LA AUTOESTIMA Y LA PERVERSIÓN DE LAS VIRTUDES

D. Hunt

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«El cristiano no es una buena persona. Es un vil miserable
que ha sido salvado por la gracia de Dios»

(Martin Lloyd-Jones)



El Espíritu Santo revela la sórdida realidad a fin de ayudarnos a ver la misma soberbia en nuestros propios corazones que lo cierto es que la soberbia es el pecado dominante de la raza humana. Y a pesar de ello, los líderes cristianos insisten en que tanto la Cristiandad como el mundo secular están acosados por una epidemia de «un deficiente concepto del yo», ¡y para la que el remedio preciso es la promoción de un alto nivel de autoestima!

Se trata de un enfoque humanista. Después de observar que el orgullo «procede directamente del Infierno», C. S. Lewis señala cuál extrechamente se relaciona con el respeto a uno mismo, o autoestima y al sentido de la propia dignidad: 
El orgullo puede a menudo emplearse para aplastar los vicios más simples. De hecho, los profesores apelan frecuentemente al propio respeto de un muchacho para hacer que se comporte de una manera decente; muchos han vencido a la cobardía, o los apetitos carnales, o el mal genio, aprendiendo a pensar que son cosas por debajo de su dignidad: es decir, por el Orgullo.
El diablo ... se siente perfectamente feliz de ver que te vuelves casto y valiente y templado, siempre y cuando, con todo ello, establezca sobre ti la Dictadura de la Soberbia ...

Incluso el amor, la bondad y todas las demás virtudes han sido pervertidas por el egocentrismo que nació en Edén. El joven sentado en el auto y que le dice apasionadamente a la joven que le acompaña: «¡Te amo!», puede que no se dé cuenta de que lo que realmente quiere decir es «Me amo a mí mismo, y a ti te deseo.» Y la muchacha puede que descubra esta verdad demasiado tarde. Quizá ninguno de los dos se dará nunca cuenta de por qué el ideal que los dos buscan parece siempre escapárseles por entre los dedos. Como W. H. Mallock dijo de los primeros Fabianos hace más de cien años, las modernas influencias han destruido la fe que habían tenido, y sus «corazones están anhelando dolidos el Dios en el que ya no creen» y que insensatamente han sustituido con el ídolo «Yo». 

Muchos maridos o mujeres han encontrado que su cónyuge ya no era «atractivo» y han ardido de pasión por alguna otra persona, convencidos en el calor de su egoísta concupiscencia que la felicidad no podía encontrarse de otra manera que librándose del primero para tener lo segundo. Es la misma seducción a la que sucumbió Eva.

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