UNA CONFERENCIA SOBRE
LA ESPERANZA ACTUAL DE
LA IGLESIA
J.N. Darby
Antes que nada, queridos amigos, quisiera repasar algunas ideas dadas en nuestras primeras conferencias. Comienzo, pues, al tratar de estas cosas, por recordaros una vez más su gran fin, que me parece que es doble. Como primer resultado, deben separarnos de este mundo, lo que es un efecto constante de toda la Palabra, en el bien entendido de que el Espíritu de Dios actúe, pero la profecía es particularmente eficaz para esto; quiero deciros que la profecía tiende a separarnos «de este presente mundo malo». En segundo lugar, es especialmente adecuada para darnos a entender mejor el carácter de Dios y Sus caminos para con nosotros. Estos son los dos grandes frutos del estudio de las profecías, frutos que me parecen muy valiosos.
Se hacen muchas objeciones contra este estudio; pero es así que siempre actúa Satanás contra la verdad. No me refiero a objeciones contra este o aquel punto de vista, sino a las objeciones contra el estudio mismo de la profecía; y Satanás siempre actúa así contra la palabra de Dios en su integridad. A uno le dice que siga la moral, y no los dogmas, porque sabe que los dogmas alejarán a los hombres de su poder, por la revelación de Jesús y de Su verdad en sus corazones. A otro le sugiere que descuide la profecía, porque allí se encuentra el juicio del mundo, del que él es el príncipe. Pero, ¿no es esto acusar a Dios, que nos la ha dado, y que además ha prometido una bendición especial a la lectura de esta parte, considerada la más difícil de Su Palabra?
La profecía arroja una intensa luz sobre las dispensaciones de Dios, y, en este sentido, nos da mucho también para nuestra liberación espiritual. Lo que más estorba al alma de alcanzar esta libertad es el error que se comete de confundir la ley con el Evangelio, las dispensaciones pasadas con la dispensación actual. Si, en nuestra lucha interior, nos encontramos cara a cara con la ley, nos es imposible hallar la paz. Pero si insistimos en la diferencia existente entre la posición de los santos antes de la actual dispensación y la de los santos en la presente dispensación, esto también perturba los espíritus de otros. Pero el estudio de la profecía arroja una gran luz sobre estos puntos, y, al mismo tiempo, sobre la norma de conducta de los fieles; porque, aunque manteniendo siempre claramente la salvación totalmente gratuita por la muerte de Jesús, la profecía nos lleva a comprender esta diferencia entera de la que hemos hablado entre la situación de los santos de otros tiempos y la de los santos en la actualidad, y clarifica, con todos los consejos de Dios, el camino por el que Él ha conducido a los Suyos, tanto antes como después de la muerte y resurrección de Jesús.
Además, queridos amigos, como ya hemos dicho, es siempre la esperanza que se nos presenta la que actúa sobre nuestros corazones y sobre nuestros afectos. Así, siempre tenemos delante de nosotros los gozos que imprimen su carácter en nuestra alma; aquello que ocupa la atención del hombre como su esperanza deviene la norma de su conducta.
¡Cuánta importancia tiene, entonces, que el espíritu esté lleno de esperanzas según Dios! Se pretende que esto es querer penetrar en vano en cosas escondidas; pero si fuera cierto que no se debe entrar en la profecía, también se tendría que decir que no se deben llevar los pensamientos más allá del tiempo actual. La manera de saber qué es lo que Dios quiere hacer en el futuro es desde luego estudiar las profecías que nos ha dado. La profecía es el futuro, el espejo escriturario de las cosas futuras. Si no se estudia lo que Dios ha revelado acerca del porvenir, se caerá necesariamente en las ideas propias. Decir que «la tierra será llena del conocimiento de Jehová» es ya una profecía, y no se puede saber nada de cierto en cuanto a los caminos de Dios con respecto a esto, como tampoco con respecto a las cosas celestiales, sin estudiar la profecía. Es indudable que uno puede gozar de comunión con Dios en el momento actual, y esto es algo que ya es nuestro desde ahora; pero cuando hablamos de los detalles de la gloria venidera, se trata de un tema profético. Todo lo que va más allá del presente y no es profecía de Dios, es especulación humana.
Por otra parte, se afirma que la profecía es, muy importante cuando ha sido cumplida, y esto es indudable, porque demuestra la veracidad de la palabra de Dios. Pero, ¿puede un hijo de Dios emplear tal lenguaje, y hacer tal uso de la profecía? Es como sí alguien me tratara como un amigo, colmándome de beneficios, comunicándome todos sus pensamientos e informándome de todo lo que sabe que ha de suceder, y yo sólo me fuera a servir de lo que me dijera para asegurarme posteriormente, cuando las cosas sucedieran así, de que se trata de una persona veraz. Queridos amigos, es una gran injuria a la bondad, a la amistad de Dios, actuar así con Él. Y os digo que vosotros y yo, como cristianos, no necesitamos ver el acontecimiento antes de creer que Dios ha dicho la verdad. Vosotros creéis ya que la profecía es la palabra de Dios.
Por demás, la mayor parte de las profecías se cumplirán al final, en los tiempos postreros, y entonces será demasiado tarde para convencerse de su carácter divino. Nos han sido dadas para dirigirnos ahora dentro de los caminos del Señor, y para ser nuestra consolación, haciéndonos comprender que es Dios quien lo ha dispuesto todo, y no el hombre. De esta manera, las pasiones, en lugar de ser dirigidas a la política, se calman; veo lo que Dios ha dicho, leo en Daniel que todo está dispuesto anticipadamente, y me tranquilizo. Y separado de esas cosas mundanas, puedo estudiar por adelantado la profundidad y perfecta sabiduría de Dios; me ilustro y me adhiero a Él, en lugar de seguir mis propios caminos. Veo, en los acontecimientos que se tienen lugar, el desarrollo de los pensamientos del Altísimo, y no un dominio abandonado a las pasiones humanas. Y es mediante la profecía, especialmente en los acontecimientos que se cumplen al final, que nos es mostrado el carácter de Dios, todo lo que Dios ha querido decir acerca de Sí mismo, de Su fidelidad, Su justicia, Su poder, Su longanimidad, pero también el juicio que ejecutará con certidumbre sobre la orgullosa iniquidad, y la venganza deslumbradora que arrojará sobre aquellos que corrompen la tierra, para que sea establecido Su gobierno en paz y bendición para todos. En una palabra, como aquello que está anunciado por boca de los profetas, en cuanto a los judíos, demuestra el carácter de Jehová, Su fidelidad y todos Sus atributos, de la misma manera lo que se enseña acerca de la Iglesia exhibe el carácter del Padre. La Iglesia está en relación con Dios en Su carácter de Padre, y los judíos con Dios en Su carácter de Jehová, que es el nombre característico de la relación de ellos con Dios.
El domingo pasado alguien os citó a algunos entre vosotros aquel famoso pasaje de Pablo: «Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1 Co 2:2). Deseo decir algo con respecto a esto. Este pasaje es constantemente presentado como objeción contra el estudio de lo que está revelado en la Palabra. Esto proviene de dos causas; lo primero, de aquella prolífica fuente de error, que es la frecuente cita de un pasaje sin examinar el contexto; la otra causa es, ¡ay!, una ausencia de rectitud, un deseo de detenerse en los caminos del Señor, y de saber tan poco como sea posible. No es cierto, no se dice que nos debamos limitar al conocimiento de Jesucristo sólo como crucificado. Hace falta conocer a Jesús glorificado, a Jesucristo a la diestra de Dios; es necesario que lo conozcamos como Sumo Sacerdote, como Abogado delante del Padre. Tenemos que conocer a Jesucristo tanto como sea posible, y no decir: Me he propuesto no saber nada entre vosotros más que a Jesucristo, y a éste crucificado. Decir tal cosa es tomar la palabra de Dios para abusar de ella.
El apóstol, hablando en medio de los paganos, de los filósofos de Corinto, quería decir que no había considerado entrar en el campo de la filosofía pagana, sino que se limitaba a Jesucristo, a Jesucristo el menospreciado de los hombres, para humillar mediante la cruz aquella vanagloria, basando la fe de ellos en la palabra de Dios, y no en la sabiduría humana. Pero también dice, en el mismo capítulo, que, desde el momento en que se encuentra en medio de cristianos, actúa de manera muy distinta: habla «sabiduría entre los que han alcanzado madurez» (v. 6). No quería filosofías humanas, pero, estando entre los maduros, dice: «hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez». Querer limitarse a Jesús crucificado es, insisto, querer limitarse a tan poco cristianismo como sea posible. En Hebreos 6 el apóstol dice que no quiere aquello que se le quiere hacer decir aquí; de hecho, condena lo que se nos propone en base de una falsa humildad, y dice: «Dejando los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección.»
Después de estas observaciones acerca del estudio general de la profecía, quiero recordar en pocas palabras cómo se revela Dios por medio de ella.
El combate entre el postrer Adán y Satanás
El capítulo 12 de Apocalipsis nos presenta el gran objeto de la profecía y de toda la palabra de Dios, esto es, el combate que tiene lugar entre el postrer Adán y Satanás.
Es desde este centro de la verdad que resplandece toda la luz que despide la Sagrada Escritura.
Esta gran lucha puede tener lugar, bien por las cosas terrenales, y en tal caso es en el pueblo judío; o por la Iglesia, y en tal caso es en los lugares celestiales.
Es por esto que la profecía tiene dos partes: las esperanzas de la Iglesia y la de los judíos, aunque la primera, hablando con propiedad, no se llama profecía como tal, la cual trata de la tierra y de su gobierno por parte de Dios.
Pero, antes de entrar en esta gran crisis, el combate entre Satanás y el postrer Adán, es necesario desarrollar la historia del primer Adán, y esto es lo que se ha hecho. Finalmente, para que la Iglesia sea puesta en la situación de ocuparse de las cosas de Dios, es necesario ante todo que tenga la feliz certidumbre de su propia posición delante de Él.
En Su primera venida, Cristo cumplió toda la obra que el Padre le había encomendado en Su sabiduría en los consejos eternos de Dios; esto es lo que asegura la paz de la Iglesia. El Señor Jesús vino para introducir en el mundo, esto es, en el corazón de los fieles, la certidumbre de la salvación, el conocimiento de la gracia de Dios. Después de haber llevado a cabo esta salvación, se la comunica dándoles la vida. Su Espíritu Santo, que es el sello de esta salvación en el corazón, les revela las cosas venideras como hijos que son de la familia, herederos de los bienes de la casa. Dentro del período que separa la primera venida del Señor de la segunda, la Iglesia es reunida por la acción del Espíritu Santo, para tener parte en la gloria de Cristo cuando Él venga.
Estos son, en pocas palabras, los dos grandes temas que os he expuesto; esto es, que habiendo Cristo cumplido todo lo necesario para la salvación de la Iglesia, habiendo salvado a todos los que creen, el Espíritu Santo actúa ahora en el mundo para comunicar a la Iglesia el conocimiento de esta salvación. No viene para proponernos la esperanza de que Dios será bondadoso, sino a comunicarnos un hecho, el hecho de que Jesús ha cumplido ya la salvación de todos los que creen, y, cuando el Espíritu Santo comunica este conocimiento a un alma, ésta sabe que es salva. Así, estando en relación con Dios como hijos de Él, somos Sus herederos, «herederos de Dios, coherederos de Cristo». Todo lo que atañe a la gloria de Cristo nos pertenece a nosotros, y nos ha sido dado el Espíritu Santo: en primer lugar, para hacernos comprender que somos hijos de Dios. Es un Espíritu de adopción; pero, además, es un Espíritu de luz que enseña a los hijos de Dios cuál es su herencia. Por cuanto son uno con Cristo, les es revelada toda la verdad de Su gloria, la supremacía que tiene sobre todas las cosas, habiéndole establecido Dios como heredero de todas las cosas, y a nosotros como coherederos de Él.
Habiendo cumplido Cristo todo lo que era necesario, la Iglesia es recogida de entre todas las naciones, hasta la segunda venida de su Salvador, y es unida a Él. Ella tiene el conocimiento de la salvación que Él ha consumado, y de la gloria venidera, y el Espíritu Santo es, en los creyentes, el sello de la salvación consumada, y las arras de la gloria venidera.
Estas verdades arrojan una intensa luz sobre toda la historia del hombre. Pero recordemos siempre que el gran objeto de la Biblia es el combate entre Cristo, el postrer Adán, y Satanás.
¿En qué estado halló Cristo al primer Adán? En un estado en las profundidades del cual tuvo que entrar Él como cabeza responsable de toda la creación. Lo encontró en estado de caída, totalmente perdido. Y era necesario manifestar todo esto antes de la venida de Cristo. Dios no introdujo a Su Hijo como Salvador del mundo hasta que se cumpliera lo necesario para demostrar que el hombre era incapaz en sí mismo de todo bien. Toda la era del hombre, antes y después del diluvio, bajo la ley, bajo los profetas, no hace más que dar siempre testimonio, cada vez de manera más clara, de que el hombre estaba perdido. Fracasó en todo, bajo cada circunstancia posible, hasta que al final, habiendo enviado Dios a Su Hijo, los siervos dijeron: «He aquí el heredero, matémosle». Habiéndose llenado así la medida del pecado, sobrepujó también la gracia de Dios, dándonos la herencia a nosotros, miserables pecadores, la herencia con Cristo en la gloria celestial, de la que poseemos las arras, teniendo aquí abajo a Cristo por el Espíritu.
La sucesión de las dispensaciones
Entro ahora un poco en la sucesión de las dispensaciones, y también en lo que toca al carácter de Dios a este respecto, y lo primero que quiero observar es el diluvio, porque hasta esta época no había habido, por así decirlo, gobierno en el mundo. La profecía que existía antes del diluvio era que Cristo iba a venir; las enseñanzas de Dios siempre tendían a este fin. «He aquí, el Señor viene», decía Enoc, «con sus santas miríadas.»
Pero pasemos ahora a Noé. En él tenemos el gobierno de la tierra, y a Dios entrando en juicio y confiando al hombre la espada del castigo.
Después tenemos el llamamiento de Abraham. Observemos que no es el principio del gobierno el que nos presenta aquí la Palabra, sino el de la promesa y el llamamiento a entrar en relación con Dios, en la persona de aquel que viene a ser la raíz de todas las promesas de Dios, Abraham, el padre de los creyentes. Dios lo llama, le hace salir de su patria, dejar su familia, mandándole que vaya a un país que le mostrará. Dios se le revela como el Dios de la promesa, que separa a un pueblo para Sí mismo por una esperanza que le da. Es en esta época que Dios se revela bajo el nombre de Dios Todopoderoso.
Después de esto Dios toma de entre los descendientes de Abraham, por este mismo principio de la elección, a los hijos de Jacob para que sean Su pueblo aquí en la tierra, y que sean objeto de todos Sus cuidados terrenales. Del seno de este pueblo ha de venir Cristo según la carne. Es en el seno de este pueblo de Israel que Él manifiesta todo Su carácter como Jehová; no es sólo un Dios de promesa, sino que es un Dios que reune los dos principios de gobierno y de llamamiento, que habían sido manifestados sucesivamente en Noé y en Abraham. Israel era el pueblo llamado, separado, pero separado para bendiciones terrenales y para gozar de la promesa, al mismo tiempo que para ser objeto del ejercicio del gobierno de Dios según Su ley.
Tenemos así el principio señalado en Noé, el del gobierno de la tierra, y el principio señalado en Abraham, el de su llamamiento y de su elección; y tenemos a Jehová que debe cumplir todo lo que Él ha anunciado como Dios de promesa, «que era, que es y que ha de venir», y gobernar toda la tierra según la justicia de Su ley, la justicia revelada en Israel.
Hemos visto que Dios hizo depender el cumplimiento de Sus promesas, en aquellos tiempos, de la fidelidad del hombre, y que preparó todas las ocasiones para ponerlo a prueba y manifestar, de manera detallada y como en una ilustración, todos los caracteres bajo los que actuaba para con él. Esto es lo que hizo bajo los sacerdotes, los profetas, los reyes, etc. Ahora deseo especialmente haceros observar que la profecía nos desarrolla la sucesión de estas relaciones de Dios con Israel y con el hombre, no sólo como manifestación de la caída del hombre, sino principalmente como manifestación de la gloria de Dios.
Cuando Israel transgredió la ley de todas las formas posibles, incluso en el seno de la familia de David, que fue el último sustento de la nación, en aquel momento de fracaso comenzó la profecía, en todos sus aspectos, y manifestando estos dos rasgos: El primero, la manifestación de la gloria de Cristo, para demostrar que el pueblo había faltado a la ley; el otro, la manifestación de la gloria venidera de Cristo, para que fuera el sustento de la fe de aquellos que deseaban observar la ley, pero que veían que todos fracasaban.
Es demasiado tarde para prestar atención a las profecías cuando ya han sido cumplidas. Aquellos a las que se éstas se dirigían debían someterse a los profetas mientras profetizaban; la palabra de Dios debía hablar a sus conciencias. Y así es con nosotros. Al mismo tiempo, había predicciones que anunciaban que el Mesías sería enviado, para venir y padecer, a fin de cumplir otras cosas de la mayor importancia.
La profecía tiene su aplicación propia a la tierra; no se profetiza acerca del cielo; trata de cosas que tienen que acontecer sobre la tierra, y es en esto en lo que la Iglesia ha errado; se ha pensado que iba a ser ella misma el cumplimiento de estas bendiciones terrenales, cuando en realidad es llamada a gozar de bendiciones celestiales. El privilegio de la Iglesia es tener su porción en los lugares celestiales, y, más tarde, las bendiciones se extenderán sobre el pueblo terrenal. La Iglesia es algo totalmente distinto, durante el rechazamiento del pueblo terrenal, que es rechazado a causa de sus pecados, y dispersado entre las naciones, de entre las cuales Dios ha escogido un pueblo para darle a gozar la gloria celestial con el mismo Jesús. El Señor, rechazado por el pueblo judío, ha venido a ser una persona totalmente celestial. Es esta doctrina la que se halla especialmente en los escritos de Pablo. No se trata ya del Mesías de los judíos, sino de un Cristo exaltado, glorificado, y la Iglesia unida con Él en el cielo; y es debido a no haber comprendido bien esta regocijante verdad, queridos amigos, que la Iglesia se ha debilitado de tal manera.
La iglesia glorificada
Habiendo seguido así de manera resumida la historia de estas diversas dispensaciones, nos queda ahora por ver la Iglesia glorificada, pero sin que el Señor haya hecho dejación de ninguno de Sus derechos sobre la tierra. Él era el heredero; Él iba a derramar aquella sangre que sería el precio del rescate de la herencia. Como dijo Booz (cuyo nombre significa «en Él hay fuerza»), «El mismo día que compres las tierras de manos de Noemí, debes tomar también a Rut la moabita, mujer del difunto, para que restaures el nombre del muerto sobre su posesión». Era necesario que Cristo rescatara a la Iglesia, coheredera por gracia (como Booz, tipo de Cristo, rescató la herencia al tomar a Rut como mujer), habiendo recaído en ella la herencia por decreto de Jehová.
Así, tenemos a Cristo y la Iglesia teniendo derecho a la herencia, esto es, a todas las cosas que Cristo mismo ha creado como Dios. Pero, ¿cuál es el estado de la Iglesia en la actualidad? ¿Es que ella ha heredado ya estas cosas? Ni una sola, porque no podemos, hasta que estemos en la gloria, poseer ninguna, excepto el Espíritu de la promesa que es «las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida». Hasta este momento, Satanás es el príncipe de este mundo, el dios de este mundo; incluso acusa a los hijos de Dios en los lugares celestiales, que sólo ocupa por usurpación (lo cual debe tan sólo a las pasiones de los hombres, y al poder que ejerce sobre la criatura caída y alejada de Dios, aunque, en último término, la providencia de Dios haga que todo redunde para el cumplimiento de Sus consejos).
El gobierno es transferido a los gentiles
Ahora, queridos amigos, habiendo considerado los derechos de Cristo y de Su Iglesia, consideremos cómo Cristo los hará valer. Será precisamente esto lo que nos llevará a ver, en su orden, el cumplimiento de estas cosas al final de todo. Sólo que, al llegar aquí (porque hasta ahora sólo he hablado de los judíos), debo echar un vistazo a los gentiles.
Hemos visto que cuando la ruina de la nación judía quedó consumada, Dios transfirió el derecho del gobierno a los gentiles; pero el gobierno de la tierra quedó entonces separado del llamamiento y de las promesas de Dios. Hemos visto estas dos cosas reunidas en el pueblo judío, el llamamiento de Dios y el gobierno sobre la tierra; pero quedaron distinguidas en el momento en que Israel fue puesto a un lado. Ya hemos visto estos dos principios: el gobierno en Noé, y el llamamiento en Abraham. Estos dos principios quedaron reunidos en los judíos; pero Israel fracasó, y desde entonces dejó de poder manifestar el principio del gobierno de Dios, porque Dios actuaba con justicia en Israel, y por cuanto el Israel injusto no podía ya ser el depositario del poder de Dios. Entonces Dios abandonó Su trono terrenal en Israel. Sin embargo, en cuanto al llamamiento terrenal, Israel siguió siendo el pueblo llamado: «porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.» En cuanto al gobierno, Dios puede transferirlo adonde quiera, y lo transfirió a los gentiles. Hay llamados de entre las naciones, pero es para el cielo. Nunca se transfiere el llamamiento de Dios para la tierra; este llamamiento queda para los judíos. Si quiero una religión terrenal, debo ser judío.
En el momento en que la Iglesia pierde su carácter celestial, lo pierde todo. ¿Qué sucede con las naciones después que se les asigna el gobierno? Se transforman en «bestias»; es con este nombre que se designa a las cuatro monarquías. Una vez que el gobierno ha sido transferido a los gentiles, pasan a ser opresoras del pueblo de Dios. Tenemos, en primer lugar, a los babilonios; en segundo lugar, a los medos y a los persas; luego, a los griegos; y finalmente, a los romanos. Ahora bien, esta cuarta monarquía consumó su crimen en el mismo momento en que los judíos consumaron el suyo, al hacerse cómplice, en la persona de Poncio Pilato, de la voluntad de una nación rebelde, para dar muerte a Aquel que era el Hijo de Dios y el Rey de Israel. El poder gentil está caído, como lo está el pueblo llamado, el pueblo judío.
Y entre tanto, ¿qué sucede? Primero, tiene lugar la salvación de la Iglesia. La iniquidad de Jacob, el crimen de las naciones, el juicio del mundo, el de los judíos, todo ello pasa a ser la salvación de la Iglesia, que es consumada en la muerte de Jesús. En segundo lugar, todo lo que ha sucedido desde estos hechos tiene por objeto tan sólo la reunión de los hijos de Dios. Dios muestra en todo ello suma paciencia. Los judíos, el pueblo llamado, se ha convertido en rebelde, y ha sido echado de la presencia de Dios; las naciones se han vuelto igualmente rebeldes, pero el gobierno sigue en ellas; en estado caído, ciertamente, pero siempre está ahí la paciencia de Dios, esperando hasta el fin. Y luego, ¿qué sucederá?
-Que la Iglesia se reunirá con el Señor en los lugares celestiales.
Los acontecimientos después que la Iglesia sea arrebatada
Supongamos ahora que ha llegado el momento decretado por Dios, y que toda la Iglesia es reunida; ¿qué sucederá con ella? Que irá de inmediato al encuentro del Señor, y tendrán lugar las bodas del Cordero, siendo la salvación consumada en la misma sede de la gloria, en los lugares celestiales. ¿Dónde estarán entonces las naciones? Seguirá estando allí el gobierno de la cuarta monarquía; los judíos se reunirán en su estado de rebelión, e incluso, en su mayoría, se someterán al Anticristo, para hacer la guerra al Cordero. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué el Evangelio no ha impedido tal estado de cosas? Porque Satanás, hasta este momento, no ha sido nunca expulsado del cielo, y que por consiguiente, todo lo que Dios ha hecho aquí abajo para el hombre ha sido arruinado, bien el gobierno de los gentiles, bien la relación presente de los judíos con Dios; todo ha sido deteriorado por la presencia de Satanás, siempre allí, ejerciendo su funesta influencia.
Pero ahora Dios va a intervenir. ¿Y qué hará? Desposeerá a Satanás, echándolo del poder. Esto es lo que hará Jesús cuando se reuna la Iglesia con Él, y cuando comenzará a actuar para poner todas las cosas en orden.
Queridos amigos, cuando la Iglesia sea recibida por Cristo, habrá una batalla en el cielo, para la purificación de la sede celestial del gobierno de estas fecundas fuentes de mal, de estos agentes activos de los males de la humanidad y de toda la creación. El resultado de tal combate es fácil de preveer; Satanás será echado del cielo, sin ser aún atado; pero será lanzado sobre la tierra, adonde llegará con gran ira, porque sabe que le queda poco tiempo. Desde este momento, el poder quedará establecido en el cielo según los propósitos de Dios. Pero en la tierra será distinto, porque, cuando Satanás sea echado del cielo, incitará a toda la tierra, y sublevará de manera particular a la tierra apóstata rebelada contra el poder de Cristo que viene del cielo. Se dice: «Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!...»
Así, los cielos creados serán ocupados por Cristo y Su Iglesia, y Satanás vendrá con gran ira sobre la tierra, teniendo poco tiempo. Bajo la influencia del Anticristo, la cuarta monarquía pasará a ser la esfera especial en la que se manifestará entonces la actividad de Satanás, que unirá a los judíos con este príncipe apóstata contra el cielo. No entro aquí en las pruebas escriturarias: ya hemos hablado de ellas; me limito a recapitular los hechos en el orden de su cumplimiento. Es innecesario añadir que el resultado de todo esto será el juicio y la destrucción de la cuarta bestia y del Anticristo. Jesucristo destruirá, en este mismo juicio, el poder de Satanás en el gobierno que hemos visto confiado a los gentiles. El Inicuo que ejerce este poder, unido a los judíos, y habiéndose instalado en Jerusalén como el centro de gobierno de la tierra, será destruido por la venida del Señor de señores y Rey de reyes, y Cristo ocupará de nuevo esta capital de gobierno, que se convertirá en la sede del trono de Dios sobre la tierra.
Pero, aunque el Señor haya descendido a la tierra, y aunque haya sido destruido el poder de Satanás, y haya sido establecido el gobierno en manos del Justo, no por ello habrá quedado toda la tierra sometida bajo Su cetro. El remanente de los judíos está liberado, y la bestia y el Anticristo destruidos, pero el mundo, no reconociendo aún los derechos de Cristo, deseará poseer Su heredad; y el Señor tendrá que despejar el terreno para que los moradores de la tierra gocen las bendiciones de Su reinado sin perturbaciones ni estorbos, y para que en este mundo, tanto tiempo sometido al Enemigo, sean establecidos el gozo y la gloria.
Lo primero que hará el Señor será purificar Su tierra (el país que pertenece a los judíos) de los tirios, filisteos, sidonios, de Edom, Moab, Amón, en resumen, de todo lo que se encuentra entre el Éufrates y el Nilo. Esto será hecho por el poder de Cristo en favor de Su pueblo restaurado por Su bondad. Tenemos entonces al pueblo morando en seguridad; luego, todo el resto de Israel será recogido de entre las naciones. Cuando el pueblo esté así recogido en paz plena, vendrá otro enemigo: Gog; pero sólo vendrá para su perdición.
Creo que habrá, dentro de este tiempo, probablemente al comienzo de este período, aparte de los juicios públicos, una manifestación más serena, más íntima, del Señor Jesús a los judíos. Esto es lo que tendrá lugar cuando descenderá sobre el monte de los Olivos, donde Sus pies se afirmarán sobre el monte, siguiendo la expresión de Zacarías 14:3, 4. Es siempre el mismo Jesús; pero se revelará apaciblemente, y se les mostrará no en Su carácter de Cristo del cielo, sino como el Mesías de los judíos.
Una vez haya tenido lugar la restauración de los judíos y la manifestación del Señor, vendrá también bendición para los gentiles. La Iglesia habrá recibido bendición, habrá dejado de existir la apostasía de la cuarta monarquía, el Inicuo habrá sido destruido, lo mismo que los israelitas infieles; en resumen, el país de los judíos gozará de paz.
Pero después habrá el mundo venidero, preparado e introducido por medio de estos juicios y por la presencia del Señor, en lugar de la presencia del mal y del Maligno. Los que habrán visto la manifestación de esta gloria en Jerusalén saldrán a anunciar su venida a las naciones. Éstas se someterán a Cristo; reconocerán a los judíos como el pueblo bendito de Cristo, los llevarán a su país, y vendrán a ser ellas mismas el escenario de una gloria que, con centro en Jerusalén, se extenderá en bendición por todo lugar donde la raza humana podrá gozar de sus efectos. Al haberse extendido por todo lugar el testimonio de esta gloria, los corazones, llenos de buena voluntad, se someterán a los consejos y a la gloria de Dios, respondiendo a este testimonio. Cumplidas todas las promesas de Dios, y habiendo quedado establecido el trono de Jehová en Jerusalén, este trono vendrá a ser la fuente de bienaventuranza para toda la tierra; la restauración de los judíos será para el mundo como vida de entre los muertos.
Queda una cosa por añadir, y es que en esta época Satanás quedará atado, y que, consiguientemente, la bendición será sin interrupción, hasta que sea «desatado por un poco de tiempo». En lugar de la presencia del Adversario en las alturas, en lugar de su gobierno, que está ahora en el aire, en lugar de la confusión y de la desgracia que produce ahora hasta donde se le permite, estarán ahí Cristo y los Suyos, como fuente y medio de bendiciones siempre renovadas. El gobierno en los lugares celestiales vendrá a ser la garantía, y no el estorbo o el instrumento a regañadientes, de los beneficios de Dios. La Iglesia glorificada, testimonio para todos, por su mismo estado, de la magnitud del amor del Padre, y de aquella fidelidad que cumple todas Sus promesas y que más que colmará las esperanzas de nuestros débiles corazones, llenará con su gozo los lugares celestiales, y en su servició constituirá la dicha del mundo, para el que será instrumento de las gracias de las que gozará su corazón. Así será la Jerusalén celestial, testimonio en gloria de la gracia que la habrá puesto tan en alto. De en medio de ella brotará el río de vida en el que se encuentra el árbol de la vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones; porque, en la misma gloria, la Iglesia mantendrá este dulce carácter de gracia. Al mismo tiempo, y sobre la tierra, la Jerusalén terrenal será el centro del gobierno y del reino de la justicia de Jehová. Al ser testimonio, por su posición y gloria aquí en la tierra, de la fidelidad de Jehová su Dios, como lo ha sido, en sus desdichas, de Su justicia, pasará a ser, como sede de Su trono, el centro del ejercicio de esta justicia. «La nación o el reino que no te sirviere, perecerá» (Is 60:12). En efecto, dentro de este estado de gloria terrenal, aunque situada en él por el nuevo pacto, esta ciudad conservará aún su carácter normal, para que pueda ser testigo del carácter de Jehová, como la Iglesia lo es del carácter del Padre. Dios manifestará el pleno significado de Su nombre de «Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra»; y Cristo cumplirá, en su plenitud, las funciones de Sacerdote según el orden de Melquisedec, quien, después de la victoria lograda sobre los enemigos del pueblo de Dios, bendecirá a Dios en nombre del pueblo, y al pueblo de parte de Dios (véase Gn 14:18 y ss.).
Conclusión
Queridos amigos, comprenderéis que hay una multitud de detalles que no he tocado; por ejemplo, las circunstancias de los judíos que serán perseguidos en Judea. Hay pasajes que nos enseñan acerca de ello. Pero este bosquejo general os llevará a considerar por vosotros mismos la Palabra de Dios acerca de todo este tema. Por lo que a mí respecta, le doy la mayor importancia a los grandes rasgos de la profecía, y la razón es ésta: Como ya he dicho, existe, por una parte, la distinción de las dispensaciones, que se hacen sumamente claras bajo la consideración de estas verdades; por otra parte, se desvela plenamente mediante ellas el carácter de Dios. Con todo, nada hay que impida estudiar la profecía hasta en sus más mínimos detalles. Si intentamos examinar las obras humanas de esta manera, encontraremos una multitud de imperfecciones; pero es al contrario con las obras de Dios; cuanto más se entra en sus más pequeños detalles, tanta más perfección se ve.
Quiera Dios perfeccionar en nosotros, y en todos Sus hijos, esta separación del mundo que debe ser, delante de Dios, el fruto de la esperanza expectante de la Iglesia, al tener a la vista estas bendiciones celestiales, y también los terribles juicios que caerán sobre todo aquello que ata al hombre a este mundo. Porque el juicio caerá sobre todos estos objetos terrenales. ¡Que Dios perfeccione también los deseos de mi corazón, y el testimonio del Espíritu Santo!