EL ORDEN DE DIOS
PARA LOS CRISTIANOS QUE SE REÚNEN
PARA EL CULTO Y EL MINISTERIO
LA RESPUESTA BÍBLICA AL ORDEN ECLESIÁSTICO TRADICIONAL
por Bruce Anstey
PROLOGO
Este libro tiene como objeto
exponer con fidelidad, y esperamos que en amor, la falta de justificación
escrituraria del orden tradicionalmente aceptado de gobierno y práctica de la
iglesia que durante tanto tiempo ha prevalecido en los círculos cristianos. Al
mismo tiempo, hemos querido presentar los principios bíblicos del orden de Dios
para el funcionamiento de una asamblea cristiana. No es intención nuestra atacar
ninguna de las denominaciones de la Cristiandad, ni a los cristianos asociados
con las mismas, aunque el lector pudiera considerar al principio que ello sea
así.
Este autor no pretende ninguna originalidad en la verdad que aquí se recopila.
Esas cosas han sido enseñadas y publicadas por los hermanos durante más de
ciento cincuenta años. En esta publicación hemos tratado sencillamente de
presentar estas verdades ante el contexto actual.
Esperamos que este libro redunde para gloria y honra de nuestro Señor
Jesucristo, y para la bendición de los hijos de Dios.
Las referencias bíblicas usadas en este libro proceden de la versión
Reina-Valera, revisión de 1977, excepto en aquellos casos en que se indique
expresamente.
Tabla de abreviaturas:
RV: Reina-Valera 1909
RVR: Reina-Valera 1960
BAS: Biblia de las Américas
V.M.: Versión Moderna
JND: De la versión francesa de John N. Darby
Gr.: Griego
CONTENIDO:
Prefacio
Introducción
El denominacionalismo: ¿Orden divino o humano?
¿Podemos hacer todo lo que la Escritura no prohíba?
La ruina del testimonio cristiano
El «Un Cuerpo» frente a las muchas denominaciones y divisiones
Terminología convencional frente a terminología escrituraria
El prerrequisito imprescindible para aprender la verdad: un buen estado del alma
No somos llamados a restaurar la ruina del testimonio cristiano
Llamamiento a la separación
¿Por qué separarse?
Un remanente de judíos salidos de Babilonia
Seis excusas que se dan generalmente para no separarse del orden de hechura
humana en las denominaciones: 1) No deberíamos juzgar a otros cristianos; 2)
Separarse demuestra falta de amor; 3) Nuestra iglesia está creciendo; 4) Dios
está usando las denominaciones; 5) Puedo hacer mucho bien quedándome donde
estoy; 6) No deberíamos dejar de congregarnos
La separación no es aislamiento
¡Más luz!
«Entonces, ¿A dónde debería ir?»
La Iglesia no aparece en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento es un libro de tipos y figuras para el cristiano
El judaísmo no es un modelo para el culto cristiano
Los edificios de iglesia: ¿una ayuda o un obstáculo para el evangelio?
El cristianismo es de carácter celestial
El verdadero cristianismo está «fuera del campamento»
La adoración cristiana es «en espíritu y en verdad»
Sacrificios espirituales
Vino nuevo en odres nuevos
Los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio en el Nombre del
Señor Jesucristo
La práctica de la reunión de los cristianos
Las consecuencias prácticas de saltar las cuatro anclas
Tres cosas tangibles peculiares del cristianismo
«¿Quién debe dirigir a la congregación?»
El sacerdocio universal de todos los creyentes
La diferencia entre sacerdocio y don
La diferencia entre capacidad y don
¿Qué es el ministerio?
El ministerio en la iglesia
¿Significa esto que usted no cree en tener un pastor?
Títulos lisonjeros
La elección de un «pastor»
El Señor de la cosecha dirige los dones
Los siervos de Dios no deberían ser asalariados
¿Cómo se debería mantener económicamente a los siervos del Señor?
Las organizaciones paraeclesiales: ¿ayuda o un obstáculo para el evangelio?
Recapitulación de los principales errores del sistema clerical
¿Qué piensan los «pastores» acerca de todo eso?
La administración local en la iglesia
La diferencia entre don y oficio
Ancianos, supervisores [obispos] y guías
Diáconos
La elección de ancianos
Inexistencia de apóstoles en la actualidad para designar ancianos
Tres requisitos para el apostolado
¿Significa esto que usted no cree en tener ancianos?
La ordenación
Pero en la Biblia los obreros eran ordenados.
La imposición de manos
Colecta frente a diezmo
La disciplina en la iglesia
La recepción: una responsabilidad de la asamblea local
Los principios de recepción
¿Quién decide quién debería estar en comunión?
¿Son suficientes los testimonios personales?
La prueba de la profesión de una persona
¡Demasiado exclusivos!
«Pruébese cada uno a sí mismo»
La responsabilidad individual
Cartas de recomendación
La esfera de las hermanas en el ministerio en la iglesia
¡Pero la Biblia dice que las mujeres deben orar y profetizar!
¡Pero en la Iglesia no debemos contemplar la distinción entre varón y mujer!
¡Pero esas cosas sólo son de aplicación en Corinto!
¡Pero no queremos ahuyentar a la gente del cristianismo!
¡Eso es porque Pablo era un anticuado!
La cubierta de la cabeza
Las cubiertas de la cabeza son una antigua costumbre cultural
¡Pero el cabello de la mujer es su cubierta!
Oprobio
Conclusiones
¿A qué denominación se unirían Pedro, Pablo y Juan?
¿Deberíamos comenzar una comunión cristiana en base de esos principios bíblicos?
¿Una secta más?
¿Puedes venir a nuestra iglesia?
Conclusiones
Un llamamiento
PREFACIO
El objeto de este libro es exaltar
al Señor Jesucristo y establecer la realidad de la supremacía de la Palabra de
Dios sobre todas las ideas y tradiciones humanas. Esperamos que no sólo redunde
para la gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, sino que sea también para
bendición de los hijos de Dios.
A lo largo de este libro ha sido nuestra intención exponer los principios
bíblicos del orden de Dios para el funcionamiento de una asamblea cristiana. Al
mismo tiempo hemos señalado con amor, y esperamos que con fidelidad, la falta de
justificación escrituraria del orden tradicionalmente aceptado y actualmente
practicado en las denominaciones de la esfera cristiana. Con ello no ha sido
nuestro propósito criticar los diversos grupos eclesiásticos por mero deseo de
crítica, aunque inicialmente pueda alguien pensarlo así; tampoco ha sido nuestro
propósito criticar a aquellos que están asociados con las diversas
denominaciones. Al señalar estas cosas, nuestra intención ha sido contrastar
dicho orden no escriturario con el orden escriturario de Dios, de modo que todos
puedan conocer el sencillo plan de Dios para la reunión de los cristianos para
el culto y el ministerio.
Este autor no pretende ninguna originalidad en la exposición de la verdad aquí
recopilada. Esas cosas han sido enseñadas y publicadas por los hermanos durante
más de ciento cincuenta años. En esta obra hemos tratado sencillamente de
presentar estas verdades ante el contexto actual.
Las referencias bíblicas usadas en este libro proceden de la versión
Reina-Valera, revisión de 1977, excepto en aquellos casos en que se indique
expresamente.
Introducción
Todos los cristianos han examinado
la Palabra de Dios (la Biblia), en mayor o menor grado, para encontrar el camino
de la salvación. ¡Pero parece que muy pocos de ellos, después de haber sido
salvados, han escudriñado la Palabra de Dios para llegar a conocer cómo querría
el Señor que se reúnan como Su pueblo para el culto y el ministerio! Aunque
todos creen que hay sólo un camino para la salvación, muchos consideran que cada
uno es dejado a sí mismo para escoger cómo debería adorar. Sin embargo, la mente
del Señor acerca de cómo Él quiere que los cristianos se reúnan para el culto y
el ministerio está claramente revelada en la Biblia.
Por cuanto debemos estar preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en
nosotros (1 P. 3:15), deberíamos poder dar una respuesta procedente de la
Palabra de Dios acerca de por qué celebramos el culto de la manera que lo
hacemos. Este autor emplaza al lector a que justifique mediante las Escrituras
el orden de cosas que se practican actualmente en las denominaciones
eclesiásticas actuales. Al mismo tiempo, emprende establecer el orden de Dios
para la congregación de los cristianos para el culto y el ministerio tal como se
encuentra en las Escrituras.
El denominacionalismo: ¿Orden divino, o humano?
Todos los cristianos han examinado
la Palabra de Dios (la Biblia), en mayor o menor grado, para encontrar el camino
de la salvación, ¡pero parece que muy pocos de ellos, después de haber sido
salvados, han escudriñado la Palabra de Dios para llegar a conocer cómo querría
el Señor que se reúnan como Su pueblo para el culto y el ministerio! Aunque
todos creen que hay sólo un camino para la salvación, muchos consideran que cada
uno es dejado a sí mismo para escoger cómo debiera adorar. Sin embargo, la mente
del Señor acerca de cómo Él quiere que los cristianos se reúnan para el culto y
el ministerio está claramente revelada en la Biblia.
Por cuanto debemos estar preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en
nosotros (1 P. 3:15), deberíamos poder dar una respuesta procedente de la
Palabra de Dios acerca de por qué celebramos el culto de la manera que lo
hacemos. ¿Podemos, entonces, justificar mediante las Escrituras la manera en que
nos reunimos con otros cristianos para el culto? ¿O estamos simplemente
siguiendo tradiciones humanas? Proponemos las siguientes preguntas como un reto
que planteamos a todos los cristianos: ¿en base de qué autoridad bíblica se
reúnen con otros cristianos de la manera en que lo hacen?
Debido a la naturaleza de este estudio, pedimos que no se siga sin leer las
referencias bíblicas que se citan.
1) ¿Qué autoridad escrituraria tienen los cristianos para establecer las
llamadas iglesias denominacionales o no denominacionales? La Escritura censura
el establecimiento de sectas y divisiones en el seno del pueblo del Señor (1 Co.
1:10; 3:3; 11:18-19).
2) ¿Qué autoridad tienen los cristianos de parte de Dios para designar a sus
iglesias con nombres como Presbiteriana, Bautista, Pentecostal, Anglicana, etc.?
La Biblia nos dice que el único nombre en el que los cristianos deben reunirse
es el Nombre del Señor Jesucristo (Mt. 18:20).
3) ¿Qué autoridad tienen los cristianos para designar a sus llamadas iglesias
por los nombres de destacados y dotados hombres en la iglesia, como «luteranos»
(Martín Lutero), Menonitas (Menno Simons), Wesleyanos-Metodistas (John Wesley)?
La Escritura censura la constitución de una comunión de cristianos en torno a un
líder en la iglesia (1 Co. 1:12-13; 3:3-9).
4) ¿Qué autoridad hay de parte de Dios para establecer esas iglesias siguiendo
líneas de distinción nacional, como «Hermanos Menonitas Chinos», «Iglesia
Ortodoxa Griega», «Iglesia Católica Ucraniana», «Iglesia Bautista Filipina»,
«Iglesia Alemana de Dios», etc.? En la iglesia de Dios, en la Biblia, no existen
distinciones nacionales ni sociales (Co. 3:1).
5) ¿Qué autoridad tienen los cristianos para imitar para sus lugares de culto la
forma del tabernáculo y del templo correspondientes al orden judaico de cosas en
el Antiguo Testamento? Esos edificios eclesiales tienen a menudo un mobiliario
adornado de oro y otros materiales preciosos. Algunos de ellos se construyen con
la entrada mirando al este, como era el caso del tabernáculo y del templo.
Muchos de estos edificios de iglesia tienen un altar. Otros tienen partes
especiales del edificio acotadas como más sagradas que otras partes. ¿Hay alguna
instrucción de las Escrituras dirigida a los cristianos para que tomen prestadas
cosas así del judaísmo?
6) ¿Hay alguna base en la Palabra de Dios para designar a estos edificios con el
nombre de «iglesia»? La definición bíblica de la «iglesia» es la de una compañía
de personas (creyentes) llamados fuera de los judíos y de los gentiles, unidos a
Cristo, la Cabeza de ellos en el cielo, por el Espíritu de Dios que mora en
ellos (Hch. 11:22; 15:14; 20:28; Ro. 16:5; 1 Co. 1:2; Ef. 5:25).
7) ¿Hay alguna base en la Palabra de Dios para establecer a un hombre en la
iglesia (a menudo llamado Ministro o Pastor) para «dirigir» el culto? La
Escritura enseña que el Espíritu de Dios ha sido enviado al mundo con el
propósito de dirigir el culto cristiano. La Biblia indica que es Él (el Espíritu
de Dios) quien debe presidir en la asamblea de los santos y dirigir como Él
decida (Fil. 3:3; Jn. 4:24; 16:13-15).
9) ¿Qué autoridad escrituraria existe para tener servicios de adoración
predefinidos en esas iglesias? A menudo se entregan programas describiendo el
orden en el que tendrá lugar el culto de aquel día en particular.
10) ¿Qué autoridad da la Escritura para llamar «culto» a los servicios que se
dan en esas iglesias, cuando generalmente consisten en escuchar música y que un
hombre dé un sermón?
11) ¿Qué autoridad tienen de la Escritura para justificar el uso de instrumentos
musicales para ayudar en el culto cristiano? La adoración cristiana es lo que
produce el Espíritu de Dios en el corazón, no con medios mecánicos con el uso de
manos de hombres (Hch. 17:24-25).
12) ¿Qué autoridad dan las Escrituras para repetir oraciones prescritas de
devocionarios en los servicios de la iglesia? La Biblia dice que no deberíamos
usar de vanas repeticiones en nuestras oraciones, sino que deberíamos orar con
nuestras propias palabras expresadas de corazón (Mt. 6:6-8; Stg. 5:16; Sal.
62:8).
13) ¿Qué justificación tienen para recitar los Salmos de David en sus llamados
servicios de culto, cuando los Salmos expresan sentimientos que no pertenecen a
la experiencia cristiana?
14) ¿Por qué la mayoría de las iglesias tienen la Cena del Señor una vez al mes
o cada tres meses, cuando la Escritura dice que después que la iglesia fue
establecida, los creyentes partían el pan cada día del Señor (Domingo)? (Hch.
20:7.)
15) ¿Qué justificación hay en la Escritura en el Nuevo Testamento para tener un
coro de cantantes entrenados para ayudar al culto cristiano?
16) ¿Qué justificación hay en la Escritura para la utilización de ropajes y
vestimentas especiales en los servicios del culto cristiano? Los coros
generalmente van vestidos de túnicas; y frecuentemente el Ministro también.
17) ¿Qué justificación hay para que las mujeres oren y profeticen con las
cabezas descubiertas, cuando la Escritura dice que deberían ir cubiertas? (1 Co.
11:1-16).
18) ¿Qué justificación escrituraria hay para permitir sólo a ciertas personas
(el Pastor o Ministro) el ministerio de la Palabra de Dios? ¿Por qué no hay
libertad en esas iglesias para que el ministerio se dé según la conducción del
Espíritu? La Biblia enseña que cuando los cristianos se reúnen en asamblea todos
(los hermanos) deben tener la libertad de ministrar según el Señor les conduzca
por el Espíritu (1 Co. 12:6, 11; 14:24, 26, 31).
19) ¿Qué autoridad escrituraria existe para la idea de que una persona ha de ser
ordenada para actuar en el ministerio? No aparece en la Biblia ningún pastor, ni
maestro, o evangelista, profeta o sacerdote que fuese ordenado para predicar o
enseñar. ¡La Escritura enseña que la misma posesión de un don espiritual es la
justificación para su uso por parte de su receptor! (1 P. 4:10-11).
20) ¿Qué autoridad escrituraria existe para la idea de que hay en la actualidad
hombres en la tierra que tienen potestad para ordenar a otros? ¿De dónde han
recibido esta potestad?
21) ¿Hay alguna justificación para designar a alguien como «Pastor» (esto es,
«Pastor Fulano de Tal»), cuando en la Escritura este don nunca fue dado a nadie
como un título?
22) ¿Qué autoridad escrituraria existe para constituir a un hombre como Pastor
de una iglesia local cuando la Escritura nunca se refiere al don de pastor como
un cargo local? (Ef. 4:11).
23) ¿Qué autoridad hay en la Escritura para que los llamados Ministros se
arroguen el título de «Reverendo» o incluso, como en el caso de algunos
clérigos, el de «Padre»? La Escritura dice que no deberíamos llamar a nadie
«Padre» en un sentido religioso. Otros adoptan el título de «Doctor» (que
significa «maestro» o «instructor» en latín), cuando la Escritura también dice
que no debiéramos hacer tal cosa (Mt. 23:8-10).
24) ¿Qué autoridad escrituraria existe para que las mujeres en estas iglesias
prediquen, cuando la Biblia enseña que el papel de las hermanas no es el de
asumir un papel público en la iglesia, ni en administración ni en enseñanza? (1
Co. 14:34-38; 1 Ti. 2:11-12).
25) ¿Es escrituraria la práctica de que la iglesia escoja a su «Pastor» o
«Ministro»? El procedimiento usual es invitar al candidato a «Pastor» a la
iglesia, donde tendrá la oportunidad de demostrar su valía dando algunos
sermones. Si su predicación es considerada aceptable, entonces la iglesia
(generalmente a través de la junta de diáconos) lo escogerá para que sea su
«Pastor» local. ¿Es esto un procedimiento conforme a la Palabra de Dios?
26) ¿Qué autoridad escrituraria hay para que las iglesias escojan a sus
ancianos? En la Biblia no aparece una sola iglesia (local) que escogiese a sus
ancianos.
27) ¿Qué autoridad tienen en base de la Escritura las iglesias para celebrar
días señalados y festividades cristianas como el Viernes Santo, Todos Santos,
Cuaresma, Navidad, etc.? La Escritura dice que el cristianismo no tiene que ver
con días y tiempos especiales (Gá. 4:10; Col. 2:16).
28) ¿Qué autoridad escrituraria tienen estos ministros en los púlpitos de esas
iglesias para enseñar doctrinas como Teología del Pacto, Amilenarismo, Seguridad
Condicional, Purgatorio, Absolución, Observancia de la ley, etc.?
29) ¿Da la Escritura alguna autoridad para celebrar reuniones «de testimonio»,
en las que una persona se levanta y explica a la audiencia cómo fue salvado, a
menudo detallando su pasada vida de pecados?
30) ¿Qué justificación da el Nuevo Testamento para tomar diezmos (el 10 por
ciento de los ingresos) de los asistentes, cuando el diezmo es claramente una
ley mosaica para Israel? (Lv. 27:32, 34; Nm. 18:21-24).
31) ¿Qué justificación escrituraria tienen para los esfuerzos de recolección de
fondo y para pedir donaciones a audiencias mixtas de creyentes e inconversos en
esas iglesias? La Biblia indica que los siervos del Señor no tomaron «nada» de
los inconversos de este mundo entre los que predicaban el evangelio (3 Jn. 7).
32) ¿Son acaso los seminarios y las escuelas bíblicas el camino de Dios para
preparar a un siervo para el ministerio? ¿Está justificado por las Escrituras la
emisión y recepción de diplomas y grados (p. ej., Doctor en Teología)? La Biblia
dice que no deberíamos darnos títulos lisonjeros unos a otros (Job 32:21-22; Mt.
23:7-12).
33) ¿Hay alguna justificación en la Palabra de Dios para que esas iglesias
envíen Ministros y Pastores a un lugar determinado para llevar a cabo un
servicio para el Señor? A veces oímos comentarios como: «El Pastor Fulano de Tal
fue enviado por tal y cual organización.» La Escritura muestra que es Cristo, la
Cabeza de la iglesia, el que envía a Sus siervos mediante la conducción del
Espíritu a la obra, y que la iglesia debe sencillamente reconocerlo dando al
siervo la mano derecha de comunión (Mt. 9:38; Hch. 13:1-4; Gá. 2:7-9).
34) ¿Dónde en las Escrituras se da el concepto de la iglesia como organización
para la enseñanza? A menudo oímos a las personas decir: «Nuestra iglesia enseña
que ...» En la Biblia, en cambio, no vemos a la iglesia enseñando, sino a la
iglesia enseñada por aquellos que habían sido suscitados por el Señor (Hch.
11:26, Ro. 12:7; Ap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 1 Ts. 5:27).
«Podemos hacer todo lo que la
Escritura no prohíba»
Muchos cristianos responden a esas cosas razonando que si las Escrituras no
tratan o prohíben algo de manera específica, en tal caso Dios no lo considera de
importancia. Por cuanto según ellos la Biblia no trata de la cuestión de cómo
los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio, concluyen que es
algo que debería dejarse al gusto y a discreción de cada uno. Consiguientemente,
no ven nada malo en introducir en el cristianismo cosas que no están en la
Biblia.
Ahora bien, esta suposición no es correcta, sencillamente, porque la Biblia sí
que trata la cuestión de cómo los cristianos deben reunirse para el culto y el
ministerio. El orden tradicional de gobierno de la iglesia en las denominaciones
en la Cristiandad no sólo no se encuentra en la Palabra de Dios, ¡sino que mucho
de ello entra en clara contradicción con la Palabra de Dios!
En segundo lugar, no es un principio racional ni sano proceder a razonar desde
una perspectiva negativa (desde lo que no está en la Biblia) para dilucidar la
mente de Dios acerca de un tema (2 Ti. 1:7). Se trata de un principio falso, y
desde luego es poner las cosas del revés. En esencia, lo que se está diciendo
es: «Para el culto y el ministerio podemos hacer cualquier cosa que no esté
mencionada en la Biblia!» Nosotros preguntamos: «¿Es de esta manera que Dios
trata las cuestiones en la Escritura?» Si aplicásemos este principio a otros
temas bíblicos, prácticamente no habría fin en lo que podríamos hacerles
significar. Ello nos trae a la mente los días de los jueces, cuando «cada uno
hacía lo que bien le parecía» (Jue. 17:6; 21:25; Dt. 12:8; Pr. 21:2). T. B.
Baines ha dicho con razón: «O bien Dios ha establecido un orden para la
asamblea, o bien ha dejado al albedrío humano el hacerlo. Si Él ha establecido
un orden, es claramente obligatorio para todos, y cada alejamiento de este orden
es un acto de desobediencia.»
Si buscásemos sinceramente hacer Su voluntad, ¿no sería más lógico volver a la
Palabra de Dios y comenzar de cero, por así decirlo, diciendo: «No haremos nada
más que aquello que esté en la Palabra de Dios para la reunión de los cristianos
para el culto y el ministerio? Esto es lo que trataremos de hacer en el resto de
este libro.
La ruina del testimonio cristiano
Volviendo a la Palabra de Dios,
vemos que casi cada escritor del Nuevo Testamento ha predicho que sobrevendrían
el alejamiento y la ruina en el testimonio cristiano. Por ello, en realidad no
debería sorprendernos ver un alejamiento del orden de Dios de una magnitud tan
enorme en la constitución de esas iglesias.
Las «segundas» epístolas tratan de manera particular acerca de esta cuestión.
Cada epístola contempla algún aspecto de la fe cristiana que se abandona.
La Segunda Epístola a los Efesios (Ap. 2:1-7): el abandono del primer amor.
La Segunda Epístola a los Tesalonicenses: el abandono de la esperanza
bienaventurada (la venida del Señor —el arrebatamiento).
La Segunda Epístola de Juan: el abandono de la doctrina de Cristo.
La Segunda Epístola de Pedro: el abandono de la piedad práctica.
La Segunda Epístola a Timoteo: el abandono del orden en la casa de Dios (esto
está particularmente relacionado con la cuestión que estamos considerando).
La Segunda Epístola a los Corintios: el abandono de la autoridad apostólica tal
como la encontramos en la Escritura.
El testimonio de Pablo
El Apóstol Pablo advirtió que habría un gran apartamiento de la Palabra de Dios
en el cuerpo cristiano profesante. Dijo así: «Porque yo sé que después de mi
partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al
rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas
para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hch. 28:29-30). Pablo dijo también que
en los postreros tiempos algunos «apostatarán de la fe» (del cuerpo de la verdad
cristiana) y comenzarán a enseñar cosas que no son conforme a la verdad (1 Ti.
4:1-3). Se refirió a aquellos que «naufragaron en cuanto a la fe» (1 Ti.
1:19-20), a aquellos que «se desviaron de la fe» (1 Ti. 6:10), a aquellos que
«trastornan la fe» de otros mediante sus enseñanzas erróneas (2 Ti. 2:18), y a
aquellos que llegarían a ser «descalificados en cuanto a la fe» (2 Ti. 3:8).
Dijo que llegaría el tiempo en que muchos en el cuerpo cristiano profesante «no
sufrirán la sana doctrina, sino que ... apartarán de la verdad el oído, y se
volverán a las fábulas», careciendo de base en la Palabra de Dios (2 Ti. 4:2-4).
Dijo que la moralidad en el testimonio cristiano degeneraría al nivel de cosas
en el mundo pagano (2 Ti. 3:1-5; cp. Ro. 1:28-32). Se refirió a impostores que
surgirían pretendiendo tener un conocimiento de la verdad; que imitarían los
poderes milagrosos de Dios en un intento de resistir a la verdad (2 Ti. 3:7-8).
Dijo también que las cosas no irían a mejor, sino que «los malos hombres e
impostores» en el testimonio cristiano (porque éste es el contexto del capítulo)
irían «de mal en peor» (2 Ti. 3:13). Una mirada global al testimonio cristiano
nos hace ver que todo esto tiene su triste cumplimiento en nuestros días.
El testimonio de Mateo
El Apóstol Mateo indica el mismo apartamiento en las parábolas del reino de los
cielos. En esas parábolas, el Señor Jesús dijo que vendría un enemigo (Satanás)
que sembraría cizaña entre el trigo. Esto indica que habría una introducción de
profesantes falsos y sin vida dentro del reino de los cielos. El resultado sería
una mezcla de creyentes (el trigo) y de falsos profesantes (la cizaña) en el
reino que no se resolvería hasta el fin del siglo (Mt. 13:24-30, 38-41).
El Señor Jesús se refirió también a que surgiría un inmenso sistema de cosas
sobre la sencillez original del cristianismo, y que al final no se parecería a
lo que era al principio. Usó la figura de la semilla de mostaza plantada en la
tierra, y su crecimiento desproporcionado hasta llegar a ser un árbol enorme
donde anidarían las aves del cielo. El árbol es símbolo de dominio y de poder (Dn.
4:9-27, 34). De este modo el Señor indicó que el cuerpo cristiano profesante
llegaría a ser una gran entidad en este mundo con una gran apariencia externa.
Las aves son símbolo de espíritus malvados y de personas asimismo malvadas (Mt.
13:4, 19; Ap. 18:2) que contenderían por poseer puestos de honor dentro de todo
esto. Si jamás hemos tenido la oportunidad de oír el ruido procedente de un
árbol lleno de pájaros, comprenderíamos qué buena imagen es ésta de la confusión
existente en el testimonio cristiano. Todos los pájaros gorjean a la vez; todos
aparentemente con algo que decir, pero todas sus voces están en conflicto.
¿Acaso no es esto precisamente lo que oímos cuando miramos y escuchamos los
miles de voces de las diversas denominadas iglesias de la Cristiandad? (Mt.
13:31-32).
El Señor Jesús prosiguió contando acerca de la mujer que escondió levadura en
tres medidas de harina (Mt. 13:33). Esto se refiere a otro aspecto de la ruina
que se ha introducido en el cuerpo cristiano profesante. Si las aves en el
enorme árbol son una ilustración de la gran profesión externa que iba a
desarrollarse, la levadura en la harina habla de la gran corrupción interior que
también iba a desarrollarse. En la Escritura, la levadura es un tipo de maldad (Mt.
16:6; Mr. 8:15; 1 Co. 5:6-8; Gá. 5:7-10). La harina es tipo de Cristo, Aquel que
es «el pan de vida». Él es el alimento espiritual de los hijos de Dios (Jn.
6:33-35, 51-58). De ese modo, el Señor indicó que la iglesia (la mujer)
corrompería el alimento de los hijos de Dios mediante la introducción de falsa
doctrina, mezclándola con la verdad de Su persona. ¿Y no es esto cierto en la
actualidad? Se han asociado muchas enseñanzas malvadas y erróneas con Cristo en
el vasto cuerpo profesante de la Cristiandad.
De este modo, esas tres parábolas en el evangelio de Mateo indican que habría la
introducción de personas malas (Mt. 13:24-30), de espíritus malos (Mt. 13:31-32;
1 Ti. 4:1) y de malas doctrinas (Mt. 13:33).
Algunas de las otras similitudes del reino en el evangelio de Mateo indican
también que se caería en este fracaso (como en Mt. 25:1-13: «cabecearon todas y
se durmieron»).
El testimonio de Pedro
El Apóstol Pedro se refirió también a las malas enseñanzas que surgirían en el
testimonio cristiano. Dijo que se levantarían falsos maestros entre los santos
de Dios, y que introducirían «herejías destructoras» que muchos seguirían, y
ello hasta el punto que designarían como malvado el camino de la verdad (2 P.
2:1-3; 3:16). Una «herejía» o «secta», por definición, es la constitución de una
división dentro de la iglesia que se separa en la práctica de otros y que
constituye su comunión alrededor de una perspectiva particular. La mas sutil de
todas las herejías es la que se desarrolla alrededor de alguna parte de la
verdad con exclusión de otras verdades. Puede haber muchos verdaderos creyentes
conectados con tales herejías. En contraste a ésas, las «herejías destructoras»
como aquellas a las que se refiere Pedro son sectas que levantan la causa de
doctrinas que condenan el alma.
Al contemplar la inmensidad de la Cristiandad profesante, ¿no podemos apreciar
las numerosas divisiones y sectas en la iglesia? ¡Se nos dice que existen en la
actualidad más de mil quinientas denominaciones y círculos de comunión no
denominacionales! Es con gratitud que podemos decir que la mayoría de esos
grupos eclesiales no son herejías «destructoras», pero sin embargo se trata de
divisiones externas en la iglesia que son de carácter sectario. Por herejía no
se designa la enseñanza de falsas doctrinas, ¡sino la constitución de sectas! Y
recordemos que la Escritura dice que debemos rechazar las herejías porque son
una obra de la carne: de la naturaleza pecaminosa caída (Tit. 3:10-11; 1 Co.
11:19; Gá. 5:20). Es cierto que a menudo las doctrinas falsas están relacionadas
con la constitución de sectas, y a eso se debe probablemente que muchos
cristianos relacionen la herejía con enseñanzas blasfemas.
El testimonio de Juan
En tanto que el apóstol Pablo advierte acerca de aquellos que «retroceden» de la
revelación de la verdad cristiana (He. 10:38-39), el Apóstol Juan advierte que
habría los que «pasarían adelante» y no se mantendrían en ella (2 Jn. 9, cp. V.M.).
Juan se refirió a este apartamiento del testimonio cristiano como resultado de
la obra de maestros anticristianos. Dijo él: «Salieron de nosotros, pero no eran
de nosotros» (1 Jn. 2:19). El «nosotros» aquí y en muchos otros lugares en la
epístola de Juan hace referencia a los apóstoles. Esta defección de la doctrina
de los apóstoles era realmente el abandono de la misma. ¿Acaso no podemos ver
que mucho de lo que ha sido erigido dentro del testimonio cristiano es
esencialmente aquello que está fuera de la enseñanza del apóstol? ¿Hay acaso
justificación en base de la enseñanza del apóstol para esas muchas cosas que
abrazan esas iglesias? Eso nos recuerda la palabra del Señor a los fariseos
cuando dijo que estaban «enseñando doctrinas que son preceptos de hombres».
También dijo: «¡Qué bien dejáis a un lado el mandamiento de Dios, para conservar
vuestra tradición!» (Mr. 7:7, 9).
El testimonio de Judas
Judas también nos anuncia que ciertos hombres iban a entrar encubiertamente
entre los cristianos, para convertir «en libertinaje la gracia de nuestro Dios»
(Jud. 4). Describe el carácter de aquellos que corromperían el cuerpo profesante
cristiano como aquellos que «han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por
lucro al error de Balaam, y perecieron en la rebelión de Coré» (Jud. 11). Ésas
son tres ajustadas descripciones de la clase de error eclesiástico dominante en
la Cristiandad hoy.
Primero hay «el camino de Caín» que describe el esfuerzo por presentar a Dios
las propias obras para ser aceptos ante Dios. Caín era un hombre religioso en
cuanto que ofreció sacrificio, pero presentó la obra de sus propias manos a Dios
para ser aceptado, y en consecuencia fue rechazado (Gn. 4:1-5). Su ofrenda no
tenía sangre, la cual señalaba en sentido figurado al sacrificio final y el
derramamiento de sangre del Señor Jesucristo, sin el cual nadie puede recibir
bendición de Dios. En la actualidad se está predicando desde los púlpitos de
muchas iglesias un evangelio sin sangre (que en realidad no es evangelio en
absoluto) por el cual muchas personas han sido llevadas a creer que pueden
presentar sus buenas obras a Dios para ser aceptados y alcanzar la salvación,
aunque la Biblia indica claramente que la salvación es «no a base de obras» (Ef.
2:8-9; Tit. 3:5; Ro. 4:4-8).
Segundo, hay «el error de Balaam», que habla de la disposición a enseñar cosas
que Dios no ha autorizado a cambio de dinero y de honores. Balaam se presentó a
sí mismo a Balac y a los moabitas como profeta, y se mostró dispuesto a
profetizar para ellos para perjuicio del pueblo de Dios (Nm. 2224). Muchos en la
cristiandad (aunque quizá sin la intención de dañar a nadie del pueblo de Dios)
están también enseñando doctrinas dañinas que no se encuentran en la Escritura y
están buscando altos honores en la iglesia.
Tercero, hay «la rebelión de Coré», que es la organización de un grupo de
hombres para desafiar el orden divino del sacerdocio. Coré y sus hombres querían
una posición por encima del pueblo de Dios que Dios no les había dado. En el
cuerpo profesante cristiano también se ha dado una similar organización de una
clase especial de hombres para presidir sobre la grey de Dios, clase conocida
como clero. Y se refieren libremente a la grey de Dios como siendo su grey. Esta
clase de organización puede que sea introducida con buenas intenciones, y puede
que haya muchos que ocupen actualmente esos puestos con motivos igualmente
buenos, pero sigue siendo un sistema de cosas que carece de fundamento en la
Palabra de Dios.
El testimonio del Señor
Por último, el Señor expresa Su propia condena de un grupo de personas que iba a
surgir en la iglesia, llamado los nicolaítas (Ap. 2:6, 15). Esas personas
introdujeron la impureza en el testimonio cristiano, y por el significado del
nombre muchos maestros bíblicos han llegado a la conclusión de que bien pudiera
haberse tratado de las primeras semillas del clericalismo. Nico significa
«gobernar», y laitas proviene del término laos que significa «el pueblo». Los
nicolaítas eran un partido que aparentemente buscaban por algún medio «gobernar
al pueblo», y por ello bien podrían haber sido el comienzo del sistema
clero/laicos. Podríamos añadir también que el Señor aborrece «las obras» y «la
doctrina» de los nicolaítas (Ap. 2:6, 15).
De modo que tenemos un abundante testimonio procedente de los escritores del
Nuevo Testamento acerca de la realidad de que iba a haber una gran defección de
la sencillez de la fe cristiana (2 Co. 11:3-4), y de que se erigiría un sistema
de cosas carente de fundamento en la Palabra de Dios. Es cierto que algunas de
las iglesias tienen más de este orden clerical que otras. Pero tanto si se trata
de San Pedro en Roma o de la más pequeña capilla evangélica, la mayoría de
ellas, si no todas, tienen sus principios básicos entretejidos en la trama de su
gobierno eclesiástico. El creyente instruido en la mente de Dios no puede dejar
de admitir que aquello que pasa como la iglesia de Dios delante de los hombres
tiene poco o ningún parecido con la iglesia de Dios como es presentada en la
Palabra de Dios.
El «Un Cuerpo» frente a las muchas denominaciones y divisiones
Quizá la más triste de todas esas evidencias de apartamiento sea la multitud de
sectas y divisiones. La clara enseñanza de la Escritura es que Dios aborrece las
divisiones, porque los cismas y las herejías (formación de partidos) son una de
las obras de la carne (Gá. 5:20). ¡Cuán grande es la contradicción a la voluntad
del Señor toda esta presencia de numerosas sectas y divisiones en el testimonio
cristiano! Mientras Él estaba en la tierra, oró que todos fuesen uno. Dijo: «Mas
no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por
medio de la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí,
y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que
tú me enviaste» (Jn. 17:20-21). ¡Él estaba dispuesto a morir «para congregar en
uno a los hijos de Dios que estaban dispersos»! (Jn. 11:51-52). También dijo que
después de morir buscaría recoger a Sus ovejas juntas en «un solo rebaño», para
que tuviesen «un solo Pastor», Él mismo (Jn. 10:15-16). A pesar de los deseos
del Señor acerca de Su pueblo de que expresasen una unidad cohesiva y práctica
sobre la tierra, están todos esparcidos en diferentes sectas, cada una de ellas
con sus creencias y prácticas peculiares. ¿Cómo puede esto recibir la aprobación
del Señor?
En la primera aparición de división en la iglesia, el apóstol Pablo fue llevado
por el Espíritu a escribir: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, a que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre
vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y
en un mismo parecer. ... cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de
Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo?» (1 Co.
1:10-13; 12:25). ¡Aquí, en el lenguaje más llano posible, Dios ruega a todos los
creyentes, por la gloria del Nombre del Señor Jesús, que no haya divisiones! Sin
embargo, cuando contemplamos el cuerpo cristiano profesante en la actualidad,
¡vemos que ha tenido lugar aquello que la Escritura reprende! ¡Cuántos miles de
cristianos están diciendo: «Yo soy de Roma», «yo soy de Lutero» (luterano), «yo
soy de Wesley» (metodista), «yo soy de Menno Simons» (menonita), etc.! Si al
Espíritu le contristaba oír a los cristianos decir «yo soy de Pablo» y «yo soy
de Apolos», ¿acaso le agrada ahora al Espíritu oírles decir «yo soy de Lutero»,
«yo soy de Wesley», «yo soy anglicano», etc.? Si fue denunciado como carnalidad
en aquellos tempranos días de la iglesia, ¿podría ahora designarse como
espiritualidad? (1 Co. 3:1-5). Esas muchas denominaciones han desechado el orden
divino para el gobierno de la iglesia y han establecido su propio gobierno,
redondeado con sus propios credos y reglamentos eclesiales. Pero, con ello, han
creado una triste división en la iglesia.
Preguntamos: «¿Habrá esas divisiones sectarias en el cielo?» Todos los
cristianos están de acuerdo, unánimes, en que allá no existirán. Todos los
cristianos allí estarán congregados alrededor del Señor Jesús con perfecta
unidad. Entonces, ¿a qué se debe que los cristianos acceden a reunirse para el
culto en la tierra en divisiones sectarias, cuando en el cielo no existe tal
cosa? Recordemos que el Señor enseñó a los discípulos a orar: «Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:10).
El apóstol Pablo dice que la primera responsabilidad que tenemos como cristianos
andando «como es digno de la vocación con que fuisteis llamados» es que lo
hagamos «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz».
Luego sigue explicando el por qué, al especificar que hay «un cuerpo» (Ef.
4:1-4). Eso significa que como cristianos deberíamos tratar de expresar de una
manera práctica la verdad de que somos un cuerpo. El mundo debería ver una
unidad visible en la iglesia. En contraste con ello, lo que ven es el testimonio
cristiano hecho mil pedazos. Oímos a los cristianos que hablan de las diferentes
denominaciones como «su cuerpo» y «nuestro cuerpo», ¡como si hubiera muchos
cuerpos!
Una ilustración empleada por Charles Stanley describe idóneamente la confusión
que existe en el testimonio cristiano. Supongamos que el Gobierno de la Nación
nombra a un capitán general para una de las regiones militares y que por un
período determinado el ejército allí queda plenamente bajo su mando. El ejército
allí podría ser designado de manera apropiada como «el ejército de la Nación».
Pero si este ejército dejase a un lado al capitán general y designa a otro de su
propia elección, o el ejército se divide en diversas facciones y cada facción
designa a su propio comandante: aunque cada soldado siga siendo miembro de la
Nación, ¿sería apropiado designar a este ejército dividido en facciones como «el
ejército de la Nación»? Por su rebelión contra la autoridad del capitán general
designado legítimamente por el gobierno de la Nación, ¿no estarían todas las
facciones en condición de amotinadas? ¿No sería una deslealtad unirse a las
filas de cualquiera de esas facciones amotinadas? Ahora bien, si aplicamos esto
a la iglesia, podemos ver con facilidad que esto es precisamente lo que ha
sucedido en la constitución de las iglesias denominacionales y no
denominacionales. Durante un tiempo, la iglesia primitiva permaneció bajo la
autoridad del Espíritu Santo enviado desde el cielo para gobernar a la iglesia,
así como el ejército de la Nación reconoció por un tiempo la autoridad del
capitán general designado legítimamente. Cuando se dio el apartamiento de la
Palabra de Dios en la iglesia, entraron las divisiones; y se aplicaron medidas
humanas para guiar a esas divisiones. Sin duda alguna, esos inventos humanos
fueron introducidos con buenas intenciones, pero sin la autoridad de la Palabra
de Dios. Al multiplicarse las sectas dentro del cuerpo profesante cristiano, se
establecieron autoridades humanas (con sus credos y reglamentos eclesiásticos)
dentro de las diversas denominaciones para dirigir los asuntos de las mismas. En
la actualidad, todo eso ha crecido hasta formar un inmenso sistema, y muy poco
de ello tiene fundamentación en la Palabra de Dios.
¿Podemos sorprendernos acaso de que los inconversos de este mundo contemplen la
iglesia y sacudan la cabeza? Si se les pregunta por qué no creen el evangelio, a
menudo señalan el estado de confusión y división de la cristiandad con todas sus
voces en conflicto como su excusa para rechazar a Cristo. ¡Qué triste testimonio
hemos dado ante este mundo! Desde luego, deberíamos inclinar las cabezas y
confesar al Señor que hemos pecado, igual que en la antigüedad Daniel reconoció
que tenía parte en la ruina y en el fracaso del testimonio de Israel (Dn.
9:1-19; Ez. 9:1-15; Neh. 9:4-38).
Terminología convencional frente a terminología escrituraria
Mucha de la confusión que existe en el testimonio cristiano procede de la
terminología que los teólogos han aplicado a las sencillas verdades de la
Biblia. F. B. Hole dijo una vez que la teología moderna ha tomado muchos de los
términos de la Escritura y los ha vaciado de su significado escriturario; luego,
ha asignado a esos términos significados de invención humana para apoyar su
sistema de teología. Cuando comparamos esas ideas con la Palabra de Dios,
veremos qué alejamiento ha habido de la verdad por medio de esas cosas.
Uno de los ejemplos más evidentes de cómo la terminología convencional ha dado
un nuevo significado a un término escriturario es «la iglesia». La mayoría de
los cristianos usan este término para referirse a un edificio al que van los
cristianos cuando se reúnen para el culto. Cuando se reúnen en el edificio,
dicen: «Vamos a la iglesia.» Sin embargo, la Biblia nunca emplea la palabra de
esta manera. La Biblia habla de la iglesia (Gr.: ekklesia) como una compañía de
redimidos que han sido «llamados afuera» de los judíos y de los gentiles
mediante su creencia en el evangelio. Esas personas componen el cuerpo y la
esposa de Cristo, y un día reinarán con Él sobre el mundo. La Biblia muestra
claramente que la iglesia no es un edificio material, porque dice que Cristo la
amó y se dio a sí mismo a la muerte por ella (Ef. 5:25-26). Desde luego, no lo
habría hecho por un mero edificio hecho con manos de hombres. La Palabra de Dios
nos dice también que la iglesia se encontraba frecuentemente en casa de alguna
persona (Ro. 16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 2). Dice que la iglesia tenía
oídos para recibir instrucción (Hch. 11:22, 26); capacidad de discernimiento
para conocer la mente del Señor (Hch. 15:22); y podía orar (Hch. 12:5), ser
saludada (Ro. 16:5) y ser perseguida (Hch. 8:1; 1 Co. 15:9). Es muy evidente por
esas referencias que la iglesia es una compañía de personas salvadas por la
gracia de Dios. Un «Ministro» de una denominación local preguntó a una mujer
negra de las Pequeñas Antillas que había aprendido algo de la verdad de la
iglesia por qué «no iba más a la iglesia». Ella contestó: «La única iglesia de
la que leo en la Biblia es la que cayo poniendo los brazos alrededor del cuello
de Pablo y le besó. Si eso cayese sobre mí (dijo, señalando al edificio al lado
del camino), ¡me mataría!»
Los cristianos usan también erróneamente este término para describir a una secta
en la iglesia. Hablan de ser miembros de una iglesia, cuando en realidad están
refiriéndose a su condición de miembros de una secta denominacional (o no
denominacional) de la iglesia. La verdad es que la Escritura no conoce otra
membresía que la del cuerpo de Cristo. Cada creyente en el Señor Jesucristo es
miembro de ese cuerpo (1 Co. 12:12, 27).
También oímos de cristianos refiriéndose a personas «uniéndose a una iglesia»,
cuando en realidad quieren decir unirse a una secta en la iglesia. A. H. Rule
dijo: «La iglesia no es una asociación voluntaria a la que pueden unirse las
personas voluntariamente y luego dejarla, como es el caso de las sectas.» La
Biblia no nos enseña que debamos «unirnos» a una iglesia. Hay sólo una iglesia
en la Biblia: a la misma el Señor (no nosotros) une a las personas cuando creen
en Él para salvación (Hch. 2:47; 5:14; 11:24; 1 Co. 6:17). Un hermano que tenía
conocimiento de esta verdad respondió, cuando le preguntaron a qué iglesia
pertenecía: «¡Yo pertenezco a la iglesia a la que nadie puede unirse!» La
persona que preguntaba quedó naturalmente asombrada, y le preguntó: «¿Y cómo
consiguen ustedes nuevos miembros?» Él respondió: «Oh, el Señor los une cuando
son salvos, pero no pueden unirse voluntariamente.» A lo que podemos y
deberíamos «unirnos» es a la comunión de los santos, pero no podemos unirnos a
la iglesia (Hch. 9:26).
Habrá alguna ocasión en la que alguien preguntará: «¿Quién es la cabeza de
vuestra iglesia?» suponiendo que mencionaremos el nombre de algún llamado
«Ministro». Sin embargo, la Cabeza de la iglesia de la que habla la Biblia está
en el cielo (Col. 1:18).
También hemos oído a gente decir: «Nuestra iglesia enseña que ...» Sin embargo,
la Palabra de Dios desconoce en concepto de que la iglesia enseñe. Esto es
puramente una idea humana. Si los hombres constituyen una organización con
ciertas doctrinas y credos que se formulan como la norma de su secta, no se
equivocarían en un cierto sentido al decir que aquella organización enseña.
¡Pero una organización no es la iglesia! La Biblia nos enseña que la iglesia no
enseña, ¡sino más bien que recibe enseñanza! Y esta enseñanza la recibe de
aquellas personas dotadas que suscita Cristo, la Cabeza ascendida de la iglesia
(Hch. 11:26).
Otro ejemplo de la confusa terminología que existe en la Cristiandad lo
encontramos en el uso que se hace de la palabra «santo». La mayoría de los
cristianos piensan que un santo es una persona que vive o ha vivido una vida
ejemplar. Pero la Biblia usa este término para designar a los corintios: a
creyentes que estaban señalados por la división y la carnalidad (1 Co. 14);
asociados con males morales (1 Co. 5); y había entre ellos algunos que mantenían
una falsa doctrina que minaba la base misma del cristianismo (1 Co. 15). En todo
el Nuevo Testamento no encontramos un grupo de cristianos que anduviese peor,
excepto quizá los gálatas. Sin embargo, y a pesar de todos esos fracasos, la
Palabra de Dios ¡llama «santos» a los corintios! (1 Co. 1:2). Por todo esto
queda claro que la Biblia tiene una diferente definición para «santo» que la que
la gente usa comúnmente en la actualidad.
W. Kelly dijo que en las mentes de la mayoría de la gente un santo es algo más
que un cristiano, mientras que en realidad ¡un cristiano es más que un santo!
Dijo también: «Muchos considerarían extraña mi doctrina, porque consideran que
todos los nacionales de estos países son cristianos y a muy pocos en la tierra
como santos —quizá a ninguno hasta que llegue al cielo. Pero para mí es más que
evidente —nada más cierto— que un cristiano es un santo, ¡y mucho más!»
La verdad es que todos los cristianos son santos, pero que no todos los santos
son cristianos. Un santo es un «santificado». Llega a serlo por el nuevo
nacimiento. Ser santificado es ser «apartado» por Dios. Los santificados han
sido separados de la masa de la humanidad que se precipita a la destrucción, al
recibir una nueva vida (el nuevo nacimiento) de parte de Dios.
Consiguientemente, al nacer de nuevo se encuentran entre los que están de camino
al cielo. Santificada es lo que es posicionalmente toda persona que posee una
nueva vida delante de Dios, con independencia de como pueda andar de forma
práctica en su vida.
Todos los creyentes desde el principio del tiempo son santos. Pero los santos de
los tiempos del Antiguo Testamento no eran cristianos. Los creyentes desde
Pentecostés hasta el arrebatamiento son los únicos que son designados cristianos
en la Biblia. La Escritura no se refiere a Abraham, a Job, a Moisés y a otros
santos del Antiguo Testamento como cristianos. Es un término específico que
describe a los creyentes hoy. Un cristiano es alguien que cree en la obra
consumada de Cristo en la cruz. Ha sido sellado con el Espíritu de Dios que mora
en él, mediante el cual ha quedado inseparablemente unido a Cristo, la Cabeza de
la iglesia. El lugar y la bendición del cristiano como parte del cuerpo y de la
esposa de Cristo es algo distintivamente diferente (al ser celestial) y mucho
más grande que aquello que tuvieron los santos de Dios en los tiempos del
Antiguo Testamento. Asimismo, aquellos que se volverán al Señor en el venidero
período de tribulación de siete años después del arrebatamiento (cuando la
iglesia estará en el cielo) no son designados como cristianos, aunque son santos
de Dios.
El espacio no nos permite enumerar todos los varios términos que los cristianos
usan hoy de manera errónea. Sin embargo, examinaremos algunos de ellos al ir
prosiguiendo con nuestro tema.
El prerrequisito imprescindible para aprender la verdad: un buen estado del alma
Puede que preguntemos: «¿Por qué tantos cristianos simplemente han aceptado todo
este estado de cosas que ha surgido por invención humana en la Cristiandad, y se
han perdido el orden de Dios establecido en la Biblia para el verdadero culto
cristiano?» La respuesta es que hay un requisito preliminar para comprender la
verdad. Este prerrequisito importante se encuentra en un estado de alma. Los
puntos que siguen son absolutamente necesarios si queremos poseer un estado de
alma apto para asimilar la verdad de la Escritura:
1) Una buena disposición a hacer la voluntad de Dios.
La Biblia afirma que «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la
doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Jn. 7:17). La mayoría
de los cristianos, si no todos, quieren conocer la voluntad de Dios para sus
vidas. Pero eso no es lo que dice este versículo. Este versículo se refiere a la
disposición a hacer la voluntad de Dios, no sólo de conocerla. Muchos cristianos
se pasan la vida sin saber cuál es la voluntad de Dios para ellos. Sigue de
natural que no conocen Su voluntad acerca de cómo los cristianos deberían
reunirse para el culto y el ministerio. La razón para ello es que querer conocer
no es suficiente. El conocimiento de la voluntad de Dios se revela a aquellos
que están dispuestos a hacer Su voluntad, cueste lo que cueste. Cuando nos
comprometemos a hacer la voluntad de Dios, Él nos la da a conocer.
2) Un corazón recto para reconocer la verdad cuando ésta es expuesta.
La Palabra de Dios dice: «Resplandeció en las tinieblas una luz para los rectos»
(Sal. 112:4). Puede que no nos guste la verdad cuando nos es presentada, pero si
tenemos un corazón sincero, reconoceremos que es la verdad. Si la verdad nos
disgusta, ello sólo demuestra que no vamos en la buena dirección, porque la
verdad no duele, excepto cuando debe doler.
3) El ejercicio de alma para aplicarse a aprender la verdad
Se dice que «Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y
para cumplirla. ... Y publiqué ayuno allí junto al río Ahava, para afligirnos
delante de nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para nosotros, y
para nuestros niños, y para todos nuestros bienes» (Esd. 7:10; 8:21, RVR).
Debemos hacer lo mismo. Debe haber diligencia en la búsqueda de la verdad
escudriñando la Palabra de Dios (Hch. 17:11). En el libro de Apocalipsis, el
apóstol Juan tuvo que «tomar» el «librito» que contenía la verdad de los
designios de Dios acerca de Cristo y de Su heredad en la tierra, si lo quería.
Lo había pedido, pero el ángel le contestó que ello no era suficiente: «Toma, y
cómetelo entero» (Ap. 10:9). Esto nos muestra que la verdad no se da de manera
automática a aquellos que meramente la piden, sino más bien a aquellos que
tienen la energía espiritual para «tomarla». Sencillamente, desear no es
suficiente. «El alma del perezoso desea mucho, y nada alcanza» (Pr. 13:4). Se
precisa de diligencia. Pablo dijo a Timoteo: «Procura con diligencia presentarte
a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza
rectamente la palabra de verdad» (2 Ti. 2:15). También se refirió a «las
palabras de la fe y de la buena doctrina» que Timoteo necesitaba seguir
«estrictamente» (1 Ti. 4:6, cp. V.M.). Y añade: «Ocúpate en estas cosas;
permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten
cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persiste en ello, pues haciendo esto, te
salvarás a ti mismo y a los que te escuchen» (1 Ti. 4:15-16). Por lo general, en
la actualidad hay una triste falta de estudio personal de las Escrituras.
Algunos cristianos sólo reciben alimento espiritual para sus almas mediante el
llamado pastor de su iglesia o por lo que oyen por radio. No es probable que
esos ministros digan a sus oyentes la verdad acerca de esta cuestión. Por tanto,
no hay para sorprenderse de que muchos cristianos no conozcan el orden para la
reunión de los cristianos para el culto y el ministerio.
4) Pasando el tiempo en la presencia del Señor en comunión con Él.
La Palabra de Dios dice: «Tu camino, oh Dios, está en el santuario» (Sal. 77:13,
JND). Por cuanto Su camino está «en el santuario», si queremos discernir cuál
es, tendremos que estar allá con Él. Estar en Su santuario significa vivir en Su
presencia en compañerismo y comunión con Él. La mente del Señor en cuanto a esas
cosas nos será revelada cuando estemos en el secreto de Su presencia. «En tu luz
veremos la luz» (Sal. 36:9). No hay nada que pueda suplir la comunión con el
Señor. Este magno privilegio de comunión con Él nos pertenece para gozar de él
en todo momento, porque tenemos libre acceso a Su presencia mediante la oración.
«Dichoso el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a
los postes de mis puertas» (Pr. 8:34).
Nuestra única conclusión acerca de por qué tantos cristianos simplemente aceptan
todo el orden de cosas existente en la profesión cristiana sin cuestionar nada
es que debe faltar alguno o cada uno de estos importantes puntos. Nos
preguntamos si la situación actual es como en los días de Jeremías, cuando dijo:
«los profetas profetizaban al servicio de la mentira, y los sacerdotes dirigían
a su arbitrio; y mi pueblo gustaba de esto» (Jer. 5:31).
Paul Wilson solía decir que si tenemos alguna dificultad en nuestra comprensión
de algún pasaje de las Escrituras, ello se debe a una o todas de las siguientes
tres causas:
No hemos leído el pasaje con atención.
Tenemos una idea preconcebida (o una enseñanza previa) acerca de esta cuestión
que nos estorba de ver el verdadero sentido.
Nuestra voluntad está actuando de manera activa, y no queremos la verdad.
No somos llamados a restaurar la ruina del testimonio cristiano
Muchos creyentes rectos y preocupados han preguntado: «¿Qué puedo hacer para
ayudar a restaurar las cosas en el testimonio cristiano? ¿Quizá debería
presentar esas cosas a mi Pastor para que podamos tener una iglesia más
escrituraria?» Para la respuesta a esas cuestiones debemos volver de nuevo a la
Palabra de Dios. Las Escrituras indican que la condición caída del testimonio
cristiano no será restaurada, sino que será juzgada por Dios. En Romanos 11 el
apóstol Pablo se refiere al olivo cuyas ramas fueron «desgajadas», ilustrando de
manera figurada cómo Israel iba a ser echado a un lado nacionalmente del puesto
de privilegio que ocupaban delante de Dios. Esto tuvo lugar porque rehusaron
todo testimonio de Dios en Cristo y al Espíritu Santo. El apóstol se refiere
luego a las ramas de un olivo silvestre injertadas en la raíz del olivo. Luego
usa eso para ilustrar cómo Dios iba a introducir a los gentiles a una posición
de bendición mediante el evangelio. Los que profesan el Nombre de Cristo están
ahora en este puesto de privilegio y asociación con Él. Éste es el puesto que
ocupa la Cristiandad por la gracia de Dios. Pero el apóstol advirtió que si la
Cristiandad (las ramas del olivo silvestre) no permanecía en la bondad de Dios,
sería cortada de este puesto de privilegio. Como hemos visto, la Cristiandad ha
fracasado en todos los aspectos de su responsabilidad, y espera el juicio, lo
cual sucederá después que el Señor llame a los verdaderos creyentes fuera de
todo ello en Su venida (el arrebatamiento). Así, vemos que el fin de la
Cristiandad es el juicio, no la restauración. Un tipo de esto en la Escritura es
que Vastí (la reina gentil —la Cristiandad) es echada a un lado, mientras que
Ester (la judía) es introducida para tomar su lugar (Est. 12).
Las cartas del Señor a las siete iglesias en Asia dan proféticamente las etapas
sucesivas de decadencia por las que iba a pasar la iglesia profesante. En
ninguna parte de esas cartas indica el Señor que el testimonio cristiano fuese a
ser restaurado, sino más bien que sería escupido de Su boca al final (Ap. 3:16).
Tampoco hay ninguna insinuación en ninguna de las epístolas que habría ninguna
restauración del testimonio cristiano.
Más aun, en Mateo 13:28-30 tenemos la propia palabra del Señor de que deberíamos
desistir de tratar de remediar la condición caída del testimonio cristiano.
Cuando el enemigo hubo sembrado cizaña entre el trigo, los siervos del padre de
familia le dijeron: «¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?» Preguntaron
si debían tratar de remediar la situación; pero el padre de familia respondió:
«No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo.
Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega.» La «siega» es el fin del
siglo (Mt. 13:39). Está claro, entonces, que no somos llamados a corregir los
errores de la Cristiandad, sino a dejarlo todo para la venida del Señor.
Comparar también con Segunda Crónicas 11:1-4. Ahora bien, si Dios dice que el
testimonio cristiano no será restaurado, entonces será una tarea estéril por
nuestra parte tratar de remediar la confusión. ¿Nos pediría Él que hiciésemos
algo que Su Palabra nos dice que no se puede hacer? Al contrario, el Señor ha
dicho: «No os impongo otra carga; no obstante, lo que tenéis, retenedlo hasta
que yo venga» (Ap. 2:24-25).
Llamamiento a la separación
Aunque no somos llamados a corregir
la confusión en el testimonio cristiano, algo que sí podemos hacer es
corregirnos a nosotros mismos en relación con dicha confusión. El apóstol Pablo
describe la defección del testimonio cristiano como algo tan conducente a la
confusión que sólo el Señor podría distinguir entre quien era real y quien no (2
Ti. 2:15-19). Luego prosigue diciendo que nuestra responsabilidad en toda esta
cuestión es apartarnos de aquello que sabemos que es malo e inconsecuente con la
Escritura, diciendo: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de
Cristo».
Para ilustrar este tema tan importante, emplea el apóstol la figura de «una casa
grande» para describir la confusa situación de la Cristiandad. En la casa había
una mezcla de vasos de «oro y de plata» (verdaderos creyentes) y de «madera y de
barro» (falsos profesantes). Algunos de esos eran «para usos honrosos» y algunos
eran «para usos viles». Si un cristiano ha de ser un vaso «santificado» y «para
honra», y dispuesto para toda buena obra a la que el Señor le pueda llamar, ha
de pasar por el ejercicio de limpiarse separándose de los vasos entremezclados
en la situación de confusión. «Si pues se purificare alguno de éstos, será un
vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena»
(2 Ti. 2:20-21, V.M.). El llamamiento del Señor a cada cristiano que se
encuentra sumido en la confusión de la «casa grande» es a separarse de tal
confusión. Aunque no podemos abandonar la «casa grande» (porque eso significaría
abandonar totalmente la profesión de cristianismo), podemos y debemos separarnos
del desorden en la casa. Véase también Segunda Corintios 6:14-18; Segunda
Timoteo 3:5; Romanos 16:17; Apocalipsis 18:4.
¿Por qué separarse?
Quizá alguien podría preguntar: «¿Por qué es tan importante la separación?» La
respuesta es: porque por nuestras asociaciones podemos contaminarnos, y nos
contaminarán. La mayoría de cristianos creen que pueden asociarse con lo que
quieran sin quedar afectados por ello. Pero la Biblia enseña que sí quedamos
afectados por aquellos con quienes nos asociamos. «Las malas compañías corrompen
las buenas costumbres» (1 Co. 15:33; 1 Ti. 5:22; Hag. 2:10-14; Dt. 7:1-4; Jos.
23:11-13; 1 R. 11:1-8, etc.). Sabemos que éste no es un tema popular para los
cristianos hoy en día, pero Dios nos ha dado esas cosas en Su Palabra para que
seamos preservados de las sutiles corrupciones del adversario (Satanás). Las
cosas que Dios ha dado en Su Palabra son para nuestro bien, no porque quiera
destruir nuestro gozo. Él nos ama y se cuida de nosotros, y sabe qué es lo mejor
para nosotros. Recordemos también, nunca somos más sabios que la Palabra de
Dios.
La Biblia indica que el cristiano debe separarse de tres cosas debido a que la
asociación con tales cosas nos afectarán y contaminarán. Esas tres cosas son:
1) El mal moral - Un ejemplo de ello se encuentra en el problema que existía en
Corinto, donde tenían a una persona inmoral en medio de ellos. El apóstol les
dijo: «¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?
Purificaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa» (1 Co.
5:6-7). ¡Como grupo, los cristianos asociados con un malo en medio de ellos
corrían el peligro de quedar leudados por el pecado de aquella persona, aunque
ellos personalmente no hubieran cometido aquel pecado! El apóstol les instruye
que debían disociarse del mismo mediante la excomunión de la persona pecadora (1
Co. 5:11-13). Comparar también el pecado de Acán. Cuando pecó, el Señor dijo:
«Israel ha pecado» (Jos. 7:1, 11). Aunque sólo un hombre y su familia habían
hecho el mal, el Señor acusó a todo Israel de aquella culpa debido a que estaban
asociados con él.
2) El mal doctrinal - Un ejemplo de eso lo tenemos en el caso de la «señora
elegida» en la Segunda Epístola de Juan. Fue advertida de que si alguien acudía
a ella que no permanecía en la doctrina de Cristo, no debía recibir a tal
persona en su casa, ni debía siquiera saludarla, porque al hacerlo se hacía
participante de su mal. El apóstol Juan dijo: «Si alguno viene a vosotros, y no
trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le saludéis. Porque el que le
saluda, participa en sus malas obras» (2 Jn. 9, 11). ¡Observemos que si saludaba
o recibía a tal persona, se haría incluso partícipe de la mala doctrina de
aquella persona, aunque ella misma no recibiese su mala enseñanza! Así, su
responsabilidad era mantenerse pura de esas enseñanzas erróneas, y eso debía
hacerse mediante la separación.
Los gálatas son otro ejemplo de eso. Entre ellos se habían introducido personas
que trataban de judaizarlos, enseñándoles que debían guardar la ley. El apóstol
Pablo dice a los gálatas: «Corríais bien; ¿quién os impidió obedecer a la
verdad? Esta persuasión no procede de aquel que os llama. Un poco de levadura
hace fermentar toda la masa» (Gá. 5:7-9). Vemos aquí que esta errónea enseñanza
tuvo el mismo efecto de fermentación sobre los gálatas que la persona inmoral en
medio de los corintios (1 Co. 5:6-7). Eran leudados por las doctrinas
judaizantes con las que estaban asociados.
Los corintios habían también admitido malas doctrinas acerca de la doctrina de
la resurrección, y el apóstol Pablo lo relacionó con la asociación que habían
tenido con ciertos maestros entre ellos que sostenían doctrinas torcidas. Por
ello les advirtió, diciendo: «No os dejéis engañar; las malas compañías
corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33).
Pablo dijo también a Timoteo que si se encontraba con alguien que enseñaba cosas
contrarias a la sana doctrina, que debía «apartarse» de tal persona, porque si
no lo hacía se haría partícipe del mal de aquella persona (1 Ti. 6:3-5).
3) El mal eclesiástico - El mismo principio es cierto en el mal y desorden
religioso (esto es, clericalismo - el sistema clero/laicos). Cuando nos
asociamos con una comunión particular de cristianos que tiene un sistema de
cosas que no es conforme a la Palabra de Dios, tanto si mantenemos lo que ellos
practican como si no, seguimos identificados con él. Este principio queda
claramente establecido por el apóstol Pablo en Primera Corintios 10:14-22.
Muestra allí que el principio de identificación existe, sea en el cristianismo,
el judaísmo o el paganismo. En cada caso, la participación en un orden religioso
de cosas es la expresión de la comunión de uno con todo lo que existe allí.
Con respecto al cristianismo, dice el apóstol: «La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no
es la comunión en el cuerpo de Cristo?» (1 Co. 10:16). Es evidente por ello que
nuestro acto de partir el pan (participando de la Cena del Señor) es la
expresión de nuestra comunión con aquellos con los que partimos el pan.
Con respecto a Israel, el apóstol expone que existía el mismo principio,
diciendo: «Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no
están en comunión con el altar?» (1 Co. 10:18). El que participase de los
sacrificios en el altar sobre el que se ofrecían se identificaba con todo
aquello que significaba el altar.
Y el apóstol expone también que el mismo principio es cierto con respecto a la
idolatría en el paganismo, diciendo: «Lo que los gentiles sacrifican, lo
sacrifican a los demonios, y no a Dios; y no quiero que vosotros tengáis
comunión con los demonios» (1 Co. 10:20). En este caso, los que participaban de
la «copa de los demonios» estaban en comunión con demonios.
¡Permanece por tanto el hecho de que nuestro acto de participar con un grupo
eclesial determinado constituye nuestra identificación con todo lo que tiene
lugar allí! Si ellos enseñan mala doctrina, estoy en comunión con ella. Si están
dedicados a una práctica no escrituraria de culto, también estoy en comunión con
ella. Y Dios no quiere que Su pueblo tenga comunión con malas doctrinas o
prácticas (2 Co. 6:14-18). Por eso dijo el apóstol Pablo que cuando surge la
confusión religiosa en la casa de Dios, debemos limpiarnos de esas cosas
separándonos de ellas (2 Ti. 2:20-21).
Otra razón por la que es necesario separarse del orden de hechura humana en las
denominaciones es que si nos quedamos en ellas no podremos practicar el orden de
Dios tal como se encuentra en la Escritura, porque esos lugares distan de
practicar el orden escriturario.
Un remanente de judíos salidos de Babilonia
El Antiguo Testamento nos da una ilustración de este ejercicio de separación de
la confusión religiosa. Siguiendo la historia de los hijos de Israel a través de
los libros de los Reyes y Crónicas, vemos que después de haberse establecido en
su tierra prometida con su servicio de culto promulgado por Dios, fueron
alejándose lentamente de la Palabra de Dios. Introdujeron cosas que Dios nunca
les había mandado (p.e., 1 R. 11:7-8; 2 R. 16:10-18). A causa de su
desobediencia y fracaso por no confiar en el Señor, perdieron poco a poco la
tierra en manos de sus enemigos, hasta que por fin llegaron los babilonios y los
desarraigaron totalmente de ella. Fueron introducidos en el vasto sistema de
Babilonia (que significa «confusión»). Muchos de los vasos del templo fueron
tomados e incorporados en el paganismo de Babilonia. Mientras los hijos de
Israel permanecieron en aquella tierra de confusión religiosa que era Babilonia,
apenas quedó una traza de su culto promulgado por Dios. Allí estaban sus vasos
de adoración (Dn. 1:2; 5:2, 5), pero todos estaban mezclados en aquel vasto
sistema de cosas que no procedía de Dios. ¡Qué triste imagen de fracaso!
Lo que debemos ver en esta triste imagen es una correlación con la historia de
la iglesia. No mucho después de que Dios hubiera establecido la iglesia en la
simplicidad del culto y del servicio cristiano, hubo también un apartamiento de
la Palabra de Dios. No pasó mucho tiempo antes que el testimonio cristiano
cayera en la gran ruina y el gran fracaso de que hemos estado hablando. Con
ello, la iglesia fue también llevada a la confusión religiosa tipificada por
Babilonia. El alejamiento es hoy tan grande que el verdadero cristianismo
bíblico es apenas reconocible entre todos los aditamentos ajenos que han sido
adjuntados al Nombre de Cristo. ¡Qué triste testimonio de la ruina de aquella
que ha sido la depositaria de la más excelsa verdad que Dios haya dado a conocer
al hombre!
Después que los hijos de Israel pasaran setenta años en Babilonia, hubo entre
algunos de ellos el anhelo de volver (mediante el decreto de Ciro, rey de
Persia) a Jerusalén, el lugar dado por Dios a Israel para el culto. Su deseo era
entonces adorar a Jehová en la manera y en el lugar que Dios les había designado
originalmente. De modo que Josué y Zorobabel (y más adelante Esdras y Nehemías)
partieron de Babilonia acompañados de unos pocos miles de judíos. Volver a
Jerusalén significaba abandonar (o separarse de) Babilonia. Abandonar Babilonia
significaba dejar a muchos de sus propios hermanos que no estaban interesados en
dejar la confusión que existía en aquella tierra.
Seis excusas que se dan generalmente para no separarse del orden de hechura
humana en las denominaciones:
1) «¡No deberíamos juzgar a otros cristianos!»
Hay ocasiones en que algunos dirán: «No querría separarme de mi "iglesia" porque
al hacerlo los estaría juzgando, y la Biblia dice que no debemos juzgarnos unos
a otros.»
Para algunos cristianos, esas cuestiones que hemos estado considerando pueden
sonar semejantes al espíritu farisaico de «juzgar». Y es cierto que no debemos
juzgar los motivos de los demás, porque sólo Dios es el Juez de los motivos (Mt.
7:1; 1 S. 2:3; 1 Co. 4:4-5). Pero sí debemos juzgar las doctrinas de una persona
(1 Co. 10:15; 14:29), sus acciones (1 Co. 5:12-13) y sus frutos (Mt. 7:15-20).
No se trata de que los que tienen esas inquietudes crean que son mejores que
otros cristianos, ni quieren juzgar los motivos de otros cristianos que
persisten en los arreglos humanos dentro de la casa de Dios. La guía última del
cristiano es la Palabra de Dios, y es ella la que juzga que el orden humano de
cosas en las denominaciones está mal. Debemos juzgar aquello que la Palabra de
Dios juzga. Cuando todo el orden de hechura humana en la Cristiandad culmine en
la falsa iglesia en el libro de Apocalipsis (bajo la figura de «Misterio,
Babilonia la Grande», RV), Dios ejecutará el juicio sobre ella, y desaparecerá
para siempre. Cuando ello suceda, la Palabra de Dios dice: «Dios ha juzgado
vuestro juicio de ella» (Ap. 18:20, Gr.; cp. BAS, margen). Esto muestra que
antes de este tiempo los creyentes ya habían pronunciado juicio sobre ella. En
aquel día venidero, Dios llevará esos juicios a su ejecución. Esto muestra que
los cristianos tienen el deber de juzgar lo que es antiescriturario en la
Cristiandad de una manera factual.
El Antiguo Testamento presenta otro tipo que ilustra este extremo. Jeroboam
introdujo en Israel un nuevo sistema de culto que era puramente de su invención.
No tenía orden de Dios para establecerlo. Sin embargo, estableció dos nuevos
centros de culto en Israel, en Bet-el y Dan. También estableció un nuevo
sacerdocio en esos lugares que era «conforme» al orden de Dios en Jerusalén. Lo
hizo, sin duda, para dar a la gente la impresión de que este nuevo orden de
cosas procedía de Dios. Pero condujo a Israel al pecado al inducir a la nación a
adorar en esos lugares (1 R 12:28-33). Apenas es necesario añadir que aquello
desagradó al Señor.
No mucho después de esto, el Señor envió a un profeta a Bet-el a clamar contra
el altar que Jeroboam había levantado. El profeta «clamó contra el altar por
palabra de Jehová y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: ... Y en aquel
mismo día dio una señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he
aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará» (1 R.
13:1-3). Observemos cuidadosamente que el profeta clamó contra el altar, y no
contra la gente que adoraba allí. El altar con su becerro, siendo el centro del
culto en Bet-el, representaba todo el sistema de cosas establecido por Jeroboam.
Esto ilustra nuestro razonamiento. No queremos clamar contra (ni juzgar a)
nuestros hermanos mezclados con la confusión de la casa de Dios, ¡sino en contra
del sistema, porque no es de Dios!
El mensaje del profeta molestó enormemente a Jeroboam, e hizo un gesto contra el
profeta, pero al hacerlo se le secó la mano. Sin embargo, el profeta oró por la
restauración de la mano de Jeroboam. Esto indica que su intención no era
perjudicar a Jeroboam ni a la gente. Quería el bien y la bendición de ellos.
Muchos cristianos que quieren seguir en el sistema de cosas dominante en la
Cristiandad se ofenden personalmente, como sucedió con Jeroboam, cuando se
suscita la cuestión de la separación de la confusión en la casa de Dios. Sin
embargo, no es nuestra intención atacar a ninguna persona, sino hablar la verdad
de Dios en amor (Ef. 4:15). Nunca deberíamos ofender personalmente a nadie, pero
cuando la verdad es presentada a alguien que no la quiere, a veces se sentirán
ofendidos por ella (Mt. 15:12; Gá 4:16). En tal caso, debemos dejarlos en manos
del Señor.
2) «Separarse demuestra falta de amor.»
Algunos cristianos creen que separarse de otros cristianos que «piensan de modo
diferente» es sencillamente algo demasiado extremado, y que demuestra falta de
amor.
Pero la Biblia dice que la manera más grande que tenemos de mostrar amor a los
hijos de Dios es mediante nuestra obediencia personal a Dios. «En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos» (1 Jn. 5:2-3). La pregunta es: «¿Qué es más importante, la
obediencia a Dios, que demuestra nuestro amor hacia Él, o nuestra permanencia en
una posición no escrituraria debido a que queremos mostrar amor a las personas
que se encuentran allí?» La desobediencia a la Escritura no es amor. No
deberíamos poner al pueblo de Dios por encima del Señor. Él debe tener el primer
lugar. El Señor Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos ... El que
tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama» (Jn. 14:15, 21).
3) «¡Nuestra iglesia está creciendo!»
Otros podrían responder a esas cosas diciendo: «¡Pero estamos creciendo! Esto
demuestra que Dios está dando bendición a nuestra iglesia; y si Dios la está
bendiciendo, no estará equivocada. ¿Por qué debería separarme de algo que Dios
está bendiciendo de manera evidente?»
El problema aquí reside en las definiciones. Cuando las personas hablan de
crecimiento, por lo general se refieren al aumento en cantidad (de personas). La
Biblia, sin embargo, se refiere al crecimiento como un desarrollo y maduración
espiritual en el creyente (1 P. 2:2; 2 P. 3:18; Ef. 4:15-16; Col. 1:10; 2:19; 1
Ts. 3:12; 4:10; 2 Ts. 1:3; Hch. 9:22).
El crecimiento numérico no es señal de la aprobación o bendición de Dios. Es una
total inconsecuencia identificar el aumento numérico con la bendición de Dios.
¡Si ello fuese así, entonces la Iglesia Católica Romana sería la denominación
aprobada por Dios, porque se jacta de tener la mayor cantidad de miembros de
todas las iglesias! Los Testigos de Jehová se jactan de un crecimiento numérico
fenomenal. ¿Significa eso que Dios les está bendiciendo? Si el criterio para
discernir si Dios está bendiciendo algo reside en la cantidad de seguidores que
tiene, entonces Dios debe estar dando bendición a los musulmanes: ¡el Islam se
jacta de poseer una quinta parte de la población mundial!
La Palabra de Dios dice que la única clase de personas que van a aumentar
numéricamente en la iglesia en los últimos días son los malos hombres y los
impostores, afirmando que «muchos seguirán sus disoluciones» (2 Ti. 3:13; 2 P.
2:2). Al jactarnos de grandes números, podríamos estar reconociendo de manera
irreflexiva que estamos con un grupo de los que advierte la Escritura que
surgirían en la iglesia en los últimos días. Naturalmente, no es éste siempre el
caso, pero debería servir de advertencia para que nadie quiera jactarse en
números. Es evidente por las Escrituras que los creyentes fieles y piadosos irán
disminuyendo al irse entenebreciendo la situación (2 Ti. 1:15; Sal 12:1).
En un sistema de cosas que está mayormente sustentado por donaciones y ofrendas
de la congregación, los números son importantes para esas iglesias. Pero Dios no
está interesado por los números como el hombre. La clase de crecimiento que Dios
busca en Su pueblo redimido es el crecimiento en la madurez espiritual. En este
contexto, ¿cuánto crecimiento hay en los miembros de las diversas
denominaciones? Si el reconocimiento de la verdad es una prueba de la madurez
espiritual (1 Co. 10:15; Fil. 1:9-10; He. 5:14), preguntamos: «¿Recibirían ellos
la verdad acerca de la iglesia (su orden y función) si fuera puesta delante de
ellos?» Estamos seguros de que la mayoría la rechazarían, como Pablo predijo que
harían en los últimos tiempos (2 Ti. 4:3-4).
4) «¡Dios está usando las denominaciones!»
Algunos cristianos dirán: «Pero sigo pensando que no está mal adorar con un
grupo de creyentes en su denominación sólo porque el orden de cosas en ella no
esté en la Biblia. ¡Después de todo, Dios está usando esas iglesias
denominacionales! Hay personas que están siendo salvas, y los cristianos reciben
bendición allí. Si Dios puede usarlas, ¡no pueden ser tan malas que deba
separarme de ellas! ¿Por qué debo separarme de algo de lo que Dios evidentemente
no se ha separado?»
Aunque pueda parecer que Dios está usando las iglesias denominacionales (y no
denominacionales), queremos observar inmediatamente que no son las
denominaciones de hechura humana lo que Él está usando, sino Su Palabra. La
Biblia dice: «Mas la Palabra de Dios no está presa» (2 Ti. 2:9). Dios puede usar
y usa Su Palabra para bendición allí donde es ministrada. Cuando un llamado
Pastor o Ministro predica la Palabra (2 Ti. 4:2) y ministra su verdad a sus
oyentes, el Espíritu de Dios la tomará y la aplicará a los corazones y a las
conciencias de los que están allá. Sí, se salvan personas en esos lugares. No
hay duda alguna acerca de ello. Pero el hecho de que Dios esté salvando personas
en esas iglesias no significa que Él esté dando Su aprobación al orden de
hechura humana contrario a Su Palabra escrita. Él nunca aprueba algo que
contradiga a Su Palabra. Uno podría llevar la Palabra de Dios a un lugar de
impiedad como una taberna, y el Espíritu podría usarla para la salvación de
alguien. ¡Pero esto no significaría que Dios esté usando las tabernas! Eso no
justifica su existencia. Naturalmente, éste es un ejemplo extremo, pero ilustra
nuestro argumento de que Dios puede usar Su Palabra en cualquier lugar.
En tanto que Dios usa Su Palabra donde le place (Is. 55:11), el cristiano no
debe andar por donde le plazca, sino según el camino que Dios le ha señalado en
Su Palabra. El cristiano debe amar a todo el pueblo de Dios, pero sus pies deben
permanecer en el camino de la obediencia a la Palabra de Dios que le llama a
separarse del desorden que el hombre ha introducido en la casa de Dios (2 Ti.
2:20-21). El mero hecho de que haya una bendición tangible en algún sistema o
denominación no significa que el cristiano quede exento de su responsabilidad de
andar en la verdad de la Palabra de Dios. No debe abandonar el camino de la
obediencia sólo para tener comunión con algo que sepa que es antiescriturario.
5) «¡Puedo hacer mucho bien quedándome donde estoy!»
Otros pueden decir: «Sé que hay muchas cosas que no están precisamente bien en
mi iglesia, pero, ¿por qué debo dejar mucho de lo que creo es bueno por algunas
cosas que no sean conforme a las Escrituras? Además, me parece que puedo hacer
mucho bien ayudando a las personas aquí. Si me voy, no podré ayudarlas.»
Si volvemos a la figura que emplea el apóstol Pablo de los vasos en la «casa
grande», veríamos que no se trata de si el Señor puede usar los vasos de honra
mezclados con los vasos para deshonra. El fondo de la cuestión es que no podrá
usarlos para todo lo que el Señor pueda querer hacer. Un plato sucio en casa es
útil para algunos trabajos. Si es necesario cambiar el aceite del automóvil, un
plato que no esté limpio puede ser utilizado sin problemas para ese trabajo.
Pero un plato limpio puede ser empleado para cualquier propósito en casa. Este
principio funciona de manera idéntica en la casa de Dios.
Algunos pueden pensar que estamos hablando con menosprecio de aquellos
cristianos asociados con las iglesias, al decir que no están limpios. Pero
esperamos que no estamos hablando con menosprecio de ninguno del pueblo del
Señor. Querríamos recordar al lector que no son nuestras palabras: es lo que
dice la Palabra de Dios. Es la Escritura la que dice que una persona no es un
vaso «santificado» hasta que se haya limpiado de la confusión en la casa de Dios
separándose de dicha confusión (2 Ti. 2:21).
Algunos dirían: «De todos modos, ¿qué servicio querría el Señor que se llevase a
cabo que no podría llamar a alguien de una denominación para el mismo?» Para
ilustrar nuestro argumento, supongamos que hay algunos cristianos que están en
ejercicio de alma en cuanto a la verdad de cómo Dios quiere que los cristianos
se reúnan para el culto y el ministerio. ¿Podría el Señor llamar a alguien de
los sistemas eclesiásticos para delinear la pauta escrituraria para el culto y
el ministerio? E incluso si alguien asociado con las iglesias supiera algo de la
verdad de la Escritura acerca de esa cuestión, si tratase de explicarla estaría
poniéndose en evidencia al no hacer lo que estaba enseñando a otra persona que
se debe hacer. Sus palabras parecerían como una burla de la verdad, y por ello
no tendrían poder para librar a la persona de una posición falsa (Gn. 19:14).
No hay duda alguna de que una persona puede hacer algún bien en las iglesias.
Eldad y Medad son un ejemplo de esto (Nm. 11:26). Permanecieron en el campamento
de Israel cuando el Señor los había llamado fuera a Sí mismo (Nm. 11:16, 24-26).
Estaban siendo de utilidad allí, pero ¿era acaso el más alto llamamiento para
ellos cuando el Señor había dicho claramente: «Reúneme setenta varones de los
ancianos de Israel»?
Otro ejemplo lo tenemos en Noemí en la tierra de Moab. Fue de ayuda para Rut en
cuanto que Rut se volvió de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y
verdadero (Rt. 1:16-17). Pero eso no justifica que Noemí estuviese en aquel
lugar. En primer lugar, ¡Noemí no debiera haber estado allí! El Señor hubiera
podido llevar a Rut al conocimiento del verdadero Dios sin Noemí. La Escritura
dice: «El obedecer es mejor que los sacrificios» (1 S. 15:22). Esto significa
que obedecer es nuestro primer deber, y que dejamos el resto en manos del Señor.
El Señor considera la obediencia como más importante que hacerle algún servicio.
La mayor ayuda que podemos ofrecer a los que están atrapados en la confusión en
la casa grande es mantenernos fuera de la confusión y buscar sacar a otros de la
misma (2 Ti. 2:24-26). Si vemos a alguien atrapado en un foso, no entramos en el
foso para ayudarlos a salir de él. Podríamos vernos atrapados nosotros mismos
allí. En lugar de ello, nos ponemos en un lugar seguro y tratamos de sacarlo. Lo
mismo sucede con las cosas divinas.
6) «¡No deberíamos dejar de congregarnos!»
Otros podrían decir: «¿Pero no nos exhorta la Palabra de Dios a no dejar nuestra
congregación? (He. 10:25, RV.) Si me separo de mi iglesia, no estaré obedeciendo
esta Palabra.»
Cierto, la Biblia nos ordena no dejar nuestra congregación. Pero un cristiano no
necesita pertenecer a una denominación no escrituraria (ni a una comunión no
denominacional) para obedecer a la Escritura. El Señor Jesús dijo: «Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt.
18:20).
Si la Palabra de Dios nos manda que nos congreguemos, desde luego también debe
decirnos cómo debemos hacerlo. Y vemos esto como una confirmación de que Dios
tiene ciertamente un modelo según el que deben los cristianos reunirse para el
culto y el ministerio.
La separación no es aislamiento
Cuando la Palabra de Dios se refiere a la separación, no está refiriéndose a un
aislamiento. Ninguno de los escritores del Nuevo Testamento, al tratar acerca de
la ruina y de la confusión en el testimonio cristiano, presenta que la respuesta
sea que el cristiano se aísle. De hecho, dicen lo contrario. El mismo pasaje de
la Escritura que nos manda limpiarnos de la confusión de la casa grande
separándose de dicha confusión nos dice también: «Sigue la justicia, la fe, el
amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» (2 Ti. 2:22).
Esto muestra que debemos buscar la comunión con aquellos que tratan de mantener
los principios de la Palabra de Dios.
¡Más luz!
Un importante principio para ser guiados en un tiempo de defección es: «Dejad de
hacer lo malo; aprended a hacer el bien» (Is. 1:16-17). No será hasta que
estemos preparados para separarnos de aquello que sabemos erróneo en el ámbito
de la profesión cristiana que podremos esperar recibir luz para los siguientes
pasos en el camino. Cuando tratemos de andar en la luz que Dios nos ha dado, nos
dará más luz. «En tu luz veremos la luz» (Sal. 36:9). Este es un principio
constante en toda la Escritura.
Abraham es un ejemplo de eso. Dios lo llamó mientras vivía en la tierra de Ur de
los Caldeos, y le mandó que fuera a un lugar en la tierra de Canaán que le
mostraría a su debido tiempo (Gn. 12:1-3; Hch. 7:2-3). Por la fe «salió sin
saber adónde iba» (He. 11:8). Cuando se detuvo en el camino en Harán y se
estableció allí, no recibió más luz ni comunicación de parte de Dios para su
camino (Gn. 11:31). No fue hasta que hubo continuado su viaje hasta la tierra de
Canaán, como el Señor le había mandado, que recibió una nueva comunicación del
Señor (Gn. 12:4-7). Y lo mismo nos sucede a nosotros en el camino de la fe. Es
algo como los faros de un automóvil que se desplaza en medio de la noche. Sólo
dan luz al viajero para 70 a 100 metros a la vez. Al ir moviéndose el vehículo,
el conductor tiene luz para la carretera para los siguientes 70 a 100 metros.
Pero si el automóvil se detiene, el conductor no tiene luz para más adelante. Y
recordemos, es a aquellos que estén dispuestos a hacer la voluntad de Dios,
cueste lo que cueste, que les será dado conocer la verdad (Jn. 7:17).
«Entonces, ¿a dónde debería ir?»
Después que alguien ha descubierto que ha estado
en un círculo de comunión en la Cristiandad que presenta mucho orden de hechura
humana y se ha separado del mismo, entonces puede que se pregunte: «Entonces, ¿a
dónde debería ir?»
Cuando contemplamos todos los nombres y las divisiones en el desorden de la
Cristiandad, ésta es desde luego una cuestión que puede llevar a la perplejidad.
Pero, sin dudarlo ni un momento, respondemos: «A Dios y a la palabra de su
gracia» (Hch. 20:32). Debemos buscar la mente de Dios en Su Palabra. Si todos
están de acuerdo en que la Palabra de Dios debe ser la guía para el cristiano,
entonces será en Su Palabra que deberemos buscar para encontrar la clase de
comunión cristiana donde Él querría vernos. Preguntamos entonces: «¿Qué
denominación indica la Palabra de Dios a la cual debo unirme?» La respuesta es
que a ninguna, porque no habla de unirse a denominaciones. «Entonces no puedo
pertenecer a ninguna, porque si lo hago, ¡me situaré en una situación en la que
la Palabra de Dios no me ha situado!»
Volviendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, descubrimos que no nos ha dejado
sin luz tocante a esta cuestión. «Resplandeció en las tinieblas una luz para los
rectos» (Sal. 112:4; Sal. 119:105, 130). Su Palabra dice: «Y éste es el amor,
que andemos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento, tal como lo oísteis
desde el principio, para que andéis en él» (2 Jn. 6). Esto indica de manera
clara que en un día de defección y de confusión, cuando las enseñanzas y
prácticas malas prevalecen en el testimonio cristiano (porque este es el
contexto de esta Segunda Epístola, véase vv. 7-11), debemos volver a lo que era
«desde el principio»: los primeros principios del cristianismo. Debemos volver a
la Palabra de Dios y ver cómo se reunía la iglesia primitiva para el culto y el
ministerio, y que eso sea nuestro modelo.
La Iglesia no aparece en el Antiguo Testamento
Cuando buscamos en la Palabra de Dios para estudiar el orden y la función de la
iglesia, debemos buscar en el Nuevo Testamento, y en particular en las
epístolas. Allí es donde se expone la verdad de la iglesia.
Una de las claves mayores para comprender lo que es la iglesia es contemplar que
no forma parte de la revelación del Antiguo Testamento. Cristo y Su iglesia es
el gran misterio de Dios (Ef. 5:32). Misterio, en su sentido bíblico, no
significa algo difícil de comprender, sino un secreto que Dios ha guardado
oculto desde antes de la fundación del mundo (Ro. 16:25). El gran secreto de los
propósitos eternos de Dios es que cuando Israel rechazase a su Mesías (Cristo)
y, por consiguiente, fuese echada a un lado temporalmente en los tratos de Dios,
que entonces el Espíritu Santo recogería por medio del evangelio, de entre todas
las naciones, a creyentes de los judíos y de los gentiles para constituir una
compañía celestial de santos que sería unida a Cristo como Su cuerpo y esposa.
Esto es algo que estaba oculto en el corazón de Dios, y que no fue revelado en
el Antiguo Testamento (Ef. 3:9). Los pertenecientes a otras edades no supieron
nada de esto, porque no tuvo siquiera comienzo hasta el día de Pentecostés (Mt.
16:18, «edificaré»; Hch. 2:1-3, 47; 11:15). Así, este secreto no fue dado a
conocer hasta los tiempos del Nuevo Testamento, por medio del ministerio
especial del apóstol Pablo (Ef. 3:2-5, 9; Col. 1:24-27).
El misterio no es Cristo en Su persona, ni Su perfecta vida en este mundo como
Hombre, ni Su muerte y resurrección, ni Su venida a reinar sobre este mundo en
poder y gloria. Esas cosas fueron todas anunciadas en las Escrituras del Antiguo
Testamento. ¡El maravilloso secreto es que Cristo tendrá la iglesia (Su cuerpo y
esposa) a Su lado en aquel día venidero cuando reinará públicamente sobre este
mundo! Desde el día de Pentecostés hasta la venida de Cristo (el arrebatamiento)
Dios llama a gentes de todas las naciones por el evangelio para tener parte de
este maravilloso privilegio (Hch. 15:14).
Ahora bien, siendo que la verdad de la iglesia no forma parte del Antiguo
Testamento, ¡no recurrimos a él para aprender cómo la iglesia debería adorar y
funcionar en cuanto a su administración, por cuanto no está ahí! Eso es de
enorme importancia. Es algo que las iglesias denominacionales (y no
denominacionales) han comprendido mal.
El Antiguo Testamento es un libro de tipos y figuras para el cristiano
No decimos con esto que los cristianos no deban leer el Antiguo Testamento. Bien
al contrario: «Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Ti. 3:16). El Nuevo
Testamento deja bien claro que «las cosas que se escribieron en el pasado, para
nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por medio de la paciencia y de la
consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Ro. 15:4). Esto muestra que
aunque el Antiguo Testamento no fue escrito a nosotros como cristianos, sí que
fue escrito para nosotros. Pero es de la mayor importancia que veamos que aparte
de las cuestiones morales (las cuales nunca cambian ante Dios), la manera en que
los cristianos deben leer y aplicar el Antiguo Testamento es como tipo y figura.
Las cosas que se registran en las Escrituras del Antiguo Testamento son ahora
tipos y figuras para nosotros como cristianos (1 Co. 10:11; He. 8:5; 9:9, 23-24;
10:1; 11:19; 1 Co. 9:9-10; Gá. 4:24; Ro. 4:23; 5:14; Jn. 5:39; Lc. 24:27, 44).
Somos instruidos por el Antiguo Testamento aprendiendo los principios
subyacentes en el mismo.
El judaísmo no es un modelo para el culto cristiano
Con todo, las iglesias de hechura humana en la Cristiandad han ignorado la llana
enseñanza de la Escritura que dice que el tabernáculo es una figura del
verdadero santuario al que ahora tenemos acceso por el Espíritu (He. 9:8-9,
23-24, RV). En lugar de ello, han usado el tabernáculo ¡como modelo para sus
edificios eclesiales! Han tomado prestadas muchas cosas del Antiguo Testamento
en un sentido literal para sus lugares de culto y para sus servicios religiosos.
Con ello, se pierde de vista el verdadero significado de lo que significan
aquellas cosas en sentido figurado. En la Cristiandad se han erigido magníficos
edificios y catedrales siguiendo el modelo del templo del Antiguo Testamento. A
veces designan esos edificios como «Templo» o «Tabernáculo», siguiendo el
judaísmo del Antiguo Testamento. Algunas denominaciones han llegado hasta el
extremo de acordonar una parte del edificio como más santo que el resto; y se
refieren a ello como «el santuario», como en el tabernáculo del Antiguo
Testamento. Todo esto deja patente que los cristianos han perdido de vista hace
ya mucho tiempo la realidad de que la casa de Dios hoy es una «casa espiritual»
formada por personas redimidas (1 Co. 3:9; Ef. 2:19-22; He. 3:6; 1 P. 2:5), y no
una casa material literal.
También han constituido a una clase especial de personas (el clero) en
distinción a los laicos (el pueblo) que llevan a cabo los servicios religiosos
en lugar del pueblo, así como el sacerdocio aarónico había sido separado del
resto de los israelitas para que ministrasen en el santuario. También tienen
orquestas y coros como los que David y Salomón habían dispuesto para su culto
judaico en el templo. ¿De dónde viene todo esto? ¿Hay alguna autoridad
procedente de la Escritura para que la iglesia esté haciendo tal cosa? Podríamos
dar una lista de más de dos docenas de puntos que practican las denominaciones y
que han sido adoptadas de manera literal procedente del judaísmo. Es cierto que
han alterado esas cosas hasta cierto punto, para conjugarlas con su idea de lo
que es el cristianismo, pero todas esas cosas siguen teniendo todo el aderezo
judaico.
Los edificios de iglesia —¿una ayuda o un obstáculo para el evangelio?
El público en general se ha acostumbrado tanto a los edificios de iglesia y a
las catedrales, que creen que es el ideal de Dios. En la manera de pensar de la
mayoría de la gente son sinónimos del cristianismo. Pero el Nuevo Testamento ni
siquiera insinúa que ése sea el designio de Dios para la iglesia. Hay al menos
cuatro razones por las que esos edificios relacionados con el cristianismo
tienden a estorbar en lugar de ayudar al evangelio.
1) No son escriturarios. Como ya hemos visto, sencillamente son inconsecuentes
con la verdad del cristianismo del Nuevo Testamento. Las personas pueden ser
llevadas a creer que el cristianismo es una continuación del judaísmo, sólo con
algunas nuevas alteraciones cristianas. Pueden llegar a concluir erróneamente
que Dios habita «en templos hechos por manos humanas», y que sólo puede ser
adorado en ellos (Hch. 17:24-25).
2) Dan un falso mensaje al mundo. Al erigir enormes edificios, la iglesia
demuestra de una manera práctica que está más preocupada por su propia comodidad
que por las personas necesitadas. Las personas pueden ser inducidas a creer que
Dios sólo está interesado en el dinero.
3) No son económicos. Poner este énfasis en edificios lujosos mientras hay
millones de personas en el mundo con necesidades espirituales y materiales es
simplemente un mal uso del dinero. La mayoría de los fondos que la iglesia
recibe en sus colectas debería ser para apoyar el evangelio y para la
diseminación de la verdad, no para modernos programas de construcción de
edificios y de organizaciones paraeclesiales. Los pesados pagos del capital y
del interés tienden a inducir a los líderes de la iglesia a animar a que se dé
más generosamente en las ofrendas para poder pagar el edificio y su
mantenimiento. Con los miles de dólares que se reciben semanalmente, parece que
la iglesia no tiene tantos problemas en cuanto a las ofrendas que recibe como en
cuanto a qué dedicar los fondos que recibe.
4) Es difícil conseguir que la gente asista a reuniones en los monumentales
edificios de iglesia relacionados con el cristianismo. Esos imponentes edificios
tienden a disuadir, y no a atraer, a personas con poca o ninguna influencia
cristiana. Todo ello les es generalmente repulsivo. (¡La gente del mundo parece
tener un mejor criterio de lo que es apropiado para el cristianismo que los
mismos cristianos!) Hay una vigorosa reacción en contra del formalismo, en
particular entre los jóvenes. Hay también un temor a que se les pida dinero.
Pero muchas de estas mismas personas están bien dispuestas a asistir a un
estudio bíblico conversacional en una casa o en un local con menos pretensiones.
Se sienten más cómodas en una atmósfera informal y no profesional, y por ello
son más susceptibles a recibir el evangelio.
El cristianismo es de carácter celestial
Si vamos a comprender lo que es el verdadero cristianismo, debemos ver que el
judaísmo y el cristianismo son en realidad dos tipos distintos y contrapuestos
de culto. El judaísmo es una forma terrenal de acercarse a Dios en adoración,
por parte de un pueblo terrenal con esperanzas terrenales y con una herencia
terrenal. El cristianismo es un orden de adoración celestial para un pueblo
celestial que tiene esperanzas celestiales y una herencia celestial (He. 3:1;
Col. 1:5; Fil. 3:20; 1 P. 1:4).
Consiguientemente, en el verdadero cristianismo no tenemos la observancia de
días santos ni de festividades religiosas especiales, porque esas cosas
pertenecen a la religión terrenal. Cuando los gálatas se volvieron en pos de los
elementos débiles y rudimentarios de la religión terrenal, el Apóstol Pablo les
dijo: «¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los
cuales os queréis volver a esclavizar de nuevo? Seguís observando los días, los
meses, las estaciones y los años» (Gá. 4:9-10). Israel observaba días santos
religiosos especiales porque tenían una religión terrenal. Esto era correcto y
apropiado en su caso, pero la iglesia no tiene tal cosa. Sin embargo, las
denominaciones han perdido mayormente de vista el llamamiento celestial de la
iglesia y se han inventado días religiosos especiales como Viernes Santo, Todos
Santos, Cuaresma, etc. Esas cosas no se encuentran en ningún lugar de la Biblia.
Colosenses 2:16-17 nos dice: «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida,
o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados.» Hay tan solo un día que
debería tener significado para el cristiano, y éste es «el día del Señor» —el
primer día de la semana (Ap. 1:10).
El verdadero cristianismo está «fuera del campamento»
El Nuevo Testamento indica que la iglesia primitiva, que era predominantemente
judía, abandonó aquel orden judaico de cosas por el verdadero cristianismo. La
carga de la Epístola a los Hebreos es mostrar que el culto cristiano está
realmente en contraposición al culto judaico, en lugar de ser una extensión del
mismo.
Después de elaborar toda una serie de argumentos a este fin en la epístola, la
conclusión de toda la cuestión es exhortar a la iglesia a que abandone
totalmente aquel orden judaico de cosas para seguir al Señor Jesucristo, que
actualmente está fuera de todo ello. Dice: «Salgamos, pues, a él, fuera del
campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13). El «campamento» es un término
que designa al judaísmo y a todos los principios y prácticas relacionados con
él. Un judío no tendría dificultad alguna para comprender lo que significaba
este término, porque se usaba en el Antiguo Testamento en relación con Israel y
Jerusalén. La iglesia primitiva obedeció (después de una cierta insistencia)
porque comprendieron que el cristianismo no era simplemente una ligera
alteración del judaísmo, como muchos cristianos piensan en la actualidad, sino
un modo totalmente «nuevo» de acercarse a Dios en adoración (He. 10:20). Era
algo difícil para un judío al principio, y fue la causa de la redacción de las
epístolas hebreo-cristianas. Esas epístolas (Hebreos, Santiago, 1 Pedro) están
especialmente dedicadas a tomar al judío convertido fuera del judaísmo y a
establecerle en el cristianismo. Son también muy aplicables para la iglesia hoy,
siendo que se ha sumergido en un orden de cosas inspirado en el judaísmo.
Por cuanto las llamadas iglesias de la Cristiandad han asumido esos elementos
judaicos y los han entretejido en su sistema de culto, de modo que ha venido a
formar parte integrante de sus servicios, Hebreos 13:13 es en principio una
exhortación muy necesaria en nuestros días. Debemos dejar «el campamento» allí
donde lo veamos; ¡tanto si aparece en las sinagogas judías como en las iglesias
de hechura humana en la cristiandad! Este versículo que hemos citado (He. 13:13)
también nos da otra razón por la que debemos separarnos de las iglesias
denominacionales (y no denominacionales). Nos exhorta a salir a Cristo, que está
fuera de este orden de cosas, porque el judaísmo es un orden de culto (aunque
originalmente establecido por Dios) que ha sido ahora desechado.
La adoración cristiana es «en espíritu y en verdad»
Este cambio en la manera de acercarse a Dios en adoración fue anunciado por
primera vez por el Señor Jesús a la mujer samaritana junto al pozo de Sicar.
Dijo: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén
adoraréis al Padre» (Jn. 4:21). Aquel «monte» (Gerizim) era el lugar donde
adoraban los samaritanos; y «Jerusalén» era el lugar donde Israel adoraba a
Jehová. Por eso aprendemos que el orden terrenal de cosas iba a tener fin. (En
otros pasajes se nos dice que después que la iglesia sea llamada a su hogar en
el cielo en la venida del Señor —el arrebatamiento—, el judaísmo volverá a tomar
su puesto en la tierra con Israel, y luego será adoptado por los gentiles
convertidos, porque es la forma apropiada para que un pueblo terrenal adore a
Dios. Ezequiel 40—48.)
El Señor Jesús también dijo a la mujer samaritana que la primera diferencia en
el culto cristiano es que, en tanto que Israel adoraba a Jehová, los cristianos
adorarían ahora «al Padre». Ésta es una revelación cristiana, porque el Padre no
era conocido en el Antiguo Testamento.
Además, le mostró que iba a haber un cambio en el carácter de la adoración. El
Señor dijo: «Pero llega la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4:23-24). Adorar «en espíritu y
en verdad» es una adoración espiritual según la revelación de la verdad. Se
trataba de algo que no era característico del culto de Israel, porque el Señor
indicó claramente que era algo que estaba para empezar. El culto de Israel a
Jehová era mediante rituales y ceremonias. Tenían una religión ideada para, si
era posible, inducir al hombre en la carne a adorar a Dios. Esto se debía a que
entonces el hombre estaba todavía bajo prueba (desde Adán hasta la cruz de
Cristo hay cuarenta siglos y cuarenta es un número que denota prueba). Por ello,
para conseguir este fin se emplearon prácticamente todos los medios externos en
el nombre de la religión. Pero los cristianos no necesitan una religión de ritos
y ceremonias para adorar a Dios como lo hacía Israel, porque ahora tenemos
acceso por el Espíritu a la misma presencia de Dios (Ef. 2:18; 3:12; He.
10:19-22). En el cristianismo, el culto es ayudado por el Espíritu Santo morando
en los Suyos, no por los esfuerzos de las manos de los hombres (Fil. 3:3; Hch.
17:24-25). Ésta es una bendición que Israel no poseía. La Escritura dice que el
culto cristiano es un «camino nuevo y vivo» (He. 10:20). Es «nuevo» porque no es
una imitación del judaísmo, y es «vivo» porque se precisa poseer una nueva vida
para acercarse a Dios de esta manera.
Sacrificios espirituales
Por todo lo anterior, los sacrificios cristianos no son algo externo, como en el
judaísmo, sino que son «sacrificios espirituales» (1 P. 2:5; He. 13:15; Jn.
4:23; Fil. 3:3). Por cuanto un cristiano adora en espíritu y en verdad, podría
estar sentado inmóvil en una silla, y allí podría producirse en su espíritu una
verdadera alabanza y adoración a Dios mediante el Espíritu Santo morando en él.
Esto es un verdadero culto celestial. El cristiano no precisa de una orquesta ni
de un coro para suscitar la adoración de su corazón, como en el caso de Israel
en el judaísmo. Adorar con ayuda de instrumentos musicales es en realidad adorar
sobre un terreno judaico. La mezcla del conocimiento y de la revelación del
cristianismo con el orden judaico de adoración, que es esencialmente lo que
están haciendo la mayoría de las llamadas iglesias en la Cristiandad, no resulta
en un verdadero cristianismo. En el cielo no habrá necesidad de esas cosas
externas en el culto de Dios, y no tenemos necesidad de ellas ahora, porque
podemos adorar a Dios ahora de ese modo celestial. De ahí que no leamos de
ningún caso en el libro de Hechos ni en las Epístolas en el que los cristianos
adorasen al Señor tocando instrumentos musicales. En el cristianismo sólo leemos
de cantar «con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor
en vuestros corazones» (Ef. 5:19). Esta distinción entre el culto cristiano y el
judaico parece ser pasada por alto en las denominaciones.
No decimos que un cristiano no pueda tocar música; sencillamente, que no tiene
lugar en el culto cristiano. J. N. Darby comenta: «Si pudiera ayudar a dormir a
un padre enfermo con música, tocaría la más hermosa que pudiera encontrar; pero
sólo estropea cualquier adoración al introducir el placer de los sentidos en
aquello que debiera ser el poder del Espíritu de Dios.»
Vino nuevo en odres nuevos
Sin embargo, muchos cristianos insisten en que el modo de Israel de acercarse a
Dios en adoración es en verdad el modelo para el culto cristiano. Preguntamos:
«Si el modo de adoración de Israel en el Antiguo Testamento es el modelo para el
culto cristiano, ¿por qué entonces dice la Escritura que el culto cristiano es
un camino "nuevo" de adoración?» (He. 10:20).
El Señor sabía que se daría el intento de unir el viejo orden de cosas al nuevo
orden en el cristianismo, y advirtió que ello sería como poner un remiendo de
paño nuevo en un vestido viejo, o vino nuevo en odres viejos (Lc. 5:36-39). El
resultado sería que ambas cosas se echarían a perder. Eso es precisamente lo que
ha sucedido en la esfera de la profesión cristiana. Luego prosiguió diciendo que
el «vino nuevo» ha de ponerse en «odres nuevos». Esto significa que los nuevos
elementos relacionados con el culto cristiano deben emplazarse en un nuevo marco
cristiano adecuado para tal culto. El Señor dijo también que cuando se le da a
probar el «vino nuevo» del cristianismo a uno que está acostumbrado al vino
viejo de las cosas judaicas, dirá al principio que el añejo es mejor (Lc. 5:39).
Uno que esté unido emocionalmente a aquel orden externo de culto que atrae tanto
a los sentidos no lo dejará fácilmente. La epístola a los Hebreos trata
cuidadosamente acerca de este problema. Va tomando un rasgo del judaísmo tras
otro, y los compara con lo que tenemos ahora en el cristianismo, y llega a la
conclusión, casi en cada capítulo, de que nosotros tenemos algo «mejor» (He.
1:4; 6:9; 7:7, 19, 22; 8:6; 9:23; 10:34; 11:4, 16, 35, 40; 12:24).
Los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio en el Nombre del
Señor Jesucristo y esperar la conducción del Espíritu
Mirando en el Nuevo Testamento como nuestra guía para la operación de una
asamblea cristiana, vemos que el gran designio de Dios es exaltar a Su Hijo, el
Señor Jesucristo. Aprendemos que Dios piensa hasta tal punto en Su Hijo que ha
puesto el mayor valor en su Nombre. La Biblia dice que Él «le otorgó el nombre
que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla
de los que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra (los seres
infernales)» (Fil. 2:9-10; Ef. 1:20). El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que
cuando la iglesia se formase después de Su muerte (en Pentecostés), entonces Su
Nombre sería el punto de reunión de ellos. Les dijo: «Porque donde están dos o
tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt. 18:20). La
iglesia primitiva actuaba así. Se reunían en aquel Nombre glorioso del Señor
Jesús cuando se congregaban para el culto, el ministerio y otras funciones de la
asamblea (1 Co. 5:4). No reconocían otro nombre que el Suyo. ¡Y este sigue
siendo el modelo de Dios para la iglesia en la actualidad!
Desde luego, el Señor Jesús es digno de que no aceptemos otro nombre más que el
Suyo. Pero, ¿qué deben pensar los ángeles, que conocen y se deleitan en el
exaltado Nombre de Jesús, cuando ven a los cristianos congregándose en la tierra
para el culto? Ven al pueblo redimido de Dios llevando toda especie de nombres
denominacionales y no denominacionales. Preguntamos, «¿llevará el pueblo del
Señor esos nombres en el cielo? ¿Habrá presbiterianos, bautistas, cristianos
reformados, metodistas, pentecostales, Alianza Cristiana, etc., allá arriba?»
No, todos los otros nombres caerán de inmediato. El Nombre de Cristo será
supremo en el cielo. Y el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:10). A pesar de
esto, los cristianos en la tierra siguen queriendo congregarse bajo toda clase
de nombres sectarios, aunque admiten que en el cielo no habrá tal cosa. Si
orásemos con sinceridad, «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en
la tierra», tendríamos que abandonar todo nombre y secta en la tierra, como se
hace en el cielo.
Dios da el más grande valor al Nombre de Jesús, ¡pero los hombres dicen que no
importa qué nombre lleves! ¡Qué distinto es en la actualidad a como era en los
días de los apóstoles. En su tiempo, Jesús era el excelso Nombre en torno al
cual se congregaban; la exaltación de todo otro nombre, incluso si se trataba
del de Pablo o de Cefas, era denunciada por el Espíritu de Dios como carnalidad
y cisma (1 Co. 1:12; 3:3-5).
Si nosotros, por fe, sencillamente reconociésemos nuestra debilidad, y tomásemos
nuestro puesto de dependencia expresa en Dios; si nos congregásemos al Nombre
del Señor Jesús por el Espíritu, descubriríamos que Cristo está en medio, como
Él lo prometió. Incluso si hubiere sólo dos o tres que tratasen de actuar en
obediencia a esta Palabra, experimentarían el gozo de Su presencia con ellos.
Puede que seamos denigrados por parte de otros cristianos por reunirnos de una
manera tan sencilla (He. 13:13), pero tendremos también la feliz confianza de
que estamos congregados de la manera que la Escritura establece para nosotros.
Esto se debe a que hay un gozo incluido en hacer la voluntad de Dios que es
conocido sólo por aquellos que la hacen.
La práctica de la reunión de los cristianos
Además de reunirnos al Nombre del Señor Jesucristo, aprendemos por el Nuevo
Testamento que la iglesia primitiva también se reunía para al menos cuatro
propósitos principales. Dice: «Y se ocupaban asiduamente en la enseñanza de los
apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones» (Hch. 2:42). Esos son los mismos propósitos para los cuales debería
reunirse la iglesia en la actualidad.
En primer lugar, la iglesia primitiva se reunía para aprender «la enseñanza de
los apóstoles». También nosotros necesitamos reuniones específicas para aprender
la verdad de la Escritura. Sin embargo, muchos cristianos no consideran que la
doctrina sea importante. A muchos les parece que en realidad, siempre y cuando
todos nos llevemos bien y amemos al Señor, no importa demasiado lo que uno
mantenga doctrinalmente. La enseñanza bíblica en las denominaciones refleja
generalmente esta clase de actitud. El énfasis de la mayoría de los sermones
recae usualmente en algún tema práctico de la vida cristiana. La consecuencia es
que la mayoría no se arraiga en la verdad. Muchos amados cristianos pasan la
vida «llevados por doquiera de todo viento de doctrina» que les llega (Ef.
4:14). Necesitamos tener reuniones como las que tenía la iglesia primitiva,
abiertas a la dirección del Espíritu, donde dos o tres puedan dirigirse a los
santos con una palabra de exhortación, o con una presentación de la verdad (1 Co.
14:26-32). Además, una reunión de lectura bíblica, donde se leen las Escrituras,
y donde los hermanos tienen la oportunidad de exponer el pasaje para la
edificación de la iglesia, es también un medio viable de comunicar la verdad
«que ha sido una vez dada a los santos» (1 Ti. 4:13; Jud. 3). Esta es la forma
en que Dios querría que Su pueblo fuese establecido en la verdad.
La iglesia primitiva también se reunía para la «comunión» cristiana. Muchos
cristianos contemplan la comunión como nada más que reunirse con otros
cristianos para recreo y deporte. Desde luego, no hay nada malo con recrearse,
pero la comunión cristiana es la comunión acerca de temas cristianos. Esas son
cosas divinas que tenemos en común con los demás miembros del cuerpo de Cristo.
En la iglesia primitiva, esto, indudablemente, tenía lugar cuando se reunían
para aprender la doctrina de los apóstoles, porque está estrechamente
relacionado con ello en este versículo. Sin embargo, no deberíamos limitar
nuestra comunión con otros creyentes sólo a las ocasiones en que estemos
reunidos para aprender la verdad; necesitamos visitarnos unos a otros.
Además, la iglesia primitiva se reunía también para «el partimiento del pan».
Después que fuese establecida la iglesia, se reunían cada primer día de la
semana (el día del Señor, o domingo), para partir el pan (Hch. 20:7). Éste es un
privilegio que también tenemos nosotros, como el Señor pidió: «Haced esto en
memoria de mí» (Lc. 22:19). Sin embargo, esto es una vez más algo que
aparentemente no tiene tanta importancia para los cristianos de hoy, porque la
mayoría de los grupos eclesiales celebran la Cena del Señor una vez por mes, o
una vez cada tres meses. Además, la manera en que se celebra es a menudo
difícilmente reconocible en comparación con lo que tenemos en la Escritura.
Incluso cuando se lleva a cabo, es generalmente algo que se introduce durante
unos pocos minutos en medio de los «servicios de la iglesia». A menudo se hace
con una compañía mezclada de creyentes e incrédulos, aunque cuando el Señor
instituyó la Cena, indicó que sólo verdaderos creyentes podían partir el pan en
memoria de Él (Jn. 13:30; Lc. 22:19; 1 Co. 11:23-26). Él quiere que aquellos que
Él ha redimido se tomen tiempo para meditar en Él; que consideren, hasta donde
sea posible, el gran precio de la redención de que han sido objetos.
Y, por fin, se reunían en ocasiones regulares para «las oraciones» (Hch.
4:23-31; 12:12-17). El plural indica que tenían ocasiones específicas en las que
acudían para este propósito. Por ello, la iglesia primitiva tenía reuniones de
oración en las que expresaban colectivamente su dependencia en el Señor para sus
necesidades. Una vez más esto es lo que está tristemente ausente en la iglesia
en la actualidad. Muchos grupos cristianos tienen sólo reuniones el domingo. La
reunión de oración entre semana casi ha desaparecido en muchos lugares. Y los
que tienen reuniones de oración generalmente tienen poca asistencia. Esto sólo
demuestra que los cristianos hoy no deben considerar importante la reunión de
oración. Sin embargo, el Señor desea que Su pueblo se reúna con regularidad para
la oración.
Esas son las clases principales de reuniones para las que se congregaba la
iglesia primitiva, y son las que necesitamos hoy en la iglesia. Son esenciales
para la salud espiritual de una asamblea, y son la razón por la que Dios nos las
ha registrado en Su Palabra. La «enseñanza de los apóstoles» constituye nuestra
«comunión», el «partimiento del pan» la expresa, y las «oraciones» la mantienen.
Esas cuatro cosas han recibido el nombre de las «cuatro anclas» de la vida de
asamblea. (Hay otra clase de reunión de asamblea que la Escritura indica, una
reunión para disciplina; pero es una reunión de carácter distinto 1 Co. 5:4-5.)
Ahora preguntamos otra vez: «¿Necesitamos todos los adminículos de la
Cristiandad para hacer esas sencillas cosas?» ¡No! La iglesia primitiva no las
necesitaba, y nosotros tampoco las necesitamos. Entonces, ¿por qué no volver al
cristianismo puro y sencillo que se encuentra en la Biblia, y poder descubrir la
bendición que conlleva?
Las consecuencias prácticas de saltar las cuatro anclas
Si soltamos cualquiera de esas «anclas», habrá graves consecuencias prácticas
que se harán sentir en nuestras vidas. Una ilustración de esto lo tenemos en
Hechos 27. Cuando los marinos cortaron las cuatro anclas, pronto cayeron sobre
escollos y naufragaron (Hch. 27:29, 40-41, cp. 1 Ti. 1:19). Lo mismo que
aquellos marinos, algunos cristianos creen que pueden dejar ir esas cuatro
importantes instituciones y que no sucederá nada, pero más tarde o más temprano
irán a la deriva por los peligros de la vida. Preguntemos: «¿Cuántas de esas
anclas tenemos en nuestra vida?» Sin reuniones específicamente dirigidas para
esos propósitos, vamos a ir a la deriva en alguna área de nuestras vidas
cristianas.
Sin «la enseñanza de los apóstoles» no seremos «confirmados en la verdad
presente» (2 P. 1:12). Y por ello mismo seremos «fluctuantes, llevados por
doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar
emplean con astucia las artimañas del error» (Ef. 4:14). J. N. Darby lo expresa
así: «Ningún cristiano conoce su verdadero lugar sin ella.» La verdad ha sido
«dada a los santos» por medio de los apóstoles (Jue. 3). No fue dada a los
apóstoles, sino a nosotros por medio de los apóstoles. Ellos no son los
terminales de la verdad, sino que fueron meramente canales por medio de los que
la verdad llegase a nosotros. Por tanto, la doctrina cristiana es para el
conocimiento y la práctica de cada cristiano. Prestemos atención a la doctrina,
porque en relación con ella hay una salvación práctica (1 Ti. 4:15-16). No
podemos vivir de manera apropiada sin ella.
Sin «comunión» con otros cristianos en las cosas divinas, no recibiremos
corrección ni ajuste en nuestros pensamientos sobre la doctrina, ni en ningunas
faltas o peculiaridades personales que pudiéramos padecer. La compañía de otros
cristianos nos servirá en esta área. Además, si no andamos en comunión práctica
con nuestros hermanos, surgirán malos entendidos, y esto lleva a menudo a luchas
y contiendas (Fil. 2:2-3).
Sin el «partimiento del pan», nuestros corazones pueden enfriarse. La Cena del
Señor es una ocasión en la que recordamos al Señor en Su muerte; recordamos
entonces Su amor por nosotros que le hizo sufrir en nuestro lugar en la cruz. La
meditación en tal amor eleva nuestros corazones hacia Él (2 Co. 5:14; Cnt.
1:2-4).
Sin la «oración», nuestras vidas se volverán independientes de Él, que es
nuestra Cabeza. Comenzaremos a escoger nuestra propia vía por la vida, sin
asirnos a la Cabeza (Col. 2:19). Sin depender del Señor para cada paso del
camino, daremos pasos que seguramente nos apartarán de Su voluntad para
nosotros.
Tres cosas tangibles peculiares del cristianismo
Cuando volvemos al sencillo cristianismo que aparece en la Palabra de Dios,
vemos que hay realmente sólo tres cosas tangibles en todo el nuevo orden de
adoración cristiana. Tenemos la ordenanza del bautismo, la ordenanza de la Cena
del Señor, y la Biblia. (Quizá podría haber una cuarta si añadimos a esto la
colecta 1 Co. 16:1-2. Por cuanto generalmente se hace junto con la Cena del
Señor, la hemos incluido aquí.) Esto se debe a que el cristianismo es un sistema
de fe: «porque por fe andamos, no por vista» (2 Co. 5:7). Poseyendo una nueva
vida y el Espíritu de Dios morando en nosotros, no necesitamos nada más para
practicar el cristianismo. Los cristianos podrían reunirse para el culto y el
ministerio en una casa, en una cocina o en un granero, etc., y si se hiciese en
conformidad a la Palabra de Dios y al Espíritu de Dios, tendrían al Señor en
medio de ellos. La Cena del Señor fue instituida en su momento en una estancia
para huéspedes en una casa de Jerusalén (Lc. 22:7-20). Todo lo que necesitaban
era Su presencia en medio de ellos.
Ahora preguntamos: «¿Dónde están todos los ornamentos de la religión profesional
de la cristiandad en este sencillo modelo para la reunión de los cristianos para
el culto y el ministerio? ¿Dónde está la necesidad de construir enormes
catedrales? ¿Dónde está la necesidad de complicadas organizaciones
denominacionales? ¿Dónde está la necesidad de orquestas, de entretenimiento y de
dinero, que tantas veces es el rasgo característico de las denominaciones en la
Cristiandad?» La respuesta es que todo esto es innecesario y se desvanece. Si es
cierto que el cristianismo sólo nos trae tres cosas tangibles, todo lo demás
queda barrido de un plumazo. Pero, ¿dónde está Cristo en esta sencilla manera de
reunirse? ¡Él está en medio, donde ha prometido estar! (Mt. 18:20).
«¿Quién debe dirigir a la congregación?»
Alguien podría preguntar: «Si debemos acudir
juntos para reuniones como las sugeridas en el capítulo anterior, ¿quién
dirigiría esas reuniones?»
Reunirse como cristianos siguiendo el orden de Dios dado en las Escrituras
demandará fe. Esto no debería sorprendernos a los cristianos, porque cada paso
tomado en nuestro camino debería ser de fe. En todo caso, si realmente hemos
creído que el Señor está en medio tal como Él lo ha prometido, dejaremos que Él
guíe y dirija por el Espíritu. Cuando Cristo ascendió al cielo, Él envió al
Espíritu Santo al mundo para que habite en la iglesia (Jn. 7:39; Hch. 2:1-33).
Los principales propósitos del Espíritu son: Exaltar a Cristo; unir a los
miembros del cuerpo de Cristo sobre la tierra a la Cabeza en el cielo mediante
Su presencia morando en ellos, y guiar a la iglesia en todas las cosas, tanto si
se trata de la adoración (Fil. 3:3), de la oración (Ef. 6:18; Jud. 20; Hch.
4:31), del ministerio (Jn. 14:26; 16:13-15; 1 Co. 12:11), o del evangelismo (Hch.
8:29; 13:1-4; 16:6-7). ¡Desde el momento en que el Espíritu de Dios fue enviado
al mundo, buscamos en vano en el Nuevo Testamento para encontrar ningún gobierno
de la iglesia excepto la conducción soberana del Espíritu Santo! Él es quien
debe dirigir las reuniones de la iglesia.
Todos los grupos eclesiales afirmarán que reconocen la presencia del Espíritu,
pero la prueba de si realmente creemos en el poder y en la presencia del
Espíritu se verá en si le permitimos que Él dirija en las reuniones de la
iglesia. Lo que la Escritura nos pide es que haya fe en la presencia del
Espíritu, una fe que se demuestre al reconocer Su derecho de emplear a quien Él
quiera para hablar en las reuniones. Si fue por el poder del Espíritu que Dios
hizo el mundo y todo lo que hay en él (Job 26:13; 33:4; Gn. 1:2), ¡entonces es
cosa cierta que Él puede guiar a unos pocos cristianos reunidos para el culto y
el ministerio! Con alguien tan grande y tan competente como esta divina Persona
presente en medio de los santos reunidos, no nos es necesario designar a una
persona que haga Su trabajo, por muy dotada que sea tal persona. C. H.
Mackintosh dijo: «Si Cristo está en medio de nosotros (Mt. 18:20), ¿por qué
razón deberíamos establecer un presidente humano? ¿Por qué no darle a Él el
puesto que le corresponde por derecho y dejar que el Espíritu de Dios conduzca y
guíe en el culto y en el ministerio? No hay necesidad de autoridad humana.»
A pesar de todo, las denominaciones han establecido un hombre (como «Pastor» o
«Ministro») para dirigir el culto. En cambio, en la Biblia no encontramos que
Dios establezca un pastor o un ministro para dirigir el culto y el ministerio en
la iglesia. En palabras de W. T. P. Wolston: «En la Cristiandad hay el concepto
de que un pastor es un hombre que dirige una congregación. Esta idea está en las
cabezas de la gente, pero no en la Escritura.» Si no es el orden de Dios,
entonces es evidente que debe tratarse de un invento humano. La designación en
la asamblea de un hombre que «administre» la Cena del Señor es en verdad un
error monstruoso, porque en la Escritura ni siquiera se insinúa algo así como un
hombre (ni siquiera un apóstol) designado para tal cosa. La Escritura dice
simplemente: «... estando reunidos los discípulos para partir el pan ...» (Hch.
20:7).
Esta disposición humana está tan extendida en la Cristiandad que se puede
observar desde San Pedro en Roma hasta la más pequeña capilla evangélica. En
lugar de creyentes reunidos para el culto y el ministerio sólo en el Nombre del
Señor, esperando en la conducción del Espíritu para que les guíe, apenas si se
puede encontrar una reunión de oración sin alguien (un líder de oración)
designado para presidirla. ¡Qué es esto, sino el hombre usurpando el puesto del
Espíritu Santo, el triste fruto de la incredulidad en Su presencia personal en
medio de los santos! La designación de un hombre, por dotado que sea, para
dirigir y presidir las reuniones de la asamblea, es una negación práctica de la
presencia y del poder del Espíritu Santo. En realidad es incredulidad en la
competencia del Espíritu Santo para dirigir las reuniones. ¡Qué triste que una
interferencia humana de tal calibre haya echado a un lado la sencillez del orden
divino! Quiera el Señor librar a Su pueblo de tal sistema de cosas, tan
contrario a Su mente.
El sacerdocio universal de todos los creyentes.
El significado raíz de la palabra «sacerdote» es «uno que ofrece» (He. 5:1; 8:3;
1 P. 2:5). Un sacerdote es uno que tiene el privilegio de entrar en la presencia
de Dios en representación del pueblo. En el cristianismo, un sacerdote ejerce su
sacerdocio al ofrecer los sacrificios de alabanza a Dios y al presentar
peticiones a Dios en oración (He. 13:5; 1 Jn. 5:14-15). Con todo, una de las
causas de la debilidad y de la confusión dominantes en la iglesia profesante es
que el sacerdocio ha sido en muchos casos usurpado como derecho por una clase
privilegiada de personas, ¡algunas de las cuales no son ni siquiera salvas!
La Escritura enseña ¡que todos los creyentes son sacerdotes! El libro de
Apocalipsis declara que fuimos hechos «sacerdotes para Dios» con la muerte y
derramamiento de sangre de Cristo (Ap. 1:6; 5:10). La Primera Epístola de Pedro
también anuncia: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa
espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables
a Dios por medio de Jesucristo» (1 P. 2:5, 9). La epístola a los Hebreos exhorta
a los cristianos como un todo a que se acerquen a Dios dentro del velo, en el
lugar santísimo (la presencia inmediata de Dios) (He. 10:19-22; 13:15-16). Como
sacerdotes, tenemos derecho a «acercarnos» a Su misma presencia. Es un lugar en
el que ningún hijo de Aarón podía entrar. Incluso cuando Aarón, el Sumo
Sacerdote de Israel, entraba una vez al año más allá del velo, no entraba con
libertad como nosotros podemos ahora. En el Día de la Expiación entraba con
temor a morir; pero nosotros podemos entrar con «plena certidumbre de fe». En
los diversos pasajes de la Escritura en los que se trata de la cuestión del
sacerdocio, no hay mención, ni tan siquiera una insinuación, de que sólo algunos
de los santos sean sacerdotes. Tampoco hay ningún otro lugar del Nuevo
Testamento donde se proponga un concepto así. Cuando el Nuevo Testamento habla
del sacerdocio, se refiere en el acto a todos los creyentes constituidos como
tal sacerdocio.
Por cuanto la Escritura enseña que todos los cristianos son sacerdotes, y por
cuanto todos tienen el mismo privilegio de ejercer el privilegio en la presencia
de Dios, es evidente que no hay necesidad de designar a ningún clérigo aparte de
los otros creyentes para que ejerzan estos privilegios en favor del resto. En
las reuniones para el culto y la oración (en los que los cristianos ejercen su
sacerdocio), sólo tenemos que esperar en el Espíritu de Dios para que Él
conduzca las oraciones y alabanzas de los santos. Si le dejamos dirigir en la
asamblea en el puesto que le pertenece, Él conducirá a un hermano allí y a otro
hermano allá, para que expresen de manera audible la adoración y la alabanza
como portavoces de la asamblea.
Cuando comprendemos cuán estrecha es la relación que tienen todos los cristianos
como parte del cuerpo y de la esposa de Cristo, podemos ver hasta qué punto es
incompatible con el concepto de una casta ministerial de creyentes que estén más
cerca de Dios que el resto (Ef. 2:13; 5:25-32). Mantener una clase sacerdotal
para nosotros como cristianos significa negar que somos capaces, como
sacerdotes, de ofrecer sacrificios espirituales a Dios. En realidad, esto
elimina los privilegios del cristianismo y es una restauración del judaísmo.
Aunque pocas denominaciones llegan hasta tan lejos como dar a sus clérigos el
título de «sacerdote» (lo que implica que el resto en aquella denominación no lo
son), la mayoría de iglesias de tipo evangélico llaman a sus clérigos «Pastor» o
«Ministro». Hay poca diferencia práctica en que esta posición en la iglesia sea
designada con el término «Pastor» o «Sacerdote»: no es conforme a la verdad de
la Escritura.
La diferencia entre sacerdocio y don
Es importante comprender la diferencia entre sacerdocio y don. Son dos cosas
distintas. Un sacerdote va a Dios en representación del pueblo; aquel que ejerce
su don va al pueblo en representación de Dios.
Más en particular, los dones son lo que el Señor da, como Cabeza ascendido de la
iglesia, a los diversos miembros de Su cuerpo, para que puedan desempeñar el
puesto que Dios les ha dado en el cuerpo. La Biblia enseña que cada miembro del
cuerpo de Cristo ha recibido un don (1 Co. 12:7; Ef. 4:7; 1 P. 4:10; Ro.
12:6-8). Sin embargo, no todos los miembros del cuerpo de Cristo tienen un don
para ministrar la Palabra. Algunos pueden tener un don fácilmente reconocible:
como evangelistas, pastores o maestros (Ef. 4:4-16; Ro. 12:4-8; 1 Co. 12:4-31);
en el caso de otros, puede tratarse de cosas menos definidas, como «hacer
misericordia» (Ro. 12:8; 1 Co. 12:28). Tanto si se trata de evangelismo o de
ayudas, una cosa cierta es que todos tenemos algo que hacer en el cuerpo de
Cristo. Los dones han sido dados con el propósito de «equipar completamente a
los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de
Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento
del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad de
la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños, zarandeados por las olas y
llevados a la deriva por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que
para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que aferrándonos
a la verdad en amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo» (Ef. 4:12-15). Esto nos muestra que los dones son para el beneficio
espiritual de la Iglesia.
La diferencia entre capacidad y don
En Mateo 25:14-30 el Señor establece una distinción entre capacidad y don.
Cuenta la historia de un hombre que emprendió un viaje a un lejano país; antes
de partir, dio unos talentos (una suma de dinero) a sus siervos, los cuales
debían negociar con ellos hasta que él volviese. Algunos recibieron más, y
algunos menos. Ésta es una evidente alusión al Señor dando dones a Su pueblo,
los cuales deben ejercerlos para Él en Su ausencia. Un día Él volverá otra vez,
y pedirá cuentas de lo que hemos hecho con lo que nos ha dado como dones. En
aquel día se darán recompensas a los que hayan desempeñado fielmente su
ministerio (Mt. 25:19-23).
Es digno de observar que el hombre de la parábola dio «a cada uno conforme a su
capacidad» (Mt. 25:15). Aquí el Señor distingue entre ambas cosas. Observemos
que esos siervos tenían sus varias capacidades antes que el amo los llamase para
darles los talentos.
La capacidad es algo que se da a una persona cuando nace en este mundo. En Su
providencia, Dios señala y da forma al vaso de Sus propósitos mucho antes que él
o ella sean siquiera salvados. Dios da y conforma los poderes y las capacidades
intelectuales de la persona, ya incluso antes de su conversión. El don, en
cambio, es algo que es dado a la persona por el Espíritu de parte del Señor
cuando es salvo. En tanto que la capacidad es natural, el don es espiritual. El
don se da a una persona para que pueda cumplir su ministerio en el cuerpo de
Cristo. Aquí se ve la sabiduría del Señor, en cuanto a que da dones según
nuestra capacidad. Por ejemplo, generalmente no da el don de evangelista a una
persona reticente. La persona que de natural gusta de estar con las personas y
que tiene facilidad de palabra sería candidata a recibir un don así. Asimismo,
el don de enseñanza exige una cierta medida de capacidad natural en el área del
poder intelectivo.
Mencionamos esto porque hay mucha confusión acerca de este extremo en el ámbito
de la Cristiandad. A menudo oímos de cristianos refiriéndose a famosos músicos o
atletas convertidos, en el sentido de que sus capacidades naturales son «su
don». Aclaremos este punto: un don es una manifestación espiritual en el cuerpo
de Cristo. Tiene que ver con cosas espirituales (1 Co. 12:1; 14:1). No vemos en
las Escrituras que Dios quiera reuniones de la iglesia donde esas personas
puedan exhibir sus capacidades naturales. A menudo esas personas famosas son
usadas para poco más que para entretener a la audiencia. Preguntamos: «¿Se está
consolidando a los santos de Dios en la verdad por medio de todas esas cosas
naturales?» Los dones no son para el entretenimiento de los santos de Dios, sino
para la edificación de los santos en su «santísima fe».
J. N. Darby dijo: «Es un principio totalmente falso que los dones naturales sean
ellos mismos la justificación de su uso. Puede que yo tenga una fuerza asombrosa
o gran velocidad en la carrera; dejo tendido a un hombre con lo primero, y gano
un trofeo con lo segundo. La música puede ser algo más refinado, pero el
principio es el mismo. Este creo que es de la mayor importancia. Los cristianos
han perdido su influencia moral al introducir la naturaleza y el mundo como
cosas inocuas. Todas las cosas me son lícitas. Pero, como he dicho, no podemos
mezclar la carne y el Espíritu.»
¿Qué es el ministerio?
En el pensamiento de la mayoría de la gente, «el ministerio» es aquello en lo
que está el Pastor o Ministro al ejercer sus funciones como dirigente de una
iglesia local. Pero la Biblia enseña que el ministerio en la asamblea es el
ejercicio del don que uno posee (1 P. 4:10-11; 1 Ti. 4:6; Ef. 4:11-12). Por
cuanto todos los cristianos han recibido un don, todos los cristianos están en
«el ministerio». Como ya hemos dicho antes, no todos tienen un don para el
ministerio público de la Palabra de Dios, pero todos tienen algún ministerio que
ejercer. El ministerio no siempre se refiere a hablar en público, al revés de lo
que muchos creen. Mucho ministerio incluye obra hecha para el pueblo del Señor
en la que se hace poco o nada de hablar. El problema en la iglesia en la
actualidad es que hay muchos como Arquipo que no están cumpliendo su ministerio.
El Apóstol tuvo que exhortarle: «Considera el ministerio que recibiste en el
Señor, para que lo cumplas» (Col. 4:17). Ésta es una exhortación que necesitamos
hoy.
La idea común en la Cristiandad es que cuando una persona piensa que tiene un
don cree que Dios le está indicando que entre en «el ministerio». Por cuanto la
tradición así lo ha establecido, llega a la conclusión de que debe entrar en un
seminario para instruirse en tal cosa. Esto parece bien lógico, por cuanto puede
pensar que no conoce mucho acerca de esta tarea. Sin intención de encontrar
falta en la persona por su sinceridad, debemos decir que todo este orden de
cosas no se halla en la Escritura.
La Biblia enseña que si alguien tiene un cierto don espiritual, la misma
posesión de tal don es la justificación procedente de Dios para usarlo. Dice
así: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros» (1 P.
4:10). No dice: «Cada uno según el don que ha recibido, que sea ordenado por un
seminario, y luego minístrelo a los otros.» Las Escrituras dicen: «Si alguno
habla, que hable como si fuesen palabras de Dios; si alguno ministra, que lo
haga en virtud de la fuerza que Dios suministra.» Observemos otra vez que no
dice, «Si alguien habla, que vaya a una escuela bíblica y sea ordenado, y que
luego hable.» De nuevo dicen las Escrituras: «Y teniendo diferentes dones, según
la gracia que nos es dada, si es el de profecía, úsese conforme a la proporción
de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que
exhorta, en la exhortación» (Ro. 12:6-8). No hay una palabra acerca de una
instrucción académica antes de usar el don recibido. Una vez más, la Escritura
dice: «Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza,
tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para
edificación» (1 Co. 14:26). Una vez más, no encontramos ni una palabra, ni una
insinuación siquiera, de que alguien deba recibir instrucción académica antes de
poder ejercer su don en la asamblea. Sencillamente dice que si tenemos doctrina
(enseñanza), etc., hágase para la edificación de la iglesia.
Ahora bien, es cierto que el don de cada persona necesita ser desarrollado. Esto
precisa de tiempo y uso (Hch. 9:20-22; Gá. 1:17; Hch. 9:30; 11:25-26; 13:1-14).
Cuanto más madure una persona en las cosas divinas, tanto más de servicio será
en el ministerio (Hch. 18:24-28; Mr. 4:20). La vía bíblica para que una persona
reciba enseñanza en las cosas divinas es mediante reuniones como las que hemos
tratado con anterioridad. El Señor usa esas reuniones de asamblea, guiadas por
la conducción divina del Espíritu Santo, para enseñarnos la verdad. También usa
libros de ministerio (o ministerio registrado, p.e., en cintas magnetofónicas)
de personas dotadas y con conocimiento que tienen capacidad para enseñarnos la
verdad. Sin embargo, no existe en la Escritura el pensamiento de ir a un
seminario para ser preparado para una posición como de «Ministro» o «Pastor» de
una iglesia. Es un puro invento humano para preparar a una persona para una
posición dentro de un sistema de hechura humana. El cristianismo bíblico
simplemente no necesita esas escuelas. Mucha de la enseñanza que se da por esos
seminarios se refiere a cómo administrar una iglesia en base de un sistema
clerical que la Biblia desconoce en absoluto.
El ministerio en la iglesia
Volviéndonos a la Primera Epístola a los Corintios (capítulo 11:17 hasta el
final del capítulo 14), vemos cómo deben funcionar los dones cuando se reúne la
iglesia (localmente). Esta sección de la Escritura comienza con esas palabras
del apóstol: «En primer lugar, cuando os reunís como iglesia ...» Antes de
hablar del ministerio, el apóstol Pablo habla primero del privilegio de la Cena
del Señor, que quizá sea la reunión primordial de la iglesia. Esta reunión no
tiene lugar para el ejercicio de los dones, sino para recordar al Señor en Su
muerte. Es una ocasión en la que ejercemos nuestro sacerdocio en la ofrenda de
adoración y alabanza al Padre y al Hijo. Después de poner en orden varias cosas
tocantes a esta reunión, da el orden para el ministerio en la asamblea en los
siguientes capítulos 12 hasta el final del 14. El capítulo 12 presenta los
grandes principios del ministerio cristiano; el capítulo 13 da el espíritu en el
que se debe ejercer este ministerio: el amor; y el capítulo 14 da las normas
para el ejercicio de los dones en la asamblea, para que el ministerio sea para
edificación de todos.
Mirando más de cerca el capítulo 12, vemos que el primer gran principio de todo
ministerio es la exaltación de Jesús como Señor. La evidencia de la guía del
Espíritu en el ministerio es que Cristo será siempre exaltado y nunca mencionado
de manera despreciativa. Dice: «Por tanto, os hago saber que nadie que hable por
el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor,
sino por el Espíritu Santo» (1 Co. 12:1-3, RVR). «Él (El Espíritu) me
glorificará» (Jn. 16:14).
El segundo gran principio del ministerio cristiano en el capítulo doce de
Primera Corintios es que Cristo ha distribuido dones mediante el Espíritu a los
varios miembros de Su cuerpo, y que esos dones no son todos administrados por un
hombre. El apóstol dice: «Porque a uno es dada por medio del Espíritu palabra de
sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, ...»
(1 Co. 12:4-10, 29-30). Ahora bien, si los dones no son poseídos por un solo
hombre, entonces es evidente que la iglesia necesitará de más que el ministerio
de un solo hombre, si quieren recibir el beneficio de los dones que puedan tener
en medio de ellos.
Puede que algunos repliquen: «Pero nuestra iglesia no tiene un hombre como
ministro único. Tenemos dos o tres pastores.» Sin embargo, se sigue perdiendo de
vista el sentido de este pasaje de las Escrituras. El pensamiento de Dios es que
la iglesia se edifique por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, no
meramente por medio de dos o tres (Ef. 4:16). Es cierto que no todos van a tener
un don para ministrar la Palabra en público, pero las Escrituras indican que
todos los que son capaces deben tener libertad en la asamblea para ministrar.
Dice: «Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y
todos sean exhortados» (1 Co. 14:24, 31). Y es también cierto que un hombre
puede tener más de un don, pero la Escritura dice claramente que nadie tiene
todos los dones. De hecho, el apóstol advierte que existe el peligro de no
considerar los diversos dones que Dios ha establecido en el cuerpo. Dice: «Ni el
ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No
tengo necesidad de vosotros» (1 Co. 12:21). Esto muestra que todos los miembros
en el cuerpo tienen algo que contribuir, aunque puedan parecernos
insignificantes. Sin embargo, el sistema clerical en las iglesias es un arreglo
mediante el que una o dos personas («Pastores» o «Ministros») llevan a cabo el
ministerio. Es un sistema que obstaculiza (quizá no de manera intencionada) la
expresión de otros dones en la iglesia. Esencialmente, es como decir: «No tengo
necesidad de vosotros.»
A esto objetan enérgicamente aquellos que ocupan esta posición ministerial en
las iglesias, porque alientan a las personas en su denominación a ejercitar sus
dones en los estudios bíblicos por las casas, etc. Pero el contexto de estos
capítulos es el ejercicio de los dones en las reuniones de asamblea (1 Co.
11:17, 18, 20, 33, 34; 14:23, 26). La cuestión es: «¿Permiten la libertad de los
dones en la iglesia?» Como ya hemos visto, no la permiten.
El tercer gran principio del ministerio cristiano en el capítulo doce de Primera
Corintios es que, cuando acudimos juntos en asamblea, se debe reconocer al
Espíritu de Dios Su derecho propio a emplear a quien quiera para hablar. Como
hemos mostrado con el sacerdocio, que el Espíritu debe ser libre en la asamblea
para conducir mediante quien Él escoja en adoración y oración, igualmente debe
contarse con Él para conducir los varios dones en el ministerio. Este capítulo
declara claramente que los dones deben operar en la asamblea por el mismo
Espíritu que distribuyó el don a la persona individual en el momento de su
salvación. El Nuevo Testamento no conoce ningún otro orden de ministerio que el
de la guía divina del Espíritu Santo. Las Escrituras suponen fe en nosotros al
confiar en la guía del Espíritu. Si dejamos que Él conduzca en la asamblea, Él
tomará todos los dones que estén allí, y los usará para la edificación de los
santos en el ministerio. «Pero todas estas cosas las efectúa uno y el mismo
Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según su voluntad» (1 Co. 12:7,
11).
El principio, entonces, es simple. El Espíritu Santo está en la iglesia, usando
los dones según los escoge para la edificación de todos. Este es el orden de
Dios para el ministerio cristiano. Ahora preguntamos: «¿cómo se espera que el
Espíritu Santo distribuya a cada uno en particular como Él quiere, si la iglesia
ha establecido un orden de cosas en el que un hombre ocupa este puesto de
dirección de la asamblea?» ¡Con ello se niega en la práctica la presidencia del
Espíritu Santo! Él podría desear llamar a esta o a aquella persona al
ministerio, pero ello queda bloqueado y obstaculizado por el orden humano. En
muchas de las iglesias, los servicios son programados de antemano, ¡a veces con
días de adelanto! En la Escritura no encontramos nada así. Puede que esto se
haga con buenas intenciones, pero desde luego no se trata del orden de Dios.
Después de hablar del motivo para el ministerio en el capítulo trece de Primera
Corintios (el amor), el apóstol Pablo da en el capítulo catorce los simples
principios que deben gobernar el ministerio en la asamblea. La primera parte del
capítulo destaca la solicitud que el amor debería tener cerciorándose de que no
ocupa el tiempo hablando de cosas que otros que estén presentes no puedan
comprender. Esto mismo era lo que estaba sucediendo en Corinto. Había aquellos
que usaban el don de lenguas sin intérprete. Como consecuencia, los de la
asamblea desconocían lo que se estaba hablando. El apóstol muestra que si una
persona haba sin esta solicitud, está en realidad hablando como una trompeta que
da un sonido incierto. La gente no sabe como responder al mismo porque no saben
qué es lo que se está diciendo. Esto es especialmente importante para los
cristianos que se reúnen en conformidad a la Escritura, porque uno podría estar
hablando de manera que los santos no le pueden comprender. Si las cosas que una
persona tiene para decir no son para la edificación, exhortación y consolación
de todos, entonces mejor le sería no hablar. El amor y la solicitud por el bien
de los demás deben gobernar esto (1 Co. 14:1-11). Sea cual sea el don, el
principio es el mismo, y es una guía para nosotros hoy.
Este principio subyacente, entonces, es que nuestro ministerio debe ser para la
edificación de todos. Pablo dijo que sería mejor hablar poco en la asamblea (5
palabras) y que todos le comprendiesen y sacasen provecho de ello, que hablar
muchísimo (10.000 palabras) y que nadie le comprendiese (1 Co. 14:12-17).
También muestra que si la iglesia se reúne según el orden de Dios para el
ministerio, recibiendo el Espíritu de Dios el puesto que por derecho le
corresponde en la asamblea para dirigir el ministerio, que los que acudan a
tales reuniones recibirán un poderoso ministerio (1 Co. 14:23-25).
Luego, muestra que cuando los santos se reúnen, «todos» los que tienen algo que
contribuir deben tener libertad para ministrar en la asamblea, para el provecho
espiritual de todos (1 Co. 14:26). Pasa a decir que aunque todos puedan tener
algo, no significa que todos deban hablar. Deben esperar la guía del Espíritu.
En diferentes ocasiones, podrán hablar varios según el Espíritu guíe.
(Profetizar, aquí, no es la predicción de cosas del futuro, como algunos
pudieran suponer, sino la proclamación de la mente de Dios para la necesidad
presente.)
La libertad del Espíritu no consiste, como piensan algunos erróneamente, en la
libertad de los santos para hablar en las reuniones de asamblea como deseen.
Recordemos que se trata de la libertad del Espíritu, y no de la nuestra. No
debemos hablar, excepto que seamos conducidos por el Espíritu para hacerlo.
Puede haber, y habrá en ocasiones, una persona que será impulsada por la carne,
que se precipitará y que gastará el tiempo en un habla sin provecho que no
edifica a los santos. Pero la asamblea no es una plataforma para la carne. «Y
los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas,» lo que significa
que la persona debería saber cómo ejercer el dominio propio y refrenarse de
hablar en tales ocasiones. A pesar de esa exhortación, tal persona piensa a
menudo que lo que está diciendo es provechoso para los santos, y en consecuencia
insiste en hablar. En este capítulo, Pablo muestra que la asamblea tiene un
recurso. Dice: «Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás
disciernan.» Una asamblea escrituraria es responsable de «juzgar» el ministerio
en medio de ella. Y si dicho ministerio no es provechoso, tiene autoridad para
ejercer una piadosa disciplina, llamando al tal a que calle en las reuniones.
Esto algunas veces recibe el nombre de «silenciamiento» (1 Co. 14:27-33).
En los versículos 34-40 el apóstol muestra el puesto que las hermanas deben
asumir en las reuniones públicas; y luego concluye el capítulo dando un último
principio de gobierno. «Pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Co.
14:40).
Finalmente, en el capítulo quince de Primera Corintios, el apóstol destaca que
en la asamblea debe mantenerse una sana doctrina. Los corintios se habían
extraviado tocante a la doctrina de la resurrección, y él corrigió sus conceptos
errados. Este es un principio importante para nosotros. También debemos mantener
la sana doctrina en la asamblea.
De este modo, se nos ha dado el orden de Dios para el ministerio en la iglesia.
Pero observemos: no encontramos que se diga nada acerca de uno o dos hombres
(Pastores) establecidos para llevar a cabo el ministerio para el resto. Si Dios
hubiera querido que ésta fuera la forma del ministerio en la iglesia, lo habría
dicho en estos capítulos que tratan de esta cuestión. Pero no hay una sola
palabra aquí acerca de ello.
Además, si sólo unos pocos debían tener el puesto de ministerio en la iglesia (o
sea, el clero), entonces los capítulos acerca del ministerio habrían sido
escritos específicamente para ellos; éste es el caso en el sistema mosaico,
donde el Señor dio instrucciones específicas a aquella compañía especial de
personas (los sacerdotes) que habían sido puestas aparte del resto del pueblo
para llevar a cabo los servicios del tabernáculo. Pero no hay nada de todo ello
en esos capítulos. Las instrucciones se dan a toda la iglesia.
«¿Significa esto que usted no cree en tener un pastor?»
De lo anterior, algunos podrían deducir que no creemos en tener pastores, pero
creemos bien explícitamente en tener pastores en la asamblea, porque la Biblia
se refiere a ellos (Ef. 4:11). Un pastor es una persona que ha recibido el don
de pastorear a la iglesia de Dios. Es uno de los muchos dones que Cristo ha dado
a la iglesia. A lo que objetamos es a lo que las iglesias denominacionales
designan como «pastor». Ellos han transformado el don de pastor en algo que no
se encuentra en la Escritura. Han tomado un término escriturario y lo han
asignado a una posición clerical que no se encuentra en la Biblia. ¡Y, lo que es
peor, una persona puede ocupar tal posición y no tener siquiera el don de
pastor! Puede que tenga el don de evangelista o de maestro, etc., ¡y sin embargo
le dan el título de «Pastor»! Es triste la confusión que todo esto ha traído a
la casa de Dios.
Títulos lisonjeros
Las organizaciones eclesiales de la Cristiandad no sólo han creado un cargo que
no existe en la Palabra de Dios, sino que también emplean diversos títulos para
dicho cargo que no existen en la Palabra de Dios. Títulos como «Ministro»,
«Pastor» o «Doctor en Teología» son dominantes en la mayoría de las
denominaciones.
Es cierto que las palabras «ministro» y «pastor» se mencionan en la Biblia, pero
nunca se usan como un título. El término pastor se usa como descripción de un
don, no como un título de un clérigo. De hecho, la Palabra de Dios dice: «No
haré ahora acepción de personas, ni usaré con nadie de títulos lisonjeros.
Porque no sé hablar lisonjas; de otra manera, en breve mi Hacedor me consumiría»
(Job 32:21-22).
El Señor Jesús dijo: «Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno
solo es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis
padre vuestro en la tierra a nadie; porque uno es vuestro Padre, el que está en
los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno solo es vuestro Maestro, el
Cristo. El mayor de vosotros, será vuestro servidor. Porque cualquiera que se
ensalce a sí mismo, será humillado, y el que se humille a sí mismo, será
ensalzado» (Mt. 23:8-12). Sin embargo, y en contradicción a una Escritura tan
clara, algunas denominaciones llaman «Padre» a sus clérigos. Otras
organizaciones eclesiales usan el título «Doctor». La palabra «Doctor» proviene
del latín docere, que significa «enseñar». Doctor significa maestro. Esto es
algo que el Señor dijo que no debíamos llamarnos unos a los otros. Cuando un
hombre es presentado a la iglesia como «doctor», la implicación es que sus
palabras tienen mayor autoridad debido a su título. Eso, naturalmente, carece
totalmente de fundamento en las Escrituras. No estamos diciendo que sea malo
tener el título de «Doctor» en campos académicos seculares, pero no tiene lugar
en las cosas de Dios.
Otras denominaciones han llegado tan lejos como para usar el título de
«Reverendo» o «Reverendísimo». ¡La Biblia dice que «Reverendo» es uno de los
nombres del Señor! La traducción del Salmo 111:9 al castellano «Santo y temible
es su nombre», significa «Santo y reverendo es su nombre». La Biblia de las
Américas dice del término aquí traducido «temible»: «i.e., "que inspira
reverencia".» ¿Deberían los hombres asumir el nombre del Señor y añadirlo al de
ellos? Desde luego que no.
Cuando los licaonios intentaron dar nombres exaltados a Bernabé y a Pablo, éstos
los rehusaron, diciendo: «Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos
hombres semejantes a vosotros» (Hch. 14:15). Los siervos del Señor deberían
también hoy rehusar esos títulos lisonjeros.
La Palabra de Dios enseña que los pastores son sencillamente uno de los muchos
dones que Cristo ha dado (Ef. 4:11). ¿Por qué deberíamos establecer este don en
la iglesia con un título oficial como poseyendo la preeminencia sobre los demás?
No hay una línea de la Escritura que indique que la iglesia debiera hacer tal
cosa.
La elección de un «pastor»
La práctica de que la iglesia elija al llamado «pastor» es también algo ajeno a
Dios. Nos referimos al proceso de cómo llega un clérigo a presidir sobre una
iglesia local. El procedimiento normal es que el candidato a «Pastor» o
«Ministro» sea invitado a una iglesia, donde se le da la oportunidad de probar
su valía predicando algunos sermones. Si su predicación es aceptable para la
gente de la iglesia, le votarán para aceptarlo como su «Pastor». Pero esto está
muy lejos del orden de Dios.
En primer lugar, la Palabra de Dios, que debe ser siempre nuestra guía, no da
instrucciones para tal cosa. De hecho, no hay una sola asamblea local en la
Biblia que escogiera a un pastor. ¡Ni una! Tampoco ningún apóstol designó jamás
a un pastor para una iglesia local. En realidad, la Escritura advierte en contra
de que la iglesia escoja a sus maestros, diciendo: «Vendrá tiempo cuando no
sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, acumularán para sí
maestros conforme a sus propias concupiscencias» (2 Ti. 4:3).
En segundo lugar, la idea de designar a un «Pastor» es pura y simplemente el
principio mundano de la democracia. Pone al hombre en una posición muy incómoda.
Si de veras quiere aquel cargo en la organización, se siente tentado a decirles
a la gente lo que quieren oír. Generalmente se trata de temas como «Amor y
matrimonio» o «Profecía». Cualquier clase de ministerio a la conciencia quedará
probablemente muy abajo en la lista. Incluso después de recibir el cargo en la
iglesia, se encuentra constantemente tentado a contemporizar tocante a la
verdad, a causa de la gente; porque sabe que si la asistencia se reduce, se
reconsiderará la oportunidad de que siga en el cargo. Necesita tenerlos
contentos. ¡El resultado es que el pueblo puede controlar, y a menudo controla,
la clase de persona y de ministerio que quieren oír! Viviendo bajo esta clase de
condicionantes, llega verdaderamente a ser el «Pastor» de ellos. Comparar Jueces
17:7-13 («Mi sacerdote»). Sin embargo, esto dista mucho de la manera en que los
siervos del Señor ministraban en la Biblia.
Además, es malo poner el poder de un voto en las manos de los jóvenes y de los
nuevos convertidos. Sencillamente, no están establecidos en la verdad, ni
experimentados de manera suficiente en las cosas divinas para poderse formar un
juicio espiritual de tal magnitud.
El Señor de la cosecha dirige los dones
Cuando en la Escritura se hace referencia a la condición de Cabeza de Cristo, es
en relación con los asuntos corporativos de la iglesia; cuando se hace
referencia a Su Señorío, es en relación con Su guía soberana de los creyentes a
nivel individual. Por ello, no leemos de Cristo como «el Señor de la Iglesia».
Sin embargo, la Escritura sí dice que Él es el «Señor de la cosecha» (Mt. 9:38).
Él (y no la iglesia) envía a Sus obreros como individuos allá donde quiere que
le sirvan. Cuando Cristo da dones, ellos son responsables de manera directa ante
Él en su ministerio. Como ya hemos hecho ver, los dones proceden de Cristo en el
cielo y son para el beneficio espiritual de Su cuerpo entero. Una persona con un
don específico debería tratar de ministrar a toda la iglesia de Dios (cuando
pueda hacerlo sin comprometer principios escriturarios), y no debería limitarse
a una secta que los hombres haya constituido en su seno. Su don es para la
edificación de todo el cuerpo.
No sólo es Cristo la fuente de esos dones, sino que Él es también el director de
ellos. En tanto que esos diversos siervos estén en comunión con el Señor, Él los
dirigirá en su esfera de servicio. Por cuanto la fuente y la guía de los dones
es Cristo en el cielo, los dones están más allá de poder ser controlados por
ninguna organización religiosa terrenal (de factura humana), como tantas veces
sucede con las iglesias en la Cristiandad. A menudo oímos decir a la gente que
«el Pastor tal y cual» fue enviado por una organización determinada para llevar
a cabo un ministerio. Pero no existe en la Escritura el concepto de que la
iglesia (o una organización dentro de la iglesia) envíe a una persona dotada a
cierto lugar para que sirva al Señor. La Escritura dice: «Rogad, pues, al Señor
de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt. 9:38). Y de nuevo dice la
Escritura: «Mientras estaban ésos celebrando el culto del Señor, y ayunando,
dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he
llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los
despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a
Seleucia» (Hch. 13:2-4).
Es evidente, en estos versículos, que el Señor es, por el Espíritu, el Único que
envía a Sus siervos. La iglesia debería reconocer un don como enviado por el
Señor, y debiera dar al tal «la diestra en señal de compañerismo», lo que puede
incluir un don práctico de ayuda financiera (Gá. 2:9). Pero la iglesia no los
envía. Los de Antioquía no tuvieron voz ni voto acerca de si Bernabé y Saulo
debían ser enviados por el Señor. Sencillamente, «los despidieron», porque
reconocieron que el Señor, por el Espíritu, los enviaba.
Un escritor antiguo ha dicho: «Podemos detenernos aquí por un momento para
examinar la obra (en el libro de los Hechos). Samaria estaba evangelizada, los
gentiles habían sido admitidos en el reino en Cesarea, y los griegos convertidos
en Antioquía; este es el sumario del relato. Aparte de la obra en Judea y en
Jerusalén, todo se llevaba a cabo sin dirección apostólica ni autoridad humana.
El Espíritu Santo abría, por así decirlo, campos de labor con independencia de
toda dirección humana. Lo que hizo entonces podemos contar con que Él siga
haciéndolo aún. Es sabio dejar que Él obre Su voluntad, y entonces, como los
Apóstoles, reconocer bien dispuestos lo que Él ha hecho. El ejercicio del
ministerio de la Palabra nunca estuvo sujeto en los primeros tiempos a la
dirección apostólica. ¿Debería acaso subordinarse hoy a los hombres, por
piadosos y fervientes que sean? Nosotros hacemos la pregunta. El lector puede
seguramente responder a ella.»
Si el Señor enviase a un hombre con el don de pastor entre nosotros, deberíamos
reconocer este don y dejarle ministrar como tal. ¡No debemos hacer una votación
para decidir si le queremos como nuestro pastor o no, y, si nos resulta
aceptable, constituirlo en un «cargo» de la iglesia que no existe en la
Escritura! Él no es nuestro siervo, sino el siervo del Señor. J. N. Darby dijo:
«Si Cristo ha considerado apropiado darme un don, debo negociar con mi talento
como siervo que soy, y la asamblea no tiene nada que ver con ello: yo no soy el
siervo de ellos ... rehúso de plano ser siervo de ella. Si hago o digo cualquier
cosa que de manera personal demande disciplina, esto es otra cosa; pero al
negociar con mi talento no actúo en ni en nombre de una asamblea. Cuando salgo a
enseñar, lo hago individualmente para ejercer mi don. ... Los que mantienen esas
ideas (clericales) niegan el Señorío de Cristo; quieren que la asamblea, o ellos
mismos, detenten el señorío. Si soy siervo de Cristo, debo servirle en la
libertad de Espíritu. Pero ellos quieren hacer de los siervos de Cristo los
siervos de la asamblea, y niegan el servicio individual responsable ante Cristo.
... Soy libre para actuar sin consultar con ellos en mi servicio a Cristo; ellos
no son los amos de los siervos del Señor.»
Es evidente que un siervo del Señor que tenga los pensamientos de Dios acerca de
la iglesia no puede ser el Ministro de una secta sin comprometer la verdad.
Puede ministrar a los que están conectados con sectas si los encuentra, porque
son miembros del cuerpo de Cristo, pero si desea ser dirigido por el Señor no
puede limitarse a una secta. Es un terreno demasiado estrecho. A. H. Rule dijo:
«El Señor tiene delante de Sí a toda la iglesia, y si el siervo es responsable
ante Él, ¿cómo puede someterse a una secta y ser fiel a la vez a la misma y al
Señor? Es imposible. Si un hombre es un Ministro Presbiteriano, está bien claro
que no es un Ministro Bautista. Si es un Ministro de cualquier secta, eso le
excluye del resto, y su ministerio queda necesariamente confinado a la secta a
la que pertenece, o a sus intereses.»
El siervo del Señor no se debe permitir quedar atado y encadenado por una
organización denominacional de hechura humana. El apóstol Pablo no se dejó
atrapar bajo el poder de ninguna especie de organización de hechura humana.
Dijo: «¿Trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres,
no sería siervo de Cristo» (Gá. 1:10). También dijo: «El que en el Señor fue
llamado siendo esclavo, es liberto del Señor; asimismo el que fue llamado siendo
libre, es esclavo de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis
esclavos de los hombres» (1 Co. 7:22-23).
Los siervos de Dios no deben ser asalariados
En conexión con la práctica errónea de escoger un «Pastor» está la de asalariar
a dicho hombre. La Biblia en ninguna parte indica tal cosa. Nadie (ni un hombre
ni una organización humana) debe asalariar al siervo de Dios, porque está al
servicio de un más alto Amo. Como ya hemos visto, puede ser una práctica
peligrosa, porque cuando uno recibe su salario de una organización determinada,
tiende a hacerse siervo de aquella organización. Naturalmente, las
organizaciones eclesiales no consideran asalariados a los clérigos que emplean,
pero hay muchas cosas que se podrían citar que mostrarían que en la práctica
este arreglo no es desde luego mucho más que eso. Tenemos un ejemplo de ello en
una carta que recibimos recientemente de un hombre que incluía una tarjeta de
visita que le identificaba como Ministro «jubilado» de una denominación bien
conocida. Preguntamos: ¿Retira acaso el Señor a Sus siervos a los 65 años, como
lo hacen las varias denominaciones? Cosas como éstas hacen que uno se pregunte
si esta falsa posición en la iglesia llega a ser un mero empleo para algunos
clérigos.
¿Cómo se debería mantener económicamente a los siervos del Señor?
Se podría hacer esta pregunta: ¿Cómo pues debería mantenerse económicamente a
los siervos del Señor? Si no deben recibir un salario, ¿cómo deben ser
sustentados? Debemos volver de nuevo a la Palabra de Dios para la respuesta.
Encontramos allí que el Apóstol Pablo y otros que servían con él son un ejemplo
de cómo los siervos del Señor deben llevar a cabo su servicio para Él. Ellos
eran «siervos de Jesucristo», no siervos de una secta o división en la iglesia (Ro.
1:1; Fil. 1:1; 2 P. 1:1; Jud. 1, etc.). Creían que el Señor les había enviado
para su obra, y que, si Él los había enviado, también se cuidaría de ellos.
«¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas?» (1 Co. 9:7). De modo que
ellos «salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles (de
las naciones)», por cuanto confiaban que Dios supliría todas sus necesidades (3
Jn. 7; Fil. 4:19). Actuar de esta manera precisó de parte de ellos del ejercicio
de la fe.
En aquellos tempranos días de la iglesia había dos maneras en que los siervos
del Señor eran sustentados económicamente. En primer lugar, se sustentaban con
el propio trabajo. El apóstol Pablo es un ejemplo de esto. Trabajaba haciendo
tiendas mientras servía al Señor (Hch. 18:3). Podía decir: «Vosotros mismos
sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo,
estas manos me han servido. En todo os he mostrado que, trabajando así, se debe
ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más
bienaventurado es dar que recibir» (Hch. 20:34-35; 18:3). A los tesalonicenses,
Pablo dijo: «Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y
fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no
tengamos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos
imitéis» (2 Ts. 3:8-9).
En segundo lugar, los siervos del Señor eran sustentados por dones de los santos
que deseaban expresar su compañerismo con la obra a que estaban dedicados. Esos
dones procedían de dos fuentes: de asambleas locales, como Pablo dijo a los
filipenses: «Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi
tribulación» (Fil. 4:14-17); y de parte de individuos, como dice a los gálatas:
«El que está siendo instruido en la Palabra, haga partícipe de toda cosa buena
al que lo instruye» (Gá. 6:6; He. 13:16; 1 Ti. 6:17-19).
Sin embargo, los siervos del Señor tuvieron buen cuidado en no «aceptar nada de
los gentiles (de las naciones)» entre las que fueron a predicar la Palabra de
Dios (3 Jn. 7). Hicieron esto para refutar todo concepto que el mundo pudiera
tener de que el evangelio es algo que uno pueda comprar. Creemos que éste sigue
siendo el modelo para los siervos de Dios.
Las organizaciones paraeclesiales: ¿Ayuda u obstáculo para el Evangelio?
William MacDonald ha dicho:
«En años recientes ha habido un estallido organizativo en la Cristiandad de una
proporción tal que produce mareos. Cada vez que un creyente tiene una nueva idea
para impulsar la causa de Cristo, ¡forma una nueva junta misionera, corporación
o institución!
»Un resultado de ello es que maestros y predicadores capaces han sido apartados
de sus ministerios primordiales para trabajar como administradores. Si todos los
administradores de juntas misioneras estuviesen trabajando en el campo
misionero, esto reduciría en gran manera la necesidad de personal que hay allí.
»Otro resultado de la proliferación de organizaciones es que se precisa de
enormes cantidades de dinero para estructura, y que por ello no quedan
disponibles para la proyección misionera directa. La mayor parte de cada
cantidad que se da a muchas organizaciones cristianas se dedica a los gastos de
manutención de la organización, en lugar de para el propósito principal para el
que la organización existe.»
Recapitulación de los principales errores del sistema clerical
En las páginas precedentes hemos mostrado de manera concluyente que el concepto
del sistema clerical en el que se establece a un llamado «Pastor» o «Ministro»
sobre una congregación de cristianos no está sustentado en el Nuevo Testamento.
Y no se trata sólo de que no está sustentado en el Nuevo Testamento, sino que es
contrario a sus enseñanzas. Los siguientes puntos son una breve recapitulación
de los principios que hemos cubierto en las páginas precedentes, y que muestran
por qué la posición clerical en la iglesia no es acorde a la Palabra de Dios.
1) Viola el principio del sacerdocio de todos los creyentes. (1 P. 2:5; Ap. 1:6;
5:10; He. 13:15-16).
2) Prohíbe el libre ejercicio de los dones en la asamblea al limitar de manera
arbitraria el ministerio a una persona (o varias) que tengan derecho oficial a
ello (1 Co. 12 y 14).
3) Donde haya uno o dos hombres primariamente responsables por la enseñanza en
la iglesia (local) como sucede en el caso de un llamado «Pastor» o «Ministro»,
no hay recurso para comprobar y equilibrar la enseñanza. Consiguientemente,
existe el peligro de interpretaciones unilaterales, si no de doctrina falsa como
tal. En cambio, allí donde el Espíritu Santo tiene libertad para hablar por
medio de los varios dones en la asamblea, salen a la luz más facetas de la
verdad. Hay también una mayor inmunidad frente al error cuando todos los santos
comparan asiduamente Escritura con Escritura (1 Co. 14:26-32).
4) Tiende a promover la apatía entre los congregantes. Por cuanto el sistema no
da libertad a las personas a contribuir en el ministerio, a menudo se da una
falta de ejercicio en las cosas divinas. Muchos piensan que no deben preocuparse
acerca del ministerio, por cuanto la iglesia está pagando a alguien (al clérigo)
para que lleve a cabo este servicio para ellos. Por consiguiente, el desarrollo
del ejercicio y del crecimiento espiritual en los santos queda dificultado por
este arreglo (1 Co. 3:1-4; He. 5:11-14).
5) Favorece que las personas se reúnan en torno a un orador dotado, y esto viola
los principios de Dios de que los cristianos deben reunirse por el Espíritu al
Nombre del Señor Jesucristo (1 Co. 1:12-13; 3:1-4; Mt. 18:20).
6) Interfiere en la responsabilidad inmediata del siervo para con el Señor en el
ejercicio de su don. La persona (el clérigo) resulta responsable ante la
organización humana sobre él que le paga el salario. Él es responsable de
mantener sus normas y métodos de ministerio y de alcanzar las metas que la
organización le haya marcado; así, tiende a ser controlado por la organización
(1 Co. 7:22-23; Gá. 1:10).
¿Qué piensan los «pastores» acerca de todo eso?
Quizá alguien vaya a preguntar al «Ministro» o «Pastor» de su denominación
acerca de esas cosas, y le dirán que nosotros no tenemos razón. Esto es fácil de
comprender. Lo más probable es que no acepte esas verdades porque condenan la
misma posición sobre la que se encuentra. Si esas cosas son ciertas (y desde
luego lo son), entonces, ¿dónde queda el hombre que ocupa la posición de un
«Pastor»? Estar en «el ministerio» es una profesión. ¡Para él, las
ramificaciones prácticas de aceptar esta verdad implican que se queda sin
trabajo! No estamos con ello insinuando que esté sólo en «el ministerio» para
tener un empleo. Puede que lleve a cabo su trabajo y que lo haga al máximo de
sus capacidades, pero sigue estando en una posición que no se encuentra en la
Palabra de Dios. Si el cristiano promedio quisiera abandonar el orden de hechura
humana que se encuentra en las iglesias para practicar el verdadero cristianismo
bíblico, no tendría tanto que perder como el clérigo. Si un clérigo quiere ser
fiel a la Palabra de Dios, le costará mucho más. Pero si actúa en obediencia al
Señor, Dios le compensará con creces, porque Él ha dicho: «Yo honraré a los que
me honran» (1 S. 2:30; 2 Cr. 25:9).
La administración local en la iglesia
La diferencia entre don y oficio
Entre los cristianos casi siempre se confunde entre «don» y «oficio». Intentar
localizar un don (como el de pastor) para que funcione como un oficio en la
iglesia es una clara prueba del malentendido que existe acerca de esta cuestión.
Don y cargo son dos cuestiones diferentes en la Escritura. El don se ejerce en
relación con el cuerpo de Cristo; el oficio es una responsabilidad en relación
con la casa de Dios. El don es para la edificación mientras que el oficio tiene
que ver con la administración. En tanto que un don es universal (para todo el
cuerpo), el oficio tiene el carácter de cargo local (esto es, para una asamblea
local).
Hay una excepción a esto, que es la del apostolado. El apostolado es a la vez un
oficio y un don. Es el único caso en la Escritura en el que el oficio es algo
universal (Hch. 1:20; 1 P. 5:1). Doce de los discípulos del Señor fueron
designados para el «oficio» de apostolado (Mr. 3:14; Lc. 6:13; Hch. 1:20). Esto
lo hizo el Señor estando aún en la tierra. Cuando Judas cayó por transgresión,
aquel «oficio» fue tomado por otro (Hch. 1:16-26). Sin embargo, ellos recibieron
el «don» celestial de apostolado después que el Señor hubiera muerto y tras Su
resurrección hubiese ascendido a Su posición celestial a la diestra de Dios. Los
dones, como hemos mencionado, descienden de Cristo en el cielo. «Subiendo a lo
alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres ... Y él mismo dio:
unos, los apóstoles ...» (Ef. 4:8-11, RV).
Un individuo que tenga un cargo local (u oficio) en una asamblea puede que tenga
también un don para la enseñanza o predicación públicas (1 Ti. 5:17), pero
cuando a Escritura trata acerca de los temas de don y de oficio, nunca confunde
entre ambas cosas.
Cuando comprendemos la diferencia entre esas dos cosas como las distingue la
Escritura, podemos ver cuán lejos dista de la verdad la siguiente declaración:
«Él es el Pastor de una iglesia.» Bajo circunstancias normales, el siervo del
Señor nunca es «el» don singular en una iglesia local. Tampoco debe restringir
el ejercicio de su don a «una» iglesia local; ni siquiera a una cierta secta
dentro de la iglesia. Su don es para todo el cuerpo de Cristo. Para ser preciso
y ajustarse a las Escrituras, se debería decir: «Él es un pastor en la iglesia.»
Ancianos, supervisores (obispos) y guías
Aparte del apostolado, hay sólo dos oficios en la iglesia. El primero es el de
supervisor (obispo) / anciano / guía, y es el medio normal de guiar a una
asamblea en sus responsabilidades administrativas. El fondo de su trabajo
pertenece particularmente al bienestar espiritual de una asamblea local. Las
tres palabras que se usan en las epístolas para los que funcionan en este oficio
son «ancianos», «supervisores (obispos)» y «guías». Esas palabras pueden usarse
de manera indistinta para el mismo oficio. Véase Hechos 20:17 con 28, Tito 1:5
con 7, Primera Pedro 5:1-2.
Ancianos (presbuteroi) describe la madurez y experiencia que debería pertenecer
a aquellos que ocupan este puesto. Se refiere a los de edad avanzada. Sin
embargo, no todos los hombres de gran edad en una asamblea funcionan
necesariamente en este puesto de liderazgo responsable (1 Ti. 5:1; Tit. 2:2).
Esto se debe a que puede que no todos tengan la experiencia, el interés o los
requisitos morales necesarios (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:6-9).
Obispos o supervisores (episkopoi) describe la obra que llevan a cabo:
pastoreando el rebaño (1 P. 5:2; Hch. 20:28), velando por las almas (He. 13:17);
amonestando (1 Ts. 5:12), etc.
Guías o pastores (hegoumenos) describe el liderazgo que deben ejercer en la
asamblea local.
La Escritura se refiere a los que ocupan este puesto como aquellos que «os
dirigen en el Señor» (1 Ts. 5:12-13, BAS), «vuestros guías» (He. 13:7, BAS),
«vuestros pastores» (He. 13:17, 24); véase también Primera Corintios 16:15-18 y
Primera Timoteo 5:17, «Los ancianos que gobiernan bien ...»). Siempre son
designados en plural cuando son contemplados laborando en su puesto. Pueden ser
mencionados en singular si se hace refiriéndose a su carácter personal (1 Ti.
3:1-7), pero cuando están llevando a cabo su obra, es en plural. Esto muestra
que no se trata de un ministerio de una sola persona. Es una salvaguarda divina
dada a los ancianos, para que ninguno entre ellos quiera exaltarse y presidir
sobre una asamblea. Triste es reconocerlo, no se ha prestado atención a este
punto, y en ocasiones los hombres se han levantado para imponer su dominio (Hch.
20:30). Además, hay versiones que traducen los versículos anteriormente citados
como «que os presiden en el Señor» (1 Ts. 5:12), y «vuestros pastores» (He.
13:17, 24). Esas traducciones podrían dar la idea de que esas personas deben
presidir por encima de la grey de Dios, lo que, naturalmente, no es cierto. Esos
versículos deberían ser traducidos: «Los que os guían en el Señor». Ellos tienen
su lugar entre los otros miembros de la grey. El único lugar donde vemos a
alguien en la Escritura presidiendo sobre una asamblea local es el caso de
Diótrefes: y era un malvado (3 Jn. 9-10).
¡Qué diferente es esto del orden que los hombres han dispuesto en sus
denominaciones! El camino de Dios es tener una pluralidad de obispos en una
iglesia (asamblea) local. (Fil. 1:1; Hch. 20:28; Tit. 1:5); el camino de los
hombres es tener un obispo sobre muchas iglesias (o asambleas).
«Guiar en el Señor» no se refiere necesariamente a guiar con la enseñanza o
predicación pública, sino en los asuntos administrativos de la asamblea.
Confundir entre ambas cosas es comprender mal la diferencia entre el don y el
oficio. Sin embargo, deberían ser «aptos para enseñar» (cp. 1 Ti. 3:2). Eso se
refiere a que han de ser capaces de exponer la Palabra tal como han sido
enseñados, aunque no necesariamente tengan el don de maestro (Tit. 1:9). Puede
que alguno de los que «guían» no enseñen, pero es bueno y útil cuando pueden
hacerlo (1 Ti. 5:17).
Los que están en este puesto de liderazgo responsable son contemplados en el
libro de Apocalipsis bajo las figuras de «estrellas» y «el ángel de la iglesia»
(Ap. 1:20; 2:1, 8, 12; 3:1, 7, 14). Como «estrellas» deben dar testimonio de la
verdad de Dios (los principios de la Palabra) como candeleros en la asamblea
local. Esto muestra que deben estar instruidos en la Palabra (Tit. 1:9). Cuando
la asamblea es confrontada con un problema o una cuestión, deberían poder dar
luz de la Palabra de Dios acerca de qué debería hacer la asamblea. Hechos 15 nos
da una ilustración acerca de su obra. Después de oír el problema que estaba
agobiando a la asamblea, Pedro y Jacobo, como «estrellas», dieron luz acerca de
la cuestión. Jacobo aplicó un principio de la Palabra de Dios, y luego dio su
juicio acerca de lo que creía que el Señor quería que hiciesen (Hch. 15:15-21).
Como «el ángel de la iglesia», aquellos que están en este puesto de
responsabilidad actúan como mensajeros para comunicar la mente de Dios en la
asamblea en cuanto a actuar. Esto también queda ilustrado en Hechos 15. Después
de haber determinado lo que se creía que era conforme a la mente del Señor en
relación con el problema, «tomaron el liderazgo» en la asamblea local para
llevar a cabo Sus propósitos. Expusieron sus conclusiones ante la asamblea a fin
de no actuar con independencia de ellos, que también creían que la conclusión
alcanzada era conforme a la mente del Señor. Esto fue seguido por una carta
enviada a los hermanos en Antioquía, notificándoles cómo se había resuelto la
cuestión (Hch. 15:22-23).
En algunos respectos, la obra de los pastores y de los ancianos es similar.
Ambos son llamados a pastorear y a alimentar el rebaño. Pero los dos no son
nunca confundidos. El pastor no localiza su servicio, mientras que el anciano /
supervisor / guía sí lo localiza.
Diáconos
Mientras que los que están en el oficio de anciano / supervisor / guía se ocupan
del bienestar espiritual de una asamblea local, los que tienen el oficio de
diácono deben estar ocupados en los cuidados temporales de una asamblea local (Hch.
6:1-6; 1 Ti. 3:8-13). El término «diácono» se podría traducir «ministro», porque
en la Biblia el ministerio no se limita sólo a cosas espirituales (Lc. 8:3; Hch.
6:1, RV, «el ministerio cotidiano», 12:25; 13:5; Ro. 16:1). Los diáconos ejercen
el ministerio en las cosas temporales, pero su servicio para el Señor no tiene
por qué quedar limitado exclusivamente a esto. Si tienen un don de ministerio de
la Palabra, pueden ejercer este don según el Señor les quiera dirigir (1 Ti.
3:13). Tanto Esteban como Felipe, que eran diáconos, tenían también dones para
ministrar la Palabra. Esteban estaba dotado como maestro (Hch. 7), y Felipe
estaba dotado como evangelista (Hch. 8:5-40; 21:8). Las hermanas pueden también
servir como diaconisas. Romanos 16:1 (RVR) dice: «Os recomiendo además nuestra
hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea.» Sin embargo,
probablemente no tendrían tal puesto en un sentido oficial, porque Pablo había
dicho que los diáconos debían ser «maridos de una mujer», lo que demuestra que
los diáconos eran hombres (1 Ti. 3:12). Los que estaban en este oficio debían
también exhibir rasgos morales en sus vidas similares a los requeridos en los
ancianos / supervisores / guías.
La elección de los ancianos
Se podría plantear esta pregunta: «¿Cómo entraban las personas en esos oficios?»
En cada caso que vemos en las Escrituras con respecto a ellos, eran escogidos.
¡Pero en ningún pasaje de la Escritura leemos que los ancianos fueran escogidos
por la iglesia! Así como hemos mostrado que no hay una asamblea local en la
Biblia que escogiera a su pastor, tampoco hay una asamblea que escogiera a sus
ancianos. ¡Pero, a pesar de ello, en la Cristiandad actual casi cada grupo
eclesiástico escoge a sus ancianos! Preguntamos: ¿de dónde reciben ellos su
autoridad para hacer tal cosa? En ningún pasaje de las Escrituras vemos que se
confíe a una asamblea una elección tan difícil como la de escoger a sus
ancianos, ello con independencia de la piedad e inteligencia de los que la
constituyan. La Palabra de Dios dice que eran escogidos por los apóstoles. Dice
la Escritura: «Les designaron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con
ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído» (Hch. 14:23). En
ciertas ocasiones, los ancianos fueron escogidos por delegados de los apóstoles.
Tito era uno de ellos. Fue enviado por Pablo a la isla de Creta con el propósito
de ordenar ancianos. Incluso entonces, su comisión era sólo para aquel lugar. No
estaba autorizado para ordenar en ningún otro lugar, a no ser que fuese
encargado por el apóstol (Tit. 1:5).
La sabiduría de Dios se ve aquí en que los ancianos fuesen escogidos de manera
específica para una asamblea. Si se hubiese dejado a la iglesia la tarea de
escogerlos, podrían haber actuado con prejuicios, escogiendo a líderes que
favoreciesen sus inclinaciones. Al ser una función apostólica, había menos
peligro en este sentido.
En el caso de los diáconos, las iglesias locales los escogían. Un ejemplo de
ello es Hechos 6:1-6. Algunos hombres fueron escogidos por la iglesia para el
oficio de diáconos (aunque en este capítulo no se les da tal nombre de manera
directa), pero fueron oficialmente designados para tal puesto por los apóstoles.
Una iglesia local puede en la actualidad escoger a los tales para llevar a cabo
los cuidados temporales en la asamblea, pero con todo no pueden ser constituidos
oficialmente para el oficio de diácono, porque no hay ningún apóstol ni delegado
apostólico para constituirlos.
Inexistencia de apóstoles en la actualidad para designar ancianos
Todo el valor de la designación de una persona a un oficio depende de la
legitimidad del poder que la designe. Y la Escritura no admite ningún poder para
designar excepto el de un apóstol o el de un enviado que estuviera delegado por
un apóstol para tal propósito. Pero, ¿dónde existe en la actualidad un delegado
así que pueda presentar unas credenciales adecuadas de poseer una comisión
apostólica para llevar tal designación a cabo? La Palabra de Dios no indica en
ningún lugar que haya una continuidad de la potestad de ordenación. Por tanto,
la iglesia no tiene en la actualidad la potestad de designar ancianos /
supervisores / guías para su oficio, ni un diácono para su oficio, sencillamente
porque no tenemos ningún apóstol o delegado apostólico para ello.
Nos damos cuenta de que esto es contrario a las creencias de algunos cristianos,
que creen que hay apóstoles en la tierra en la actualidad. Pero la Biblia indica
que no es así. Dice que la iglesia está edificada «sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en
quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un santuario
sagrado en el Señor; en quien también vosotros sois juntamente edificados para
morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:20-22). En este pasaje de las Escrituras,
la formación de la iglesia es asemejada a la edificación de una casa. Comienza
con la puesta de la principal Piedra del Ángulo (Cristo); luego se echa el
fundamento (los apóstoles y los profetas), y finalmente el edificio sube de modo
que se añade cada verdadero creyente; hasta que todo el edificio queda
completado con la venida del Señor. Esto muestra que el puesto que ocupan los
apóstoles y profetas en la iglesia es el de el fundamento. Fueron usados
directamente por el Señor para establecer la iglesia al principio. Las epístolas
que escribieron establecen el orden y la función de la iglesia: en ellos se ha
establecido el fundamento de la iglesia. El Señor ya no da apóstoles a la
iglesia, porque ya no está echando el fundamento. ¡Ha sido ya echado! De hecho,
el edificio está a punto de quedar finalizado. Estamos esperando a las últimas
personas que hayan de ser salvas, de modo que las últimas pocas piedras (vivas)
sean puestas en su lugar en el edificio. El ministerio de los apóstoles y
profetas permanece en la iglesia, en sus escritos inspirados; pero a ellos ya no
los tenemos personalmente en la tierra (Ef. 4:11-13).
Tres requisitos para el apostolado
Por cuanto puede que haya algunos que siguen pensando que podría haber apóstoles
sobre la tierra en la actualidad, presentamos los tres requisitos necesarios
para que alguien pueda ser apóstol. Estos tres requisitos demuestran que no
puede haberlos en la actualidad.
1) Tenían que haber visto al Señor personalmente (1 Co. 9:1; 2 Co. 12:2).
2) Tenían que ser escogidos y enviados directamente por el Señor (Lc. 6:13; Jn.
6:70; Hch. 9:15; 22:21).
3) Tenían que ser testigos de Su resurrección (Hch. 1:22; 1 Co. 15:8, 15).
Esas cosas nos muestran que en la actualidad no puede haber apóstoles sobre la
tierra. Cualquier persona que en la actualidad pretenda ser apóstol sólo puede
ser un impostor (Ap. 2:2; 2 Co. 11:13-15; 2 Ti. 3:13).
W. Kelly dijo:
«Es evidente que no tenemos ni apóstoles viviendo en la tierra, ni
representantes como Tito, encargado por un apóstol para una tarea casi
apostólica. La consecuencia es que en la actualidad, si uno está sujeto a la
Palabra de Dios, no puede buscar ancianos en su forma oficial precisa. Si
alguien pretende que puede haberlos, sería interesante saber qué base tiene en
las Escrituras. Lo que se ha expuesto es, a mi juicio, suficiente para refutar
tal pretensión. No se puede tener a nadie designado de manera formal y legítima
para tal oficio a no ser que se tenga una potestad autorizada de manera formal y
legítima por parte del Señor para designarlos. Pero no se tiene lo que es
necesario de manera indispensable para certificar ancianos. No hay apóstoles ni
funcionarios comisionados por los apóstoles para que actúen en nombre de ellos;
por tanto, todo el sistema de designaciones se derrumba por la ausencia de una
autoridad competente.»
¿Significa esto que usted no cree en tener ancianos?
Alguien podría preguntar: «¿Significa esto que usted no cree en tener ancianos?»
Aunque no tenemos a nadie para designar ancianos en la actualidad, no debemos
pensar que la tarea de supervisar no sigue vigente. Dios no deja las asambleas
locales sin guías. El Espíritu Santo sigue suscitando a hombres para que lleven
a cabo esta obra (Hch. 20:28). En una reunión de cristianos que se congregan en
conformidad a la Escritura, habrá normalmente entre ellos los que lleven a cabo
esta tarea. Serán conocidos por la tarea que desempeñan; y deben ser reconocidos
como tales, aunque no hayan sido oficialmente designados para este oficio.
Debemos «reconocerlos» (1 Ts. 5:12; 1 Co. 16:15), «tenerlos por dignos» (1 Ti.
5:17), «acordarnos» de ellos (He. 13:7), «imitar» su fe (He. 13:7),
«obedecerlos» (He. 13:17) y «saludarlos» (He. 13:24). Pero en ninguna parte de
las Escrituras se indica a la iglesia que los ordene, sencillamente porque la
iglesia no tiene potestad para tal cosa.
El Espíritu de Dios ha previsto plenamente el tiempo en que los apóstoles no
estarían en la tierra para designar ancianos; y nos ha dado unos principios
conductores de modo que pudiéramos conocer a aquellos a los que Él suscita para
llevar a cabo esta tarea en la asamblea local. Había al menos dos asambleas a
las que Pablo escribió que no tenían ancianos ordenados. Sin embargo, al
escribir a las mismas marcó un principio que ponía aparte a ciertos de ellos
para la obra en aquellas asambleas, y nos da una guía de gran valor en la
actualidad, siendo que no tenemos una designación oficial de ancianos.
Al escribir a los corintios, les mandó que reconociesen a los de la casa de
Estéfanas, y a otros como ellos, que se han puesto al servicio de los santos.
Dijo que debían reconocer a los tales como guías, y que debían someterse a ellos
(1 Co. 16:15-18).
Al escribir a los tesalonicenses, Pablo les dijo que reconociesen a los que
trabajaban entre ellos para el bien de la asamblea. Dijo que serían conocidos
por sus labores en medio del rebaño. Consiguientemente, debían tenerlos en mucha
estima y amor por causa de su obra (1 Ts. 5:12-13).
En palabras de W. Kelly:
«¿Qué, entonces? ¿Acaso no hay aquellos que sean idóneos para ser ancianos u
obispos, si hubiera apóstoles para constituirlos? ¡Gracias a Dios, no son pocos!
Apenas si se puede contemplar una asamblea de Sus hijos sin oír de algunos
graves ancianos que van tras los descarriados, que advierten a los desordenados,
que consuelan a los abatidos, que aconsejan, amonestan y guían a las almas. ¿No
son esos los hombres que podrían ser ancianos, si hubiera la potestad para
designarlos? ¿Y cuál es el deber de un cristiano tal como están las cosas ahora,
en el uso de lo que permanece? No digo que se les llame ancianos, pero desde
luego deben ser tenidos en gran estima por causa de su obra, y amarlos y
reconocerlos como aquellos que están sobre el resto de sus hermanos en el
Señor.»
La ordenación
La mayoría de cristianos creen que antes que alguien pueda ministrar en la
iglesia, debe ser ordenado. ¡Sin embargo, no hay una sola persona en la Biblia
que fuese ordenada por los hombres para predicar el evangelio ni para ministrar
la verdad de Dios a la iglesia! ¡Ni una!
Las llamadas organizaciones eclesiales de las que hemos estado hablando usan la
ordenación como autorización para que una persona ministre entre ellos, pero la
Escritura nunca lo presenta así. Si un cierto número de cristianos se organizan
en lo que ellos llaman una iglesia, con sus propios credos y reglas de gobierno,
es cosa cierta que nadie estaría libre de ministrar en su organización sin su
autorización. Difícilmente podría ser de otra manera. A fin de cuentas, es su
sistema. Si alguien quiere ministrar en dicha secta, tendrá que sujetarse a sus
normas. Esto es una prueba evidente de que esas organizaciones son
verdaderamente sectas.
Pero en la Biblia los obreros eran ordenados.
Algunos podrían contestar: «¿Pero no leemos de personas ordenadas en la Biblia?»
Sí, la Biblia nos dice que Pablo y Bernabé ordenaron ancianos en cada ciudad en
uno de sus viajes misioneros (Hch. 14:23). Pero nosotros preguntamos: «¿Se nos
puede mostrar un solo ejemplo en la Escritura en el que Pablo, Bernabé o Tito
jamás ordenaran a un pastor, a un maestro o a un evangelista? O, yendo más allá,
¿hay algún pasaje de la Escritura donde se nos muestre la ordenación de un
profeta o de un sacerdote? No tenemos la más ligera insinuación de que ninguno
de ellos fuese ordenado. ¿De dónde saca la gente esta idea? Repitamos la
observación de W. T. P. Wolston: «La idea está en las cabezas de la gente, pero
no en la Escritura.» Si hubiera sido la voluntad de Dios para la iglesia, en tal
caso nos habría dado instrucciones en Su Palabra acerca de esto.
Ahora bien, es cierto que hubo hombres dotados que fueron ordenados, ¡pero no
con el propósito de cumplir el ministerio del don de habían recibido! Los que
fueron ordenados por los apóstoles (o por sus delegados) fueron escogidos para
cumplir el oficio de supervisor / anciano / guía de una manera oficial. Por
cuanto todos los creyentes tienen un don, esos hombres deben haber poseído un
don. Algunos de ellos pueden incluso haber poseído el don de pastor o maestro (1
Ti. 5:17); pero, se debe insistir, su ordenación no se llevaba a cabo para que
ejerciesen su don, sino para que cumpliesen el oficio para el que habían sido
designados.
La imposición de manos
Se puede plantear la pregunta: «¿Y qué de Hechos 13:1-4, donde se dice: Había
entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé,
Simón el que se llamaba Níger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado
junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras estaban éstos celebrando el
culto del Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a
Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les
impusieron las manos y los despidieron. Esto parece señalar que es necesario que
es necesaria la ordenación, incluso en el caso de un apóstol, antes de poder
salir a predicar.»
En primer lugar, no hay justificación para decir que esto fuese una ordenación.
No se dice que lo fuese. La palabra ordenar ni siquiera aparece en este pasaje.
Se menciona la imposición de manos, pero es una suposición pensar que la
ordenación viene por la imposición de manos. Hay muchas ideas difundidas acerca
de cosas divinas que proceden de una lectura superficial de la Palabra de Dios.
Con frecuencia, no se da el tiempo suficiente para escudriñar las Escrituras con
cuidado y oración antes de llegar a conclusiones. Esta cuestión de imponer las
manos es un ejemplo de lo mismo. ¡En cada caso en el que hay ordenación de
ancianos en la Biblia, no hay mención alguna de que se impusieran las manos
sobre ellos! Es posible que se impusieran las manos sobre aquellos que eran
ordenados, pero la Escritura no lo dice. Desde luego, los apóstoles (o sus
delegados) podrían haber hecho muchas cosas al ordenar ancianos, pero sería una
pura suposición de nuestra parte decir que lo hicieron. W. Kelly dijo: «No tengo
duda alguna de que el Espíritu de Dios conocía la superstición que acompañaría a
este acto en años posteriores, de modo que tuvo cuidado en nunca relacionar la
imposición de manos con la ordenación de ancianos. ... Me mantengo en que en
esta misma cuestión de la ordenación la Cristiandad ha perdido de vista la mente
y la voluntad de Dios; y que, en ignorancia pero no sin pecado, está luchando en
pro de un orden propio, que es meramente desorden.»
Es evidente, en Hechos 11:25-26 y Hechos 12:25, que Bernabé y Saulo estaban ya
en «el ministerio» antes que los de Antioquía les impusieran las manos. Pablo no
fue ordenado para el ministerio como apóstol mediante esta imposición de manos.
Él dijo que el Señor lo había constituido como tal. Escribiendo a Timoteo, le
dice: «Doy gracias al que me revistió de poder, a Cristo Jesús nuestro Señor,
porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio» (1 Ti. 1:12). Él no había
recibido su apostolado de manos de los hombres. Escribió así a los gálatas:
«Pablo, apóstol (no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por
Jesucristo y por medio de Dios el Padre que lo resucitó de los muertos) ...» (Gá.
1:1).
Y, de todos modos, si este suceso en Hechos 13 hubiera sido una ordenación,
¿quién los habría ordenado? ¿Acaso Simón llamado Níger, Lucio, Manaén, y quizá
otros allá? Esos eran profetas y maestros, que eran segundos y terceros en la
iglesia. ¡Pero los apóstoles eran primeros! (1 Co. 12:28). Si ordenaron a los
apóstoles, ¡los menores ordenaron a los mayores!
Otro autor ha dicho: «¿Consideró el Apóstol Pablo que la imposición de manos de
otros fuese una ordenación para su especial oficio? Podemos estar seguros de que
no. Si fuera de otro modo, ¿por qué, cuando estaba vindicando su condición de
apóstol, no se refirió a esta ocasión y a este acto (1 Co. 9:1; 2 Co. 11:5;
12:12)?»
Hechos 14:26 explica lo que realmente sucedió cuando fueron impuestas las manos
de otros sobre Bernabé y Pablo en Antioquía. Dice: «De allí navegaron a
Antioquía, desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra
que habían cumplido.» Esto muestra que los hermanos en Antioquía les habían
extendido «la diestra de comunión» (Gá. 2:9). Habían expresado a Bernabé y a
Saulo su pleno compañerismo y apoyo en la obra que estaban a punto de emprender.
Esto puede haber incluido un don práctico de ayuda financiera para el viaje,
aunque la Escritura no lo especifica. Nada hay en este pasaje de la Escritura en
el sentido de que Bernabé y Saulo fuesen ordenados para tener un lugar entre el
clero.
Más que esto, ¡esta encomienda de Pablo a la gracia de Dios fue repetida! Se
trataba de algo que los hermanos hacían por los siervos del Señor cada vez que
salían a una nueva obra de expansión del evangelio (Hch. 15:40; Gá. 2:9). Esto
demuestra de cierto que no era ordenación, porque incluso los que creen que ven
una ordenación en Hechos 13:1-4 no creen que una persona deba ser vuelta a
ordenar cada año o dos.
Si la ordenación de alguien depende de la validez del poder que le designa (y la
Escritura no admite ninguna potestad designadora excepto la de un apóstol o de
un delegado de un apóstol), entonces es evidente que los que practican la
ordenación en nuestros días no tienen autoridad de Dios para tal cosa. Un
hermano que en el pasado se había sometido al sistema humano de ordenación lo
expresó de una manera contundente: «¡Pusieron sus manos vacías sobre mi cabeza
vacía!»
Otros podrían preguntar: «¿Y qué de Primera Timoteo 4:14, que dice: "No
descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la
imposición de las manos del presbiterio (grupo de ancianos)"?» Este pasaje
menciona también la imposición de manos, pero de nuevo no hay una palabra acerca
de la ordenación. Sólo existe en la imaginación de la gente. En realidad, la
cuestión es bastante sencilla. Timoteo tenía un don del Señor, y alguien, un
profeta o profetisa, anunció que sería usado por el Señor en el ejercicio del
mismo. Los ancianos reconocieron el don que tenía de parte del Señor, y le
extendieron la diestra de comunión en compañerismo con él en su obra. Pablo
escribió a Timoteo, exhortándole para que no descuidase el don que tenía,
recordándole que otros (los ancianos) estaban tras él apoyándole. Esto le debió
ser de gran aliento.
Colecta frente a diezmo
Otra cosa que ha venido a formar parte integral de los servicios eclesiales
denominacionales es el diezmo (dar el diez por ciento de los ingresos
personales). Se trata de algo distintivamente judaico, y ha sido tomado del
orden terrenal de cosas que la epístola a los Hebreos llama «el campamento» (Lv.
27:30-34; Nm. 18:21-24; He. 13:13). Pero no tiene lugar en el cristianismo. El
cristianismo opera en base de unos principios totalmente diferentes y mucho más
elevados que el sistema mosaico de la ley. Imponer tales normas a los hijos de
Dios hoy en el cristianismo es comprender mal la gracia y también comprender mal
la distinción que existe entre el judaísmo y el cristianismo. En Segunda
Corintios 89 tenemos los principios para las aportaciones de los cristianos. No
hay ni una palabra en esos capítulos, ni en ningún otro lugar del Nuevo
Testamento, que mande a los cristianos que usen el método legalista del diezmo
en sus colectas.
Los principios que gobiernan las aportaciones de los cristianos son sencillos.
Primero debe haber un darnos a nosotros mismos al Señor y a la voluntad de Dios;
luego dar de nuestros bienes según la medida que poseamos. Dice: «Será acepta
(la ofrenda) según lo que uno tiene, no según lo que no tiene» (2 Co. 8:5,
11-12). En el judaísmo no importaba si alguien estaba bien dispuesto o no: debía
dar su diez por ciento. Era la ley. Este no es el principio sobre el cual los
cristianos deben dar. La aportación del cristiano es algo que debe proceder del
corazón antes que tenga valor delante de Dios. Si no hay «la voluntad
dispuesta», entonces la aportación de la persona es algo meramente legal, y no
tendrá un verdadero valor sacrificial.
En esos dos capítulos, el apóstol Pablo desarrolla el propósito de la aportación
cristiana. Muestra que era:
1) Para expresar compañerismo a los otros miembros del cuerpo de Cristo (2 Co.
8:4).
2) Para abundar en cada aspecto de la experiencia de Cristo (2 Co. 8:7).
3) Para demostrar la realidad de nuestro amor (2 Co. 8:8, 24).
4) Para imitar a nuestro Señor Jesús (2 Co. 8:9).
5) Para ayudar a suplir las necesidades de los demás (2 Co. 8:13-15).
6) Para que podamos tener la experiencia práctica de Dios abundando para con
nosotros según Su plena suficiencia (2 Co. 9:8-10).
7) Para dar ocasión a otros para que den gracias a Dios (2 Co. 9:11-15).
8) Para que pueda abundar el fruto en nuestra cuenta (Fil. 4:17).
En el orden de Dios se deben hacer colectas sobre una base regular el primer día
de la semana, cuando los santos se reúnen. La Palabra de Dios dice: «En cuanto a
la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en
las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga
aparte algo, según haya prosperado, ...» (1 Co. 16:1-2). Aunque la colecta
mencionada en este versículo se refería a las necesidades específicas de los
santos en Jerusalén, el principio sigue manteniéndose en la actualidad. Sigue
habiendo necesidades específicas en la iglesia.
La ocasión en que se recoge la colecta debería ser cuando los santos se reúnen
para el partimiento del pan el primer día de la semana (Hch. 20:7). Hebreos
13:15-16 vincula el sacrificio de «la comunicación (de los bienes materiales)»,
(RV) o «ayuda mutua» (RVR) con el «sacrificio de alabanza» que se ofrece en el
partimiento del pan.
Lo que es abiertamente espantoso en la Cristiandad actual, y desde luego es una
deshonra para el Señor, es que se induce a los que no son ni siquiera salvos
para que aporten a las colectas. La impresión que eso deja en las mentes de la
gente del mundo es que pueden hacer algo aceptable para Dios en su estado no
regenerado. Más que esto, les da la impresión de que el cristianismo es un
sistema de toma y daca. Como observó cierta persona, «vuestro Dios debe ser
desde luego muy pobre, porque siempre os tiene a los cristianos pidiendo
dinero.» Sin embargo, en la Biblia no leemos de colectas en las que participen
los que no eran salvos. El hábito de la iglesia primitiva era no aceptar
colectas públicas. Para guardarse de conceptos que el mundo pudiera abrigar, los
siervos del Señor en la iglesia primitiva tuvieron buen cuidado en no aceptar
«nada» de aquellos en las naciones que llevaban el evangelio y que no conocían
al Señor (3 Jn. 7). Y éste sigue siendo el orden de Dios para la iglesia en la
actualidad.
La disciplina en la iglesia
Otro punto del gobierno de la iglesia local que parece descuidado en las
llamadas iglesias es el de la disciplina y exclusión de la comunión. La Biblia
indica que las asambleas locales no deben estar asociadas con ninguna clase de
mal, sea éste moral, doctrinal o eclesiástico. Si alguien cae en tal mal, la
asamblea local es responsable de excluir a tal persona de su comunión. El
apóstol Pablo dijo: «¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los
que están fuera, Dios los juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre
vosotros» (1 Co. 5:12-13).
Esto muestra que la asamblea tiene la responsabilidad de juzgar el mal en medio
de ella cuando se manifiesta.
Hay tres razones principales por las que la asamblea debe excluir a las personas
malas.
1) La gloria del Señor. La asamblea debe tener cuidado en no permitir que el
Nombre del Señor sea asociado con el mal a los ojos del mundo. Cuando los
corintios actuaron para la gloria del Señor y quitaron de en medio a la persona
que estaba en pecado, el apóstol escribió encomiándolos, diciendo: «Porque he
aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué gran
diligencia produjo en vosotros, y qué disculpas, qué indignación, qué temor, qué
ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación!» (2 Co. 7:11). Actuaron con un
celo vehemente y para vindicación de la gloria del Señor.
2) Se debe mantener la santidad en la asamblea. Hay dos razones para ello.
Primero, la asamblea es la morada de Dios. Debe ser guardada como lugar adecuado
para Su santa presencia. «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los
siglos y para siempre» (Sal. 93:5, RVR). «No habitará dentro de mi casa el que
comete fraude» (Sal. 101:7; 1 Co. 3:17; Nm. 5:1-4). Segundo, debido al carácter
contaminador del pecado, a semejanza de la acción de la levadura. Como hemos
mencionado ya antes, la asociación con el mal contamina. El apóstol Pablo dijo:
«¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Purificaos,
pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa» (1 Co. 5:6-8; Gá.
5:9-12). También dijo: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1
Co. 15:33). Si la asamblea no quitase el mal de en medio de ella, antes de mucho
tiempo otros serían afectados por ello.
3) La corrección y restauración del ofensor. Esta acción de asamblea de excluir
a alguien de comunión debería siempre tener a la vista el bien de la persona
errada. Es excluido y privado del ambiente social, para que se quebrante en
arrepentimiento y sea restaurado al Señor (1 Co. 5:11, «no os juntéis con» tal
persona). Cuando la persona se arrepiente y juzga su pecado, la asamblea debe
recibirle de nuevo a la comunión. Con respecto a la persona que había cometido
pecado y que los corintios habían excluido de entre ellos, el apóstol Pablo
dijo: «Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al
contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea
consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor
para con él» (2 Co. 2:6-8, RVR).
La asamblea debería considerar siempre esto como el propio pecado de ella. Su
actitud acerca de la exclusión de quienquiera debería ser la de lamentación, de
reconocimiento de que hemos faltado al no haber podido prevenirle cuando estaba
lanzado hacia el pecado. Esta era la falta en la que habían incurrido los
corintios. Pablo les dijo: «Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más
bien haber hecho duelo, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que
cometió tal acción? (1 Co. 5:2). Cada uno en la asamblea debería escudriñar su
propio corazón, preguntándose: «¿Qué podría haber hecho yo para prevenir la
caída de esta persona?» Debemos ver que hemos tenido una parte en ello al no
haber pastoreado apropiadamente a esta persona, o al no haber orado
suficientemente por esta persona, etc. Es a esto a lo que se hace referencia al
comer de la ofrenda por el pecado (Lv. 6:26).
Esta clase de cuidado por la gloria del Señor es casi inexistente en la
Cristiandad en la actualidad, y sin embargo es algo que debería ser practicado
por cada asamblea cristiana.
La Recepción una responsabilidad de la asamblea local
Otra cosa que la iglesia primitiva practicaba y que es casi inexistente en la
Cristiandad en la actualidad, es el cuidado en la recepción de las personas a la
comunión.
Antes de contemplar los principios en la Palabra de Dios que están involucrados
en la recepción, es necesario comprender que la asamblea local tiene ciertas
responsabilidades acerca de aquellos con los que están en comunión. Como hemos
visto antes, la Biblia indica que la asamblea local debe mantenerse pura de tres
clases de mal porque la asociación con tales cosas afectará y contaminará a la
asamblea como un todo. Más importante todavía, el Señor habita en medio de Su
pueblo reunido a Su Nombre (Mt. 18:20), y por ello la asamblea debe mantener el
mal fuera de en medio de ella para poder permanecer como un lugar adecuado para
Su presencia. «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para
siempre» (Sal. 93:5, RVR). Las clases de mal que la asamblea debe mantener fuera
de en medio de ella son el mal moral, el mal doctrinal y el mal eclesiástico.
Los principios de recepción
Ahora bien, a la vista de lo que la Biblia enseña respecto a la pureza de la
asamblea, cuando alguien desea partir el pan a «la mesa del Señor» (1 Co.
10:21), la asamblea debe tener cuidado en no introducir a la comunión a alguien
que pueda estar involucrado en un mal, sea éste un mal moral, doctrinal o
eclesiástico. El principio es sencillo. Si una asamblea local es responsable
para juzgar el mal en medio de ella, como hemos mostrado (1 Co. 5:12), entonces
sigue naturalmente que debe ser cuidadosa acerca de qué o a quién introduce en
medio de ella.
En el caso del mal eclesiástico, se precisa de paciencia y de discernimiento en
cuanto a identificarlo en alguna persona. Es diferente que alguien esté asociado
con error clerical debido a ignorancia y que alguien esté manteniéndolo y
promoviéndolo de manera activa. Puede darse el caso de que un creyente que sea
desconocedor del orden escriturario de Dios para el culto y el ministerio
cristiano acuda procedente de una denominación de hechura humana que practique
un orden clerical, y que él quiera partir el pan a la mesa del Señor. Aunque
pueda estar asociado con error eclesiástico, no está, en aquel momento, en mal
eclesiástico. Y si esta persona es conocida como piadosa en su vida y sana en
doctrina, no debería haber obstáculo para que pueda partir el pan, aunque no
haya roto formalmente sus vínculos con aquella denominación. Toda la cuestión se
reduce a esto: «¿Cuándo una asociación eclesiástica en ignorancia llega a ser
mal eclesiástico?» Creemos que la sencilla respuesta es: «Cuando la voluntad de
la persona está activa.» La determinación de esto último demandará
discernimiento de parte de la asamblea. En tales casos, la asamblea necesita
estar totalmente dependiente del Señor para conocer Su voluntad en aquel punto.
Bajo condiciones normales, los hermanos deberían permitirle partir el pan,
esperando y confiando que el Señor haya estado obrando en su corazón, y que,
tras haber participado de la Cena del Señor, deje el terreno en que ha estado
hasta entonces y que continúe con los que están reunidos al nombre del Señor.
Este principio se ve en Segundo Crónicas 30—31. Ezequías permitió al pueblo de
Judá y a algunos de las diez tribus separadas que participasen de la Pascua y
que adorasen al Señor en el centro divino en Jerusalén. Después, ellos se
volvieron a sus hogares y destruyeron sus ídolos e imágenes (no estamos con esto
insinuando que las denominaciones de cuño humano se correspondan con la
idolatría. Nos estamos refiriendo sencillamente al principio general). ¡Lo
interesante que debe observarse aquí es que Ezequías no les había dado la orden
para ello! Fue una respuesta de sus corazones, y surgió sencillamente de haber
estado en la presencia del Señor en Jerusalén. Pero si alguien quiere proseguir
acudiendo a ambos lugares, la asamblea y la denominación, con regularidad, no se
le debería permitir. Como J. N. Darby observó, una persona así no está actuando
de manera honesta ni con los unos ni con los otros. También señaló que al ir
creciendo la dejadez y la corrupción en el testimonio cristiano, se haría más y
más difícil practicar este principio. Se precisa de más discernimiento según la
situación general va volviéndose más y más tenebrosa.
Se ha dicho con acierto que la asamblea local no debe tener una comunión abierta
ni cerrada, sino más bien una comunión precavida. La asamblea debe recibir a la
mesa del Señor a cada miembro demostrado del cuerpo de Cristo que no se vea
impedido por una disciplina escrituraria. Si fuera de otra manera, estaría
actuando de manera inconsecuente respecto a la base del un cuerpo sobre la que
profesa estar reunido (Ef. 4:4).
Mientras que cada cristiano tiene su puesto a la mesa del Señor, no
necesariamente tiene derecho a estar allí, porque puede haber perdido este
privilegio debido a estar envuelto en algún mal.
¿Quién decide quien debería estar en comunión?
Es importante comprender que los hermanos en la asamblea local no deciden lo que
es apropiado para la mesa del Señor y lo que no. La norma es la Palabra de Dios.
Esto se debe a que no se trata de su mesa: es «la Mesa del Señor». Las
preferencias personales, los gustos y los desagrados de los que están en la
asamblea, no tienen nada que ver con la recepción. La Palabra de Dios lo decide
todo. Cuando no hay ninguna razón escrituraria por la que una persona deba ser
rehusada, aquella persona es recibida. Si una persona creyente ha sido
bautizada, es sana en la fe y piadosa en su vida, no hay razón por la que deba
ser rechazada. El conocimiento de las Escrituras no constituye un criterio.
Puede que se trate de un creyente simple, pero la Escritura dice: «Recibid al
débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones» (Ro. 14:1).
Sin embargo, que uno sea sano en la fe y de andar piadoso no puede a menudo
determinarse de manera inmediata. Ello puede ser tanto más difícil de determinar
cuanto mayor sea la confusión de la que sale una persona en el testimonio
cristiano. Si la cosa es así, entonces la sabiduría dictará que la asamblea pida
a la persona que desea estar en comunión que espere un tiempo. Esto no significa
que la asamblea está afirmando que aquella persona está conectada con algún mal.
Pudiera ser, pero sencillamente no lo saben, y deberían esperar hasta que queden
satisfechos de que no lo está, porque en último término son responsables ante
Dios acerca de a quién introducen en comunión. La Escritura dice: «No impongas
con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos» (1 Ti. 5:22).
Aunque la aplicación de este versículo es más amplia que su aplicación a la mesa
del Señor, da un principio por el que la asamblea puede guiarse tocante a la
recepción. Ello no dará ofensa a una persona madura y piadosa, porque
ciertamente ningún cristiano piadoso esperaría que la asamblea violase un
principio de las Escrituras. De hecho, debería darle confianza de que está
acudiendo a una comunión en la que hay interés por la gloria del Señor y por la
pureza de la asamblea.
¿Son suficientes los testimonios personales?
Un principio importante que debe ser comprendido en relación con esta cuestión
es que la asamblea, en su funcionamiento dirigido por las Escrituras, no hace
nada por el testimonio de un testigo. Las cosas que tengan que ver con la
asamblea deben hacerse según este principio: «Por boca de dos o de tres testigos
se decidirá todo asunto» (2 Co. 13:1). Comparar también Juan 8:17 y Deuteronomio
19:15. Por ello mismo, la asamblea no debe recibir personas sobre la base del
propio testimonio de ellas. Y especialmente por cuanto cada uno tiene la
tendencia a dar un buen testimonio de sí mismo, como dice la Escritura: «Todos
los caminos del hombre son limpios en su propia opinión» (Pr. 16:2). Y otra vez:
«El que habla por su propia cuenta, busca su propia gloria» (Jn. 7:18).
Esa es la razón por la que se debe pedir a una persona que desee entrar en
comunión que espere, especialmente cuando la asamblea no sabe nada de ella. Una
vez la asamblea local ha llegado a conocer a una persona que desea entrar en
comunión, puede recibirla sobre la base del testimonio de otros.
Este es un principio que aparece por toda la Escritura. Incluso el Señor
Jesucristo, el Señor de la Gloria, se sometió a este principio cuando se
presentó a Israel como su Mesías. Dijo: «Si yo doy testimonio acerca de mí
mismo, mi testimonio no es verdadero (esto es, no es válido según la ley)» (Jn.
5:31). Luego pasó a dar cuatro otros testimonios que certificaban quién era Él:
Juan el bautista, Sus propias obras, Su Padre, y las Escrituras (Jn. 5:32-39).
Aunque tenía muchos testigos de Su condición de Mesías, el Señor advirtió a los
judíos que llegaría el día en que ellos, como nación, recibirían a un falso
mesías (el Anticristo) sin testigos para respaldarle. Dijo: «Si otro viene en su
propio nombre, a ése recibiréis» (Jn. 5:43). De este modo, el Señor denuncia la
práctica de recibir a alguien en base de su propio testimonio.
Los hijos de Israel faltaron en esa misma cuestión cuando recibieron a los
gabaonitas en base del testimonio de ellos mismos (Jos. 9). Esto está registrado
en las Escrituras para advertirnos del peligro de tales prácticas.
Hechos 9:26-29 nos da un ejemplo del cuidado que la iglesia primitiva tenía para
recibir a alguien en su comunión. Cuando Saulo de Tarso fue salvado, deseó
entrar en comunión con los santos en Jerusalén, pero fue rehusado. Aunque todo
lo que debió decir a los hermanos en Jerusalén acerca de su vida personal fuese
cierto, sin embargo no fue recibido en base de su propio testimonio. No fue
recibido hasta que Bernabé tomó a Saulo y lo llevó consigo a los hermanos, dando
testimonio de la fe y del carácter de Saulo, de modo que hubo el testimonio de
dos hombres. Después de esto, «estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía»
(Hch. 9:28). Si la iglesia primitiva no recibió de inmediato a Saulo de Tarso,
es cosa cierta que los cristianos en la actualidad no deberían esperar ser
recibidos de inmediato cuando desean estar en comunión en una asamblea local.
La prueba de la profesión de una persona
Otro importante principio en la recepción es que hay el principio de poner a
prueba la profesión del que solicita ser recibido. Si alguien dice que es
cristiano, debe demostrarlo apartándose de todo pecado conocido. Segunda Timoteo
2:19 dice: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.»
Véase también Apocalipsis 2:2 y Primera Juan 4:1. Si no se aparta de iniquidad,
no es sincero en su confesión. Esto es de especial importancia en un tiempo de
ruina y de desmoronamiento en el testimonio cristiano, cuando abundan todas las
clases de mala doctrina y práctica. Un ejemplo de esto se ve tipológicamente en
Primero de Crónicas 12:16-18. David era en aquel tiempo el rey rechazado de
Israel. Componentes de las varias tribus de Israel se dieron cuenta de su error
de rechazarlo, y acudieron, reconociéndolo como el rey legítimo de Israel.
Cuando acudieron los de la tribu de Benjamín (la tribu del rey Saúl), les puso a
prueba su profesión. Cuando su confesión fue considerada genuina, y mostraron
que de veras estaban del lado de David, dice: «Y David los recibió.»
Si una persona mantiene mala doctrina, está claro que la asamblea no debe
recibirlo, porque estará en comunión con la mala enseñanza (cp. 2 Jn. 911; Ro.
16:17-18). No nos referimos con ello a diferencias que los cristianos puedan
mantener en cuestiones como el bautismo, sino en aquellas cosas que afectan a
los fundamentos de la verdad cristiana. La Escritura dice: «Y el Dios de la
paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo
Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos los unos a los otros, como también Cristo
nos acogió, para gloria de Dios» (Ro. 15:5-7). Esto muestra que la asamblea debe
recibir a personas en comunión cuando puedan glorificar a Dios «unánimes, a una
voz». Si se recibiese a alguien que mantuviese alguna falsa enseñanza, ¿cómo
podría la asamblea «unánimes, a una voz», glorificar al Señor? Ellos estarían
diciendo una cosa, y esta persona estaría hablando otra. Sería confusión. El
apóstol Pablo dijo a los corintios: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo, a que habléis todos una misma cosa, y que no haya
entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma
mente y en un mismo parecer» (1 Co. 1:10).
Otro tipo del Antiguo Testamento ilustra el cuidado ejercido en la recepción.
Cuando en los días de Nehemías fue reconstruida la ciudad de Jerusalén, el
centro divino sobre la tierra donde el Señor había puesto Su Nombre, había un
gran peligro de parte de los enemigos que los rodeaban. Por ello, se dio orden
de no abrir las puertas para dejar entrar a nadie en la ciudad «hasta que
caliente el sol (literalmente: hasta el calor del sol)» (Neh. 7:1-3). Se
aseguraban de que no hubiera ni rastros de oscuridad antes de recibir a nadie en
la ciudad. Hasta entonces, hacían estar a la gente «allí», esperando. Al
aumentar las tinieblas en la Cristiandad en esos últimos días, se debe ejercer
esta clase de cuidado en la recepción. Véase también Primera Crónicas 9:17-27
(«los porteros»).
Todo esto suena generalmente a cosa muy extraña para la mayoría de los
cristianos, que no conocen nada más que los métodos denominacionales de comunión
abierta. El énfasis en las iglesias es conseguir tanta gente para el grupo como
sea posible. Se hacen grandes esfuerzos para este fin. Ser cuidadosos acerca de
quién entra en comunión parecerá probablemente cosa bastante insólita, pero esto
es lo que enseña la Palabra de Dios.
¡Demasiado exclusivos!
Algunos objetan a esas enseñanzas, declarando que es ser exclusivista. Queremos
enfatizar de nuevo que estos principios no son de nuestra invención, sino que
son principios que la Palabra de Dios enseña. Las asambleas cristianas locales
deben ser exclusivas respecto al pecado, y si no conocen con qué está conectada
una persona, deberían andar con cuidado.
«Pruébese cada uno a sí mismo»
Otros objetan a esas enseñanzas sobre la base de Primera Corintios 11:28, que
dice: «Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la
copa.» Pretenden que la asamblea no debe «probar» a la persona, sino que ella
debe «probarse» a sí misma, y participar entonces de la Cena del Señor.
Ahora bien, si el versículo significase tal cosa, entonces entraría en colisión
con el principio que hemos mencionado: que la asamblea es responsable de juzgar
el mal en medio de ella, y que debe ser cuidadosa, por tanto, acerca de quien
entra en comunión (1 Co. 5:12). Por cuanto la Palabra de Dios no se contradice,
este versículo debe referirse a algo más que a la recepción a la mesa del Señor.
Mirando más de cerca el contexto del capítulo en el que se encuentra este
versículo, vemos que este versículo no se refiere a aquellos que desean estar en
comunión con los que están a la mesa del Señor, sino a aquellos que ya están en
comunión. Cada uno en la comunión tiene la responsabilidad de juzgarse a sí
mismo antes de participar de la Cena. Si no lo hace así, «juicio come y bebe
para sí» (1 Co. 11:29). Es algo como la orden que los padres dan a sus hijos
antes que se sienten para comer. Les dicen: «Lavaos las manos antes de
sentaros.» Esto se aplica a los hijos de la familia que participan
constantemente de las comidas de la casa. No se refiere a los vecinos de la
calle. Los que están en la casa y que van a tomar la comida han de estar limpios
cuando acuden a la mesa. Lo mismo sucede con la asamblea. Es a los que están en
comunión a la mesa del Señor que se dirige la exhortación de que se prueben a sí
mismos antes de tomar parte en la Cena.
La responsabilidad individual
En tanto que la asamblea local tiene responsabilidad en esta cuestión, por otra
parte la persona que busca la comunión en una asamblea local tiene también una
responsabilidad. Si desea andar rectamente ante el Señor, debería tener cuidado
en no imponer «con ligereza las manos a ninguno» (expresión de compañerismo
práctico), y en no participar «en pecados ajenos. Consérvate puro» (1 Ti. 5:22).
A la vista de esto, preguntamos: «¿Por qué alguien iba a entrar en una asamblea
de cristianos de los que no sabe qué es lo que creen o practican allí, e
insistir en poder partir el pan, cuando los principios de asociación que hemos
considerado significan que estará en comunión con lo que sucede allí? ¿Cómo sabe
que no ha entrado en medio de un grupo de personas que mantienen doctrinas
blasfemas o que llevan a cabo prácticas horrendas?» Sólo podemos pensar que tal
persona no ha considerado nunca esas cosas, o sencillamente que no las cree. Y
desde luego hay muchos cristianos que creen que pueden asociarse con lo que
deseen y que no son afectados por ello. Pero la Biblia nos dice que sí somos
afectados por aquellos con los que nos asociamos. «Las malas compañías corrompen
las buenas costumbres» (1 Co. 15:33; 1 Ti. 5:22; Hag. 2:10-14; Dt. 7:1-4; Jos.
23:11-13; 1 R. 11:1-8, etc.). Por esa razón, una persona que busque la comunión
con una asamblea de cristianos de la que poco o nada sabe debería tener cuidado.
Debe mantenerse puro. Esta es una responsabilidad de cada cristiano.
Este cuidado se ve en un tipo en el Antiguo Testamento tocante al culto de
Israel, y nos da guía a los cristianos cuando buscamos hoy el lugar designado
por Dios. El Señor dijo: «Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier
lugar que veas; sino ... en el lugar que Jehová escoja» (Dt. 12:13-14).
Traduciendo esto a términos cristianos significa que uno no debería ir
sencillamente a cualquier lugar para ofrecer su culto. Debe hacerlo sólo en el
lugar donde el Señor quiera que lo haga. A la vista del mal y del apartamiento
de la Palabra de Dios en el testimonio cristiano actual, y al peligro de ser
conducido al error, uno no debería ofrecer el sacrificio de alabanza en una
asamblea de cristianos de la que no sabe nada. Necesita llegar a conocer algo
primero acerca de aquella compañía de cristianos, antes de desear estar en
comunión con ellos. Si alguien ha encontrado el lugar al que él cree que el
Señor le puede estar guiando, no debería precipitarse a partir el pan en
comunión con ellos hasta que sepa lo que aquella asamblea mantiene y practica.
Necesita orar acerca de ello y esperar en el Señor hasta que se sienta
satisfecho de que no se está asociando con algo que es para deshonra del Señor.
Que el lector sea guiado por el Señor en este importante paso.
Cartas de recomendación
Otra cuestión estrechamente relacionada con la recepción es el uso de las cartas
de recomendación. Se trata de una carta escrita de una asamblea a otra (y
firmada por dos o tres hermanos), encomendando a una cierta persona o personas a
la comunión de los santos a aquella localidad a la que van de viaje. De nuevo,
esto es algo que por lo general no se practica en las iglesias en la
Cristiandad. Un ejemplo de esta práctica entre los cristianos primitivos se ve
en el caso de Apolos en Hechos 18:24-28. Él era un hombre sumamente dotado, pero
necesitaba una carta de recomendación de los hermanos para ser recibido por las
asambleas en Acaya, que hasta entonces no sabían nada de él. Esto de nuevo
muestra el cuidado que había entre los cristianos primitivos en cuanto a
aquellos con los que estaban en comunión. Véase también Romanos 16:1 y Segunda
Corintios 3:1-3.
La esfera de las hermanas en el ministerio en la iglesia
Otra área donde las llamadas iglesias de la
Cristiandad se han apartado del orden de Dios es respecto al puesto y al
ministerio de las hermanas. Se podría plantear la pregunta: «¿Cree usted que una
hermana puede ser una ministro?» Respondemos: «Sí, lo creemos, porque la
Escritura lo dice así.» En Romanos 16:1 (RVR) leemos: «Os recomiendo además
nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea.» De hecho,
creemos que Dios querría que todas las hermanas en la iglesia fuesen ministros:
es decir, en el sentido bíblico de la palabra. Sin embargo, si la pregunta se
hace empleando la palabra «ministro» según la terminología convencional, que
presupone la falsa posición clerical, entonces ni por un momento creemos que una
hermana, ni para el caso ningún hermano, pueda ocupar tal puesto. Por otra
parte, es bien evidente por la Escritura que el papel de las mujeres en la
iglesia no es de carácter público.
En cuanto a la oración pública, la Biblia dice: «Quiero, pues, que los hombres
oren en todo lugar» (1 Ti. 2:8). No da tal exhortación a las mujeres. Ellas
deben orar, naturalmente, pero no «en todo lugar», como en un foro público.
En cuanto a enseñar o predicar, la Palabra de Dios dice: «Vuestras mujeres
callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén
sometidas, como también la ley lo dice» (1 Co. 14:34-38). Y: «La mujer aprenda
en silencio, con toda sumisión. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer
dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado
primero, y después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo
engañada, incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:11-12). También en Primera
Corintios 14:29 dice: «Asimismo, los profetas hablen ...». No dice, «las
profetisas hablen.» En la iglesia de Tiatira había una mujer que se había
arrogado el papel de enseñante, y el Señor expresa Su desaprobación diciendo:
«Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que
se dice profetisa, enseñe» (Ap. 2:20).
Asimismo, cuando se trata de ejercer la autoridad en los asuntos administrativos
de una asamblea local, la Palabra de Dios dice que aquellos que están en aquel
puesto deben ser «marido de una sola mujer» (1 Ti. 3:2). La Palabra de Dios dice
también: «Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para considerar este
asunto» (Hch. 15:6, y v. 7: «varones hermanos»). Esto muestra que las mujeres,
aunque formaban parte de la asamblea, no formaban parte del liderazgo
administrativo. La Escritura habla de «varones principales entre los hermanos»,
pero nunca habla favorablemente de mujeres guiando entre los hermanos (Hch.
15:22, RVR). Ellas no deben «ejercer dominio sobre el hombre» (1 Ti. 2:12).
Las hermanas tienen una gran área de ministerio que cumplir para el Señor y que
los hombres a menudo no pueden hacer. Pero esas cosas pertenecen a la esfera
doméstica. No tienen necesidad de rivalizar con los hermanos en su esfera de
ministerio público y administración. La Escritura dice: «Las ancianas ... que
enseñen a las mujeres jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser
sensatas, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que
la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit. 2:4-5). Y: «quiero pues que las
viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa ...» (1 Ti. 5:14). «Tu
mujer será como fecunda vid en las partes más interiores de tu casa» (Sal.
128:3, BAS, margen). Se podrían citar muchas otras Escrituras para mostrar la
esfera en la que las hermanas deben ministrar.
Nos damos cuenta de que esto no es popular en la actualidad, y que será
particularmente difícil de aceptar por parte de quienes se inclinan hacia la
filosofía del Feminismo. Sin embargo, la Biblia da al menos tres razones por las
que las hermanas deben tener un puesto de sujeción en el cristianismo. Después
que el Apóstol Pablo se refiere al puesto de las hermanas en la casa de Dios en
Primera Timoteo 2:9-12, pasa a decir por qué, usando la palabra «Porque» para
comenzar el siguiente versículo (13).
1) Orden de creación. «Porque Adán fue formado primero, después Eva» (1 Ti.
2:13). Dios pudo haber hecho juntos al hombre y a la mujer, pero Él escogió
hacer primero a Adán. Lo hizo para indicar que era Su intención desde el
principio que el varón tuviese el puesto de guía en la creación. Los hombres no
se han arrogado este puesto, sino que les ha sido dado por Dios. El hecho de que
Dios hiciese al varón el género más fuerte de los dos indica que estaba en Su
propósito que el hombre tuviese el puesto de guía. También, la constitución
misma de la mujer es predominantemente emocional. Esto es sumamente necesario
para la esfera de servicio que Dios les ha encomendado, pero puede ser
calamitoso en la administración y en otras responsabilidades de liderazgo, en
las que las emociones han de ser mantenidas bajo control. Dios dio la mujer al
hombre para que fuese su ayuda idónea y complemento, no su rival (Gn. 2:18; 1 Co.
11:9). Los dos se complementan maravillosamente el uno al otro cuando operan en
los ámbitos que Dios les ha designado.
2) Gubernamental. «Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada,
incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:14). Cuando Eva actuó con independencia y
asumió el liderazgo en la casa de Adán, vino la ruina. Desde aquel momento, su
puesto sería el de sujeción a su marido. Ésta era la resolución gubernamental de
Dios sobre ella. El Señor dijo a la mujer: «tu deseo será para tu marido, y él
se enseñoreará de ti» (Gn. 3:16). Una hermana que reconoce este puesto que Dios
le ha dado puede ser una verdadera bendición (Sal. 128:3, «como vid que lleva
fruto»). En la Escritura, las mujeres que rehusaron aceptar el puesto que Dios
les había asignado y que asumieron el liderazgo fueron generalmente causa de
perturbación y ruina (Gn. 3:6; Mt. 13:33; Ap. 2:20; 1 Co. 14:33-34). No debemos
pensar que el gobierno de Dios recae sólo sobre la mujer. El hombre está también
bajo el gobierno de Dios. Él es responsable para la provisión de alimento y
refugio para su familia (Gn. 3:17-19). Un hombre que no haga esto es peor que un
incrédulo (1 Ti. 5:8).
3. Testimonial: En otros pasajes, el Apóstol Pablo dice: «Las casadas estén
sometidas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la
mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su
Salvador. Así que, como la iglesia está sometida a Cristo, así también las
casadas lo estén a sus maridos en todo. ... Grande es este misterio; mas yo digo
esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef. 5:22-24, 32). Ésta es una tercera
razón por la que las mujeres cristianas deben asumir un puesto de sujeción. Las
hermanas que están en relación matrimonial pueden, mediante su sujeción a sus
maridos, exhibir ante el mundo una pequeña imagen de la sujeción de la iglesia a
Cristo.
¡Qué triste ver hoy que este orden es dejado de lado en casi cada asamblea
cristiana! Las Escrituras que hemos citado son o bien torcidas, o bien
consideradas como anticuadas y prejuiciadas. Hoy las mujeres predican y enseñan
desde púlpitos y están en papeles que corresponden a ancianos en las diversas
llamadas iglesias. Sin embargo, las hermanas que han aceptado el orden de Dios
han encontrado una paz y un contentamiento en la aceptación de la voluntad de
Dios que va más allá de toda explicación.
«¡Pero la Biblia dice que las mujeres deben orar y profetizar!»
Algunos no creen que los pasajes citados de Primera Corintios 14:33-38 y Primera
Timoteo 2:11-14 pueden referirse a la predicación y a la enseñanza, porque iría
en directa contradicción a Primera Corintios 11:5, que dice: «Toda mujer que ora
o profetiza ...». Se argumenta que Dios no diría a las mujeres en un pasaje que
oren y profeticen, y que luego se volvería y les diría que no lo hagan. Llegan a
la conclusión de que el «hablar» en Primera Corintios 14 debe referirse a algún
problema local de Corinto, donde las mujeres interrumpían el culto
congregacional al hacer preguntas no relacionadas que podían hacerse en casa.
En primer lugar, si creemos que la Biblia está inspirada por el Dios infalible,
entonces es cierto que debemos creer que no hay contradicciones ni errores en Su
santa Palabra. Si contemplamos con más cuidado el pasaje de Primera Corintios
11, veremos que el versículo que se refiere a mujeres orando y profetizando
(versículo 5) viene antes de las instrucciones a los santos cuando se reúnen
(versículo 17). El versículo 17 de este capítulo marca un nuevo párrafo y entra
en el orden de cosas cuando los santos se reúnen para el culto y el ministerio.
Dice: «Pero al daros las instrucciones que siguen, no os alabo; porque no os
congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os
reunís como iglesia, ...» A partir de este versículo y hasta el final del
capítulo 14, el apóstol trata de cuestiones directamente relacionadas con la
reunión de los santos. Eso queda indicado por la repetición de la frase «cuando
os reunís», o similares, por parte del apóstol (1 Co. 11:17, 18, 20, 33, 34;
14:23, 26). Sin embargo, en los versículos precedentes, cuando se menciona el
tema de las mujeres profetizando (vv. 1-16), no se está refiriendo a actividades
que tengan lugar exclusivamente cuando los santos están reunidos para el
ministerio. Es más amplio que esto. R. K. Campbell dice: «Este pasaje (los vv.
2-16) permite esta actividad de parte de una mujer, pero no indica cuándo era
ejercida. El capítulo 14 dice de manera bien clara que ese ministerio de parte
de las mujeres no está permitido en la asamblea.» Esto muestra que Dios no
impedía a las hermanas que orasen y profetizasen. Tenían abundantes
oportunidades para hacerlo en su esfera doméstica fuera de las reuniones
públicas de la asamblea. Así, no hay contradicción entre esos dos pasajes. El
primero se refiere a «en la asamblea», como el versículo especifica debidamente
(1 Co. 14:34), y el otro se refiere a algo más general, no a algo específico de
la asamblea (1 Co. 11:5).
En segundo lugar, al responder a las objeciones que se presentan a las claras
declaraciones de la Escritura, nos encontramos constantemente con las ideas que
las personas han introducido en las Escrituras. La suposición de que las mujeres
de Corinto perturbaban las reuniones con preguntas irrelevantes y con
murmuraciones es un ejemplo clásico de este tipo de razonamiento. La Escritura
no dice nada acerca de tales cosas. El hábito del apóstol Pablo era totalmente
contrario a esto. No razonaba introduciendo sus pensamientos en las Escrituras,
sino que razonaba de lo que sacaba de las Escrituras (Hch. 17:2). Ésta debería
ser nuestra norma de conducta.
Tercero, la palabra en la lengua original traducida «hablar» en Primera
Corintios es la misma que se usa en otras partes del capítulo, cuando se dice:
«los profetas hablen ...» o «si habla alguno ...». De este modo, «hablar», en
este versículo, se refiere evidentemente a tomar parte pública en la reunión,
porque éste es el contexto del capítulo.
«¡Pero en la Iglesia no debemos contemplar la distinción entre varón y mujer!»
Otros estarán de acuerdo en que Dios tiene papeles distintivos para el varón y
la mujer, creyendo que deben ser observados, pero sólo en el ámbito de las
relaciones naturales en el hogar. Cuando se trata de la iglesia, creen que esas
distinciones entre varón y hembra no deben considerarse, porque la Palabra de
Dios dice: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni
mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá. 3:28). Muchos
teólogos piensan que esta declaración universal predomina sobre los dictados más
estrechos de las otras declaraciones de Pablo en Primera Corintios 14 y de
Primera Timoteo 2.
Este malentendido procede de no considerar la distinción entre posición y
práctica. La clave que desenmaraña la confusión que pueda existir en las mentes
de algunos reside en comprender el significado de la frase «en Cristo Jesús».
Describe nuestro puesto de aceptación individual delante de Dios, en la misma
posición que Cristo ocupa ahora como Hombre en la gloria. Denota la plena
posición cristiana delante de Dios en la nueva creación, y está inseparablemente
ligada de la morada del Espíritu Santo en el creyente. Pablo usa esta expresión
numerosas veces en sus epístolas (Ro. 8:1; Ef. 1:6; 2 Co. 5:17; Gá. 6:15; Ef.
2:13, etc.). El argumento en Gálatas 3:28 es que todos los creyentes, con
independencia de su nacionalidad, trasfondo social o sexo, se encuentran
igualmente en este lugar de aceptación delante de Dios. Es un término posicional.
Sin embargo, Primera Corintios 14 y Primera Timoteo 2 se refieren a un orden
práctico de cosas entre los cristianos sobre la tierra. Así, tenemos dos
términos: «en Cristo» (Gá. 3:28) y «en las congregaciones» (1 Co. 14:34). Se
refieren a dos cosas diferentes. El primero se refiere a lo que los santos son
en el puesto de Cristo delante de Dios en el cielo («en Cristo»); el segundo se
refiere a lo que son cuando se congregan para el culto y el ministerio en la
tierra («en las congregaciones»).
«¡Pero esas cosas sólo son de aplicación en Corinto!»
Otros dicen que esta prohibición de que las mujeres hablen en la asamblea era
sólo de aplicación a Corinto, ciudad particularmente señalada por sus mujeres
estridentes y libertinas. Esas mujeres corintias, cuando eran salvas, se
comportaban de una manera similar y causaban perturbaciones en las reuniones. La
respuesta de Pablo a este problema local fue que estuviesen calladas hasta que
aprendiesen a comportarse mejor. Por tanto, llegan a la conclusión de que esta
instrucción no es aplicable a las mujeres en la iglesia en la actualidad. Una
vez más: es una mera suposición afirmar que las mujeres estuviesen actuando de
la manera que se describe. La Escritura no dice que el problema fuese ése. Más
aún, el comienzo de esta epístola muestra que los principios que se dan en la
misma son para más allá de Corinto; son para «todos los que en cualquier lugar
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co. 1:2). Además, el mismo
pasaje en cuestión en Primera Corintios 14 nos dice claramente que esta
instrucción trascendía a la asamblea en Corinto. Dice: «Como en todas las
iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones» (1 Co.
14:33-34).
«¡Pero no queremos ahuyentar a la gente del cristianismo!»
Algunos piensan que no deberíamos practicar esas cosas porque podrían ofender a
los inconversos (especialmente a las mujeres) que contemplan el cristianismo.
Son de la opinión que esto podría hacer que esas personas se aparten
definitivamente de Dios porque pensarán que el cristianismo hace de las mujeres
personas de segunda clase. Este argumento parece sugerir que no deberíamos
obedecer las Escrituras porque nuestro testimonio ante el mundo es más
importante. Implica que es aceptable desobedecer la Palabra de Dios si con ello
podemos ganar a algunos. Sin embargo, la Escritura dice que la obediencia a Dios
es más importante que ningún servicio que podamos hacer para Él. «Ciertamente,
el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura
de los carneros» (1 S. 15:22). Debemos obedecer a Dios en primer lugar, y dejar
los resultados en testimonio para Él. En último término, de todas maneras, es Él
quien produce una obra en las personas mediante Su poder vivificador. El Señor
encomió la asamblea en Filadelfia, diciendo: «Aunque tienes poca fuerza, has
guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Ap. 3:8). Es cosa cierta que no
podemos esperar Su encomio y bendición si desobedecemos las claras enseñanzas de
Su Palabra.
«¡Eso es porque Pablo era un anticuado!»
Algunos consideran que lo que Pablo escribió acerca de la cuestión del puesto de
la mujer se debe a prejuicios y a que tenía una actitud dura con las mujeres.
Consideran que sus enseñanzas acerca de esta cuestión son sólo algunas de sus
ideas personales que resultaban de que no estaba casado y que no comprendía a
las mujeres. Sin embargo, en el mismo capítulo en el que Pablo escribe acerca
del puesto de la mujer, dice también: «Si alguno se cree profeta, o espiritual,
reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora,
ignore» (1 Co. 14:37, RVR). No, esas cosas no son simplemente opiniones
personales de Pablo, sino que son «los mandamientos del Señor».
La cubierta de la cabeza
Otra cosa que los cristianos descuidan en la actualidad es el uso de las
cubiertas de la cabeza. Primera Corintios 11 da unas instrucciones muy claras y
explícitas de que las hermanas deben tener la cabeza cubierta cuando se están
tratando temas divinos. Por cuanto este pasaje de la Escritura no especifica
dónde deben llevarse las cubiertas de la cabeza, no estamos autorizados a decir
que sólo se aplique a las reuniones de asamblea. Es más amplio que esto. Su
aplicación se extiende a cualquier momento en que se estudie la Palabra de Dios,
tanto si se trata de una reunión pública como de un estudio privado.
A veces se hace esta pregunta: «¿Por qué iba Dios a querer que las hermanas se
cubran la cabeza? ¿De qué sirve esto, de todos modos?» Lo cierto es que Dios no
sólo nos manda hacer algo, sino que también nos dice por qué. Esta es la belleza
del cristianismo. El nuestro es un «culto racional» (Ro. 12:1, RVR). Al
comprender por qué Dios quiere que practiquemos algo así, deberíamos sentirnos
aun más interesados en obedecer Su Palabra, porque podemos hacerlo de manera
inteligente y con propósito.
El apóstol nos muestra al principio del capítulo que en el cristianismo la
cabeza del hombre es imagen de Cristo. Dice: «Quiero que sepáis que Cristo es la
cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de
Cristo» (1 Co. 11:13). Luego muestra que por cuanto esto es así, los hermanos
deben tener la cabeza descubierta cuando se están tratando temas divinos. Con
ello, están reconociendo que toda la gloria pertenece a Cristo. Es un testimonio
deliberado por parte de los hermanos, y refleja nuestro deseo de dar toda la
gloria a Cristo, nuestra Cabeza viviente en el cielo. El apóstol escribe:
«Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios»
(1 Co. 11:7). Este acto glorifica a Cristo, y debería llevarse a cabo con esto a
la vista.
Por otra parte, en el cristianismo la mujer representa la gloria del hombre.
Dice el apóstol: «la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la
mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la
mujer, sino la mujer por causa del varón. Por tanto, la mujer debe tener señal
de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles» (1 Co. 11:7-10). El
cabello de la mujer es una señal de la gloria natural del primer hombre. Es su
permanente velo de hermosura y de gloria (1 Co. 11:15). El apóstol Pablo enseña,
por tanto, que el cabello de la mujer debería estar cubierto cuando se está
tratando de cosas divinas, debido a lo que representa. Cuando las hermanas
llevan una cubierta, están expresando el hecho de que no reconocemos que el
primer hombre tenga puesto alguno en el cristianismo. Es una confesión de que el
hombre y su gloria no tienen lugar en las cosas divinas. El apóstol añade: «por
causa de los ángeles» (1 Co. 11:10). Dios ha establecido un cierto orden en Su
creación. Los cristianos, hombres y mujeres, no deben desatender este orden,
sino que deben recordar que son un espectáculo dispuesto por Dios. Los ángeles
están aprendiendo la sabiduría de Dios en Sus caminos entre los cristianos sobre
la tierra (1 Co. 4:9; Ef. 3:10).
Estos actos en los que los hermanos se descubren la cabeza y las hermanas se la
cubren son una exhibición de los principios involucrados en la confesión del
cristianismo.
«¡Las cubiertas de la cabeza son una antigua costumbre cultural que no debe ser
seguida en la actualidad!»
Se argumenta que esas instrucciones del apóstol Pablo eran válidas sólo para los
corintios de aquel tiempo. Llevar una cubierta en la cabeza es generalmente
explicado como una antigua costumbre cultural que no tiene ninguna aplicación
para las mujeres en la actualidad.
De nuevo, esto es una mera suposición. Pablo nunca dijo que esto era sólo para
aquel tiempo. Preguntamos: «Si esto fuese sólo para aquel tiempo, ¿a qué se debe
que la iglesia ha observado esas instrucciones acerca de las cubiertas de la
cabeza desde su nacimiento hasta hace unos cuarenta y cincuenta años? ¡Las ha
observado durante más de 1900 años! ¿Acaso la iglesia ha estado en un error al
actuar así durante todos estos años?» El Espíritu de Dios parece haber
anticipado este tiempo en que vivimos, cuando habrían los que disputarían contra
esas cosas. De modo que el apóstol Pablo fue llevado a escribir: «Con todo, si
alguno es amigo de discusiones, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las
iglesias de Dios» (1 Co. 11:16). El «nosotros» en este versículo se refiere a
los apóstoles que fueron dados a la iglesia para echar el fundamento del
cristianismo por medio de su ministerio. En este versículo está diciendo que si
hay algunos que quieran argumentar en contra de esas cosas, que sepan que los
apóstoles no tienen «tal costumbre» de que las mujeres aparezcan con las cabezas
descubiertas cuando se están tratando temas divinos. En ningún momento
entregaron ellos tal costumbre a las diversas iglesias locales de su época.
De nuevo recordamos al lector que lo que Pablo enseñó acerca de las cubiertas de
la cabeza no es algo que fuese exclusivamente para los corintios, sino que es
para «todos ... en cualquier lugar» (1 Co. 1:2).
¡Pero el cabello de la mujer es su cubierta!
Otro argumento comúnmente usado para desvirtuar el mandamiento de usar cubiertas
para la cabeza es citar el versículo 15. Éste dice: «A la mujer dejarse crecer
el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.» De
esto deducen que si una mujer tiene cabello largo (y algunas no lo tienen
tanto), está cumpliendo esta Escritura, porque el cabello actúa como velo. Por
ello, las mujeres no necesitan de cubierta para la cabeza.
Si contemplamos este pasaje con más cuidado, veríamos que se mencionan dos
cubiertas en estos versículos. El Apóstol Pablo emplea a propósito dos palabras
diferentes para indicarlo. Si no vemos esto, nos confundiremos sin remedio. La
palabra que se usa en la lengua original para «cubrirse» en los versículos 4-6
es diferente de la usada en el versículo 15. La palabra en el versículo 15 (peribolaiou)
indica el cabello caído alrededor de la cabeza. El lenguaje moderno lo llamaría
un peinado o algo semejante. Por ello, el cabello de la mujer es un velo (o
cubierta) de gloria y hermosura que la naturaleza le ha dado. Sin embargo, la
palabra en los versículos 4-6 (katakalupo) indica una cubierta artificial para
el cabello, como una mantilla, etc. En base de esto, queda bien claro que no hay
base para la idea de que las mujeres no necesitan llevar cubiertas para la
cabeza.
Algunos de los argumentos que la gente usa para poder hacer lo que bien les
parezca son generalmente bien absurdos cuando se llevan a su conclusión lógica.
Esta idea particular de que la cubierta de la mujer puede reducirse a su cabello
es un ejemplo preciso de este caso. Si la cubierta a la que se hiciese
referencia en los versículos 4-6 fuese el cabello, ¡entonces los hombres tienen
también una cubierta, porque las mujeres no son las únicas en tener cabello! Si
fuese así, ¿cómo podrían ellos orar y profetizar, por cuanto los hermanos no
deben ministrar la Palabra de Dios con las cabezas cubiertas? (1 Co. 11:4, 16).
Además, si fuese cierto este concepto de que el cabello de la mujer es su
cubierta, ¿por qué la iglesia ha necesitado tanto tiempo para descubrirlo?
Durante más de 1900 años la iglesia ha aceptado la clara enseñanza de este
capítulo, y las hermanas han llevado la cabeza cubierta. ¿Acaso la iglesia se ha
equivocado universalmente acerca de la mente del Señor en esta cuestión a lo
largo de todos los siglos?
Oprobio
El problema acerca de esta cuestión y acerca de muchas otras cuestiones que
hemos tocado en este libro es que los cristianos no quieren sufrir el oprobio
que conlleva la práctica del cristianismo bíblico. Por consiguiente, inventan
toda clase de excusas acerca de por qué no quieren obedecer las claras
declaraciones de la Palabra de Dios. Los que atiendan a la exhortación de la
Palabra: «Salgamos, pues, adonde él, fuera del campamento», se verán «llevando
su vituperio» (He. 13:13). Debemos estar preparados para aceptar esto. Sin
embargo, hay un gozo en el camino de hacer la voluntad de Dios que es conocido
sólo por los que caminan en él. «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado»
(Sal. 40:8; Jer. 15:16).
Cuando contemplamos esta cuestión a la luz de lo que hemos visto en las
Escrituras tocante a la decadencia del testimonio cristiano en los últimos días,
se hace evidente que el rechazo a cubrirse la cabeza es sencillamente otro
aspecto de la gran defección.
Conclusiones
¿A qué denominación se unirían Pedro, Pablo y
Juan?
Vamos a plantear toda la cuestión de la organización denominacional (y no
denominacional) de la iglesia de otra manera. Supongamos por un momento que
pudiéramos transportar a Pedro, Pablo y Juan y a algunos de los otros de la
iglesia primitiva a nuestros tiempos. Supongamos que los hemos traído de una de
sus reuniones donde han estado reunidos al Nombre del Señor Jesús solamente (Mt.
18:20); donde han estado partiendo el pan en memoria del Señor como acto regular
cada domingo (el día del Señor; Hch. 20:7); no conociendo nada más que la
libertad del Espíritu para conducir a quien Él quiera para que hable en la
asamblea en el culto y en el ministerio (1 Co. 14:23-32); donde mantienen la
disciplina escrituraria (1 Co. 5:9-13; 1 Ti. 5:20; 2 Ts. 3:6, 14-15; 1 Ts. 5:14;
Gá. 6:1, etc.); donde intentan mantener la verdad en la práctica de que «hay un
cuerpo» en cuestiones de recepción y de disciplina (Ef. 4:3-4), etc. De todo
esto, los traemos a una de las calles de una de las principales ciudades en
América del Norte, donde ven a la Cristiandad en la mayor plenitud de la
confusión; con las numerosas sectas y divisiones, las doctrinas falsas y
erróneas, los edificios lujosos y ornamentados tomados prestados del judaísmo,
los clérigos que interfieren en la sencillez del orden divino del culto y del
ministerio, a las mujeres predicando desde los púlpitos, a las mujeres con las
cabezas descubiertas, los coros con sus vestimentas, las orquestas, los famosos
atletas del mundo testificando acerca de sus conversiones, los conciertos de
música rock, personas inmorales en puestos de responsabilidad en la iglesia,
etc. Nos detenemos con calma y hacemos esta pregunta: «¿A qué denominación cree
usted que se unirán?» No se precisa de mucho discernimiento para concluir que no
se unirían a ninguna de ellas.
Para hacer esta pregunta más personal, si usted estuviese andando con los
apóstoles por las calles de una de esas ciudades, habiendo conocido algo de la
verdad del orden de Dios para la operación de la iglesia según las Escrituras,
al ver la confusión que ellos contemplan al mirar con ellos estas diversas
llamadas iglesias, «¿A qué denominación se uniría usted?»
¿Deberíamos comenzar una comunión cristiana en base de esos principios bíblicos?
Después de haber aprendido alguno de esos principios que tienen que ver con la
iglesia y su orden tal como se halla en la Escritura, alguien podría preguntar:
«Por cuanto no deberíamos unirnos a una denominación debido a su orden de
hechura humana, ¿deberíamos entonces comenzar una comunión cristiana que
siguiese el verdadero orden escriturario?» Nuestra respuesta es que no, porque
pensamos que sería un acto de independencia. Hay otro principio involucrado en
la congregación de los cristianos que se reúnen según la pauta de Dios en las
Escrituras. Los cristianos deben reunirse sobre la base de la verdad del «un
cuerpo» (Ef. 4:4). Para estar sobre la base de la verdad del «un cuerpo», un
grupo de cristianos necesitan estar en comunión con otras asambleas de creyentes
similarmente reunidos con los cuales puedan expresar esta verdad de una forma
práctica en cuestiones de recepción, disciplina, cartas de recomendación, etc.
Unos pocos cristianos que quieran reunirse en el Nombre del Señor, aislados de
sus hermanos en general, no pueden practicar esta verdad por sí mismos. La
constitución de una comunión de cristianos sin tener esto presente es en
realidad la adopción de un terreno de independencia.
El propósito de Dios es que el Señor Jesús congregase «en uno a los hijos de
Dios que estaban dispersos» para que hubiese «un solo rebaño, y un solo pastor»
(Jn. 11:51-53; 10:16). Esto significa que Dios desea que Su pueblo sea
encontrado congregado en una unidad visible sobre la tierra. Mateo 18:20 también
indica esto. Dice: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos.» El tiempo verbal en voz pasiva («están
congregados») indica que un poder superior al de ellos los ha congregado al
Nombre del Señor Jesucristo. Este poder es el del Espíritu Santo. Él es el
divino Congregador. Observemos: no sólo el Espíritu congrega a creyentes al
Nombre de nuestro Señor Jesucristo, sino que Él los «congrega» a Su Nombre. Esto
tiene referencia a la unidad práctica; por otras Escrituras llegamos a saber que
esta unidad práctica no sólo existe en aquella localidad en la que se reúnen
aquellos creyentes, sino también con otros creyentes en otras asambleas
similarmente reunidos sobre la misma base (1 Co. 1:2; 4:17; 5:3; 10:16-17;
11:16; 14:33-34; 16:1). Las decisiones vinculantes que se toman en una asamblea
deben ser reconocidas y aceptadas en las otras asambleas; de modo que la verdad
del «un cuerpo» sea expresada en la práctica en la tierra. Si una asamblea local
toma una decisión vinculante excluyendo a alguien de la comunión, el cuerpo en
conjunto actúa en comunión con aquella asamblea local e inflige el «castigo» (2
Co. 2:6, V.M.); de modo que la persona «quitada» o excluida es considerada como
«fuera» en todas partes; no sólo en la localidad donde reside (1 Co. 5:13,
«vosotros», la asamblea local en Corinto; 2 Co. 2:10, «vosotros», la asamblea
local en Corinto, 2 Co. 2:6; la expresión «muchos» se refiere al cuerpo en
general como en 2 Co. 9:2). Esto muestra que una decisión vinculante adoptada en
una asamblea local se toma en realidad en nombre del cuerpo en general. Ésta es
una de las maneras en que la iglesia debe actuar solícita «en guardar la unidad
del Espíritu» y dar expresión a la verdad de que hay «un cuerpo» (Ef. 4:3).
En la Escritura encontramos que cuando el Espíritu de Dios comenzó a obrar en
algunos, tuvo buen cuidado en unirlos con otros sobre el mismo terreno, de modo
que se guardase la «unidad del Espíritu» en la expresión de la verdad del «un
cuerpo». Dice de los santos de Tesalónica: «Porque vosotros, hermanos, vinisteis
a ser seguidores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea» (1
Ts. 2:14. (N. del T.: el término traducido «imitadores» en las versiones
castellanas significa realmente «seguidores». Comparar el mismo término en 1 P.
3:13: «¿Y quién es aquel que os podrá dañar, si vosotros seguís el bien?»)). Los
Tesalonicenses seguían en pos de las asambleas de Judea, hasta la participación
de los sufrimientos del evangelio. No se trataba de que las asambleas en Judea
fuesen más importantes o más espirituales que los tesalonicenses; se trata
sencillamente de que el Espíritu había comenzado Su obra de congregar almas a
Cristo primero en Judea. Según otros iban siendo salvos, eran vinculados en la
comunión práctica con aquello que el Espíritu de Dios ya había comenzado.
Este principio se manifiesta en Hechos 8:4-24. Muchos en Samaria habían llegado
a creer en el Señor Jesús por medio de la predicación de Felipe, pero el
Espíritu de Dios no los reconoció como estando en el terreno del «un cuerpo»
hasta que tuvieron comunión práctica con aquellos a los que Él ya había
congregado al nombre del Señor Jesús en Jerusalén. Buscando guardar «la unidad
del Espíritu», dos representantes descendieron de Jerusalén e impusieron las
manos sobre los de Samaria (una expresión de comunión práctica Gá. 2:9), con lo
que el Espíritu de Dios se identificó con ellos. C. H. Brown lo expresa así:
«Dios no permitió que los samaritanos recibiesen reconocimiento oficial como
pertenecientes a la iglesia (o asamblea) hasta que lo recibieron de esos
emisarios que llegaron de Jerusalén.» El Espíritu de Dios tuvo gran cuidado en
vincular a esos creyentes con los de Jerusalén para que hubiese una expresión
práctica del «un cuerpo» en la tierra.
Cuando el Apóstol Pablo se encontró con un grupo de creyentes en Éfeso que
desconocían acerca de otros con los que Dios había estado obrando, descubrió que
el Espíritu de Dios no los había reconocido como pertenecientes al terreno
divino de la asamblea (Hch. 19:1-6). No fueron reconocidos como perteneciendo al
terreno del «un cuerpo» hasta que hubo una comunión práctica (la imposición de
manos) con aquellos que el Espíritu ya había reunido. Con referencia a este
grupo de creyentes, dice C. H. Brown: «Necesitaban algo. Tenían que ser
introducidos en la misma unidad que ya existía. No podían ser reconocidos como
ocupando un terreno diferente al resto. Pablo no podía decirles: "Vosotros no
estáis sobre el mismo terreno que los de Antioquía o Jerusalén, pero tenéis
mucho de la verdad, y voy a unirme a vosotros". ¡No! Va a cuidarse que sean
llevados al mismo terreno que el resto. Fueron introducidos al mismo terreno que
había sido constituido antes que ellos oyeran de ello.» Una vez más vemos el
cuidado y la sabiduría de Dios en el mantenimiento de la «unidad del Espíritu»,
de modo que hubiese una expresión práctica de la verdad del «un cuerpo».
Esto se ilustra de manera típica en Esdras 710. Dios había iniciado una obra
nueva al volver a Su pueblo de Babilonia al centro divinamente designado de
aquel tiempo, que era Jerusalén (1 R. 11:32; 14:21). Unos 42.000 volvieron bajo
Zorobabel y Josué (Esd. 13). Unos 68 años después, otros fueron movidos de
manera similar a volver a Jerusalén (Esd. 78). Cuando volvieron, descubrieron
que Dios había estado obrando de manera similar con otros mucho antes que ellos
fuesen movidos acerca de tales cosas. No encontraron un grupo perfecto de judíos
allí (Esd. 9), pero sabían que era el único lugar legítimo donde el pueblo de
Dios debía adorar, de modo que se identificaron con el testimonio que ya existía
en Jerusalén. No hubo ni un pensamiento de establecer un nuevo testimonio aparte
del que ya existía allí.
Creemos que esto nos da una respuesta a la pregunta de si los creyentes deberían
dar comienzo a un círculo cristiano de comunión. Por cuanto el objetivo de Dios
es reunir a Sus santos en la tierra en uno al Nombre de nuestro Señor Jesucristo
sobre el terreno de la verdad del «un cuerpo», no creemos que el Espíritu Santo
conduciría a los creyentes a salir para practicar esas verdades sobre una base
de independencia.
El Espíritu de Dios comenzó una obra en el testimonio cristiano en las primeras
décadas del siglo diecinueve, reuniendo creyentes de las denominaciones al
Nombre del Señor Jesús. Creemos que sigue obrando en la actualidad con
cristianos a este fin. Él está dispuesto y es poderoso para conducir a aquellos
a los que ha mostrado la verdad a la comunión con aquello que Él ya ha
comenzado. Creemos que el Espíritu de Dios no se sentiría satisfecho hasta que
haya llevado a buen fin Su obra no sólo en cuanto a mostrar a los creyentes la
manera escrituraria de reunirse, sino también en cuanto a la asociación práctica
con aquellos que Él ya ha reunido, de modo que también ellos estén sobre el
terreno del «un cuerpo».
Si un grupo de cristianos bajo tal convicción está en un lugar donde no hay una
reunión de cristianos sobre la base de la verdad del «un cuerpo», no por ello
deberían ponerse sobre un terreno independiente. Necesitan entrar en contacto
con los que están sobre este terreno, para que la mesa del Señor pueda quedar
establecida en aquella localidad. Con ello se guardará la «unidad del Espíritu».
En base de los principios escriturarios dados más arriba, creemos que ésta es la
manera en que se deberían establecer nuevas reuniones. Cuando la mesa del Señor
es establecida en una nueva localidad, debe serlo en comunión con otras
asambleas ya sobre el terreno del «un cuerpo».
¿Una secta más?
Quizá alguien podría decir: «Si hiciésemos todo lo que usted nos dice y
comenzásemos a reunirnos con los que se reúnen sobre una base escrituraria, ¿no
estaríamos sencillamente uniéndonos a otra división o secta de la iglesia?» La
sencilla respuesta a esto es que la obediencia a la Palabra de Dios nunca puede
ser cisma. Es lo que los cristianos debieran haber estado haciendo siempre. Si
los cristianos se reúnen en obediencia a la Palabra de Dios y en conformidad a
la verdad del un cuerpo, nunca podrán constituir una secta; incluso si hubiese
sólo dos o tres que adoptasen este terreno.
«¿Puedes venir a nuestra iglesia?»
A veces nos encontramos con personas que nos preguntan: «¿Querrás venir a
nuestra iglesia?» Es difícil negarse a su invitación, sabiendo que lo hacen con
buena intención, y especialmente cuando no comprenden la fuerza de nuestra
convicción. Cuando respondemos «No, no creemos que sería la voluntad del Señor»,
a menudo se sienten ofendidos. A veces contestan: «¿Cómo es que a vosotros no os
importa que vengamos a vuestras reuniones, pero rehusáis cuando os pedimos que
vengáis a las nuestras? ¡No estáis mostrando amor a otros miembros del cuerpo de
Cristo!» Por nuestra parte, tenemos claro que es antiescriturario abandonar el
terreno escriturario para adoptar el orden de hechura humana en las llamadas
iglesias. Así, no es la falta de amor a las almas en esas denominaciones lo que
nos impide acompañarlas en sus servicios, sino el temor a pecar.
A veces se nos acusa de fanatismo y exclusivismo. Nos preguntamos si jamás esas
personas han ponderado lo que significa cada una de esas palabras. Con respecto
al fanatismo, W. Kelly dijo que es «la adhesión irrazonable, sin una sólida
justificación divina, a la propia doctrina o práctica, en desafío abierto a
todos los demás.» Preguntamos entonces: «¿Es fanatismo abandonar las propias
asociaciones con las iglesias denominacionales para ir con aquellos que desean
reunirse para el culto y el ministerio en conformidad a la Palabra de Dios?» Si
en verdad esas denominaciones están marcadas por la confusión y el apartamiento
de la Palabra de Dios que hemos descrito en las anteriores secciones de este
libro, si en verdad la Escritura no permite a las personas que abrazan o
promueven tales cosas estar en comunión a la mesa del Señor, ¿cómo podría
entonces nadie esperar que seamos tan inconsecuentes como para ir a esas
llamadas iglesias de las que nos hemos separado?
W. Kelly dijo también: «Desde luego que es un fanático, o peor, quien quisiera
apremiarme, o esperar que me uniese a él, en contra de mi convicción positiva de
que al hacerlo pecaría contra Dios. El pecado es un hombre que está haciendo su
propia voluntad, o la voluntad de otro, en lugar de la voluntad de Dios. Si uno
me pide que me aparte de aquello que yo sé que es la voluntad de Dios, es
evidente que pecaría si accediese.»
Esto me recuerda el viejo profeta de Bet-el (1 R. 13). ¡Dicho viejo profeta
intentó que el profeta que había subido de Judá, enviado por el Señor para
clamar en contra del culto antiescriturario de Bet-el, tuviese comunión con él
en el mismo lugar contra el que había clamado! Este viejo profeta hizo esto para
tranquilizar su conciencia, porque entonces podría decir que había habido otros
profetas allí con él. Cuando el profeta de Judá accedió a sus deseos, un león se
encontró con él por el camino y le dio muerte. Esto lo tomamos como una
advertencia. «Porque si vuelvo a edificar las mismas cosas que destruí, me
constituyo transgresor» (Gá. 2:18).
Conclusiones
Como ha visto el lector, hemos presentado un orden para los cristianos que se
reúnen para el culto y el ministerio diferente del tradicionalmente aceptado en
las llamadas iglesias. ¿Qué más es necesario decir con respecto a las
diferencias entre el sistema de hechura humana en la Cristiandad y el orden de
Dios en la Palabra de Dios? Hemos tratado de demostrar en base de la Palabra de
Dios que el orden en las iglesias denominacionales en general, sencillamente, no
es escriturario. Hemos dejado evidente que hay una sencillo modelo en la Palabra
de Dios para los cristianos que se reúnen con este propósito. Y esta fe y
obediencia de nuestra parte son necesarias para practicar estas verdades
escriturarias. Si nos llamamos cristianos y afirmamos que la Biblia es la guía
del cristiano, entonces, ¿por qué no guiarnos con la Biblia cuando se trata de
la cuestión de la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio?
Si un cristiano desea mantenerse en un sistema de orden eclesiástico de hechura
humana, y si quiere usar la Palabra de Dios para respaldar dicho sistema, tendrá
que introducir cosas extrañas en las claras declaraciones de la Escritura. Por
ejemplo, tendrá que inferir que el tabernáculo del Antiguo Testamento es el
modelo del culto cristiano; que cubrirse la cabeza era sólo para las mujeres en
la iglesia local en Corinto; que las mujeres predicaban en reuniones públicas de
la iglesia; que se imponían las manos en los que eran ordenados, etc.
En cambio, aquellos que aceptan de manera sencilla las cosas de la Escritura tal
como Dios las ha dado tendrán la tranquila confianza de que están cumpliendo la
voluntad de Dios. Esto se debe a que hay una paz que procede de hacer la
voluntad de Dios que es conocida sólo por aquellos que andan en ella. Volver al
simple cristianismo bíblico sin todas las añadiduras de la Cristiandad moderna
es ciertamente un privilegio.
Hemos observado, sin embargo, que muchas veces hay animosidad de parte de los
que rechazan el orden de Dios. Y esta animosidad se dirige generalmente contra
los que quieren practicar el sencillo modelo que se da en la Palabra de Dios.
Escoger permanecer en un sistema de culto de hechura humana en la Cristiandad es
una cosa, pero no se puede acusar con razón a alguien por querer estar entre
cristianos que desean practicar el orden de Dios. A fin de cuentas, ¡sólo están
haciendo lo que está en la Palabra de Dios!
Un llamamiento
Queda finalizado nuestro examen y exposición del carácter antiescriturario del
orden eclesiástico tradicional, y presentado el orden de Dios para los
cristianos que se congregan para el culto y el ministerio; nuestra oración y
esperanza es que el lector no entienda mal nuestro propósito en este libro. No
hemos tratado de criticar las diversas denominaciones eclesiales de la
Cristiandad por amor a la crítica, sino para señalar con fidelidad, y esperamos
que con amor, el error de todo el sistema.
Esperamos que a través de las muchas cosas en que hemos incidido pueda haber
traslucido el amor genuino e interés que sentimos por toda la familia de Dios.
Desde el comienzo, nuestro deseo ha sido dar a conocer la verdad, para que todo
el pueblo de Dios pueda conocer y practicar el verdadero cristianismo bíblico,
si sus corazones están dispuestos a ello.
Llamamos ahora al lector a prestar atención a la verdad aquí recopilada. Nuestra
oración es que cada cristiano que lea este material tenga la espiritualidad y
madurez para ver y reconocer la verdad según ha sido presentada. Quiera Dios
darnos la gracia para hacer Su voluntad.
Fuente:
EL ORDEN DE DIOS
Traducción: S. Escuain
Editorial: Christian truth Publishing
16-12240 Horsehoe way
Richmond, B.C. V7A 4X9
CANADÁ