EL VERDADERO LUGAR DE LA ADORACIÓN

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La mujer samaritana dijo al Señor: «Señor, estoy viendo que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar».

Como tantas personas lo hacen hoy día, ella también pide sólo las opiniones de los hombres: «Vosotros decís». Para nada habla de la voluntad de Dios en este asunto. Ni siquiera entra en su pensamiento, si el Señor ha revelado su voluntad o si Él ha escogido tal o cual sitio. ¿No había Él expresamente señalado a Jerusalén como el lugar? David lo aprendió cuando Dios aceptó su ofrenda en la era de Ornán (1 Cr 21:28). Salomón conocía la elección de Dios cuando empezó a edificar el templo (2 Cr 3:l). Después que hubiera terminado la construcción, Dios le aseguró de que había obrado acertadamente y que su Nombre habría de permanecer allí para siempre (2 Cr 7:16).

Manifiestamente, la mujer denotaba una completa ignorancia de las claras declaraciones de la Escritura. ¿Pero de quién era la culpa si ella lo ignoraba? Quizás su ignorancia queda explicada por su posición, en la que se encontraba desde su nacimiento y por su nacimiento. Pero eso no era ninguna disculpa. Ella reivindicaba tener relaciones con el Dios de Jacob, pero no sabía ni buscaba si Él había revelado sus pensamientos sobre estas cosas.

Podía referirse a lo que «nuestros padres» habían hecho. Durante centenares de años el templo en Gerizim había sido el centro de adoración; pero este hecho de ninguna manera podía justificar la pretensión de este templo de ser el lugar verdadero de adoración. Verdad era que la mujer seguía en las pisadas de sus antepasados, cuando adoraba de igual manera que ellos. Así y todo quedaba la pregunta, «¿Ha sido escogido este lugar por Dios, para que su pueblo se le acercara y le trajese adoración?» La eficaz expresión en la Palabra de Dios: «Así dice el Señor» destruye todo el orden de sus ideas, sus argumentos y sentimientos.

Y aún más: Supongamos que verdaderamente ella fuera ignorante en cuanto a la revelación con respecto a Jerusalén, ¿tenía Dios la obligación de aceptar su adoración en ignorancia, que traía al monte de Gerizim? Sin duda alguna había muchos samaritanos que sinceramente estaban convencidos de que ellos adoraban de manera correcta. ¿Pero por eso acaso se hizo aceptable tal adoración ante Dios? ¿Se halla acaso la conciencia del hombre situado por encima de las declaraciones de la Palabra de Dios? ¡De ningún modo! Por eso también el Señor Jesús rechazó enfáticamente la pretensión de la Samaritana diciendo: «Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos».

En esta conversación se nos presentan tres cosas ante la vista:
1. Es peligroso y a la vez malo, hacer de un objeto sobre el cual Dios ha comunicado sus pensamientos, un asunto acerca del cual el hombre pueda tener su propia opinión.
2. Adorar a Dios como lo hicieron nuestros padres, no nos da ni la más mínima seguridad de que lo hacemos de modo acertado, según Dios mismo.
3. El que nosotros hagamos algo con buena conciencia, para Dios no es ninguna razón para aceptarlo. Lo único importante, cuando surge alguna duda o pregunta, es lo que Dios ha dicho acerca de ello. El deber del pueblo de Dios es alinear sus pensamientos a los pensamientos de Dios. «Si una persona peca, o hace alguna de todas aquellas cosas que por mandamiento de Jehová no se han de hacer, aun sin hacerlo a sabiendas, es culpable, y llevará su pecado.» (Lv 5:17).

El Señor ya no habla más sobre Jerusalén. Él presenta la verdad muy claramente, para luego anunciar algo nuevo.

Bajo la ley era Jerusalén, en virtud de la autoridad de Dios, el lugar divino para la adoración. Pero entonces vino el Hijo de Dios sobre la tierra. Dios ... «fue manifestado en carne» (1 Ti 3:16). «El unigénito Hijo ... le ha dado a conocer» (Jn 1:18). «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y ninguno conoce al Padre, si no el Hijo, y aquel a quien el Hijo resuelva revelarlo.» (Mt 11:27). 

¿Quedaría esto sin influir en la adoración de Dios por parte de los hombres? ¿No se basa la adoración en el conocimiento de Dios?


E. Dennet

 

 

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