MÚSICA INSTRUMENTAL
¿Tiene sanción bíblica la música instrumental en el culto y testimonio cristiano?

Por C. H. Brown


 

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CONTENIDO:

Introducción

Capítulo 1: El modelo neotestamentario

Capítulo 2: Instrumentos musicales en la Iglesia Post-apostólica

Capítulo 3: La cuestión de las palabras griegas

Capítulo 4: El Cristianismo en contraste con el Judaísmo

Capítulo 5: Llamamiento a la separación

Apéndice

 

 



 


Introducción

Durante los cincuenta años en los que el autor de este folleto ha permanecido entre cristianos reunidos solamente al nombre del Señor, de acuerdo con la promesa de su presencia en medio de dos o tres (Mt 18:20), ha presenciado repetidos intentos para llegar a introducir la música instrumental como un auxiliar para el testimonio evangélico. Hasta ahora estos esfuerzos han sido limitados a las actividades de las escuelas dominicales, trabajo misionero, reuniones juveniles, cultos de evangelización, casamientos y funerales.1

Considerando que esta tendencia es manifiesta hoy día, juzgamos oportuno volver a examinar el cuerpo completo de la conexión, si es que la hubiere, entre los instrumentos musicales y la cristiandad bíblica. Precisamos de la gracia para llevarla a cabo, no con espíritu de controversia, sino más bien mediante una búsqueda seria y cabal de la Palabra, para conocer la mente del Señor en este asunto. La Palabra de Dios es siempre el último tribunal de apelación en todo lo que concierne al orden de su casa. Que así examinemos esta cuestión, con corazones prestos a aprender, y busquemos solamente su propósito tal como Él se ha complacido en revelárnoslo.

«¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido» (Is 8:20).


 

Capítulo I
El modelo neotestamentario

Todos somos propensos a caer en aquel viejo refrán popular: «Todo está bien». Como niños nacidos en este mundo, nos encontramos con una iglesia y funcionando de acuerdo con modelos predeterminados en cuanto a pensamiento y métodos. Mientras se desarrollan nuestras capacidades mentales y espirituales, nos es muy natural acomodarnos a cuanto encontramos a nuestro alrededor, suponiendo que goza de sanción bíblica.

El autor, cuando fue niño, asistió a una llamada iglesia, en la que se tocaba el órgano en todos los cultos. Se aceptaba todo eso como lo apropiado. Cuando él amplió su esfera de asociaciones encontró que el piano, el órgano y aún la orquesta ocupaban un lugar más o menos importante en los distintos grupos religiosos con los que tenía contactos. Jamás se le ocurrió objetar su presencia. Lo aceptó todo como constituyendo siempre una parte de la adoración y del testimonio en la iglesia. Nos atrevemos a afirmar que tal actitud es completamente típica entre los cristianos de hoy.

No mucho tiempo después de su conversión, alrededor de los diecisiete años, el autor fue invitado a asistir a una pequeña reunión de creyentes reunidos sencillamente al nombre del Señor Jesús. Todo cuanto allí presenció le pareció completamente diferente a lo que hasta entonces había visto. No había órgano ni otro instrumento musical; tampoco había señales de que existiera un coro. El canto era congregacional, sin director visible. Todo esto le impresionó como muy peculiar, ni se sentía atraído siquiera por la extraña sencillez de todo aquello. En ese entonces aún no había alcanzado su madurez espiritual, con la que podría tener disposición para buscar las razones de todo aquello, si acaso las hubiera habido.

Ahora llegamos al punto exacto de la pregunta que nos hemos formulado en nuestra introducción. Dejádmela especificar de la manera más clara posible y en una audaz pregunta: ¿los instrumentos musicales forman parte del culto de la Iglesia y del testimonio evangélico, desde los inicios de la historia de la Iglesia de Dios en la tierra, a través de los tiempos apostólicos y de los posteriores? Para contestar a esta pregunta, nos ayudarán los hechos siguientes.

Para empezar, debemos tener presente que la dispensación propiamente cristiana o de la Iglesia no se inició hasta el día de Pentecostés. Cuando nuestro Salvador estaba en la tierra, dijo a Pedro: «Sobre esta roca edificaré mi iglesia» (Mt 16:18). No dijo: «estoy edificando mi iglesia» o «he edificado mi iglesia», sino «edificaré», anunciando una cosa futura aún. La única otra mención de la Iglesia que encontramos en los cuatro Evangelios se halla en Mt 18:17: «Dilo a la iglesia». Pero un examen atento de los versículos 15-20 de este capítulo 18 de Mateo nos mostrará que nuestro Señor estaba contemplando los días que vendrían después de que Él se hubiera ido de la tierra. Esto lo vemos bien claramente si consideramos el versículo 20: «porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Esto era un anticipo del tiempo subsiguiente a su ascensión al cielo, y en que Él manifestaría su presencia real, aunque invisible, en medio de dos o tres congregados en su nombre.

La vigencia de la Iglesia como un cuerpo funcionando sobre la tierra tuvo su principio en el día de Pentecostés tal como se describe en el capítulo 2 del libro de Hechos. Esto es confirmado de manera definitiva en 1 Co 12:13: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo». La primera vez en que la palabra iglesia (propiamente asamblea, de la voz griega ekklesia) es usada en el libro de los Hechos para designar este nuevo cuerpo, la hallamos en el capítulo 5, versículo 11: «Y vino gran temor sobre toda la iglesia».2 Así estamos seguros de que pisamos terreno firme si continuamos nuestra investigación de las prácticas apostólicas en la Iglesia tan solo a aquellas porciones del Nuevo Testamento que son posteriores a los cuatro Evangelios...

Lo primero que nos llama la atención al examinar el libro de los Hechos es el silencio de algo que pudiera semejarse al uso actual de los instrumentos musicales en la Iglesia. En verdad, la única mención que se hace sobre el canto en todo el libro de los Hechos, la tenemos en la ocasión en que Pablo y Silas se hallan encarcelados en Filipos: «Pero a media noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios» (Hch 16:25). Nadie podría pensar en la existencia de instrumentos musicales en aquel oscuro calabozo interior.

Prosiguiendo con nuestro examen, en las epístolas encontramos el mismo silencio en cuanto al uso de cualquier ayuda mecánica en la adoración o el testimonio cristianos. A continuación, citaremos las ocasiones en que las epístolas neotestamentarias aluden a la música o al canto:

«Como está escrito: por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu nombre» (Ro 15:9).

«Cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (1 Co 14:15).

«Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones» (Ef 5:19).

«Enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales» (Col 3:16).

«Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la iglesia cantaré tu alabanza» (He 2:12), (Versión Moderna).

«¿Está alguno alegre? Cante alabanzas» (Stg 5:13).

En estas seis referencias no se halla ningún indicio de acompañamiento musical en el canto. Al contrario, se afirma que la melodía debe estar en «vuestros corazones».

Si Dios hubiera deseado que los instrumentos musicales tuviesen cabida en la Iglesia, Él así nos lo habría declarado de manera específica, ya sea en los veintiocho capítulos de los Hechos de los Apóstoles (escritos por Lucas), o en el cuerpo que forman las catorce epístolas paulinas, las tres de Juan, las dos de Pedro, o en las que escribieron Santiago y Judas. Cuán sorprendente es el hecho que esto que tiene tanta cabida en el pensamiento y en la práctica del cristianismo hoy en día, no haya encontrado una sola mención en estos veintidós escritos --obra de seis siervos diferentes del Señor que cubrieron un lapso de setenta años aproximadamente.3 ¿Qué del último libro del Nuevo Testamento? No debemos sorprendernos de encontrar mencionado frecuentemente el canto en ese libro de triunfo celestial después de los sufrimientos y pruebas del peregrinaje terrenal. Mas no es el cántico de los ángeles lo que recrea nuestro oído... No dice en ninguna parte de la Biblia que los ángeles cantan: ellos no son redimidos.

Una lira especial hay para el pecador
ya lavado bien con la sangre del Señor;
Ángel no puede nunca esa lira pulsar,
Sólo al que Dios salvó podrá su loor cantar.


La primera mención sobre el canto en Apocalipsis la encontramos en el capítulo 5, versículos 8-9: «Los cuatro seres viviente y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico».

La compañía descrita bajo similitud de unos veinticuatro ancianos, ciertamente es la reunión de los santos glorificados. En «Sinopsis sobre el Apocalipsis»4 el autor dice: «Alrededor de este (del trono) aquellos que representan los santos arrebatados en la venida de Cristo --cual reyes y sacerdotes-- están sentados en tronos». Aquí encontramos una multitud portando arpas y copas de oro llenas de perfume. ¿Qué significado puede tener esto en nuestra investigación?

En primer lugar, no podemos tomar esa futura escena celestial como modelo de la adoración y del testimonio cristianos hoy día. No se refiere a la Iglesia funcionando... en la tierra. Si tal fuere el caso, seguramente hallaríamos una escena parecida a esta en el libro de los Hechos o en alguna epístola. De modo que la visión celestial descrita no sirve de modelo en la adoración aquí abajo, sino de un nuevo orden.

En segundo lugar, debemos tener siempre presente, al leer el Apocalipsis, que es un libro de símbolos. En el folleto «Los símbolos del Apocalipsis brevemente definidos»5 se citan más de doscientos símbolos distintos.

Lógicamente pues, no debemos tomar al pie de la letra todo cuanto hallamos mencionado en esta revelación notable del porvenir. Por ejemplo, aunque reconocemos que los veinticuatro ancianos simbolizan a los santos glorificados, nunca tomaríamos el número de veinticuatro de una manera literal. Actualmente, suponemos que el número de ellos estará muy por encima de nuestra comprensión. Si no encontramos dificultad alguna en ver el significado simbólico del número veinticuatro, ¿por qué hemos de dudar en considerar las arpas como algo enteramente simbólico también? El Dr. Burton en su libro antedicho, señala las arpas como símbolo del servicio coral de alabanza.

Además, si insistiéramos en dar un sentido literal a las arpas celestiales, entonces tendríamos que aceptar literalmente las otras figuras adjuntas. Si hemos de añadir arpas (instrumentos de música) a la adoración y al testimonio de las asambleas porque encontramos que se hace mención de ellas en el cielo, consecuentemente ¡incluyamos también las copas llenas de oro y perfumes, altar dorado y coronas en las cabezas! No, hermanos, no. Nos desviaríamos muchísimo de la simplicidad de la asamblea de los redimidos mencionada en Hechos 2:42, si procuramos apropiarnos los símbolos materiales del Apocalipsis.5 ¡Cuán sencillamente bendito es el modelo!:
«Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones».

Si nuestros lectores desean meditar más ampliamente las referencias que se hallan en el Apocalipsis sobre el canto o los instrumentos musicales, las encontrarán en Ap 5:8-9; 14:2-3; 15:2-3.

En las dos últimas de estas referencias, de nuevo hallamos arpas celestiales y tañedores, pero nuestro comentario anterior puede aplicarse igualmente. Sabemos que, literalmente, no habrá un mar de vidrio mezclado con fuego. ¿Por qué queremos pues que hallan arpas de Dios literales?

Como conclusión, podemos decir con la seguridad que nos da la voluntad revelada de Dios en la doctrina y práctica neotestamentarias, que la música instrumental no tenía lugar en la Iglesia apostólica.


 

Capítulo II
Los instrumentos musicales en la iglesia post-apostólica.6

Estamos seguros de que muchos de los que han de leer estas líneas se sorprenderán al saber que pasaron muchos siglos antes de que los instrumentos musicales fueran introducidos en la Iglesia.

Los apologistas de la música en la Iglesia difícilmente han podido hallar mención alguna de tal innovación durante los primeros siete siglos de la era cristiana. Se han hecho cuidadosas tentativas para incluir a Clemente de Alejandría como primer testigo a favor de música instrumental en la Iglesia. Clemente fue un doctor griego que enseñaba en la ciudad de Alejandría y fue figura prominente en los asuntos eclesiásticos desde el año 192, hasta su muerte alrededor del año 215. Citamos del libro de Kurfees, «Música Instrumental en la Adoración», páginas 125-134, lo siguiente:

«Joseph Bingham, el eminente autor de "Antiquities of the Christian Church", dice sin vacilar: "Clemente más bien argumenta que la música instrumental, como la del laúd y del arpa, no era utilizada en las iglesias públicas" (Antiq. Vol. II, pág. 485)...

Johann Caspor Suicer, célebre escritor latino del siglo XVII...cita algunos fragmentos de Clemente, y entre ellos tenemos el siguiente: "Música superflua debe ser rechazada porque degrada y hace variar mucho la mente"... Suicer infiere esta conclusión directa: "Clemente no ha escrito nada por lo tanto que pudiera favorecer al órgano y a su uso en los días presentes, pero sí ciertamente ha abogado por todo lo contrario"».

Los mismos apologistas de la tesis del uso de la música instrumental en la Iglesia, recurren a otro supuesto testigo: Ambrosio, obispo de Milán (340-397). Pero M.C. Kurfees, quien ha hecho un estudio minucioso de esta materia, especifica:
«Sólo enfatizamos aquí que la evidencia aducida en favor de estas pretensiones, no solamente no es decisiva, sino señala convincentemente la conclusión de que Ambrosio de ninguna manera la introdujo. En verdad la enciclopedia de McClintock and Strong (McClintock and Strong's Cyclopedia) dice: "Ni Ambrosio, ni Basilio, ni Crisóstomo en sus nobles panegíricos pronunciados sobre la música, hicieron mención alguna de la música instrumental" (Vol. VI, pág. 756, Art. Música)» (Kurfees, págs. 123-124).

M.C. Kurfees cita después diversas autoridades musicales y costumbres eclesiásticas. Primeramente cita al Dr. Ritter, director de la Escuela de Música del Vassar College, en su obra, «Historia de la Música», pág. 144:

«No poseemos ningún conocimiento del carácter exacto de la música que formó parte de la devoción religiosa de la primera congregación cristiana. Aquella fue, sin embargo, puramente vocal. La música instrumental fue excluida, puesto que había sido utilizada por los romanos en sus festivales depravados; y todo cuanto pudiera recordar al culto pagano no podía ser tolerado por los nuevos religionarios».

Edward Dickinson, profesor de Historia de la Música del Conservatorio de Música del Oberlin College, cita de Juan Crisóstomo, doctor de la iglesia de Antioquía y el más renombrado de los padres griegos, que vivió desde el 347? al 407, lo siguiente:

«David en tiempos pasados cantó salmos; con él nosotros hoy cantamos también; él tenía una lira con cuerdas inanimadas, la Iglesia tiene una lira cuyas cuerdas son vivientes. Nuestras lenguas son las cuerdas de la lira, con tono distinto, ciertamente, pero con piedad más concordante», pág. 145.

El mismo profesor Dickinson también hace notar acerca de San Agustín (354-430), obispo de Hipona, en el norte de África:

«Conjuró a los creyentes que no volvieran sus corazones a los instrumentos teatrales. Los guías religiosos de los cristianos primitivos sentían que sería una incongruencia...si usaran...sonido instrumental en su...adoración. La expresión puramente vocal era la expresión más apropiada de su fe» (La Música en la Historia de la Iglesia Occidental), págs. 54-55.

Al llegar a este punto, permítasenos inquirir lo siguiente: Si todo el testimonio de los primeros padres fue contrario al uso de instrumentos en la Iglesia, ¿cuándo tuvo efecto el cambio de actitud hacia la introducción de instrumentos musicales? La Enciclopedia Americana (The American Cyclopedia) dice:

«El Papa Vitaliano es tildado de haber introducido por vez primera el órgano en algunas de la iglesias de la Europa occidental, alrededor del año 670; pero el primer relato más digno de fe es aquel que se refiere al regalo de un órgano enviado por Constantino Coprónimo, emperador griego, a Pepino, rey de los francos en el año 775» (Vol. XII, pág 688).

«Pepino, a su vez, donó el órgano a la iglesia de Saint Corneille, en Compiegne» (New International Encyclopedia, Vol. XIII, pág. 446).

La Enciclopedia de McClintock y Strong dice:

«Mas los estudiantes de arqueología eclesiástica están generalmente de acuerdo en que la música instrumental no fue utilizada en las iglesias hasta una fecha mucho más posterior (que la del Papa Vitaliano en el 670); ya que Tomás de Aquino (famoso teólogo italiano, 1225-1274) escribió estas interesantes palabras en el año 1250: "Nuestra Iglesia no utiliza instrumentos musicales tales como arpas y salterios, para loar a Dios, a fin de no caer en similitud alguna con el judaísmo". De conformidad con este fragmento, tenemos plena evidencia de que no existía uso eclesiástico de órgano en el tiempo de Tomás de Aquino. Se alega que Mariano Sanuto, que vivió alrededor de 1290, fue el primero que introdujo el uso de órganos de viento en las iglesias» (Vol. VIII, pág. 739).

La Concise Cyclopedia of Religious Knowledge (La Enciclopedia Sucinta del Conocimiento Religioso) en su artículo órgano, dice:

«En tiempos de la reforma, los órganos fueron descartados, por ser considerados como los remanentes más viles del Papismo», pág. 683.

Quizá pueda ser una sorpresa para muchos lectores saber que la Iglesia Ortodoxa Oriental (la cual según el Almanaque Mundial de 1957 cuenta con 125 millones de miembros) jamás a través de toda su historia...ha introducido música instrumental.7,8
Juan Bingham, autor de «Antigüedades de la Iglesia Cristiana», erudito miembro de la Iglesia de Inglaterra, comenta:

«Nunca fue recibido (el órgano) en las iglesias griegas, no habiendo mención del mismo en su liturgia antigua o moderna» (Words, Vol. II, págs. 482-484, Londres, Ed.).

La Enciclopedia de McClintock y Strong dice:

«Nunca ha sido empleado el órgano u otro instrumento en la adoración pública en las iglesias orientales, ni tampoco se hace mención de música instrumental en toda su liturgia antigua o moderna» (Vol. VIII, pág. 739).

El profesor Juan Girardeau, un miembro de la Iglesia Presbiteriana, en su libro «Música en la Iglesia» (Music in the Church), señala:

«Apelando a los hechos históricos, se ha comprobado que la Iglesia, a pesar de deslizarse cada vez más y más lejos de la verdad y caer en corrupción de la práctica apostólica, no tuvo música instrumental en un período de 1200 años (J. Girardeau quiere decir que su uso no llegó a ser general durante este lapso), y que la Iglesia Reformada Calvinista rechazó su uso en los cultos por ser un elemento del papismo, y también la Iglesia de Inglaterra ha llegado muy cerca de su apartamiento en sus cultos de adoración. El argumento histórico, por esta razón, se une al escriturario...para alzar un solemne y poderoso repudio a su empleo en la Iglesia Presbiteriana. Usarla en la esfera de la adoración es una herejía», pág. 179.

Adam Clark, el comentarista metodista, dice:

«Creo que el uso de tales instrumentos musicales en la Iglesia Cristiana, no tiene la sanción de Dios y va contra su voluntad; los instrumentos pervierten el espíritu de la verdadera devoción... Nunca supe que produjeran algo de bueno en la adoración de Dios. Yo estimo y admiro la música como ciencia; pero abomino y rechazo por completo los instrumentos musicales en la casa de Dios» (Vol. IV, pág. 686).

Juan Wesley, el más conocido de los ministros metodistas, se oponía al uso de los instrumentos en la iglesia...
Juan Calvino, el gran reformador, en su comentario al Salmo 33, dice:

«Los instrumentos musicales para solemnizar las alabanzas de Dios no serían más apropiados que la quema de incienso, el uso de luces y velas, y la restauración de otras sombras de la ley».

Carlos Haddon Spurgeon, el célebre ministro bautista del Tabernáculo Metropolitano de Londres, no utilizaba instrumentos musicales en sus cultos. (Véase «Música Instrumental en la Iglesia», por Girardeau, pág. 176).

Alejandro Campbell (1788-1866), fundador de los Discípulos de Cristo, rechazó firmemente el uso de los instrumentos musicales en la Iglesia. (Véase Kurfees, pág. 210). Un año después de haber fallecido Campbell, uno de sus más conocidos seguidores, el Dr. H. Christopher, lanzó un conmovido llamamiento contra el uso de los instrumentos musicales en las iglesias. He aquí parte de lo que dijo:

«Por tales razones, no puedo encontrar ante mí un solo hecho, argumento, razón o alegato que pudiera sernos de justificación para que utilicemos instrumentos musicales en la adoración de la Iglesia... Es una innovación de la práctica apostólica... Aprendamos de las experiencias de otros y contentémonos con aquello que Dios ha ordenado, y dejemos que la música instrumental y todas sus concomitancias permanezcan allá donde nacieron, o sea entre las corrupciones de la iglesia apóstata» («The Lord's Quarterly», octubre de 1867, págs. 365-368).

A la vista de todas las pruebas que acabamos de citar relativas a la ausencia de música en los primeros setecientos años de la historia de la Iglesia; a la vista de la turbulenta oposición encontrada durante los siguientes setecientos años; y a la vista de la piadosa oposición a su uso que existió hasta mediados del siglo XIX, ¿acaso no podemos justamente llegar a la conclusión de que la historia de la Iglesia de Dios sobre la tierra se ha manifestado de modo incontrovertible contra la introducción de los instrumentos musicales en la adoración y el testimonio de la Iglesia?



 

Capítulo I
L
a cuestión de las palabras griegas

Hay tres verbos griegos y los sustantivos análogos a estos que se emplean en conexión con las ideas de canto y melodía en la Iglesia. Son addo, humeo y psallo. Kurfees dice:

«En ninguna ocasión ha habido controversias sobre la clase de música, en general, indicada por los dos primeros verbos, y sus sustantivos, y tampoco las hubo, ciertamente, hasta años recientes, con referencia al significado de psallo juntamente con sus sustantivos», pág. 4.

Kurfees, después de un estudio completo de la palabra psallo, ha presentado muy hábilmente sus descubrimientos en el curso los primeros nueve capítulos de su «Música Instrumental en la Adoración», págs. 3-97. Nos contentaremos con señalar aquí meramente sus conclusiones:

«Todos los lexicógrafos y doctores están de acuerdo de que en los principios del período neotestamentario la palabra psallo había venido a significar cantar»...

«Juan Enrique Thayer, autor del "Léxico del Nuevo Testamento", que por decisión unánime de los eruditos de hoy no tan solo está a la cabeza, sino muy por encima de todas las demás autoridades en el campo especial de la lexicografía del Nuevo Testamento, era de la Iglesia Congregacionalista; pero sin embargo --cuando tantos otros dejaron de hacerlo-- rehusó ser influenciado por consideraciones teológicas, y de esta manera escribió en su famoso léxico, un registro fiel del significado verdadero de las palabras», págs 69-70.

Citemos a Thayer, en dicha obra sobre la palabra psallo:

«...en el Nuevo Testamento, cantar un himno, alabar a Dios en cánticos. Stg 5:13».

El Dr. Jaime Begg en su obra titulada «El Uso de los Órganos», cita aprobatoriamente al Dr. Guillermo Porteous, doctor presbiteriano escocés de Glasgow (1735-1812), con referencia al significado de psallo en el Nuevo Testamento:

«Es evidente que la palabra griega psallo significaba en su tiempo (período de los padres griegos), cantar con solamente la voz... psallo en todo el Nuevo Testamento nunca quiere decir, en su significado básico, sonar o tocar un instrumento» (citado por Kurfees, págs. 60-61).

Cerramos nuestro breve examen del significado neotestamentario de psallo con este resumen mordaz de Kurfees:

«Cuando Thayer llega al período neotestamentario dice que psallo significa: "En el Nuevo Testamento, cantar un himno; alabar a Dios con cánticos".

Y como punto final a la controversia, el gran léxico de Sófocles,9 dedicado exclusivamente a los períodos romano y bizantino, y que por consiguiente abarca el período completo de la literatura del Nuevo Testamento y a la patrística, aclara que no encontró ni un solo ejemplo de esta palabra que tuviera otro significado», pág. 48.

Así podemos apartar de nuestras mentes, por ser pura conjetura o juicio interesado, cualquier justificación del empleo de los instrumentos musicales en la Iglesia, basándose en una connotación supuesta de las palabras griegas citadas.



 

Capítulo IV
El cristianismo en contraste con el judaísmo.

Estamos plenamente persuadidos de que la aceptación de los instrumentos musicales en la adoración y el testimonio cristianos se debe básicamente al fracaso espiritual de los creyentes en no reconocer la distinción entre las dos dispensaciones: la ley y la gracia.10 Una de las afirmaciones más interesantes de nuestro Señor, cuando aún estaba en la tierra, se halla al final del capítulo 5 del Evangelio de Lucas:

«Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. MAS EL VINO NUEVO EN ODRES NUEVOS SE HA DE ECHAR; y lo uno y lo otro se conservan. Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: el añejo es mejor» (Lc 5:37-39).

¡Cuán impresionante es esta declaración! ¿Qué quiso enseñarnos nuestro Señor con esta alegoría hogareña? Creemos que es sencillamente lo siguiente: el judaísmo y el cristianismo no se mezclan; se excluyen mutuamente. Tratar de unirlos es la pérdida completa del significado de cada uno de ellos.

El sistema judaico brota de la promesa hecha a Abram, estando éste aún en la tierra de Ur de los caldeos: «Y haré de ti una nación grande,...y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gn 12:2-3). Posteriormente el Señor renueva su promesa en las palabras: «Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra» (Gn 15:7). Cuando Abram cuenta con noventa y nueve años de edad, de nuevo Dios se le aparece, le cambia su nombre por el de Abraham, y reafirma su promesa con estas palabras: «Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos» (Gn 17:8).

Encarecemos al lector a tomar nota de las tres promesas antedichas. No se dice ni una sola palabra acerca del cielo, ni acerca de la vida venidera. Todo está relacionado con esta tierra, en especial a una región llamada Canaán, y las promesas sólo tienen que ver con la prosperidad temporal aquí abajo.

Más tarde, después de que la nación de Israel fuera sacada de Egipto y conducida a la tierra prometida de Canaán, la hallamos tratando de actuar concorde a la promesa hecha mediante Moisés al efecto que «Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puestos por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres» (Dt 7:12). Viene después una promesa detallada sobre prosperidad terrenal, gran crecimiento de la familia, rebaños y cosechas, así como apartamiento de enfermedades y plagas de entre ellos, y también la certidumbre de victoria sobre sus enemigos. (Léase el pasaje completo, Dt 7:9-18). En todo ello no hay sugerencia alguna de bendiciones más allá de esta vida. El asunto de cielo e infierno no se debate; todo es terrenal.

Cuando llegamos a examinar las disposiciones dictadas por Dios para la adoración formal por su pueblo terrenal, quedamos sorprendidos por el gran contraste de aquello con lo que encontramos en la cristiandad. Ya en el relato detallado de los planes de la adoración en el tabernáculo (Éxodo caps. 25-30) o en la inauguración de la adoración en el templo (2 Crónicas 2-7), estamos frente a frente con un sistema de adoración divinamente sancionado, externo, formal, ritualista y terrenal en cada uno de sus detalles.

Notamos en la Epístola a los Hebreos que no es tanto una comparación de las dos dispensaciones de la ley y la gracia, como un contraste entre las dos. No obstante todas las solicitudes que Dios ha tenido para mostrarnos las diferencias esenciales y básicas entre esos dos modos de tratar con la humanidad sobre la tierra, el cristianismo ha rehusado observar la línea de demarcación, y de manera bastante desastrosa ha tratado de combinar ambos.

Señalamos brevemente algunos de los contrastes divinamente marcados que existen entre las dos dispensaciones. En contraste con la promesa judaica de bendiciones terrenales, está la promesa de bendiciones celestiales para los cristianos. Véase Ef 1:3: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo». Nuestro Señor nos mostró la perspectiva: «En el mundo tendréis aflicción» (Jn 16:33). «Pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece» (Jn 15:19). En ello no existe la promesa de una victoria sobre los enemigos temporales, sino todo lo contrario.

En el sistema judaico no existía acceso a la presencia de Dios, sino por mediación del sumo sacerdote, y esto únicamente una vez por año (He 9:7-9). Pero en la cristiandad tenemos el bendito privilegio del acceso al Lugar Santísimo por medio de la sangre de Jesucristo (He 10:19). En el primer sistema, solamente una clase especial de personas, la tribu de Leví, podía ministrar las cosas divinas, pero entre nosotros tenemos la certidumbre de que todos somos real y santo sacerdocio, para ofrecer sacrificios espirituales, y para anunciar sus alabanzas. (Compárese 1 P 2:5,9). En el sistema anterior no existía el conocimiento de la aceptación para con Dios, pero nosotros nos regocijamos en el conocimiento de nuestros pecados perdonados. (Compárese Ef 1:6 con He 10:1-3). En el primer sistema existía la constante repetición de los sacrificios, año tras año, y el sacrificio de los corderos, día tras día, en su continua inmolación (Éx 29:38-42). Pero en la Epístola a los Hebreos leemos: «Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (He 10:14).

Llegamos ahora a aquel aspecto del judaísmo que tiene una conexión especial con el asunto de este estudio. Nos referimos a la grandeza externa del culto en el templo. Sabemos de la descripción de la dedicación del templo, tal como la que encontramos en 2 Cr 2-7, que el esplendoroso edificio, construido a un costo aproximado de mil millones de dólares,11 fue sin lugar a dudas la más costosa y primorosa estructura jamás edificada por la mano humana. En imitación de lo precedente, el cristianismo ha tratado de copiarlo en sus basílicas, templos y catedrales. Mas cuando consideramos la enseñanza del Espíritu para la época de la Iglesia, no hallamos sino completo silencio con relación a cualquier estructura física santificada para ser morada de la Iglesia. No; más bien encontramos este pronunciamiento directo: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Co 3:16). Y otra vez leemos, «En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2:22). Igualmente en otra epístola: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual» (1 P 2:5). Ojalá que en nuestras mentes sea bien clara y patente la idea de que no existe hoy en la tierra un edificio físico, bien fuere de madera, de piedra o de mármol, etc..., que tuviere alguna santidad ante los ojos de Dios.

Consideremos el culto en el templo tal como nos es reseñado en 2 Cr 5:12-14: «Y los levitas cantores, ...vestidos de lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del altar; y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas. Cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Jehová... no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios».

Aquí, hermanos, tenemos divinamente sancionado el orden de la adoración para la vieja dispensación, el judaísmo, los siglos del trato de Dios con su pueblo terrenal, antes de la cruz. Aquí tenemos el vino añejo en su mejor calidad. Aquí vemos el templo divinamente decretado; el coro divinamente establecido y vestido, y el sacerdocio divinamente instituido. Poco podemos maravillarnos que nuestro Señor dijera: «Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: el añejo es mejor» (Lc 5:39). Si queremos una explicación de todo cuanto vemos hoy día en el cristianismo que nos rodea, aquí la tenemos. El fracaso de no haber observado la distinción entre el culto externo judaico realizado carnalmente por el hombre, y la adoración espiritual cristiana en el Lugar Santísimo (He 10:19), ha producido el estado corrupto del cristianismo actual. Esto lo describe nuestro Señor en sus mensajes a las siete iglesias de Asia, bajo la apariencia de la última de las siete, Laodicea. Dirigiéndose a Laodicea, solemnemente le advierte: «Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (Ap 3:16).

De esta manera, vemos que nuestra cuestión sobre los instrumentos musicales en la Iglesia va mucho más lejos que la cosa en sí, pues ella es solamente un elemento en el fracaso general de no haber guardado el vino nuevo en odres nuevos. Si no lo conservamos en ellos, vamos a perderlo. Entonces nos preguntamos: ¿Nos arriesgaríamos a perder la preciosidad de aquel nuevo vino, volviendo otra vez a débiles y pobres rudimentos (Gá 4:9) de un santuario terrenal? (He 9:1). ¿No es preferible oír la voz de nuestro bendito Señor cuando se dirige a la iglesia en Filadelfia: «He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Ap 3:8)?

 

 

Capítulo V
Llamamiento a la separación

Hemos trazado brevemente la historia de la introducción y aceptación general de la música instrumental en la adoración y el testimonio cristianos. Hemos visto que fue aceptada de muy mala gana por la Iglesia y no logró aprobación general hasta después de la Reforma. El carácter de estos acompañamientos en sus inicios fue comparativamente simple, siendo limitado al órgano, como vimos en el obsequio de Constantino a Pepino en el año 775.

Mas hoy día nos vemos rodeados por un espectáculo extraño. La música instrumental en multiplicadas formas no tan solo ha sido generalmente aceptada por la iglesia profesante, sino que también ha desplazado en gran escala a la lectura de la Palabra de Dios, y la sana y sólida predicación de ésta. Citamos a continuación un párrafo del folleto titulado «Música en las Asambleas»:

«Estamos en la era de la himnología. Hoy se pone la dependencia sobre la música religiosa con el fin de pulsar las emociones. Se da el segundo lugar a la Palabra de Dios; la Espada del Espíritu está envainada durante un cincuenta por ciento, sesenta o aún más de los programas radiales. Se pone en lugar primordial a la música y se la presenta de manera tan atractiva, que cuando por fin se predica la Palabra, el auditorio ha perdido todo su deseo por ésta».

Citemos ahora de «400 Preguntas y Respuestas»,12 recopiladas por H.B. Coder:

«Cuando la realidad de Cristo sale del alma, el ritualismo toma su lugar, y las formas sin vida se levantan. Ello ha crecido hasta un extremo tal que aun el mundo va perdiendo el respeto a un cristianismo que aparentemente tiene por propósito más divertir que tratar de convertir a los hombres. Creemos, por tales motivos, que cualquier uso de música instrumental en la adoración de Dios, del principio al fin, ya sea en la Escuela Dominical, en las reuniones de evangelización, o en cualquier otro culto... tendrá la tendencia de rebajar el carácter mismo de la Cristiandad», págs. 212-213.
Quedamos persuadidos de que el último siglo de la historia eclesiástica se ha manifestado con declinación acelerada en el tono de la adoración y el testimonio. Nuestra convicción bien madurada es que el énfasis cada vez más creciente del uso de instrumentos musicales, aunado a una himnología de carácter secular, ha sido la mayor contribución de tal movimiento hacia abajo.

Esperamos no cometer una injusticia contra el muy bendecido evangelista, el querido Dwight L. Moody, cuando le citamos como a uno que de manera definitiva alentó los métodos modernos en los esfuerzos evangelizadores. John Nelson Darby conoció personalmente al Sr. Moody y trató de ser una ayuda para él. La evaluación por J.N. Darby de los métodos de Moody en sus trabajos evangelísticos ha sido decisivamente profética. Citamos aquí algunos fragmentos de sus comentarios publicados en sus cartas:

«Me regocijo, tengo que regocijarme por cada alma convertida --debo hacerlo-- y salvada para siempre. No dudo del celo de Moody, porque conozco muy bien al hombre. Veo que Dios está utilizando medios extraordinarios para despertar a sus santos dormidos,... pero no me siento arrebatado por tales medios. En cuanto a sus resultados como un todo, no durará... Juzgo plenamente que alentará la mundanalidad en los santos... Las personas como individuos pueden ser convertidas; debemos regocijarnos por ello; mas su efecto sobre la Iglesia de Dios será perjudicial» («Cartas», Vol. II, pág. 30). «La obra de Moody...de manera manifiesta mezcla la cristiandad con el mundo y sus influencias, y las utiliza por que hablan en favor de sus trabajos, alentando la mundanalidad y las perversiones del cristianismo» (Vol. II, pág. 394). «Combina sus actividades con lo que es de la carne, perjudicando a los cristianos, y confundiéndoles con el mundo» (Vol. II, pág. 428).

Aunque el Sr. Moody sentó precedentes con grandes coros y acompañamientos musicales, todo era muy modesto en comparación con la pompa actual del testimonio cristiano, así llamado. Aquellos que se han alzado en la generación posterior a la del Sr. Moody se han mostrado insaciables en sus esfuerzos para lograr que el cristianismo apareciera atractivo para el hombre en la carne y especialmente hacerlo llamativo para los jóvenes.

Hasta principios del siglo XX la iglesia profesante reconoció una línea demarcatoria entre lo que se consideraba como mundano y lo que era propio de un cristiano. Pero en los días actuales la Iglesia ha rivalizado con aquella gran corruptora llamada Hollywood, buscando atraer a las multitudes. Hace tiempo, el teatro fue considerado como perteneciente al mundo, y expresamente señalado como algo que los creyentes debían rehuir. Mas en los días presentes las representaciones teatrales forman parte definitiva de actividades profesadamente cristianas. Las llamadas escuelas fundamentalistas publican atractivos llamamientos dirigidos a sus presuntos estudiantes dando a conocer la facilidades excepcionales para la enseñanza del arte dramático. Títulos atractivos y también significativas ilustraciones de películas cristianas aparecen en los anuncios de las revistas. Aquellos creyentes que antes pensaban que el teatro pertenecía al mundo ahora se arremolinan en los locales populares para presenciar Martín Lutero o películas parecidas. Es por demás decir que todas estas obras histriónicas son acompañadas de elaboradas presentaciones musicales que cautivan las emociones y la imaginación, pero no conducen al asistente a la presencia de Aquel que tan fielmente dice en su Palabra: «Las armas de nuestra milicia no son carnales» (2 Co 10:4).

Hojeando las páginas, por ejemplo, de una publicación actual fundamentalista, «Vida Cristiana» (Christian Life, impreso en EE.UU), nos vemos sobrecogidos por el gran porcentaje de páginas repletas de anuncios y que hacen resaltar las pretensiones de competentes compañías, que ofrecen variados y complicados instrumentos y auxiliares musicales referentes a la himnología. El llamamiento es definitivamente sensual.

¡Oh, santos de Dios! ¡Despertémonos que estamos flotando a la ventura! El cristianismo, triste es decirlo, y el fundamentalismo a su lado, han alcanzado su cúspide en la imitación de las diversiones mundanales, y su abismo en poder espiritual. Los actores y actrices procedentes de Hollywood actúan como atracciones principales en los esfuerzos llamados evangelísticos, y aun se llega hasta solicitar la actuación de los héroes de la televisión en el reino animal mudo. ¡Qué parodia resulta de la norma que nos ha sido dada en la Palabra de Dios! «Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder» (1 Co 2:4).

En muchos casos la infatuación de exhibiciones musicales ha llegado hasta tan lejos que ensayos elaborados de ingenio puramente musical han sido ofrecidos desde las plataformas de las iglesias. En lugar de los ruegos serios y solemnes de las buenas nuevas de Dios acerca de su bendito Hijo, a cargo del predicador lleno con el poder del Espíritu de Dios, uno puede oir el repiqueteo del xilófono, el rasgueo de unas guitarras, el gemido quejumbroso del violín, o el estruendo de unas trompetas y saxofones. ¡Y todo eso en el nombre de Cristo!

Llegados a este punto, citemos de nuevo de «400 Preguntas y Respuestas»:

«No somos enemigos de la música instrumental. La amamos cuando se encuentra apartada de las inmoralidades que muy a menudo se asocian a ella, y cuando permanece en el lugar que le pertenece, en su propio ámbito de la vida hogareña y social. Pero en el círculo cristiano --el de un pueblo celestial que conoce a Dios y se acerca a Él en toda la realidad de lo que Él es-- la consideramos no apropiada y fuera de lugar. Ha sido el medio, así lo creemos, de haber degradado mucho a la cristiandad.

Miremos sus efectos en las congregaciones cristianas: en un principio, era para ayudarles a cantar; ahora ellas, mudas en alabanzas a Dios, se entretienen con el arte musical. ¿Es de maravillar si después ellos asocian el teatro con la iglesia? Un lugar les proporciona placer y el otro hace lo mismo.

Miremos también sus efectos en el evangelismo moderno. Lo ha hecho una especie nueva de entretenimiento, y en vez de llorosos convertidos verdaderamente arrepentidos por su pecado...y llenos de oración y devoción a Cristo, ha formado en ellos una mente frívola y amante de los placeres, destructiva de la verdadera cristiandad», págs. 212-214.

Cuando, en sus días, Moisés habiendo descendido del monte halló el campamento de Israel en una devoción libertina hacia un dios falso, «Tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento» (Ex 33:7). El Espíritu de Dios se vale de este ejemplo para darle una aplicación cristiana: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He 13:13).

En la primera parte del siglo pasado el Espíritu de Dios movió a miles de creyentes que actuaran de acuerdo con este texto de las Escrituras y se apartaran de un campo cristiano judaizado para encontrar a Cristo en medio de dos o tres congregados en su nombre. Actuaron con una fe completa en la promesa de Mateo 18:20. Dios les bendijo de una manera harto maravillosa y les abrió las Escrituras de un modo tal como jamás habían sido abiertas desde los días apostólicos. Estos creyentes dejaron tras sí títulos religiosos, sacramentos, vestimentas, edificios, órganos, coros, libros de oración y confesionarios. El Nuevo Testamento les instruyó, y ellos en sus reuniones ofrecían gozosamente a Dios preciosos himnos de alabanza dictados por el Espíritu. Ellos hubieran aborrecido la introducción de cualquier ayuda mecánica. Su testimonio del Evangelio fue dado con sencillez mas con poder. Ningún embeleso mundano acompañaba su trabajo personal de alma a alma en el Evangelio. Examinándose a sí mismos, procuraron verdaderamente conformarse a la mente del Señor, como queda indicado en Ap 3:8: «Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre».

Queridos hermanos, como herederos de tan santo testimonio, ¿podremos nosotros traicionar nuestra fe y condescender a la presión y corriente del día actual, viciando así aquella preciosa herencia? Mas bien escuchemos lo que el Espíritu de Dios nos habla: «Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ti 6:13-14).

Nuestro Señor anunció a la mujer samaritana de Sicar (Jn 4:23-24), que Dios el Padre busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Tal no sucedía en el judaísmo. Que nuestras almas sean profundamente ejercitadas en el Señor para que respondamos a su llamamiento y seamos hallados verdaderos adoradores, no por medio de órganos u otros instrumentos musicales, sino de corazón y alma. ¡Él viene pronto! Entonces nos uniremos al coro celestial, y cantaremos sus alabanzas en la casa del Padre. «Amén; sí, ven, Señor Jesús» (Ap 22:20).


Dios y Padre, te loamos
Con alegre corazón,
Por la dicha que gozamos
En tu santa bendición;
A Jesús Tú nos enviaste
Los perdidos a salvar;
Al Espíritu encargaste
A los pródigos llamar.

Tu bendito Mensajero
Muy lejanos nos halló;
Tu mensaje tan sincero
A nosotros entregó.
Con esfuerzos incansables
Con llaneza, con amor,
Incita a los miserables
A allegarse al Salvador.

A través de las tinieblas
Hace penetrar tu luz;
Dice que la gloria pueblas
De los salvos por Jesús.
Nos tenemos por deudores,
Nuestro Padre Dios, a Ti;
Y son tema tus favores
Siempre de loor aquí.





 

APÉNDICE

Para todos cuantos deseen un breve compendio de los puntos de vista anteriormente citados y relativos al uso de instrumentos musicales en la adoración y el testimonio cristianos, reproducimos a continuación un corto artículo aparecido en el «Joven Cristiano» (The Young Christian) 1940, bajo los titulares «Una reunión de jóvenes --sección de preguntas».13:

«Pregunta: ¿Por qué no se emplean instrumentos musicales en los cultos de cristianos que se reunen en el nombre del Señor Jesucristo?

Respuesta: La verdadera adoración cristiana es en espíritu y en verdad (Jn 4:23-24). Es con el Espíritu y en el Espíritu (1 Co 14:16; Fil 3:3), y no necesita ayudas carnales. El Santo Espíritu, morando en el creyente individualmente y en la asamblea de manera colectiva (Jn 14:17), es el poder de la adoración cristiana. Cualquier otra cosa que satisfaga solamente la carne y distraiga el corazón del verdadero Objeto de la adoración, no es sino un impedimento. Se puede decir que aquello que el hombre animal puede disfrutar, no encuadra en las cosas de Dios. Podemos orar y cantar y bendecir a Dios en espíritu, pero ¿tiene espíritu el órgano? Los instrumentos musicales podrían ayudar indudablemente la precisión y el tiempo de nuestro canto, pero impedirían el carácter espiritual de la adoración, y sólo éste es acepto a Dios.

Cuán dulce sea la canción
No importa a Ti, Señor,
Si no rebosa el corazón
Tocado por tu amor.



Cuando notamos el origen de los instrumentos musicales (véase Gn 4:21), percibimos que, entre otras cosas no malas en sí, fueron primeramente utilizados por la familia de Caín para ayudarla a olvidarse de Dios.

Éste es aún el empleo que les da el mundo hoy día. En Dn 3:5,7,10,15, los instrumentos musicales fueron utilizados en combinación con la adoración idolátrica. Producen un falso sentido de adoración, impulsando el sentido religioso de la carne.
Los instrumentos musicales tenían su utilización en el Antiguo Testamento, y serán de nuevo usados en el Milenio14 (2 Cr 5:11-13; Sal 150). Éstos, al igual que las vestimentas sacerdotales y los sacrificios, están relacionados a un santuario mundano. Pero la adoración cristiana es por fe, no por vista (2 Co 5:7); es celestial, no terrenal.

Además, Mateo 9:15 contiene un importante principio relacionado con este asunto. El Señor Jesús, despreciado y desechado por este mundo, está ausente y esto debe caracterizar en gran escala nuestra adoración. ¡La Iglesia debe notar la ausencia del Esposo! El sonar de trompetas no hace juego seguramente con nuestras relaciones hacia el Señor como, el Ausente. ¿Cómo podemos adorarle, a Aquel a quien el mundo llevó a la muerte, con los mismos instrumentos que los hombres utilizaron para ponerle fuera de sus pensamientos? ¿No es nuestra posición a este respecto la misma de Israel en Babilonia? Sobre los sauces colgaban sus arpas (Sal 137:1-4). «¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?» La humillación debe caracterizar nuestra adoración, cuando pensamos en el Señor como el Desechado, lamentando su ausencia.

¿Y qué referente a los instrumentos musicales en cuanto al Evangelio? Aquí también se dirige el llamamiento a lo que gusta a la carne y no toca la conciencia. La importancia dada a los elaborados cultos musicales en el real (el campamento de la cristiandad) es, sin duda alguna, una atracción para muchos; Y que Dios en su soberanía puede emplear la interpretación de un himno, aun ejecutado por un músico no salvo, para salvar un alma, no lo ponemos en duda. Pero de acuerdo con su vocación celestial (He 3:1), ¿pueden los que se reunen en el nombre del Señor Jesús fuera del real (He 13:13) usar lo que Dios ha rechazado como inapropiado a Él para adoración en su presencia, y considerarlo como apropiado en su servicio en el Evangelio, o para los niñitos o para los adultos? Más bien que siempre busquen, por la gracia, aquello que se conforma a su presencia y le agrada.

Nos prohibe la Palabra de Dios poseer instrumentos musicales, y usarlos en nuestros hogares? ¡No! Los cristianos son libres para ser guiados por la gracia de Dios que les ha salvado, y de ser constreñidos por el amor de Cristo, para vivir, no para ellos mismos, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó de entre los muertos (Ro 12:1-2).


En conclusión, mientras el canto tiene un lugar bien reconocido en el culto cristiano (Hch 16:25; Col 3:16; Ef 5:19), los instrumentos musicales no son mencionados ni una sola vez en conexión con ello».


~ ¡OH! ENSÉÑANOS CÓMO ADORAR ~

Cuán dulce sea la canción
No importa a Ti, Señor,
Si no rebosa el corazón
Tocado por tu amor.

¡Oh! en reverencia enséñanos,
Señor, cómo adorar;
Tu gracia inspire a cada voz
Que a tu oído ha de llegar.

Por sangre, tuya, idóneos ya
De entrar para adorar,
Aun ante el trono en luz allá
Nos haces acercar.

¡Precioso nombre! abriéndonos
La entrada en santidad,
Confiados ya ante nuestro Dios,
Gozamos libertad.

De labios fruto, ¡oh! haznos dar
En grata adoración;
De santos vivos sólo, el loar
Te agrada el corazón.


 

 

 

NOTAS

1 Han pasado ya muchos años desde que la primera versión de este tratado vio la luz. Hoy en día podemos comprobar que, para deshonra del Señor, la música instrumental ha acabado afincándose, dentro del orden de la asamblea, en la mayor parte de la cristiandad. Se pueden observar actualmente las abiertas tendencias a introducir en el culto lo que vienen llamando el ministerio de la música, un desgraciado nombre. No es necesario decir que, a lo largo de este pequeño ensayo, podremos comprobar el testimonio de la Escritura en lo referente a este asunto. Y no resta más por decir sino que estas abiertas tendencias, junto con otras de diferente índole pero que deshonran igualmente al Señor, han surgido en medio de una cristiandad que cada vez más, o bien pone en duda la inspiración divina de la Escritura, o bien la reconoce pero le resta importancia. N. del E.
2 En Hch 2:47: «a la iglesia», no se encuentra en los mejores mss. Véase los textos correspondientes de Westcott y Hort, Nestlé y Oxford. N. del A.
3 El apóstol Juan sobrevivió a los demás apóstoles, y murió en Éfeso, alrededor del año 100. N. del A.
4 («Synopsis on Revelation», por J.N. Darby, pág. 519).
5 («The Symbols of the Apocalypse Briefly Defined», por el Dr. A.H. Burton).
6 El material de este artículo está entresacado mayormente de la exhaustiva obra de M.C. Kurfees: «Instrumental Music in the Worship» (Música Instrumental en la Adoración). 1911. Publicado por Gospel Advocate C(o), Nashville, Tennessee, en 1950. N. del A.
7 Este tratado se escribió entre 1955 y 1960. N. del E.
8 Alrededor de 1900 parecía que las iglesias ortodoxas griegas existentes en EE.UU empezaban a utilizar estos instrumentos, pero no así en las iglesias europeas. N. del A.
9 Erudito greco-americano, profesor de griego en el Harvard College. Publicó una gramática griega (1883) y otros trabajos sobre la lengua griega, la gramática griega y además el «Léxico Griego de los Períodos Romano y Bizantino» (1870). Véase el «Diccionario y Enciclopedia Century» sobre este asunto. N.del A.
10 De hecho, no entendemos lo que la Escritura nos explica por causa de nuestras asociaciones con el mundo. Nuestra mente está tan abierta a las cosas del mundo que, a su vez y por causa de ello, se encuentra bastante cerrada para percibir las cosas espirituales; es decir, nuestro yo continúa siendo el timón de nuestra vida en lugar de ser crucificado. N. del E.
11 Véase el «Diccionario Bíblico de Westminster», artículo de Down y Gehman sobre «Templo», pág. 594.
12 <<400 Questions and Answers>>, Loizeaux Bros., Nueva York, 1928
13 Vol.XXX, págs. 132-136, Casa de Verdades Cristianas, Addison, Illinois, EE.UU.
14 Recuérdese que a causa del rechazamiento del Mesías por parte de Israel, Dios ha cortado su relación con este pueblo a nivel nacional, ha dado una nueva dispensación (la gracia), y se ha escogido un pueblo de entre los gentiles (la Iglesia). No obstante, después de la tribulación volverán a ser reanudados sus tratos con el pueblo de Israel. Y en este cortamiento, ¡también se incluye lo referente al templo y sus ordenanzas! N. del E.

 

 


 

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