LA LIBERACIÓN EN MEDIO DE LA PRUEBA
P.A.A.
«Invócame en el día de la angustia; te libraré y
tú me honrarás»
(Salmo 50:15)
¡Cuán distintos son nuestros días de prueba! La enfermedad, con sus horas de
agitación y languidez; el duelo con sus tesoros arrebatados y sus corazones
quebrantados; la pérdida de los bienes; nuestros bienes temporales o ingresos
menguados; o, cosa de mayor tristeza aún, las heridas producidas por amigos, los
afectos abandonados, las esperanzas dispersas y barridas como las hojas en
otoño...
Mas Dios es nuestra fortaleza y nuestro auxilio en la tribulación, y siempre es
fácil hallarle. Sepas, tú que estás atribulado, que Él no te desamparará, ni te
dejará sin protección en medio de la tormenta. «Invócame»: Él te llama a gozar
de su misma presencia. ¡Más valen las amarguras de Mará con la curación
celestial, que los más puros manantiales del mundo, pero sin Dios! Más vale
atravesar el horno incandescente con aquel que es semejante al Hijo de Dios, que
dejar el alma apegarse a este mundo. Aquel que acrisola la plata, permanece
cerca del horno para templar su ardor, haciendo esta promesa especial: «Yo te
libraré». Quizá, su liberación no será la que esperamos, por la cual hemos
orados, la que anhelábamos. Mas, ¿no vale la pena aguantar la prueba más
dolorosa para llegar ala eta de este amor que castiga? «Tú me honrarás». ¡Honrar
a Dios! ¡Glorificarle! Pero, ¿cómo? Por la humilde aceptación, mansa y sin
reproche, de sus dispensaciones; las cuales encarecen, más y más, en nuestros
corazones al Salvador y su gracia.
En todas las épocas, el día de la prueba ha sido para los santos una ocasión de
glorificar a Dios. Ni David hubiera escrito sus Salmos, ni Pablo sus epístolas,
si Dios no los hubiera hecho pasar a uno y a otro por el crisol, inspirándoles,
por supuesto, el Espíritu Santo. Para poder enseñar a la Iglesia tuvieron que
pasar por la escuela de la aflicción. Si Dios se vale para con nosotros de
semejante disciplina, procuremos glorificarle con una resistencia pasiva, es
decir, sin abandonarnos a un llanto egoísta, sentimental y estéril, sino
adelantando más bien en nuestra gran misión, en nuestra obra y en nuestro
combate, con una idea más justa acerca del valor del tiempo y de lo serio de la
vida.
«Dad gloria a Jehová vuestro Dios, antes que haga venir las tinieblas, y
antes que vuestros pies tropiecen en montes de oscuridad, y esperéis luz, y os
la vuelva en sombra de muerte y tinieblas densas». (Jer 13:16)