EL SIERVO VIGILANTE
o acerca de la venida del Señor, que caracteriza la vida del creyente.

Por J. N. Darby.


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PREFACIO

Este escrito ha sido preparado a partir de las notas tomadas en una predicación sobre la venida del Señor, de J. N. Darby. La esperanza actual del regreso del Señor Jesús se nos presenta como una verdad práctica que caracteriza toda la vida del cristiano.

Debido a una publicación reciente de El Siervo vigilante (un facsímil del folleto original editado por G. Morrish) ha sido posible reeditar en caracteres más grandes y darle una buena apariencia a esta nueva edición. Se ha tomado el debido cuidado en esta tarea cotejando e insertando el texto de G. Morrish y el que se encuentra en el volumen 32 de The Collected Writings de Darby, así como el del tomo 16 de The Bible Treasury. Por lo tanto, esta edición incorpora material adicional de estas dos fuentes, completando así todo el contenido de aquella predicación.

¿Cómo era oír predicar a J.N. Darby? Los que lo escucharon han dicho que, en comparación con sus escritos, su ministerio oral era inigualable. Esta plática te permitirá, a ti lector, escuchar a su predicación una vez más.

La enseñanza de la Escritura tocante a la venida del Señor Jesús se halla constantemente amenazada en el tiempo actual, y existen muchas declaraciones oscuras que se han sostenido al respecto. Se ha llamado a esta enseñanza «darbista» o «dispensacionalista», y el arrebatamiento de los santos se ha considerado un mito. Esta obra ofrece al lector la oportunidad de considerar tal doctrina examinada a la luz de las Escrituras.

Esperamos que todos los que saquen provecho de este escrito sepan divulgarlo, ayudando a mantener encendida la esperanza de la venida de Cristo.







EL SIERVO VIGILANTE

[...] Me propongo acometer un tema que considero de la mayor importancia: la venida del Señor Jesús; y voy a hablar de ello no meramente como doctrina, sino también demostrando que en originalmente era una parte sustancial del cristianismo mismo.

La piedra angular es la primera venida de Cristo, y su muerte expiatoria; pero al mirar más allá de esta base, es cuando comprendemos que la venida del Señor Jesús no es una parte del conocimiento meramente, sino también una parte sustanciosa de la fe de la Iglesia de Dios, y aquella de la que depende la moral de los santos, y como no, la de la Iglesia de Dios.

Iréis viendo, al cruzaros con todos los pasajes que citaré, que está relacionada con todo el pensamiento y sentimientos del cristiano. Una persona sin prejuicios no podría leer las Escrituras sin darse cuenta de ello, ya que presentan esta verdad en casi todas sus páginas.


Algunos se han tomado la molestia de contar cuántas veces aparece en la Escritura; pero yo no me referiré únicamente a esto, sino que diré que está tan relacionada con cada aspecto de la vida cristiana, que si se olvidara haría que borrase todo rasgo de esta vida. Se identificaba con el sistema anunciado al mundo. Tomemos el ejemplo de la conversión. La gente se pregunta qué tiene que ver esto que acabo de decir con la venida del Señor. Bien, pues que es una parte de aquello para lo que fueron convertidos aquellos tesalonicenses: «para esperar al Hijo de Dios de los cielos.» Esta espera de su regreso manifestaba su conversión. Fueron convertidos para servir a Dios, pero también para «esperar a su Hijo de los cielos» (1 Ts 1:10).

Hay dos aspectos que las Escrituras ponen de manifiesto cuando se obtiene la salvación personal: uno de ellos es la gracia soberana, la cual nos redime del pecado y nos asemeja a Cristo glorificado, —esta es la bendita porción de la Iglesia de Dios—; y el otro aspecto es el de gobierno en este mundo. Los judíos son el centro de gobierno del mundo (Dt 32:8-9): «Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó.» Aquí tenemos, en el gobierno del mundo, a Israel en el centro; mas Israel no reconocería a Cristo, y por lo tanto sería apartado por un tiempo. El trono de Dios fue quitado de Jerusalén cuando estuvieron cautivos en Babilonia, pero se preparó a un remanente para que regresara y el Rey fuese presentado a ellos. No obstante, le rechazaron, y ellos, como pueblo, están apartados hasta su regreso. Sólo hay sesenta y nueve semanas de Daniel que se han cumplido. La última todavía no se ha cumplido porque no ha llegado.1

Por lo que respecta a sus fiestas: la Pascua está cumplida. «Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros», y la fiesta de Pentecostés tuvo su cumplimiento en el descenso del Espíritu Santo. Mas la fiesta de los tabernáculos no ha tenido lugar aún: no hallamos ningún cumplimiento de ella en absoluto.2

Pero entra en escena otra bendita obra de Dios, y es que, mientras, Dios va llamando a pobres pecadores a que tengan parte con su Hijo, y que sean como Él, pues estamos predestinados a conformarnos a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Nos ha tomado a nosotros, pobres pecadores, a fin de introducirnos en la misma gloria que la de su Hijo. Esto es algo distinto de la profecía, pues ésta nos ofrece la porción reservada al mundo y al pueblo judío.

Cuando Él aparezca, apareceremos con Él en gloria.

La posición del cristiano acerca de la venida del Señor debe ser la de aguardar su regreso según Él lo prometió. La gente dirá que su venida acaece a la muerte. Mas yo pregunto: ¿queréis igualar la muerte con Cristo? Si éste fuera el caso, entonces Cristo debió de venir miles de veces, mientras que sólo leemos de su venida como aconteciendo dos veces (He 9:28). ¿Habré de deciros lo que sucederá cuando Cristo venga? ¡La resurrección! Esto es muy diferente a la muerte. La venida de Cristo significa para el cristiano el fin de la muerte, todo lo contrario. Creo que nadie es capaz de hallar huella alguna en la Escritura sobre la idea de que Cristo viene a la muerte. Pues en vez de acaecer la venida de Cristo a la muerte, acaece la resurrección. Vamos a Cristo a la muerte, no es Él quien viene a nosotros. Cuán bienaventurado es «partir para estar con Cristo»; «ausente del cuerpo, presente con el Señor.» Pero quiero mostraros que este pensamiento de la venida de Cristo está entrelazado con cada aspecto de la vida cristiana, y además le da un sentido.

En primer lugar, podemos hallarla en el momento de la conversión, como se ha dicho. Aquéllos fueron convertidos para esperar al Hijo de Dios de los cielos. Me serviré de otros pasajes para apoyar esta afirmación, pero antes me referiré a los tesalonicenses. En el segundo capítulo de la primera epístola, al final, el apóstol habla de su consuelo y gozo que experimentaba en el servicio. Había sido dispersado de en medio de los tesalonicenses por la persecución, y cuando les escribe les habla del consuelo que siente al acordarse de ellos. Pero ¿cómo?: «¿Cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?» El apóstol es incapaz de hablar del gozo e interés por ellos sin mencionar la venida del Señor Jesús. «Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para afianzar vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.» (1 Ts 3:12,13).

En cuanto a la muerte de un santo, ellos estaban tan ansiosos por ver regresar al Señor que si una persona moría pensaban que ya no estaría allí para encontrarse con Él. En esto estaban equivocados, por lo que el apóstol corrige su error. Porque ahora la gente dice, cuando un creyente muere, que nosotros le seguiremos, muriendo después de él. No hallamos aquí ninguna referencia a esto. Suponed que yo dijera a un cristiano que hubiese perdido a un ser querido: «no te desalientes, Cristo volverá con él a su regreso»; pensaría que soy grosero, que mi mensaje es inadmisible. Y sin embargo, ésta es la manera como el apóstol les consuela: «Así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él.» (cap. 4). Entonces les muestra la manera como lo hará: «Nosotros los que vivamos... no precederemos a los que durmieron.» «Preceder» es un término para anticipar o ir antes de. Lo primero que hará el Señor cuando descienda será arrebatar a los santos dormidos, y traerlos entonces con Él. Si durmieron en Él, sus espíritus habrán estado con Él mientras tanto; mas entonces van a recibir la gloria, la resurrección en gloria, van a ser como Él, como habían sido en el primer Adán, y yendo a su encuentro en el aire, estarán para siempre con Él. Y cuando Él aparezca los traerá consigo, y ellos aparecerán con Él en gloria.

Lo podéis ver de un modo general en el capítulo cinco, donde el apóstol les desea que su espíritu y alma sean guardados irreprensibles hasta la venida del Señor Jesucristo. Esta esperanza, por lo tanto, es parte del estado cristiano en todos sus aspectos. La conversión, el gozo en el servicio, la santidad, la muerte de un creyente, la meta de evitar la reprensión, todos éstos van relacionados con la venida del Señor.

Vayamos ahora a Mateo 25. Las vírgenes sensatas toman aceite para sus lámparas, pero todas se van a dormir y olvidan que el Esposo va a venir. Lo que pregunto aquí es lo siguiente: ¿cuál fue la primera reacción? La afirmación clara al respecto es que todas ellas salieron al encuentro del Esposo, pero que mientras Él se demoraba todas cayeron dormidas, olvidando todas que había de venir, tanto las sensatas como las necias. Se quedaron en algún lugar confortable: pasar la noche al raso no es agradable para la carne. Pero a la medianoche se oye el grito: ¡He aquí el esposo! Este grito fue el que las despertó. El primer objetivo de la Iglesia entonces era el de ir a esperar a Aquel que venía; pero incluso los verdaderos creyentes lo olvidaron. Y además, lo que las despierta del sueño es de nuevo el aviso para que salgan a recibirle a su venida. Luego llegamos a los talentos, sobre la responsabilidad y el servicio. Antes de partir les dice a sus discípulos «Ocupaos en esto hasta que yo venga.»

Otro hecho sorprendente sobre esta verdad es que siempre se la presenta como una esperanza actual viva. Nunca veréis al Señor ni a los apóstoles hablando de la venida del Señor imaginando que fuera a retrasarse en vida de quienes les escuchaban. Podía tener lugar al romper el día, o en la mañana, pero ellos debían esperar al Hijo de Dios del cielo. En la parábola que ya hemos explicado, las vírgenes que se fueron a dormir eran las mismas que después se despertaron. Los siervos a quienes se confiaron los talentos eran los siervos que presentaron cuentas al regreso del Señor. Han pasado muchos siglos, pero Él no tolera ningún pensamiento de demora. «En la hora que no sabéis el Hijo del hombre vendrá.» «Dichosos aquellos siervos a los cuales su Señor, cuando venga, halle velando.» Una vez más, ¿cuál fue la razón por la que la Iglesia estuviera arruinada? Ésta: «mi Señor tarda en venir», y no «mi Señor no va a venir.» Entonces el siervo empezó a golpear a sus consiervos y a comer y a beber con los borrachos. Esto es lo que dio lugar al juicio. Si la esposa ama al Esposo, no puede desear otra cosa que el verle. Su corazón está donde está el suyo. Cuando la Iglesia perdió esto de vista, se quedó disfrutando de los placeres donde se encontraba: se mundanalizó y no se preocupó por el regreso del Señor.

Vayamos ahora a Lucas 12 para ver cómo definía al cristiano el esperar a Cristo, y con ello el servicio a su Señor mientras Él está ausente. «Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.» Los discípulos habían de ceñirse sus lomos y tener sus lámparas encendidas. Esto era lo que daba carácter al cristiano. Tenían que comportarse como hombres que esperaban a su Señor, para abrirle inmediatamente. Poner en orden sus sentimientos al tiempo que profesaban de pleno a Cristo, sin dejar de velar por el regreso de su Señor. Como veis, no se trata de poseer la doctrina de la venida de Cristo, sino de la bendición que poseen aquellos que están velando «como hombres que esperan a su Señor.» «Dichosos aquellos siervos a los cuales su Señor, cuando venga, halle velando.» Debían ceñirse y sostener sus lámparas iluminadas durante la ausencia de Él, velando por su retorno. Luego Él hará que se sienten a comer, se ceñirá y les servirá. Pero mientras, deben ceñirse y velar; nuestro descanso no está aquí abajo. «No obstante», dice el Señor, «cuando todas las cosas estén bajo mi mano, vosotros os sentaréis a comer, y yo me ceñiré y vendré a serviros. Haré que gocéis de todo lo sublime que tengo en el cielo y os ministraré.»

En gracia sempiterna, Cristo es por siempre un siervo según la forma que Él adquirió. Ahora tiene su cinto ceñido como lo explica Juan 13. Ellos pensaban, naturalmente, que si Él marchaba al cielo en gloria sería el fin de su servicio hacia ellos; pero Él les dice: «Debo irme porque no puedo quedarme con vosotros; sin embargo no os dejaré. Y como no puedo permanecer con vosotros en la tierra, debo haceros aptos para mí en el cielo.» Del agua es lo que se trata aquí, no de la sangre: «El que está lavado no necesita sino lavarse los pies.» La conversión que da la vida eterna, igual que la salvación, fueron efectuadas; pero si recogemos suciedad por el camino, en nuestra comunión y peregrinaje, la gracia y la intercesión están ahí para lavarnos nuestros pies y hacernos aptos en la práctica a fin de estar con Dios donde Cristo ha ido. El crecimiento está ahí, o debería estarlo; y acerca de la blancura intocable del nuevo hombre, es algo certero. Mas si no soy precavido, recogeré suciedad en mi camino, que no puedo introducir en el cielo ni mostrarla allí. Y efectivamente, dice el Señor: «No voy a dejarte porque marche a Dios y a la gloria; de esta manera podré prepararte para una condición adecuada a ese lugar, y como estás lavado —aunque no todos, porque Judas estaba allí— te mantendré apto, y te levantaré cuando caigas. Pero debes velar mientras estoy fuera.»

Es un consuelo para mí saber que todas las vírgenes se despertaron a tiempo, y creo que todos sus santos despertarán cuando el Señor vuelva. La angustia que siente el corazón es porque no se acepta el hecho de velar. Sin embargo, el verdadero servicio para el Señor va relacionado con el velar. Es un estado al que están íntimamente ligadas la bendición y la fiesta celestial. Luego observamos algo más: el servicio cuando Él está ausente. El resultado de ello es que «en verdad le haré gobernar sobre todo lo que poseo.» Es preferible comer, como se dice de Israel, del mejor grano de trigo, y en la casa del Padre; pero si sufrimos con Él, también reinaremos con Él. Así, vemos que con el servirle en su ausencia advierto este gobierno; de igual modo que con el velar advierto la fiesta celestial.

Más tarde, el Señor toca lo que vimos en Mateo, la expresión «mi Señor tarda en venir.»

Lo que el Señor quiere significar acerca de la vela y el servicio, es «Yo vengo otra vez. Debéis esperarme, como hombres que esperan a su Señor.» Éste había de ser su carácter de cristianos. Supongamos que toda la gente de este pueblo estuviera velando de veras, esperando al Señor del cielo e ignorando la hora de su venida, ¿pensáis entonces que no experimentaría todo el pueblo un cambio? Una persona me dijo cierta vez que si todos creyeran eso, el mundo no podría seguir como va. Y el cristiano tampoco, en su mundano caminar.

Si la gente estuviera esperando al Señor de los cielos, todo el color y carácter de sus vidas cambiarían. Yo puedo poseer la doctrina de la venida de Cristo, y no estar esperándole. Pero no debería estar amontonando riquezas mientras el Señor regresa.
Vayamos ahora a Filipenses 3. Pablo corría una carrera, y se olvidó de todo excepto de la meta. «Olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante.» ¿Cómo habla él de Cristo al término de este capítulo? «Hermanos, sed imitadores de mí... mas nuestra ciudadanía [relaciones nítidas] está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.» El apóstol había visto a Cristo, y no iba a contentarse hasta poder ser como Él en gloria. Estar con Él entonces, era sin duda lo mejor; pero no era el propósito de su corazón. La gente habla de que irá a la gloria cuando muera. Pero no hallamos en la Palabra ninguna referencia a estar en la gloria cuando muramos para ir con Cristo. ¡Es más bienaventurado y dichoso estar con Él! Sobre esto quisiera hacer fuerza, pero cuando Él regrese cambiará estos despreciables cuerpos y los permutará al suyo de gloria. Yo espero hasta tener mi cuerpo cambiado y ser como Cristo en la gloria; y lo que es más, Cristo también lo espera.

La venida del Señor afecta a todas las verdades del cristianismo. Cristo no está sentado en su trono todavía, sino que lo está a la diestra de Dios, según la palabra en Hebreos 10 y también en el salmo 110; sentado en el trono del Padre, como dice Él en la promesa a Laodicea. Él solventó el asunto del pecado para ellos en su primera venida, y ellos han perdido conciencia de los pecados, porque han sido hechos perfectos para siempre. Y Él se aparecerá por segunda vez a aquellos que le esperan, sin relación con el pecado. Él espera en los cielos hasta que sus enemigos se postren a sus pies. ¿Por qué se refiere aquí a «sus enemigos»? Porque Él se ha sentado después de haber consumado todo para sus amigos, es decir, para todos los que creen en Él.

¿Han sido borrados todos tus pecados de delante de sus ojos? Si aún no, ¿cuándo lo van a ser? (1 P 2:24). ¿Cuando te hartes de ellos? Muy bien. Pero si no los ha llevado Cristo y los has puesto sobre la cruz, ¿cuándo lo vas a hacer? ¿Puedes hacer que Cristo muera otra vez? ¿Conseguirás que otro lo haga por ti? Si no lo consigues, nunca más podrán ser borrados tus pecados. Queridos amigos, si la obra no está consumada, no lo volverá a estar jamás. Pero lo está, puesto que Él dice: «los adoradores no tienen ninguna conciencia de pecado... porque con una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.» (He 10:2,14).

Si miramos ahora Colosenses 3, descubriréis el mismo resultado completo que es nuestra esperanza. «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria.» La primera promesa que Él dio a sus discípulos al marcharse fue que Él volvería otra vez. No os conturbéis —como naturalmente lo iban a estar si perdían al Amigo por quien abandonaron todo—, no estaré solo en la casa de mi Padre. Allí hay muchos aposentos, y yo voy a preparar un lugar para vosotros. No os aflijáis; no puedo quedarme con vosotros, así que debo haceros aptos para cuando estéis conmigo; y lo primero es «Volveré otra vez y os tomaré a mí mismo.» Esta reunión no la llevan a cabo uno por uno a la muerte, sino que la efectúa la resurrección de los muertos, la transformación de los cuerpos inertes en vivificados, su verdadero regreso a recibirlos, resucitados o transformados, para estar ellos con Él allí, e iguales a Él, estar nosotros en gloria con Él.

Una vez más, cuando partía dejando a sus discípulos aquí abajo, ¿qué fue lo último que vieron? Le vieron a Él marchándose de su vista, y los ángeles les dijeron: «¿Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús... vendrá así, tal como le habéis visto ir al cielo.» Su venida queda plasmada en todo el tejido de la vida cristiana.

¿Cuáles son las últimas palabras de las Escrituras? «Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.» Del mismo modo las tenemos al principio de este libro, en advertencia y amonestación: Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito, etc... «He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá.» (Ap 2:7). Después al final —hay detalles de la profecía que doy por explicados— dice el Señor: «Yo, Jesús, he enviado mi ángel... yo soy la estrella resplandeciente de la mañana.» De aquí obtengo lo que esos santos que velaban, y solamente ésos, poseen. No es posible ver ninguna estrella cuando el sol está alto; ellos ven la estrella matutina cuando amanece, pues la noche ya pasó y el día está comenzando. Aquí se llama a Sí mismo «la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven.» Si la esposa toma conciencia de ser la esposa de Cristo, deseará estar con el Esposo; no hay un legítimo amor a Cristo a menos que ella quiera estar con Él. Abram dijo de su mujer: «ella es mi hermana»; y los egipcios —el mundo— la metieron en su casa.

Añado ahora que aquí tenemos todo el círculo afectivo de la Iglesia. «El Espíritu y la esposa dicen: Ven [al Esposo], y el que oiga diga: Ven.» Esto es, el cristiano que ha oído la palabra de su salvación se une en el grito. Después están los que tienen sed del agua viva, quienes son llamados a venir. Los santos de la Iglesia pueden decir, pese a que no posean aún al Esposo en la gloria, que ellos poseen el agua de vida, y por lo tanto claman «Y el que tiene sed, venga», —y dirigen el aviso a todos— «y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.» Ésta es la que ellos poseen, aunque no al Esposo. Luego descubro en la Palabra de Dios, que los pensamientos y los sentimientos, la conducta, hechos y emociones de los cristianos están identificados con la venida de Cristo. Considerad estas cosas y veréis que se identifican con la venida del Señor.

Veamos un ejemplo en la primera epístola de Juan, capítulo 3: «Mirad qué amor tan sublime..., etc.» «Amados, ahora somos hijos de Dios [esto está claro] y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.» Queridos amigos, estamos «predestinados a ser conformados a la imagen de su Hijo.» Esto es lo que Dios se ha propuesto para nosotros. ¿Cuándo vamos a ser como Cristo en la gloria? Cuando Él venga. No sucederá cuando muera una persona y su espíritu vaya a estar con Cristo, porque así viene a ser como Cristo cuando Él estuvo en la tumba; y yo no quiero ser como Cristo cuando Él estuvo en el sepulcro. Mas si yo muriera, sería efectivamente como Cristo, según hemos dicho, pero esto no es lo que yo deseo, por muy hermoso que sea. Quiero ser como Él en la gloria. ¿Cuándo sucederá esto? Cuando Él regrese mudará nuestros cuerpos endebles y los hará semejantes al suyo de gloria. Entonces, no se trata aún aquí de lo qué seremos, sino de que cuando Él aparezca seremos como Él. Bien, observad las consecuencias prácticas en la persona que por la fe ha llegado a comprender los propósitos de Dios: «todo aquel que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro.» Sé que voy a ser perfecto como Cristo lo es en la gloria, así que quiero parecerme a Él aquí abajo tanto como me sea posible. Podéis ver lo explícitas que son las Escrituras al enseñarnos que la santidad va siempre ligada a la conformidad con Cristo en la gloria. Yo poseeré esta semejanza a Cristo en la gloria, y nada más hay que pueda desear. Otro pasaje que ya se ha citado: «Para afianzar vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.» La perfección del cristiano es la de ser como Él cuando regrese. Referente a los cristianos, leo de nuevo en 1 Corintios 15 lo siguiente: «Se siembra en deshonor, resucitará en gloria.» Tenemos esta bendita seguridad como efecto de la firme esperanza de la primera resurrección y sus resultados.

Seremos perfectamente como Cristo cuando resucitemos de los muertos. Ahora presentamos cuentas de nosotros mismos, pero no será hasta que seamos como esa Persona que entonces daremos a Ella cuenta. La eficacia completa de su primera venida se ha perdido de vista, y por eso la gente no se siente cómoda cuando piensa en su segunda venida. Pero para el cristiano «Cristo es las primicias, esto es, los que son de Cristo a su venida.» ¿Pero es Cristo las primicias de los incrédulos? Claramente no. Así como la resurrección de Cristo fue el testimonio público del pláceme de Dios sobre su obra, de la misma manera la resurrección de los santos será un testimonio público de ellos, como vinculados a Él. Como vemos en Lucas 20:35,36 «Los que sean tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento: porque tampoco pueden ya morir, pues son como ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.»

¿Podría alguien mostrarme un solo versículo que hable de una resurrección general? No hallamos tal pensamiento en las Escrituras. En su lugar, vemos en el capítulo 25 de Mateo donde se cita que las ovejas y los cabritos representan dos clases. Pero Él ha venido en gloria aquí abajo. No se sienta aún en el gran trono blanco, porque de ante este trono huyen la tierra y el cielo. Aquí le vemos que ha venido y se sienta en su trono. Una vez sentado en él, reúne a todos los gentiles —las naciones— para juzgarlos. Se trata del juicio de los muertos o los vivos. Hallamos a tres clases de personas, no a dos. Y no vemos nada de resurrección. Están las ovejas, los cabritos y los hermanos (Mt 25:40). Antes que tratarse de una resurrección general, no hallamos ninguna alusión a ella. Es un asunto más bien diferente. Además, también está la pregunta: ¿cómo han sido tratados sus hermanos? El juicio no se basa en su pronunciación sobre el noventa y nueve por cien que debe ser juzgado, si es un juicio general. Los que hayan escuchado el testimonio del reino, antes de que Él venga a juzgar los vivos, serán tratados —y éstos sólo en juicio— según la manera como ellos hayan recibido a los mensajeros de Dios.

Y ahora vuelvo al punto en el cual la venida del Señor caracteriza y da forma a toda la vida cristiana. No puede separarse nada de la venida del Señor mientras duren los caminos del cristiano; y ahí están la primera venida, y la segunda. Él se ha aparecido una vez al final de los tiempos, y a los que le esperan se les aparecerá Él la segunda vez para salvación. Cierto es que Él viene y habita en nosotros, mas a la luz de las Escrituras estamos hablando de su venida real. Si tomamos la santidad, o el servicio, o la conversión, o el ministerio, o el ejemplo de una persona que murió, todos éstos están relacionados con la venida de Cristo. Él les avisa de que estén velando.
Podría citar otros versículos, pero ya he mencionado bastantes y demostrado que la venida del Señor va ligada con todo lo de la vida cristiana. Cuando le veamos como Él es, entonces, y sólo entonces, seremos como Él, conforme al propósito de Dios. Y ahora os pregunto: ¿esperáis al Hijo de Dios de los cielos?

El llevar Él los pecados de muchos constituye la única razón de esperanza para cualquier cristiano, esto es, la obra consumada que nos capacita, por la fe, esperarle teniendo el sello del Espíritu Santo. Después, me pregunto: ¿qué espero? Espero al Hijo de Dios del cielo. ¿Podéis vosotros decir que esperáis a Cristo? Ignoro cuándo vendrá. «Dichosos aquellos siervos a los cuales su Señor, cuando venga, halle velando.» No os pregunto si comprendéis la venida del Señor. Esperarle era la cosa para la que fueron convertidos y el grito «he aquí el Esposo» hizo levantar a las vírgenes. ¿Esperáis realmente al Hijo de Dios del cielo? ¿Os gustaría que volviera esta noche? Pedro nos cuenta acerca de la demora. Nos cuenta que su paciencia es para salvación, pues no quiere que nadie perezca. ¿Qué pensaríais si Él regresara esta noche? ¿Sería el acontecimiento que vuestra alma estaba esperando? Yo voy a sentarme a la mesa y Él va a ceñirse su cinto, se adelantará y me servirá. La gente piensa que la espera del Hijo de Dios de los cielos detendría la predicación del Evangelio, pero ¿es que el testimonio de Dios acerca del diluvio detuvo la predicación de Noé? Al contrario, daba forma a todo. ¡Que el Señor nos conceda estar preparados, que cuando Él venga, nos halle velando!

 


Fuente:
EL SIERVO VIGILANTE
Traducción: D. Sanz

 

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