MÁS SOBRE EL POSTRER
TIEMPO
Por Celestino Sanz Catalán
PRESENTACIÓN
Allá por el año 1969, los lectores de la revista «Vida Cristiana» leyeron un
trabajo titulado El postrer tiempo (Jud 18).
Se refería a unos cristianos que coloquiaban asiduamente en casa de uno de
ellos: el domicilio de Reguant, «tienda de peregrino, sobria y honesta», para
llorar, al igual que Jeremías, «por el oro oscurecido, por el buen oro demudado
y por las piedras del santuario esparcidas por las encrucijadas de todas las
calles» (Lm 4:1).
Estas personas simbólicas están todavía en su lugar. Vivirán en Vilargent
—ciudad de su peregrinaje— tanto tiempo como dure la actual dispensación.
Han redimido el tiempo —como siempre— «ocupados en pías y santas conversaciones
y alabando al Señor en sus corazones».
Han pasado siete años, y este número tiene todo un valor de intención simbólica,
para lo que nos ocupa.
Se han perfeccionado en la fidelidad y en el conocimiento. La atmósfera
celestial ha impregnado en ellos el carácter y la dignidad de «un sacerdocio
santo». Ocupan, cual miembros de la familia sacerdotal, su lugar en el
Santuario, y ministran delante de Dios las excelencias y las perfecciones de
Cristo, víctima y soberano Pontífice a la vez.
Sus coloquios fueron frecuentes y fructíferos, y un interés particular —sin duda
obra del Espíritu— les guió a estudiar y meditar lo referente al final de esta
economía, es decir, el tiempo de la gracia.
Tomando a los Judíos, los Gentiles, y a la Iglesia de Dios, (1 Co 10:32 nos
expone una diferenciación imprescindible para entender los caminos de Dios en
relación con las dispensaciones), meditaron sobre el libro del profeta Daniel,
que les dio la visión del futuro de la historia de las naciones («del tiempo de
los Gentiles»), y de la liberación de Israel. Tiempo lejano y profecía sellada
en aquel entonces (Daniel 12:9 al final), pero hicieron énfasis en la lectura
del capítulo 9, en donde relata la profecía de las setenta semanas. Esto nos
conduce hasta Cristo, al lapso del tiempo de la gracia, y a la puesta en marcha
del reloj profético: la última semana. También meditaron acerca del profeta
Isaías: la descripción del reino, con su justicia, con su paz; con los felices
resultados de ambas cosas. ¡Qué bendición para el Israel restaurado y
reconciliado! ¡Qué gloria para Jerusalem, metrópoli del universo! ¡Qué salvación
para las naciones que anden a la luz de ella, y, sobre todo, ¡qué Rey! (cap.
9:11, 32). También leyeron Ezequiel. ¡Qué maravilla de pueblo históricamente
resucitado (léase la visión de los huesos secos en el cap. 37). Lo que hace
apenas un siglo parecía un sueño, una quimera, es hoy, aunque parcialmente, sí
consideramos el todo de la profecía, una venturosa realidad, que por otra parte
abre la puerta al cumplimiento total de los propósitos de Dios, por la
proyección gloriosa de lo que dibujan ante nuestros espíritus los últimos
capítulos del libro de este mismo profeta.
Así un día y otro día, hilvanando las analogías, sacando como «el escriba docto
en el reino de los cielos, cosas viejas y cosas nuevas de su tesoro», iban del
Antiguo al Nuevo Testamento, pues «toda Escritura es inspirada de Dios, y útil
para enseñar».
Tomando las parábolas en Mateo 13, aprendían lo relativo al carácter interior y
exterior del reino con todas sus consecuencias: lo que Cristo ha hecho, y lo que
el hombre ha hecho con lo que es de Cristo. ¡Qué contraste entre los versículos
44 y 45 con el 24 al 33! ¿Y Mateo 24? ¡Qué luz más nítida proyecta sobre las
señales antes del fin, en relación con la vocación y la liberación de Israel!
¡Qué advertencias morales, entretanto esto llega! Los israelitas están ciegos
todavía: «el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy,
cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual
por Cristo es quitado, y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el
velo está puesto sobre el corazón de ellos, pero cuando se conviertan al Señor,
el velo se quitará», y entonces todo será claro para el residuo sufriente «del
tiempo de la angustia de Jacob». Entonces los Salmos serán letra viva para
ellos; letra de consuelo, de esperanza y de liberación.
Todo esto consideraban, recordaban y aprendían, acrecentando el caudal de
riquezas con las cuales ornamentaban sus espíritus trabajados por el combate,
afirmaban sus pies entre la difícil andadura del desierto y extendían sus almas
más allá de la escena hostil de este mundo, plantando «el ancla dentro del velo
donde Jesús entró como precursor por nosotros, hecho sacerdote para siempre».
Leyeron el Apocalipsis con reverencia y oración, confesando a cada instante de
ignorancia, «Señor, tú lo sabes», y ayudados por el rico legado que dejaron
ilustres hombres de Dios en el siglo pasado en relación con este maravilloso
libro, añadieron a su ciencia «más sobre las cosas que Juan había visto, más
sobre las que son y más sobre las que han de ser después de éstas» (Ap 1:19).
El interés suscitado por el Espíritu en este tiempo del fin no era privativo en
nuestros amigos. Por doquier el Señor ha levantado heraldos anunciando que todo
esto «está a las puertas». Los obreros consagrados a esta tarea no se expresan
siempre con uniformidad, y el lenguaje es tanto más superficial o profundo según
sean las diversas clases de público a quien se dirigen, o para quien escriben.
Pero esto —pienso yo— es conducido por el Espíritu, con el objeto de desvelar la
masa adormecida que yace en el entramado de los sistemas humanos de la
cristiandad profesante, en el primer supuesto, o para animar en la esperanza a
los que velan en la expectativa de «la Estrella resplandeciente de la mañana».
Inmersos en el bien que habían recibido, conscientes de que «toda dádiva y todo
don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces», «esperaban de los
cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de
la ira venidera». Entretanto, su vida transcurría equilibrada entre dos
vertientes benditas, y ambas provenían de un mismo pináculo de gloria y gracia.
Moradores del Santuario celestial, al cual tienen acceso y libertad de entrar
todos los redimidos por la sangre de Jesucristo, y cuya descripción hallamos
magistralmente expuesta en Hebreos 10:19 al 22, ello les confería la competencia
de dirigirse a los hombres como embajadores en nombre de Cristo, y como si Dios
rogase por medio de ellos, decían: «reconciliaos con Dios». Feliz ocupación
polarizada en un dual servicio: el sacerdocio para con Dios y el sacerdocio de
Dios en favor de los hombres (1 P 2:5 y 9).
COLOQUIO PRIMERO
... La noche era fría, pero no obstaba para que Roura y Graells se encontraran
en una encrucijada de calles y ambos prosiguieran hasta la cercana y acogedora
casa de Reguant. Lidia —esposa de éste— cuidaba del fuego de la «llar» a tenor
del frío que reinaba. En aquella rinconera sencilla, pero confortable y
familiar, habían experimentado vivencias inefables en el dominio de las cosas
eternas, y aquel día el inquieto Graells tenía en ejercicio una serie de
consideraciones objetivas y bien perfiladas que deseaba presentar a sus hermanos
en la fe; consideraciones de actualidad, delicadas, tal vez no muy entendidas y
poco escudriñadas. En fin, con esta idea fija en su espíritu, apenas cruzaron
palabra en el camino, salvo un afectuoso saludo al encontrarse, y en este estado
llegaron a la casa donde el matrimonio Reguant les esperaba como de costumbre.
—Buenas noches, amados; como siempre, ¡bienvenidos! Veo que no os acobarda el
frío. Traes cara ensimismada y distraída, o preocupada. ¿Pasa algo? —preguntó
Reguant.
—No, no pasa nada. Es que estaba absorto en algo que llevo de tiempo ha en mi
espíritu, y que esta noche deseaba considerar con todos vosotros. Que el
Espíritu Santo nos dirija.
—Debe ser algo esencial y muy interesante —dijo Roura.
—A ver —terció Lidia a su vez—, dejadme preparar una tisana y así el calorcillo
de la «llar» no os adormecerá, pues, por lo que veo, Graells trae algo que
invita a la atención sostenida.
—¡Oh ... son sólo unas ideas sobre una porción de la Palabra en Apocalipsis —se
excusó Graells—. En ningún lugar fuera del marco de nuestra intimidad me
atrevería a considerar este asunto. Lo presento con todas las reservas de mi
parte. Es muy serio para mí y confío en el sostén del Señor y en la benevolencia
de mis hermanos. Desearía ser ayudado en esto. Cuando se habla de esta escritura
hallo una laguna. No en la escritura, sino en la interpretación. Por mi parte no
puedo adelantarme a dar una respuesta o exponer un criterio definitivo en
relación con este interrogante, es decir, interrogante para mí, pero es bien
cierto que tengo un pensamiento, aunque tal vez un poco desdibujado. Exactamente
se trata de los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis.
—¡Oh, el Apocalipsis! Siempre me he visto tan pequeño ante lo que presenta
—intervino Roura—. ¡Cuántas veces lo había considerado un libro cerrado para mí!
¿Entenderlo? Esto era una tarea inasequible. Cuando los hermanos empezaron a
considerarlo en las reuniones de estudio de la Palabra— y eso sucedió poco
después de mi conversión, tuve una de las más felices experiencias que recuerdo.
Aunque la medida de mi conocimiento en las cosas de Dios era tan débil, y aún lo
es ahora, bien que la gracia de Dios y la guía del Espíritu Santo me han
dirigido a abrir mis oídos y mi corazón, aquellas cosas nuevas, nuevas y ricas,
causaron un impacto en mi alma que nunca olvidaré. Recuerdo, como si fuera hoy,
la lectura y estudio de los capítulos 2 y 3. ¡Qué precioso y claro quedaba todo!
Entonces comprendí el significado de lo que el apóstol Pablo escribe a los
Corintios en su 1ª Carta en el capítulo 2: «Acomodando lo espiritual a lo
espiritual». Al paso del tiempo obtuve el favor de Dios de ser ayudado por el
ministerio escrito. ¡Qué hombres más sabios ha suscitado Dios en favor de los
corderos y las ovejas del rebaño de Cristo! Él sabe que precisamos de alimento
para nutrir nuestras almas, ¡y a fe que nos lo ha prodigado según la medida de
su insondable amor! Finalmente, en estos últimos tiempos, parece como si el
Espíritu deseara suscitar un anhelo viviente; un anhelo vital en el corazón de
aquellos que alaban al Señor, en aquellos que le alaban y le esperan, eso es;
pues se trata de esa gloriosa expectativa; nada menos que eso. A tenor de esto
que digo, aún están frescas en mi espíritu las semanas y semanas que hemos
dedicado a leer, escudriñar, recordar y comentar con gozo y provecho —creo yo—
tantas y tantas Escrituras que nos conducen a pensar en la venida del Señor y a
los benditos resultados en favor de todos y distinguiendo el orden: Primero para
la Asamblea, Esposa de Cristo, después para Israel: «porque los dones y la
vocación de Dios no están sujetos a cambio de ánimo.» (Ro 11:29, V.M.), y
finalmente para las naciones salvas.
»Además recuerdo que una no menguada porción de tiempo la dedicamos al sugestivo
tema que en Apocalipsis 2 y 3 tenemos de «las cosas que son», según la división
que presenta el capítulo 1:19 de todo el libro; y en estos dos capítulos tenemos
proyectada la historia de la Iglesia y sus resultados en cuanto dejada a la
responsabilidad del hombre; pues Cristo como Juez toma cuenta y escudriña todo.
Consideramos el carácter que ha manifestado la Iglesia a través del tiempo, e
incluso es de notar que en las cuatro últimas Iglesias nos es presentada la
venida del Señor como vocación de los vencedores y como recompensa. Es decir,
que aunque estas cuatro últimas Iglesias quedan claramente diferenciadas, y aún
más, identificadas y cronológicamente (sin temor a errar mucho) situadas en el
tiempo de la historia, colateralmente permanecen hasta la venida del Señor, y
sin duda aún más allá, pues su masa profesante, sin vida, quedará en la tierra
después del arrebatamiento de los verdaderos creyentes. ¿No quedó todo claro y
extensamente considerado? ¿No aceptamos lo que cada Iglesia representaba y los
movimientos que el Espíritu suscitó y que tanta analogía guardan con el carácter
de estas asambleas locales en su tiempo?
Podemos regocijarnos de que el bueno y humilde Roura se expresara así. Los siete
años transcurridos no habían sido en vano. La medida de su conocimiento era
patente. Conocía la Escritura de Hebreos 5:11 al 14 y él, desde un principio, se
había propuesto tomar una posición a los pies del Maestro, no para ser un
inmovilista, sino para progresar.
—Así pues —continuó—, tenemos una sana curiosidad, o mejor dicho, unos
vehementes deseos de escucharte, al menos yo.
—Nosotros también tenemos no solamente deseos —terció Reguant con su esposa—,
sino necesidad. Las cosas de Dios son serias; solemnes. Entremos, pues, en el
tema propuesto por nuestro hermano, orando en primer lugar, pues sin la ayuda y
la dirección del Espíritu nada podríamos. Correríamos el riesgo de ser
conducidos por nuestros propios pensamientos, aunque éstos sean
bienintencionados. Nosotros precisamos en éste, como en todo negocio,
gobernarnos con la mente de Dios.
Reguant elevó pues «al Padre de las luces en quien no hay mudanza ni sombra de
variación» la petición de una «dádiva» para sacar provecho de lo que Graells
presentaba a los hermanos.
—Opino —dijo Graells empezando—, que no existen demasiados escritos en que uno
pueda apoyarse para ser ayudado en el estudio del libro del Apocalipsis.
Comentarios, análisis, sinopsis, estudios, etc., existen bastantes, pero una
exposición seria sobre el tema ya es otra cosa. En vez de traducir a nuestra
lengua las excelentes obras que sobre este tema existen, debidas a la pluma de
ilustres hombres de Dios, han sido dadas a la imprenta obras mediocres, plagios
en su mayor parte, más o menos disfrazados, o relatos que por su ordenamiento y
fantasía no merecen la pena ser leídos. Gracias a Dios tenemos ya una obra
titulada El Apocalipsis. Está destinada a la ayuda del cristiano en la lectura
de este libro de la Biblia. No es muy extensa, pero sí condensada y profunda,
como todas las obras de este autor. Fue escrita por J. N. Darby (1800-1882).
»Pero a pesar de esta proliferación de obras no recomendables, sin interés, ni
base, ni sustancia espiritual, ni rigor interpretativo, tenemos algunos trabajos
que verdaderamente se recomiendan a la mente, al corazón y a la conciencia. Su
autoridad consiste precisamente en esto: cuando se leen, tienen poder sobre
estas tres condiciones interiores del hombre.
»Al hablaros así, lo hago porque tengo que hacer uso, recordando lo que muchas
veces ya hemos leído y estudiado, ayudados por el ministerio de estos siervos de
Dios.
»Refiriéndose a las siete Iglesias de los capítulos 2 y 3, hace ya más de un
siglo, uno de ellos escribió: "Mientras que evidentemente estas cartas a las
Iglesias son de aplicación universal para cada uno que tiene oídos para oír, y
no se dirigen a la conciencia general de la Iglesia, sin embargo no tengo duda
alguna de que las siete Iglesias representan la historia de la cristiandad; la
historia de la Asamblea bajo la responsabilidad del hombre. Lo prueba el hecho
de que el juicio sobre el mundo viene inmediatamente después de estas epístolas
(siendo las Iglesias 'las cosas que son'), y también el carácter que presentan
las mismas, empezando por el abandono del primer amor, terminando por la
exhortación a 'retener lo que tienes', hasta la venida de Cristo, y después el
rechazamiento final de la profesión. La elección del número siete, que no puede
significar una cosa completa en un mismo instante dado, porque los estados
descritos son diferentes; la alusión a la venida de Cristo, y la mención hecha
de la gran tribulación en la carta a Filadelfia, tribulación que debe venir
sobre la tierra; el objeto indicado con claridad en la advertencia a la Iglesia,
es decir, la venida de Cristo, habiendo de ser el mundo de entonces la escena de
los juicios: todo esto no deja duda alguna sobre el hecho de que las siete
Iglesias representan las fases sucesivas de la historia de la Iglesia
profesante, aunque no sean exactamente consecutivas; yendo la cuarta hasta el
final, así como las otras tres que la siguen y que continúan de una manera
colateral". (J. N. Darby.) Todo esto es tanto más sorprendente, así como todo lo
que este amado siervo de Dios escribió tocante a las profecías en general y lo
relativo al Apocalipsis en particular (lo cual fue mucho) por el hecho de que a
pesar de la oposición qué halló entre los altos cargos de las Iglesias
nacionales protestantes (había un andamiaje de escritos de interpretación
profética que no resistían un examen serio), las almas consagradas al estudio de
la Palabra, y cuya esperanza estaba y está en la venida del Señor para su
Esposa, han aprovechado con bendición este rico ministerio que ha llenado
directa o indirectamente de conocimiento a todo el mundo evangélico. Se conozcan
o no los orígenes de sus profundos escritos, los creyentes que están al
corriente, sea en parte, o ampliamente en lo relativo a las profecías, todos han
bebido de este ministerio. Los expositores siguientes, han matizado, han sido
usados para simplificar, para hacer énfasis sobre ciertos elementos de la
profecía, etc., pero el núcleo de sus escritos tiene un origen indiscutible: el
ministerio de J. N. Darby.
—Yo, ateniéndome a lo que conozco y generalizando, sin afirmar, o hacer uso de
términos absolutos (pues no poseo un monopolio de información exhaustiva),
pienso que también es así —confirmó Reguant.
—Hay otras estimaciones que siguen en su esquema, mas o menos esta línea, lo
cual me gustaría añadir a lo acabado de exponer, a título de información, y
después entrar en el fondo de lo que nos ocupa en estos momentos —prosiguió
Graells—. Por ejemplo, H. L. Heijkoop, un hermano holandés, escribió una obra
sustanciosa e interesante, por la gran cantidad de citas bíblicas que aporta, la
cual ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el castellano. Se titula:
El Porvenir —según las profecías de la Palabra de Dios.
—¡Ah, sí, la conozco! La he leído dos o tres veces: me gusta mucho —terció Roura—.
Si la memoria me es fiel, creo que este hermano estuvo en Vilargent poco después
de conocer yo al Señor, y aún dio alguna conferencia.
—No, en Vilargent no estuvo, pero sí en otras localidades del país. Hace ya
años; recuerdo muy bien —respondió Reguant—. Ahora debe ser ya un anciano por la
edad. Esta obra tiene su interés en que clasifica los temas en relación con el
porvenir. El sumario ya lo aclara. A mí lo que más me llamó la atención y estimo
como un valor que resalta de forma positiva, sin minimizar al resto de todas
formas, fueron los capítulos primero y segundo, es decir, la introducción a la
investigación de las profecías, y el método de investigación. Están en su
verdadero lugar y tienen valor aun sin el resto de la obra, pero callo. Sigue,
sigue Graells; y perdona que te interrumpamos.
—Nada de interrumpir. Os doy las gracias. Está muy bien y esto me anima, pues
veo que todo va cobrando interés para vosotros. Heijkoop, escribe así,
—prosiguió Graells—: «En los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis, tenemos
una descripción profética de la historia de la Iglesia. No como los hombres la
ven y la juzgan, sino como la ve «el que tiene los ojos como llama de fuego». El
mismo Señor Jesús. Más tarde hablaremos de esto con más detenimiento. A
continuación da una breve reseña de esta historia, tipificada en estas siete
Iglesias de Asia Menor, y finaliza diciendo: «Hemos recorrido la historia de la
Iglesia tal como la contempla el Señor Jesucristo, y podemos notar que en estos
postreros tiempos las cuatro últimas Iglesias permanecen aún:
»TIATIRA: La Iglesia Romana.
»SARDIS: Las Iglesias protestantes del Estado.
»FILADELFIA: El Residuo Débil.
»LAODICEA: La Cristiandad tibia en las Iglesias Libres y grupos
fuera de las dos primeras.
»Tomando nuevamente el tema, esta vez con más extensión, dice: "Como vimos
anteriormente, los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis nos dan una visión profética
de la historia de la Iglesia. No de la Iglesia como cuerpo de Cristo, compuesto
exclusivamente de convertidos, sino en cuanto a su responsabilidad como
testimonio de Dios aquí en la tierra. Está representada bajo el símil de siete
candeleros de oro, y no por un candelero de siete brazos, que se encontraba en
el Tabernáculo. Aquí pues se acentúa la responsabilidad particular de cada
Iglesia como portadora de luz.
La división del Apocalipsis es generalmente conocida, ya que la misma Palabra de
Dios la indica en el cap. l:19:
a. Las cosas que has visto. (Cristo como Juez).
b. Las cosas que son.
c. Las cosas que han de ser después de éstas.
Según el capítulo 4:1, la tercera parte, «las cosas que han de ser después de
éstas» comienza allí. Por consiguiente «las cosas que son» abarca los capítulos
2 y 3.
En el capítulo 4, vemos que los creyentes glorificados están en el cielo. No se
trata, por lo tanto, solamente de fieles muertos, sino resucitados y
glorificados, pues llevan ropas blancas y sobre sus cabezas hay coronas de oro.
Sabido es que no somos coronados al momento de haber muerto, sino después de la
resurrección. En Apocalipsis 6:9 se establece una distinción en cuanto al grupo
que se menciona, allí: «debajo del altar». Se trata de «almas».
De lo mencionado pues, resulta que en Apocalipsis 2 y 3 tenemos una descripción
del estado de la Iglesia visible, desde la era apostólica hasta su recogimiento
o rapto, exégesis confirmada por las siguientes consideraciones:
1.°— Todo el libro del Apocalipsis es profecía (1:3), y por consiguiente los
capítulos 2 y 3 que nos ocupan.
2.°— Las cartas no debían enviarse por separado a las Iglesias, sino que la
totalidad de ellas habían de enviarse a cada Iglesia (1:11). Además, al final de
cada carta, se repite que «el que tiene oídos para oír, oiga lo que el Espíritu
dice a las Iglesias», y no lo que el Espíritu dice solamente a aquella Iglesia
en particular.
3.°— El número siete es característico en el Apocalipsis. Nos habla, en efecto,
de siete Iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete espíritus
de Dios, etc. Sabido es, asimismo, que dicha cifra es símbolo de perfección
espiritual y en particular de la perfección de las cosas divinas. Así en siete
días Dios lo hizo todo, y «vio que era bueno» (Gn 1:31). Se trata pues en estos
capítulos de la Iglesia en cuanto a su responsabilidad, considerada como obra de
Dios.
4.°— Las siete cartas han sido visiblemente redactadas según un plan
determinado, e indican un orden moral en el curso de la decadencia.
5.°— Notemos, por fin, que Dios da, en varios lugares de las Sagradas
Escrituras, un compendio profético en siete imágenes o cuadros, sobre
determinada dispensación como lo tenemos, por ejemplo, en Levítico capítulo 23 y
Mateo capitulo 13."
»Antes de terminar lo que transcribo de este autor, deseo intercalar lo que el
Sr. Darby dice, en relación con el número siete y otros —dijo Graells—, haciendo
una pausa.
»En su estudio sobre el Apocalipsis, comentando el capítulo 13, hay un párrafo
que dice lo siguiente: "La Bestia es el Imperio Romano original, pero
grandemente modificado y bajo una nueva forma. En sus siete formas de gobierno o
cabezas, existe la plenitud perfecta, pero se compone de diez reinos, lo cual
indica, no lo dudo, la imperfección administrativa de su conjunto. Tiene diez
cuernos; es incompleto. Siete marca la plenitud de un género más elevado. El
Cordero tiene siete cuernos; la mujer doce estrellas sobre su cabeza. Siete
indica la perfección en sí misma; doce la perfección administrativa en el
hombre. Siete es el número primo más elevado; doce el más perfectamente
divisible, compuesto de los mismos elementos, pero multiplicados unos por los
otros y no reunidos por adición. Cuatro expresa la perfección en una cosa
finita; tal un cuadrado, o mejor aún un cubo, el cual es perfectamente el mismo
de todas maneras, pero tiene una extensión limitada."
—Encuentro muy interesante la descripción simbólica de los números —dijo Roura—.
Los números tienen un lugar muy importante en la Palabra de Dios, y si conocemos
su valor —valor espiritual e interpretativo— nos facilita mucho el conocimiento
del plan de Dios. Lo mismo del plan moral que del profético.
—Estoy de acuerdo y prosigo. Me perdonarán los hermanos que me extienda en este
preámbulo, pero tal vez nos sirva de ayuda para lo que es de provecho.
—Nada, Graells. No tienes por qué excusarte. Opino que las cosas de Dios son
serias. No hemos de tomarlas únicamente por el mero deseo de adquirir
conocimientos, sino para ser impregnados por su sustancia profunda. Para ser
formados en nuestra inteligencia, no por una sabiduría ortodoxa solamente, sino
para ser involucrados por la acción del Espíritu Santo en las fibras más
interiores y sensitivas del nuevo hombre. Todo ello en relación con la mente de
Dios. Es por esto que precisamos de un orden; tomando las enseñanzas de un
conjunto, y cuantos más elementos de apreciación poseamos, mejor. Si no podemos
continuar hoy, terminaremos —Dios mediante— otro día. Me parece que merece la
pena —concluyó Reguant.
—Sigamos pues, con lo que escribe Heijkoop: «Las siete cartas pueden dividirse
en dos grupos. En las tres primeras se dice previamente "el que tiene oídos
oiga", y a continuación viene la promesa "al que venciere". En cuanto a las
cuatro cartas siguientes este orden es invertido. Es como si el Señor hubiera
abandonado la esperanza de un regreso de toda la Iglesia a Él, esperando que
sólo los vencedores oirán lo que el Espíritu dice a las Iglesias. En estas
últimas cartas, el Señor habla también de su Venida, de modo que sabemos que
tales estados permanecerán hasta la "Parusia" (Palabra que viene de una voz
griega que significa: presencia, llegada y que en las Escrituras se refiere
únicamente a la segunda Venida de Cristo). En cada carta, el Señor se presenta
en relación con el estado de la Iglesia en cuestión».
»El resumen de las siete cartas es el siguiente: Daré solamente una pincelada
cronológica o posicional de las cinco primeras para proseguir, breve, pero más
extensamente con las dos últimas.
»Efeso "representa el principio de la historia de la Iglesia, o más exactamente
un reflejo del período post-apostólico".
»En Esmirna "tenemos una clara alusión a las grandes persecuciones que azotaron
la Iglesia durante el segundo y tercer siglo, iniciadas por los emperadores
romanos".
»En Pérgamo "nos enfrentamos con una situación completamente distinta. La
Iglesia no es ya 'extranjera y peregrina' aquí abajo, sino que tiene una
residencia estable y ésta no se encuentra en el yermo o en la soledad,sino allí
'donde está la silla de Satanás'. Ha buscado sombra y cobijo en este mundo,
donde radica el trono del príncipe y dios de este siglo. Esto es lo que vemos en
el plan histórico. El emperador Constantino el Grande se declaró abiertamente
partidario del cristianismo, que se transformó así en religión del Estado, pero
fue ... a costa de su libertad".
»Tiatira, como hemos dicho anteriormente, tipifica la Iglesia Romana.
»Sardis, las Iglesias Protestantes del Estado, y finalmente tenemos a Filadelfia
y Laodicea.
»La primera, Filadelfia, se caracteriza por dos cosas: (1) por haber guardado la
Palabra de Dios; (2) no haber negado el Nombre del Señor Jesús. Estas son
precisamente las características del poderoso impulso obrado por el Espíritu
Santo después de las guerras napoleónicas, a principios del siglo pasado. A
semejanza de la visión de Ezequiel, en muchos países, no sólo de Europa, sino
también de otros continentes, el Espíritu de Dios vivificó montones de huesos
secos (las almas descuidadas y somnolientas) que había en muchas Iglesias
protestantes del Estado, y llevó a una parte de ellas a salir de estas
instituciones humanas para volver a la Palabra y al solo Nombre del Señor Jesús.
»Por cierto que no todos rompieron enteramente con las organizaciones y sistemas
humanos, ya que no todos tenían igual medida de luz acerca de los pensamientos
de Dios. Pero había ciertamente un afán de andar con la luz que uno poseía,
según los principios divinos. ¡Qué enfervorizados se sienten nuestros corazones
al pensar en aquellos hombres que se entregaron por completo al servicio de
Dios, que sondearon la Palabra de Dios para recibir sabiduría, recorriendo
después con fe inquebrantable, y con Él, el camino desconocido! Los pensamientos
del Señor acerca de este movimiento lo tenemos en Apocalipsis capítulo 3:7-13.
Filadelfia y Esmirna son las únicas cartas en las cuales no se encuentran cosas
reprensibles. El Señor mismo se presenta a ellas dando a los vencedores las más
preciosas promesas.
»Pero, como en todo, el hombre ha fracasado aquí también. Aunque Filadelfia
quedará hasta la venida del Señor y entonces será recogida por El, se trata aquí
de un residuo pequeño y débil. La gran masa de Filadelfia no ha vencido y no ha
guardado lo que tenía. De Filadelfia ha nacido ... Laodicea». Aquí el autor
describe el triste cuadro de esta Iglesia, tal como ella pretende ser y tal como
Cristo la ve. «Laodicea, es allí donde se ha apropiado la gracia y arrogado la
posición de un cristiano; donde el lenguaje del cristiano es de uso corriente, y
exteriormente la posición de la Iglesia está en orden; empero donde se encuentra
todo esto sin ejercer influencia alguna sobre el alma. ¿No está descrito aquí
nuestro estado presente, de manera conmovedora, aquella situación cuyos
principios arrancan de Filadelfia? ... ¿No nos hemos acaso vuelto tibios y
mundanos? La buena vida, mayores comodidades, la prosperidad material, ¿no nos
han hecho miedosos de sufrir, y algo perezosos en lo que se refiere a las cosas
del Señor?
»La presencia del Señor Jesucristo, el Testigo Fiel y Verdadero, ¿es todavía una
realidad práctica en la vida de nuestra congregación o asamblea?
»¿Y cuál es la situación de los que profesan reunirse solamente en su Nombre y
según su Palabra? ¿Lo hacemos esto de verdad? ¿Qué autoridad y hasta qué punto
tiene, en verdad, Su Palabra para nosotros? ¿O tendrá el Señor que decirnos
también: "He aquí estoy a la puerta y llamo"? ¡Hermanos, El busca la verdad en
lo intimo del corazón y los meros formalismos no tienen ningún valor para El!
»¡Cuánta vergüenza nos ha de dar cuando consideramos lo que hemos hecho del
testimonio que Dios nos ha confiado! Quiera el Señor darnos un espíritu
quebrantado y un corazón contrito y humillado (Sal 51) para que nos sujetemos y
con sinceridad confesemos nuestro pecado delante de El.»
—Ya veis cuán solemne es todo esto. En particular, dirijo vuestra atención a
estos últimos párrafos.
»Así como la obra del Sr. Darby tiene por lo menos cien años, esta es, podríamos
decir, de actualidad. No rebasa los treinta años. Está escrita después de la
Segunda Guerra mundial; la traducción castellana vio luz hace aproximadamente
veinte años.
»H. A. Ironside compaginó unas notas muy interesantes de unas conferencias que
dio sobre el Apocalipsis. La edición castellana fue traducida en Buenos Aires
por B. Montllau y familia. Es un extracto, no sé si más o menos extenso, pero
suficiente para darse cuenta del esquema y la interpretación del autor. La
traducción se remonta a 1935, y las conferencias originales datan de a partir
del final de la Gran Guerra de 1914-1918, según se desprende de su lectura. Es,
pues, una obra intercalada, en el tiempo, entre las dos citadas anteriormente.
»De Filadelfia opina así: "Esto nos trae, sin duda, a lo que podemos llamar el
periodo de avivamiento. Después de la Reforma hubo un tiempo cuando un
formalismo frío y sin vida parecía prevalecer en todos los países protestantes,
una era en la cual los hombres se contentaban simplemente con confesar un credo,
y, como se ha dicho ya, suponían estar unidos a la Iglesia por el bautismo. Pero
en los siglos XVIII y XIX vino una gran bendición sobre todos los países donde
anteriormente había penetrado la Reforma. Dios volvió a obrar con poder. Hubo
maravillosos despertamientos en el Norte de Europa y en las Islas Británicas.
Medio siglo después, el mismo gran poder empezó a manifestarse en América.
Siervos del Señor, llenos del Espíritu, llamando a los pecadores a
arrepentimiento, y a los creyentes, para que despertasen a sus privilegios,
sembraron la Palabra. Un poco más tarde, a principios del siglo pasado, Dios, de
una manera especial, empezó a hacer comprender a muchos de su pueblo el valor de
Su Palabra y su sola suficiencia como guía para los suyos en este mundo. Esto
llevó al reconocimiento de que Cristo es el centro de reunión para su pueblo, y,
por amor de su Nombre, miles se congregaron en simplicidad, buscando solamente
ser guiados por la Palabra de Dios.
"No debemos entender que cualquier movimiento o asociación de creyentes es en sí
Filadelfia. Pero así como Sardis nos presenta a las Iglesias nacionales de la
Reforma, así también Filadelfia presenta a aquellos en el Protestantismo que dan
énfasis a la autoridad de la Palabra de Dios y a lo precioso del Nombre de
Cristo. Si una compañía de creyentes pretendiese ser Filadelfia, seria una
pretensión detestable, y Dios ha desbaratado evidentemente tal presunción."
»El autor, que fue un cristiano conocido entre el pueblo de Dios, desarrolla la
descripción de Filadelfia más ampliamente que en el caso de las otras Iglesias
(tal como hizo en su tiempo el Sr. Darby y cual corresponde a una Iglesia
aprobada por el Señor en estos tiempos del fin), y en términos generales usando
un esquema bastante similar (no se puede pasar por menos), bien que con un
estilo más simple, matizando algún versículo, por ejemplo 3:7, en un sentido no
contradictorio, pero diferente, y eso lo hallamos a menudo a lo largo de la
obra.
»Destaco el hecho del espacio dado a Filadelfia por considerarlo interesante.
Filadelfia representa, lo que aun en debilidad, responde al corazón y a los
propósitos de Dios. Esto es innegable. Siendo esta Iglesia, típica de una que en
el tiempo llegaría hasta el fin, mejor dicho, hasta la venida del Señor, en el
estudio de la misma conviene prestar destacada atención, pues no existe otra en
que, conjuntamente, se den los rasgos de un testimonio para estos días del fin.
»De Laodicea dice "que completa esta serie septenaria y nos trae a la última
condición de la Iglesia profesante en la tierra, el final de la presente
dispensación.
El periodo de Efeso pasó hace mucho tiempo, y lo mismo es verdad de los períodos
de Esmirna y Pérgamo. Tiatira, que como hemos visto, habla de la Iglesia de
Roma, y empezó cuando el Papa fue reconocido como el Obispo universal, está
todavía aquí y permanecerá hasta el fin. Sardis, que empezó siglos más tarde,
permanece hasta ahora, y quedará hasta la venida del Señor. Filadelfia, a Dios
gracias, también está aquí, y aunque tiene sólo un poco de potencia, permanecerá
hasta la venida del Señor. Pero Laodicea está más y más en evidencia, y parece
arrastrar todo lo que es de Dios".»
»Ahora no podemos comparar o cotejar estas opiniones variadas o afines, pero
todo debe servirnos de ayuda, y es con este propósito que lo presento a los
hermanos; pero aún no he terminado —dijo Graells—: ¿Queréis que hagamos una
pausa y lo dejemos para otra noche?
—Tal vez será mejor —dijo Reguant—. Esto nos dará la oportunidad de meditar y
orar. Encuentro todo esto muy interesante y serio a la vez. No es preciso que
apuremos el tiempo precipitadamente. Hagamos las cosas con calma y solemnidad en
la presencia de Dios.
—Yo me quedaría aquí toda la noche. Me acuerdo que Pablo alargó el discurso
hasta medianoche. Claro que él, había de irse al día siguiente y nosotros no nos
movemos ordinariamente de aquí. Estoy de acuerdo, Reguant, hermano, estoy de
acuerdo y además Lidia tiene que arreglar todo como siempre.
—Por favor, Roura —repuso Lidia—, no se preocupe. Vds. no dan trabajo. ¡Son tan
bendecidos estos encuentros ...! Cuando más se necesita al Señor, Él responde.
Pueden irse a descansar tranquilamente, y gracias por honrarnos con la visita.
Roura oró al Señor, con la simplicidad de un niño —como agrada a Dios— y con la
inteligencia de un hombre en Cristo; en disposición espiritual para ser boca de
sus hermanos, los cuales dijeron todos con solemnidad y respeto: Amén.
Concertaron otra noche, y salieron Roura y Graells despidiéndose del acogedor
matrimonio. Bien abrigados, silenciosos, prosiguieron su camino embargados sus
corazones en lo que había sido presentado. En la misma encrucijada, esta vez
solitaria, en donde se encontraran, se despidieron.
—Que Dios te bendiga, Graells.
—Gracias, y a ti también. Buenas noches. —Y fueron cada cual a su casa.
* * *
En el paréntesis que nos ofrece el primer encuentro con el segundo concertado
podemos darnos cuenta de que nuestros hermanos poseían y tenían de las cosas del
Señor un concepto muy serio En una palabra: el temor de Dios los gobernaba. No
eran de los que llamaban al mal, bien, ni al bien, mal. Su situación en el
testimonio no era dependiente de los hombres. La experiencia les había enseñado
que el hombre que confía en el hombre o va tras el hombre está perdido (Jer
17:5). No solamente esto, sino que uno no puede estribar ni en su propia
prudencia (Pr 3:5-7).
Como Pablo, estaban contentos y daban gracias a Dios por las almas salvas,
fueran cuales fueran los medios o motivos que usaban los que predicaban o
anunciaban el Evangelio (Fil 1:15-18), pero ellos no estaban dispuestos a usar
cualquier medio, y menos aún a hacerlo por inconfesables motivaciones. No
gozaban de muchas simpatías, ni tenían demasiado prestigio en el mundo
«evangélico oficial», y menos aún entre los llamados «líderes», pero esto
—aunque les daba pena— no les producía ningún cuidado. Si alguien sentía
interés, o aun curiosidad, respondían y testificaban. ¿Quién sabe lo que puede
producir una palabra «sazonada con sal»?
Y en este preludio de apostasía que se adivina, también «predicaban la palabra e
instaban a tiempo y fuera de tiempo», sabiendo que se avecinaba la hora en que
«apartarían de la verdad el oído y se volverían a las fábulas» (2 Ti 4:24).
Habían aprendido a esperarlo todo solamente de Dios. Los fracasos, habían sido
excelentes maestros. «Las señales del azote son medicina contra el mal, y sus
llagas llegan a lo más hondo del corazón» (Pr 20:30). Individualmente, habían
experimentado Hebreos 12:5-13, y este compendio de enseñanzas positivas en sus
propias circunstancias les capacitaron para andar humillados ante Dios, y les
enseñaron a no tener de sí otro concepto que el que tuvo Job al final de su
propia experiencia. No hay duda de que conocían la cruz; el grande privilegio de
la victoria del cristiano (Gá 6:14). Seguramente unos en una medida y otros en
otra, pero la conocían. Y en esta medida (la medida de cada cual), «el mundo les
era crucificado a ellos, y ellos al mundo».
En este tiempo, esto es tanto más interesante, por cuanto, generalizando, es
bien extraño contemplar un cristianismo con vivencias positivas. No negaré que
algunas hayan. Líbreme Dios de negar la gracia que convierte en triunfadores a
pobres seres cual nosotros. Yo mismo he conocido a quien podía repetir con el
apóstol: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá 2:20); pero,
desgraciadamente, no es el estado habitual del creyente en la hora actual.
El estado de tibieza es lo que entristecía a nuestros amigos. No eran perfectos,
no es preciso repetirlo, pero tibios no, tibios tampoco lo eran. No es pues de
extrañar que el sujeto de la meditación de Graells cobrara interés en el corazón
de todos.
COLOQUIO SEGUNDO
—No puedo silenciar una obra extendida de incisiva actualidad —estaban
nuevamente juntos y habiéndose encomendado a la dirección del divino Maestro,
Graells proseguía en el punto que dejaron pendiente la noche en que se
despidieron—. Bueno, no se trata de la obra en sí, sino de unos párrafos que
estimo interesantes para lo que nos ocupa. Se trata de La odisea del futuro, del
Sr. Lindsey.
—He leído este libro —dijo Reguant—: Ya sabéis que todo lo que se escribe sobre
estos temas me interesa. Nos interesa a todos, y no solamente la profecía, sino
todo lo demás. No hemos de adquirir conocimiento de unas cosas en detrimento de
otras. Estimo que el equilibrio debe gobernarnos, pero las circunstancias,
estados, situaciones, hechos, etc., requieren en su momento dar mayor relieve a
unas cosas que a otras, y esto a tenor de nuestras necesidades. No es que
debamos programar las cosas, pero existe un orden espiritual que nos conduce a
realizar lo que agrada a Dios. Esto solamente puede ser producido por el
Espíritu Santo: «El os guiará, El os recordará, El os enseñará». Esto deja de
lado cualquier otro magisterio. Seguramente estos días están caracterizados por
el fin de una dispensación. Fuera de desear que los afectos de los santos
—afectos muchas veces adormecidos o descuidados— se volvieran en dirección a la
persona del Señor Jesús y a su Venida: «Este mismo Jesús que ha sido tomado de
vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hch 1:11).
»El interés particular por lo que concierne al final de este tiempo de gracia, y
la puesta en marcha del reloj profético, arranca del hecho bendito de que el
Señor está para venir. Todo lo que rodea, precede o sigue a esta maravillosa
realidad, es de un valor inefable para el corazón. Se trata más bien de los
afectos que de la inteligencia. Prefiero saber que Él vendrá, más que cómo
vendrá. Pero esto último también tiene un precio para mí. Como dice Darby: «Sea
cual fuere la gloria de Aquel con quien estamos en relación, es lo que Él es
para mí, la intimidad de mi relación con Él, lo que me viene al corazón cuando
su gloria es proclamada. Si un general victorioso pasea en triunfo a través de
una ciudad, el sentimiento de su hijo o de su esposa será: es mi padre, es mi
esposo.
»La redacción de este libro entiendo que toma otra dirección, bien que no
descuida tampoco este hecho bendito, y está situado ante el lector que sea, como
presentando unas perspectivas para el futuro nada halagüeñas; barriendo todo
optimismo que los hombres puedan edificar por medio de sus enfermas
imaginaciones o por los deseos de sus tornadizos corazones. Este sistema puede
parecer poco persuasivo o poco convincente, pero en esto tengo mi opinión bien
definida. El estado general, el estado de ánimo, de mente y de vivencia en los
días que peregrinamos, no está precisamente caracterizado por una predisposición
a la reflexión, al temor santo o a la meditación seria. Antes bien, una ola de
subversión, de contestación, de tibieza, de fría indiferencia y de
irresponsabilidad gobierna todas las esferas sociales, según el caso, y también
al individuo.
»Sólo un violento revulsivo que opere directamente en las conciencias puede
poner en marcha el organismo atrofiado del hombre interior Y esto creo que es lo
que se propone el auto de la Odisea del Futuro. Libro dirigido a la masas
frívolas de la cristiandad profesante, a las masas muertas espiritualmente que
yacen en la indiferencia y que corren —si no despiertan— el peligro de ser
sorprendidas como por un ladrón en la noche. Un aviso también para los
incrédulos y para los burladores.
»Dios determina o permite que el hombre se gobierne por su libertad e
independencia. ¿Cuáles son los resultados? Las fuerzas que le han sido dadas
(aunque él crea que proceden de sí mismo: ignorante y culpable pretensión),
pueden servir un día para la destrucción de la frágil criatura y de todo el
sistema que ha edificado. Su quimera de control, dominio y gloria que reivindica
(soberbia al fin), se deshará como el polvo que constituye su propia y
vergonzosa envoltura. Este es el fin del hombre, tal como lo vemos. ¿Y después
qué? «Está establecido que los hombres mueran una vez y después el juicio». Esta
escena futura que no puede desvirtuar ni el más refinado racionalismo, ni la más
grosera incredulidad, pues Dios lo ha determinado así, como Juez justo que es,
cerrará definitiva y eternamente, la suerte de los insensatos que edificaron su
casa en la arena, y de los que habiendo tenido oídos para oír, no oyeron.
»El esquema profético de esta obra me parece correcto. En cambio la explicación
del esquema no puede satisfacer demasiado a creyentes seriamente identificados
con el quehacer profético, ni puede aportarles elementos de rigor
interpretativo, pero siempre permanece lo que hay de positivo. De todas maneras,
como el autor confiesa, su libro no pretende desplazar a los buenos comentarios
que él conoce y posee en su biblioteca. Me hubiese gustado que diese el nombre
de sus autores.
»Repito, pero, que en este tiempo, y para un numeroso y determinado público,
este libro puede ser útil. Que Dios lo bendiga, así como todo lo que está
escrito con esta finalidad.
»También he oído una conferencia por el mismo autor y sobre el mismo tema. Está,
como el libro, condicionada al estado de sus oyentes, y por lo tanto me gustó,
teniendo en cuenta esto. Por otra parte, en el Sr. Lindsey se trasluce
claramente un creyente ortodoxo capacitado para desarrollar su servicio en el
área que le es propia. Esto es de agradecer a Dios, en un tiempo sobrado de
pretensiones y falto de realidades.
—Gracias, Reguant —dijo Graells. Hubiese hecho un pequeño resumen, pero te
agradezco la intervención. Has analizado concisa y exactamente, y más
explícitamente que yo no hubiera hecho, el andamiaje de esta obra. Me abstendré
pues de hacerlo yo, pero deseo insertar un breve pasaje de la misma para
constancia, ya que tiene interés para el estudio del tema que nos ocupa: «En
estas siete Iglesias típicas, vemos las características predominantes de siete
eras sucesivas en la historia de la Iglesia. Los aspectos proféticos nunca
fueron comprendidos claramente hasta que gran parte de la historia se hubo
desarrollado, pero ahora, cuando miramos hacia atrás, podemos ver
extraordinarias similitudes entre las características de cada Iglesia del
Apocalipsis y los diversos períodos de la historia de la Iglesia hasta el tiempo
presente». Este párrafo lo encuentro muy positivo y explícito; solamente hallo
la laguna que deja en blanco el hecho de que las cuatro últimas colateralmente
llegan hasta el fin.
»El hermano Lindsey da unas fechas a cada una de las sucesiones históricas que
corresponden más o menos a las fases que tipifican la marcha de la Iglesia
responsable sobre la tierra. La fecha para Filadelfia es de 1750 a 1925. Esto da
entrada al avivamiento de los tiempos de Wesley, tal vez como preámbulo "al
clamor de media noche: He aquí el esposo viene; salid a recibirle" (Mt 25:6), y
de otras doctrinas que siendo vitales en la era apostólica, yacieron en el
olvido durante siglos, y que ni en la Reforma fueron recobradas. Lo digo a
título informativo y no para objetar cualquier cosa. Ironside apunta también en
esa dirección. Heijkoop parte de principios del siglo pasado, después de las
guerras napoleónicas, y, por razones obvias, Darby no reivindica una fecha
determinada en este caso particular.
»Laodicea tiene asignado el período 1900-Tribulación. Es de notar que tratándose
de la Iglesia profesante su fin no es contemplado por el arrebatamiento, sino
que queda aún en la tierra cuando la Iglesia del Señor es arrebatada.
»En relación con la profecía y su interpretación, no podemos pasar por alto la
noticia, conocida de todos nosotros, pero olvidada a veces, de una obra escrita
seguramente aún en el siglo XVIII y publicada en el XIX.
»En un trabajo aparecido en Vida Cristiana (1955) leemos lo siguiente: La Venida
del Mesías en Gloria y en Majestad. "El título que antecede es el de una célebre
obra, publicada a principios del pasado siglo XIX, cuya lectura encontró
insospechados ecos en diversos sectores de la cristiandad. Muchos la consideran
como 'El clamor de medianoche' que vino a sacar del letargo espiritual a miles
de almas, recordándoles que el Mesías, Cristo Jesús, estaba acercándose a cada
momento, preciosa verdad caída entonces en el olvido más completo.
»"Cosa extraña, su autor era un sacerdote jesuita de Sudamérica, poco
influenciado, desde luego, por el espíritu de la Compañía. Llamábase Manuel
Lacunza, nacido el 19 de julio de 1731 en Santiago de Chile, el cual ingresó a
los dieciséis años en la Sociedad de Loyola. En 1767, expulsados los jesuitas de
los Estados españoles, marchó a Italia donde hizo vida solitaria. El 17 de junio
de 1801 se le encontró muerto sobre la ribera del río que baña la ciudad de
Imola.
»"Lacunza, que escribió su libro bajo el seudónimo hebraico de Juan Josafat Ben
Ezra, dice que él se propone cuatro cosas:
»"1. Hacer conocer la adorable persona de Jesucristo.
»"2. Promover entre los eclesiásticos la afición al estudio de la Biblia.
»"3. Corregir la incredulidad.
»"4 . Consolar a los Judíos, sus hermanos según la carne.
»"'La Venida del Mesías en gloria y en majestad', fue publicada por primera vez,
al parecer, en Cádiz, por F. Tolosa, en 1811. Al año siguiente estaba prohibida
por la Inquisición, próxima a desaparecer. Desde esta fecha hasta 1826 tuvo nada
menos que diez ediciones en España, Méjico, Estados Unidos, Italia, Francia y
Gran Bretaña. Una traducción inglesa dio a luz (Ed. Irving 1827 en Londres 2
vol. en octavo)".
»A continuación hay unos extractos que no estimo útiles para el tema que nos
ocupa, pero que sí lo son desde el punto de vista dispensacional y profético, y
más teniendo en cuenta la fecha en que fue escrito. Lamento no poseer la obra.
Hace muchos años leí amplios extractos en una revista evangélica española que
apareció con anterioridad al 1936 y que se titulaba El Evangelista. Después he
oído comentar su posible influencia sobre los siervos de Dios que en Inglaterra
y a partir de 1830, tal vez, empezaron a escudriñar estos temas y otros,
relativos a la Iglesia, siendo abundantemente bendecidos en la interpretación de
las Sagradas Escrituras por la guía y la acción del Espíritu Santo.
»Es a partir de entonces —como dije en un principio—, que la profecía fue
entendida inteligentemente por el pueblo de Dios o, por mejor decir, por
individuos que forman parte de este pueblo. No todos aprovecharon esta rica
bendición que el Espíritu ponía al alcance de los santos. Los viejos esquemas de
interpretación —que confundían más que esclarecían—, fueron defendidos por sus
veladores, pero gracias a Dios lo que en aquel tiempo era del dominio de unos
pocos ejercitados, por el ministerio de aquella generación y la otra
subsiguiente, ha llegado hasta nosotros, alcanzando resonancia en más amplios
círculos cristianos que en su origen, siendo a la par aceptado por muchos, y
habiendo llevado a la luz a otros que se aferraban a interpretaciones que no
resistían un elemental examen bíblico.
»Otra obra, no muy extensa, pero fecunda, también del siglo pasado, 1851, fue la
compilación de ocho conferencias dadas en común por W. Trotter y T. Smith y que
recibió el título de Ocho lecturas sobre la Profecía. Dada a la imprenta una
traducción al castellano, no muy correcta, queda compensada por el valor de este
libro, siempre de bendecida actualidad. Discurre ampliamente sobre el tema del «premilenarismo»,
en contraste con el entonces ampliamente difundido y aceptado «postmilenarismo»,
doctrina errónea que sitúa la Venida del Señor a por su Iglesia después del
milenio, lo cual da lugar a situar los acontecimientos proféticos narrados en
Apocalipsis cap. 4 al 19, y otras numerosas porciones de la Palabra, en las
vivencias de la historia profana durante estos veinte últimos siglos: es decir,
en el tiempo de la gracia. Esta doctrina aún se sostiene en el monolítico
sistema tipificado por Tiatira, en el cuarteado de Sardis, y en algunas sectas
provenientes de este último.
»A la luz de la Palabra, esta postura es insostenible, y esto ha dado lugar a
que multitud de hermanos piadosos que estaban en el error —en la mayor parte de
las veces por herencia posicional—, hayan aceptado este bendito ministerio que
sitúa a los hijos de Dios en el mismo plano de la feliz expectativa de
"Arrebatados por el Esposo, vuelven con el Rey".
»En relación con esto, que de forma general entra en lo que comúnmente conocemos
por la expresión de "dispensacionalismo" (doctrina bíblica relacionada con las
diversas economías), no quiero pasar por alto que Charles Caldwell Ryrie,
escritor evangélico contemporáneo, ha escrito un libro importante titulado
Dispensacionalismo hoy. Ha escrito también otros libros, entre ellos un
comentario del Apocalipsis, pero para lo que nos ocupa no trasladamos ningún
párrafo del mismo, pues los pasajes relacionados con las siete iglesias son
breves y apenas rozan el examen interpretativo.
»Pero, volviendo a "Dispensacionalismo hoy", debemos de opinar que el autor
—según se desprende por esta obra—, a la par de su erudición tiene una fuerte
dosis de sencillez y comedimiento, y como señala el introductor de la obra (que
le conoce personalmente) "muestra su caballerosidad y sensibilidad", confirmando
otro comentarista "que trata con franqueza y cortesía alos críticos del
dispensacionalismo".
»He leído esta obra con interés, y soy de la opinión de que sí es cierto que
trata cortésmente y hace gala de caballerosidad y franqueza con los opositores
del dispensacionalismo. A mi modo de entender le falta algo de rotundidad (tal
vez es la opinión de un latino frente al comportamiento anglosajón), toda vez
que es un hombre convencido de lo que escribe y que conoce el pro y el contra de
lo que existe escrito sobre tema tan interesante. Es una obra recomendable, en
particular para los hermanos iniciados en estas disciplinas. Parte de su obra se
refiere al Sr. Darby y a su incidencia en el dispensacionalismo. No diremos
exactamente que se trate de una apología, pero sí que sitúa el ministerio de
este honrado siervo de Dios en una posición equilibrada y reivindicativa,
haciendo una crítica justa y ponderada frente a los ataques irresponsables de
que ha sido y aún es objeto.
»Obra traducida al castellano (y bien traducida), circula bajo el sello de la
Editorial Portavoz, y, entre otros lugares, se halla en depósito en la Librería
Evangélica, c/. Camelias, 19, 08024 Barcelona, España.
»Pero existen aún otras obras altamente recomendables, debidas a la pluma de
insignes hombres de Dios, que nos ayudan sobremanera en el estudio de las siete
Iglesias del Apocalipsis, y en particular de las cuatro últimas. Por ejemplo:
William Kelly (1821-1906), de quien un hermano ya con el Señor (Paul F. Regard),
informaba que había sido un universitario y hebraísta reputado, autor de
numerosas obras de primer orden sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, y redactor
de una importante revista. Principal colaborador e íntimo amigo de John Nelson
Darby (recopilador también de su vasta obra), éste decía de él que ningún otro
hermano se había identificado tan profundamente y tan de cerca con su
pensamiento como el Sr. Kelly.
»Una de sus obras importantes es el Estudio sobre el Apocalipsis (última edición
revisada por el autor en 1901). El carácter que este hermano imprimía a sus
escritos y la clarividencia y objetividad de sus deducciones espirituales, le
dio una plaza de preeminencia entre los hermanos en el terreno del conocimiento
y la interpretación de la Palabra. Al afirmar esto, no debemos de olvidar que
aquel tiempo estuvo caracterizado por la existencia de hombres profundos y
piadosos a la vez. Usando una figura retórica, podemos añadir que eran una raza
de gigantes. Entre otros, me limitaré a decir cuatro palabras en relación con J.
G. Bellet, que partió para estar con Cristo en 1864, autor, entre otras, de las
trascendentes obras El Hijo de Dios y Los Patriarcas. La primera de una
exquisitez remarcable y de una profundidad que iba acompañada de todo el bagaje
de la más pura sensibilidad espiritual, fue la propia de un hombre marcado por
la humildad, la obediencia, la dependencia y la comunión con Dios.
»Sus escritos, que más bien parecían cantos (J. N. Darby, su amado hermano y
amigo, decía de él que lo que hablaba y escribía era de una rara hermosura de
lenguaje y de pensamiento, sin esfuerzo alguno, al correr de la pluma), todos
sustanciosos y edificantes, sirvieron además para que fuera conocido como "el
ruiseñor" entre los hermanos.
»Tomando nuevamente nuestro tema, opino que este libro del Apocalipsis es muy
explícito y vasto, teniendo en cuenta de lo que se trata. Transcribiré de la
versión francesa algunos textos, que se refieren también, como en el caso de los
otros escritores citados, a las cuatro últimas iglesias del Apocalipsis, cap. 2
y 3.
»De Tiatira dice "que no puede dudar que esta carta contiene un esbozo exacto y
también completo de lo que por medio de los hechos presentes en aquel entonces,
identifican los tiempos de la Edad Media". De la Jezabel simbólica manifiesta
que era un género de mal no conocido hasta entonces. No se trata simplemente del
clericalismo, o de las personas que tienen la doctrina de Balaam, sino de un
estado de cosas formalmente establecido, como por lo general lo representa
siempre la mujer tomada en sentido simbólico. Es fácil cerciorarse de este
interesante extremo si tomamos las Escrituras y las examinamos. El hombre es el
agente, la fuerza activa; la mujer es el estado de cosas producido. Jezabel es
pues el símbolo de lo que aquí convenía, como Balaam en la Iglesia precedente.
La actividad estaba en el clero, el cual había establecido con el mundo los más
vergonzosos compromisos y había vendido el honor de Cristo por el oro, la plata,
el bienestar y la dignidad terrena. De ahí había salido Jezabel. Tal era la
condición tolerada durante la Edad Media en lo que llevaba el nombre de
Cristo... "Pero digo a vosotros, a los demás que están en Tiatira (aquí aparece
claramente el residuo 'vosotros', 'cualesquiera que no tienen esta doctrina', es
a ellos, a este remanente a quien el Señor se dirige ahora". "Yo digo a
vosotros, a los demás que están en Tiatira, cualesquiera que no tienen esta
doctrina, y que no han conocido las profundidades de Satanás como dicen: Yo no
enviaré sobre vosotros otra carga. Empero la que tenéis, tenedla hasta que
venga". El Señor, sin esperar de ellos grandes cosas, habla con la más exquisita
ternura de los que eran fieles a su Nombre. Estoy persuadido de que con ello se
hace alusión a los que comúnmente son conocidos por los Valdenses y Albigenses,
y puede ser de otros también que hayan tenido un carácter parecido. Eran
sinceros y llenos de ardor para Cristo, pero con una pequeña medida de luz y
conocimiento, si se les compara al testimonio más completo y más rico que el
Señor ha suscitado más tarde, como nos muestra el capítulo siguiente.
»En Tiatira hallamos la representación mística del romanismo, pues sería difícil
negar que Jezabel describe cuanto menos este carácter; mientras que "los otros",
el residuo, representan a los que, sin ser protestantes, han formado parte y
fuera del papado de un cuerpo de testigos, antes de la aparición del
protestantismo histórico cuya descripción hallamos al principio del capítulo
tercero.
»En los pasajes traducidos que se relacionan con el romanismo, el Sr. Kelly,
apoyándose en la alusión hecha a la venida de Cristo, dice que la historia de
este sistema irá hasta el fin.
»En Sardis contempla el protestantismo, y entra en amplias consideraciones
acerca del mismo. Si fuera otro el carácter de estos coloquios, muy a gusto
trasladaría sus edificantes e instructivas conclusiones, pero tengo que
circunscribirme a poner de relieve solamente algunos de los pasajes más
sobresalientes: "Nada es tan común entre los protestantes como que se admita una
cosa perfectamente válida porque la tal se halla en la Biblia, sin que por eso
tengan la menor intención de obrar en consecuencia. ¡Cuán serio es todo esto!
Los católicos romanos, en general conocen muy poco las Escrituras para saber lo
que contiene o no. Excepto los puntos comunes de controversia, ignoran casi todo
de la Santa Palabra, e incluso se sorprenden cuando se les dice que esto o
aquello se halla en sus páginas. (Seguramente en la actualidad, no podemos
aplicar una opinión tan definitiva, pero, en términos generales, la cosa se
mantiene más o menos como queda expresado). El protestante, en cambio, puede
leer su Biblia sin el control de un confesor: (ahora los católicos también
pueden leerla); esto es un favor real, un precioso privilegio, pero a causa de
esto mismo, ¡cuán grande es su responsabilidad!"
»"El Señor advierte al ángel de la asamblea de Sardis, que si no vela, vendrá a
él como un ladrón 'y no sabrás a qué hora vendré a ti', añade. No es así como se
expresa el Señor cuando habla de venir a por los suyos. Para los que le esperan
constantemente, su venida constituye un motivo de gozo. ¿Cómo podría
sorprenderlos como un ladrón? No será así, puesto que ellos suspiran por su
presencia más que un centinela por la luz de la mañana. La figura de un ladrón
que se presenta inopinadamente, sólo puede convenir al mundo y a los que se han
adherido a sus ideas. Esta solemne advertencia supone pues, que la asamblea de
Sardis había cesado de esperar prácticamente al Señor como el objeto de su amor.
Todo indica que le temían como a un juez, y con razón. Han resbalado hacia el
mundo y comparten sus temores y ansiedades. Han perdido el sentimiento de la paz
profunda que Cristo ha dejado a los suyos y no se regocijan ya, pensando que
Jesús viene, lleno de amor, a tomar a los que ama tierna y perfectamente para
tenerlos para siempre, allí donde él está. Si gozasen de la dulce y santa
esperanza que El da en su Palabra cuando dice: 'Vengo en breve'; no podría ser
para ellos como un ladrón, cuya presencia inoportuna solamente produce
turbación.
»"'El que venciere será vestido de vestiduras blancas'. Habían algunos en Sardis
que no habían ensuciado sus vestidos, y debían andar con Él en vestiduras
blancas, pues eran dignos. También hallamos aquí, como por doquier, algunas
almas piadosas y preciosas para Cristo. Hemos de tener el gozo de ayudarles para
que adquieran un más exacto conocimiento de la gracia del Señor; no precisamente
atenuando el hecho de su posición o de su manera de obrar, sino con el más
profundo amor hacia ellos siguiendo el ejemplo del Señor".
»"Ahora nos hallamos ante la asamblea de Filadelfia. 'Escribe al ángel de la
asamblea de Filadelfia: estas cosas dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la
llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre'. Cada una
de estas palabras por las cuales Cristo se presenta difiere de lo que es dicho
de Él en el capítulo primero. Esto es precisamente lo que caracteriza el
capítulo tercero, y sobre todo la porción que nos ocupa en este momento. Hemos
notado ya que el principio de la carta a Sardis, aunque aluda a la de Efeso,
ofrece, no obstante, un evidente contraste con ella. Es como un segundo
principio, y en esto sí existe una analogía con Efeso; de todas formas, el Señor
es presentado bajo un aspecto nuevo. Cristo, teniendo los siete espíritus de
Dios, difiere enteramente de la descripción que nos ofrece de Él la carta a
Efeso. En las cartas que siguen a ésta, no hallamos tampoco nada parecido. Se
trata de un nuevo estado de cosas, Estado que aparece tanto más evidente cuando
nos enfrentamos con Filadelfia. 'Estas cosas dice el Santo, el Verdadero, el que
tiene la llave de David'. Nada parecido a esto había sido dicho del Señor en el
primer capítulo.
»"En el segundo capítulo, lo que es dicho del Señor es una repetición de lo que
Juan había contemplado en su visión. La única excepción la hallamos en la
epístola a Tiatira, en donde es designado el Hijo de Dios; pero Tiatira ofrece
un estado de transición, tal como se ha hecho notar. Esta Iglesia es en su
responsabilidad —pero sin poder real— un cuerpo eclesiástico que presenta cosas
abominables a los ojos del Señor, a pesar de que en tal cuerpo exista un
remanente apreciado por su corazón. Este estado continúa hasta el fin y conduce
a la venida del Señor, lo cual no es el caso de las tres primeras iglesias. Las
palabras que parecerían tener relación con lo que les es dicho, se refieren
únicamente a los juicios del momento, mientras que en las cartas a Tiatira,
Sardis y Filadelfia hallamos la mención explícita de la venida del Señor. Pero
de todas formas es a Filadelfia a quien de manera remarcable es manifestada la
persona del Señor y su gloria moral. Es el mismo Cristo; el Cristo que la fe
descubre revestido de una nueva hermosura que no depende simplemente de las
visiones de la gloria que antes habían sido vistas, sino de lo que es en sí
mismo: 'el Santo y el Verdadero'.
»"'Mira que he puesto ante ti una puerta abierta que nadie puede cerrar, porque
teniendo poco poder, guardaste sin embargo mi palabra' (V.M.). Obras poderosas
como las que Sardis haya podido realizar, no son las que distinguen a los santos
de Filadelfia. Nada hay entre ellos que suscite ni llame la atención del mundo.
Nada que excite la sorpresa, la estimación y la admiración de los hombres.
¿Estamos satisfechos de ocupar un lugar semejante? Tal es Filadelfia que anda
tras los pasos de un Cristo rechazado. Todos sabemos cuán poco caso se hacía de
Él en esta tierra; así es también en lo relativo a esta asamblea; ¿pero es que
acaso esto no tiene un valor positivo a los ojos del Señor?" "Esto no es todo.
Sabemos que un tiempo terrible debe venir sobre este mundo. La hora, como dice
aquí, no es simplemente de tribulación, sino de tentación y de prueba. Pienso
que la hora de la prueba abarca todo el período apocalíptico, es decir, que no
se refiere únicamente a la época terrible cuando Satán arrojado del cielo
desciende lleno de furor, y cuando la bestia, habiendo recibido de él su
poderosa energía llega al cenit de su posición, sino también al período lleno de
turbación, de seducción y de juicio que precede este acontecimiento.
»"La hora de la tentación, según opino, es un término que abarca mucho más que
la gran tribulación de Apocalipsis 7, y aun más todavía que la tribulación sin
igual que debe alcanzar al país de Israel (Daniel 12, Mateo 24 y Marcos 13). Si
esto es así, ¡cuán completa es la preciosa promesa!: Porque has guardado la
palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que
ha de venir en todo el mundo, para probar a los que moran en la tierra'.
»"En vano los hombres intentarán escapar; la hora de la tentación vendrá para
todos; les alcanzará aunque esperen sustraerse. Los únicos que escaparán, serán
los que Cristo arrebatará. Notad bien que esto no quiere decir solamente que
serán puestos en un seguro abrigo como el caso de Lot en Zoar, como algunos
interpretan, sino que esto significa que los tales serán conducidos fuera de la
esfera y de la escena de la prueba. 'He aquí vengo presto'. Aquí no viene como
un ladrón, sino que su venida es para el gozo y la felicidad de los que le
esperan.
»"El Señor ha hecho revivir en los corazones la verdadera esperanza de su
regreso. Los hay que esperan así, y es a ellos a quien esta carta es dirigida.
'Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona'. Aquel que vencerá, será
revestido en el día de gloria, de un poder tan remarcable como ahora caracteriza
la pequeñez en la cual goza hallarse en esta escena presente donde disfruta del
despliegue de la gracia."
»De Laodicea opina que "el estado que es descrito es el resultado de haber
odiado y menospreciado el testimonio precedente (Filadelfia) suscitado por el
Señor. Si uno ignora y desdeña la verdad poseída por los que esperan al Señor,
se halla en peligro de caer en la terrible condición que la Palabra sitúa ante
nuestros ojos. Cristo cesa de ser el único objeto al cual el corazón se adhiere;
deja de existir el sentimiento de la bendición relacionado con su venida y que
conduce a la esperanza; aún se posemenos la vivencia de gloriarse en la
flaqueza. Al contrario, se desea ser grande entre los hombres y ser tenidos en
estima por los tales, de modo que se pueda decir. 'Yo soy rico, y estoy
enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa'. Esto pone de manifiesto cuán
importante lugar el hombre religioso se asigna a sí mismo.
»"Es por esto que el Señor se presenta como el Amén, el fin de toda esperanza en
el hombre, hallándose la seguridad únicamente en la fidelidad de Dios. Solamente
Él es "el testigo fiel y verdadero". Es lo que la Iglesia debía haber sido, y,
al no serlo, el Señor ha optado por tomar esta posición. Es la que ya ocupaba,
cuando lleno de gracia estaba en este mundo, y ahora debe tomarla de nuevo en
poder, en gloria y en juicio. ¿Puede concebirse una nota de censura mayor y más
solemne y que es infligida a la condición de los que debieran ser sus testigos
sobre la tierra? Además es también 'el principio de la creación de Dios'. Esto
margina completamente al hombre, y la razón consiste en que Laodicea es la
glorificación del hombre y de sus recursos en la Iglesia.
»"'Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueres frío, o
caliente! Mas por que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi
boca'. Son indiferentes, en principio y en práctica; su corazón está dividido;
sólo la mitad es para Cristo. Estoy persuadido de que nada es más propio para
engendrar la indiferencia que un sano temor de la verdad, cuando no existen el
juicio de sí mismo y una piedad sincera. Tanto más se halla uno adelantado como
portador del testimonio de Dios; tanto más habrá conocido o profesado conocer la
gracia y la verdad de Dios, si el corazón y la conciencia no son gobernados y
animados por el poder del Espíritu por medio de esta verdad y esta gracia que
son en Cristo, más profundamente también, sea temprano o tarde, caerá en un
estado de indiferencia, o tal vez de activa enemistad.
»"Se volverá indiferente a todo lo que es bueno, y si existe algún celo, será
empleado para lo que es malo. Este es exactamente el estado de Laodicea. En
relación con la promesa, el autor añade y finaliza: 'He aquí estoy a la puerta y
llamo: Si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con
él, y él conmigo'. Aun en esta triste condición de ruina colectiva, el Señor se
presenta lleno de gracia para responder a las necesidades de las almas. Pero en
las palabras que finalizan la epístola no hallamos nada especial. No van más
allá de la promesa de reinar con Él. Es decir, esto es lo que alcanzará
cualquiera que tendrá parte en la primera resurrección, aun los judíos que en
una u otra época sufrirán bajo el reino del Anticristo. Es un menosprecio el
contemplar en esta promesa una distinción particular. Quiere decir, en cambio,
que después de todo, el Señor se mostrará fiel, a despecho de la infidelidad.
Tal vez pueda hallarse una fe individual que sea real aún en el medio más
miserablemente alejado de la fidelidad y de la consagración". Como queda
indicado, esto es lo que escribió W. Kelly hace más de ochenta años.
»Ahora bien, en vista de todo lo expuesto, habríamos de distinguir —si es que
hay que hacerlo— entre hecho o posición. O si hay que aceptar ambas
interpretaciones y fundirlas en una sola: hecho (que es en este caso, suceso e
historia en el tiempo), con posición o estado (en este caso de doctrina y de
vivencia). Además, todo esto aplicado a asambleas locales, y por ende al
conjunto de las mismas sobre el mismo terreno de comunión, es decir, en un
Cuerpo universal. O bien al conjunto de individuos solamente, hállense donde se
hallen, siendo conocidos como tales por el Señor únicamente.
Es indiscutible que las tres primeras Asambleas, en este aspecto, son las que no
presentan ningún problema. Son estados, pero es historia. Y los estados y la
historia sin fundirse, coexisten en cada caso. Pero a partir de la cuarta
Iglesia, hasta la última inclusive, todos los entendidos siguen el camino que
trazó el Sr. Darby. Colateralmente van hasta el fin, y sin embargo,
históricamente, se suceden por el orden en que son presentadas, y también
tipifican a la vez unas condiciones.
»Tiatira y Sardis, como instituciones confesionales, como cuerpos religiosos,
son de fácil interpretación; Roma y el Protestantismo, mayormente en sus
Iglesias nacionales. Por mi parte, pienso, que las llamadas Iglesias de Oriente
(la Ortodoxa Griega y sus hermanas), hay que insertarlas en Tiatira. No se puede
hacer abstracción o ignorar a este numeroso Cuerpo de profesión cristiana.
»Pero, ¿qué diremos de Filadelfia? Su origen, bien que con alguna variante
(variante cronológica), todos lo identifican. Pero ¿y su estado actual? ¿En
dónde se halla? ¿Quiénes son? Repetimos a Ironside: "Si una compañía de
creyentes pretendiese ser Filadelfia, sería una pretensión detestable, y Dios ha
desbaratado evidentemente tal presunción". Creo que en este último párrafo se
refiere, veladamente, por delicadeza, a las numerosas divisiones y cismas
sobrevenidos al Cuerpo que inició su andadura histórica allá por 1828 y que
fueron conocidos en su origen por los "hermanos de Plymouth". Después, varias de
sus ramas salidas del tronco común se denominan, discriminándose unos a otros,
"el Testimonio". Esto ha sido un desastre y una vergüenza. Motivo de la más
profunda humillación para nosotros. Heijkoop, en su obra El Porvenir, afirma:
"La gran masa de Filadelfia no ha vencido y no ha guardado lo que tenía. De
Filadelfia ha nacido ... Laodicea", bien que también identifica a Laodicea "con
la cristiandad tibia en las Iglesias libres y grupos fuera de Tiatira y Sardis".
Esto para mí es difícil de entender. No digo de admitir, sino de entender.
»¿Por qué no somos humildemente sinceros y enfatizamos, aceptando la
responsabilidad de nuestras afirmaciones y así los hermanos nos entenderán? O
bien, ¿por qué no confesamos llanamente que hay lagunas interpretativas que
imposibilitan, por el momento, una definición taxativa?
»En lo que poseemos, existe material inapreciable que puede ayudarnos a inquirir
más diligentemente cada día. Hay rasgos de autoridad que se recomiendan a la
inteligencia de los santos. Darby —el más antiguo de los comentaristas serios—
escribe: Tiatira puede ir hasta el fin, pero no es lo que caracteriza el
Testimonio de Dios hasta entonces. Otros estados deben ser introducidos con esta
finalidad. «Sardis empieza una nueva fase colateral en la historia de la
Asamblea ... la Asamblea como tal es nombrada; se trata aún de su historia».
Esto tiene mucha sustancia. Estado; fase; historia.
»Entiendo que Sardis es un hecho. Un hecho bien delimitado que históricamente
continúa hasta el fin. Pero es también un carácter, pues su conducta no es
análoga a la de Tiatira, y esto la distingue.
»Ahora bien, Sardis no es un grupo monolítico en su disciplina eclesiástica, ni
tan siquiera doctrinal. Es una institución desnaturalizada por los hombres. Para
entendernos, podemos decir que la Reforma fue la obra de Dios, pero el
Protestantismo es lo que los hombres han hecho de aquella obra. Es una
institución indefinida que en la unidad no tiene carácter visible. Estamos
incluidos (o mejor dicho, nos incluyen) a todos los que confesamos a Cristo y
que no pertenecemos a las masas confesionales de Roma o de la Iglesia Ortodoxa
Oriental. Pero la realidad es otra. Aquí, el hecho histórico y la posición se
diferencian claramente, aunque ambas subsisten a la vez. ¿Nos ayudará esto a
comprender las posiciones, los estados, etc., que coexisten en las cuatro
últimas Iglesias, todo y estableciendo una identificación de las mismas? Para
los hijos de Dios que no han vivido las inquietudes proféticas esto es
ininteligible, ya lo sé, pero también es cierto que ahora hay una sed diseminada
por doquier, que aporta de la parte del Espíritu una respuesta a los redimidos
en relación con los tiempos que se avecinan.
»Filadelfia se identifica como un estado generalmente salido del estado
precedente: Sardis. (En mucha menor proporción, también de Tiatira). Es una
posición que miles de creyentes de esa Iglesia tomaron de manera diferencial
(guardar la Palabra y no negar el Nombre), y que sin disputa caracterizaron a un
grupo —no masificado— pero sí ampliamente diluido como un testimonio de la
verdad en medio de la muerte espiritual de la cristiandad profesante
principalmente del mundo occidental. Después, la obra misionera lo extendió
mundialmente. Este grupo se extendió en número y en bendición, y su carácter fue
universal (cual corresponde a un testimonio), y tuvo su punto de partida
histórico a principios del siglo pasado. El carácter de Filadelfia era bien
manifiesto en su aspecto general.
»Darby, en su tiempo, describe los rasgos que definen la posición y el carácter
de Filadelfia, bien que no la identifica con ningún grupo diferenciado en su
tiempo. Es un silencio significativo y de delicada humildad: "El Señor era el
Santo y el Verdadero; a ojos humanos tenía poca fuerza, guardaba la Palabra y
vivía de toda palabra que provenía de la boca de Dios; esperaba pacientemente en
Jehová, y es a Él que el portero abría. Vivía en los últimos tiempos de una
dispensación; el Santo y el Verdadero era rechazado, y a ojos de los hombres no
se veía ningún resultado de su trabajo entre los que se decían Judíos y no lo
eran, sino que la Escritura los nombra sinagoga de Satán. En Filadelfia es lo
mismo con los santos: andan en un medio parecido al que Cristo se encontraba;
guardan Su palabra, tienen poca fuerza, no son distinguidos, como Pablo por
ejemplo, por la energía del Espíritu, pero no niegan Su Nombre. Este es el
carácter y el móvil de su conducta. Cristo es confesado abiertamente, la palabra
es guardada, y el nombre no es negado. Esto parece poca cosa, pero en la
decadencia universal, entre las muchas pretensiones eclesiásticas, cuando un
gran número se extravían con los razonamientos humanos, guardar la palabra de
Aquel que es el Santo y el Verdadero, y no negar su Nombre, es el todo". Esta
posición se denominó también "el Testimonio". Este fue el origen, pero hemos
transcrito anteriormente sus resultados.
»¿Qué queda de ello? Cuantitativamente, mucho más que entonces, pero ¿y lo que
corresponde a la realidad? Ironside, veladamente, hace mención de la ruina
espiritual de las divisiones, y Heijkoop afirma que la gran masa de Filadelfia
no ha vencido y no ha guardado lo que tenía, y que de Filadelfia ha nacido
Laodicea, bien que reconoce que Filadelfia quedará hasta la venida del Señor, y
entonces será recogida por Él, pero que se trata aquí solamente de un residuo
pequeño y débil. Yo pregunto: este Residuo, ¿dónde está? Es identificable, ¿sí o
no?
»Unos hermanos argentinos y uruguayos que aunque no son denominacionales se
autodesignan como "Iglesias Cristianas Evangélicas No-Denominacionales,
Independientes y Fundamentalistas", se presentan como un núcleo aglutinador y
lanzan una llamada mundial, en particular a las llamadas "Iglesias
Independientes", habiéndose confederado con las I.F.C.A. (Iglesias
Independientes y Fundamentales de América) U.S.A. y algunas otras diseminadas,
para que el Señor en su Venida halle a "Filadelfia" velando. Reivindican una de
tantas declaraciones de principios fundamentalistas, pero que no dice nada en su
vertiente eclesiástica. Mucho entusiasmo y seguramente sinceridad y todo lo
bueno que gozamos hallar en ellos. Que Dios los halle fieles, y haya entre ellos
quienes posean el carácter de los vencedores de Filadelfia, es lo que desea el
que esto escribe.
»Pasemos a Laodicea. La tibieza es lo que caracteriza el último estado de la
profesión en la Asamblea, la cual ha llegado a un punto tal en relación con
Cristo, que éste debe vomitarla de su boca. No es la simple falta de poder, sino
la falta de corazón, el peor de todos los males. Esta amenaza es absoluta y no
condicional. Supone que el rechazamiento es irremediable. Unida a la falta de
corazón para Cristo y su servicio, vemos en Laodicea mucha pretensión a la
posesión de recursos y de capacidad en sí mismos. "Soy rica, dice, mientras que
la realidad es que no tiene nada de Cristo. Es la Iglesia profesante diciéndose
rica sin tener a Cristo como riqueza del alma por la fe". Esto escribe Darby.
»Ironside, dice que "Laodicea completa la serie septenaria y nos trae
prácticamente a la última condición de la Iglesia profesante en la tierra, y que
su forma de gobierno está caracterizada por la democracia, pues dice que la
correspondiente a Laodicea es la era de la democratización, tanto en el mundo
como en la Iglesia". Heijkoop, escribe que Laodicea es allí donde se ha
apropiado la gracia y arrogado la posición de un cristiano; donde el lenguaje
cristiano es corriente en su uso, y exteriormente la posición de la Iglesia está
en orden; empero donde se encuentra todo esto sin ejercer influencia alguna
sobre el alma. ¿No está descrito aquí nuestro estado presente de manera
conmovedora; aquella situación cuyos principios arrancan de Filadelfia?". Ya ven
los hermanos que esto tiene un carácter de denuncia para nosotros. "¿Cuál es la
situación de los que profesan reunirse solamente en Su Nombre y según Su
Palabra? ¿Lo hacemos esto de verdad?"
»Ahora bien, ¿se trata del estado general de la Iglesia de los últimos tiempos,
es decir, de la Iglesia como un conjunto, o bien es característico también de un
grupo determinado? Porque si las cuatro últimas Iglesias van colateralmente
hasta el fin, y en todas hay vencedores y sin embargo el cuerpo profesante es
juzgado, salvo en Filadelfia, en que no hallamos reprensión, ¿cómo podemos
identificar un tiempo histórico que corresponda a cuatro estados a la vez, si
éstos se suceden uno tras otro, y si cada cuerpo religioso tiene sus propias
características y un juicio dictado a tenor de las mismas?
»Desearía ser ayudado en esto. Mis preguntas no son formuladas en plan de duda,
ni tampoco objetando algún desacuerdo. Tal vez todo está claro. Antes lo
aceptaba todo —en relación con estos pasajes— sin entrar en cualquier análisis,
pero ahora desearía ser esclarecido en esto que nos toca tan de cerca y nos
afecta tan íntimamente.
—No seré yo quien trate, ni tan siquiera intente, aclararte nada de esto que has
expuesto, querido Graells —dijo Roura—. Solamente debo decir que sigo esto con
todo el interés, y no por mera curiosidad. Comprendo todos los interrogantes que
el hermano plantea con su ejercicio y me gustaría ayudarle, pero ya me conocéis.
Yo mismo necesito ser ayudado. Sugiero que oremos unos días sobre este asunto en
particular y que meditemos bajo la dependencia del Espíritu. Dios nos bendecirá
y nos guiará y también nos guardará, porque hemos de ser humildes. Todo esto es
difícil. Si no «acomodamos lo espiritual a lo espiritual», no haremos progresos,
y podemos desviarnos, y más tratándose de una cuestión profética. ¿Qué te
parece, Juan? ¿no opinas así?
Juan Reguant, había escuchado, absorbiendo, por así decir, todo lo que Graells
exponía. No le era difícil entrar en el ejercicio de su hermano. Familiarizados
como estaban entre sí, se captaban las ideas, porque la comunión todo lo hacía
fácil.
—Estoy de acuerdo con Roura, y es tarde ya. Conviene orar y meditar. Pediremos
por todo esto; que Dios nos sea propicio. Si es Su voluntad, Él ordenará en
nuestros espíritus la interpretación provechosa para la mente y el corazón.
Oraron con fervor, y después de desearse mutuamente la bendición del Señor en
todo este negocio espiritual, acordaron una fecha, hecho lo cual Roura y Graells
se despidieron, dejando a Lidia y a Juan Reguant, pensativos.
* * *
—Graells está documentado —dijo Lidia a su esposo—: y a mí me gusta mucho este
tema, pero según me doy cuenta, pienso que él espera que tú le ayudes a ordenar
su mente —con la ayuda del Señor— en relación con el tema de su ejercicio. La
exposición de su preámbulo, podríamos llamarlo así, ha sido extensa, y lo que se
ha dicho invita a la reflexión. ¿Retienes en la memoria todo lo que ha
presentado? ¿Podrás satisfacer los deseos del hermano? Que el Señor te ayude,
amado. Ya sabes que ellos suelen confiar en tus juicios, pero te ruego, Juan,
que oremos mucho antes de responder. Que sea el divino Maestro quien nos enseñe
a todos. Que seamos pequeños a nuestros propios ojos, y no vayamos más lejos de
nuestra medida.
—Estoy de acuerdo, Lidia. Cada vez me doy más cuenta de que sin Él nada podemos.
Pero su gracia me da confianza a esperar todo de Él. He interpretado claramente
lo que el hermano piensa, aunque no retenga en mi memoria todas las palabras que
ha dicho. Graells es tenaz. Lee mucho, y conoce el ministerio escrito de los
hermanos. Tiene muy buen material en sus estanterías. Además, su mente es lúcida
y su corazón desborda de amor para todos. Es un hombre liberado y por eso habla
así; tiene verdadero temor de Dios, y éste es el secreto de lo mucho que ha
adelantado. Es para mí un gozo tener semejante hermano y amigo. Su tónica no ha
variado con el tiempo. Su fervor por Cristo es prioritario, y de ahí se
desprende su conducta en favor de los demás. Su vida le confiere autoridad
moral. Tiene un don de Dios. Cristo llena su vida y su corazón. Ya sabes como le
amo y cómo he penetrado en la intimidad de sus sentimientos. Los años nos han
unido cada vez más, bien que somos de tendencias naturales diferentes.
»Al verle solitario, en la vida del desierto, le he repetido e insinuado varias
veces sobre la necesidad de buscarse una fiel compañera. Siempre me responde lo
mismo. "Gracias, Juan. Veo tu solicitud y te lo agradezco, y más en un caso tan
importante como éste. El fantasma de la soledad tiene influencia sobre el
corazón humano y en mi debilidad a veces he pensado en ello, pero el Señor suple
y aún suplirá mi futuro terrenal. En otro aspecto, su don de gracia me basta. El
apóstol Pablo decía: 'Quisiera más bien que todos los hombres fueran como yo'.
Yo soy como él, en este sentido. ¿Por qué tengo que cuidarme de unas
preocupaciones que embarazarían mi vida de soldado?". Tiene razón el bueno de
Graells. Bendito él, que tiene un don que le permite consagrar toda su vida al
servicio del Maestro. Tengo pues, un profundo respeto por sus ejercicios que sin
duda obedecen a un deseo sincero. Supongo que te das cuenta que a todo lo que ha
expuesto, no puede uno responderle con ligereza. Graells es un hermano dotado, y
espero que esto aportará bendición para todos.
COLOQUIO TERCERO Y FINAL
Esta tercera vez —y con el espíritu a la expectativa de lo que el Señor fuera a
enseñarles— se hallaban nuevamente juntos.
Después de la oración, permanecieron silenciosos. Tenían conciencia de la
solemnidad de las cosas de Dios, y meditaban.
Graells levantó la cabeza y dirigió una mirada a todos, y finalmente con plácida
serenidad se dirigió a Reguant:
—Queridos hermanos, ahora soy yo quien desea oíros. Hemos hecho una pausa que ha
dado lugar a la oración, al estudio y a la meditación. Espero que el Espíritu
tiene algo que mostrarnos sobre esta porción de la palabra de Dios en que hemos
meditado.
—Soy consciente —respondió Reguant—, de que pides una respuesta de mi parte. La
daré. Pero es solamente a título de opinión personal. No adelanto ningún juicio
definitivo, ni como poseyendo alguna autoridad en mis expresiones. Si unos
hombres estudiosos y consagrados, parece ser que no han llegado a salvar ciertas
lagunas (no juzgo; es una simple expresión), ¿qué podría hacer yo, cuando tantas
gracias he de dar a Dios por haber sido ayudado por los escritos de estos
siervos del Señor, en especial los del siglo pasado? Ahora bien, por medio de
ese bendecido ministerio, situándonos en la hora presente, y con la Biblia
abierta a nuestra mente y a nuestro corazón, bien podemos confiarnos a la bondad
de Dios para ser enseñados de Él.
»No intento responder punto por punto a todos los interrogantes que Graells
presentó, ni entrar en todas las consideraciones, documentales o personales que
expuso. Ahí quedaron ante nosotros, como el análisis objetivo de un tema, no por
lo inesperado, menos interesante.
»De todo lo que está ante nuestros ojos, y de todo lo que tenemos noticia,
debemos concluir que, como dice Ironside, no existe ningún grupo denominacional
visible, en este momento, que pueda reivindicar para sí, el nombre o la posición
de Filadelfia. ¿Hemos de deducir por esto que Filadelfia sólo es un estado y no
un hecho en el tiempo? No. Creo que no hemos de deducir tal cosa. Filadelfia es
un hecho histórico en su tiempo, y ahora es un estado allí donde se dan estas
condiciones —es decir—, las del Santo y el Verdadero: Las de guardar la palabra
de Dios y no negar su Nombre.
»¿Quiénes son? ¿Dónde están? El Señor conoce a los suyos y Él es quien puede
identificar este remanente.
»Procuremos peregrinar en este espíritu, sin reivindicar nada, y no caer por lo
tanto en la soberbia e irresponsable pretensión de «ser ricos, de habernos
enriquecido y no tener necesidad de ninguna cosa».
»Allí donde exista una asamblea local de creyentes que guardan la Palabra y no
nieguen Su Nombre (con todo lo que esto implica), allí está representada
Filadelfia. No tiene ningún valor —ni ninguna autoridad administrativa y sí una
grave responsabilidad— el reivindicar una comunión «oficial» de carácter
universal, como siendo poseedores de una ortodoxia doctrinal y posicional, si
las condiciones y las vivencias de los que las profesan están marcadas por la
esterilidad del corazón y el amor al mundo. Esto no es Filadelfia; esto es
Laodicea.
»Es innegable, creo yo, que estos estados y lo que representan en la historia,
coexisten a los ojos del Señor, bien que nosotros podríamos equivocarnos si
pretendiéramos identificarlos como un grupo confesional determinado, sea
exclusivo, o bien confederado.
»Repito, pero, que esto no excluye la responsabilidad que tenemos en manifestar
el carácter positivo de Filadelfia, tanto más cuanto tenemos el privilegio de
conocer alguna cosa.
»Hay vencedores en los cuatro estados que coexisten en este tiempo de nuestra
historia; y esto no tiene contradicción. Basta leer los finales de las cartas a
las Iglesias. Si Dios se lo propusiera, Él puede todo. Podría, por la poderosa
acción del Espíritu, preparar a su pueblo uniformemente y de manera a ser
distinguido para recibir al Señor (y esto se creyó por un tiempo), pero parece
ser que un estudio serio de la Palabra no avala esta idea. De todas las Iglesias
que colateralmente van hasta el fin y que coexisten históricamente en estos días
(las cuatro últimas), la suma de los vencedores en estos días es la Esposa de
Cristo, conjuntamente con todos los creyentes que nos precedieron. Bien es
cierto, no obstante, que sólo Filadelfia, en tanto que Iglesia distinguida de
las otras, está marcada con el carácter de un testimonio colectivo, y esto es
consolador. El Señor tiene pues, un Testimonio, en medio de la profesión.
¡Bendito sea su Nombre! Tiene un testimonio hasta su venida.
»Después la profesión sin vida proseguirá, y Babilonia corresponde a aquel
sistema que amalgamará a todos aquellos que sin tener la vida de Dios en el
alma, se descansaban en la militancia religiosa, sin pertenecer al cuerpo de
Cristo. Al final el juicio de Dios les alcanzará, «por cuanto no recibieron el
amor de la verdad para ser salvos» (2 Ts 2:10). Esta es la consecuencia de la
apostasía.
»No quiero guardar para mí un reciente trabajo aparecido en el "Messager
Evangelique" debido a la pluma del hermano A. Gibert, y que después de la
redacción de estas cuartillas apareció en el primer número del año 1977. Por
creerlo de utilidad y muy ilustrativo en relación con el tema que nos ocupa,
ofrezco la traducción del mismo a mis hermanos:
«AUN UNA PALABRA SOBRE FILADELFIA»
»Es una interpretación generalmente reconocida, que los estados representados
por las cuatro últimas asambleas de Apocalipsis caps. 2 y 3, aparecen
sucesivamente y coexisten hasta la venida del Señor. Filadelfia será arrebatada
antes de 'la hora de la prueba', mientras que Tiatira, Sardis y Laodicea
continuarán profesando un cristianismo sin Cristo y sin vida, del cual Babilonia
será la común y final expresión, que culminará en la destrucción de la misma por
el juicio de Dios, consumado antes de la aparición del Señor en gloria.
»Pero existe un punto que tal vez no se toma demasiado en cuenta: éste consiste
en que Filadelfia es la única de las cuatro asambleas a la que el Espíritu se
dirige como un todo. Aquí no se trata de los otros como en Tiatira, ni de
algunos que como en Sardis no han ensuciado sus vestiduras, ni tampoco de alguno
oyendo como el Señor llama a la puerta como sucede en Laodicea.
»Nadie duda que los fieles distinguidos de la masa en estas tres asambleas
participarán en el arrebatamiento, así como también será el caso de los santos
de épocas precedentes y pertenecientes a otras dispensaciones, pero es en
Filadelfia y solamente en ella, que el Señor —que va a venir presto— ve a la
Asamblea como tal sin hacer distinción de residuo alguno. Este era el caso de
las tres primeras asambleas (que representan estados históricos cumplidos). La
Iglesia era vista en su conjunto y exhortada globalmente, sea a arrepentirse (Efeso
y Pérgamo), o a sufrir como en el caso de Esmirna. En Filadelfia, el Señor tiene
ante sí al conjunto de los que salidos de Tiatira y de Sardis (habiendo salido
esta última a su vez de Tiatira), quienes en la debilidad y el oprobio, no
niegan su Nombre, guardan su Palabra y le esperan en medio de una apostasía que
va madurando.
»Tal era el caso con el residuo piadoso de Israel en otros tiempos (Lucas cap. 1
y 2). Solamente él conoce a todos: sea como individuos dispersados como cuerpos
extraños en el seno de las múltiples denominaciones eclesiásticas, o bien
reunidos por aquí y por allá apartados de la sinagoga de Satán. Así fue también
en el Avivamiento, del cual únicamente Él sabe cuando o como ha operado el
Espíritu para producir y extender sus bendecidos efectos. Así mismo continuará
siendo todo hasta el arrebatamiento. Todos éstos forman una compañía cuyo
conjunto es indiscernible para otros ojos que no sean los Suyos, asociados a Sí
(y no al mundo) y de Quien también reciben promesas, ánimos y exhortación. Se
dirige a ella como Su asamblea , de tal suerte que una agrupación que tomara
para sí el nombre de Filadelfia no podría por menos que hallarse en
contradicción con el estado filadelfiano. Esta pretensión sería la
reivindicación tácita de poseer la fuerza, cuando uno de los caracteres
fundamentales de Filadelfia es el tener poca fuerza. Por otra parte, todo cuerpo
particular que se denomina Iglesia, fragmenta la unidad del único cuerpo de
Cristo; pero los principios de esta unidad permanecen, y toda reunión efectuada
realmente en el Nombre del Señor es invitada a testificar en relación con esta
singularidad que ya existe, pero que es en Cristo y solamente en Él, asegurada
por su Espíritu y expresada en su Mesa. Si entendemos esto y nos lo apropiamos,
sentiremos más profundamente el alcance de la promesa: «Yo te guardaré de la
hora de la prueba», así como de la advertencia que acompaña el «vengo en breve:
Retén lo que tienes para que nadie tome tu corona». ¿Y no es acaso en el gozo
más profundo del amor del Señor por su Asamblea, marcada por la debilidad en
cuanto a sí misma, que se desarrollará este 'amor fraternal' inseparable de un
testimonio filadelfiano? Esto es precisamente lo más opuesto a un espíritu
sectario.
»Laodicea, la cual aparece como la reacción de la cristiandad profesante frente
al Avivamiento filadelfiano, añade al tradicionalismo de Tiatira y al de Sardis,
el modernismo que deja a Cristo fuera de la puerta.
»Filadelfia o Laodicea: ¿Qué es de nosotros?
»Lo dicho y lo transcrito es todo lo que me sugiere el ejercicio de Graells y
doy gracias a Dios por estas buenas veladas que hemos pasado considerando tema
tan sugestivo.
—Yo también doy gracias a Dios —intervino Graells—. En pocas palabras, es
difícil hallar una respuesta tan clara como ésta, después de tanto argumentar
por mi parte ... —y sin dar tiempo a proseguir, Roura, con su voz poco
disciplinada, pero cálida, entonó en solitario este conocido cántico de
esperanza, al que embargados y felices se unieron todos los demás:
Jesús en breve volverá
Y tomará Su pueblo a Sí
Del mundo, y El nos llevará
Al buen hogar del Padre allí
Para Su rostro contemplar,
Y Sus loores entonar.
En breve nos vendrá a buscar
Nos urge el tiempo redimir;
Cuidemos siempre de agradar
A Aquel que pronto ha de venir,
Mirando atentos el albor
Cual los que esperan al Señor.
En breve el tiempo pasará
¿Por qué esquivamos nuestra cruz?
Benignamente aliviará
Su peso el Salvador Jesús;
Y su divina bendición
Será cabal compensación.
¡En breve; ven, Señor Jesús!
La Esposa y el Espíritu
Exclaman, y en plena luz
Tu rostro han de ver, y Tú
Presencia en el celeste hogar
Por siempre en gloria disfrutar.
C. Sanz.
¿Son personajes ficticios? ¿Es esto un relato ficticio? Puede que sí, … pero
puede que no. Mas en cualquiera de ambas vertientes que miremos, no podrá negar
el lector que fuera de desear que, o bien la ficción valiera una realidad, o
bien que la realidad no fuera una ficción.