La presencia del Señor y del Espíritu Santo en la asamblea
W. Trotter
Por importante que sea la doctrina de la presencia y obra del Espíritu Santo en
la Iglesia, no hay que confundirla, sin embargo, con la presencia personal del
Señor Jesucristo en la asamblea de los dos o tres reunidos a Su nombre.
Algunos pensaron que el Señor estaba presente en la asamblea por medio de su
Espíritu, no distinguiendo entre la presencia personal del Señor y la del Espíritu
Santo. Éste dirige y administra; no es soberano. Es el Señor quien es
soberano.
Jesucristo dijo del Consolador, el Espíritu de verdad: «No hablará de sí
mismo ... Él me glorificará. . ., tomará de lo mío y os hará saber. . .»
Pero el Señor promete estar Él mismo allí donde dos o tres están reunidos a
Su nombre. Está en medio de aquellos para los cuales se entregó a sí mismo,
mientras que el Espíritu Santo ha sido dado y no se entregó a sí mismo.
Es de suma importancia retener la verdad de la presencia y obra del Espíritu
Santo en la asamblea. Este hecho ha sido perdido de vista por la Iglesia, y es
lo que motivó su ruina: ha sustituido la presencia y acción del Espíritu
Santo por el clero.
Sería una gran pérdida para el alma y para la asamblea si la presencia
personal del Señor, como Señor, fuese sustituida por la del Espíritu Santo,
el cual no es Señor, sino Paracleto; esto es: Aquél que dirige y administra.
En Efesios 4:4:6 tenemos, en el vers. 4 la unidad vital, en el vers. 5 la unidad
de profesión; en el vers. 6 la unidad exterior y universal; la primera en
relación con el solo Espíritu; la segunda con el solo Señor; la tercera con
el solo Dios. La primera unidad abarca a todos cuantos tienen la vida; la
segunda a todos cuantos profesan el nombre de Cristo; los que tienen la vida se
hallan pues allí en primer plano, mas esta segunda esfera puede abarcar lo que
no es vital. La tercera unidad, vers. 6, abarca universalmente a todos los
hombres, pero los hijos de Dios están allí en primera fila; Dios es su Padre y
está en ellos, si bien exteriormente encima de todo y por doquier. Decimos que
la segunda unidad (vers. 5) está relacionada con el único Señor; tiene
autoridad sobre cuantos invocan su nombre, tengan la vida o tengan tan sólo la
profesión. «Todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, Señor de ellos y el nuestro» (1 Co 1:2).
En 1 Co 12:4-6, volvemos a hallar las tres mismas cosas: el Espíritu, el Señor
y Dios. Hay diversidad de dones, pero es el mismo Espíritu Santo. Y si hay
diversidad de dones, hay, por consiguiente, diversidad de servicios, y el mismo
Señor. Los siervos han recibido del Espíritu Santo la distribución de sus
dones (vers. 11), y desempeñan sus servicios bajo la dirección del Espíritu;
mas como servidores están bajo la autoridad de su Señor, el cual no es el Espíritu,
sino Jesús. El Espíritu reparte y dirige los servicios o ministerios, pero los
servidores lo son del Señor.
Asimismo, si se trata de la Cena, es la cena del Señor. Es la muerte del Señor
la que allí se proclama, es la copa del Señor, es la mesa del Señor (en
contraste con la de los demonios). Es pues Él quien tiene allí autoridad para
determinar quiénes deben participar en ella (1 Co 11).
Notemos, sin embargo, que es sólo por el Espíritu Santo que podemos decir: «Señor
Jesús» (1 Co 12:3).
Pero, sin quererlo, podemos no reconocer la autoridad del Señor en la asamblea
y sustituirla por la del Espíritu Santo, que no es Señor, sino el que
administra de parte de quien es Señor.
La iglesia medieval cayó en otro extremo, sustituyó la administración del Espíritu
Santo por la del hombre.
Conviene notar que en Mateo 18:18,20 el Señor no habla del Espíritu. Se trata
de su autoridad de Señor, de Su nombre y de Su presencia personal. Por cierto,
todo eso se realiza bajo la dirección del Espíritu Santo, pero no estamos
reunidos al nombre ni en el nombre del Espíritu Santo, ni alrededor de Él. Si
tan sólo se repara en la presencia del Espíritu Santo, perderemos la verdad de
la presencia personal del Señor en la asamblea, y nos veremos obligados a hacer
Señor al Espíritu Santo. Pero por el contrario, no podemos tener la verdad de
la presencia personal del Señor como soberano, sin tener la verdad de la
presencia y acción del Espíritu como Aquél que administra de parte del Señor
que es soberano; sólo entonces tenemos todo cuanto precisamos.
Otra observación que hará resaltar lo que distingue la presencia del Espíritu
Santo de la presencia personal del Señor en la asamblea de los dos o tres
reunidos a su nombre, es que el Espíritu Santo puede hallarse —¡contristado,
por desgracia!— allí donde el Señor no puede hallarse. En una asamblea
sectaria, los santos que la componen tienen, sin embargo, el Espíritu Santo en
ellos y con ellos. Pueden ignorar, o tan sólo pensar en su influencia, y Él
está allí contristado, pero de hecho no los deja, no se marcha: «Permanece
con vosotros y será en vosotros». Pero en cambio, el Señor Jesús no puede
estar presente en una asamblea sectaria. En Mt 18:20 no se trata de su
omnipresencia, porque en este sentido Él está presente por doquier
indistintamente; pero si se trata de asambleas religiosas, el Señor no prometió
estar en todas, sino exclusivamente allí donde su nombre es el centro y
fundamento de la reunión: «Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos». Y si Él está presente, es el que posee la
autoridad, y el Espíritu la administración.
¡Ah!, si tuviéramos la íntima convicción de que el Señor está allí como
Señor, que estamos allí en Su casa, ¡cuán solemne influencia no ejercitaría
sobre nuestros corazones!, y al mismo tiempo, ¡qué seguridad y qué descanso!
Qué libre sería entonces el Espíritu Santo de administrarnos los beneficios
de Cristo, tomando de lo que pertenece al Señor para dárnoslo a conocer.
¡Qué inmenso privilegio de ser reunidos por el glorioso nombre de Aquél que
vino, de Aquél que murió, de Aquél que resucitó, de Aquél que está
glorificado a la diestra de Dios, de Aquél que nos envió al Consolador, de Aquél
que desde allí viene a buscarnos!
Sí, es este glorioso nombre el fundamento de la reunión de la cual dice: «Allí
estoy yo en medio de ellos». Este Señor, corporalmente ausente, se halla
espiritualmente presente de modo positivo (y no sólo por su Espíritu) en medio
de los que su nombre ha reunido. Está allí y no en otra parte, y ¡cuánta
seguridad por que allí él es Señor!
Bajo la ley era Jerusalén, en virtud de la autoridad de Dios, el lugar divino
para la adoración. Pero entonces vino el Hijo de Dios sobre la tierra. Dios ...
«fue manifestado en carne» (1 Ti 3:16). «El unigénito Hijo ... le ha dado a
conocer» (Jn 1:18). «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y ninguno conoce al
Padre, si no el Hijo, y aquel a quien el Hijo resuelva revelarlo.» (Mt 11:27).
¿Quedaría esto sin influir en la adoración de Dios por parte de los hombres?
¿No se basa la adoración en el conocimiento de Dios?