez original del cristianismo, y que al final no se parecería a lo que era al principio. Usó la figura de la semilla de mostaza plantada en la tierra, y su crecimiento desproporcionado hasta llegar a ser un árbol enorme donde anidarían las aves del cielo. El árbol es símbolo de dominio y de poder (Dn. 4:9-27, 34). De este modo el Señor indicó que el cuerpo cristiano profesante llegaría a ser una gran entidad en este mundo con una gran apariencia externa. Las aves son símbolo de espíritus malvados y de personas asimismo malvadas (Mt. 13:4, 19; Ap. 18:2) que contenderían por poseer puestos de honor dentro de todo esto. Si jamás hemos tenido la oportunidad de oír el ruido procedente de un árbol lleno de pájaros, comprenderíamos qué buena imagen es ésta de la confusión existente en el testimonio cristiano. Todos los pájaros gorjean a la vez; todos aparentemente con algo que decir, pero todas sus voces están en conflicto. ¿Acaso no es esto precisamente lo que oímos cuando miramos y escuchamos los miles de voces de las diversas denominadas iglesias de la Cristiandad? (Mt. 13:31-32).
El Señor Jesús prosiguió contando acerca de la mujer que escondió levadura en tres medidas de harina (Mt. 13:33). Esto se refiere a otro aspecto de la ruina que se ha introducido en el cuerpo cristiano profesante. Si las aves en el enorme árbol son una ilustración de la gran profesión externa que iba a desarrollarse, la levadura en la harina habla de la gran corrupción interior que también iba a desarrollarse. En la Escritura, la levadura es un tipo de maldad (Mt. 16:6; Mr. 8:15; 1 Co. 5:6-8; Gá. 5:7-10). La harina es tipo de Cristo, Aquel que es «el pan de vida». Él es el alimento espiritual de los hijos de Dios (Jn. 6:33-35, 51-58). De ese modo, el Señor indicó que la iglesia (la mujer) corrompería el alimento de los hijos de Dios mediante la introducción de falsa doctrina, mezclándola con la verdad de Su persona. ¿Y no es esto cierto en la actualidad? Se han asociado muchas enseñanzas malvadas y erróneas con Cristo en el vasto cuerpo profesante de la Cristiandad.
De este modo, esas tres parábolas en el evangelio de Mateo indican que habría la introducción de personas malas (Mt. 13:24-30), de espíritus malos (Mt. 13:31-32; 1 Ti. 4:1) y de malas doctrinas (Mt. 13:33).
Algunas de las otras similitudes del reino en el evangelio de Mateo indican también que se caería en este fracaso (como en Mt. 25:1-13: «cabecearon todas y se durmieron»).

El testimonio de Pedro
El Apóstol Pedro se refirió también a las malas enseñanzas que surgirían en el testimonio cristiano. Dijo que se levantarían falsos maestros entre los santos de Dios, y que introducirían «herejías destructoras» que muchos seguirían, y ello hasta el punto que designarían como malvado el camino de la verdad (2 P. 2:1-3; 3:16). Una «herejía» o «secta», por definición, es la constitución de una división dentro de la iglesia que se separa en la práctica de otros y que constituye su comunión alrededor de una perspectiva particular. La mas sutil de todas las herejías es la que se desarrolla alrededor de alguna parte de la verdad con exclusión de otras verdades. Puede haber muchos verdaderos creyentes conectados con tales herejías. En contraste a ésas, las «herejías destructoras» como aquellas a las que se refiere Pedro son sectas que levantan la causa de doctrinas que condenan el alma.
Al contemplar la inmensidad de la Cristiandad profesante, ¿no podemos apreciar las numerosas divisiones y sectas en la iglesia? ¡Se nos dice que existen en la actualidad más de mil quinientas denominaciones y círculos de comunión no denominacionales! Es con gratitud que podemos decir que la mayoría de esos grupos eclesiales no son herejías «destructoras», pero sin embargo se trata de divisiones externas en la iglesia que son de carácter sectario. Por herejía no se designa la enseñanza de falsas doctrinas, ¡sino la constitución de sectas! Y recordemos que la Escritura dice que debemos rechazar las herejías porque son una obra de la carne: de la naturaleza pecaminosa caída (Tit. 3:10-11; 1 Co. 11:19; Gá. 5:20). Es cierto que a menudo las doctrinas falsas están relacionadas con la constitución de sectas, y a eso se debe probablemente que muchos cristianos relacionen la herejía con enseñanzas blasfemas.

El testimonio de Juan
En tanto que el apóstol Pablo advierte acerca de aquellos que «retroceden» de la revelación de la verdad cristiana (He. 10:38-39), el Apóstol Juan advierte que habría los que «pasarían adelante» y no se mantendrían en ella (2 Jn. 9, cp. V.M.). Juan se refirió a este apartamiento del testimonio cristiano como resultado de la obra de maestros anticristianos. Dijo él: «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros» (1 Jn. 2:19). El «nosotros» aquí y en muchos otros lugares en la epístola de Juan hace referencia a los apóstoles. Esta defección de la doctrina de los apóstoles era realmente el abandono de la misma. ¿Acaso no podemos ver que mucho de lo que ha sido erigido dentro del testimonio cristiano es esencialmente aquello que está fuera de la enseñanza del apóstol? ¿Hay acaso justificación en base de la enseñanza del apóstol para esas muchas cosas que abrazan esas iglesias? Eso nos recuerda la palabra del Señor a los fariseos cuando dijo que estaban «enseñando doctrinas que son preceptos de hombres». También dijo: «¡Qué bien dejáis a un lado el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!» (Mr. 7:7, 9).

El testimonio de Judas
Judas también nos anuncia que ciertos hombres iban a entrar encubiertamente entre los cristianos, para convertir «en libertinaje la gracia de nuestro Dios» (Jud. 4). Describe el carácter de aquellos que corromperían el cuerpo profesante cristiano como aquellos que «han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro al error de Balaam, y perecieron en la rebelión de Coré» (Jud. 11). Ésas son tres ajustadas descripciones de la clase de error eclesiástico dominante en la Cristiandad hoy.
Primero hay «el camino de Caín» que describe el esfuerzo por presentar a Dios las propias obras para ser aceptos ante Dios. Caín era un hombre religioso en cuanto que ofreció sacrificio, pero presentó la obra de sus propias manos a Dios para ser aceptado, y en consecuencia fue rechazado (Gn. 4:1-5). Su ofrenda no tenía sangre, la cual señalaba en sentido figurado al sacrificio final y el derramamiento de sangre del Señor Jesucristo, sin el cual nadie puede recibir bendición de Dios. En la actualidad se está predicando desde los púlpitos de muchas iglesias un evangelio sin sangre (que en realidad no es evangelio en absoluto) por el cual muchas personas han sido llevadas a creer que pueden presentar sus buenas obras a Dios para ser aceptados y alcanzar la salvación, aunque la Biblia indica claramente que la salvación es «no a base de obras» (Ef. 2:8-9; Tit. 3:5; Ro. 4:4-8).
Segundo, hay «el error de Balaam», que habla de la disposición a enseñar cosas que Dios no ha autorizado a cambio de dinero y de honores. Balaam se presentó a sí mismo a Balac y a los moabitas como profeta, y se mostró dispuesto a profetizar para ellos para perjuicio del pueblo de Dios (Nm. 2224). Muchos en la cristiandad (aunque quizá sin la intención de dañar a nadie del pueblo de Dios) están también enseñando doctrinas dañinas que no se encuentran en la Escritura y están buscando altos honores en la iglesia.
Tercero, hay «la rebelión de Coré», que es la organización de un grupo de hombres para desafiar el orden divino del sacerdocio. Coré y sus hombres querían una posición por encima del pueblo de Dios que Dios no les había dado. En el cuerpo profesante cristiano también se ha dado una similar organización de una clase especial de hombres para presidir sobre la grey de Dios, clase conocida como clero. Y se refieren libremente a la grey de Dios como siendo su grey. Esta clase de organización puede que sea introducida con buenas intenciones, y puede que haya muchos que ocupen actualmente esos puestos con motivos igualmente buenos, pero sigue siendo un sistema de cosas que carece de fundamento en la Palabra de Dios.

El testimonio del Señor
Por último, el Señor expresa Su propia condena de un grupo de personas que iba a surgir en la iglesia, llamado los nicolaítas (Ap. 2:6, 15). Esas personas introdujeron la impureza en el testimonio cristiano, y por el significado del nombre muchos maestros bíblicos han llegado a la conclusión de que bien pudiera haberse tratado de las primeras semillas del clericalismo. Nico significa «gobernar», y laitas proviene del término laos que significa «el pueblo». Los nicolaítas eran un partido que aparentemente buscaban por algún medio «gobernar al pueblo», y por ello bien podrían haber sido el comienzo del sistema clero/laicos. Podríamos añadir también que el Señor aborrece «las obras» y «la doctrina» de los nicolaítas (Ap. 2:6, 15).
De modo que tenemos un abundante testimonio procedente de los escritores del Nuevo Testamento acerca de la realidad de que iba a haber una gran defección de la sencillez de la fe cristiana (2 Co. 11:3-4), y de que se erigiría un sistema de cosas carente de fundamento en la Palabra de Dios. Es cierto que algunas de las iglesias tienen más de este orden clerical que otras. Pero tanto si se trata de San Pedro en Roma o de la más pequeña capilla evangélica, la mayoría de ellas, si no todas, tienen sus principios básicos entretejidos en la trama de su gobierno eclesiástico. El creyente instruido en la mente de Dios no puede dejar de admitir que aquello que pasa como la iglesia de Dios delante de los hombres tiene poco o ningún parecido con la iglesia de Dios como es presentada en la Palabra de Dios.
El «Un Cuerpo» frente a las muchas denominaciones y divisiones
Quizá la más triste de todas esas evidencias de apartamiento sea la multitud de sectas y divisiones. La clara enseñanza de la Escritura es que Dios aborrece las divisiones, porque los cismas y las herejías (formación de partidos) son una de las obras de la carne (Gá. 5:20). ¡Cuán grande es la contradicción a la voluntad del Señor toda esta presencia de numerosas sectas y divisiones en el testimonio cristiano! Mientras Él estaba en la tierra, oró que todos fuesen uno. Dijo: «Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn. 17:20-21). ¡Él estaba dispuesto a morir «para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos»! (Jn. 11:51-52). También dijo que después de morir buscaría recoger a Sus ovejas juntas en «un solo rebaño», para que tuviesen «un solo Pastor», Él mismo (Jn. 10:15-16). A pesar de los deseos del Señor acerca de Su pueblo de que expresasen una unidad cohesiva y práctica sobre la tierra, están todos esparcidos en diferentes sectas, cada una de ellas con sus creencias y prácticas peculiares. ¿Cómo puede esto recibir la aprobación del Señor?
En la primera aparición de división en la iglesia, el apóstol Pablo fue llevado por el Espíritu a escribir: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. ... cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo?» (1 Co. 1:10-13; 12:25). ¡Aquí, en el lenguaje más llano posible, Dios ruega a todos los creyentes, por la gloria del Nombre del Señor Jesús, que no haya divisiones! Sin embargo, cuando contemplamos el cuerpo cristiano profesante en la actualidad, ¡vemos que ha tenido lugar aquello que la Escritura reprende! ¡Cuántos miles de cristianos están diciendo: «Yo soy de Roma», «yo soy de Lutero» (luterano), «yo soy de Wesley» (metodista), «yo soy de Menno Simons» (menonita), etc.! Si al Espíritu le contristaba oír a los cristianos decir «yo soy de Pablo» y «yo soy de Apolos», ¿acaso le agrada ahora al Espíritu oírles decir «yo soy de Lutero», «yo soy de Wesley», «yo soy anglicano», etc.? Si fue denunciado como carnalidad en aquellos tempranos días de la iglesia, ¿podría ahora designarse como espiritualidad? (1 Co. 3:1-5). Esas muchas denominaciones han desechado el orden divino para el gobierno de la iglesia y han establecido su propio gobierno, redondeado con sus propios credos y reglamentos eclesiales. Pero, con ello, han creado una triste división en la iglesia.
Preguntamos: «¿Habrá esas divisiones sectarias en el cielo?» Todos los cristianos están de acuerdo, unánimes, en que allá no existirán. Todos los cristianos allí estarán congregados alrededor del Señor Jesús con perfecta unidad. Entonces, ¿a qué se debe que los cristianos acceden a reunirse para el culto en la tierra en divisiones sectarias, cuando en el cielo no existe tal cosa? Recordemos que el Señor enseñó a los discípulos a orar: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:10).
El apóstol Pablo dice que la primera responsabilidad que tenemos como cristianos andando «como es digno de la vocación con que fuisteis llamados» es que lo hagamos «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Luego sigue explicando el por qué, al especificar que hay «un cuerpo» (Ef. 4:1-4). Eso significa que como cristianos deberíamos tratar de expresar de una manera práctica la verdad de que somos un cuerpo. El mundo debería ver una unidad visible en la iglesia. En contraste con ello, lo que ven es el testimonio cristiano hecho mil pedazos. Oímos a los cristianos que hablan de las diferentes denominaciones como «su cuerpo» y «nuestro cuerpo», ¡como si hubiera muchos cuerpos!
Una ilustración empleada por Charles Stanley describe idóneamente la confusión que existe en el testimonio cristiano. Supongamos que el Gobierno de la Nación nombra a un capitán general para una de las regiones militares y que por un período determinado el ejército allí queda plenamente bajo su mando. El ejército allí podría ser designado de manera apropiada como «el ejército de la Nación». Pero si este ejército dejase a un lado al capitán general y designa a otro de su propia elección, o el ejército se divide en diversas facciones y cada facción designa a su propio comandante: aunque cada soldado siga siendo miembro de la Nación, ¿sería apropiado designar a este ejército dividido en facciones como «el ejército de la Nación»? Por su rebelión contra la autoridad del capitán general designado legítimamente por el gobierno de la Nación, ¿no estarían todas las facciones en condición de amotinadas? ¿No sería una deslealtad unirse a las filas de cualquiera de esas facciones amotinadas? Ahora bien, si aplicamos esto a la iglesia, podemos ver con facilidad que esto es precisamente lo que ha sucedido en la constitución de las iglesias denominacionales y no denominacionales. Durante un tiempo, la iglesia primitiva permaneció bajo la autoridad del Espíritu Santo enviado desde el cielo para gobernar a la iglesia, así como el ejército de la Nación reconoció por un tiempo la autoridad del capitán general designado legítimamente. Cuando se dio el apartamiento de la Palabra de Dios en la iglesia, entraron las divisiones; y se aplicaron medidas humanas para guiar a esas divisiones. Sin duda alguna, esos inventos humanos fueron introducidos con buenas intenciones, pero sin la autoridad de la Palabra de Dios. Al multiplicarse las sectas dentro del cuerpo profesante cristiano, se establecieron autoridades humanas (con sus credos y reglamentos eclesiásticos) dentro de las diversas denominaciones para dirigir los asuntos de las mismas. En la actualidad, todo eso ha crecido hasta formar un inmenso sistema, y muy poco de ello tiene fundamentación en la Palabra de Dios.
¿Podemos sorprendernos acaso de que los inconversos de este mundo contemplen la iglesia y sacudan la cabeza? Si se les pregunta por qué no creen el evangelio, a menudo señalan el estado de confusión y división de la cristiandad con todas sus voces en conflicto como su excusa para rechazar a Cristo. ¡Qué triste testimonio hemos dado ante este mundo! Desde luego, deberíamos inclinar las cabezas y confesar al Señor que hemos pecado, igual que en la antigüedad Daniel reconoció que tenía parte en la ruina y en el fracaso del testimonio de Israel (Dn. 9:1-19; Ez. 9:1-15; Neh. 9:4-38).

Terminología convencional frente a terminología escrituraria
Mucha de la confusión que existe en el testimonio cristiano procede de la terminología que los teólogos han aplicado a las sencillas verdades de la Biblia. F. B. Hole dijo una vez que la teología moderna ha tomado muchos de los términos de la Escritura y los ha vaciado de su significado escriturario; luego, ha asignado a esos términos significados de invención humana para apoyar su sistema de teología. Cuando comparamos esas ideas con la Palabra de Dios, veremos qué alejamiento ha habido de la verdad por medio de esas cosas.
Uno de los ejemplos más evidentes de cómo la terminología convencional ha dado un nuevo significado a un término escriturario es «la iglesia». La mayoría de los cristianos usan este término para referirse a un edificio al que van los cristianos cuando se reúnen para el culto. Cuando se reúnen en el edificio, dicen: «Vamos a la iglesia.» Sin embargo, la Biblia nunca emplea la palabra de esta manera. La Biblia habla de la iglesia (Gr.: ekklesia) como una compañía de redimidos que han sido «llamados afuera» de los judíos y de los gentiles mediante su creencia en el evangelio. Esas personas componen el cuerpo y la esposa de Cristo, y un día reinarán con Él sobre el mundo. La Biblia muestra claramente que la iglesia no es un edificio material, porque dice que Cristo la amó y se dio a sí mismo a la muerte por ella (Ef. 5:25-26). Desde luego, no lo habría hecho por un mero edificio hecho con manos de hombres. La Palabra de Dios nos dice también que la iglesia se encontraba frecuentemente en casa de alguna persona (Ro. 16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 2). Dice que la iglesia tenía oídos para recibir instrucción (Hch. 11:22, 26); capacidad de discernimiento para conocer la mente del Señor (Hch. 15:22); y podía orar (Hch. 12:5), ser saludada (Ro. 16:5) y ser perseguida (Hch. 8:1; 1 Co. 15:9). Es muy evidente por esas referencias que la iglesia es una compañía de personas salvadas por la gracia de Dios. Un «Ministro» de una denominación local preguntó a una mujer negra de las Pequeñas Antillas que había aprendido algo de la verdad de la iglesia por qué «no iba más a la iglesia». Ella contestó: «La única iglesia de la que leo en la Biblia es la que cayo poniendo los brazos alrededor del cuello de Pablo y le besó. Si eso cayese sobre mí (dijo, señalando al edificio al lado del camino), ¡me mataría!»
Los cristianos usan también erróneamente este término para describir a una secta en la iglesia. Hablan de ser miembros de una iglesia, cuando en realidad están refiriéndose a su condición de miembros de una secta denominacional (o no denominacional) de la iglesia. La verdad es que la Escritura no conoce otra membresía que la del cuerpo de Cristo. Cada creyente en el Señor Jesucristo es miembro de ese cuerpo (1 Co. 12:12, 27).
También oímos de cristianos refiriéndose a personas «uniéndose a una iglesia», cuando en realidad quieren decir unirse a una secta en la iglesia. A. H. Rule dijo: «La iglesia no es una asociación voluntaria a la que pueden unirse las personas voluntariamente y luego dejarla, como es el caso de las sectas.» La Biblia no nos enseña que debamos «unirnos» a una iglesia. Hay sólo una iglesia en la Biblia: a la misma el Señor (no nosotros) une a las personas cuando creen en Él para salvación (Hch. 2:47; 5:14; 11:24; 1 Co. 6:17). Un hermano que tenía conocimiento de esta verdad respondió, cuando le preguntaron a qué iglesia pertenecía: «¡Yo pertenezco a la iglesia a la que nadie puede unirse!» La persona que preguntaba quedó naturalmente asombrada, y le preguntó: «¿Y cómo consiguen ustedes nuevos miembros?» Él respondió: «Oh, el Señor los une cuando son salvos, pero no pueden unirse voluntariamente.» A lo que podemos y deberíamos «unirnos» es a la comunión de los santos, pero no podemos unirnos a la iglesia (Hch. 9:26).
Habrá alguna ocasión en la que alguien preguntará: «¿Quién es la cabeza de vuestra iglesia?» suponiendo que mencionaremos el nombre de algún llamado «Ministro». Sin embargo, la Cabeza de la iglesia de la que habla la Biblia está en el cielo (Col. 1:18).
También hemos oído a gente decir: «Nuestra iglesia enseña que ...» Sin embargo, la Palabra de Dios desconoce en concepto de que la iglesia enseñe. Esto es puramente una idea humana. Si los hombres constituyen una organización con ciertas doctrinas y credos que se formulan como la norma de su secta, no se equivocarían en un cierto sentido al decir que aquella organización enseña. ¡Pero una organización no es la iglesia! La Biblia nos enseña que la iglesia no enseña, ¡sino más bien que recibe enseñanza! Y esta enseñanza la recibe de aquellas personas dotadas que suscita Cristo, la Cabeza ascendida de la iglesia (Hch. 11:26).
Otro ejemplo de la confusa terminología que existe en la Cristiandad lo encontramos en el uso que se hace de la palabra «santo». La mayoría de los cristianos piensan que un santo es una persona que vive o ha vivido una vida ejemplar. Pero la Biblia usa este término para designar a los corintios: a creyentes que estaban señalados por la división y la carnalidad (1 Co. 14); asociados con males morales (1 Co. 5); y había entre ellos algunos que mantenían una falsa doctrina que minaba la base misma del cristianismo (1 Co. 15). En todo el Nuevo Testamento no encontramos un grupo de cristianos que anduviese peor, excepto quizá los gálatas. Sin embargo, y a pesar de todos esos fracasos, la Palabra de Dios ¡llama «santos» a los corintios! (1 Co. 1:2). Por todo esto queda claro que la Biblia tiene una diferente definición para «santo» que la que la gente usa comúnmente en la actualidad.
W. Kelly dijo que en las mentes de la mayoría de la gente un santo es algo más que un cristiano, mientras que en realidad ¡un cristiano es más que un santo! Dijo también: «Muchos considerarían extraña mi doctrina, porque consideran que todos los nacionales de estos países son cristianos y a muy pocos en la tierra como santos —quizá a ninguno hasta que llegue al cielo. Pero para mí es más que evidente —nada más cierto— que un cristiano es un santo, ¡y mucho más!»
La verdad es que todos los cristianos son santos, pero que no todos los santos son cristianos. Un santo es un «santificado». Llega a serlo por el nuevo nacimiento. Ser santificado es ser «apartado» por Dios. Los santificados han sido separados de la masa de la humanidad que se precipita a la destrucción, al recibir una nueva vida (el nuevo nacimiento) de parte de Dios. Consiguientemente, al nacer de nuevo se encuentran entre los que están de camino al cielo. Santificada es lo que es posicionalmente toda persona que posee una nueva vida delante de Dios, con independencia de como pueda andar de forma práctica en su vida.
Todos los creyentes desde el principio del tiempo son santos. Pero los santos de los tiempos del Antiguo Testamento no eran cristianos. Los creyentes desde Pentecostés hasta el arrebatamiento son los únicos que son designados cristianos en la Biblia. La Escritura no se refiere a Abraham, a Job, a Moisés y a otros santos del Antiguo Testamento como cristianos. Es un término específico que describe a los creyentes hoy. Un cristiano es alguien que cree en la obra consumada de Cristo en la cruz. Ha sido sellado con el Espíritu de Dios que mora en él, mediante el cual ha quedado inseparablemente unido a Cristo, la Cabeza de la iglesia. El lugar y la bendición del cristiano como parte del cuerpo y de la esposa de Cristo es algo distintivamente diferente (al ser celestial) y mucho más grande que aquello que tuvieron los santos de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento. Asimismo, aquellos que se volverán al Señor en el venidero período de tribulación de siete años después del arrebatamiento (cuando la iglesia estará en el cielo) no son designados como cristianos, aunque son santos de Dios.
El espacio no nos permite enumerar todos los varios términos que los cristianos usan hoy de manera errónea. Sin embargo, examinaremos algunos de ellos al ir prosiguiendo con nuestro tema.

El prerrequisito imprescindible para aprender la verdad: un buen estado del alma

Puede que preguntemos: «¿Por qué tantos cristianos simplemente han aceptado todo este estado de cosas que ha surgido por invención humana en la Cristiandad, y se han perdido el orden de Dios establecido en la Biblia para el verdadero culto cristiano?» La respuesta es que hay un requisito preliminar para comprender la verdad. Este prerrequisito importante se encuentra en un estado de alma. Los puntos que siguen son absolutamente necesarios si queremos poseer un estado de alma apto para asimilar la verdad de la Escritura:
1) Una buena disposición a hacer la voluntad de Dios.
La Biblia afirma que «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Jn. 7:17). La mayoría de los cristianos, si no todos, quieren conocer la voluntad de Dios para sus vidas. Pero eso no es lo que dice este versículo. Este versículo se refiere a la disposición a hacer la voluntad de Dios, no sólo de conocerla. Muchos cristianos se pasan la vida sin saber cuál es la voluntad de Dios para ellos. Sigue de natural que no conocen Su voluntad acerca de cómo los cristianos deberían reunirse para el culto y el ministerio. La razón para ello es que querer conocer no es suficiente. El conocimiento de la voluntad de Dios se revela a aquellos que están dispuestos a hacer Su voluntad, cueste lo que cueste. Cuando nos comprometemos a hacer la voluntad de Dios, Él nos la da a conocer.
2) Un corazón recto para reconocer la verdad cuando ésta es expuesta.
La Palabra de Dios dice: «Resplandeció en las tinieblas una luz para los rectos» (Sal. 112:4). Puede que no nos guste la verdad cuando nos es presentada, pero si tenemos un corazón sincero, reconoceremos que es la verdad. Si la verdad nos disgusta, ello sólo demuestra que no vamos en la buena dirección, porque la verdad no duele, excepto cuando debe doler.
3) El ejercicio de alma para aplicarse a aprender la verdad
Se dice que «Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla. ... Y publiqué ayuno allí junto al río Ahava, para afligirnos delante de nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes» (Esd. 7:10; 8:21, RVR). Debemos hacer lo mismo. Debe haber diligencia en la búsqueda de la verdad escudriñando la Palabra de Dios (Hch. 17:11). En el libro de Apocalipsis, el apóstol Juan tuvo que «tomar» el «librito» que contenía la verdad de los designios de Dios acerca de Cristo y de Su heredad en la tierra, si lo quería. Lo había pedido, pero el ángel le contestó que ello no era suficiente: «Toma, y cómetelo entero» (Ap. 10:9). Esto nos muestra que la verdad no se da de manera automática a aquellos que meramente la piden, sino más bien a aquellos que tienen la energía espiritual para «tomarla». Sencillamente, desear no es suficiente. «El alma del perezoso desea mucho, y nada alcanza» (Pr. 13:4). Se precisa de diligencia. Pablo dijo a Timoteo: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza rectamente la palabra de verdad» (2 Ti. 2:15). También se refirió a «las palabras de la fe y de la buena doctrina» que Timoteo necesitaba seguir «estrictamente» (1 Ti. 4:6, cp. V.M.). Y añade: «Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen» (1 Ti. 4:15-16). Por lo general, en la actualidad hay una triste falta de estudio personal de las Escrituras. Algunos cristianos sólo reciben alimento espiritual para sus almas mediante el llamado pastor de su iglesia o por lo que oyen por radio. No es probable que esos ministros digan a sus oyentes la verdad acerca de esta cuestión. Por tanto, no hay para sorprenderse de que muchos cristianos no conozcan el orden para la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio.
4) Pasando el tiempo en la presencia del Señor en comunión con Él.
La Palabra de Dios dice: «Tu camino, oh Dios, está en el santuario» (Sal. 77:13, JND). Por cuanto Su camino está «en el santuario», si queremos discernir cuál es, tendremos que estar allá con Él. Estar en Su santuario significa vivir en Su presencia en compañerismo y comunión con Él. La mente del Señor en cuanto a esas cosas nos será revelada cuando estemos en el secreto de Su presencia. «En tu luz veremos la luz» (Sal. 36:9). No hay nada que pueda suplir la comunión con el Señor. Este magno privilegio de comunión con Él nos pertenece para gozar de él en todo momento, porque tenemos libre acceso a Su presencia mediante la oración. «Dichoso el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a los postes de mis puertas» (Pr. 8:34).
Nuestra única conclusión acerca de por qué tantos cristianos simplemente aceptan todo el orden de cosas existente en la profesión cristiana sin cuestionar nada es que debe faltar alguno o cada uno de estos importantes puntos. Nos preguntamos si la situación actual es como en los días de Jeremías, cuando dijo: «los profetas profetizaban al servicio de la mentira, y los sacerdotes dirigían a su arbitrio; y mi pueblo gustaba de esto» (Jer. 5:31).
Paul Wilson solía decir que si tenemos alguna dificultad en nuestra comprensión de algún pasaje de las Escrituras, ello se debe a una o todas de las siguientes tres causas:
No hemos leído el pasaje con atención.
Tenemos una idea preconcebida (o una enseñanza previa) acerca de esta cuestión que nos estorba de ver el verdadero sentido.
Nuestra voluntad está actuando de manera activa, y no queremos la verdad.

No somos llamados a restaurar la ruina del testimonio cristiano

Muchos creyentes rectos y preocupados han preguntado: «¿Qué puedo hacer para ayudar a restaurar las cosas en el testimonio cristiano? ¿Quizá debería presentar esas cosas a mi Pastor para que podamos tener una iglesia más escrituraria?» Para la respuesta a esas cuestiones debemos volver de nuevo a la Palabra de Dios. Las Escrituras indican que la condición caída del testimonio cristiano no será restaurada, sino que será juzgada por Dios. En Romanos 11 el apóstol Pablo se refiere al olivo cuyas ramas fueron «desgajadas», ilustrando de manera figurada cómo Israel iba a ser echado a un lado nacionalmente del puesto de privilegio que ocupaban delante de Dios. Esto tuvo lugar porque rehusaron todo testimonio de Dios en Cristo y al Espíritu Santo. El apóstol se refiere luego a las ramas de un olivo silvestre injertadas en la raíz del olivo. Luego usa eso para ilustrar cómo Dios iba a introducir a los gentiles a una posición de bendición mediante el evangelio. Los que profesan el Nombre de Cristo están ahora en este puesto de privilegio y asociación con Él. Éste es el puesto que ocupa la Cristiandad por la gracia de Dios. Pero el apóstol advirtió que si la Cristiandad (las ramas del olivo silvestre) no permanecía en la bondad de Dios, sería cortada de este puesto de privilegio. Como hemos visto, la Cristiandad ha fracasado en todos los aspectos de su responsabilidad, y espera el juicio, lo cual sucederá después que el Señor llame a los verdaderos creyentes fuera de todo ello en Su venida (el arrebatamiento). Así, vemos que el fin de la Cristiandad es el juicio, no la restauración. Un tipo de esto en la Escritura es que Vastí (la reina gentil —la Cristiandad) es echada a un lado, mientras que Ester (la judía) es introducida para tomar su lugar (Est. 12).
Las cartas del Señor a las siete iglesias en Asia dan proféticamente las etapas sucesivas de decadencia por las que iba a pasar la iglesia profesante. En ninguna parte de esas cartas indica el Señor que el testimonio cristiano fuese a ser restaurado, sino más bien que sería escupido de Su boca al final (Ap. 3:16). Tampoco hay ninguna insinuación en ninguna de las epístolas que habría ninguna restauración del testimonio cristiano.
Más aun, en Mateo 13:28-30 tenemos la propia palabra del Señor de que deberíamos desistir de tratar de remediar la condición caída del testimonio cristiano. Cuando el enemigo hubo sembrado cizaña entre el trigo, los siervos del padre de familia le dijeron: «¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?» Preguntaron si debían tratar de remediar la situación; pero el padre de familia respondió: «No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega.» La «siega» es el fin del siglo (Mt. 13:39). Está claro, entonces, que no somos llamados a corregir los errores de la Cristiandad, sino a dejarlo todo para la venida del Señor. Comparar también con Segunda Crónicas 11:1-4. Ahora bien, si Dios dice que el testimonio cristiano no será restaurado, entonces será una tarea estéril por nuestra parte tratar de remediar la confusión. ¿Nos pediría Él que hiciésemos algo que Su Palabra nos dice que no se puede hacer? Al contrario, el Señor ha dicho: «No os impongo otra carga; no obstante, lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga» (Ap. 2:24-25).

 

Llamamiento a la separación

Aunque no somos llamados a corregir la confusión en el testimonio cristiano, algo que sí podemos hacer es corregirnos a nosotros mismos en relación con dicha confusión. El apóstol Pablo describe la defección del testimonio cristiano como algo tan conducente a la confusión que sólo el Señor podría distinguir entre quien era real y quien no (2 Ti. 2:15-19). Luego prosigue diciendo que nuestra responsabilidad en toda esta cuestión es apartarnos de aquello que sabemos que es malo e inconsecuente con la Escritura, diciendo: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo».
Para ilustrar este tema tan importante, emplea el apóstol la figura de «una casa grande» para describir la confusa situación de la Cristiandad. En la casa había una mezcla de vasos de «oro y de plata» (verdaderos creyentes) y de «madera y de barro» (falsos profesantes). Algunos de esos eran «para usos honrosos» y algunos eran «para usos viles». Si un cristiano ha de ser un vaso «santificado» y «para honra», y dispuesto para toda buena obra a la que el Señor le pueda llamar, ha de pasar por el ejercicio de limpiarse separándose de los vasos entremezclados en la situación de confusión. «Si pues se purificare alguno de éstos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» (2 Ti. 2:20-21, V.M.). El llamamiento del Señor a cada cristiano que se encuentra sumido en la confusión de la «casa grande» es a separarse de tal confusión. Aunque no podemos abandonar la «casa grande» (porque eso significaría abandonar totalmente la profesión de cristianismo), podemos y debemos separarnos del desorden en la casa. Véase también Segunda Corintios 6:14-18; Segunda Timoteo 3:5; Romanos 16:17; Apocalipsis 18:4.

¿Por qué separarse?
Quizá alguien podría preguntar: «¿Por qué es tan importante la separación?» La respuesta es: porque por nuestras asociaciones podemos contaminarnos, y nos contaminarán. La mayoría de cristianos creen que pueden asociarse con lo que quieran sin quedar afectados por ello. Pero la Biblia enseña que sí quedamos afectados por aquellos con quienes nos asociamos. «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33; 1 Ti. 5:22; Hag. 2:10-14; Dt. 7:1-4; Jos. 23:11-13; 1 R. 11:1-8, etc.). Sabemos que éste no es un tema popular para los cristianos hoy en día, pero Dios nos ha dado esas cosas en Su Palabra para que seamos preservados de las sutiles corrupciones del adversario (Satanás). Las cosas que Dios ha dado en Su Palabra son para nuestro bien, no porque quiera destruir nuestro gozo. Él nos ama y se cuida de nosotros, y sabe qué es lo mejor para nosotros. Recordemos también, nunca somos más sabios que la Palabra de Dios.
La Biblia indica que el cristiano debe separarse de tres cosas debido a que la asociación con tales cosas nos afectarán y contaminarán. Esas tres cosas son:
1) El mal moral - Un ejemplo de ello se encuentra en el problema que existía en Corinto, donde tenían a una persona inmoral en medio de ellos. El apóstol les dijo: «¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Purificaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa» (1 Co. 5:6-7). ¡Como grupo, los cristianos asociados con un malo en medio de ellos corrían el peligro de quedar leudados por el pecado de aquella persona, aunque ellos personalmente no hubieran cometido aquel pecado! El apóstol les instruye que debían disociarse del mismo mediante la excomunión de la persona pecadora (1 Co. 5:11-13). Comparar también el pecado de Acán. Cuando pecó, el Señor dijo: «Israel ha pecado» (Jos. 7:1, 11). Aunque sólo un hombre y su familia habían hecho el mal, el Señor acusó a todo Israel de aquella culpa debido a que estaban asociados con él.
2) El mal doctrinal - Un ejemplo de eso lo tenemos en el caso de la «señora elegida» en la Segunda Epístola de Juan. Fue advertida de que si alguien acudía a ella que no permanecía en la doctrina de Cristo, no debía recibir a tal persona en su casa, ni debía siquiera saludarla, porque al hacerlo se hacía participante de su mal. El apóstol Juan dijo: «Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le saludéis. Porque el que le saluda, participa en sus malas obras» (2 Jn. 9, 11). ¡Observemos que si saludaba o recibía a tal persona, se haría incluso partícipe de la mala doctrina de aquella persona, aunque ella misma no recibiese su mala enseñanza! Así, su responsabilidad era mantenerse pura de esas enseñanzas erróneas, y eso debía hacerse mediante la separación.
Los gálatas son otro ejemplo de eso. Entre ellos se habían introducido personas que trataban de judaizarlos, enseñándoles que debían guardar la ley. El apóstol Pablo dice a los gálatas: «Corríais bien; ¿quién os impidió obedecer a la verdad? Esta persuasión no procede de aquel que os llama. Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Gá. 5:7-9). Vemos aquí que esta errónea enseñanza tuvo el mismo efecto de fermentación sobre los gálatas que la persona inmoral en medio de los corintios (1 Co. 5:6-7). Eran leudados por las doctrinas judaizantes con las que estaban asociados.
Los corintios habían también admitido malas doctrinas acerca de la doctrina de la resurrección, y el apóstol Pablo lo relacionó con la asociación que habían tenido con ciertos maestros entre ellos que sostenían doctrinas torcidas. Por ello les advirtió, diciendo: «No os dejéis engañar; las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33).
Pablo dijo también a Timoteo que si se encontraba con alguien que enseñaba cosas contrarias a la sana doctrina, que debía «apartarse» de tal persona, porque si no lo hacía se haría partícipe del mal de aquella persona (1 Ti. 6:3-5).
3) El mal eclesiástico - El mismo principio es cierto en el mal y desorden religioso (esto es, clericalismo - el sistema clero/laicos). Cuando nos asociamos con una comunión particular de cristianos que tiene un sistema de cosas que no es conforme a la Palabra de Dios, tanto si mantenemos lo que ellos practican como si no, seguimos identificados con él. Este principio queda claramente establecido por el apóstol Pablo en Primera Corintios 10:14-22. Muestra allí que el principio de identificación existe, sea en el cristianismo, el judaísmo o el paganismo. En cada caso, la participación en un orden religioso de cosas es la expresión de la comunión de uno con todo lo que existe allí.
Con respecto al cristianismo, dice el apóstol: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión en el cuerpo de Cristo?» (1 Co. 10:16). Es evidente por ello que nuestro acto de partir el pan (participando de la Cena del Señor) es la expresión de nuestra comunión con aquellos con los que partimos el pan.
Con respecto a Israel, el apóstol expone que existía el mismo principio, diciendo: «Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no están en comunión con el altar?» (1 Co. 10:18). El que participase de los sacrificios en el altar sobre el que se ofrecían se identificaba con todo aquello que significaba el altar.
Y el apóstol expone también que el mismo principio es cierto con respecto a la idolatría en el paganismo, diciendo: «Lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios, y no a Dios; y no quiero que vosotros tengáis comunión con los demonios» (1 Co. 10:20). En este caso, los que participaban de la «copa de los demonios» estaban en comunión con demonios.
¡Permanece por tanto el hecho de que nuestro acto de participar con un grupo eclesial determinado constituye nuestra identificación con todo lo que tiene lugar allí! Si ellos enseñan mala doctrina, estoy en comunión con ella. Si están dedicados a una práctica no escrituraria de culto, también estoy en comunión con ella. Y Dios no quiere que Su pueblo tenga comunión con malas doctrinas o prácticas (2 Co. 6:14-18). Por eso dijo el apóstol Pablo que cuando surge la confusión religiosa en la casa de Dios, debemos limpiarnos de esas cosas separándonos de ellas (2 Ti. 2:20-21).
Otra razón por la que es necesario separarse del orden de hechura humana en las denominaciones es que si nos quedamos en ellas no podremos practicar el orden de Dios tal como se encuentra en la Escritura, porque esos lugares distan de practicar el orden escriturario.

Un remanente de judíos salidos de Babilonia

El Antiguo Testamento nos da una ilustración de este ejercicio de separación de la confusión religiosa. Siguiendo la historia de los hijos de Israel a través de los libros de los Reyes y Crónicas, vemos que después de haberse establecido en su tierra prometida con su servicio de culto promulgado por Dios, fueron alejándose lentamente de la Palabra de Dios. Introdujeron cosas que Dios nunca les había mandado (p.e., 1 R. 11:7-8; 2 R. 16:10-18). A causa de su desobediencia y fracaso por no confiar en el Señor, perdieron poco a poco la tierra en manos de sus enemigos, hasta que por fin llegaron los babilonios y los desarraigaron totalmente de ella. Fueron introducidos en el vasto sistema de Babilonia (que significa «confusión»). Muchos de los vasos del templo fueron tomados e incorporados en el paganismo de Babilonia. Mientras los hijos de Israel permanecieron en aquella tierra de confusión religiosa que era Babilonia, apenas quedó una traza de su culto promulgado por Dios. Allí estaban sus vasos de adoración (Dn. 1:2; 5:2, 5), pero todos estaban mezclados en aquel vasto sistema de cosas que no procedía de Dios. ¡Qué triste imagen de fracaso!
Lo que debemos ver en esta triste imagen es una correlación con la historia de la iglesia. No mucho después de que Dios hubiera establecido la iglesia en la simplicidad del culto y del servicio cristiano, hubo también un apartamiento de la Palabra de Dios. No pasó mucho tiempo antes que el testimonio cristiano cayera en la gran ruina y el gran fracaso de que hemos estado hablando. Con ello, la iglesia fue también llevada a la confusión religiosa tipificada por Babilonia. El alejamiento es hoy tan grande que el verdadero cristianismo bíblico es apenas reconocible entre todos los aditamentos ajenos que han sido adjuntados al Nombre de Cristo. ¡Qué triste testimonio de la ruina de aquella que ha sido la depositaria de la más excelsa verdad que Dios haya dado a conocer al hombre!
Después que los hijos de Israel pasaran setenta años en Babilonia, hubo entre algunos de ellos el anhelo de volver (mediante el decreto de Ciro, rey de Persia) a Jerusalén, el lugar dado por Dios a Israel para el culto. Su deseo era entonces adorar a Jehová en la manera y en el lugar que Dios les había designado originalmente. De modo que Josué y Zorobabel (y más adelante Esdras y Nehemías) partieron de Babilonia acompañados de unos pocos miles de judíos. Volver a Jerusalén significaba abandonar (o separarse de) Babilonia. Abandonar Babilonia significaba dejar a muchos de sus propios hermanos que no estaban interesados en dejar la confusión que existía en aquella tierra.

Seis excusas que se dan generalmente para no separarse del orden de hechura humana en las denominaciones:
1) «¡No deberíamos juzgar a otros cristianos!»
Hay ocasiones en que algunos dirán: «No querría separarme de mi "iglesia" porque al hacerlo los estaría juzgando, y la Biblia dice que no debemos juzgarnos unos a otros.»
Para algunos cristianos, esas cuestiones que hemos estado considerando pueden sonar semejantes al espíritu farisaico de «juzgar». Y es cierto que no debemos juzgar los motivos de los demás, porque sólo Dios es el Juez de los motivos (Mt. 7:1; 1 S. 2:3; 1 Co. 4:4-5). Pero sí debemos juzgar las doctrinas de una persona (1 Co. 10:15; 14:29), sus acciones (1 Co. 5:12-13) y sus frutos (Mt. 7:15-20). No se trata de que los que tienen esas inquietudes crean que son mejores que otros cristianos, ni quieren juzgar los motivos de otros cristianos que persisten en los arreglos humanos dentro de la casa de Dios. La guía última del cristiano es la Palabra de Dios, y es ella la que juzga que el orden humano de cosas en las denominaciones está mal. Debemos juzgar aquello que la Palabra de Dios juzga. Cuando todo el orden de hechura humana en la Cristiandad culmine en la falsa iglesia en el libro de Apocalipsis (bajo la figura de «Misterio, Babilonia la Grande», RV), Dios ejecutará el juicio sobre ella, y desaparecerá para siempre. Cuando ello suceda, la Palabra de Dios dice: «Dios ha juzgado vuestro juicio de ella» (Ap. 18:20, Gr.; cp. BAS, margen). Esto muestra que antes de este tiempo los creyentes ya habían pronunciado juicio sobre ella. En aquel día venidero, Dios llevará esos juicios a su ejecución. Esto muestra que los cristianos tienen el deber de juzgar lo que es antiescriturario en la Cristiandad de una manera factual.
El Antiguo Testamento presenta otro tipo que ilustra este extremo. Jeroboam introdujo en Israel un nuevo sistema de culto que era puramente de su invención. No tenía orden de Dios para establecerlo. Sin embargo, estableció dos nuevos centros de culto en Israel, en Bet-el y Dan. También estableció un nuevo sacerdocio en esos lugares que era «conforme» al orden de Dios en Jerusalén. Lo hizo, sin duda, para dar a la gente la impresión de que este nuevo orden de cosas procedía de Dios. Pero condujo a Israel al pecado al inducir a la nación a adorar en esos lugares (1 R 12:28-33). Apenas es necesario añadir que aquello desagradó al Señor.
No mucho después de esto, el Señor envió a un profeta a Bet-el a clamar contra el altar que Jeroboam había levantado. El profeta «clamó contra el altar por palabra de Jehová y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: ... Y en aquel mismo día dio una señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará» (1 R. 13:1-3). Observemos cuidadosamente que el profeta clamó contra el altar, y no contra la gente que adoraba allí. El altar con su becerro, siendo el centro del culto en Bet-el, representaba todo el sistema de cosas establecido por Jeroboam. Esto ilustra nuestro razonamiento. No queremos clamar contra (ni juzgar a) nuestros hermanos mezclados con la confusión de la casa de Dios, ¡sino en contra del sistema, porque no es de Dios!
El mensaje del profeta molestó enormemente a Jeroboam, e hizo un gesto contra el profeta, pero al hacerlo se le secó la mano. Sin embargo, el profeta oró por la restauración de la mano de Jeroboam. Esto indica que su intención no era perjudicar a Jeroboam ni a la gente. Quería el bien y la bendición de ellos. Muchos cristianos que quieren seguir en el sistema de cosas dominante en la Cristiandad se ofenden personalmente, como sucedió con Jeroboam, cuando se suscita la cuestión de la separación de la confusión en la casa de Dios. Sin embargo, no es nuestra intención atacar a ninguna persona, sino hablar la verdad de Dios en amor (Ef. 4:15). Nunca deberíamos ofender personalmente a nadie, pero cuando la verdad es presentada a alguien que no la quiere, a veces se sentirán ofendidos por ella (Mt. 15:12; Gá 4:16). En tal caso, debemos dejarlos en manos del Señor.
2) «Separarse demuestra falta de amor.»
Algunos cristianos creen que separarse de otros cristianos que «piensan de modo diferente» es sencillamente algo demasiado extremado, y que demuestra falta de amor.
Pero la Biblia dice que la manera más grande que tenemos de mostrar amor a los hijos de Dios es mediante nuestra obediencia personal a Dios. «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos» (1 Jn. 5:2-3). La pregunta es: «¿Qué es más importante, la obediencia a Dios, que demuestra nuestro amor hacia Él, o nuestra permanencia en una posición no escrituraria debido a que queremos mostrar amor a las personas que se encuentran allí?» La desobediencia a la Escritura no es amor. No deberíamos poner al pueblo de Dios por encima del Señor. Él debe tener el primer lugar. El Señor Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos ... El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama» (Jn. 14:15, 21).
3) «¡Nuestra iglesia está creciendo!»
Otros podrían responder a esas cosas diciendo: «¡Pero estamos creciendo! Esto demuestra que Dios está dando bendición a nuestra iglesia; y si Dios la está bendiciendo, no estará equivocada. ¿Por qué debería separarme de algo que Dios está bendiciendo de manera evidente?»
El problema aquí reside en las definiciones. Cuando las personas hablan de crecimiento, por lo general se refieren al aumento en cantidad (de personas). La Biblia, sin embargo, se refiere al crecimiento como un desarrollo y maduración espiritual en el creyente (1 P. 2:2; 2 P. 3:18; Ef. 4:15-16; Col. 1:10; 2:19; 1 Ts. 3:12; 4:10; 2 Ts. 1:3; Hch. 9:22).
El crecimiento numérico no es señal de la aprobación o bendición de Dios. Es una total inconsecuencia identificar el aumento numérico con la bendición de Dios. ¡Si ello fuese así, entonces la Iglesia Católica Romana sería la denominación aprobada por Dios, porque se jacta de tener la mayor cantidad de miembros de todas las iglesias! Los Testigos de Jehová se jactan de un crecimiento numérico fenomenal. ¿Significa eso que Dios les está bendiciendo? Si el criterio para discernir si Dios está bendiciendo algo reside en la cantidad de seguidores que tiene, entonces Dios debe estar dando bendición a los musulmanes: ¡el Islam se jacta de poseer una quinta parte de la población mundial!
La Palabra de Dios dice que la única clase de personas que van a aumentar numéricamente en la iglesia en los últimos días son los malos hombres y los impostores, afirmando que «muchos seguirán sus disoluciones» (2 Ti. 3:13; 2 P. 2:2). Al jactarnos de grandes números, podríamos estar reconociendo de manera irreflexiva que estamos con un grupo de los que advierte la Escritura que surgirían en la iglesia en los últimos días. Naturalmente, no es éste siempre el caso, pero debería servir de advertencia para que nadie quiera jactarse en números. Es evidente por las Escrituras que los creyentes fieles y piadosos irán disminuyendo al irse entenebreciendo la situación (2 Ti. 1:15; Sal 12:1).
En un sistema de cosas que está mayormente sustentado por donaciones y ofrendas de la congregación, los números son importantes para esas iglesias. Pero Dios no está interesado por los números como el hombre. La clase de crecimiento que Dios busca en Su pueblo redimido es el crecimiento en la madurez espiritual. En este contexto, ¿cuánto crecimiento hay en los miembros de las diversas denominaciones? Si el reconocimiento de la verdad es una prueba de la madurez espiritual (1 Co. 10:15; Fil. 1:9-10; He. 5:14), preguntamos: «¿Recibirían ellos la verdad acerca de la iglesia (su orden y función) si fuera puesta delante de ellos?» Estamos seguros de que la mayoría la rechazarían, como Pablo predijo que harían en los últimos tiempos (2 Ti. 4:3-4).
4) «¡Dios está usando las denominaciones!»
Algunos cristianos dirán: «Pero sigo pensando que no está mal adorar con un grupo de creyentes en su denominación sólo porque el orden de cosas en ella no esté en la Biblia. ¡Después de todo, Dios está usando esas iglesias denominacionales! Hay personas que están siendo salvas, y los cristianos reciben bendición allí. Si Dios puede usarlas, ¡no pueden ser tan malas que deba separarme de ellas! ¿Por qué debo separarme de algo de lo que Dios evidentemente no se ha separado?»
Aunque pueda parecer que Dios está usando las iglesias denominacionales (y no denominacionales), queremos observar inmediatamente que no son las denominaciones de hechura humana lo que Él está usando, sino Su Palabra. La Biblia dice: «Mas la Palabra de Dios no está presa» (2 Ti. 2:9). Dios puede usar y usa Su Palabra para bendición allí donde es ministrada. Cuando un llamado Pastor o Ministro predica la Palabra (2 Ti. 4:2) y ministra su verdad a sus oyentes, el Espíritu de Dios la tomará y la aplicará a los corazones y a las conciencias de los que están allá. Sí, se salvan personas en esos lugares. No hay duda alguna acerca de ello. Pero el hecho de que Dios esté salvando personas en esas iglesias no significa que Él esté dando Su aprobación al orden de hechura humana contrario a Su Palabra escrita. Él nunca aprueba algo que contradiga a Su Palabra. Uno podría llevar la Palabra de Dios a un lugar de impiedad como una taberna, y el Espíritu podría usarla para la salvación de alguien. ¡Pero esto no significaría que Dios esté usando las tabernas! Eso no justifica su existencia. Naturalmente, éste es un ejemplo extremo, pero ilustra nuestro argumento de que Dios puede usar Su Palabra en cualquier lugar.
En tanto que Dios usa Su Palabra donde le place (Is. 55:11), el cristiano no debe andar por donde le plazca, sino según el camino que Dios le ha señalado en Su Palabra. El cristiano debe amar a todo el pueblo de Dios, pero sus pies deben permanecer en el camino de la obediencia a la Palabra de Dios que le llama a separarse del desorden que el hombre ha introducido en la casa de Dios (2 Ti. 2:20-21). El mero hecho de que haya una bendición tangible en algún sistema o denominación no significa que el cristiano quede exento de su responsabilidad de andar en la verdad de la Palabra de Dios. No debe abandonar el camino de la obediencia sólo para tener comunión con algo que sepa que es antiescriturario.
5) «¡Puedo hacer mucho bien quedándome donde estoy!»
Otros pueden decir: «Sé que hay muchas cosas que no están precisamente bien en mi iglesia, pero, ¿por qué debo dejar mucho de lo que creo es bueno por algunas cosas que no sean conforme a las Escrituras? Además, me parece que puedo hacer mucho bien ayudando a las personas aquí. Si me voy, no podré ayudarlas.»
Si volvemos a la figura que emplea el apóstol Pablo de los vasos en la «casa grande», veríamos que no se trata de si el Señor puede usar los vasos de honra mezclados con los vasos para deshonra. El fondo de la cuestión es que no podrá usarlos para todo lo que el Señor pueda querer hacer. Un plato sucio en casa es útil para algunos trabajos. Si es necesario cambiar el aceite del automóvil, un plato que no esté limpio puede ser utilizado sin problemas para ese trabajo. Pero un plato limpio puede ser empleado para cualquier propósito en casa. Este principio funciona de manera idéntica en la casa de Dios.
Algunos pueden pensar que estamos hablando con menosprecio de aquellos cristianos asociados con las iglesias, al decir que no están limpios. Pero esperamos que no estamos hablando con menosprecio de ninguno del pueblo del Señor. Querríamos recordar al lector que no son nuestras palabras: es lo que dice la Palabra de Dios. Es la Escritura la que dice que una persona no es un vaso «santificado» hasta que se haya limpiado de la confusión en la casa de Dios separándose de dicha confusión (2 Ti. 2:21).
Algunos dirían: «De todos modos, ¿qué servicio querría el Señor que se llevase a cabo que no podría llamar a alguien de una denominación para el mismo?» Para ilustrar nuestro argumento, supongamos que hay algunos cristianos que están en ejercicio de alma en cuanto a la verdad de cómo Dios quiere que los cristianos se reúnan para el culto y el ministerio. ¿Podría el Señor llamar a alguien de los sistemas eclesiásticos para delinear la pauta escrituraria para el culto y el ministerio? E incluso si alguien asociado con las iglesias supiera algo de la verdad de la Escritura acerca de esa cuestión, si tratase de explicarla estaría poniéndose en evidencia al no hacer lo que estaba enseñando a otra persona que se debe hacer. Sus palabras parecerían como una burla de la verdad, y por ello no tendrían poder para librar a la persona de una posición falsa (Gn. 19:14).
No hay duda alguna de que una persona puede hacer algún bien en las iglesias. Eldad y Medad son un ejemplo de esto (Nm. 11:26). Permanecieron en el campamento de Israel cuando el Señor los había llamado fuera a Sí mismo (Nm. 11:16, 24-26). Estaban siendo de utilidad allí, pero ¿era acaso el más alto llamamiento para ellos cuando el Señor había dicho claramente: «Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel»?
Otro ejemplo lo tenemos en Noemí en la tierra de Moab. Fue de ayuda para Rut en cuanto que Rut se volvió de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero (Rt. 1:16-17). Pero eso no justifica que Noemí estuviese en aquel lugar. En primer lugar, ¡Noemí no debiera haber estado allí! El Señor hubiera podido llevar a Rut al conocimiento del verdadero Dios sin Noemí. La Escritura dice: «El obedecer es mejor que los sacrificios» (1 S. 15:22). Esto significa que obedecer es nuestro primer deber, y que dejamos el resto en manos del Señor. El Señor considera la obediencia como más importante que hacerle algún servicio. La mayor ayuda que podemos ofrecer a los que están atrapados en la confusión en la casa grande es mantenernos fuera de la confusión y buscar sacar a otros de la misma (2 Ti. 2:24-26). Si vemos a alguien atrapado en un foso, no entramos en el foso para ayudarlos a salir de él. Podríamos vernos atrapados nosotros mismos allí. En lugar de ello, nos ponemos en un lugar seguro y tratamos de sacarlo. Lo mismo sucede con las cosas divinas.
6) «¡No deberíamos dejar de congregarnos!»
Otros podrían decir: «¿Pero no nos exhorta la Palabra de Dios a no dejar nuestra congregación? (He. 10:25, RV.) Si me separo de mi iglesia, no estaré obedeciendo esta Palabra.»
Cierto, la Biblia nos ordena no dejar nuestra congregación. Pero un cristiano no necesita pertenecer a una denominación no escrituraria (ni a una comunión no denominacional) para obedecer a la Escritura. El Señor Jesús dijo: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt. 18:20).
Si la Palabra de Dios nos manda que nos congreguemos, desde luego también debe decirnos cómo debemos hacerlo. Y vemos esto como una confirmación de que Dios tiene ciertamente un modelo según el que deben los cristianos reunirse para el culto y el ministerio.

La separación no es aislamiento

Cuando la Palabra de Dios se refiere a la separación, no está refiriéndose a un aislamiento. Ninguno de los escritores del Nuevo Testamento, al tratar acerca de la ruina y de la confusión en el testimonio cristiano, presenta que la respuesta sea que el cristiano se aísle. De hecho, dicen lo contrario. El mismo pasaje de la Escritura que nos manda limpiarnos de la confusión de la casa grande separándose de dicha confusión nos dice también: «Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» (2 Ti. 2:22). Esto muestra que debemos buscar la comunión con aquellos que tratan de mantener los principios de la Palabra de Dios.

¡Más luz!

Un importante principio para ser guiados en un tiempo de defección es: «Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien» (Is. 1:16-17). No será hasta que estemos preparados para separarnos de aquello que sabemos erróneo en el ámbito de la profesión cristiana que podremos esperar recibir luz para los siguientes pasos en el camino. Cuando tratemos de andar en la luz que Dios nos ha dado, nos dará más luz. «En tu luz veremos la luz» (Sal. 36:9). Este es un principio constante en toda la Escritura.
Abraham es un ejemplo de eso. Dios lo llamó mientras vivía en la tierra de Ur de los Caldeos, y le mandó que fuera a un lugar en la tierra de Canaán que le mostraría a su debido tiempo (Gn. 12:1-3; Hch. 7:2-3). Por la fe «salió sin saber adónde iba» (He. 11:8). Cuando se detuvo en el camino en Harán y se estableció allí, no recibió más luz ni comunicación de parte de Dios para su camino (Gn. 11:31). No fue hasta que hubo continuado su viaje hasta la tierra de Canaán, como el Señor le había mandado, que recibió una nueva comunicación del Señor (Gn. 12:4-7). Y lo mismo nos sucede a nosotros en el camino de la fe. Es algo como los faros de un automóvil que se desplaza en medio de la noche. Sólo dan luz al viajero para 70 a 100 metros a la vez. Al ir moviéndose el vehículo, el conductor tiene luz para la carretera para los siguientes 70 a 100 metros. Pero si el automóvil se detiene, el conductor no tiene luz para más adelante. Y recordemos, es a aquellos que estén dispuestos a hacer la voluntad de Dios, cueste lo que cueste, que les será dado conocer la verdad (Jn. 7:17).

 

«Entonces, ¿a dónde debería ir?»

Después que alguien ha descubierto que ha estado en un círculo de comunión en la Cristiandad que presenta mucho orden de hechura humana y se ha separado del mismo, entonces puede que se pregunte: «Entonces, ¿a dónde debería ir?»
Cuando contemplamos todos los nombres y las divisiones en el desorden de la Cristiandad, ésta es desde luego una cuestión que puede llevar a la perplejidad. Pero, sin dudarlo ni un momento, respondemos: «A Dios y a la palabra de su gracia» (Hch. 20:32). Debemos buscar la mente de Dios en Su Palabra. Si todos están de acuerdo en que la Palabra de Dios debe ser la guía para el cristiano, entonces será en Su Palabra que deberemos buscar para encontrar la clase de comunión cristiana donde Él querría vernos. Preguntamos entonces: «¿Qué denominación indica la Palabra de Dios a la cual debo unirme?» La respuesta es que a ninguna, porque no habla de unirse a denominaciones. «Entonces no puedo pertenecer a ninguna, porque si lo hago, ¡me situaré en una situación en la que la Palabra de Dios no me ha situado!»
Volviendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, descubrimos que no nos ha dejado sin luz tocante a esta cuestión. «Resplandeció en las tinieblas una luz para los rectos» (Sal. 112:4; Sal. 119:105, 130). Su Palabra dice: «Y éste es el amor, que andemos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento, tal como lo oísteis desde el principio, para que andéis en él» (2 Jn. 6). Esto indica de manera clara que en un día de defección y de confusión, cuando las enseñanzas y prácticas malas prevalecen en el testimonio cristiano (porque este es el contexto de esta Segunda Epístola, véase vv. 7-11), debemos volver a lo que era «desde el principio»: los primeros principios del cristianismo. Debemos volver a la Palabra de Dios y ver cómo se reunía la iglesia primitiva para el culto y el ministerio, y que eso sea nuestro modelo.

La Iglesia no aparece en el Antiguo Testamento

Cuando buscamos en la Palabra de Dios para estudiar el orden y la función de la iglesia, debemos buscar en el Nuevo Testamento, y en particular en las epístolas. Allí es donde se expone la verdad de la iglesia.
Una de las claves mayores para comprender lo que es la iglesia es contemplar que no forma parte de la revelación del Antiguo Testamento. Cristo y Su iglesia es el gran misterio de Dios (Ef. 5:32). Misterio, en su sentido bíblico, no significa algo difícil de comprender, sino un secreto que Dios ha guardado oculto desde antes de la fundación del mundo (Ro. 16:25). El gran secreto de los propósitos eternos de Dios es que cuando Israel rechazase a su Mesías (Cristo) y, por consiguiente, fuese echada a un lado temporalmente en los tratos de Dios, que entonces el Espíritu Santo recogería por medio del evangelio, de entre todas las naciones, a creyentes de los judíos y de los gentiles para constituir una compañía celestial de santos que sería unida a Cristo como Su cuerpo y esposa. Esto es algo que estaba oculto en el corazón de Dios, y que no fue revelado en el Antiguo Testamento (Ef. 3:9). Los pertenecientes a otras edades no supieron nada de esto, porque no tuvo siquiera comienzo hasta el día de Pentecostés (Mt. 16:18, «edificaré»; Hch. 2:1-3, 47; 11:15). Así, este secreto no fue dado a conocer hasta los tiempos del Nuevo Testamento, por medio del ministerio especial del apóstol Pablo (Ef. 3:2-5, 9; Col. 1:24-27).
El misterio no es Cristo en Su persona, ni Su perfecta vida en este mundo como Hombre, ni Su muerte y resurrección, ni Su venida a reinar sobre este mundo en poder y gloria. Esas cosas fueron todas anunciadas en las Escrituras del Antiguo Testamento. ¡El maravilloso secreto es que Cristo tendrá la iglesia (Su cuerpo y esposa) a Su lado en aquel día venidero cuando reinará públicamente sobre este mundo! Desde el día de Pentecostés hasta la venida de Cristo (el arrebatamiento) Dios llama a gentes de todas las naciones por el evangelio para tener parte de este maravilloso privilegio (Hch. 15:14).
Ahora bien, siendo que la verdad de la iglesia no forma parte del Antiguo Testamento, ¡no recurrimos a él para aprender cómo la iglesia debería adorar y funcionar en cuanto a su administración, por cuanto no está ahí! Eso es de enorme importancia. Es algo que las iglesias denominacionales (y no denominacionales) han comprendido mal.

El Antiguo Testamento es un libro de tipos y figuras para el cristiano

No decimos con esto que los cristianos no deban leer el Antiguo Testamento. Bien al contrario: «Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Ti. 3:16). El Nuevo Testamento deja bien claro que «las cosas que se escribieron en el pasado, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por medio de la paciencia y de la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Ro. 15:4). Esto muestra que aunque el Antiguo Testamento no fue escrito a nosotros como cristianos, sí que fue escrito para nosotros. Pero es de la mayor importancia que veamos que aparte de las cuestiones morales (las cuales nunca cambian ante Dios), la manera en que los cristianos deben leer y aplicar el Antiguo Testamento es como tipo y figura. Las cosas que se registran en las Escrituras del Antiguo Testamento son ahora tipos y figuras para nosotros como cristianos (1 Co. 10:11; He. 8:5; 9:9, 23-24; 10:1; 11:19; 1 Co. 9:9-10; Gá. 4:24; Ro. 4:23; 5:14; Jn. 5:39; Lc. 24:27, 44). Somos instruidos por el Antiguo Testamento aprendiendo los principios subyacentes en el mismo.

El judaísmo no es un modelo para el culto cristiano

Con todo, las iglesias de hechura humana en la Cristiandad han ignorado la llana enseñanza de la Escritura que dice que el tabernáculo es una figura del verdadero santuario al que ahora tenemos acceso por el Espíritu (He. 9:8-9, 23-24, RV). En lugar de ello, han usado el tabernáculo ¡como modelo para sus edificios eclesiales! Han tomado prestadas muchas cosas del Antiguo Testamento en un sentido literal para sus lugares de culto y para sus servicios religiosos. Con ello, se pierde de vista el verdadero significado de lo que significan aquellas cosas en sentido figurado. En la Cristiandad se han erigido magníficos edificios y catedrales siguiendo el modelo del templo del Antiguo Testamento. A veces designan esos edificios como «Templo» o «Tabernáculo», siguiendo el judaísmo del Antiguo Testamento. Algunas denominaciones han llegado hasta el extremo de acordonar una parte del edificio como más santo que el resto; y se refieren a ello como «el santuario», como en el tabernáculo del Antiguo Testamento. Todo esto deja patente que los cristianos han perdido de vista hace ya mucho tiempo la realidad de que la casa de Dios hoy es una «casa espiritual» formada por personas redimidas (1 Co. 3:9; Ef. 2:19-22; He. 3:6; 1 P. 2:5), y no una casa material literal.
También han constituido a una clase especial de personas (el clero) en distinción a los laicos (el pueblo) que llevan a cabo los servicios religiosos en lugar del pueblo, así como el sacerdocio aarónico había sido separado del resto de los israelitas para que ministrasen en el santuario. También tienen orquestas y coros como los que David y Salomón habían dispuesto para su culto judaico en el templo. ¿De dónde viene todo esto? ¿Hay alguna autoridad procedente de la Escritura para que la iglesia esté haciendo tal cosa? Podríamos dar una lista de más de dos docenas de puntos que practican las denominaciones y que han sido adoptadas de manera literal procedente del judaísmo. Es cierto que han alterado esas cosas hasta cierto punto, para conjugarlas con su idea de lo que es el cristianismo, pero todas esas cosas siguen teniendo todo el aderezo judaico.

Los edificios de iglesia —¿una ayuda o un obstáculo para el evangelio?

El público en general se ha acostumbrado tanto a los edificios de iglesia y a las catedrales, que creen que es el ideal de Dios. En la manera de pensar de la mayoría de la gente son sinónimos del cristianismo. Pero el Nuevo Testamento ni siquiera insinúa que ése sea el designio de Dios para la iglesia. Hay al menos cuatro razones por las que esos edificios relacionados con el cristianismo tienden a estorbar en lugar de ayudar al evangelio.
1) No son escriturarios. Como ya hemos visto, sencillamente son inconsecuentes con la verdad del cristianismo del Nuevo Testamento. Las personas pueden ser llevadas a creer que el cristianismo es una continuación del judaísmo, sólo con algunas nuevas alteraciones cristianas. Pueden llegar a concluir erróneamente que Dios habita «en templos hechos por manos humanas», y que sólo puede ser adorado en ellos (Hch. 17:24-25).
2) Dan un falso mensaje al mundo. Al erigir enormes edificios, la iglesia demuestra de una manera práctica que está más preocupada por su propia comodidad que por las personas necesitadas. Las personas pueden ser inducidas a creer que Dios sólo está interesado en el dinero.
3) No son económicos. Poner este énfasis en edificios lujosos mientras hay millones de personas en el mundo con necesidades espirituales y materiales es simplemente un mal uso del dinero. La mayoría de los fondos que la iglesia recibe en sus colectas debería ser para apoyar el evangelio y para la diseminación de la verdad, no para modernos programas de construcción de edificios y de organizaciones paraeclesiales. Los pesados pagos del capital y del interés tienden a inducir a los líderes de la iglesia a animar a que se dé más generosamente en las ofrendas para poder pagar el edificio y su mantenimiento. Con los miles de dólares que se reciben semanalmente, parece que la iglesia no tiene tantos problemas en cuanto a las ofrendas que recibe como en cuanto a qué dedicar los fondos que recibe.
4) Es difícil conseguir que la gente asista a reuniones en los monumentales edificios de iglesia relacionados con el cristianismo. Esos imponentes edificios tienden a disuadir, y no a atraer, a personas con poca o ninguna influencia cristiana. Todo ello les es generalmente repulsivo. (¡La gente del mundo parece tener un mejor criterio de lo que es apropiado para el cristianismo que los mismos cristianos!) Hay una vigorosa reacción en contra del formalismo, en particular entre los jóvenes. Hay también un temor a que se les pida dinero. Pero muchas de estas mismas personas están bien dispuestas a asistir a un estudio bíblico conversacional en una casa o en un local con menos pretensiones. Se sienten más cómodas en una atmósfera informal y no profesional, y por ello son más susceptibles a recibir el evangelio.

El cristianismo es de carácter celestial

Si vamos a comprender lo que es el verdadero cristianismo, debemos ver que el judaísmo y el cristianismo son en realidad dos tipos distintos y contrapuestos de culto. El judaísmo es una forma terrenal de acercarse a Dios en adoración, por parte de un pueblo terrenal con esperanzas terrenales y con una herencia terrenal. El cristianismo es un orden de adoración celestial para un pueblo celestial que tiene esperanzas celestiales y una herencia celestial (He. 3:1; Col. 1:5; Fil. 3:20; 1 P. 1:4).
Consiguientemente, en el verdadero cristianismo no tenemos la observancia de días santos ni de festividades religiosas especiales, porque esas cosas pertenecen a la religión terrenal. Cuando los gálatas se volvieron en pos de los elementos débiles y rudimentarios de la religión terrenal, el Apóstol Pablo les dijo: «¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar de nuevo? Seguís observando los días, los meses, las estaciones y los años» (Gá. 4:9-10). Israel observaba días santos religiosos especiales porque tenían una religión terrenal. Esto era correcto y apropiado en su caso, pero la iglesia no tiene tal cosa. Sin embargo, las denominaciones han perdido mayormente de vista el llamamiento celestial de la iglesia y se han inventado días religiosos especiales como Viernes Santo, Todos Santos, Cuaresma, etc. Esas cosas no se encuentran en ningún lugar de la Biblia. Colosenses 2:16-17 nos dice: «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados.» Hay tan solo un día que debería tener significado para el cristiano, y éste es «el día del Señor» —el primer día de la semana (Ap. 1:10).

El verdadero cristianismo está «fuera del campamento»

El Nuevo Testamento indica que la iglesia primitiva, que era predominantemente judía, abandonó aquel orden judaico de cosas por el verdadero cristianismo. La carga de la Epístola a los Hebreos es mostrar que el culto cristiano está realmente en contraposición al culto judaico, en lugar de ser una extensión del mismo.
Después de elaborar toda una serie de argumentos a este fin en la epístola, la conclusión de toda la cuestión es exhortar a la iglesia a que abandone totalmente aquel orden judaico de cosas para seguir al Señor Jesucristo, que actualmente está fuera de todo ello. Dice: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13). El «campamento» es un término que designa al judaísmo y a todos los principios y prácticas relacionados con él. Un judío no tendría dificultad alguna para comprender lo que significaba este término, porque se usaba en el Antiguo Testamento en relación con Israel y Jerusalén. La iglesia primitiva obedeció (después de una cierta insistencia) porque comprendieron que el cristianismo no era simplemente una ligera alteración del judaísmo, como muchos cristianos piensan en la actualidad, sino un modo totalmente «nuevo» de acercarse a Dios en adoración (He. 10:20). Era algo difícil para un judío al principio, y fue la causa de la redacción de las epístolas hebreo-cristianas. Esas epístolas (Hebreos, Santiago, 1 Pedro) están especialmente dedicadas a tomar al judío convertido fuera del judaísmo y a establecerle en el cristianismo. Son también muy aplicables para la iglesia hoy, siendo que se ha sumergido en un orden de cosas inspirado en el judaísmo.
Por cuanto las llamadas iglesias de la Cristiandad han asumido esos elementos judaicos y los han entretejido en su sistema de culto, de modo que ha venido a formar parte integrante de sus servicios, Hebreos 13:13 es en principio una exhortación muy necesaria en nuestros días. Debemos dejar «el campamento» allí donde lo veamos; ¡tanto si aparece en las sinagogas judías como en las iglesias de hechura humana en la cristiandad! Este versículo que hemos citado (He. 13:13) también nos da otra razón por la que debemos separarnos de las iglesias denominacionales (y no denominacionales). Nos exhorta a salir a Cristo, que está fuera de este orden de cosas, porque el judaísmo es un orden de culto (aunque originalmente establecido por Dios) que ha sido ahora desechado.

La adoración cristiana es «en espíritu y en verdad»

Este cambio en la manera de acercarse a Dios en adoración fue anunciado por primera vez por el Señor Jesús a la mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Dijo: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre» (Jn. 4:21). Aquel «monte» (Gerizim) era el lugar donde adoraban los samaritanos; y «Jerusalén» era el lugar donde Israel adoraba a Jehová. Por eso aprendemos que el orden terrenal de cosas iba a tener fin. (En otros pasajes se nos dice que después que la iglesia sea llamada a su hogar en el cielo en la venida del Señor —el arrebatamiento—, el judaísmo volverá a tomar su puesto en la tierra con Israel, y luego será adoptado por los gentiles convertidos, porque es la forma apropiada para que un pueblo terrenal adore a Dios. Ezequiel 40—48.)
El Señor Jesús también dijo a la mujer samaritana que la primera diferencia en el culto cristiano es que, en tanto que Israel adoraba a Jehová, los cristianos adorarían ahora «al Padre». Ésta es una revelación cristiana, porque el Padre no era conocido en el Antiguo Testamento.
Además, le mostró que iba a haber un cambio en el carácter de la adoración. El Señor dijo: «Pero llega la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4:23-24). Adorar «en espíritu y en verdad» es una adoración espiritual según la revelación de la verdad. Se trataba de algo que no era característico del culto de Israel, porque el Señor indicó claramente que era algo que estaba para empezar. El culto de Israel a Jehová era mediante rituales y ceremonias. Tenían una religión ideada para, si era posible, inducir al hombre en la carne a adorar a Dios. Esto se debía a que entonces el hombre estaba todavía bajo prueba (desde Adán hasta la cruz de Cristo hay cuarenta siglos y cuarenta es un número que denota prueba). Por ello, para conseguir este fin se emplearon prácticamente todos los medios externos en el nombre de la religión. Pero los cristianos no necesitan una religión de ritos y ceremonias para adorar a Dios como lo hacía Israel, porque ahora tenemos acceso por el Espíritu a la misma presencia de Dios (Ef. 2:18; 3:12; He. 10:19-22). En el cristianismo, el culto es ayudado por el Espíritu Santo morando en los Suyos, no por los esfuerzos de las manos de los hombres (Fil. 3:3; Hch. 17:24-25). Ésta es una bendición que Israel no poseía. La Escritura dice que el culto cristiano es un «camino nuevo y vivo» (He. 10:20). Es «nuevo» porque no es una imitación del judaísmo, y es «vivo» porque se precisa poseer una nueva vida para acercarse a Dios de esta manera.

Sacrificios espirituales

Por todo lo anterior, los sacrificios cristianos no son algo externo, como en el judaísmo, sino que son «sacrificios espirituales» (1 P. 2:5; He. 13:15; Jn. 4:23; Fil. 3:3). Por cuanto un cristiano adora en espíritu y en verdad, podría estar sentado inmóvil en una silla, y allí podría producirse en su espíritu una verdadera alabanza y adoración a Dios mediante el Espíritu Santo morando en él. Esto es un verdadero culto celestial. El cristiano no precisa de una orquesta ni de un coro para suscitar la adoración de su corazón, como en el caso de Israel en el judaísmo. Adorar con ayuda de instrumentos musicales es en realidad adorar sobre un terreno judaico. La mezcla del conocimiento y de la revelación del cristianismo con el orden judaico de adoración, que es esencialmente lo que están haciendo la mayoría de las llamadas iglesias en la Cristiandad, no resulta en un verdadero cristianismo. En el cielo no habrá necesidad de esas cosas externas en el culto de Dios, y no tenemos necesidad de ellas ahora, porque podemos adorar a Dios ahora de ese modo celestial. De ahí que no leamos de ningún caso en el libro de Hechos ni en las Epístolas en el que los cristianos adorasen al Señor tocando instrumentos musicales. En el cristianismo sólo leemos de cantar «con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones» (Ef. 5:19). Esta distinción entre el culto cristiano y el judaico parece ser pasada por alto en las denominaciones.
No decimos que un cristiano no pueda tocar música; sencillamente, que no tiene lugar en el culto cristiano. J. N. Darby comenta: «Si pudiera ayudar a dormir a un padre enfermo con música, tocaría la más hermosa que pudiera encontrar; pero sólo estropea cualquier adoración al introducir el placer de los sentidos en aquello que debiera ser el poder del Espíritu de Dios.»

Vino nuevo en odres nuevos

Sin embargo, muchos cristianos insisten en que el modo de Israel de acercarse a Dios en adoración es en verdad el modelo para el culto cristiano. Preguntamos: «Si el modo de adoración de Israel en el Antiguo Testamento es el modelo para el culto cristiano, ¿por qué entonces dice la Escritura que el culto cristiano es un camino "nuevo" de adoración?» (He. 10:20).
El Señor sabía que se daría el intento de unir el viejo orden de cosas al nuevo orden en el cristianismo, y advirtió que ello sería como poner un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, o vino nuevo en odres viejos (Lc. 5:36-39). El resultado sería que ambas cosas se echarían a perder. Eso es precisamente lo que ha sucedido en la esfera de la profesión cristiana. Luego prosiguió diciendo que el «vino nuevo» ha de ponerse en «odres nuevos». Esto significa que los nuevos elementos relacionados con el culto cristiano deben emplazarse en un nuevo marco cristiano adecuado para tal culto. El Señor dijo también que cuando se le da a probar el «vino nuevo» del cristianismo a uno que está acostumbrado al vino viejo de las cosas judaicas, dirá al principio que el añejo es mejor (Lc. 5:39). Uno que esté unido emocionalmente a aquel orden externo de culto que atrae tanto a los sentidos no lo dejará fácilmente. La epístola a los Hebreos trata cuidadosamente acerca de este problema. Va tomando un rasgo del judaísmo tras otro, y los compara con lo que tenemos ahora en el cristianismo, y llega a la conclusión, casi en cada capítulo, de que nosotros tenemos algo «mejor» (He. 1:4; 6:9; 7:7, 19, 22; 8:6; 9:23; 10:34; 11:4, 16, 35, 40; 12:24).

Los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio en el Nombre del Señor Jesucristo y esperar la conducción del Espíritu

Mirando en el Nuevo Testamento como nuestra guía para la operación de una asamblea cristiana, vemos que el gran designio de Dios es exaltar a Su Hijo, el Señor Jesucristo. Aprendemos que Dios piensa hasta tal punto en Su Hijo que ha puesto el mayor valor en su Nombre. La Biblia dice que Él «le otorgó el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra (los seres infernales)» (Fil. 2:9-10; Ef. 1:20). El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que cuando la iglesia se formase después de Su muerte (en Pentecostés), entonces Su Nombre sería el punto de reunión de ellos. Les dijo: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt. 18:20). La iglesia primitiva actuaba así. Se reunían en aquel Nombre glorioso del Señor Jesús cuando se congregaban para el culto, el ministerio y otras funciones de la asamblea (1 Co. 5:4). No reconocían otro nombre que el Suyo. ¡Y este sigue siendo el modelo de Dios para la iglesia en la actualidad!
Desde luego, el Señor Jesús es digno de que no aceptemos otro nombre más que el Suyo. Pero, ¿qué deben pensar los ángeles, que conocen y se deleitan en el exaltado Nombre de Jesús, cuando ven a los cristianos congregándose en la tierra para el culto? Ven al pueblo redimido de Dios llevando toda especie de nombres denominacionales y no denominacionales. Preguntamos, «¿llevará el pueblo del Señor esos nombres en el cielo? ¿Habrá presbiterianos, bautistas, cristianos reformados, metodistas, pentecostales, Alianza Cristiana, etc., allá arriba?» No, todos los otros nombres caerán de inmediato. El Nombre de Cristo será supremo en el cielo. Y el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:10). A pesar de esto, los cristianos en la tierra siguen queriendo congregarse bajo toda clase de nombres sectarios, aunque admiten que en el cielo no habrá tal cosa. Si orásemos con sinceridad, «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra», tendríamos que abandonar todo nombre y secta en la tierra, como se hace en el cielo.
Dios da el más grande valor al Nombre de Jesús, ¡pero los hombres dicen que no importa qué nombre lleves! ¡Qué distinto es en la actualidad a como era en los días de los apóstoles. En su tiempo, Jesús era el excelso Nombre en torno al cual se congregaban; la exaltación de todo otro nombre, incluso si se trataba del de Pablo o de Cefas, era denunciada por el Espíritu de Dios como carnalidad y cisma (1 Co. 1:12; 3:3-5).
Si nosotros, por fe, sencillamente reconociésemos nuestra debilidad, y tomásemos nuestro puesto de dependencia expresa en Dios; si nos congregásemos al Nombre del Señor Jesús por el Espíritu, descubriríamos que Cristo está en medio, como Él lo prometió. Incluso si hubiere sólo dos o tres que tratasen de actuar en obediencia a esta Palabra, experimentarían el gozo de Su presencia con ellos. Puede que seamos denigrados por parte de otros cristianos por reunirnos de una manera tan sencilla (He. 13:13), pero tendremos también la feliz confianza de que estamos congregados de la manera que la Escritura establece para nosotros. Esto se debe a que hay un gozo incluido en hacer la voluntad de Dios que es conocido sólo por aquellos que la hacen.

La práctica de la reunión de los cristianos

Además de reunirnos al Nombre del Señor Jesucristo, aprendemos por el Nuevo Testamento que la iglesia primitiva también se reunía para al menos cuatro propósitos principales. Dice: «Y se ocupaban asiduamente en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hch. 2:42). Esos son los mismos propósitos para los cuales debería reunirse la iglesia en la actualidad.
En primer lugar, la iglesia primitiva se reunía para aprender «la enseñanza de los apóstoles». También nosotros necesitamos reuniones específicas para aprender la verdad de la Escritura. Sin embargo, muchos cristianos no consideran que la doctrina sea importante. A muchos les parece que en realidad, siempre y cuando todos nos llevemos bien y amemos al Señor, no importa demasiado lo que uno mantenga doctrinalmente. La enseñanza bíblica en las denominaciones refleja generalmente esta clase de actitud. El énfasis de la mayoría de los sermones recae usualmente en algún tema práctico de la vida cristiana. La consecuencia es que la mayoría no se arraiga en la verdad. Muchos amados cristianos pasan la vida «llevados por doquiera de todo viento de doctrina» que les llega (Ef. 4:14). Necesitamos tener reuniones como las que tenía la iglesia primitiva, abiertas a la dirección del Espíritu, donde dos o tres puedan dirigirse a los santos con una palabra de exhortación, o con una presentación de la verdad (1 Co. 14:26-32). Además, una reunión de lectura bíblica, donde se leen las Escrituras, y donde los hermanos tienen la oportunidad de exponer el pasaje para la edificación de la iglesia, es también un medio viable de comunicar la verdad «que ha sido una vez dada a los santos» (1 Ti. 4:13; Jud. 3). Esta es la forma en que Dios querría que Su pueblo fuese establecido en la verdad.
La iglesia primitiva también se reunía para la «comunión» cristiana. Muchos cristianos contemplan la comunión como nada más que reunirse con otros cristianos para recreo y deporte. Desde luego, no hay nada malo con recrearse, pero la comunión cristiana es la comunión acerca de temas cristianos. Esas son cosas divinas que tenemos en común con los demás miembros del cuerpo de Cristo. En la iglesia primitiva, esto, indudablemente, tenía lugar cuando se reunían para aprender la doctrina de los apóstoles, porque está estrechamente relacionado con ello en este versículo. Sin embargo, no deberíamos limitar nuestra comunión con otros creyentes sólo a las ocasiones en que estemos reunidos para aprender la verdad; necesitamos visitarnos unos a otros.
Además, la iglesia primitiva se reunía también para «el partimiento del pan». Después que fuese establecida la iglesia, se reunían cada primer día de la semana (el día del Señor, o domingo), para partir el pan (Hch. 20:7). Éste es un privilegio que también tenemos nosotros, como el Señor pidió: «Haced esto en memoria de mí» (Lc. 22:19). Sin embargo, esto es una vez más algo que aparentemente no tiene tanta importancia para los cristianos de hoy, porque la mayoría de los grupos eclesiales celebran la Cena del Señor una vez por mes, o una vez cada tres meses. Además, la manera en que se celebra es a menudo difícilmente reconocible en comparación con lo que tenemos en la Escritura. Incluso cuando se lleva a cabo, es generalmente algo que se introduce durante unos pocos minutos en medio de los «servicios de la iglesia». A menudo se hace con una compañía mezclada de creyentes e incrédulos, aunque cuando el Señor instituyó la Cena, indicó que sólo verdaderos creyentes podían partir el pan en memoria de Él (Jn. 13:30; Lc. 22:19; 1 Co. 11:23-26). Él quiere que aquellos que Él ha redimido se tomen tiempo para meditar en Él; que consideren, hasta donde sea posible, el gran precio de la redención de que han sido objetos.
Y, por fin, se reunían en ocasiones regulares para «las oraciones» (Hch. 4:23-31; 12:12-17). El plural indica que tenían ocasiones específicas en las que acudían para este propósito. Por ello, la iglesia primitiva tenía reuniones de oración en las que expresaban colectivamente su dependencia en el Señor para sus necesidades. Una vez más esto es lo que está tristemente ausente en la iglesia en la actualidad. Muchos grupos cristianos tienen sólo reuniones el domingo. La reunión de oración entre semana casi ha desaparecido en muchos lugares. Y los que tienen reuniones de oración generalmente tienen poca asistencia. Esto sólo demuestra que los cristianos hoy no deben considerar importante la reunión de oración. Sin embargo, el Señor desea que Su pueblo se reúna con regularidad para la oración.
Esas son las clases principales de reuniones para las que se congregaba la iglesia primitiva, y son las que necesitamos hoy en la iglesia. Son esenciales para la salud espiritual de una asamblea, y son la razón por la que Dios nos las ha registrado en Su Palabra. La «enseñanza de los apóstoles» constituye nuestra «comunión», el «partimiento del pan» la expresa, y las «oraciones» la mantienen. Esas cuatro cosas han recibido el nombre de las «cuatro anclas» de la vida de asamblea. (Hay otra clase de reunión de asamblea que la Escritura indica, una reunión para disciplina; pero es una reunión de carácter distinto 1 Co. 5:4-5.)
Ahora preguntamos otra vez: «¿Necesitamos todos los adminículos de la Cristiandad para hacer esas sencillas cosas?» ¡No! La iglesia primitiva no las necesitaba, y nosotros tampoco las necesitamos. Entonces, ¿por qué no volver al cristianismo puro y sencillo que se encuentra en la Biblia, y poder descubrir la bendición que conlleva?

Las consecuencias prácticas de saltar las cuatro anclas

Si soltamos cualquiera de esas «anclas», habrá graves consecuencias prácticas que se harán sentir en nuestras vidas. Una ilustración de esto lo tenemos en Hechos 27. Cuando los marinos cortaron las cuatro anclas, pronto cayeron sobre escollos y naufragaron (Hch. 27:29, 40-41, cp. 1 Ti. 1:19). Lo mismo que aquellos marinos, algunos cristianos creen que pueden dejar ir esas cuatro importantes instituciones y que no sucederá nada, pero más tarde o más temprano irán a la deriva por los peligros de la vida. Preguntemos: «¿Cuántas de esas anclas tenemos en nuestra vida?» Sin reuniones específicamente dirigidas para esos propósitos, vamos a ir a la deriva en alguna área de nuestras vidas cristianas.
Sin «la enseñanza de los apóstoles» no seremos «confirmados en la verdad presente» (2 P. 1:12). Y por ello mismo seremos «fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef. 4:14). J. N. Darby lo expresa así: «Ningún cristiano conoce su verdadero lugar sin ella.» La verdad ha sido «dada a los santos» por medio de los apóstoles (Jue. 3). No fue dada a los apóstoles, sino a nosotros por medio de los apóstoles. Ellos no son los terminales de la verdad, sino que fueron meramente canales por medio de los que la verdad llegase a nosotros. Por tanto, la doctrina cristiana es para el conocimiento y la práctica de cada cristiano. Prestemos atención a la doctrina, porque en relación con ella hay una salvación práctica (1 Ti. 4:15-16). No podemos vivir de manera apropiada sin ella.
Sin «comunión» con otros cristianos en las cosas divinas, no recibiremos corrección ni ajuste en nuestros pensamientos sobre la doctrina, ni en ningunas faltas o peculiaridades personales que pudiéramos padecer. La compañía de otros cristianos nos servirá en esta área. Además, si no andamos en comunión práctica con nuestros hermanos, surgirán malos entendidos, y esto lleva a menudo a luchas y contiendas (Fil. 2:2-3).
Sin el «partimiento del pan», nuestros corazones pueden enfriarse. La Cena del Señor es una ocasión en la que recordamos al Señor en Su muerte; recordamos entonces Su amor por nosotros que le hizo sufrir en nuestro lugar en la cruz. La meditación en tal amor eleva nuestros corazones hacia Él (2 Co. 5:14; Cnt. 1:2-4).
Sin la «oración», nuestras vidas se volverán independientes de Él, que es nuestra Cabeza. Comenzaremos a escoger nuestra propia vía por la vida, sin asirnos a la Cabeza (Col. 2:19). Sin depender del Señor para cada paso del camino, daremos pasos que seguramente nos apartarán de Su voluntad para nosotros.

Tres cosas tangibles peculiares del cristianismo

Cuando volvemos al sencillo cristianismo que aparece en la Palabra de Dios, vemos que hay realmente sólo tres cosas tangibles en todo el nuevo orden de adoración cristiana. Tenemos la ordenanza del bautismo, la ordenanza de la Cena del Señor, y la Biblia. (Quizá podría haber una cuarta si añadimos a esto la colecta 1 Co. 16:1-2. Por cuanto generalmente se hace junto con la Cena del Señor, la hemos incluido aquí.) Esto se debe a que el cristianismo es un sistema de fe: «porque por fe andamos, no por vista» (2 Co. 5:7). Poseyendo una nueva vida y el Espíritu de Dios morando en nosotros, no necesitamos nada más para practicar el cristianismo. Los cristianos podrían reunirse para el culto y el ministerio en una casa, en una cocina o en un granero, etc., y si se hiciese en conformidad a la Palabra de Dios y al Espíritu de Dios, tendrían al Señor en medio de ellos. La Cena del Señor fue instituida en su momento en una estancia para huéspedes en una casa de Jerusalén (Lc. 22:7-20). Todo lo que necesitaban era Su presencia en medio de ellos.
Ahora preguntamos: «¿Dónde están todos los ornamentos de la religión profesional de la cristiandad en este sencillo modelo para la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio? ¿Dónde está la necesidad de construir enormes catedrales? ¿Dónde está la necesidad de complicadas organizaciones denominacionales? ¿Dónde está la necesidad de orquestas, de entretenimiento y de dinero, que tantas veces es el rasgo característico de las denominaciones en la Cristiandad?» La respuesta es que todo esto es innecesario y se desvanece. Si es cierto que el cristianismo sólo nos trae tres cosas tangibles, todo lo demás queda barrido de un plumazo. Pero, ¿dónde está Cristo en esta sencilla manera de reunirse? ¡Él está en medio, donde ha prometido estar! (Mt. 18:20).

 

«¿Quién debe dirigir a la congregación?»

Alguien podría preguntar: «Si debemos acudir juntos para reuniones como las sugeridas en el capítulo anterior, ¿quién dirigiría esas reuniones?»
Reunirse como cristianos siguiendo el orden de Dios dado en las Escrituras demandará fe. Esto no debería sorprendernos a los cristianos, porque cada paso tomado en nuestro camino debería ser de fe. En todo caso, si realmente hemos creído que el Señor está en medio tal como Él lo ha prometido, dejaremos que Él guíe y dirija por el Espíritu. Cuando Cristo ascendió al cielo, Él envió al Espíritu Santo al mundo para que habite en la iglesia (Jn. 7:39; Hch. 2:1-33). Los principales propósitos del Espíritu son: Exaltar a Cristo; unir a los miembros del cuerpo de Cristo sobre la tierra a la Cabeza en el cielo mediante Su presencia morando en ellos, y guiar a la iglesia en todas las cosas, tanto si se trata de la adoración (Fil. 3:3), de la oración (Ef. 6:18; Jud. 20; Hch. 4:31), del ministerio (Jn. 14:26; 16:13-15; 1 Co. 12:11), o del evangelismo (Hch. 8:29; 13:1-4; 16:6-7). ¡Desde el momento en que el Espíritu de Dios fue enviado al mundo, buscamos en vano en el Nuevo Testamento para encontrar ningún gobierno de la iglesia excepto la conducción soberana del Espíritu Santo! Él es quien debe dirigir las reuniones de la iglesia.
Todos los grupos eclesiales afirmarán que reconocen la presencia del Espíritu, pero la prueba de si realmente creemos en el poder y en la presencia del Espíritu se verá en si le permitimos que Él dirija en las reuniones de la iglesia. Lo que la Escritura nos pide es que haya fe en la presencia del Espíritu, una fe que se demuestre al reconocer Su derecho de emplear a quien Él quiera para hablar en las reuniones. Si fue por el poder del Espíritu que Dios hizo el mundo y todo lo que hay en él (Job 26:13; 33:4; Gn. 1:2), ¡entonces es cosa cierta que Él puede guiar a unos pocos cristianos reunidos para el culto y el ministerio! Con alguien tan grande y tan competente como esta divina Persona presente en medio de los santos reunidos, no nos es necesario designar a una persona que haga Su trabajo, por muy dotada que sea tal persona. C. H. Mackintosh dijo: «Si Cristo está en medio de nosotros (Mt. 18:20), ¿por qué razón deberíamos establecer un presidente humano? ¿Por qué no darle a Él el puesto que le corresponde por derecho y dejar que el Espíritu de Dios conduzca y guíe en el culto y en el ministerio? No hay necesidad de autoridad humana.»
A pesar de todo, las denominaciones han establecido un hombre (como «Pastor» o «Ministro») para dirigir el culto. En cambio, en la Biblia no encontramos que Dios establezca un pastor o un ministro para dirigir el culto y el ministerio en la iglesia. En palabras de W. T. P. Wolston: «En la Cristiandad hay el concepto de que un pastor es un hombre que dirige una congregación. Esta idea está en las cabezas de la gente, pero no en la Escritura.» Si no es el orden de Dios, entonces es evidente que debe tratarse de un invento humano. La designación en la asamblea de un hombre que «administre» la Cena del Señor es en verdad un error monstruoso, porque en la Escritura ni siquiera se insinúa algo así como un hombre (ni siquiera un apóstol) designado para tal cosa. La Escritura dice simplemente: «... estando reunidos los discípulos para partir el pan ...» (Hch. 20:7).
Esta disposición humana está tan extendida en la Cristiandad que se puede observar desde San Pedro en Roma hasta la más pequeña capilla evangélica. En lugar de creyentes reunidos para el culto y el ministerio sólo en el Nombre del Señor, esperando en la conducción del Espíritu para que les guíe, apenas si se puede encontrar una reunión de oración sin alguien (un líder de oración) designado para presidirla. ¡Qué es esto, sino el hombre usurpando el puesto del Espíritu Santo, el triste fruto de la incredulidad en Su presencia personal en medio de los santos! La designación de un hombre, por dotado que sea, para dirigir y presidir las reuniones de la asamblea, es una negación práctica de la presencia y del poder del Espíritu Santo. En realidad es incredulidad en la competencia del Espíritu Santo para dirigir las reuniones. ¡Qué triste que una interferencia humana de tal calibre haya echado a un lado la sencillez del orden divino! Quiera el Señor librar a Su pueblo de tal sistema de cosas, tan contrario a Su mente.

El sacerdocio universal de todos los creyentes.

El significado raíz de la palabra «sacerdote» es «uno que ofrece» (He. 5:1; 8:3; 1 P. 2:5). Un sacerdote es uno que tiene el privilegio de entrar en la presencia de Dios en representación del pueblo. En el cristianismo, un sacerdote ejerce su sacerdocio al ofrecer los sacrificios de alabanza a Dios y al presentar peticiones a Dios en oración (He. 13:5; 1 Jn. 5:14-15). Con todo, una de las causas de la debilidad y de la confusión dominantes en la iglesia profesante es que el sacerdocio ha sido en muchos casos usurpado como derecho por una clase privilegiada de personas, ¡algunas de las cuales no son ni siquiera salvas!
La Escritura enseña ¡que todos los creyentes son sacerdotes! El libro de Apocalipsis declara que fuimos hechos «sacerdotes para Dios» con la muerte y derramamiento de sangre de Cristo (Ap. 1:6; 5:10). La Primera Epístola de Pedro también anuncia: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 P. 2:5, 9). La epístola a los Hebreos exhorta a los cristianos como un todo a que se acerquen a Dios dentro del velo, en el lugar santísimo (la presencia inmediata de Dios) (He. 10:19-22; 13:15-16). Como sacerdotes, tenemos derecho a «acercarnos» a Su misma presencia. Es un lugar en el que ningún hijo de Aarón podía entrar. Incluso cuando Aarón, el Sumo Sacerdote de Israel, entraba una vez al año más allá del velo, no entraba con libertad como nosotros podemos ahora. En el Día de la Expiación entraba con temor a morir; pero nosotros podemos entrar con «plena certidumbre de fe». En los diversos pasajes de la Escritura en los que se trata de la cuestión del sacerdocio, no hay mención, ni tan siquiera una insinuación, de que sólo algunos de los santos sean sacerdotes. Tampoco hay ningún otro lugar del Nuevo Testamento donde se proponga un concepto así. Cuando el Nuevo Testamento habla del sacerdocio, se refiere en el acto a todos los creyentes constituidos como tal sacerdocio.
Por cuanto la Escritura enseña que todos los cristianos son sacerdotes, y por cuanto todos tienen el mismo privilegio de ejercer el privilegio en la presencia de Dios, es evidente que no hay necesidad de designar a ningún clérigo aparte de los otros creyentes para que ejerzan estos privilegios en favor del resto. En las reuniones para el culto y la oración (en los que los cristianos ejercen su sacerdocio), sólo tenemos que esperar en el Espíritu de Dios para que Él conduzca las oraciones y alabanzas de los santos. Si le dejamos dirigir en la asamblea en el puesto que le pertenece, Él conducirá a un hermano allí y a otro hermano allá, para que expresen de manera audible la adoración y la alabanza como portavoces de la asamblea.
Cuando comprendemos cuán estrecha es la relación que tienen todos los cristianos como parte del cuerpo y de la esposa de Cristo, podemos ver hasta qué punto es incompatible con el concepto de una casta ministerial de creyentes que estén más cerca de Dios que el resto (Ef. 2:13; 5:25-32). Mantener una clase sacerdotal para nosotros como cristianos significa negar que somos capaces, como sacerdotes, de ofrecer sacrificios espirituales a Dios. En realidad, esto elimina los privilegios del cristianismo y es una restauración del judaísmo.
Aunque pocas denominaciones llegan hasta tan lejos como dar a sus clérigos el título de «sacerdote» (lo que implica que el resto en aquella denominación no lo son), la mayoría de iglesias de tipo evangélico llaman a sus clérigos «Pastor» o «Ministro». Hay poca diferencia práctica en que esta posición en la iglesia sea designada con el término «Pastor» o «Sacerdote»: no es conforme a la verdad de la Escritura.

La diferencia entre sacerdocio y don

Es importante comprender la diferencia entre sacerdocio y don. Son dos cosas distintas. Un sacerdote va a Dios en representación del pueblo; aquel que ejerce su don va al pueblo en representación de Dios.
Más en particular, los dones son lo que el Señor da, como Cabeza ascendido de la iglesia, a los diversos miembros de Su cuerpo, para que puedan desempeñar el puesto que Dios les ha dado en el cuerpo. La Biblia enseña que cada miembro del cuerpo de Cristo ha recibido un don (1 Co. 12:7; Ef. 4:7; 1 P. 4:10; Ro. 12:6-8). Sin embargo, no todos los miembros del cuerpo de Cristo tienen un don para ministrar la Palabra. Algunos pueden tener un don fácilmente reconocible: como evangelistas, pastores o maestros (Ef. 4:4-16; Ro. 12:4-8; 1 Co. 12:4-31); en el caso de otros, puede tratarse de cosas menos definidas, como «hacer misericordia» (Ro. 12:8; 1 Co. 12:28). Tanto si se trata de evangelismo o de ayudas, una cosa cierta es que todos tenemos algo que hacer en el cuerpo de Cristo. Los dones han sido dados con el propósito de «equipar completamente a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños, zarandeados por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que aferrándonos a la verdad en amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, esto es, Cristo» (Ef. 4:12-15). Esto nos muestra que los dones son para el beneficio espiritual de la Iglesia.

La diferencia entre capacidad y don

En Mateo 25:14-30 el Señor establece una distinción entre capacidad y don. Cuenta la historia de un hombre que emprendió un viaje a un lejano país; antes de partir, dio unos talentos (una suma de dinero) a sus siervos, los cuales debían negociar con ellos hasta que él volviese. Algunos recibieron más, y algunos menos. Ésta es una evidente alusión al Señor dando dones a Su pueblo, los cuales deben ejercerlos para Él en Su ausencia. Un día Él volverá otra vez, y pedirá cuentas de lo que hemos hecho con lo que nos ha dado como dones. En aquel día se darán recompensas a los que hayan desempeñado fielmente su ministerio (Mt. 25:19-23).
Es digno de observar que el hombre de la parábola dio «a cada uno conforme a su capacidad» (Mt. 25:15). Aquí el Señor distingue entre ambas cosas. Observemos que esos siervos tenían sus varias capacidades antes que el amo los llamase para darles los talentos.
La capacidad es algo que se da a una persona cuando nace en este mundo. En Su providencia, Dios señala y da forma al vaso de Sus propósitos mucho antes que él o ella sean siquiera salvados. Dios da y conforma los poderes y las capacidades intelectuales de la persona, ya incluso antes de su conversión. El don, en cambio, es algo que es dado a la persona por el Espíritu de parte del Señor cuando es salvo. En tanto que la capacidad es natural, el don es espiritual. El don se da a una persona para que pueda cumplir su ministerio en el cuerpo de Cristo. Aquí se ve la sabiduría del Señor, en cuanto a que da dones según nuestra capacidad. Por ejemplo, generalmente no da el don de evangelista a una persona reticente. La persona que de natural gusta de estar con las personas y que tiene facilidad de palabra sería candidata a recibir un don así. Asimismo, el don de enseñanza exige una cierta medida de capacidad natural en el área del poder intelectivo.
Mencionamos esto porque hay mucha confusión acerca de este extremo en el ámbito de la Cristiandad. A menudo oímos de cristianos refiriéndose a famosos músicos o atletas convertidos, en el sentido de que sus capacidades naturales son «su don». Aclaremos este punto: un don es una manifestación espiritual en el cuerpo de Cristo. Tiene que ver con cosas espirituales (1 Co. 12:1; 14:1). No vemos en las Escrituras que Dios quiera reuniones de la iglesia donde esas personas puedan exhibir sus capacidades naturales. A menudo esas personas famosas son usadas para poco más que para entretener a la audiencia. Preguntamos: «¿Se está consolidando a los santos de Dios en la verdad por medio de todas esas cosas naturales?» Los dones no son para el entretenimiento de los santos de Dios, sino para la edificación de los santos en su «santísima fe».
J. N. Darby dijo: «Es un principio totalmente falso que los dones naturales sean ellos mismos la justificación de su uso. Puede que yo tenga una fuerza asombrosa o gran velocidad en la carrera; dejo tendido a un hombre con lo primero, y gano un trofeo con lo segundo. La música puede ser algo más refinado, pero el principio es el mismo. Este creo que es de la mayor importancia. Los cristianos han perdido su influencia moral al introducir la naturaleza y el mundo como cosas inocuas. Todas las cosas me son lícitas. Pero, como he dicho, no podemos mezclar la carne y el Espíritu.»

¿Qué es el ministerio?

En el pensamiento de la mayoría de la gente, «el ministerio» es aquello en lo que está el Pastor o Ministro al ejercer sus funciones como dirigente de una iglesia local. Pero la Biblia enseña que el ministerio en la asamblea es el ejercicio del don que uno posee (1 P. 4:10-11; 1 Ti. 4:6; Ef. 4:11-12). Por cuanto todos los cristianos han recibido un don, todos los cristianos están en «el ministerio». Como ya hemos dicho antes, no todos tienen un don para el ministerio público de la Palabra de Dios, pero todos tienen algún ministerio que ejercer. El ministerio no siempre se refiere a hablar en público, al revés de lo que muchos creen. Mucho ministerio incluye obra hecha para el pueblo del Señor en la que se hace poco o nada de hablar. El problema en la iglesia en la actualidad es que hay muchos como Arquipo que no están cumpliendo su ministerio. El Apóstol tuvo que exhortarle: «Considera el ministerio que recibiste en el Señor, para que lo cumplas» (Col. 4:17). Ésta es una exhortación que necesitamos hoy.
La idea común en la Cristiandad es que cuando una persona piensa que tiene un don cree que Dios le está indicando que entre en «el ministerio». Por cuanto la tradición así lo ha establecido, llega a la conclusión de que debe entrar en un seminario para instruirse en tal cosa. Esto parece bien lógico, por cuanto puede pensar que no conoce mucho acerca de esta tarea. Sin intención de encontrar falta en la persona por su sinceridad, debemos decir que todo este orden de cosas no se halla en la Escritura.
La Biblia enseña que si alguien tiene un cierto don espiritual, la misma posesión de tal don es la justificación procedente de Dios para usarlo. Dice así: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros» (1 P. 4:10). No dice: «Cada uno según el don que ha recibido, que sea ordenado por un seminario, y luego minístrelo a los otros.» Las Escrituras dicen: «Si alguno habla, que hable como si fuesen palabras de Dios; si alguno ministra, que lo haga en virtud de la fuerza que Dios suministra.» Observemos otra vez que no dice, «Si alguien habla, que vaya a una escuela bíblica y sea ordenado, y que luego hable.» De nuevo dicen las Escrituras: «Y teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si es el de profecía, úsese conforme a la proporción de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación» (Ro. 12:6-8). No hay una palabra acerca de una instrucción académica antes de usar el don recibido. Una vez más, la Escritura dice: «Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación» (1 Co. 14:26). Una vez más, no encontramos ni una palabra, ni una insinuación siquiera, de que alguien deba recibir instrucción académica antes de poder ejercer su don en la asamblea. Sencillamente dice que si tenemos doctrina (enseñanza), etc., hágase para la edificación de la iglesia.
Ahora bien, es cierto que el don de cada persona necesita ser desarrollado. Esto precisa de tiempo y uso (Hch. 9:20-22; Gá. 1:17; Hch. 9:30; 11:25-26; 13:1-14). Cuanto más madure una persona en las cosas divinas, tanto más de servicio será en el ministerio (Hch. 18:24-28; Mr. 4:20). La vía bíblica para que una persona reciba enseñanza en las cosas divinas es mediante reuniones como las que hemos tratado con anterioridad. El Señor usa esas reuniones de asamblea, guiadas por la conducción divina del Espíritu Santo, para enseñarnos la verdad. También usa libros de ministerio (o ministerio registrado, p.e., en cintas magnetofónicas) de personas dotadas y con conocimiento que tienen capacidad para enseñarnos la verdad. Sin embargo, no existe en la Escritura el pensamiento de ir a un seminario para ser preparado para una posición como de «Ministro» o «Pastor» de una iglesia. Es un puro invento humano para preparar a una persona para una posición dentro de un sistema de hechura humana. El cristianismo bíblico simplemente no necesita esas escuelas. Mucha de la enseñanza que se da por esos seminarios se refiere a cómo administrar una iglesia en base de un sistema clerical que la Biblia desconoce en absoluto.

El ministerio en la iglesia

Volviéndonos a la Primera Epístola a los Corintios (capítulo 11:17 hasta el final del capítulo 14), vemos cómo deben funcionar los dones cuando se reúne la iglesia (localmente). Esta sección de la Escritura comienza con esas palabras del apóstol: «En primer lugar, cuando os reunís como iglesia ...» Antes de hablar del ministerio, el apóstol Pablo habla primero del privilegio de la Cena del Señor, que quizá sea la reunión primordial de la iglesia. Esta reunión no tiene lugar para el ejercicio de los dones, sino para recordar al Señor en Su muerte. Es una ocasión en la que ejercemos nuestro sacerdocio en la ofrenda de adoración y alabanza al Padre y al Hijo. Después de poner en orden varias cosas tocantes a esta reunión, da el orden para el ministerio en la asamblea en los siguientes capítulos 12 hasta el final del 14. El capítulo 12 presenta los grandes principios del ministerio cristiano; el capítulo 13 da el espíritu en el que se debe ejercer este ministerio: el amor; y el capítulo 14 da las normas para el ejercicio de los dones en la asamblea, para que el ministerio sea para edificación de todos.
Mirando más de cerca el capítulo 12, vemos que el primer gran principio de todo ministerio es la exaltación de Jesús como Señor. La evidencia de la guía del Espíritu en el ministerio es que Cristo será siempre exaltado y nunca mencionado de manera despreciativa. Dice: «Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (1 Co. 12:1-3, RVR). «Él (El Espíritu) me glorificará» (Jn. 16:14).
El segundo gran principio del ministerio cristiano en el capítulo doce de Primera Corintios es que Cristo ha distribuido dones mediante el Espíritu a los varios miembros de Su cuerpo, y que esos dones no son todos administrados por un hombre. El apóstol dice: «Porque a uno es dada por medio del Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, ...» (1 Co. 12:4-10, 29-30). Ahora bien, si los dones no son poseídos por un solo hombre, entonces es evidente que la iglesia necesitará de más que el ministerio de un solo hombre, si quieren recibir el beneficio de los dones que puedan tener en medio de ellos.
Puede que algunos repliquen: «Pero nuestra iglesia no tiene un hombre como ministro único. Tenemos dos o tres pastores.» Sin embargo, se sigue perdiendo de vista el sentido de este pasaje de las Escrituras. El pensamiento de Dios es que la iglesia se edifique por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, no meramente por medio de dos o tres (Ef. 4:16). Es cierto que no todos van a tener un don para ministrar la Palabra en público, pero las Escrituras indican que todos los que son capaces deben tener libertad en la asamblea para ministrar. Dice: «Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados» (1 Co. 14:24, 31). Y es también cierto que un hombre puede tener más de un don, pero la Escritura dice claramente que nadie tiene todos los dones. De hecho, el apóstol advierte que existe el peligro de no considerar los diversos dones que Dios ha establecido en el cuerpo. Dice: «Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros» (1 Co. 12:21). Esto muestra que todos los miembros en el cuerpo tienen algo que contribuir, aunque puedan parecernos insignificantes. Sin embargo, el sistema clerical en las iglesias es un arreglo mediante el que una o dos personas («Pastores» o «Ministros») llevan a cabo el ministerio. Es un sistema que obstaculiza (quizá no de manera intencionada) la expresión de otros dones en la iglesia. Esencialmente, es como decir: «No tengo necesidad de vosotros.»
A esto objetan enérgicamente aquellos que ocupan esta posición ministerial en las iglesias, porque alientan a las personas en su denominación a ejercitar sus dones en los estudios bíblicos por las casas, etc. Pero el contexto de estos capítulos es el ejercicio de los dones en las reuniones de asamblea (1 Co. 11:17, 18, 20, 33, 34; 14:23, 26). La cuestión es: «¿Permiten la libertad de los dones en la iglesia?» Como ya hemos visto, no la permiten.
El tercer gran principio del ministerio cristiano en el capítulo doce de Primera Corintios es que, cuando acudimos juntos en asamblea, se debe reconocer al Espíritu de Dios Su derecho propio a emplear a quien quiera para hablar. Como hemos mostrado con el sacerdocio, que el Espíritu debe ser libre en la asamblea para conducir mediante quien Él escoja en adoración y oración, igualmente debe contarse con Él para conducir los varios dones en el ministerio. Este capítulo declara claramente que los dones deben operar en la asamblea por el mismo Espíritu que distribuyó el don a la persona individual en el momento de su salvación. El Nuevo Testamento no conoce ningún otro orden de ministerio que el de la guía divina del Espíritu Santo. Las Escrituras suponen fe en nosotros al confiar en la guía del Espíritu. Si dejamos que Él conduzca en la asamblea, Él tomará todos los dones que estén allí, y los usará para la edificación de los santos en el ministerio. «Pero todas estas cosas las efectúa uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según su voluntad» (1 Co. 12:7, 11).
El principio, entonces, es simple. El Espíritu Santo está en la iglesia, usando los dones según los escoge para la edificación de todos. Este es el orden de Dios para el ministerio cristiano. Ahora preguntamos: «¿cómo se espera que el Espíritu Santo distribuya a cada uno en particular como Él quiere, si la iglesia ha establecido un orden de cosas en el que un hombre ocupa este puesto de dirección de la asamblea?» ¡Con ello se niega en la práctica la presidencia del Espíritu Santo! Él podría desear llamar a esta o a aquella persona al ministerio, pero ello queda bloqueado y obstaculizado por el orden humano. En muchas de las iglesias, los servicios son programados de antemano, ¡a veces con días de adelanto! En la Escritura no encontramos nada así. Puede que esto se haga con buenas intenciones, pero desde luego no se trata del orden de Dios.
Después de hablar del motivo para el ministerio en el capítulo trece de Primera Corintios (el amor), el apóstol Pablo da en el capítulo catorce los simples principios que deben gobernar el ministerio en la asamblea. La primera parte del capítulo destaca la solicitud que el amor debería tener cerciorándose de que no ocupa el tiempo hablando de cosas que otros que estén presentes no puedan comprender. Esto mismo era lo que estaba sucediendo en Corinto. Había aquellos que usaban el don de lenguas sin intérprete. Como consecuencia, los de la asamblea desconocían lo que se estaba hablando. El apóstol muestra que si una persona haba sin esta solicitud, está en realidad hablando como una trompeta que da un sonido incierto. La gente no sabe como responder al mismo porque no saben qué es lo que se está diciendo. Esto es especialmente importante para los cristianos que se reúnen en conformidad a la Escritura, porque uno podría estar hablando de manera que los santos no le pueden comprender. Si las cosas que una persona tiene para decir no son para la edificación, exhortación y consolación de todos, entonces mejor le sería no hablar. El amor y la solicitud por el bien de los demás deben gobernar esto (1 Co. 14:1-11). Sea cual sea el don, el principio es el mismo, y es una guía para nosotros hoy.
Este principio subyacente, entonces, es que nuestro ministerio debe ser para la edificación de todos. Pablo dijo que sería mejor hablar poco en la asamblea (5 palabras) y que todos le comprendiesen y sacasen provecho de ello, que hablar muchísimo (10.000 palabras) y que nadie le comprendiese (1 Co. 14:12-17).
También muestra que si la iglesia se reúne según el orden de Dios para el ministerio, recibiendo el Espíritu de Dios el puesto que por derecho le corresponde en la asamblea para dirigir el ministerio, que los que acudan a tales reuniones recibirán un poderoso ministerio (1 Co. 14:23-25).
Luego, muestra que cuando los santos se reúnen, «todos» los que tienen algo que contribuir deben tener libertad para ministrar en la asamblea, para el provecho espiritual de todos (1 Co. 14:26). Pasa a decir que aunque todos puedan tener algo, no significa que todos deban hablar. Deben esperar la guía del Espíritu. En diferentes ocasiones, podrán hablar varios según el Espíritu guíe. (Profetizar, aquí, no es la predicción de cosas del futuro, como algunos pudieran suponer, sino la proclamación de la mente de Dios para la necesidad presente.)
La libertad del Espíritu no consiste, como piensan algunos erróneamente, en la libertad de los santos para hablar en las reuniones de asamblea como deseen. Recordemos que se trata de la libertad del Espíritu, y no de la nuestra. No debemos hablar, excepto que seamos conducidos por el Espíritu para hacerlo. Puede haber, y habrá en ocasiones, una persona que será impulsada por la carne, que se precipitará y que gastará el tiempo en un habla sin provecho que no edifica a los santos. Pero la asamblea no es una plataforma para la carne. «Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas,» lo que significa que la persona debería saber cómo ejercer el dominio propio y refrenarse de hablar en tales ocasiones. A pesar de esa exhortación, tal persona piensa a menudo que lo que está diciendo es provechoso para los santos, y en consecuencia insiste en hablar. En este capítulo, Pablo muestra que la asamblea tiene un recurso. Dice: «Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás disciernan.» Una asamblea escrituraria es responsable de «juzgar» el ministerio en medio de ella. Y si dicho ministerio no es provechoso, tiene autoridad para ejercer una piadosa disciplina, llamando al tal a que calle en las reuniones. Esto algunas veces recibe el nombre de «silenciamiento» (1 Co. 14:27-33).
En los versículos 34-40 el apóstol muestra el puesto que las hermanas deben asumir en las reuniones públicas; y luego concluye el capítulo dando un último principio de gobierno. «Pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Co. 14:40).
Finalmente, en el capítulo quince de Primera Corintios, el apóstol destaca que en la asamblea debe mantenerse una sana doctrina. Los corintios se habían extraviado tocante a la doctrina de la resurrección, y él corrigió sus conceptos errados. Este es un principio importante para nosotros. También debemos mantener la sana doctrina en la asamblea.
De este modo, se nos ha dado el orden de Dios para el ministerio en la iglesia. Pero observemos: no encontramos que se diga nada acerca de uno o dos hombres (Pastores) establecidos para llevar a cabo el ministerio para el resto. Si Dios hubiera querido que ésta fuera la forma del ministerio en la iglesia, lo habría dicho en estos capítulos que tratan de esta cuestión. Pero no hay una sola palabra aquí acerca de ello.
Además, si sólo unos pocos debían tener el puesto de ministerio en la iglesia (o sea, el clero), entonces los capítulos acerca del ministerio habrían sido escritos específicamente para ellos; éste es el caso en el sistema mosaico, donde el Señor dio instrucciones específicas a aquella compañía especial de personas (los sacerdotes) que habían sido puestas aparte del resto del pueblo para llevar a cabo los servicios del tabernáculo. Pero no hay nada de todo ello en esos capítulos. Las instrucciones se dan a toda la iglesia.

«¿Significa esto que usted no cree en tener un pastor?»

De lo anterior, algunos podrían deducir que no creemos en tener pastores, pero creemos bien explícitamente en tener pastores en la asamblea, porque la Biblia se refiere a ellos (Ef. 4:11). Un pastor es una persona que ha recibido el don de pastorear a la iglesia de Dios. Es uno de los muchos dones que Cristo ha dado a la iglesia. A lo que objetamos es a lo que las iglesias denominacionales designan como «pastor». Ellos han transformado el don de pastor en algo que no se encuentra en la Escritura. Han tomado un término escriturario y lo han asignado a una posición clerical que no se encuentra en la Biblia. ¡Y, lo que es peor, una persona puede ocupar tal posición y no tener siquiera el don de pastor! Puede que tenga el don de evangelista o de maestro, etc., ¡y sin embargo le dan el título de «Pastor»! Es triste la confusión que todo esto ha traído a la casa de Dios.

Títulos lisonjeros

Las organizaciones eclesiales de la Cristiandad no sólo han creado un cargo que no existe en la Palabra de Dios, sino que también emplean diversos títulos para dicho cargo que no existen en la Palabra de Dios. Títulos como «Ministro», «Pastor» o «Doctor en Teología» son dominantes en la mayoría de las denominaciones.
Es cierto que las palabras «ministro» y «pastor» se mencionan en la Biblia, pero nunca se usan como un título. El término pastor se usa como descripción de un don, no como un título de un clérigo. De hecho, la Palabra de Dios dice: «No haré ahora acepción de personas, ni usaré con nadie de títulos lisonjeros. Porque no sé hablar lisonjas; de otra manera, en breve mi Hacedor me consumiría» (Job 32:21-22).
El Señor Jesús dijo: «Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno solo es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro en la tierra a nadie; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno solo es vuestro Maestro, el Cristo. El mayor de vosotros, será vuestro servidor. Porque cualquiera que se ensalce a sí mismo, será humillado, y el que se humille a sí mismo, será ensalzado» (Mt. 23:8-12). Sin embargo, y en contradicción a una Escritura tan clara, algunas denominaciones llaman «Padre» a sus clérigos. Otras organizaciones eclesiales usan el título «Doctor». La palabra «Doctor» proviene del latín docere, que significa «enseñar». Doctor significa maestro. Esto es algo que el Señor dijo que no debíamos llamarnos unos a los otros. Cuando un hombre es presentado a la iglesia como «doctor», la implicación es que sus palabras tienen mayor autoridad debido a su título. Eso, naturalmente, carece totalmente de fundamento en las Escrituras. No estamos diciendo que sea malo tener el título de «Doctor» en campos académicos seculares, pero no tiene lugar en las cosas de Dios.
Otras denominaciones han llegado tan lejos como para usar el título de «Reverendo» o «Reverendísimo». ¡La Biblia dice que «Reverendo» es uno de los nombres del Señor! La traducción del Salmo 111:9 al castellano «Santo y temible es su nombre», significa «Santo y reverendo es su nombre». La Biblia de las Américas dice del término aquí traducido «temible»: «i.e., "que inspira reverencia".» ¿Deberían los hombres asumir el nombre del Señor y añadirlo al de ellos? Desde luego que no.
Cuando los licaonios intentaron dar nombres exaltados a Bernabé y a Pablo, éstos los rehusaron, diciendo: «Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros» (Hch. 14:15). Los siervos del Señor deberían también hoy rehusar esos títulos lisonjeros.
La Palabra de Dios enseña que los pastores son sencillamente uno de los muchos dones que Cristo ha dado (Ef. 4:11). ¿Por qué deberíamos establecer este don en la iglesia con un título oficial como poseyendo la preeminencia sobre los demás? No hay una línea de la Escritura que indique que la iglesia debiera hacer tal cosa.

La elección de un «pastor»

La práctica de que la iglesia elija al llamado «pastor» es también algo ajeno a Dios. Nos referimos al proceso de cómo llega un clérigo a presidir sobre una iglesia local. El procedimiento normal es que el candidato a «Pastor» o «Ministro» sea invitado a una iglesia, donde se le da la oportunidad de probar su valía predicando algunos sermones. Si su predicación es aceptable para la gente de la iglesia, le votarán para aceptarlo como su «Pastor». Pero esto está muy lejos del orden de Dios.
En primer lugar, la Palabra de Dios, que debe ser siempre nuestra guía, no da instrucciones para tal cosa. De hecho, no hay una sola asamblea local en la Biblia que escogiera a un pastor. ¡Ni una! Tampoco ningún apóstol designó jamás a un pastor para una iglesia local. En realidad, la Escritura advierte en contra de que la iglesia escoja a sus maestros, diciendo: «Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, acumularán para sí maestros conforme a sus propias concupiscencias» (2 Ti. 4:3).
En segundo lugar, la idea de designar a un «Pastor» es pura y simplemente el principio mundano de la democracia. Pone al hombre en una posición muy incómoda. Si de veras quiere aquel cargo en la organización, se siente tentado a decirles a la gente lo que quieren oír. Generalmente se trata de temas como «Amor y matrimonio» o «Profecía». Cualquier clase de ministerio a la conciencia quedará probablemente muy abajo en la lista. Incluso después de recibir el cargo en la iglesia, se encuentra constantemente tentado a contemporizar tocante a la verdad, a causa de la gente; porque sabe que si la asistencia se reduce, se reconsiderará la oportunidad de que siga en el cargo. Necesita tenerlos contentos. ¡El resultado es que el pueblo puede controlar, y a menudo controla, la clase de persona y de ministerio que quieren oír! Viviendo bajo esta clase de condicionantes, llega verdaderamente a ser el «Pastor» de ellos. Comparar Jueces 17:7-13 («Mi sacerdote»). Sin embargo, esto dista mucho de la manera en que los siervos del Señor ministraban en la Biblia.
Además, es malo poner el poder de un voto en las manos de los jóvenes y de los nuevos convertidos. Sencillamente, no están establecidos en la verdad, ni experimentados de manera suficiente en las cosas divinas para poderse formar un juicio espiritual de tal magnitud.

El Señor de la cosecha dirige los dones

Cuando en la Escritura se hace referencia a la condición de Cabeza de Cristo, es en relación con los asuntos corporativos de la iglesia; cuando se hace referencia a Su Señorío, es en relación con Su guía soberana de los creyentes a nivel individual. Por ello, no leemos de Cristo como «el Señor de la Iglesia». Sin embargo, la Escritura sí dice que Él es el «Señor de la cosecha» (Mt. 9:38). Él (y no la iglesia) envía a Sus obreros como individuos allá donde quiere que le sirvan. Cuando Cristo da dones, ellos son responsables de manera directa ante Él en su ministerio. Como ya hemos hecho ver, los dones proceden de Cristo en el cielo y son para el beneficio espiritual de Su cuerpo entero. Una persona con un don específico debería tratar de ministrar a toda la iglesia de Dios (cuando pueda hacerlo sin comprometer principios escriturarios), y no debería limitarse a una secta que los hombres haya constituido en su seno. Su don es para la edificación de todo el cuerpo.
No sólo es Cristo la fuente de esos dones, sino que Él es también el director de ellos. En tanto que esos diversos siervos estén en comunión con el Señor, Él los dirigirá en su esfera de servicio. Por cuanto la fuente y la guía de los dones es Cristo en el cielo, los dones están más allá de poder ser controlados por ninguna organización religiosa terrenal (de factura humana), como tantas veces sucede con las iglesias en la Cristiandad. A menudo oímos decir a la gente que «el Pastor tal y cual» fue enviado por una organización determinada para llevar a cabo un ministerio. Pero no existe en la Escritura el concepto de que la iglesia (o una organización dentro de la iglesia) envíe a una persona dotada a cierto lugar para que sirva al Señor. La Escritura dice: «Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt. 9:38). Y de nuevo dice la Escritura: «Mientras estaban ésos celebrando el culto del Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia» (Hch. 13:2-4).
Es evidente, en estos versículos, que el Señor es, por el Espíritu, el Único que envía a Sus siervos. La iglesia debería reconocer un don como enviado por el Señor, y debiera dar al tal «la diestra en señal de compañerismo», lo que puede incluir un don práctico de ayuda financiera (Gá. 2:9). Pero la iglesia no los envía. Los de Antioquía no tuvieron voz ni voto acerca de si Bernabé y Saulo debían ser enviados por el Señor. Sencillamente, «los despidieron», porque reconocieron que el Señor, por el Espíritu, los enviaba.
Un escritor antiguo ha dicho: «Podemos detenernos aquí por un momento para examinar la obra (en el libro de los Hechos). Samaria estaba evangelizada, los gentiles habían sido admitidos en el reino en Cesarea, y los griegos convertidos en Antioquía; este es el sumario del relato. Aparte de la obra en Judea y en Jerusalén, todo se llevaba a cabo sin dirección apostólica ni autoridad humana. El Espíritu Santo abría, por así decirlo, campos de labor con independencia de toda dirección humana. Lo que hizo entonces podemos contar con que Él siga haciéndolo aún. Es sabio dejar que Él obre Su voluntad, y entonces, como los Apóstoles, reconocer bien dispuestos lo que Él ha hecho. El ejercicio del ministerio de la Palabra nunca estuvo sujeto en los primeros tiempos a la dirección apostólica. ¿Debería acaso subordinarse hoy a los hombres, por piadosos y fervientes que sean? Nosotros hacemos la pregunta. El lector puede seguramente responder a ella.»
Si el Señor enviase a un hombre con el don de pastor entre nosotros, deberíamos reconocer este don y dejarle ministrar como tal. ¡No debemos hacer una votación para decidir si le queremos como nuestro pastor o no, y, si nos resulta aceptable, constituirlo en un «cargo» de la iglesia que no existe en la Escritura! Él no es nuestro siervo, sino el siervo del Señor. J. N. Darby dijo: «Si Cristo ha considerado apropiado darme un don, debo negociar con mi talento como siervo que soy, y la asamblea no tiene nada que ver con ello: yo no soy el siervo de ellos ... rehúso de plano ser siervo de ella. Si hago o digo cualquier cosa que de manera personal demande disciplina, esto es otra cosa; pero al negociar con mi talento no actúo en ni en nombre de una asamblea. Cuando salgo a enseñar, lo hago individualmente para ejercer mi don. ... Los que mantienen esas ideas (clericales) niegan el Señorío de Cristo; quieren que la asamblea, o ellos mismos, detenten el señorío. Si soy siervo de Cristo, debo servirle en la libertad de Espíritu. Pero ellos quieren hacer de los siervos de Cristo los siervos de la asamblea, y niegan el servicio individual responsable ante Cristo. ... Soy libre para actuar sin consultar con ellos en mi servicio a Cristo; ellos no son los amos de los siervos del Señor.»
Es evidente que un siervo del Señor que tenga los pensamientos de Dios acerca de la iglesia no puede ser el Ministro de una secta sin comprometer la verdad. Puede ministrar a los que están conectados con sectas si los encuentra, porque son miembros del cuerpo de Cristo, pero si desea ser dirigido por el Señor no puede limitarse a una secta. Es un terreno demasiado estrecho. A. H. Rule dijo: «El Señor tiene delante de Sí a toda la iglesia, y si el siervo es responsable ante Él, ¿cómo puede someterse a una secta y ser fiel a la vez a la misma y al Señor? Es imposible. Si un hombre es un Ministro Presbiteriano, está bien claro que no es un Ministro Bautista. Si es un Ministro de cualquier secta, eso le excluye del resto, y su ministerio queda necesariamente confinado a la secta a la que pertenece, o a sus intereses.»
El siervo del Señor no se debe permitir quedar atado y encadenado por una organización denominacional de hechura humana. El apóstol Pablo no se dejó atrapar bajo el poder de ninguna especie de organización de hechura humana. Dijo: «¿Trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gá. 1:10). También dijo: «El que en el Señor fue llamado siendo esclavo, es liberto del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, es esclavo de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres» (1 Co. 7:22-23).

Los siervos de Dios no deben ser asalariados

En conexión con la práctica errónea de escoger un «Pastor» está la de asalariar a dicho hombre. La Biblia en ninguna parte indica tal cosa. Nadie (ni un hombre ni una organización humana) debe asalariar al siervo de Dios, porque está al servicio de un más alto Amo. Como ya hemos visto, puede ser una práctica peligrosa, porque cuando uno recibe su salario de una organización determinada, tiende a hacerse siervo de aquella organización. Naturalmente, las organizaciones eclesiales no consideran asalariados a los clérigos que emplean, pero hay muchas cosas que se podrían citar que mostrarían que en la práctica este arreglo no es desde luego mucho más que eso. Tenemos un ejemplo de ello en una carta que recibimos recientemente de un hombre que incluía una tarjeta de visita que le identificaba como Ministro «jubilado» de una denominación bien conocida. Preguntamos: ¿Retira acaso el Señor a Sus siervos a los 65 años, como lo hacen las varias denominaciones? Cosas como éstas hacen que uno se pregunte si esta falsa posición en la iglesia llega a ser un mero empleo para algunos clérigos.

¿Cómo se debería mantener económicamente a los siervos del Señor?

Se podría hacer esta pregunta: ¿Cómo pues debería mantenerse económicamente a los siervos del Señor? Si no deben recibir un salario, ¿cómo deben ser sustentados? Debemos volver de nuevo a la Palabra de Dios para la respuesta. Encontramos allí que el Apóstol Pablo y otros que servían con él son un ejemplo de cómo los siervos del Señor deben llevar a cabo su servicio para Él. Ellos eran «siervos de Jesucristo», no siervos de una secta o división en la iglesia (Ro. 1:1; Fil. 1:1; 2 P. 1:1; Jud. 1, etc.). Creían que el Señor les había enviado para su obra, y que, si Él los había enviado, también se cuidaría de ellos. «¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas?» (1 Co. 9:7). De modo que ellos «salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles (de las naciones)», por cuanto confiaban que Dios supliría todas sus necesidades (3 Jn. 7; Fil. 4:19). Actuar de esta manera precisó de parte de ellos del ejercicio de la fe.
En aquellos tempranos días de la iglesia había dos maneras en que los siervos del Señor eran sustentados económicamente. En primer lugar, se sustentaban con el propio trabajo. El apóstol Pablo es un ejemplo de esto. Trabajaba haciendo tiendas mientras servía al Señor (Hch. 18:3). Podía decir: «Vosotros mismos sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he mostrado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir» (Hch. 20:34-35; 18:3). A los tesalonicenses, Pablo dijo: «Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tengamos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitéis» (2 Ts. 3:8-9).
En segundo lugar, los siervos del Señor eran sustentados por dones de los santos que deseaban expresar su compañerismo con la obra a que estaban dedicados. Esos dones procedían de dos fuentes: de asambleas locales, como Pablo dijo a los filipenses: «Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación» (Fil. 4:14-17); y de parte de individuos, como dice a los gálatas: «El que está siendo instruido en la Palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye» (Gá. 6:6; He. 13:16; 1 Ti. 6:17-19).
Sin embargo, los siervos del Señor tuvieron buen cuidado en no «aceptar nada de los gentiles (de las naciones)» entre las que fueron a predicar la Palabra de Dios (3 Jn. 7). Hicieron esto para refutar todo concepto que el mundo pudiera tener de que el evangelio es algo que uno pueda comprar. Creemos que éste sigue siendo el modelo para los siervos de Dios.

Las organizaciones paraeclesiales: ¿Ayuda u obstáculo para el Evangelio?

William MacDonald ha dicho:
«En años recientes ha habido un estallido organizativo en la Cristiandad de una proporción tal que produce mareos. Cada vez que un creyente tiene una nueva idea para impulsar la causa de Cristo, ¡forma una nueva junta misionera, corporación o institución!
»Un resultado de ello es que maestros y predicadores capaces han sido apartados de sus ministerios primordiales para trabajar como administradores. Si todos los administradores de juntas misioneras estuviesen trabajando en el campo misionero, esto reduciría en gran manera la necesidad de personal que hay allí.
»Otro resultado de la proliferación de organizaciones es que se precisa de enormes cantidades de dinero para estructura, y que por ello no quedan disponibles para la proyección misionera directa. La mayor parte de cada cantidad que se da a muchas organizaciones cristianas se dedica a los gastos de manutención de la organización, en lugar de para el propósito principal para el que la organización existe.»

Recapitulación de los principales errores del sistema clerical

En las páginas precedentes hemos mostrado de manera concluyente que el concepto del sistema clerical en el que se establece a un llamado «Pastor» o «Ministro» sobre una congregación de cristianos no está sustentado en el Nuevo Testamento. Y no se trata sólo de que no está sustentado en el Nuevo Testamento, sino que es contrario a sus enseñanzas. Los siguientes puntos son una breve recapitulación de los principios que hemos cubierto en las páginas precedentes, y que muestran por qué la posición clerical en la iglesia no es acorde a la Palabra de Dios.
1) Viola el principio del sacerdocio de todos los creyentes. (1 P. 2:5; Ap. 1:6; 5:10; He. 13:15-16).
2) Prohíbe el libre ejercicio de los dones en la asamblea al limitar de manera arbitraria el ministerio a una persona (o varias) que tengan derecho oficial a ello (1 Co. 12 y 14).
3) Donde haya uno o dos hombres primariamente responsables por la enseñanza en la iglesia (local) como sucede en el caso de un llamado «Pastor» o «Ministro», no hay recurso para comprobar y equilibrar la enseñanza. Consiguientemente, existe el peligro de interpretaciones unilaterales, si no de doctrina falsa como tal. En cambio, allí donde el Espíritu Santo tiene libertad para hablar por medio de los varios dones en la asamblea, salen a la luz más facetas de la verdad. Hay también una mayor inmunidad frente al error cuando todos los santos comparan asiduamente Escritura con Escritura (1 Co. 14:26-32).
4) Tiende a promover la apatía entre los congregantes. Por cuanto el sistema no da libertad a las personas a contribuir en el ministerio, a menudo se da una falta de ejercicio en las cosas divinas. Muchos piensan que no deben preocuparse acerca del ministerio, por cuanto la iglesia está pagando a alguien (al clérigo) para que lleve a cabo este servicio para ellos. Por consiguiente, el desarrollo del ejercicio y del crecimiento espiritual en los santos queda dificultado por este arreglo (1 Co. 3:1-4; He. 5:11-14).
5) Favorece que las personas se reúnan en torno a un orador dotado, y esto viola los principios de Dios de que los cristianos deben reunirse por el Espíritu al Nombre del Señor Jesucristo (1 Co. 1:12-13; 3:1-4; Mt. 18:20).
6) Interfiere en la responsabilidad inmediata del siervo para con el Señor en el ejercicio de su don. La persona (el clérigo) resulta responsable ante la organización humana sobre él que le paga el salario. Él es responsable de mantener sus normas y métodos de ministerio y de alcanzar las metas que la organización le haya marcado; así, tiende a ser controlado por la organización (1 Co. 7:22-23; Gá. 1:10).

¿Qué piensan los «pastores» acerca de todo eso?

Quizá alguien vaya a preguntar al «Ministro» o «Pastor» de su denominación acerca de esas cosas, y le dirán que nosotros no tenemos razón. Esto es fácil de comprender. Lo más probable es que no acepte esas verdades porque condenan la misma posición sobre la que se encuentra. Si esas cosas son ciertas (y desde luego lo son), entonces, ¿dónde queda el hombre que ocupa la posición de un «Pastor»? Estar en «el ministerio» es una profesión. ¡Para él, las ramificaciones prácticas de aceptar esta verdad implican que se queda sin trabajo! No estamos con ello insinuando que esté sólo en «el ministerio» para tener un empleo. Puede que lleve a cabo su trabajo y que lo haga al máximo de sus capacidades, pero sigue estando en una posición que no se encuentra en la Palabra de Dios. Si el cristiano promedio quisiera abandonar el orden de hechura humana que se encuentra en las iglesias para practicar el verdadero cristianismo bíblico, no tendría tanto que perder como el clérigo. Si un clérigo quiere ser fiel a la Palabra de Dios, le costará mucho más. Pero si actúa en obediencia al Señor, Dios le compensará con creces, porque Él ha dicho: «Yo honraré a los que me honran» (1 S. 2:30; 2 Cr. 25:9).

 

La administración local en la iglesia

La diferencia entre don y oficio
Entre los cristianos casi siempre se confunde entre «don» y «oficio». Intentar localizar un don (como el de pastor) para que funcione como un oficio en la iglesia es una clara prueba del malentendido que existe acerca de esta cuestión. Don y cargo son dos cuestiones diferentes en la Escritura. El don se ejerce en relación con el cuerpo de Cristo; el oficio es una responsabilidad en relación con la casa de Dios. El don es para la edificación mientras que el oficio tiene que ver con la administración. En tanto que un don es universal (para todo el cuerpo), el oficio tiene el carácter de cargo local (esto es, para una asamblea local).
Hay una excepción a esto, que es la del apostolado. El apostolado es a la vez un oficio y un don. Es el único caso en la Escritura en el que el oficio es algo universal (Hch. 1:20; 1 P. 5:1). Doce de los discípulos del Señor fueron designados para el «oficio» de apostolado (Mr. 3:14; Lc. 6:13; Hch. 1:20). Esto lo hizo el Señor estando aún en la tierra. Cuando Judas cayó por transgresión, aquel «oficio» fue tomado por otro (Hch. 1:16-26). Sin embargo, ellos recibieron el «don» celestial de apostolado después que el Señor hubiera muerto y tras Su resurrección hubiese ascendido a Su posición celestial a la diestra de Dios. Los dones, como hemos mencionado, descienden de Cristo en el cielo. «Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres ... Y él mismo dio: unos, los apóstoles ...» (Ef. 4:8-11, RV).
Un individuo que tenga un cargo local (u oficio) en una asamblea puede que tenga también un don para la enseñanza o predicación públicas (1 Ti. 5:17), pero cuando a Escritura trata acerca de los temas de don y de oficio, nunca confunde entre ambas cosas.
Cuando comprendemos la diferencia entre esas dos cosas como las distingue la Escritura, podemos ver cuán lejos dista de la verdad la siguiente declaración: «Él es el Pastor de una iglesia.» Bajo circunstancias normales, el siervo del Señor nunca es «el» don singular en una iglesia local. Tampoco debe restringir el ejercicio de su don a «una» iglesia local; ni siquiera a una cierta secta dentro de la iglesia. Su don es para todo el cuerpo de Cristo. Para ser preciso y ajustarse a las Escrituras, se debería decir: «Él es un pastor en la iglesia.»

Ancianos, supervisores (obispos) y guías

Aparte del apostolado, hay sólo dos oficios en la iglesia. El primero es el de supervisor (obispo) / anciano / guía, y es el medio normal de guiar a una asamblea en sus responsabilidades administrativas. El fondo de su trabajo pertenece particularmente al bienestar espiritual de una asamblea local. Las tres palabras que se usan en las epístolas para los que funcionan en este oficio son «ancianos», «supervisores (obispos)» y «guías». Esas palabras pueden usarse de manera indistinta para el mismo oficio. Véase Hechos 20:17 con 28, Tito 1:5 con 7, Primera Pedro 5:1-2.
Ancianos (presbuteroi) describe la madurez y experiencia que debería pertenecer a aquellos que ocupan este puesto. Se refiere a los de edad avanzada. Sin embargo, no todos los hombres de gran edad en una asamblea funcionan necesariamente en este puesto de liderazgo responsable (1 Ti. 5:1; Tit. 2:2). Esto se debe a que puede que no todos tengan la experiencia, el interés o los requisitos morales necesarios (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:6-9).
Obispos o supervisores (episkopoi) describe la obra que llevan a cabo: pastoreando el rebaño (1 P. 5:2; Hch. 20:28), velando por las almas (He. 13:17); amonestando (1 Ts. 5:12), etc.
Guías o pastores (hegoumenos) describe el liderazgo que deben ejercer en la asamblea local.
La Escritura se refiere a los que ocupan este puesto como aquellos que «os dirigen en el Señor» (1 Ts. 5:12-13, BAS), «vuestros guías» (He. 13:7, BAS), «vuestros pastores» (He. 13:17, 24); véase también Primera Corintios 16:15-18 y Primera Timoteo 5:17, «Los ancianos que gobiernan bien ...»). Siempre son designados en plural cuando son contemplados laborando en su puesto. Pueden ser mencionados en singular si se hace refiriéndose a su carácter personal (1 Ti. 3:1-7), pero cuando están llevando a cabo su obra, es en plural. Esto muestra que no se trata de un ministerio de una sola persona. Es una salvaguarda divina dada a los ancianos, para que ninguno entre ellos quiera exaltarse y presidir sobre una asamblea. Triste es reconocerlo, no se ha prestado atención a este punto, y en ocasiones los hombres se han levantado para imponer su dominio (Hch. 20:30). Además, hay versiones que traducen los versículos anteriormente citados como «que os presiden en el Señor» (1 Ts. 5:12), y «vuestros pastores» (He. 13:17, 24). Esas traducciones podrían dar la idea de que esas personas deben presidir por encima de la grey de Dios, lo que, naturalmente, no es cierto. Esos versículos deberían ser traducidos: «Los que os guían en el Señor». Ellos tienen su lugar entre los otros miembros de la grey. El único lugar donde vemos a alguien en la Escritura presidiendo sobre una asamblea local es el caso de Diótrefes: y era un malvado (3 Jn. 9-10).
¡Qué diferente es esto del orden que los hombres han dispuesto en sus denominaciones! El camino de Dios es tener una pluralidad de obispos en una iglesia (asamblea) local. (Fil. 1:1; Hch. 20:28; Tit. 1:5); el camino de los hombres es tener un obispo sobre muchas iglesias (o asambleas).
«Guiar en el Señor» no se refiere necesariamente a guiar con la enseñanza o predicación pública, sino en los asuntos administrativos de la asamblea. Confundir entre ambas cosas es comprender mal la diferencia entre el don y el oficio. Sin embargo, deberían ser «aptos para enseñar» (cp. 1 Ti. 3:2). Eso se refiere a que han de ser capaces de exponer la Palabra tal como han sido enseñados, aunque no necesariamente tengan el don de maestro (Tit. 1:9). Puede que alguno de los que «guían» no enseñen, pero es bueno y útil cuando pueden hacerlo (1 Ti. 5:17).
Los que están en este puesto de liderazgo responsable son contemplados en el libro de Apocalipsis bajo las figuras de «estrellas» y «el ángel de la iglesia» (Ap. 1:20; 2:1, 8, 12; 3:1, 7, 14). Como «estrellas» deben dar testimonio de la verdad de Dios (los principios de la Palabra) como candeleros en la asamblea local. Esto muestra que deben estar instruidos en la Palabra (Tit. 1:9). Cuando la asamblea es confrontada con un problema o una cuestión, deberían poder dar luz de la Palabra de Dios acerca de qué debería hacer la asamblea. Hechos 15 nos da una ilustración acerca de su obra. Después de oír el problema que estaba agobiando a la asamblea, Pedro y Jacobo, como «estrellas», dieron luz acerca de la cuestión. Jacobo aplicó un principio de la Palabra de Dios, y luego dio su juicio acerca de lo que creía que el Señor quería que hiciesen (Hch. 15:15-21).
Como «el ángel de la iglesia», aquellos que están en este puesto de responsabilidad actúan como mensajeros para comunicar la mente de Dios en la asamblea en cuanto a actuar. Esto también queda ilustrado en Hechos 15. Después de haber determinado lo que se creía que era conforme a la mente del Señor en relación con el problema, «tomaron el liderazgo» en la asamblea local para llevar a cabo Sus propósitos. Expusieron sus conclusiones ante la asamblea a fin de no actuar con independencia de ellos, que también creían que la conclusión alcanzada era conforme a la mente del Señor. Esto fue seguido por una carta enviada a los hermanos en Antioquía, notificándoles cómo se había resuelto la cuestión (Hch. 15:22-23).
En algunos respectos, la obra de los pastores y de los ancianos es similar. Ambos son llamados a pastorear y a alimentar el rebaño. Pero los dos no son nunca confundidos. El pastor no localiza su servicio, mientras que el anciano / supervisor / guía sí lo localiza.

Diáconos

Mientras que los que están en el oficio de anciano / supervisor / guía se ocupan del bienestar espiritual de una asamblea local, los que tienen el oficio de diácono deben estar ocupados en los cuidados temporales de una asamblea local (Hch. 6:1-6; 1 Ti. 3:8-13). El término «diácono» se podría traducir «ministro», porque en la Biblia el ministerio no se limita sólo a cosas espirituales (Lc. 8:3; Hch. 6:1, RV, «el ministerio cotidiano», 12:25; 13:5; Ro. 16:1). Los diáconos ejercen el ministerio en las cosas temporales, pero su servicio para el Señor no tiene por qué quedar limitado exclusivamente a esto. Si tienen un don de ministerio de la Palabra, pueden ejercer este don según el Señor les quiera dirigir (1 Ti. 3:13). Tanto Esteban como Felipe, que eran diáconos, tenían también dones para ministrar la Palabra. Esteban estaba dotado como maestro (Hch. 7), y Felipe estaba dotado como evangelista (Hch. 8:5-40; 21:8). Las hermanas pueden también servir como diaconisas. Romanos 16:1 (RVR) dice: «Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea.» Sin embargo, probablemente no tendrían tal puesto en un sentido oficial, porque Pablo había dicho que los diáconos debían ser «maridos de una mujer», lo que demuestra que los diáconos eran hombres (1 Ti. 3:12). Los que estaban en este oficio debían también exhibir rasgos morales en sus vidas similares a los requeridos en los ancianos / supervisores / guías.

La elección de los ancianos

Se podría plantear esta pregunta: «¿Cómo entraban las personas en esos oficios?» En cada caso que vemos en las Escrituras con respecto a ellos, eran escogidos. ¡Pero en ningún pasaje de la Escritura leemos que los ancianos fueran escogidos por la iglesia! Así como hemos mostrado que no hay una asamblea local en la Biblia que escogiera a su pastor, tampoco hay una asamblea que escogiera a sus ancianos. ¡Pero, a pesar de ello, en la Cristiandad actual casi cada grupo eclesiástico escoge a sus ancianos! Preguntamos: ¿de dónde reciben ellos su autoridad para hacer tal cosa? En ningún pasaje de las Escrituras vemos que se confíe a una asamblea una elección tan difícil como la de escoger a sus ancianos, ello con independencia de la piedad e inteligencia de los que la constituyan. La Palabra de Dios dice que eran escogidos por los apóstoles. Dice la Escritura: «Les designaron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído» (Hch. 14:23). En ciertas ocasiones, los ancianos fueron escogidos por delegados de los apóstoles. Tito era uno de ellos. Fue enviado por Pablo a la isla de Creta con el propósito de ordenar ancianos. Incluso entonces, su comisión era sólo para aquel lugar. No estaba autorizado para ordenar en ningún otro lugar, a no ser que fuese encargado por el apóstol (Tit. 1:5).
La sabiduría de Dios se ve aquí en que los ancianos fuesen escogidos de manera específica para una asamblea. Si se hubiese dejado a la iglesia la tarea de escogerlos, podrían haber actuado con prejuicios, escogiendo a líderes que favoreciesen sus inclinaciones. Al ser una función apostólica, había menos peligro en este sentido.
En el caso de los diáconos, las iglesias locales los escogían. Un ejemplo de ello es Hechos 6:1-6. Algunos hombres fueron escogidos por la iglesia para el oficio de diáconos (aunque en este capítulo no se les da tal nombre de manera directa), pero fueron oficialmente designados para tal puesto por los apóstoles. Una iglesia local puede en la actualidad escoger a los tales para llevar a cabo los cuidados temporales en la asamblea, pero con todo no pueden ser constituidos oficialmente para el oficio de diácono, porque no hay ningún apóstol ni delegado apostólico para constituirlos.

Inexistencia de apóstoles en la actualidad para designar ancianos

Todo el valor de la designación de una persona a un oficio depende de la legitimidad del poder que la designe. Y la Escritura no admite ningún poder para designar excepto el de un apóstol o el de un enviado que estuviera delegado por un apóstol para tal propósito. Pero, ¿dónde existe en la actualidad un delegado así que pueda presentar unas credenciales adecuadas de poseer una comisión apostólica para llevar tal designación a cabo? La Palabra de Dios no indica en ningún lugar que haya una continuidad de la potestad de ordenación. Por tanto, la iglesia no tiene en la actualidad la potestad de designar ancianos / supervisores / guías para su oficio, ni un diácono para su oficio, sencillamente porque no tenemos ningún apóstol o delegado apostólico para ello.
Nos damos cuenta de que esto es contrario a las creencias de algunos cristianos, que creen que hay apóstoles en la tierra en la actualidad. Pero la Biblia indica que no es así. Dice que la iglesia está edificada «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un santuario sagrado en el Señor; en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:20-22). En este pasaje de las Escrituras, la formación de la iglesia es asemejada a la edificación de una casa. Comienza con la puesta de la principal Piedra del Ángulo (Cristo); luego se echa el fundamento (los apóstoles y los profetas), y finalmente el edificio sube de modo que se añade cada verdadero creyente; hasta que todo el edificio queda completado con la venida del Señor. Esto muestra que el puesto que ocupan los apóstoles y profetas en la iglesia es el de el fundamento. Fueron usados directamente por el Señor para establecer la iglesia al principio. Las epístolas que escribieron establecen el orden y la función de la iglesia: en ellos se ha establecido el fundamento de la iglesia. El Señor ya no da apóstoles a la iglesia, porque ya no está echando el fundamento. ¡Ha sido ya echado! De hecho, el edificio está a punto de quedar finalizado. Estamos esperando a las últimas personas que hayan de ser salvas, de modo que las últimas pocas piedras (vivas) sean puestas en su lugar en el edificio. El ministerio de los apóstoles y profetas permanece en la iglesia, en sus escritos inspirados; pero a ellos ya no los tenemos personalmente en la tierra (Ef. 4:11-13).

Tres requisitos para el apostolado

Por cuanto puede que haya algunos que siguen pensando que podría haber apóstoles sobre la tierra en la actualidad, presentamos los tres requisitos necesarios para que alguien pueda ser apóstol. Estos tres requisitos demuestran que no puede haberlos en la actualidad.
1) Tenían que haber visto al Señor personalmente (1 Co. 9:1; 2 Co. 12:2).
2) Tenían que ser escogidos y enviados directamente por el Señor (Lc. 6:13; Jn. 6:70; Hch. 9:15; 22:21).
3) Tenían que ser testigos de Su resurrección (Hch. 1:22; 1 Co. 15:8, 15).
Esas cosas nos muestran que en la actualidad no puede haber apóstoles sobre la tierra. Cualquier persona que en la actualidad pretenda ser apóstol sólo puede ser un impostor (Ap. 2:2; 2 Co. 11:13-15; 2 Ti. 3:13).
W. Kelly dijo:
«Es evidente que no tenemos ni apóstoles viviendo en la tierra, ni representantes como Tito, encargado por un apóstol para una tarea casi apostólica. La consecuencia es que en la actualidad, si uno está sujeto a la Palabra de Dios, no puede buscar ancianos en su forma oficial precisa. Si alguien pretende que puede haberlos, sería interesante saber qué base tiene en las Escrituras. Lo que se ha expuesto es, a mi juicio, suficiente para refutar tal pretensión. No se puede tener a nadie designado de manera formal y legítima para tal oficio a no ser que se tenga una potestad autorizada de manera formal y legítima por parte del Señor para designarlos. Pero no se tiene lo que es necesario de manera indispensable para certificar ancianos. No hay apóstoles ni funcionarios comisionados por los apóstoles para que actúen en nombre de ellos; por tanto, todo el sistema de designaciones se derrumba por la ausencia de una autoridad competente.»

¿Significa esto que usted no cree en tener ancianos?

Alguien podría preguntar: «¿Significa esto que usted no cree en tener ancianos?» Aunque no tenemos a nadie para designar ancianos en la actualidad, no debemos pensar que la tarea de supervisar no sigue vigente. Dios no deja las asambleas locales sin guías. El Espíritu Santo sigue suscitando a hombres para que lleven a cabo esta obra (Hch. 20:28). En una reunión de cristianos que se congregan en conformidad a la Escritura, habrá normalmente entre ellos los que lleven a cabo esta tarea. Serán conocidos por la tarea que desempeñan; y deben ser reconocidos como tales, aunque no hayan sido oficialmente designados para este oficio. Debemos «reconocerlos» (1 Ts. 5:12; 1 Co. 16:15), «tenerlos por dignos» (1 Ti. 5:17), «acordarnos» de ellos (He. 13:7), «imitar» su fe (He. 13:7), «obedecerlos» (He. 13:17) y «saludarlos» (He. 13:24). Pero en ninguna parte de las Escrituras se indica a la iglesia que los ordene, sencillamente porque la iglesia no tiene potestad para tal cosa.
El Espíritu de Dios ha previsto plenamente el tiempo en que los apóstoles no estarían en la tierra para designar ancianos; y nos ha dado unos principios conductores de modo que pudiéramos conocer a aquellos a los que Él suscita para llevar a cabo esta tarea en la asamblea local. Había al menos dos asambleas a las que Pablo escribió que no tenían ancianos ordenados. Sin embargo, al escribir a las mismas marcó un principio que ponía aparte a ciertos de ellos para la obra en aquellas asambleas, y nos da una guía de gran valor en la actualidad, siendo que no tenemos una designación oficial de ancianos.
Al escribir a los corintios, les mandó que reconociesen a los de la casa de Estéfanas, y a otros como ellos, que se han puesto al servicio de los santos. Dijo que debían reconocer a los tales como guías, y que debían someterse a ellos (1 Co. 16:15-18).
Al escribir a los tesalonicenses, Pablo les dijo que reconociesen a los que trabajaban entre ellos para el bien de la asamblea. Dijo que serían conocidos por sus labores en medio del rebaño. Consiguientemente, debían tenerlos en mucha estima y amor por causa de su obra (1 Ts. 5:12-13).
En palabras de W. Kelly:
«¿Qué, entonces? ¿Acaso no hay aquellos que sean idóneos para ser ancianos u obispos, si hubiera apóstoles para constituirlos? ¡Gracias a Dios, no son pocos! Apenas si se puede contemplar una asamblea de Sus hijos sin oír de algunos graves ancianos que van tras los descarriados, que advierten a los desordenados, que consuelan a los abatidos, que aconsejan, amonestan y guían a las almas. ¿No son esos los hombres que podrían ser ancianos, si hubiera la potestad para designarlos? ¿Y cuál es el deber de un cristiano tal como están las cosas ahora, en el uso de lo que permanece? No digo que se les llame ancianos, pero desde luego deben ser tenidos en gran estima por causa de su obra, y amarlos y reconocerlos como aquellos que están sobre el resto de sus hermanos en el Señor.»

La ordenación

La mayoría de cristianos creen que antes que alguien pueda ministrar en la iglesia, debe ser ordenado. ¡Sin embargo, no hay una sola persona en la Biblia que fuese ordenada por los hombres para predicar el evangelio ni para ministrar la verdad de Dios a la iglesia! ¡Ni una!
Las llamadas organizaciones eclesiales de las que hemos estado hablando usan la ordenación como autorización para que una persona ministre entre ellos, pero la Escritura nunca lo presenta así. Si un cierto número de cristianos se organizan en lo que ellos llaman una iglesia, con sus propios credos y reglas de gobierno, es cosa cierta que nadie estaría libre de ministrar en su organización sin su autorización. Difícilmente podría ser de otra manera. A fin de cuentas, es su sistema. Si alguien quiere ministrar en dicha secta, tendrá que sujetarse a sus normas. Esto es una prueba evidente de que esas organizaciones son verdaderamente sectas.

Pero en la Biblia los obreros eran ordenados.

Algunos podrían contestar: «¿Pero no leemos de personas ordenadas en la Biblia?» Sí, la Biblia nos dice que Pablo y Bernabé ordenaron ancianos en cada ciudad en uno de sus viajes misioneros (Hch. 14:23). Pero nosotros preguntamos: «¿Se nos puede mostrar un solo ejemplo en la Escritura en el que Pablo, Bernabé o Tito jamás ordenaran a un pastor, a un maestro o a un evangelista? O, yendo más allá, ¿hay algún pasaje de la Escritura donde se nos muestre la ordenación de un profeta o de un sacerdote? No tenemos la más ligera insinuación de que ninguno de ellos fuese ordenado. ¿De dónde saca la gente esta idea? Repitamos la observación de W. T. P. Wolston: «La idea está en las cabezas de la gente, pero no en la Escritura.» Si hubiera sido la voluntad de Dios para la iglesia, en tal caso nos habría dado instrucciones en Su Palabra acerca de esto.
Ahora bien, es cierto que hubo hombres dotados que fueron ordenados, ¡pero no con el propósito de cumplir el ministerio del don de habían recibido! Los que fueron ordenados por los apóstoles (o por sus delegados) fueron escogidos para cumplir el oficio de supervisor / anciano / guía de una manera oficial. Por cuanto todos los creyentes tienen un don, esos hombres deben haber poseído un don. Algunos de ellos pueden incluso haber poseído el don de pastor o maestro (1 Ti. 5:17); pero, se debe insistir, su ordenación no se llevaba a cabo para que ejerciesen su don, sino para que cumpliesen el oficio para el que habían sido designados.

La imposición de manos

Se puede plantear la pregunta: «¿Y qué de Hechos 13:1-4, donde se dice: Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Níger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras estaban éstos celebrando el culto del Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Esto parece señalar que es necesario que es necesaria la ordenación, incluso en el caso de un apóstol, antes de poder salir a predicar.»
En primer lugar, no hay justificación para decir que esto fuese una ordenación. No se dice que lo fuese. La palabra ordenar ni siquiera aparece en este pasaje. Se menciona la imposición de manos, pero es una suposición pensar que la ordenación viene por la imposición de manos. Hay muchas ideas difundidas acerca de cosas divinas que proceden de una lectura superficial de la Palabra de Dios. Con frecuencia, no se da el tiempo suficiente para escudriñar las Escrituras con cuidado y oración antes de llegar a conclusiones. Esta cuestión de imponer las manos es un ejemplo de lo mismo. ¡En cada caso en el que hay ordenación de ancianos en la Biblia, no hay mención alguna de que se impusieran las manos sobre ellos! Es posible que se impusieran las manos sobre aquellos que eran ordenados, pero la Escritura no lo dice. Desde luego, los apóstoles (o sus delegados) podrían haber hecho muchas cosas al ordenar ancianos, pero sería una pura suposición de nuestra parte decir que lo hicieron. W. Kelly dijo: «No tengo duda alguna de que el Espíritu de Dios conocía la superstición que acompañaría a este acto en años posteriores, de modo que tuvo cuidado en nunca relacionar la imposición de manos con la ordenación de ancianos. ... Me mantengo en que en esta misma cuestión de la ordenación la Cristiandad ha perdido de vista la mente y la voluntad de Dios; y que, en ignorancia pero no sin pecado, está luchando en pro de un orden propio, que es meramente desorden.»
Es evidente, en Hechos 11:25-26 y Hechos 12:25, que Bernabé y Saulo estaban ya en «el ministerio» antes que los de Antioquía les impusieran las manos. Pablo no fue ordenado para el ministerio como apóstol mediante esta imposición de manos. Él dijo que el Señor lo había constituido como tal. Escribiendo a Timoteo, le dice: «Doy gracias al que me revistió de poder, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio» (1 Ti. 1:12). Él no había recibido su apostolado de manos de los hombres. Escribió así a los gálatas: «Pablo, apóstol (no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por Jesucristo y por medio de Dios el Padre que lo resucitó de los muertos) ...» (Gá. 1:1).
Y, de todos modos, si este suceso en Hechos 13 hubiera sido una ordenación, ¿quién los habría ordenado? ¿Acaso Simón llamado Níger, Lucio, Manaén, y quizá otros allá? Esos eran profetas y maestros, que eran segundos y terceros en la iglesia. ¡Pero los apóstoles eran primeros! (1 Co. 12:28). Si ordenaron a los apóstoles, ¡los menores ordenaron a los mayores!
Otro autor ha dicho: «¿Consideró el Apóstol Pablo que la imposición de manos de otros fuese una ordenación para su especial oficio? Podemos estar seguros de que no. Si fuera de otro modo, ¿por qué, cuando estaba vindicando su condición de apóstol, no se refirió a esta ocasión y a este acto (1 Co. 9:1; 2 Co. 11:5; 12:12)?»
Hechos 14:26 explica lo que realmente sucedió cuando fueron impuestas las manos de otros sobre Bernabé y Pablo en Antioquía. Dice: «De allí navegaron a Antioquía, desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido.» Esto muestra que los hermanos en Antioquía les habían extendido «la diestra de comunión» (Gá. 2:9). Habían expresado a Bernabé y a Saulo su pleno compañerismo y apoyo en la obra que estaban a punto de emprender. Esto puede haber incluido un don práctico de ayuda financiera para el viaje, aunque la Escritura no lo especifica. Nada hay en este pasaje de la Escritura en el sentido de que Bernabé y Saulo fuesen ordenados para tener un lugar entre el clero.
Más que esto, ¡esta encomienda de Pablo a la gracia de Dios fue repetida! Se trataba de algo que los hermanos hacían por los siervos del Señor cada vez que salían a una nueva obra de expansión del evangelio (Hch. 15:40; Gá. 2:9). Esto demuestra de cierto que no era ordenación, porque incluso los que creen que ven una ordenación en Hechos 13:1-4 no creen que una persona deba ser vuelta a ordenar cada año o dos.
Si la ordenación de alguien depende de la validez del poder que le designa (y la Escritura no admite ninguna potestad designadora excepto la de un apóstol o de un delegado de un apóstol), entonces es evidente que los que practican la ordenación en nuestros días no tienen autoridad de Dios para tal cosa. Un hermano que en el pasado se había sometido al sistema humano de ordenación lo expresó de una manera contundente: «¡Pusieron sus manos vacías sobre mi cabeza vacía!»
Otros podrían preguntar: «¿Y qué de Primera Timoteo 4:14, que dice: "No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio (grupo de ancianos)"?» Este pasaje menciona también la imposición de manos, pero de nuevo no hay una palabra acerca de la ordenación. Sólo existe en la imaginación de la gente. En realidad, la cuestión es bastante sencilla. Timoteo tenía un don del Señor, y alguien, un profeta o profetisa, anunció que sería usado por el Señor en el ejercicio del mismo. Los ancianos reconocieron el don que tenía de parte del Señor, y le extendieron la diestra de comunión en compañerismo con él en su obra. Pablo escribió a Timoteo, exhortándole para que no descuidase el don que tenía, recordándole que otros (los ancianos) estaban tras él apoyándole. Esto le debió ser de gran aliento.

Colecta frente a diezmo

Otra cosa que ha venido a formar parte integral de los servicios eclesiales denominacionales es el diezmo (dar el diez por ciento de los ingresos personales). Se trata de algo distintivamente judaico, y ha sido tomado del orden terrenal de cosas que la epístola a los Hebreos llama «el campamento» (Lv. 27:30-34; Nm. 18:21-24; He. 13:13). Pero no tiene lugar en el cristianismo. El cristianismo opera en base de unos principios totalmente diferentes y mucho más elevados que el sistema mosaico de la ley. Imponer tales normas a los hijos de Dios hoy en el cristianismo es comprender mal la gracia y también comprender mal la distinción que existe entre el judaísmo y el cristianismo. En Segunda Corintios 89 tenemos los principios para las aportaciones de los cristianos. No hay ni una palabra en esos capítulos, ni en ningún otro lugar del Nuevo Testamento, que mande a los cristianos que usen el método legalista del diezmo en sus colectas.
Los principios que gobiernan las aportaciones de los cristianos son sencillos. Primero debe haber un darnos a nosotros mismos al Señor y a la voluntad de Dios; luego dar de nuestros bienes según la medida que poseamos. Dice: «Será acepta (la ofrenda) según lo que uno tiene, no según lo que no tiene» (2 Co. 8:5, 11-12). En el judaísmo no importaba si alguien estaba bien dispuesto o no: debía dar su diez por ciento. Era la ley. Este no es el principio sobre el cual los cristianos deben dar. La aportación del cristiano es algo que debe proceder del corazón antes que tenga valor delante de Dios. Si no hay «la voluntad dispuesta», entonces la aportación de la persona es algo meramente legal, y no tendrá un verdadero valor sacrificial.
En esos dos capítulos, el apóstol Pablo desarrolla el propósito de la aportación cristiana. Muestra que era:
1) Para expresar compañerismo a los otros miembros del cuerpo de Cristo (2 Co. 8:4).
2) Para abundar en cada aspecto de la experiencia de Cristo (2 Co. 8:7).
3) Para demostrar la realidad de nuestro amor (2 Co. 8:8, 24).
4) Para imitar a nuestro Señor Jesús (2 Co. 8:9).
5) Para ayudar a suplir las necesidades de los demás (2 Co. 8:13-15).
6) Para que podamos tener la experiencia práctica de Dios abundando para con nosotros según Su plena suficiencia (2 Co. 9:8-10).
7) Para dar ocasión a otros para que den gracias a Dios (2 Co. 9:11-15).
8) Para que pueda abundar el fruto en nuestra cuenta (Fil. 4:17).
En el orden de Dios se deben hacer colectas sobre una base regular el primer día de la semana, cuando los santos se reúnen. La Palabra de Dios dice: «En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, ...» (1 Co. 16:1-2). Aunque la colecta mencionada en este versículo se refería a las necesidades específicas de los santos en Jerusalén, el principio sigue manteniéndose en la actualidad. Sigue habiendo necesidades específicas en la iglesia.
La ocasión en que se recoge la colecta debería ser cuando los santos se reúnen para el partimiento del pan el primer día de la semana (Hch. 20:7). Hebreos 13:15-16 vincula el sacrificio de «la comunicación (de los bienes materiales)», (RV) o «ayuda mutua» (RVR) con el «sacrificio de alabanza» que se ofrece en el partimiento del pan.
Lo que es abiertamente espantoso en la Cristiandad actual, y desde luego es una deshonra para el Señor, es que se induce a los que no son ni siquiera salvos para que aporten a las colectas. La impresión que eso deja en las mentes de la gente del mundo es que pueden hacer algo aceptable para Dios en su estado no regenerado. Más que esto, les da la impresión de que el cristianismo es un sistema de toma y daca. Como observó cierta persona, «vuestro Dios debe ser desde luego muy pobre, porque siempre os tiene a los cristianos pidiendo dinero.» Sin embargo, en la Biblia no leemos de colectas en las que participen los que no eran salvos. El hábito de la iglesia primitiva era no aceptar colectas públicas. Para guardarse de conceptos que el mundo pudiera abrigar, los siervos del Señor en la iglesia primitiva tuvieron buen cuidado en no aceptar «nada» de aquellos en las naciones que llevaban el evangelio y que no conocían al Señor (3 Jn. 7). Y éste sigue siendo el orden de Dios para la iglesia en la actualidad.

La disciplina en la iglesia

Otro punto del gobierno de la iglesia local que parece descuidado en las llamadas iglesias es el de la disciplina y exclusión de la comunión. La Biblia indica que las asambleas locales no deben estar asociadas con ninguna clase de mal, sea éste moral, doctrinal o eclesiástico. Si alguien cae en tal mal, la asamblea local es responsable de excluir a tal persona de su comunión. El apóstol Pablo dijo: «¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios los juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros» (1 Co. 5:12-13).
Esto muestra que la asamblea tiene la responsabilidad de juzgar el mal en medio de ella cuando se manifiesta.
Hay tres razones principales por las que la asamblea debe excluir a las personas malas.
1) La gloria del Señor. La asamblea debe tener cuidado en no permitir que el Nombre del Señor sea asociado con el mal a los ojos del mundo. Cuando los corintios actuaron para la gloria del Señor y quitaron de en medio a la persona que estaba en pecado, el apóstol escribió encomiándolos, diciendo: «Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué gran diligencia produjo en vosotros, y qué disculpas, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación!» (2 Co. 7:11). Actuaron con un celo vehemente y para vindicación de la gloria del Señor.
2) Se debe mantener la santidad en la asamblea. Hay dos razones para ello. Primero, la asamblea es la morada de Dios. Debe ser guardada como lugar adecuado para Su santa presencia. «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre» (Sal. 93:5, RVR). «No habitará dentro de mi casa el que comete fraude» (Sal. 101:7; 1 Co. 3:17; Nm. 5:1-4). Segundo, debido al carácter contaminador del pecado, a semejanza de la acción de la levadura. Como hemos mencionado ya antes, la asociación con el mal contamina. El apóstol Pablo dijo: «¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Purificaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa» (1 Co. 5:6-8; Gá. 5:9-12). También dijo: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33). Si la asamblea no quitase el mal de en medio de ella, antes de mucho tiempo otros serían afectados por ello.
3) La corrección y restauración del ofensor. Esta acción de asamblea de excluir a alguien de comunión debería siempre tener a la vista el bien de la persona errada. Es excluido y privado del ambiente social, para que se quebrante en arrepentimiento y sea restaurado al Señor (1 Co. 5:11, «no os juntéis con» tal persona). Cuando la persona se arrepiente y juzga su pecado, la asamblea debe recibirle de nuevo a la comunión. Con respecto a la persona que había cometido pecado y que los corintios habían excluido de entre ellos, el apóstol Pablo dijo: «Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él» (2 Co. 2:6-8, RVR).
La asamblea debería considerar siempre esto como el propio pecado de ella. Su actitud acerca de la exclusión de quienquiera debería ser la de lamentación, de reconocimiento de que hemos faltado al no haber podido prevenirle cuando estaba lanzado hacia el pecado. Esta era la falta en la que habían incurrido los corintios. Pablo les dijo: «Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haber hecho duelo, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? (1 Co. 5:2). Cada uno en la asamblea debería escudriñar su propio corazón, preguntándose: «¿Qué podría haber hecho yo para prevenir la caída de esta persona?» Debemos ver que hemos tenido una parte en ello al no haber pastoreado apropiadamente a esta persona, o al no haber orado suficientemente por esta persona, etc. Es a esto a lo que se hace referencia al comer de la ofrenda por el pecado (Lv. 6:26).
Esta clase de cuidado por la gloria del Señor es casi inexistente en la Cristiandad en la actualidad, y sin embargo es algo que debería ser practicado por cada asamblea cristiana.

La Recepción una responsabilidad de la asamblea local

Otra cosa que la iglesia primitiva practicaba y que es casi inexistente en la Cristiandad en la actualidad, es el cuidado en la recepción de las personas a la comunión.
Antes de contemplar los principios en la Palabra de Dios que están involucrados en la recepción, es necesario comprender que la asamblea local tiene ciertas responsabilidades acerca de aquellos con los que están en comunión. Como hemos visto antes, la Biblia indica que la asamblea local debe mantenerse pura de tres clases de mal porque la asociación con tales cosas afectará y contaminará a la asamblea como un todo. Más importante todavía, el Señor habita en medio de Su pueblo reunido a Su Nombre (Mt. 18:20), y por ello la asamblea debe mantener el mal fuera de en medio de ella para poder permanecer como un lugar adecuado para Su presencia. «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre» (Sal. 93:5, RVR). Las clases de mal que la asamblea debe mantener fuera de en medio de ella son el mal moral, el mal doctrinal y el mal eclesiástico.

Los principios de recepción

Ahora bien, a la vista de lo que la Biblia enseña respecto a la pureza de la asamblea, cuando alguien desea partir el pan a «la mesa del Señor» (1 Co. 10:21), la asamblea debe tener cuidado en no introducir a la comunión a alguien que pueda estar involucrado en un mal, sea éste un mal moral, doctrinal o eclesiástico. El principio es sencillo. Si una asamblea local es responsable para juzgar el mal en medio de ella, como hemos mostrado (1 Co. 5:12), entonces sigue naturalmente que debe ser cuidadosa acerca de qué o a quién introduce en medio de ella.
En el caso del mal eclesiástico, se precisa de paciencia y de discernimiento en cuanto a identificarlo en alguna persona. Es diferente que alguien esté asociado con error clerical debido a ignorancia y que alguien esté manteniéndolo y promoviéndolo de manera activa. Puede darse el caso de que un creyente que sea desconocedor del orden escriturario de Dios para el culto y el ministerio cristiano acuda procedente de una denominación de hechura humana que practique un orden clerical, y que él quiera partir el pan a la mesa del Señor. Aunque pueda estar asociado con error eclesiástico, no está, en aquel momento, en mal eclesiástico. Y si esta persona es conocida como piadosa en su vida y sana en doctrina, no debería haber obstáculo para que pueda partir el pan, aunque no haya roto formalmente sus vínculos con aquella denominación. Toda la cuestión se reduce a esto: «¿Cuándo una asociación eclesiástica en ignorancia llega a ser mal eclesiástico?» Creemos que la sencilla respuesta es: «Cuando la voluntad de la persona está activa.» La determinación de esto último demandará discernimiento de parte de la asamblea. En tales casos, la asamblea necesita estar totalmente dependiente del Señor para conocer Su voluntad en aquel punto. Bajo condiciones normales, los hermanos deberían permitirle partir el pan, esperando y confiando que el Señor haya estado obrando en su corazón, y que, tras haber participado de la Cena del Señor, deje el terreno en que ha estado hasta entonces y que continúe con los que están reunidos al nombre del Señor. Este principio se ve en Segundo Crónicas 30—31. Ezequías permitió al pueblo de Judá y a algunos de las diez tribus separadas que participasen de la Pascua y que adorasen al Señor en el centro divino en Jerusalén. Después, ellos se volvieron a sus hogares y destruyeron sus ídolos e imágenes (no estamos con esto insinuando que las denominaciones de cuño humano se correspondan con la idolatría. Nos estamos refiriendo sencillamente al principio general). ¡Lo interesante que debe observarse aquí es que Ezequías no les había dado la orden para ello! Fue una respuesta de sus corazones, y surgió sencillamente de haber estado en la presencia del Señor en Jerusalén. Pero si alguien quiere proseguir acudiendo a ambos lugares, la asamblea y la denominación, con regularidad, no se le debería permitir. Como J. N. Darby observó, una persona así no está actuando de manera honesta ni con los unos ni con los otros. También señaló que al ir creciendo la dejadez y la corrupción en el testimonio cristiano, se haría más y más difícil practicar este principio. Se precisa de más discernimiento según la situación general va volviéndose más y más tenebrosa.
Se ha dicho con acierto que la asamblea local no debe tener una comunión abierta ni cerrada, sino más bien una comunión precavida. La asamblea debe recibir a la mesa del Señor a cada miembro demostrado del cuerpo de Cristo que no se vea impedido por una disciplina escrituraria. Si fuera de otra manera, estaría actuando de manera inconsecuente respecto a la base del un cuerpo sobre la que profesa estar reunido (Ef. 4:4).
Mientras que cada cristiano tiene su puesto a la mesa del Señor, no necesariamente tiene derecho a estar allí, porque puede haber perdido este privilegio debido a estar envuelto en algún mal.

¿Quién decide quien debería estar en comunión?

Es importante comprender que los hermanos en la asamblea local no deciden lo que es apropiado para la mesa del Señor y lo que no. La norma es la Palabra de Dios. Esto se debe a que no se trata de su mesa: es «la Mesa del Señor». Las preferencias personales, los gustos y los desagrados de los que están en la asamblea, no tienen nada que ver con la recepción. La Palabra de Dios lo decide todo. Cuando no hay ninguna razón escrituraria por la que una persona deba ser rehusada, aquella persona es recibida. Si una persona creyente ha sido bautizada, es sana en la fe y piadosa en su vida, no hay razón por la que deba ser rechazada. El conocimiento de las Escrituras no constituye un criterio. Puede que se trate de un creyente simple, pero la Escritura dice: «Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones» (Ro. 14:1).
Sin embargo, que uno sea sano en la fe y de andar piadoso no puede a menudo determinarse de manera inmediata. Ello puede ser tanto más difícil de determinar cuanto mayor sea la confusión de la que sale una persona en el testimonio cristiano. Si la cosa es así, entonces la sabiduría dictará que la asamblea pida a la persona que desea estar en comunión que espere un tiempo. Esto no significa que la asamblea está afirmando que aquella persona está conectada con algún mal. Pudiera ser, pero sencillamente no lo saben, y deberían esperar hasta que queden satisfechos de que no lo está, porque en último término son responsables ante Dios acerca de a quién introducen en comunión. La Escritura dice: «No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos» (1 Ti. 5:22). Aunque la aplicación de este versículo es más amplia que su aplicación a la mesa del Señor, da un principio por el que la asamblea puede guiarse tocante a la recepción. Ello no dará ofensa a una persona madura y piadosa, porque ciertamente ningún cristiano piadoso esperaría que la asamblea violase un principio de las Escrituras. De hecho, debería darle confianza de que está acudiendo a una comunión en la que hay interés por la gloria del Señor y por la pureza de la asamblea.

¿Son suficientes los testimonios personales?

Un principio importante que debe ser comprendido en relación con esta cuestión es que la asamblea, en su funcionamiento dirigido por las Escrituras, no hace nada por el testimonio de un testigo. Las cosas que tengan que ver con la asamblea deben hacerse según este principio: «Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Co. 13:1). Comparar también Juan 8:17 y Deuteronomio 19:15. Por ello mismo, la asamblea no debe recibir personas sobre la base del propio testimonio de ellas. Y especialmente por cuanto cada uno tiene la tendencia a dar un buen testimonio de sí mismo, como dice la Escritura: «Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión» (Pr. 16:2). Y otra vez: «El que habla por su propia cuenta, busca su propia gloria» (Jn. 7:18).
Esa es la razón por la que se debe pedir a una persona que desee entrar en comunión que espere, especialmente cuando la asamblea no sabe nada de ella. Una vez la asamblea local ha llegado a conocer a una persona que desea entrar en comunión, puede recibirla sobre la base del testimonio de otros.
Este es un principio que aparece por toda la Escritura. Incluso el Señor Jesucristo, el Señor de la Gloria, se sometió a este principio cuando se presentó a Israel como su Mesías. Dijo: «Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero (esto es, no es válido según la ley)» (Jn. 5:31). Luego pasó a dar cuatro otros testimonios que certificaban quién era Él: Juan el bautista, Sus propias obras, Su Padre, y las Escrituras (Jn. 5:32-39). Aunque tenía muchos testigos de Su condición de Mesías, el Señor advirtió a los judíos que llegaría el día en que ellos, como nación, recibirían a un falso mesías (el Anticristo) sin testigos para respaldarle. Dijo: «Si otro viene en su propio nombre, a ése recibiréis» (Jn. 5:43). De este modo, el Señor denuncia la práctica de recibir a alguien en base de su propio testimonio.
Los hijos de Israel faltaron en esa misma cuestión cuando recibieron a los gabaonitas en base del testimonio de ellos mismos (Jos. 9). Esto está registrado en las Escrituras para advertirnos del peligro de tales prácticas.
Hechos 9:26-29 nos da un ejemplo del cuidado que la iglesia primitiva tenía para recibir a alguien en su comunión. Cuando Saulo de Tarso fue salvado, deseó entrar en comunión con los santos en Jerusalén, pero fue rehusado. Aunque todo lo que debió decir a los hermanos en Jerusalén acerca de su vida personal fuese cierto, sin embargo no fue recibido en base de su propio testimonio. No fue recibido hasta que Bernabé tomó a Saulo y lo llevó consigo a los hermanos, dando testimonio de la fe y del carácter de Saulo, de modo que hubo el testimonio de dos hombres. Después de esto, «estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía» (Hch. 9:28). Si la iglesia primitiva no recibió de inmediato a Saulo de Tarso, es cosa cierta que los cristianos en la actualidad no deberían esperar ser recibidos de inmediato cuando desean estar en comunión en una asamblea local.

La prueba de la profesión de una persona

Otro importante principio en la recepción es que hay el principio de poner a prueba la profesión del que solicita ser recibido. Si alguien dice que es cristiano, debe demostrarlo apartándose de todo pecado conocido. Segunda Timoteo 2:19 dice: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.» Véase también Apocalipsis 2:2 y Primera Juan 4:1. Si no se aparta de iniquidad, no es sincero en su confesión. Esto es de especial importancia en un tiempo de ruina y de desmoronamiento en el testimonio cristiano, cuando abundan todas las clases de mala doctrina y práctica. Un ejemplo de esto se ve tipológicamente en Primero de Crónicas 12:16-18. David era en aquel tiempo el rey rechazado de Israel. Componentes de las varias tribus de Israel se dieron cuenta de su error de rechazarlo, y acudieron, reconociéndolo como el rey legítimo de Israel. Cuando acudieron los de la tribu de Benjamín (la tribu del rey Saúl), les puso a prueba su profesión. Cuando su confesión fue considerada genuina, y mostraron que de veras estaban del lado de David, dice: «Y David los recibió.»
Si una persona mantiene mala doctrina, está claro que la asamblea no debe recibirlo, porque estará en comunión con la mala enseñanza (cp. 2 Jn. 911; Ro. 16:17-18). No nos referimos con ello a diferencias que los cristianos puedan mantener en cuestiones como el bautismo, sino en aquellas cosas que afectan a los fundamentos de la verdad cristiana. La Escritura dice: «Y el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos los unos a los otros, como también Cristo nos acogió, para gloria de Dios» (Ro. 15:5-7). Esto muestra que la asamblea debe recibir a personas en comunión cuando puedan glorificar a Dios «unánimes, a una voz». Si se recibiese a alguien que mantuviese alguna falsa enseñanza, ¿cómo podría la asamblea «unánimes, a una voz», glorificar al Señor? Ellos estarían diciendo una cosa, y esta persona estaría hablando otra. Sería confusión. El apóstol Pablo dijo a los corintios: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Co. 1:10).
Otro tipo del Antiguo Testamento ilustra el cuidado ejercido en la recepción. Cuando en los días de Nehemías fue reconstruida la ciudad de Jerusalén, el centro divino sobre la tierra donde el Señor había puesto Su Nombre, había un gran peligro de parte de los enemigos que los rodeaban. Por ello, se dio orden de no abrir las puertas para dejar entrar a nadie en la ciudad «hasta que caliente el sol (literalmente: hasta el calor del sol)» (Neh. 7:1-3). Se aseguraban de que no hubiera ni rastros de oscuridad antes de recibir a nadie en la ciudad. Hasta entonces, hacían estar a la gente «allí», esperando. Al aumentar las tinieblas en la Cristiandad en esos últimos días, se debe ejercer esta clase de cuidado en la recepción. Véase también Primera Crónicas 9:17-27 («los porteros»).
Todo esto suena generalmente a cosa muy extraña para la mayoría de los cristianos, que no conocen nada más que los métodos denominacionales de comunión abierta. El énfasis en las iglesias es conseguir tanta gente para el grupo como sea posible. Se hacen grandes esfuerzos para este fin. Ser cuidadosos acerca de quién entra en comunión parecerá probablemente cosa bastante insólita, pero esto es lo que enseña la Palabra de Dios.

¡Demasiado exclusivos!

Algunos objetan a esas enseñanzas, declarando que es ser exclusivista. Queremos enfatizar de nuevo que estos principios no son de nuestra invención, sino que son principios que la Palabra de Dios enseña. Las asambleas cristianas locales deben ser exclusivas respecto al pecado, y si no conocen con qué está conectada una persona, deberían andar con cuidado.

«Pruébese cada uno a sí mismo»

Otros objetan a esas enseñanzas sobre la base de Primera Corintios 11:28, que dice: «Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.» Pretenden que la asamblea no debe «probar» a la persona, sino que ella debe «probarse» a sí misma, y participar entonces de la Cena del Señor.
Ahora bien, si el versículo significase tal cosa, entonces entraría en colisión con el principio que hemos mencionado: que la asamblea es responsable de juzgar el mal en medio de ella, y que debe ser cuidadosa, por tanto, acerca de quien entra en comunión (1 Co. 5:12). Por cuanto la Palabra de Dios no se contradice, este versículo debe referirse a algo más que a la recepción a la mesa del Señor. Mirando más de cerca el contexto del capítulo en el que se encuentra este versículo, vemos que este versículo no se refiere a aquellos que desean estar en comunión con los que están a la mesa del Señor, sino a aquellos que ya están en comunión. Cada uno en la comunión tiene la responsabilidad de juzgarse a sí mismo antes de participar de la Cena. Si no lo hace así, «juicio come y bebe para sí» (1 Co. 11:29). Es algo como la orden que los padres dan a sus hijos antes que se sienten para comer. Les dicen: «Lavaos las manos antes de sentaros.» Esto se aplica a los hijos de la familia que participan constantemente de las comidas de la casa. No se refiere a los vecinos de la calle. Los que están en la casa y que van a tomar la comida han de estar limpios cuando acuden a la mesa. Lo mismo sucede con la asamblea. Es a los que están en comunión a la mesa del Señor que se dirige la exhortación de que se prueben a sí mismos antes de tomar parte en la Cena.

La responsabilidad individual

En tanto que la asamblea local tiene responsabilidad en esta cuestión, por otra parte la persona que busca la comunión en una asamblea local tiene también una responsabilidad. Si desea andar rectamente ante el Señor, debería tener cuidado en no imponer «con ligereza las manos a ninguno» (expresión de compañerismo práctico), y en no participar «en pecados ajenos. Consérvate puro» (1 Ti. 5:22). A la vista de esto, preguntamos: «¿Por qué alguien iba a entrar en una asamblea de cristianos de los que no sabe qué es lo que creen o practican allí, e insistir en poder partir el pan, cuando los principios de asociación que hemos considerado significan que estará en comunión con lo que sucede allí? ¿Cómo sabe que no ha entrado en medio de un grupo de personas que mantienen doctrinas blasfemas o que llevan a cabo prácticas horrendas?» Sólo podemos pensar que tal persona no ha considerado nunca esas cosas, o sencillamente que no las cree. Y desde luego hay muchos cristianos que creen que pueden asociarse con lo que deseen y que no son afectados por ello. Pero la Biblia nos dice que sí somos afectados por aquellos con los que nos asociamos. «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33; 1 Ti. 5:22; Hag. 2:10-14; Dt. 7:1-4; Jos. 23:11-13; 1 R. 11:1-8, etc.). Por esa razón, una persona que busque la comunión con una asamblea de cristianos de la que poco o nada sabe debería tener cuidado. Debe mantenerse puro. Esta es una responsabilidad de cada cristiano.
Este cuidado se ve en un tipo en el Antiguo Testamento tocante al culto de Israel, y nos da guía a los cristianos cuando buscamos hoy el lugar designado por Dios. El Señor dijo: «Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que veas; sino ... en el lugar que Jehová escoja» (Dt. 12:13-14). Traduciendo esto a términos cristianos significa que uno no debería ir sencillamente a cualquier lugar para ofrecer su culto. Debe hacerlo sólo en el lugar donde el Señor quiera que lo haga. A la vista del mal y del apartamiento de la Palabra de Dios en el testimonio cristiano actual, y al peligro de ser conducido al error, uno no debería ofrecer el sacrificio de alabanza en una asamblea de cristianos de la que no sabe nada. Necesita llegar a conocer algo primero acerca de aquella compañía de cristianos, antes de desear estar en comunión con ellos. Si alguien ha encontrado el lugar al que él cree que el Señor le puede estar guiando, no debería precipitarse a partir el pan en comunión con ellos hasta que sepa lo que aquella asamblea mantiene y practica. Necesita orar acerca de ello y esperar en el Señor hasta que se sienta satisfecho de que no se está asociando con algo que es para deshonra del Señor.
Que el lector sea guiado por el Señor en este importante paso.

Cartas de recomendación

Otra cuestión estrechamente relacionada con la recepción es el uso de las cartas de recomendación. Se trata de una carta escrita de una asamblea a otra (y firmada por dos o tres hermanos), encomendando a una cierta persona o personas a la comunión de los santos a aquella localidad a la que van de viaje. De nuevo, esto es algo que por lo general no se practica en las iglesias en la Cristiandad. Un ejemplo de esta práctica entre los cristianos primitivos se ve en el caso de Apolos en Hechos 18:24-28. Él era un hombre sumamente dotado, pero necesitaba una carta de recomendación de los hermanos para ser recibido por las asambleas en Acaya, que hasta entonces no sabían nada de él. Esto de nuevo muestra el cuidado que había entre los cristianos primitivos en cuanto a aquellos con los que estaban en comunión. Véase también Romanos 16:1 y Segunda Corintios 3:1-3.

 

La esfera de las hermanas en el ministerio en la iglesia

Otra área donde las llamadas iglesias de la Cristiandad se han apartado del orden de Dios es respecto al puesto y al ministerio de las hermanas. Se podría plantear la pregunta: «¿Cree usted que una hermana puede ser una ministro?» Respondemos: «Sí, lo creemos, porque la Escritura lo dice así.» En Romanos 16:1 (RVR) leemos: «Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea.» De hecho, creemos que Dios querría que todas las hermanas en la iglesia fuesen ministros: es decir, en el sentido bíblico de la palabra. Sin embargo, si la pregunta se hace empleando la palabra «ministro» según la terminología convencional, que presupone la falsa posición clerical, entonces ni por un momento creemos que una hermana, ni para el caso ningún hermano, pueda ocupar tal puesto. Por otra parte, es bien evidente por la Escritura que el papel de las mujeres en la iglesia no es de carácter público.
En cuanto a la oración pública, la Biblia dice: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar» (1 Ti. 2:8). No da tal exhortación a las mujeres. Ellas deben orar, naturalmente, pero no «en todo lugar», como en un foro público.
En cuanto a enseñar o predicar, la Palabra de Dios dice: «Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sometidas, como también la ley lo dice» (1 Co. 14:34-38). Y: «La mujer aprenda en silencio, con toda sumisión. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, y después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:11-12). También en Primera Corintios 14:29 dice: «Asimismo, los profetas hablen ...». No dice, «las profetisas hablen.» En la iglesia de Tiatira había una mujer que se había arrogado el papel de enseñante, y el Señor expresa Su desaprobación diciendo: «Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe» (Ap. 2:20).
Asimismo, cuando se trata de ejercer la autoridad en los asuntos administrativos de una asamblea local, la Palabra de Dios dice que aquellos que están en aquel puesto deben ser «marido de una sola mujer» (1 Ti. 3:2). La Palabra de Dios dice también: «Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para considerar este asunto» (Hch. 15:6, y v. 7: «varones hermanos»). Esto muestra que las mujeres, aunque formaban parte de la asamblea, no formaban parte del liderazgo administrativo. La Escritura habla de «varones principales entre los hermanos», pero nunca habla favorablemente de mujeres guiando entre los hermanos (Hch. 15:22, RVR). Ellas no deben «ejercer dominio sobre el hombre» (1 Ti. 2:12).
Las hermanas tienen una gran área de ministerio que cumplir para el Señor y que los hombres a menudo no pueden hacer. Pero esas cosas pertenecen a la esfera doméstica. No tienen necesidad de rivalizar con los hermanos en su esfera de ministerio público y administración. La Escritura dice: «Las ancianas ... que enseñen a las mujeres jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit. 2:4-5). Y: «quiero pues que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa ...» (1 Ti. 5:14). «Tu mujer será como fecunda vid en las partes más interiores de tu casa» (Sal. 128:3, BAS, margen). Se podrían citar muchas otras Escrituras para mostrar la esfera en la que las hermanas deben ministrar.
Nos damos cuenta de que esto no es popular en la actualidad, y que será particularmente difícil de aceptar por parte de quienes se inclinan hacia la filosofía del Feminismo. Sin embargo, la Biblia da al menos tres razones por las que las hermanas deben tener un puesto de sujeción en el cristianismo. Después que el Apóstol Pablo se refiere al puesto de las hermanas en la casa de Dios en Primera Timoteo 2:9-12, pasa a decir por qué, usando la palabra «Porque» para comenzar el siguiente versículo (13).
1) Orden de creación. «Porque Adán fue formado primero, después Eva» (1 Ti. 2:13). Dios pudo haber hecho juntos al hombre y a la mujer, pero Él escogió hacer primero a Adán. Lo hizo para indicar que era Su intención desde el principio que el varón tuviese el puesto de guía en la creación. Los hombres no se han arrogado este puesto, sino que les ha sido dado por Dios. El hecho de que Dios hiciese al varón el género más fuerte de los dos indica que estaba en Su propósito que el hombre tuviese el puesto de guía. También, la constitución misma de la mujer es predominantemente emocional. Esto es sumamente necesario para la esfera de servicio que Dios les ha encomendado, pero puede ser calamitoso en la administración y en otras responsabilidades de liderazgo, en las que las emociones han de ser mantenidas bajo control. Dios dio la mujer al hombre para que fuese su ayuda idónea y complemento, no su rival (Gn. 2:18; 1 Co. 11:9). Los dos se complementan maravillosamente el uno al otro cuando operan en los ámbitos que Dios les ha designado.
2) Gubernamental. «Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:14). Cuando Eva actuó con independencia y asumió el liderazgo en la casa de Adán, vino la ruina. Desde aquel momento, su puesto sería el de sujeción a su marido. Ésta era la resolución gubernamental de Dios sobre ella. El Señor dijo a la mujer: «tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti» (Gn. 3:16). Una hermana que reconoce este puesto que Dios le ha dado puede ser una verdadera bendición (Sal. 128:3, «como vid que lleva fruto»). En la Escritura, las mujeres que rehusaron aceptar el puesto que Dios les había asignado y que asumieron el liderazgo fueron generalmente causa de perturbación y ruina (Gn. 3:6; Mt. 13:33; Ap. 2:20; 1 Co. 14:33-34). No debemos pensar que el gobierno de Dios recae sólo sobre la mujer. El hombre está también bajo el gobierno de Dios. Él es responsable para la provisión de alimento y refugio para su familia (Gn. 3:17-19). Un hombre que no haga esto es peor que un incrédulo (1 Ti. 5:8).
3. Testimonial: En otros pasajes, el Apóstol Pablo dice: «Las casadas estén sometidas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sometida a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. ... Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef. 5:22-24, 32). Ésta es una tercera razón por la que las mujeres cristianas deben asumir un puesto de sujeción. Las hermanas que están en relación matrimonial pueden, mediante su sujeción a sus maridos, exhibir ante el mundo una pequeña imagen de la sujeción de la iglesia a Cristo.
¡Qué triste ver hoy que este orden es dejado de lado en casi cada asamblea cristiana! Las Escrituras que hemos citado son o bien torcidas, o bien consideradas como anticuadas y prejuiciadas. Hoy las mujeres predican y enseñan desde púlpitos y están en papeles que corresponden a ancianos en las diversas llamadas iglesias. Sin embargo, las hermanas que han aceptado el orden de Dios han encontrado una paz y un contentamiento en la aceptación de la voluntad de Dios que va más allá de toda explicación.

«¡Pero la Biblia dice que las mujeres deben orar y profetizar!»

Algunos no creen que los pasajes citados de Primera Corintios 14:33-38 y Primera Timoteo 2:11-14 pueden referirse a la predicación y a la enseñanza, porque iría en directa contradicción a Primera Corintios 11:5, que dice: «Toda mujer que ora o profetiza ...». Se argumenta que Dios no diría a las mujeres en un pasaje que oren y profeticen, y que luego se volvería y les diría que no lo hagan. Llegan a la conclusión de que el «hablar» en Primera Corintios 14 debe referirse a algún problema local de Corinto, donde las mujeres interrumpían el culto congregacional al hacer preguntas no relacionadas que podían hacerse en casa.
En primer lugar, si creemos que la Biblia está inspirada por el Dios infalible, entonces es cierto que debemos creer que no hay contradicciones ni errores en Su santa Palabra. Si contemplamos con más cuidado el pasaje de Primera Corintios 11, veremos que el versículo que se refiere a mujeres orando y profetizando (versículo 5) viene antes de las instrucciones a los santos cuando se reúnen (versículo 17). El versículo 17 de este capítulo marca un nuevo párrafo y entra en el orden de cosas cuando los santos se reúnen para el culto y el ministerio. Dice: «Pero al daros las instrucciones que siguen, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, ...» A partir de este versículo y hasta el final del capítulo 14, el apóstol trata de cuestiones directamente relacionadas con la reunión de los santos. Eso queda indicado por la repetición de la frase «cuando os reunís», o similares, por parte del apóstol (1 Co. 11:17, 18, 20, 33, 34; 14:23, 26). Sin embargo, en los versículos precedentes, cuando se menciona el tema de las mujeres profetizando (vv. 1-16), no se está refiriendo a actividades que tengan lugar exclusivamente cuando los santos están reunidos para el ministerio. Es más amplio que esto. R. K. Campbell dice: «Este pasaje (los vv. 2-16) permite esta actividad de parte de una mujer, pero no indica cuándo era ejercida. El capítulo 14 dice de manera bien clara que ese ministerio de parte de las mujeres no está permitido en la asamblea.» Esto muestra que Dios no impedía a las hermanas que orasen y profetizasen. Tenían abundantes oportunidades para hacerlo en su esfera doméstica fuera de las reuniones públicas de la asamblea. Así, no hay contradicción entre esos dos pasajes. El primero se refiere a «en la asamblea», como el versículo especifica debidamente (1 Co. 14:34), y el otro se refiere a algo más general, no a algo específico de la asamblea (1 Co. 11:5).
En segundo lugar, al responder a las objeciones que se presentan a las claras declaraciones de la Escritura, nos encontramos constantemente con las ideas que las personas han introducido en las Escrituras. La suposición de que las mujeres de Corinto perturbaban las reuniones con preguntas irrelevantes y con murmuraciones es un ejemplo clásico de este tipo de razonamiento. La Escritura no dice nada acerca de tales cosas. El hábito del apóstol Pablo era totalmente contrario a esto. No razonaba introduciendo sus pensamientos en las Escrituras, sino que razonaba de lo que sacaba de las Escrituras (Hch. 17:2). Ésta debería ser nuestra norma de conducta.
Tercero, la palabra en la lengua original traducida «hablar» en Primera Corintios es la misma que se usa en otras partes del capítulo, cuando se dice: «los profetas hablen ...» o «si habla alguno ...». De este modo, «hablar», en este versículo, se refiere evidentemente a tomar parte pública en la reunión, porque éste es el contexto del capítulo.

«¡Pero en la Iglesia no debemos contemplar la distinción entre varón y mujer!»

Otros estarán de acuerdo en que Dios tiene papeles distintivos para el varón y la mujer, creyendo que deben ser observados, pero sólo en el ámbito de las relaciones naturales en el hogar. Cuando se trata de la iglesia, creen que esas distinciones entre varón y hembra no deben considerarse, porque la Palabra de Dios dice: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá. 3:28). Muchos teólogos piensan que esta declaración universal predomina sobre los dictados más estrechos de las otras declaraciones de Pablo en Primera Corintios 14 y de Primera Timoteo 2.
Este malentendido procede de no considerar la distinción entre posición y práctica. La clave que desenmaraña la confusión que pueda existir en las mentes de algunos reside en comprender el significado de la frase «en Cristo Jesús». Describe nuestro puesto de aceptación individual delante de Dios, en la misma posición que Cristo ocupa ahora como Hombre en la gloria. Denota la plena posición cristiana delante de Dios en la nueva creación, y está inseparablemente ligada de la morada del Espíritu Santo en el creyente. Pablo usa esta expresión numerosas veces en sus epístolas (Ro. 8:1; Ef. 1:6; 2 Co. 5:17; Gá. 6:15; Ef. 2:13, etc.). El argumento en Gálatas 3:28 es que todos los creyentes, con independencia de su nacionalidad, trasfondo social o sexo, se encuentran igualmente en este lugar de aceptación delante de Dios. Es un término posicional. Sin embargo, Primera Corintios 14 y Primera Timoteo 2 se refieren a un orden práctico de cosas entre los cristianos sobre la tierra. Así, tenemos dos términos: «en Cristo» (Gá. 3:28) y «en las congregaciones» (1 Co. 14:34). Se refieren a dos cosas diferentes. El primero se refiere a lo que los santos son en el puesto de Cristo delante de Dios en el cielo («en Cristo»); el segundo se refiere a lo que son cuando se congregan para el culto y el ministerio en la tierra («en las congregaciones»).

«¡Pero esas cosas sólo son de aplicación en Corinto!»

Otros dicen que esta prohibición de que las mujeres hablen en la asamblea era sólo de aplicación a Corinto, ciudad particularmente señalada por sus mujeres estridentes y libertinas. Esas mujeres corintias, cuando eran salvas, se comportaban de una manera similar y causaban perturbaciones en las reuniones. La respuesta de Pablo a este problema local fue que estuviesen calladas hasta que aprendiesen a comportarse mejor. Por tanto, llegan a la conclusión de que esta instrucción no es aplicable a las mujeres en la iglesia en la actualidad. Una vez más: es una mera suposición afirmar que las mujeres estuviesen actuando de la manera que se describe. La Escritura no dice que el problema fuese ése. Más aún, el comienzo de esta epístola muestra que los principios que se dan en la misma son para más allá de Corinto; son para «todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co. 1:2). Además, el mismo pasaje en cuestión en Primera Corintios 14 nos dice claramente que esta instrucción trascendía a la asamblea en Corinto. Dice: «Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones» (1 Co. 14:33-34).

«¡Pero no queremos ahuyentar a la gente del cristianismo!»

Algunos piensan que no deberíamos practicar esas cosas porque podrían ofender a los inconversos (especialmente a las mujeres) que contemplan el cristianismo. Son de la opinión que esto podría hacer que esas personas se aparten definitivamente de Dios porque pensarán que el cristianismo hace de las mujeres personas de segunda clase. Este argumento parece sugerir que no deberíamos obedecer las Escrituras porque nuestro testimonio ante el mundo es más importante. Implica que es aceptable desobedecer la Palabra de Dios si con ello podemos ganar a algunos. Sin embargo, la Escritura dice que la obediencia a Dios es más importante que ningún servicio que podamos hacer para Él. «Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 S. 15:22). Debemos obedecer a Dios en primer lugar, y dejar los resultados en testimonio para Él. En último término, de todas maneras, es Él quien produce una obra en las personas mediante Su poder vivificador. El Señor encomió la asamblea en Filadelfia, diciendo: «Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Ap. 3:8). Es cosa cierta que no podemos esperar Su encomio y bendición si desobedecemos las claras enseñanzas de Su Palabra.

«¡Eso es porque Pablo era un anticuado!»

Algunos consideran que lo que Pablo escribió acerca de la cuestión del puesto de la mujer se debe a prejuicios y a que tenía una actitud dura con las mujeres. Consideran que sus enseñanzas acerca de esta cuestión son sólo algunas de sus ideas personales que resultaban de que no estaba casado y que no comprendía a las mujeres. Sin embargo, en el mismo capítulo en el que Pablo escribe acerca del puesto de la mujer, dice también: «Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore» (1 Co. 14:37, RVR). No, esas cosas no son simplemente opiniones personales de Pablo, sino que son «los mandamientos del Señor».

La cubierta de la cabeza

Otra cosa que los cristianos descuidan en la actualidad es el uso de las cubiertas de la cabeza. Primera Corintios 11 da unas instrucciones muy claras y explícitas de que las hermanas deben tener la cabeza cubierta cuando se están tratando temas divinos. Por cuanto este pasaje de la Escritura no especifica dónde deben llevarse las cubiertas de la cabeza, no estamos autorizados a decir que sólo se aplique a las reuniones de asamblea. Es más amplio que esto. Su aplicación se extiende a cualquier momento en que se estudie la Palabra de Dios, tanto si se trata de una reunión pública como de un estudio privado.
A veces se hace esta pregunta: «¿Por qué iba Dios a querer que las hermanas se cubran la cabeza? ¿De qué sirve esto, de todos modos?» Lo cierto es que Dios no sólo nos manda hacer algo, sino que también nos dice por qué. Esta es la belleza del cristianismo. El nuestro es un «culto racional» (Ro. 12:1, RVR). Al comprender por qué Dios quiere que practiquemos algo así, deberíamos sentirnos aun más interesados en obedecer Su Palabra, porque podemos hacerlo de manera inteligente y con propósito.
El apóstol nos muestra al principio del capítulo que en el cristianismo la cabeza del hombre es imagen de Cristo. Dice: «Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo» (1 Co. 11:13). Luego muestra que por cuanto esto es así, los hermanos deben tener la cabeza descubierta cuando se están tratando temas divinos. Con ello, están reconociendo que toda la gloria pertenece a Cristo. Es un testimonio deliberado por parte de los hermanos, y refleja nuestro deseo de dar toda la gloria a Cristo, nuestra Cabeza viviente en el cielo. El apóstol escribe: «Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios» (1 Co. 11:7). Este acto glorifica a Cristo, y debería llevarse a cabo con esto a la vista.
Por otra parte, en el cristianismo la mujer representa la gloria del hombre. Dice el apóstol: «la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por tanto, la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles» (1 Co. 11:7-10). El cabello de la mujer es una señal de la gloria natural del primer hombre. Es su permanente velo de hermosura y de gloria (1 Co. 11:15). El apóstol Pablo enseña, por tanto, que el cabello de la mujer debería estar cubierto cuando se está tratando de cosas divinas, debido a lo que representa. Cuando las hermanas llevan una cubierta, están expresando el hecho de que no reconocemos que el primer hombre tenga puesto alguno en el cristianismo. Es una confesión de que el hombre y su gloria no tienen lugar en las cosas divinas. El apóstol añade: «por causa de los ángeles» (1 Co. 11:10). Dios ha establecido un cierto orden en Su creación. Los cristianos, hombres y mujeres, no deben desatender este orden, sino que deben recordar que son un espectáculo dispuesto por Dios. Los ángeles están aprendiendo la sabiduría de Dios en Sus caminos entre los cristianos sobre la tierra (1 Co. 4:9; Ef. 3:10).
Estos actos en los que los hermanos se descubren la cabeza y las hermanas se la cubren son una exhibición de los principios involucrados en la confesión del cristianismo.

«¡Las cubiertas de la cabeza son una antigua costumbre cultural que no debe ser seguida en la actualidad!»

Se argumenta que esas instrucciones del apóstol Pablo eran válidas sólo para los corintios de aquel tiempo. Llevar una cubierta en la cabeza es generalmente explicado como una antigua costumbre cultural que no tiene ninguna aplicación para las mujeres en la actualidad.
De nuevo, esto es una mera suposición. Pablo nunca dijo que esto era sólo para aquel tiempo. Preguntamos: «Si esto fuese sólo para aquel tiempo, ¿a qué se debe que la iglesia ha observado esas instrucciones acerca de las cubiertas de la cabeza desde su nacimiento hasta hace unos cuarenta y cincuenta años? ¡Las ha observado durante más de 1900 años! ¿Acaso la iglesia ha estado en un error al actuar así durante todos estos años?» El Espíritu de Dios parece haber anticipado este tiempo en que vivimos, cuando habrían los que disputarían contra esas cosas. De modo que el apóstol Pablo fue llevado a escribir: «Con todo, si alguno es amigo de discusiones, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios» (1 Co. 11:16). El «nosotros» en este versículo se refiere a los apóstoles que fueron dados a la iglesia para echar el fundamento del cristianismo por medio de su ministerio. En este versículo está diciendo que si hay algunos que quieran argumentar en contra de esas cosas, que sepan que los apóstoles no tienen «tal costumbre» de que las mujeres aparezcan con las cabezas descubiertas cuando se están tratando temas divinos. En ningún momento entregaron ellos tal costumbre a las diversas iglesias locales de su época.
De nuevo recordamos al lector que lo que Pablo enseñó acerca de las cubiertas de la cabeza no es algo que fuese exclusivamente para los corintios, sino que es para «todos ... en cualquier lugar» (1 Co. 1:2).

¡Pero el cabello de la mujer es su cubierta!

Otro argumento comúnmente usado para desvirtuar el mandamiento de usar cubiertas para la cabeza es citar el versículo 15. Éste dice: «A la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.» De esto deducen que si una mujer tiene cabello largo (y algunas no lo tienen tanto), está cumpliendo esta Escritura, porque el cabello actúa como velo. Por ello, las mujeres no necesitan de cubierta para la cabeza.
Si contemplamos este pasaje con más cuidado, veríamos que se mencionan dos cubiertas en estos versículos. El Apóstol Pablo emplea a propósito dos palabras diferentes para indicarlo. Si no vemos esto, nos confundiremos sin remedio. La palabra que se usa en la lengua original para «cubrirse» en los versículos 4-6 es diferente de la usada en el versículo 15. La palabra en el versículo 15 (peribolaiou) indica el cabello caído alrededor de la cabeza. El lenguaje moderno lo llamaría un peinado o algo semejante. Por ello, el cabello de la mujer es un velo (o cubierta) de gloria y hermosura que la naturaleza le ha dado. Sin embargo, la palabra en los versículos 4-6 (katakalupo) indica una cubierta artificial para el cabello, como una mantilla, etc. En base de esto, queda bien claro que no hay base para la idea de que las mujeres no necesitan llevar cubiertas para la cabeza.
Algunos de los argumentos que la gente usa para poder hacer lo que bien les parezca son generalmente bien absurdos cuando se llevan a su conclusión lógica. Esta idea particular de que la cubierta de la mujer puede reducirse a su cabello es un ejemplo preciso de este caso. Si la cubierta a la que se hiciese referencia en los versículos 4-6 fuese el cabello, ¡entonces los hombres tienen también una cubierta, porque las mujeres no son las únicas en tener cabello! Si fuese así, ¿cómo podrían ellos orar y profetizar, por cuanto los hermanos no deben ministrar la Palabra de Dios con las cabezas cubiertas? (1 Co. 11:4, 16).
Además, si fuese cierto este concepto de que el cabello de la mujer es su cubierta, ¿por qué la iglesia ha necesitado tanto tiempo para descubrirlo? Durante más de 1900 años la iglesia ha aceptado la clara enseñanza de este capítulo, y las hermanas han llevado la cabeza cubierta. ¿Acaso la iglesia se ha equivocado universalmente acerca de la mente del Señor en esta cuestión a lo largo de todos los siglos?

Oprobio

El problema acerca de esta cuestión y acerca de muchas otras cuestiones que hemos tocado en este libro es que los cristianos no quieren sufrir el oprobio que conlleva la práctica del cristianismo bíblico. Por consiguiente, inventan toda clase de excusas acerca de por qué no quieren obedecer las claras declaraciones de la Palabra de Dios. Los que atiendan a la exhortación de la Palabra: «Salgamos, pues, adonde él, fuera del campamento», se verán «llevando su vituperio» (He. 13:13). Debemos estar preparados para aceptar esto. Sin embargo, hay un gozo en el camino de hacer la voluntad de Dios que es conocido sólo por los que caminan en él. «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado» (Sal. 40:8; Jer. 15:16).
Cuando contemplamos esta cuestión a la luz de lo que hemos visto en las Escrituras tocante a la decadencia del testimonio cristiano en los últimos días, se hace evidente que el rechazo a cubrirse la cabeza es sencillamente otro aspecto de la gran defección.

 

Conclusiones

¿A qué denominación se unirían Pedro, Pablo y Juan?
Vamos a plantear toda la cuestión de la organización denominacional (y no denominacional) de la iglesia de otra manera. Supongamos por un momento que pudiéramos transportar a Pedro, Pablo y Juan y a algunos de los otros de la iglesia primitiva a nuestros tiempos. Supongamos que los hemos traído de una de sus reuniones donde han estado reunidos al Nombre del Señor Jesús solamente (Mt. 18:20); donde han estado partiendo el pan en memoria del Señor como acto regular cada domingo (el día del Señor; Hch. 20:7); no conociendo nada más que la libertad del Espíritu para conducir a quien Él quiera para que hable en la asamblea en el culto y en el ministerio (1 Co. 14:23-32); donde mantienen la disciplina escrituraria (1 Co. 5:9-13; 1 Ti. 5:20; 2 Ts. 3:6, 14-15; 1 Ts. 5:14; Gá. 6:1, etc.); donde intentan mantener la verdad en la práctica de que «hay un cuerpo» en cuestiones de recepción y de disciplina (Ef. 4:3-4), etc. De todo esto, los traemos a una de las calles de una de las principales ciudades en América del Norte, donde ven a la Cristiandad en la mayor plenitud de la confusión; con las numerosas sectas y divisiones, las doctrinas falsas y erróneas, los edificios lujosos y ornamentados tomados prestados del judaísmo, los clérigos que interfieren en la sencillez del orden divino del culto y del ministerio, a las mujeres predicando desde los púlpitos, a las mujeres con las cabezas descubiertas, los coros con sus vestimentas, las orquestas, los famosos atletas del mundo testificando acerca de sus conversiones, los conciertos de música rock, personas inmorales en puestos de responsabilidad en la iglesia, etc. Nos detenemos con calma y hacemos esta pregunta: «¿A qué denominación cree usted que se unirán?» No se precisa de mucho discernimiento para concluir que no se unirían a ninguna de ellas.
Para hacer esta pregunta más personal, si usted estuviese andando con los apóstoles por las calles de una de esas ciudades, habiendo conocido algo de la verdad del orden de Dios para la operación de la iglesia según las Escrituras, al ver la confusión que ellos contemplan al mirar con ellos estas diversas llamadas iglesias, «¿A qué denominación se uniría usted?»

¿Deberíamos comenzar una comunión cristiana en base de esos principios bíblicos?

Después de haber aprendido alguno de esos principios que tienen que ver con la iglesia y su orden tal como se halla en la Escritura, alguien podría preguntar: «Por cuanto no deberíamos unirnos a una denominación debido a su orden de hechura humana, ¿deberíamos entonces comenzar una comunión cristiana que siguiese el verdadero orden escriturario?» Nuestra respuesta es que no, porque pensamos que sería un acto de independencia. Hay otro principio involucrado en la congregación de los cristianos que se reúnen según la pauta de Dios en las Escrituras. Los cristianos deben reunirse sobre la base de la verdad del «un cuerpo» (Ef. 4:4). Para estar sobre la base de la verdad del «un cuerpo», un grupo de cristianos necesitan estar en comunión con otras asambleas de creyentes similarmente reunidos con los cuales puedan expresar esta verdad de una forma práctica en cuestiones de recepción, disciplina, cartas de recomendación, etc. Unos pocos cristianos que quieran reunirse en el Nombre del Señor, aislados de sus hermanos en general, no pueden practicar esta verdad por sí mismos. La constitución de una comunión de cristianos sin tener esto presente es en realidad la adopción de un terreno de independencia.
El propósito de Dios es que el Señor Jesús congregase «en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» para que hubiese «un solo rebaño, y un solo pastor» (Jn. 11:51-53; 10:16). Esto significa que Dios desea que Su pueblo sea encontrado congregado en una unidad visible sobre la tierra. Mateo 18:20 también indica esto. Dice: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» El tiempo verbal en voz pasiva («están congregados») indica que un poder superior al de ellos los ha congregado al Nombre del Señor Jesucristo. Este poder es el del Espíritu Santo. Él es el divino Congregador. Observemos: no sólo el Espíritu congrega a creyentes al Nombre de nuestro Señor Jesucristo, sino que Él los «congrega» a Su Nombre. Esto tiene referencia a la unidad práctica; por otras Escrituras llegamos a saber que esta unidad práctica no sólo existe en aquella localidad en la que se reúnen aquellos creyentes, sino también con otros creyentes en otras asambleas similarmente reunidos sobre la misma base (1 Co. 1:2; 4:17; 5:3; 10:16-17; 11:16; 14:33-34; 16:1). Las decisiones vinculantes que se toman en una asamblea deben ser reconocidas y aceptadas en las otras asambleas; de modo que la verdad del «un cuerpo» sea expresada en la práctica en la tierra. Si una asamblea local toma una decisión vinculante excluyendo a alguien de la comunión, el cuerpo en conjunto actúa en comunión con aquella asamblea local e inflige el «castigo» (2 Co. 2:6, V.M.); de modo que la persona «quitada» o excluida es considerada como «fuera» en todas partes; no sólo en la localidad donde reside (1 Co. 5:13, «vosotros», la asamblea local en Corinto; 2 Co. 2:10, «vosotros», la asamblea local en Corinto, 2 Co. 2:6; la expresión «muchos» se refiere al cuerpo en general como en 2 Co. 9:2). Esto muestra que una decisión vinculante adoptada en una asamblea local se toma en realidad en nombre del cuerpo en general. Ésta es una de las maneras en que la iglesia debe actuar solícita «en guardar la unidad del Espíritu» y dar expresión a la verdad de que hay «un cuerpo» (Ef. 4:3).
En la Escritura encontramos que cuando el Espíritu de Dios comenzó a obrar en algunos, tuvo buen cuidado en unirlos con otros sobre el mismo terreno, de modo que se guardase la «unidad del Espíritu» en la expresión de la verdad del «un cuerpo». Dice de los santos de Tesalónica: «Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser seguidores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea» (1 Ts. 2:14. (N. del T.: el término traducido «imitadores» en las versiones castellanas significa realmente «seguidores». Comparar el mismo término en 1 P. 3:13: «¿Y quién es aquel que os podrá dañar, si vosotros seguís el bien?»)). Los Tesalonicenses seguían en pos de las asambleas de Judea, hasta la participación de los sufrimientos del evangelio. No se trataba de que las asambleas en Judea fuesen más importantes o más espirituales que los tesalonicenses; se trata sencillamente de que el Espíritu había comenzado Su obra de congregar almas a Cristo primero en Judea. Según otros iban siendo salvos, eran vinculados en la comunión práctica con aquello que el Espíritu de Dios ya había comenzado.
Este principio se manifiesta en Hechos 8:4-24. Muchos en Samaria habían llegado a creer en el Señor Jesús por medio de la predicación de Felipe, pero el Espíritu de Dios no los reconoció como estando en el terreno del «un cuerpo» hasta que tuvieron comunión práctica con aquellos a los que Él ya había congregado al nombre del Señor Jesús en Jerusalén. Buscando guardar «la unidad del Espíritu», dos representantes descendieron de Jerusalén e impusieron las manos sobre los de Samaria (una expresión de comunión práctica Gá. 2:9), con lo que el Espíritu de Dios se identificó con ellos. C. H. Brown lo expresa así: «Dios no permitió que los samaritanos recibiesen reconocimiento oficial como pertenecientes a la iglesia (o asamblea) hasta que lo recibieron de esos emisarios que llegaron de Jerusalén.» El Espíritu de Dios tuvo gran cuidado en vincular a esos creyentes con los de Jerusalén para que hubiese una expresión práctica del «un cuerpo» en la tierra.
Cuando el Apóstol Pablo se encontró con un grupo de creyentes en Éfeso que desconocían acerca de otros con los que Dios había estado obrando, descubrió que el Espíritu de Dios no los había reconocido como pertenecientes al terreno divino de la asamblea (Hch. 19:1-6). No fueron reconocidos como perteneciendo al terreno del «un cuerpo» hasta que hubo una comunión práctica (la imposición de manos) con aquellos que el Espíritu ya había reunido. Con referencia a este grupo de creyentes, dice C. H. Brown: «Necesitaban algo. Tenían que ser introducidos en la misma unidad que ya existía. No podían ser reconocidos como ocupando un terreno diferente al resto. Pablo no podía decirles: "Vosotros no estáis sobre el mismo terreno que los de Antioquía o Jerusalén, pero tenéis mucho de la verdad, y voy a unirme a vosotros". ¡No! Va a cuidarse que sean llevados al mismo terreno que el resto. Fueron introducidos al mismo terreno que había sido constituido antes que ellos oyeran de ello.» Una vez más vemos el cuidado y la sabiduría de Dios en el mantenimiento de la «unidad del Espíritu», de modo que hubiese una expresión práctica de la verdad del «un cuerpo».
Esto se ilustra de manera típica en Esdras 710. Dios había iniciado una obra nueva al volver a Su pueblo de Babilonia al centro divinamente designado de aquel tiempo, que era Jerusalén (1 R. 11:32; 14:21). Unos 42.000 volvieron bajo Zorobabel y Josué (Esd. 13). Unos 68 años después, otros fueron movidos de manera similar a volver a Jerusalén (Esd. 78). Cuando volvieron, descubrieron que Dios había estado obrando de manera similar con otros mucho antes que ellos fuesen movidos acerca de tales cosas. No encontraron un grupo perfecto de judíos allí (Esd. 9), pero sabían que era el único lugar legítimo donde el pueblo de Dios debía adorar, de modo que se identificaron con el testimonio que ya existía en Jerusalén. No hubo ni un pensamiento de establecer un nuevo testimonio aparte del que ya existía allí.
Creemos que esto nos da una respuesta a la pregunta de si los creyentes deberían dar comienzo a un círculo cristiano de comunión. Por cuanto el objetivo de Dios es reunir a Sus santos en la tierra en uno al Nombre de nuestro Señor Jesucristo sobre el terreno de la verdad del «un cuerpo», no creemos que el Espíritu Santo conduciría a los creyentes a salir para practicar esas verdades sobre una base de independencia.
El Espíritu de Dios comenzó una obra en el testimonio cristiano en las primeras décadas del siglo diecinueve, reuniendo creyentes de las denominaciones al Nombre del Señor Jesús. Creemos que sigue obrando en la actualidad con cristianos a este fin. Él está dispuesto y es poderoso para conducir a aquellos a los que ha mostrado la verdad a la comunión con aquello que Él ya ha comenzado. Creemos que el Espíritu de Dios no se sentiría satisfecho hasta que haya llevado a buen fin Su obra no sólo en cuanto a mostrar a los creyentes la manera escrituraria de reunirse, sino también en cuanto a la asociación práctica con aquellos que Él ya ha reunido, de modo que también ellos estén sobre el terreno del «un cuerpo».
Si un grupo de cristianos bajo tal convicción está en un lugar donde no hay una reunión de cristianos sobre la base de la verdad del «un cuerpo», no por ello deberían ponerse sobre un terreno independiente. Necesitan entrar en contacto con los que están sobre este terreno, para que la mesa del Señor pueda quedar establecida en aquella localidad. Con ello se guardará la «unidad del Espíritu». En base de los principios escriturarios dados más arriba, creemos que ésta es la manera en que se deberían establecer nuevas reuniones. Cuando la mesa del Señor es establecida en una nueva localidad, debe serlo en comunión con otras asambleas ya sobre el terreno del «un cuerpo».

¿Una secta más?

Quizá alguien podría decir: «Si hiciésemos todo lo que usted nos dice y comenzásemos a reunirnos con los que se reúnen sobre una base escrituraria, ¿no estaríamos sencillamente uniéndonos a otra división o secta de la iglesia?» La sencilla respuesta a esto es que la obediencia a la Palabra de Dios nunca puede ser cisma. Es lo que los cristianos debieran haber estado haciendo siempre. Si los cristianos se reúnen en obediencia a la Palabra de Dios y en conformidad a la verdad del un cuerpo, nunca podrán constituir una secta; incluso si hubiese sólo dos o tres que adoptasen este terreno.

«¿Puedes venir a nuestra iglesia?»

A veces nos encontramos con personas que nos preguntan: «¿Querrás venir a nuestra iglesia?» Es difícil negarse a su invitación, sabiendo que lo hacen con buena intención, y especialmente cuando no comprenden la fuerza de nuestra convicción. Cuando respondemos «No, no creemos que sería la voluntad del Señor», a menudo se sienten ofendidos. A veces contestan: «¿Cómo es que a vosotros no os importa que vengamos a vuestras reuniones, pero rehusáis cuando os pedimos que vengáis a las nuestras? ¡No estáis mostrando amor a otros miembros del cuerpo de Cristo!» Por nuestra parte, tenemos claro que es antiescriturario abandonar el terreno escriturario para adoptar el orden de hechura humana en las llamadas iglesias. Así, no es la falta de amor a las almas en esas denominaciones lo que nos impide acompañarlas en sus servicios, sino el temor a pecar.
A veces se nos acusa de fanatismo y exclusivismo. Nos preguntamos si jamás esas personas han ponderado lo que significa cada una de esas palabras. Con respecto al fanatismo, W. Kelly dijo que es «la adhesión irrazonable, sin una sólida justificación divina, a la propia doctrina o práctica, en desafío abierto a todos los demás.» Preguntamos entonces: «¿Es fanatismo abandonar las propias asociaciones con las iglesias denominacionales para ir con aquellos que desean reunirse para el culto y el ministerio en conformidad a la Palabra de Dios?» Si en verdad esas denominaciones están marcadas por la confusión y el apartamiento de la Palabra de Dios que hemos descrito en las anteriores secciones de este libro, si en verdad la Escritura no permite a las personas que abrazan o promueven tales cosas estar en comunión a la mesa del Señor, ¿cómo podría entonces nadie esperar que seamos tan inconsecuentes como para ir a esas llamadas iglesias de las que nos hemos separado?
W. Kelly dijo también: «Desde luego que es un fanático, o peor, quien quisiera apremiarme, o esperar que me uniese a él, en contra de mi convicción positiva de que al hacerlo pecaría contra Dios. El pecado es un hombre que está haciendo su propia voluntad, o la voluntad de otro, en lugar de la voluntad de Dios. Si uno me pide que me aparte de aquello que yo sé que es la voluntad de Dios, es evidente que pecaría si accediese.»
Esto me recuerda el viejo profeta de Bet-el (1 R. 13). ¡Dicho viejo profeta intentó que el profeta que había subido de Judá, enviado por el Señor para clamar en contra del culto antiescriturario de Bet-el, tuviese comunión con él en el mismo lugar contra el que había clamado! Este viejo profeta hizo esto para tranquilizar su conciencia, porque entonces podría decir que había habido otros profetas allí con él. Cuando el profeta de Judá accedió a sus deseos, un león se encontró con él por el camino y le dio muerte. Esto lo tomamos como una advertencia. «Porque si vuelvo a edificar las mismas cosas que destruí, me constituyo transgresor» (Gá. 2:18).

Conclusiones

Como ha visto el lector, hemos presentado un orden para los cristianos que se reúnen para el culto y el ministerio diferente del tradicionalmente aceptado en las llamadas iglesias. ¿Qué más es necesario decir con respecto a las diferencias entre el sistema de hechura humana en la Cristiandad y el orden de Dios en la Palabra de Dios? Hemos tratado de demostrar en base de la Palabra de Dios que el orden en las iglesias denominacionales en general, sencillamente, no es escriturario. Hemos dejado evidente que hay una sencillo modelo en la Palabra de Dios para los cristianos que se reúnen con este propósito. Y esta fe y obediencia de nuestra parte son necesarias para practicar estas verdades escriturarias. Si nos llamamos cristianos y afirmamos que la Biblia es la guía del cristiano, entonces, ¿por qué no guiarnos con la Biblia cuando se trata de la cuestión de la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio?
Si un cristiano desea mantenerse en un sistema de orden eclesiástico de hechura humana, y si quiere usar la Palabra de Dios para respaldar dicho sistema, tendrá que introducir cosas extrañas en las claras declaraciones de la Escritura. Por ejemplo, tendrá que inferir que el tabernáculo del Antiguo Testamento es el modelo del culto cristiano; que cubrirse la cabeza era sólo para las mujeres en la iglesia local en Corinto; que las mujeres predicaban en reuniones públicas de la iglesia; que se imponían las manos en los que eran ordenados, etc.
En cambio, aquellos que aceptan de manera sencilla las cosas de la Escritura tal como Dios las ha dado tendrán la tranquila confianza de que están cumpliendo la voluntad de Dios. Esto se debe a que hay una paz que procede de hacer la voluntad de Dios que es conocida sólo por aquellos que andan en ella. Volver al simple cristianismo bíblico sin todas las añadiduras de la Cristiandad moderna es ciertamente un privilegio.
Hemos observado, sin embargo, que muchas veces hay animosidad de parte de los que rechazan el orden de Dios. Y esta animosidad se dirige generalmente contra los que quieren practicar el sencillo modelo que se da en la Palabra de Dios. Escoger permanecer en un sistema de culto de hechura humana en la Cristiandad es una cosa, pero no se puede acusar con razón a alguien por querer estar entre cristianos que desean practicar el orden de Dios. A fin de cuentas, ¡sólo están haciendo lo que está en la Palabra de Dios!

Un llamamiento

Queda finalizado nuestro examen y exposición del carácter antiescriturario del orden eclesiástico tradicional, y presentado el orden de Dios para los cristianos que se congregan para el culto y el ministerio; nuestra oración y esperanza es que el lector no entienda mal nuestro propósito en este libro. No hemos tratado de criticar las diversas denominaciones eclesiales de la Cristiandad por amor a la crítica, sino para señalar con fidelidad, y esperamos que con amor, el error de todo el sistema.
Esperamos que a través de las muchas cosas en que hemos incidido pueda haber traslucido el amor genuino e interés que sentimos por toda la familia de Dios. Desde el comienzo, nuestro deseo ha sido dar a conocer la verdad, para que todo el pueblo de Dios pueda conocer y practicar el verdadero cristianismo bíblico, si sus corazones están dispuestos a ello.
Llamamos ahora al lector a prestar atención a la verdad aquí recopilada. Nuestra oración es que cada cristiano que lea este material tenga la espiritualidad y madurez para ver y reconocer la verdad según ha sido presentada. Quiera Dios darnos la gracia para hacer Su voluntad.



 


Fuente:
EL ORDEN DE DIOS
Traducción: S. Escuain
Editorial: Christian truth Publishing
16-12240 Horsehoe way
Richmond, B.C. V7A 4X9
CANADÁ

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