YO VENGO PRONTO

J.N. Darby

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No hay nada que se presente de forma más sobresaliente en el Nuevo Testamento que la segunda venida del Señor Jesucristo. Era el primer consuelo dado por los ángeles a los afligidos discípulos: "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá así, tal como le habéis visto ir al cielo" (Hch. 1:11). Y si vais a 1 Tesalonicenses hallaréis que es presentada al final de cada capítulo como una doctrina común. No era en absoluto de extrañar que después de la conversión al Dios vivificador "esperaran de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera". De nuevo en Hebreos 9 leemos que Él apareció una vez al final de los siglos para quitar el pecado por el sacrificio de Sí mismo... "y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, a los que le esperan ansiosamente para salvación".

En 1 Tesalonicenses se nos presenta a modo de advertencia, al igual que el objeto de la bendita esperanza de los santos: "Porque vosotros mismos sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá del mismo modo que un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán de ningún modo". En este versículo está la asombrosa diferencia entre la venida de Cristo para este mundo, y para aquellos quienes confían en Él. Viene para el mundo como juez tanto de vivos como de muertos (véase Malaquías); pero en Juan 14 encontramos una diferencia maravillosa en todo el principio y en el espíritu de un creyente que tiene la expectativa de Cristo.
"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él" (Ap. 1). "¿Y quién podrá soportar el día de su venida?, o ¿quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?" (Mal. 3). Querido lector, déjame que te pregunte si podrás permanecer delante de Él en aquel día. ¿Piensas que tendrás confianza delante de Él cuando venga? ¿Podrás decir 'éste es mi Dios, le he estado esperando'? ¿Que Él es quien yo he amado y he esperado tanto? Los hombres siempre juzgan las cosas como más les conviene. En 1 Tesalonicenses 4 se dice: "y así estaremos siempre con el Señor". Ahora bien, ¿eres apto para estar siempre con el Señor? ¿Tienes esta confianza? Si tienes basada tu confianza en cualquier cosa buena de ti, es un terreno vano de confianza. Tan pronto como Pedro se dio cuenta de que se hallaba en la presencia del Señor, sintió que no era apto para Él. Soy demasiado corrupto, dijo. Fue éste un juicio real sobre él, y un amor por la dignidad del Señor y por la santidad. Si tú te contentas con que la santidad baje su listón para adaptarte a su nivel, entonces es que no te preocupa la santidad aunque quieras adaptarte a ella. En el momento en que yo he visto la santidad del Señor, y que la felicidad está en esta santidad, hay el sentimiento inmediato de mi ineptitud a esta santidad, si bien es cierto que deseo ser apto para ella, algo a lo cual el Señor responderá con gracia, sin lugar a dudas.

Se necesitan dos cosas para encontrar al Señor. La primera, es que la conciencia debe ser buena. Yo podré tener el padre más comprensivo, pero si mi conciencia no es buena, no estaré contento de encontrarme con él. Segundo, los afectos deben estar presentes -el Señor debe ser mi porción. Si mi corazón está volcado en la literatura o en cualquier otra cosa aquí abajo, no me gustará estar donde Jesús está, pues preferiré quedarme aquí más rato. Si a vosotros os gusta el mundo, sois aptos para él. El cielo es justo lo contrario, y lo sabéis, y por ello no queréis ir allí porque significaría el trasladaros de este mundo. Hay el consuelo del evangelio. Las conciencias de los hombres fueron impregnadas con todo lo atractivo de Dios. Pero ay, los hombres dejaron de desear la compañía del Señor en este punto igual que no la desean ya en el otro. La venida y rechazo de Cristo aquí son la prueba evidente de que el mundo no es apto para él, y que Él no es apto para ellos.

Vayamos ahora a Juan 14. Encontramos a personas que son lo contrario de todo lo que hay en el mundo. "No se turbe vuestro corazón". ¿Por qué motivo? Porque Él les abandonaba. Su felicidad, consuelo y regocijo eran el tener a Cristo con ellos. Pero ahora, dice Él, Yo me marcho, pero no voy a estar feliz sin vosotros. Hay mucho lugar para vosotros. Aquello que en seguida consuela sus corazones es esto: "Vendré otra vez". Yo no puedo quedarme aquí abajo en este vil lugar; me voy a preparar un lugar para vosotros y volveré para recibiros a mí mismo, para que donde yo estoy vosotros también estéis. El Señor echa la cuenta de que lo que les ha dicho satisfará sus corazones. Y sus conciencias no se oponen. ¡La casa del Padre! Ellos podían ir allí. "Os recibiré a mí mismo". Él sabía tocar la fibra sensible de sus corazones diciéndoles que podían estar con Él, la fuente de toda bendición. Así, tenemos el carácter de estos discípulos: ellos eran personas a las cuales les angustiaba un Jesús ausente, y para quienes la presencia de Jesús iba a consolarles, no aquí, sino al ir a estar con Él.

Ahí encontramos lo que generó este carácter. Todo se basaba en Su palabra. A nosotros no nos suele importar aquello que no nos preocupa. Pero tan pronto como notamos que algo es de nuestro interés, se convierte en importante. Y entonces es cuando queremos certidumbres. Es algo muy bendito tener la propia palabra de Dios como la base de nuestra certidumbre. Por ejemplo, yo soy pecador, pero ¿cómo voy a entrar en la casa del Padre? Porque Dios ha dicho: "nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades". Bien, Dios es veraz, y Él no se acordará de ellos. ¿Pensáis, al decir esto, que sois demasiado vanidosos? No soy yo quien lo ha dicho, lo ha dicho Dios. Y otra vez en Juan 5:24: "el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida", y Juan 3:33: "el que recibe su testimonio, ése certifica que Dios es veraz". Entonces, cuando el poder del Espíritu vuelve a traer la palabra a su origen, yo tengo certidumbre. La fe está en la Palabra, pero es por un determinado motivo. Cristo es presentado, y el hombre recibe la prueba. La gente suele juzgar según sus inclinaciones, y no por sus razonamientos. El efecto ahora del testimonio del Espíritu de Dios cuando Cristo es revelado, es que los hombres no son aptos para Él, y a sus corazones no les gusta estar con Él.

Estos discípulos habían amado al Señor. Cristo era atractivo para sus corazones. En seguida vemos aquí el objeto de los afectos de los corazones que Cristo había preparado. Considerad a María Magdalena, por ejemplo. Tenía una inteligencia del todo errada, sin embargo Cristo era atractivo para el corazón de ella. Lo mismo que el resto de los discípulos. El temor había hecho que ellos escaparan de su presencia, pero fue el amor a Cristo que los trajo al lugar del temor. Así, vemos que el mismo Cristo era el objeto de sus corazones. Ellos eran los compañeros de Cristo -siendo que todo temor había ya desaparecido conforme a Su gracia y amor. Vosotros sois esos, les dice, que habéis continuado conmigo en mis tentaciones. ¿Por qué? Él había seguido con ellos, pero les habla como si estuviera en deuda con ellos por esta comunión. Y al tener compañerismo con Cristo en el corazón, los introduce en todo el gozo al cual Él se está dirigiendo: nada menos que en la casa del Padre. Lo que a mí me atrae lo encuentro en Cristo, y luego obtengo de Él la certera seguridad de que está volviendo, y volviendo a por mí. Cuando el corazón está en Cristo, ¡cuán grande es saber que Él viene! ¿Tengo temor? No, le estoy esperando. Y es a la casa de Su Padre que Él me llevará. Todo lo que el cielo tiene de hogar para Cristo, lo tiene de hogar para mí. ¡Oh, ven Señor Jesús! Si he aprendido a amar a Cristo, habré aprendido a amar la santidad, a amar a Dios. Él, en Cristo, ha impregnado mi alma con todo lo que Él es. ¿Qué recibiré en el cielo? ¿Otro Cristo? ¿Otro Dios? No. Es aquel a quien hemos visto y conocido. "Sabéis adónde voy". Voy al Padre, y vosotros habéis visto en mí al Padre.

Pero Él no ha abandonado Su santidad, puede ser que digáis. Por supuesto que no, no lo ha hecho. Jesús sabía todo lo que yo necesitaba para poder estar con Él. Y si va a hacer que el corazón sea capaz de amar, hará también que la conciencia esté perfectamente en reposo para que yo le ame. ¿Va a hacer esto aliviándola? No, lo que Él hará será algo que me permita estar en la presencia de Dios donde pueda encontrar mi gozo. Él revela plenamente a Dios en Su santidad y quita el pecado que entorpecería mi presencia delante de esa santidad. Y no solamente quita el pecado, sino que él purga la conciencia aquí para que yo pueda disfrutar de Dios con un pleno afecto y con libertad.

No hay nada más atractivo que la muerte de Cristo, que además quita el pecado que me hacía culpable. Fue éste un acto en el que yo no tuve parte, y fue la prueba del perfecto amor, si bien es verdad que se satisfacía una justicia perfecta. Yo había cometido los pecados y no podía deshacerlos. Jesús le dijo a Pedro: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Esto tocó el corazón de Pedro. Si tú no estás limpiado conforme a Mi concepto de limpieza, conforme a lo que se ajusta a la presencia de Dios, no tendrás parte conmigo. ¡Qué consuelo! En vez de decir 'Marchaos de aquí', Jesús les dice 'Ahora estáis limpios'. Y en Pedro vemos la prueba de una buena conciencia cuando decía a los judíos que ellos habían negado al Santo y al Justo, lo mismo que precisamente él había hecho cincuenta días antes. Un hombre hablará sobre cualquier pecado salvo de aquellos que le declaren culpable, y eludirá cualquier mención de ellos. Pero aquí Pedro tenía una paz perfecta acerca del mismo pecado que le había hecho culpable, y del que su conciencia estaba ya totalmente limpia.

La felicidad del corazón que es tocado es el querer estar con Cristo; y la conciencia queda limpiada para estar en Su presencia. Entre el consuelo que les ofrece a los discípulos en Juan 14, y la venida a por ellos, el Señor había quitado el pecado de ante los ojos de Dios y de la conciencia de ellos. Les dice: "Vendré otra vez, y os tomaré conmigo..., [etc]... y sabéis adónde voy". No hay ninguna incertidumbre. Nosotros sabemos adónde vamos. El alma ha hallado completamente el objeto que le ha dado el reposo y que la va a satisfacer allá arriba sin ningún temor. ¿Puede el Señor dirigirse a ti así? ¿Puedes decir que esto es lo que deseas? ¿O acaso estás diciendo que tienes aquí contigo lo que ya te gusta disfrutar? ¿Es esto ser cristiano? Un cristiano podrá variar en su energía o en su afecto, pero nunca en su objeto. Yo puedo estar seguro de que no amo lo bastante al Señor, pero también estoy seguro de que es al Señor a quien yo amo. No pongo la confianza en mi corazón, sino que la pongo toda en Él. Él ha muerto por mí, y esto es con lo que cuento. Él ha quitado mis pecados; esto es lo que necesitaba. Él viene otra vez, y esto es lo que yo anhelo.

Querido lector, déjame que te pregunte: ¿Te ha turbado nunca el hecho de no tener a Cristo? ¿Sabes adónde vas? Puede ser que tengas esperanza, pero ¿es igualmente cierto que tienes una certidumbre presente? Que nosotros, los cristianos, la tenemos, es sabido, y cuando Él es conocido hay un perfecto descanso en Su Palabra: "Vendré otra vez, y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis". "Amén; sí, ven, Señor Jesús".


 

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