CARTA DIRIGIDA AL Sr. B

(Redactor del "Française")

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Era un periódico que se imprimía hace más de cien años en Francia. Su tendencia era confesional y política de signo católico.
Uno de los redactores de esa publicación había solicitado al sr. Darby noticias en relación con los Hermanos y su doctrina.
Darby se expresa así en una carta dirigida a un amigo: "Le he comunicado con toda simplicidad, aquello que me ha demandado. Se confesaba católico y consagrado a su organización. Su carta era sencilla y honesta. Le he respondido como cristiano. ..." Más adelante, añade: "He tenido el sentimiento que mi parte era manifestarme como tal; como un cristiano, tanto en este asunto como en cualquier ocasión."


He aquí el texto de la respuesta al redactor del “Française”:
Apreciado sr.
Mi respuesta a la suya se ha demorado. Ocupaciones continuas no me han dado respiro hasta el presente. No tengo inconveniente en comunicarle cuáles son mis creencias, pero un periódico público no es el lugar más atractivo en que mi pluma desearía expresarse.
Creo que la vocación cristiana es una llamada y una disposición celestial. Que el creyente no es de este mundo, como su Señor y Maestro tampoco lo era ni lo es. Que se halla aquí, como peregrino y en esta posición viene a significar una carta - o epístola - de Cristo para manifestar la vida de Jesús entre los hombres. En esta disposición espera a su Esposo para entrar con Él en la gloria.
Como "Redactor del Française" sin duda reconocerá y comprenderá, que un artículo redactado para insistir sobre tales principios, no es de la conveniencia de un cotidiano político. Ahora bien, yo solamente vivo para estas cosas - con flaqueza, eso sí, y lo confieso abiertamente - y me reafirmo que mi vida entera se halla involucrada en esa dirección. De todas maneras le comunicaré aquello, que por lo visto, os interesa. Es decir, lo que me ha conducido, y a otros también conmigo, a tomar posición como cristianos.
Seguramente es aconsejable adelantar, vista la incredulidad que se propaga por doquier, que me circunscribo - y puedo decir abierta y firmemente - que nos ceñimos a los fundamentos (a todos) de la fe cristiana, a la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: un solo Dios, bendito eternamente. A la divinidad y humanidad del Señor Jesús, dos naturalezas en una sola persona. A su resurrección y glorificación a la diestra de Dios. A la presencia del Espíritu Santo aquí, descendido el día de Pentecostés desde el cielo. Y creemos en el regreso del Señor Jesús según su promesa. También afirmamos, que el Padre, en su amor ha enviado al Hijo para llevar a cabo (o cumplir) la obra de redención y de gracia de los hombres.
Y también que el Hijo ha venido, en virtud de ese amor, para acabar la obra que el Padre le dio a realizar aquí: en esta tierra. Creemos que hizo la propiciación por nuestros pecados y que después de haberla cumplido, ascendió al cielo y como Sumo Pontífice está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas.
También otras verdades relacionadas con las citadas, tales como el nacimiento milagroso del Salvador - quien fue concebido absolutamente sin pecado. El tema es amplio; pueden añadirse aun, un sin fin de ellas. Pero discernirá fácilmente, estimando sr., que no pretendo dar un curso ni un resumen teológico, antes bien, hacer comprender que no es sobre el abandono de los grandes fundamentos de la fe cristiana, que nuestra posición está fundada. Quien negara una u otra de estas verdades no sería recibido entre nosotros, y si alguien hallándose en tal posición adelantara cualquier doctrina o afirmación que socavara una u otra de estas evidencias, lo excluiríamos, no sin antes pero, de haber intentado por todos los medios lícitos reconducirlo al redil. Bien que sean dogmas, los tenemos y los admitimos como esenciales a la fe viva y a la salvación; a la vida espiritual y cristiana, de la cual vivimos como nacidos de Dios.
Ahora bien, lo que ud., desea sr., no es solamente conocer las grandes verdades que otros también creen como nosotros, si no saber también, aquello que nos distingue. Así es, que sin pretender (ni por asomo), dar un curso de doctrina cristiana en relación con la evidencia que le indico, mantengo (mi corazón necesita exponerlas como base) que reconocemos por verdaderos cristianos y miembros del cuerpo de Cristo a todos aquellos que por la gracia de Dios y la operación del Espíritu Santo que les ha sido dado, aceptan estas cosas en sus almas.
Convertido por la gracia de Dios, pasé seis o siete años bajo la férula de la ley, sintiendo que Cristo era el único Salvador, pero sin poder decir que le poseía - ni que personalmente fuese salvo por Él - ayunando, orando, haciendo limosnas (cosas siempre buenas cuando las tales se realizan espiritualmente), pero no poseyendo la paz, bien que sentía que si el Hijo de Dios se había ofrecido por mí, yo por mi parte me debía a Él, fuera cuerpo, alma o bienes. En fin, Dios me hizo comprender que yo estaba en Cristo unido a Él por el Espíritu Santo: "En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros", lo cual equivale a decir que cuando el Espíritu Santo, el Consolador vendría, los discípulos sabrían estas cosas. Con esto se relacionan otras verdades benditas y tranquilizadoras: "Ahora pues no hay condenación alguna para aquellos que están en Cristo Jesús".
Nota: Las citas escriturales en el original (en este caso traducidas al castellano de la versión francesa) son dadas del latín, de la Vulgata de San Jerónimo a fin de que, por cuestión de traducción, no se suscite cualquiera discrepancia en relación con no importa que verdad importante). Pienso que para enfatizar más, el autor usa esta versión por cuanto el receptor es un católico militante.
La promesa del Espíritu es para todos los que tienen parte en la remisión de sus pecados, "pues quien está unido al Señor es un solo espíritu con Él". Así los creyentes son el templo del Espíritu Santo: "Vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo que está en vosotros". (Las citas en orden correlativo son las siguientes: Juan 14:20; Romanos 8:11; 1ª Corintios 6:17 y 6:19).
Es conveniente decir, que en esa época, la Palabra de Dios fue para mí de una autoridad absoluta: Lo mismo para la fe que para la práctica. No es que antes hubiese dudado, pero ahora era mi convicción, arraigada por Dios mismo en mi corazón. De esta manera, la seguridad de la salvación por medio de la obra de Cristo, la presencia del Espíritu Santo morando en nosotros, por el cual "habiendo creído fuimos sellados para el día de la redención" (Efesios 1: 13-14); la salvación conocida y poseída, y esta morada del Espíritu Santo dándonos seguridad, constituyen el estado normal del creyente. Este ha dejado de ser de este mundo, salvo para atravesarlo apaciblemente cumpliendo la voluntad de Dios. Adquirido a gran precio, debe pues, glorificar a Dios por su conducta.
Esto conduce a la idea de la Iglesia y su unidad. El cuerpo de Cristo se componía para mí, de todos aquellos que estaban unidos por el Espíritu Santo a la Cabeza, es decir: Cristo en el cielo. ¿Si estamos sentados en los lugares celestiales, en el Cristo ("Cuando estabais muertos en vuestras faltas y pecados... él nos vivificó conjuntamente con Cristo; por gracia sois salvos." Efesios 2:1-5), qué es lo que aun esperamos? Pues sí. Que el Cristo venga para introducirnos de hecho en el cielo. "Vendré otra vez", ha dicho el Señor, " y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis". (Juan 14:3). "Mas nuestra vivienda es en los cielos; de donde esperamos al Salvador Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria" (Filipenses 3: 20-21). Hemos sido convertidos para "esperar a su Hijo de los cielos..." (1ª Tesalonicenses 1:9). Pues lo que constituye el estado normal del creyente es la presencia del Espíritu Santo en él y la esperanza de la venida del Señor. Así es, que todos los que poseen este Espíritu son, en consecuencia, en cuerpo: "Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo" (1ª a los Corintios 12:13). Ahora bien, este bautismo tuvo lugar en el día de Pentecostés: "Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de estos" (Hechos 1:5).
Aquellos que me rodeaban no se hallaban en esta posición. Sin querer juzgar los individuos, al menos no hacían profesión positiva y es fácil ver - leyendo Hechos 2 y 4 - cuán alejados estábamos de aquello que Dios había establecido sobre la tierra. ¿Dónde buscar la Iglesia? Abandoné el anglicanismo como algo que no correspondía: No tenía respuesta. Roma, en el principio de mi conversión, no había faltado de atractivo para mí. Pero el décimo capítulo de Hebreos determinó la decisión imposible: "Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados...Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por pecado" (Hebreos 10:14,18). También otra cosa: la idea, o asunto, de un sacerdocio aquí en la tierra entre yo y Dios, mientras que nuestra posición como resultado de la obra de Cristo, es que nos allegamos a Dios en toda confianza y eso directamente: "Teniendo libertad para entrar en el Santuario por la sangre de Jesucristo" (Hebreos 10:19). Esto le escribo, como aquel que expone; no como entrando en controversia; pero la fe en la salvación cumplida y, más tarde, la conciencia que tenía de poseerla, me impedía dirigirme hacia esa posición; mientras que habiendo adquirido la verdad en relación con la unidad del Cuerpo de Cristo, las diversas sectas disidentes tampoco me atraían. En cuanto a la unidad, a la cual Roma pretende, todo para mí era una ruina. Las más antiguas iglesias (es decir, las de Oriente), nada quieren con ella, las protestantes tampoco, de suerte, que la gran mitad de aquellos que profesan el cristianismo se hallan fuera de su seno. Por otra parte no se trataba de buscar la unidad en las sectas protestantes. Sea cual fuere la posición eclesiástica, la mayoría de aquellos que se denominan cristianos, son gente del mundo, como un pagano pueda serlo.
Ahora bien, el capítulo 12 de la 1ª carta a los Corintios muestra claramente que ha existido una Iglesia, formada sobre la tierra por el descenso del Espíritu Santo. "Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo" y es evidente que esto tiene lugar en la tierra, pues "vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" (versículos 13 y 27). El apóstol habla también de dones de sanidad, de lenguas, etc, cosas que solamente se aplican al estado de la Asamblea en esta tierra. La Iglesia - o Asamblea - de Dios se ha formado aquí y habría de haberse manifestado tal y siempre. ¡Ay! No ha sucedido tal cosa. En relación con los individuos, el Señor ya lo advirtió de antemano: "El lobo arrebata y dispersa las ovejas", mas, gracias a Dios: "nadie las arrebatará de mi mano", dice el mismo y fiel Pastor (Ev. Juan 10: 12, 28). Pero esto no es todo: cuando el apóstol Pablo se despide de los fieles de Éfeso dice: "Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al ganado; y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para llevar discípulos tras si". (Hechos 20: 29-30).
Judas declara que ya en su tiempo hombres perversos se habían introducido entre los creyentes y, cosa importante, son designados como siendo objeto del juicio del Señor cuando regrese. "Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales desde antes habían estado ordenados para esta condenación..." y "El Señor es reunido con los santos millares a hacer juicio contra todos" (Judas 4 y 15). Eran gente corruptora dentro de la Iglesia, pero los habrá, que definitivamente, abandonarán la fe cristiana: "Hijitos", dice el apóstol Juan, "ya es el último tiempo; y como vosotros habéis oído que el anticristo ha de venir, así también al presente han comenzado a ser muchos anticristos; por lo cual sabemos que es el último tiempo; salieron de nosotros..." (1ª de Juan 2:18-19).
Pero hay algo más todavía. El apóstol Pablo dice: "Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: conoce el Señor a los que son suyos; y: apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Mas en una casa grande, no solamente hay vasos de oro y plata, sino también de madera y barro, y asimismo unos para honra, y otros para deshonra. Así que, si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra." (2ª Timoteo 2:19-21). He aquí la Iglesia; es una casa grande con vasos de toda especie, y una llamada al hombre fiel para que se purifique de los vasos de deshonra. El capítulo siguiente es aún más preciso: "Esto también sepas, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos: que habrán hombres amadores de si mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, etc." (2ª Timoteo 3:1-5). Son parecidos a los mismos y también los términos de expresión lo son, cuando se refiere al pecado de los paganos de Romanos 1:29-31, pero añade que aquellos habían "renegado del poder de la piedad" (2ª Timoteo 3:5).
Nos advierte que "los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución, mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados" (2ª Timoteo 3:12-13). Pero nos da como seguridad, el conocimiento de la persona de quien hemos aprendido lo que sabemos y creemos: es el mismo apóstol y las Escrituras, "que pueden hacernos sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús" (2ª Timoteo 3:15). Nos asegura que "toda Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para redargüir, etc..." (2ª Timoteo 3:16). Pero tenemos también la prueba que el mal, entró en la Iglesia, continuará y no curará. "El misterio de iniquidad", dice el apóstol, "ya está obrando", "solamente espera hasta que sea quitado de en medio el que ahora impide; y entonces será manifestado aquel inicuo, al cual el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida" (2ª Tesalonicenses 2:7-8). El mal que operaba ya, en tiempo del apóstol, debía continuar hasta que el inicuo fuera revelado. El Señor lo destruirá con su venida, y bien que no sea hablado de la Iglesia propiamente dicha, la misma cosa es revelada en vista de la cristiandad, pues aprendemos que la cizaña ha sido sembrada, allí donde el Señor sembró el buen grano. Cuando los siervos quieren arrancar la cizaña, el Señor lo impide, diciendo: "Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega" (Mateo 13:24-30). El mal hecho en el reino de Dios debía quedar en el campo de este mundo hasta el juicio. Cristo recogerá sin duda alguna el buen grano en el granero, pero la cosecha ha sido dañada en este mundo. Tal vez ud., diga: "Pero las puertas del infierno no pueden prevalecer contra lo que Cristo ha edificado." De acuerdo, y yo bendigo de todo corazón a Dios; pero hemos de distinguir aquí como lo hace la Palabra. De un lado tenemos la obra de Cristo y del otro lo que los hombres han realizado bajo su propia responsabilidad. Jamás el enemigo podrá destruir aquello que Cristo edificó (hablamos de la Iglesia de Dios), ni podrá prevalecer contra la obra del Señor. Sea cual fuere el mal introducido, pues no podemos negar ni las herejías ni los cismas, la obra de Dios ha subsistido y subsistirá siempre; es la cosa que hallamos en 1ª de Pedro capítulo 2, compuesta de piedras vivas viniendo a Cristo (como piedra viva que Él es) y edificadas para ser una casa espiritual. Esta casa la encontramos en Efesios 2: "Sois ciudadanos con los santos y domésticos de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y Profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo". Aquí se trata aun de la obra del mismo Señor. Hay unas piedras vivas que vienen, un edificio compuesto de santos, creciendo para venir a ser un templo que aun no está definitivamente edificado. 
Pero en las Escrituras, la casa de Dios en la tierra es contemplada también de otra manera. "Como un sabio arquitecto" dice el apóstol Pablo, "he puesto el fundamento, y otro edifica encima... Si alguien edifica sobre este fundamento oro... heno, hojarasca, la obra de cada cual será manifiesta, pues el día la declarará, porque por el fuego será manifiesta y la obra de cada uno, cual sea, el fuego hará la prueba". "¿No sabéis", añade, "que sois templo de Dios; y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es". (1ª Corintios 3:10-13; y 16-17).
Aquí hallo la responsabilidad del hombre y el juicio de su obra; el conjunto es nombrado el templo de Dios, y el juicio de Dios comienza ahí, en su casa, como dice el apóstol Pedro. En vida del apóstol, la época había llegado ya (1ª de Pedro 4:17), aunque la paciencia de Dios obrando en gracia, esperaba aun un tiempo. Así es que yo, reconozco la responsabilidad de la casa de Dios; de toda la cristiandad. Aquello que Cristo edificó, es una cosa, el fruto de su trabajo no se perderá; ahora bien, lo que el hombre ha edificado (el hombre responsable), es otra. En el principio "el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos" (Hechos 2:47). Muy pronto, "los falsos hermanos" se introdujeron, "la cizaña" fue sembrada y la casa se llenó de toda suerte de "vasos", de los cuales los fieles deben purificarse. También la falsa piedad - o mejor dicho - la apariencia de piedad, de la cual uno debe apartarse. He aquí lo que la palabra de Dios nos presenta históricamente y proféticamente en el Nuevo Testamento; esta Palabra dirigida a los creyentes por los doctores, es nuestra garantía y recurso cuando sobrevienen tiempos peligrosos y pos si fuera poco, los hechos han verificado todo lo que ella ha dicho. ¿Qué hacer? La Palabra nos declara que allí donde dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús, estos tienen asegurada su presencia (Mateo 18:20).
Es precisamente lo que hemos hecho. Éramos cuatro personas creyentes con este mismo espíritu. Sin pretensión, presunción u orgullo, antes bien, afligidos al ver el estado de todo aquello que nos rodeaba, orando por todos los cristianos y reconociendo a todos los que poseían el Espíritu de Dios. (Todo verdadero creyente, fuera cual fuera su posición eclesiástica como miembros del cuerpo de Cristo).
Querido sr. nosotros no pensábamos en otra cosa que en satisfacer las necesidades de nuestras almas según la Palabra de Dios y tampoco pensábamos que ello pudiera ir más allá. Habíamos hallado la prometida presencia del Señor. La salvación por Cristo ha sido proclamada cuando había un don para realizar tal menester. Las mismas necesidades han hecho seguir a otros idéntico camino y así la obra se ha extendido, de tal manera, que nosotros hemos sido los primeros sorprendidos. -Esto empezó en Dublín para esparcirse en las Islas Británicas, en Francia, donde un gran número de personas abiertamente incrédulas se convirtieron, en Suiza (lugar en donde la obra penetró en el Continente), en Alemania, en Holanda, en Dinamarca, en Suecia (en donde existe en el presente, 1878, un gran movimiento religioso). El camino que seguimos también se ha expandido en las colonias inglesas (Australia, Nueva Zelanda, Unión Surafricana, la India, etc.). También en los Estados Unidos y Canadá. En Asia, África y por doquier. El Espíritu de Dios obra y produce necesidades de alma a las cuales los sistemas religiosos no ofrecen respuesta válida.
En definitiva, he aquí la posición de esos hermanos que se basan en la autoridad de la Palabra de Dios.
Cristo es mostrado (en esta Palabra) como Salvador, en tres posiciones diferentes: en primer lugar como quien cumple la redención sobre la cruz; después como sentado a la diestra del Padre y habiendo enviado el Espíritu Santo de la promesa; en fin, como quien volverá para tomar a los suyos juntamente con Él. Estos creyentes cristianos tienen - o poseen - la seguridad de su redención y salvación por cuanto tienen absoluta fe en la eficacia de la primera. Y estando sellados por el Espíritu Santo que mora en el cristiano (en todo cristiano verdadero), esperan del cielo al Hijo de Dios, sin saber pero cual es el momento exacto de su venida. "No habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor; mas habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos, ¡Abba Padre!" (Rom. 8:15). Creemos en la promesa: "Vendré otra vez y os tomaré a mi mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Evangelio de Juan 14:3). Una fe absoluta en la eficacia de la obra de redención; el sello del Espíritu Santo de la seguridad de salvación a la conciencia de ser hijos de Dios; la espera del Señor... he aquí lo que caracteriza a estos creyentes. Comprados - adquiridos - a gran precio; se consideran como perteneciendo - no a si mismos - sino al Señor Jesús, para complacerle en todo y no tener otra razón de vida, sino su Persona.
Todo esto, no quiere decir sr. que andemos a la altura de la vocación celestial, pero sí que reconocemos la obligación de hacerlo. Si alguien transgrede abiertamente lo que atañe a un cristiano, en lo correspondiente a la moral o en lo debido a la fe, queda excluido. Nos abstenemos de los placeres y diversiones del mundo. Si tenemos reuniones, es con el objeto de estudiar la Palabra y edificarnos espiritualmente. Tampoco nos mezclamos en política; no somos del mundo; no votamos. Nos sometemos a las autoridades establecidas, sean cuales fueren, a menos que ordenen cualquier cosa expresamente contraria a la voluntad de Cristo. Tomamos la Cena (memorial de su muerte) todos los domingos y los que han recibido dones de edificación para los fieles los ministran en favor de los tales y aquellos que son evangelistas, predican la salvación a los pecadores. En lo que resta, tenemos como hermano en Cristo a cada persona que posea el Espíritu de Cristo.
Poco tengo que añadir. Casi me avergüenzo sr. de haberos ofrecido una tan larga exposición de los privilegios que gobiernan el andar de los cristianos en cuestión. No reconocemos sino la única Iglesia, cuerpo de Cristo y casa de Dios por el Espíritu.
ud, inquiere y pregunta sobre las ventajas de una posición semejante. -La obediencia a la palabra de Dios es definitiva y basta para decidirnos. Obedecer a Cristo es la primera necesidad del alma de los que se reconocen como Hijo de Dios. Aquel que tanto nos amó y se dio por nosotros. Pero de hecho, al obedecerle, a pesar de tantas faltas y fracasos (que reconozco por la cuenta que debo), su presencia se manifiesta al alma como un manantial de gozo; como las arras de una felicidad en donde estos fracasos - bendito sea su Nombre - no existirán más; en el lugar en que Él, será glorificado en todos sus santos.
Seguramente pensará que no son estas las páginas que convienen a un periódico. Estoy de acuerdo, pero el caso es, que la corriente de mis pensamientos no se adapta demasiado a esta clase de publicaciones.
He expuesto, con toda simplicidad, lo que solicitasteis de mí tan bien como he sido capaz. Debiendo retornar a mi trabajo más de una vez a causa de inevitables interrupciones, temo haber sido reiterativo en algunas ideas o expresiones. Le ruego en este caso me excuse y reciba sr. la seguridad de toda consideración.


J.N. Darby

 

 

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