LA GRAN COMISIÓN

J.C. Bauer

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«Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» Mateo 28:18-20
 


A menudo se habla acerca de este pasaje como un mandamiento del Señor a la Iglesia, como una comisión a los creyentes para la evangelización mundial, además del bautismo de los que crean.
Debemos, una vez más, corregir esta falsa enseñanza, o, en el mejor de los casos, interpretación superficial y errónea.
¿Acaso no debemos cada uno de nosotros predicar a las naciones para hacer discípulos, introducirlos al terreno de bendición por el bautismo y doctrinarlos? Cierto, pero la cuestión no es lo que debamos hacer, sino si es a nosotros a quien se nos comisiona.
Si preguntamos ¿quiénes son comisionados estrictamente?, la primera respuesta es los Apóstoles; pero ¿en calidad de qué?¿como representantes de qué o quién? Muchos dirán que de la Iglesia, pero ¿de qué Iglesia? La Iglesia no existía aún, es más, la base para su formación no estaba consumada. Cristo no ha ascendido todavía al Cielo y tampoco ha enviado al Espíritu Santo.

En este pasaje no tenemos a la Iglesia en absoluto, ni se menciona ni se contempla; y los Apóstoles no tenían ni idea de que se formara algo semejante. Ellos esperaban el Reino Mesiánico.

Tenemos un grave problema: pensamos con una mente condicionada por la influencia occidental. No pensamos en absoluto como un judío de la época. Han sido muchos siglos de cristianismo, con unas enseñanzas cada vez más corrompidas y extraviadas, que han modelado la mente occidental, haciéndola creer que Cristo vino a morir por la Iglesia y que aquí se acaba todo, excepto que cuando morimos vamos a cielo.
Esto es lamentable. Existe un Antiguo Testamento con promesas y pactos con el pueblo de Israel. Existe toda una serie de libros proféticos que tratan de los eventos futuros, y todos con una gran dirección: el establecimiento del REINO, el Nuevo Pacto del Mesías; y en ninguno de ellos se menciona ni se contempla, ni siquiera implícitamente, a la Iglesia. La Iglesia no debía existir. Este periodo no está comtemplado en las profecías del A.T.
La Iglesia es aquella esposa que toma alguien, cuando su pueblo le ha rechazado (como José y Moisés), es aquella perla que compra un Mercader después de haber vuelto a enterrar el tesoro.
Ni siquiera, dispensacionalmente hablando, podemos identificar a la Iglesia como la era de la Gracia, sino más bien como un paréntesis en medio de ella.

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