NUESTRA POSICIÓN EN LA TIERRA
Dónde y cómo debe estar el cristiano

E. Dennett

Descargar PDF

 

Queridos hermanos, me gustaría atraer vuestra atención sobre nuestra posición aquí en esta tierra. Veremos que también está en relación con Cristo. Pues así como fuimos hechos semejantes a Cristo, para poder comparecer ante Dios, también hemos sido hechos iguales con Cristo ante el mundo. En otras palabras: Aquí hemos sido elevados a Su posición, y así estamos de pié ante Él en Cristo. Para todos nosotros será útil tener siempre presente esta verdad.

Hay, sin embargo, cuando se trata de nuestra posición en esta tierra, dos aspectos los cuales son de gran significado. El primer aspecto está en relación con el mundo y el segundo aspecto con el «campamento». El «campamento» es la cristiandad organizada que en esta economía ha tomado la posición del judaísmo como testimonio profesante para Dios (ver Romanos 11, comparar con Mateo 13).


Nuestra posición frente al mundo

El Señor Jesús dice a los judíos: «Vosotros sois de abajo; yo de arriba soy; vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo» (Jn 17:16). Veréis que en los versículos 14-19 Él verdaderamente eleva a Sus discípulos a Su propia posición con respecto al mundo, igual como les llevó en la porción anterior (vers. 6-13) a Su propia posición con respecto al Padre. Por eso ellos ocupan Su posición en este mundo. Fijaos bien en esto, por que ellos no son del mundo como tampoco Él no es del mundo; pues después de haber ellos nacido de nuevo, ya no pertenecen más al mundo. De allí en adelante Él habla de ello repetidamente, a saber, que ellos al igual que Él serían odiados y perseguidos. De ahí dijo por ejemplo: «Si el mundo os odia, sabéis que me odió a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como a cosa suya; mas por cuanto no sois del mundo, sino que yo os he escogido del mundo, por esto os odia el mundo. Acordaos de aquella palabra que os dije: El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, a vosotros también os perseguirán; si han guardado mi palabra, guardarán también la vuestra» (Jn 15:18-20). De la misma manera el apóstol Juan señala la tremenda diferencia que hay entre los creyentes y el mundo, cuando dice: «Sabemos que nosotros somos de Dios, en tanto que todo el mundo yace bajo el dominio del maligno» (1 Jn 5:19).

Pero todavía hay más cosas que estas importantes porciones de la Escritura nos dejan ver. Cada creyente es considerado de parte de Dios como muerto con Cristo y resucitado (Ro 6; Col 3:1-3). Está considerado a los ojos de Dios, por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, como perfecto y colocado fuera de este mundo, tal como Israel había sido llevado fuera de Egipto pasando a través del mar Rojo. Pero ya no es «del mundo», aunque ha sido enviado otra vez a él (Jn 17:18), a fin de vivir en medio del mundo para Cristo. Por eso Pablo podía decir, mientras obraba en el mundo para Cristo: «Mas nunca permita Dios que yo me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por medio de la cual el mundo me ha sido crucificado a mí, y yo al mundo» (Gá 6:14). En la cruz de Cristo vio que el mundo ya estaba juzgado, y al aplicar la cruz a sí mismo, se consideraba a sí mismo como muerto –crucificado al mundo–, de modo que entre él y el mundo existía una separación completa, que solamente la muerte podía ocasionar.

Si hacemos un resumen de lo leído, vemos que aunque el cristiano está en el mundo, no es del mundo. El tampoco es del mundo en el mismo sentido en que el Cristo no lo era. Pertenece a un orden nuevo; porque «Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura» (2 Co 5:17). Como ya hemos visto, ha sido sacado del mundo completamente por la muerte y la resurrección de Cristo. En adelante tiene que mantenerse enteramente separado de él. Para el cristiano no es decoroso el que se haga parecido al mundo (Gá 1:4; Ro 12:2). En el Espíritu, en los hábitos, en su hacer y en su andar, tiene que dar a conocer que no es de este mundo. Aun más: Ya que se aplica la cruz a sí mismo, tiene que considerarse como crucificado al mundo, y entonces entre dos cosas así sentenciadas no puede ya haber inclinaciones ni poder de atracción. Pero todavía hay una cosa más. Un cristiano en el mundo está allí en el lugar de Cristo. Esto es, que está por Cristo y Le es igual en este mundo. De esa manera tiene que testificar de Cristo y andar así como Él anduvo (Fil 2:15; 1 Jn 2:6). Ha de contar con ser tratado exactamente como lo fue Cristo. No que tengamos que ser crucificados físicamente como le ocurrió a Él. Pero si somos fieles encontraremos en el mundo la misma resistencia que Él encontró. Sí, conforme a nuestra fidelidad a seguir en Sus pasos, así serán las persecuciones. El hecho de que los creyentes de este tiempo experimenten tan poco odio en contra de ellos, encuentra su causa en nuestro «no-ser-separados» del mundo.

Antes de considerar otro aspecto de este punto, no puedo dejar de señalar con énfasis la necesidad de romper cada lazo que os ata moralmente con el mundo. Hace falta poca penetración para comprender que el espíritu del mundo, la conformidad con el mundo, se extiende rápidamente dentro de la Asamblea de Dios, hasta en la misma mesa del Señor hay quien se jacta de ello. ¡Cuán deshonroso, sí, cuán doloroso para Él en torno del Cual estamos reunidos para anunciar Su muerte! Que seria exhortación es esa para todos los santos, para que se humillen ante Dios y de nuevo supliquen, a fin de recibir la gracia de vivir más para Él, de estar más separados de manera que el mismo mundo vea que pertenecemos a Aquél que ellos han rechazado, expulsado y crucificado.

Cuán pocos entre nosotros tenemos el espíritu de Pablo, que anhelaba «la comunión de sus sufrimientos», para ser hecho «conforme a Su muerte», al mirar por delante hacia un Cristo glorificado, el objeto de su corazón y la meta final de su esperanza.

Ojalá que se nos diera a nosotros y a todos los amados santos más de esta entrega al Señor, y de la perfecta separación del mundo.


Nuestra posición frente al «campamento»

En la Epístola a los Hebreos leemos: «Porque los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre es presentada por el sumo sacerdote en el santuario, como ofrenda por el pecado, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo de Dios, con su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos pues a él. fuera del campamento, llevando su vituperio» (He 13:11-13).

En este pasaje se puede reconocer dos cosas:
1. La sangre de la ofrenda por el pecado fue llevada al santuario.
2. Los cuerpos de las víctimas para la ofrenda se quemaron fuera del campamento.

Ahora el apóstol muestra, que estas dos cosas se concuerdan con la muerte de Cristo, sí, que Él es verdadero antitipo de estos sacrificios.

Pero en esto vernos también los dos aspectos de la posición del creyente. A la vez su sitio ante Dios en el santuario, a donde se llevaba la sangre, y también su sitio sobre la tierra, fuera del campamento, donde Cristo había sufrido. Como he dicho, en Cristo somos hechos uno ante Dios con Él y revestidos de todo el valor de Su dulcedumbre. Pero también hemos sido hechos uno con Él en esta tierra, en Su deshonra y rechazamiento. La posición del creyente, por lo tanto, está fuera del «campamento». Por ello el escritor de la epístola dice: «Salgamos pues a Él, fuera del campamento, llevando su vituperio».

A lo mejor me preguntan: «¿Qué es el campamento?» De la porción de la que acabamos de leer se desprende con claridad, que se trataba del campamento del judaísmo. ¿Qué es lo que eso representa hoy día? El judaísmo era de Dios y en la tierra tomó la posición de un testimonio (de Él). El judaísmo fracasó, y después del definitivo rechazamiento de Cristo, después de la predicación de los apóstoles, fue puesto de lado. El cristianismo lo reemplazó (como posición de testimonio) como se enseña en Romanos 11. El «campamento» es ahora la cristiandad organizada como la iglesia profesante. Ahora quizás objetaréis: ¿Por qué entonces se nos pide que salgamos del «campamento»? Por su completo fracaso como testimonio para Dios. «Quien tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Ap 2:11, etc.).

Andamos con seguridad y somos responsables, referente a todo lo que alcanza la pretensión de ser de Dios, de comprobar todo con las Escrituras en la mano. Si comprobamos todas las confesiones así, se presentan como desobedientes y defectuosas. Por eso, para un creyente que quiere obrar según el pensamiento de Dios no le queda más remedio que tomar su posición «fuera», separado de toda la confusión de este siglo malo, juntamente con todos aquellos que en obediencia hacia Su Palabra se reúnen hacia el Nombre del Señor Jesús (Mt 18:20).

Éxodo 33 es muy instructivo en esta conexión. Cuando Moisés bajó del monte (Éx 32), vio que el pueblo entero había caído en la idolatría. Después de haber dado la vuelta para interceder por el pueblo, volvió con una mala noticia para ellos. «Moisés tomo la Tienda y la plantó fuera del campamento, lejos del campamento; y lo llamó Tabernáculo de Reunión. Y sucedía que todo aquel que tenía que acudir a Jehová salía al Tabernáculo de Reunión que estaba fuera del campamento» (Éx 33:7). Moisés obró de este modo en la presencia del pueblo caído, por que conocía los pensamientos de Dios. En este relato encontramos un retrato moral de nuestra época. Como tal quisiera yo recomendarlo para vuestra seria meditación.

Es muy necesario que comprendamos la posición del creyente en la tierra. Vemos por una parte la separación del mundo y por otra la separación del «campamento». Si tomamos esta posición, eso acarreará consigo que por una parte seamos odiados y por la otra despreciados. Pero si eso es así, siempre seremos cada vez más parecidos a nuestro bendito Señor. En la Epístola a los Hebreos esto se llama «Su oprobio».

Ojalá que no nos espantemos ante el uno, ni nos avergoncemos ante el otro; No, más bien regocijémonos de ser hechos dignos de sufrir oprobio por Su Nombre (Hch 5:41).


Vuestro hermano en el servicio del Señor, E. Dennett.

 

. . . . . .    Volver a TEMAS Y MEDITACIONES   . . . . . .

. . . . . .    Volver a la página principal   . . . . . .