LA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA
VERDAD DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
Expuesto en once conferencias
en Ginebra (1840)
por J.N. Darby
PREFACIO DEL TRADUCTOR
La Iglesia de Dios: ¿Cuál fue su
origen? ¿cuál es su naturaleza, y cuál su destino? ¿Qué propósitos tiene Dios
para con ella? ¿Cuál es su relación o distinción con Israel? ¿Qué hay de la
Segunda Venida de Cristo? ¿Qué es la Primera Resurrección? Estos y otros temas
son tratados con profundidad y esmero en esta serie de conferencias que fueron
pronunciadas por John N. Darby en 1840, hace pues ya 150 años, en la ciudad de
Ginebra. Las conferencias tuvieron un enorme impacto, y el libro producto de las
mismas hizo época, dirigiendo los pensamientos de muchos creyentes a las
enseñanzas de la Escritura acerca de la verdadera naturaleza y vocación de la
Iglesia, y su esperanza. Por fin la lengua castellana tiene a su disposición
esta obra fundamental, breve en extensión, pero con un contenido verdaderamente
vital para la enseñanza de la verdadera esperanza de la Iglesia.
Estas conferencias poseen una calidad muy especial, de gran profundidad
doctrinal y práctica a la vez. Este libro es un clásico en el estudio de la
Iglesia y de su esperanza, en el estudio de Israel y su llamamiento y futuro y
en el estudio del papel y del futuro de las Naciones, exponiendo de una manera
luminosa los principios de la Palabra de Dios acerca de estas cuestiones.
Su resultado es que impulsa al creyente a ajustar su vida a las realidades de la
vocación con que ha sido llamado. Presenta con un peculiar apremio la gran
realidad del Dios soberano de la historia, del Dios fiel a Sus promesas, del
Dios que mandará a Jesucristo, como Rey de reyes y Señor de los que gobiernan,
para recoger a Su Iglesia, juzgar a las naciones, y recoger y salvar al
remanente de Israel, y a cumplir todas las promesas dadas a Abraham, Isaac,
Jacob y David.
En esta obra también se muestra, frente a aquella actitud que quisiera
desprestigiar su estudio, la vital necesidad de considerar atentamente la
palabra profética, «a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha
que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la
mañana salga en vuestros corazones» (1 P 1:19), a fin de mantenernos más y más
cerca de Aquel que dijo: «Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella
resplandeciente de la mañana ... Ciertamente vengo en breve» (Ap 22:16, 20).
Amén; sí, ven, Señor Jesús.
Santiago Escuain
Caldes de Malavella (España)
Otoño de 1990
Conferencias
(capítulos)
1 Introducción
2 La Iglesia y su gloria
3 La segunda venida de Cristo
4 La primera resurrección
5 El progreso del mal sobre la tierra
6 Los dos caracteres del mal
7 El juicio de las naciones
8 Las promesas de Jehová a Israel
9 La decadencia y dispersión de Israel
10 La restauración y bendición terrenal dadas a Israel
11 Recapitulación y conclusión
***
PRIMERA CONFERENCIA
(2 Pedro 1)
Introducción
El cristiano debe tratar de conocer
no sólo la salvación que es en Cristo, sino también todos los frutos de esta
salvación. No sólo debe asegurarse de que está en la casa de su Padre, sino
también gozar de los privilegios de la casa.
Dios «nos llamó por su gloria y excelencia» (2 P 1:3).
Dios nos da, en la gloria de Cristo y de la Iglesia, un porvenir que Él mismo ha
llenado con Sus designios, y el estudio de esta preciosa verdad ocupa nuestros
pensamientos de la manera más útil; y desde luego éste es uno de los objetivos
que Él se ha propuesto al comunicarnos la profecía, la cual nos da, al
revelarnos sus intenciones en calidad de amigos de Él (Jn 15:15; Ef 1:9), el
participar en los pensamientos que le ocupan a Él. No podía darnos Él una prenda
más entrañable de Su amor y confianza (Gn 18:17), ni nada que pudiera tener para
nuestras almas una eficacia más santificadora. En efecto, si el carácter de los
hombres se manifiesta en los objetivos que persiguen, nuestra conducta en el
presente estará marcada por el porvenir de nuestra esperanza; tendrá
necesariamente su reflejo y color. Los que sólo ambicionan posición, los que no
sueñan más que en las riquezas, los que buscan su felicidad en los placeres del
mundo, actúan cada uno de ellos según lo que tienen en sus corazones; sus vidas
respectivas están gobernadas por los objetos en los que han depositado sus
afectos. Lo mismo sucede con la Iglesia. Si los fieles comprendieran su
vocación, la cual es la participación en una gloria venidera plenamente
celestial, ¿que sucedería? Vivirían aquí abajo como extranjeros y peregrinos. Al
conocer las profecías tocantes a esta tierra, comprenderían mejor la naturaleza
de las promesas dadas a los judíos, las distinguirían de las que nos atañen a
nosotros los cristianos; juzgarían el espíritu del siglo, y se librarían de las
preocupaciones humanas, y de inquietudes siempre funestas para la vida
cristiana; aprenderían a apoyarse en Aquel que lo ha dispuesto todo, que conoce
el fin de las cosas desde el principio, y a entregarse totalmente a la esperanza
que les ha sido dada, y a la observancia de los deberes que se derivan de ella.
Se dice generalmente que el verdadero empleo de las profecías es mostrar la
divinidad de la Biblia por medio de las que ya se han cumplido. Y es verdad que
es uno de los usos que se pueden hacer, pero no es el objeto especial por el que
fueron dadas. Han sido dadas no al mundo, sino a la Iglesia, para comunicarle
los pensamientos de Dios, y para servirle de guía y antorcha antes de la llegada
de los acontecimientos que anuncian, o durante el curso de estos
acontecimientos. ¿Que diríamos de alguien que sólo empleara las confidencias de
un entrañable amigo para convencerse más tarde de que ha dicho la verdad? ¡Ay de
nosotros! ¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Hemos perdido hasta tal punto el
sentimiento de nuestros privilegios y de la bondad de Dios? Entonces, ¿no hay
nada para la Iglesia en todas estas santas revelaciones? Porque, desde luego, no
es la Iglesia la que debe preguntarse si Dios, su amigo celestial, ha dicho la
verdad.
Pero aún hay más: la mayoría de las profecías, y, en cierto sentido, se puede
decir que todas ellas, se cumplen al final de la dispensación con la que tenemos
que ver; ahora bien, cuando llegue el cumplimiento de las mismas será demasiado
tarde para convencerse de su veracidad, o para emplearlas para convencer a
otros; el juicio abrumador que caerá sobre los que dudan será su demostración
bien evidente. Tomemos un ejemplo de las predicciones del Señor. ¿A qué buen fin
serviría la advertencia del Señor de que huyeran en tal o cual circunstancia, si
no comprendían por adelantado lo que Él decía, ni creían por adelantado en la
veracidad de Su palabra? Era precisamente este conocimiento y esta fe lo que los
distinguía de todos sus compatriotas incrédulos. Y lo mismo sucede con la
Iglesia: los juicios de Dios caerán sobre las naciones; la Iglesia ha sido
advertida de ello; gracias a la enseñanza del Espíritu Santo, ella lo comprende,
lo cree, y escapa a las desventuras que han de sobrevenir.
Pero se objetará: éstas son ideas puramente especulativas. ¡Ardid de Satanás! Si
yo, elevándome por encima del presente, por encima del sentimiento de mis
necesidades y circunstancias momentáneas; si, saliendo del dominio de los seres
materiales, me proyecto al porvenir, a este campo entregado a la inteligencia
humana, todo será vago y sin influencias, a no ser que lo llene o bien con mis
pensamientos, o bien con los pensamientos de Dios. ¡Mis pensamientos! Mis
pensamientos son mera especulación. Los pensamientos de Dios: es la profecía la
que los expone y desarrolla; por cuanto la profecía es la revelación de los
pensamientos y de los consejos de Dios acerca del porvenir. ¿Quién hay que tenga
el nombre de cristiano y que no se goce de la perspectiva de que «la tierra será
llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar»? Pues bien, ¡he
aquí una profecía! Si nos preguntamos: ¿y cómo se cumplirá?, no es de boca del
hombre que debe salir la respuesta; la palabra de la misma profecía nos instruye
acerca de esta cuestión, y acalla las imaginaciones y la vanagloria de nuestros
orgullosos corazones.
En efecto, aunque la comunión de Dios nos solaza y nos santifica; aunque esta
comunión, que debe ser eterna, nos ha sido ya dada, Dios ha querido actuar en
nuestros corazones por medio de esperanzas positivas, y ha sido necesario que
nos las comunicara para que fueran eficaces, y para que nuestro porvenir no
fuera vago, ni lleno de fábulas ingeniosamente imaginadas. ¡Ah, alabado sea el
Dios de gracia y de bondad! Nuestro porvenir no es ni vago ni lleno de fábulas
ingeniosamente imaginadas. «Porque», dice el Apóstol, queriendo alentar la
piedad, la virtud, el amor fraternal y la caridad en las almas de los fieles, y
hacer que pudieran en todo momento tener memoria de estas cosas, «no os hemos
dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo
fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su
majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada
desde la magnífica gloria una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en el cual
tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando
estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más
segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra
en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en
vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la
Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron, siendo inspirados
por el Espíritu Santo» (2 P 1:16-21).
Al estudiar los rasgos más generales de la profecía, examinaremos estos tres
grandes temas: la Iglesia, las naciones y los judíos.
Al proseguir este estudio, hallaremos, según la medida de la luz que nos ha sido
dada, un resultado de lo más grato, esto es, el pleno desarrollo de las
perfecciones de Dios según los dos nombres o caracteres bajo los que se ha
revelado en sus relaciones con nosotros. A los judíos se reveló como Jehová
(Éxodo 6:3); a la Iglesia, como Padre. Como consecuencia, Jesús es presentado a
los judíos en calidad de Mesías, centro de las promesas y de las bendiciones de
Jehová hacia su nación; a la Iglesia se aparece como el Hijo de Dios, reuniendo
consigo a sus «muchos» hermanos, y compartiendo con nosotros Sus títulos y
privilegios. Somos «hijos de Dios», «miembros de su familia» y «coherederos del
Primogénito», el cual es la expresión de toda la gloria de Su Padre. En la
consumación de los siglos, cuando Dios reunirá todas las cosas en Cristo,
entonces se verificará el pleno sentido del nombre bajo el que se reveló a
Abraham, de aquel nombre bajo el que fue adorado por Melquisedec, el tipo de
sacerdote regio, que será el centro como la certidumbre de la bendición de la
tierra y de los cielos reunidos --del nombre de «el Altísimo, poseedor de los
cielos y de la tierra».
SEGUNDA
CONFERENCIA
(Efesios 1)
La Iglesia y su gloria
De los tres objetos que indiqué en
nuestra primera conferencia como tema de nuestro estudio, el primero que
consideraremos es el de la Iglesia y su gloria. Nos introduce, como hemos dicho,
a lo que pertenece al Padre, el carácter bajo el que Dios se nos ha revelado, y
de donde derivan para la Iglesia los frutos de la gracia y de todas las
circunstancias de su estado en la gloria, como se derivaban para Israel del
nombre de Jehová. Y ahora podemos agregar otro principio destacado en la
Epístola a los Efesios, y estrechamente relacionado con nuestro tema principal:
que el Padre ha dado la Iglesia a Cristo como Su Esposa, de manera que ella
participará plenamente en toda Su gloria. Al adoptarnos como hijos suyos, el
Padre nos ha asociado a los derechos y a la gloria del Hijo, el primogénito
entre muchos hermanos. Como Esposa de Jesús, nos gozamos en todos los
privilegios que le pertenecen, en virtud de Su incomparable amor.
El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en Su mano. He aquí el primer
gran principio que deseo presentar. Y de la manera en que el Hijo ha glorificado
al Padre, así el Padre glorifica al Hijo.
Un segundo principio es que nosotros participaremos de la gloria del Hijo, como
está dicho (Juan 17:22): «Y yo les he dado la gloria que me diste». Y ello para
que el mundo sepa que el Padre nos ama como ama al mismo Jesús. Al vernos en la
misma gloria, el mundo quedará convencido de que nosotros somos objeto del mismo
amor; y la gloria que tendremos en el día postrero será simplemente la
manifestación de esta preciosa y asombrosa verdad.
Así, la esperanza de la Iglesia no es sólo la de ser salva, la de escapar de la
ira de Dios, sino la de tener la gloria del mismo Hijo. Lo que constituye la
consumación de su gozo es ser amada por el Padre y por Jesús; y, después, como
consecuencia de este amor, ser glorificada. Además, le plugo al Padre comunicar
el pleno conocimiento de estas riquezas, y de darnos las arras por la presencia
del Espíritu Santo en todos los salvados.
Antes de desarrollar estas ideas mediante otros testimonios de la palabra de
Dios, ideas que no hemos derivado más que de esa fuente, hagamos algunas
observaciones acerca del capítulo que hemos leído.
Ya desde las primeras líneas, Dios se nos presenta como Padre, y en las
relaciones ya indicadas.
Él es «nuestro Padre» (v. 2), y «el Padre de nuestro Señor Jesucristo».
Hasta el versículo 8 inclusive, el apóstol expone la salvación. Dios nos ha «
predestinado para ser adoptados hijos suyos ... para alabanza de la gloria de su
gracia»; y esta salvación está efectuada de una manera real: «Tenemos redención
por su sangre».
En los versículos 8-10 vemos que esta gracia de la salvación nos introduce por
su poder real, por el Espíritu Santo, en el conocimiento del determinado
propósito de Dios en cuanto a la gloria de Cristo: esto es una prueba
conmovedora, como hemos dicho ya, del amor de Dios, que nos trata como amigos, y
que tranquiliza nuestra alma de una manera inefable, al permitirnos ver a dónde
llegarán todos los esfuerzos y toda la agitación de los hombres de este mundo.
He aquí el determinado propósito de Dios: Dios reunirá todas las cosas en
Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
La participación de la iglesia en la gloria
A continuación tenemos, desde el
versículo 11, nuestra participación, todavía futura, en la gloria así dispuesta;
y además se nos da el sello del Espíritu mientras esperamos esta gloria. «En él
asimismo tuvimos herencia ... a fin de que seamos para alabanza de su gloria.»
Antes del versículo 8 se trataba de «la alabanza de la gloria de su gracia»;
ahora se trata de «la alabanza de su gloria» (v. 12); y luego, «habiendo creído
en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras
de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza
de su gloria» (v. 14). El resto del capítulo es una oración del apóstol para que
los fieles comprendan su esperanza, y el poder de la resurrección y de la
exaltación de Cristo, con quien está unida la Iglesia, y que este poder de Él
actúa en ellos.
Esta posición de la Iglesia rescatada, que goza de la redención, y que espera
asimismo la redención de la herencia, tiene su tipo perfecto en Israel. Este
pueblo, rescatado de Egipto, no entró en el acto en Canaán, sino en el desierto,
mientras que la tierra de Canaán seguía en poder de los cananeos. La redención
de Israel había sido consumada, pero no la redención de la herencia. Los
herederos habían sido redimidos, pero la herencia no había sido aún libertada de
manos de los enemigos. «Y estas cosas», dice el apóstol, «les acontecieron [a
los israelitas] como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros [a
la Iglesia], a quienes han alcanzado los fines de los siglos» (1 Co 10:11).
Cristo espera el momento en el que tomará la Iglesia para Sí, para que todo le
sea sujetado, sujetado no sólo por derecho, sino también de hecho, en aquel
momento solemne en el que Jehová pondrá a todos Sus enemigos por escabel de Sus
pies. Y hasta que no llegue este momento, guardado en secreto en la profundidad
de los consejos divinos,1 Él se ha sentado a la diestra de la Majestad en las
alturas.
Cristo tomará la herencia de todas las cosas como hombre, a fin de que la
Iglesia, redimida por Su sangre, pueda heredar todas las cosas con Él,
coheredera purificada de una herencia que Él mismo habrá purificado.
Recordemos, pues, estos dos principios:
1.Cristo, en los consejos de Dios, posee todas las cosas.
2.En su calidad de Esposa de Cristo, la Iglesia participa en todo lo que Él
tiene, en todo lo que Él es, excepto Su eterna divinidad, aunque, en cierto
sentido, somos hechos partícipes de la naturaleza divina (2 P 1:4).
Cristo es heredero de todo
Pasemos a los pasajes que
desarrollan los pensamientos que hemos estando contemplando. Se nos dice que
todas las cosas son para Cristo. Él ha sido constituido «heredero de todo» (He
1:2). Todas las cosas son de derecho suyas, por cuanto Él es el Creador (Col
1:15-18). Observemos en este pasaje dos primacías de Cristo: Él, desde el
principio, es llamado «primogénito [esto es, cabeza] de toda la creación»,
luego, «primogénito de entre los muertos», cabeza de la Iglesia que es Su
cuerpo. Ésta es una distinción que arroja mucha luz sobre nuestro tema. Todas
las cosas han sido creados por Él y también para Él. Y también las poseerá como
hombre, el segundo Adán, a quien Dios ha querido, en Sus consejos, sujetar todas
las cosas.
Esto es lo que leemos en el Salmo 8, y que es aplicado a Cristo por Pablo (He
2:6), y que es de hecho la piedra angular de la doctrina del apóstol acerca de
esta cuestión. Él cita tres veces este salmo en sus epístolas, en los pasajes
que presentan la idea principal de la sujeción de todas las cosas al Hombre
Cristo, bajo tres aspectos distintos, cada uno de ellos importante para
nosotros.
1.Según Hebreos 2:6, la profecía no está aún cumplida, pero la Iglesia tiene, en
el cumplimiento parcial de lo anunciado en este pasaje, la prenda de su
cumplimiento total. Todas las cosas no han sido todavía sujetadas a Jesús; pero,
mientras tanto, Jesús ya ha sido coronado de gloria y honra, lo que es una
cierta prenda de que lo restante se cumplirá a su tiempo. Bajo la actual
dispensación, cuyo objeto es el recogimiento de los coherederos, no le están
sujetas todas las cosas; pero Él está glorificado, y los fieles reconocen Sus
derechos. Tenemos entonces en Hebreos 2:1 la aplicación del pasaje citado del
Salmo 8:5, 6, y se nos advierte de que todavía no se ha dado la sujeción de
todas las cosas al segundo Adán.
2.En Efesios 1:20-23 vemos igualmente a Jesús exaltado, elevado soberanamente a
la diestra de la Majestad en las alturas, y también se pone ante nosotros la
sujeción de todas las cosas a Sus pies, pero como teniendo por efecto la
introducción de la Iglesia dentro de esta misma gloria. Jesús nos es presentado
dentro de esta gloria como cabeza de la Iglesia, que es Su cuerpo, la plenitud
de Aquel que todo lo llena en todo; ésta es otra verdad en la que hemos
insistido.
3.Luego se nos muestra, en Corintios 15, la glorificación de Jesús y la sujeción
de todas las cosas a Él, aunque desde otra perspectiva, es decir, como teniendo
que darse en la resurrección, en base de cuya potencia Jesús ha sido declarado
el postrer Adán, y como un reino que Él poseerá como hombre, y que deberá
entregar a Dios Padre. Luego Él mismo, como postrer Adán, se sujetará a Aquel
que le sujetó todas las cosas -- en lugar de reinar como Hombre, como lo habrá
estado haciendo hasta entonces, sobre todas las cosas: todas, naturalmente,
menos sobre Aquel que las ha sujetado a Él.
Vemos pues que se trata de una sujeción de todas las cosas a Cristo que es aún
futura, de un dominio que compartirá con la Iglesia en tanto que ella es Su
cuerpo, y que tendrá lugar, como consecuencia, cuando tenga lugar la
resurrección de este mismo cuerpo, de la Iglesia; se trata, en fin, de un poder
que Él entregará a Dios Padre, en el tiempo decretado, para que Dios sea todo en
todos.
Cristo, glorificado ahora personalmente, mientras espera el recogimiento de Su
Iglesia, está sentado en el trono de Dios, esperando hasta que quede completada,
hasta que llegue el momento en que Él sea investido de Su poder regio, y que
Jehová ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies.
De los pasajes citados surge una distinción sumamente importante, y será
necesario destacarla: Además de la reconciliación de la Iglesia tenemos la
reconciliación de todas las cosas. Ya habrá sido entrevista en la lectura de la
Escritura con la que hemos comenzado nuestra reunión. Hemos visto que el
determinado propósito de Dios es reunir todas las cosas en Cristo; que la
reconciliación de la Iglesia nos es presentada, en los versículos que preceden
al versículo 8, como una cosa ya cumplida, y su gloria como una cosa futura, de
la que sólo tenemos por ahora las arras por la presencia del Espíritu Santo en
nosotros después de haber creído. Pero vemos, en el capítulo 8 de la epístola a
los Romanos, que la liberación de la creación tiene que tener lugar en la época
de la manifestación de los hijos de Dios. En cuanto a nuestro tiempo presente, o
sea, mientras Cristo está sentado a la diestra de Dios, todo está en un estado
de desdicha; toda la creación permanece encadenada en corrupción. Es cierto que
estamos redimidos, y también que ya se ha dado el precio de la redención por la
creación, y además que hemos recibido las primicias del Espíritu Santo como las
arras de la gloria; pero todo esto en espera de que el Dios Fuerte ejercite Su
poder, y que reine y sea el poseedor de hecho, como lo es de derecho, de los
cielos y de la tierra. Unidos por nuestros cuerpos a la creación caída, así como
por el Espíritu lo somos a Cristo, tenemos, de un lado, la certidumbre de ser
hijos aceptados, hechos aptos en el Amado, y el gozo de la herencia en esperanza
por el Espíritu, que es las arras; pero, por otro lado, por el mismo Espíritu,
emitimos los suspiros y los gemidos de la creación, de cuyas miserias
participamos por este cuerpo mortal. Todo está en desorden, pero conocemos a
Aquel que nos ha rescatado, y que nos ha hecho herederos de todas las cosas, que
nos ha iniciado en el amor del Padre. Nos regocijamos de estos privilegios,
pero, comprendiendo asimismo la bendición que se extenderá sobre la herencia
cuando Cristo la venga a tomar y nosotros aparezcamos en gloria, sintiendo al
mismo tiempo el triste estado en que se encuentra actualmente esta herencia,
servimos, por el Espíritu, de canal para estos gemidos que suben ante el trono
del Dios de misericordia.
El pasaje ya citado en parte de la epístola a los Colosenses constata esta
distinción de manera muy clara. Se dice, en el versículo 20: «Y por medio de él
reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que
están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de la cruz. Y a vosotros
[los fieles] también ... ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por
medio de la muerte.» La Iglesia está ya reconciliada. Las cosas de los cielos y
de la tierra serán reconciliadas posteriormente, según la eficacia de Su sangre
ya derramada.2 El orden de las ceremonias en el gran Día de la Expiación
expresaba tipológicamente esta reconciliación, pero con una especial relación,
cuando se trata de los detalles, con la parte que los judíos tendrán en estas
bendiciones.
Vemos claramente en Colosenses 1:16 cuáles son las cosas que quedan comprendidas
dentro de esta reconciliación: «Todas las cosas fueron creadas por él y para
él». Todas las cosas que Él ha creado como Dios las herederará como restaurador
de todas las cosas. Si hubiera, por así decirlo, tan sólo una brizna de hierba
que no quedara sujeta al poder de Cristo en bendición, Satanás habría
conquistado alguna cosa perteneciente a Cristo, a Sus derechos y a Su herencia.
Y ahora será el juicio el que vindicará todo el legítimo derecho de Cristo.
Además, Cristo, cuando venga, será la fuente de gozo para todas las
inteligencias creadas, gozo reflejado y exaltado por la bendición que se
extenderá a toda la creación, por cuanto el gozo de ver la dicha de otros, y
también la procedente de la liberación de toda la creación de la esclavitud de
la corrupción, es una parte divina de nuestro regocijo; participaremos de esta
dicha con el Dios de toda bondad.
La posición celestial de la Iglesia
En cuanto a nosotros, será en los
«lugares celestiales» que hallaremos nuestro lugar. Las bendiciones espirituales
en los lugares celestiales que ya incluso ahora disfrutamos en esperanza, aunque
estorbados de muchas maneras, serán desde aquel día, para nosotros, cosas
naturales, esto es: nuestro estado permanente y normal, si puedo decirlo así.
Pero la tierra no dejará de sentir los efectos de esto mismo. Los poderes
espirituales de maldad en lugares celestiales (Ef 6:12) serán reemplazados por
Cristo y Su Iglesia, dejando de ser las causas continuas y fecundas de las
desdichas de un mundo sujeto a su poder por el pecado. Bien al contrario, la
Iglesia, con Cristo, reflejando la gloria de la que participará, y gozando de la
presencia de Aquel que es para ella la fuente y la plenitud, resplandecerá sobre
el mundo en bendición; y las naciones que hayan sido salvas caminarán bajo su
luz. Y ella, «ayuda idónea», semejante a Él en su gloria, llena de los
pensamientos de su Esposo, y gozando de Su amor, será el instrumento libre y
digno de Sus bendiciones, así como también la demostración vibrante de la
eficacia de las mismas. Por cuanto Dios ha hecho estas cosas «para mostrar en
los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con
nosotros en Cristo Jesús». La tierra gozará de los frutos de la victoria y de la
fidelidad del postrer Adán, y será el magnífico testimonio a la vista de los
principados y de las potestades, como es ahora, por el caos provocado por el
pecado, testimonio de la debilidad, de la ruina y de la iniquidad del primer
Adán. Y, sin duda alguna, el gozo más excelente, el gozo supremo, será la
comunión del Esposo y del Padre; pero ser testimonio de Su bondad, y tener parte
y ser instrumento de ella para con un mundo caído es desde luego gustar de los
gozos divinos; por cuanto Dios es amor.
Queridos amigos, es esta tierra en la que moramos la que Dios ha querido tomar
para hacer de ella el escenario de la manifestación de Su carácter y de Sus
obras de gracia. Es en esta tierra que el pecado entró y se arraigó; aquí es que
Satanás ha exhibido su energía para el mal; aquí es que el Hijo de Dios fue
humillado, donde murió y resucitó; es sobre esta tierra que el pecado y la
gracia han surtido todos sus efectos; es sobre esta tierra donde el pecado
abundó, y donde la gracia ha sobreabundado. Si Cristo está ahora escondido en el
cielo, es sobre esta tierra que será revelado; es sobre ella que los ángeles han
llegado a comprender mejor las profundidades del amor de Dios; sobre ella que
aprenderán los resultados de este amor, cuando se manifiesten gloriosamente.
Sobre esta tierra donde el Hijo del Hombre fue humillado, el Hijo del Hombre
será glorificado. Si esta tierra es por ella misma poca cosa, lo que Dios ha
hecho y lo que Dios hará no son poca cosa para Él. Para nosotros (esto es, la
Iglesia), los lugares celestiales son la ciudad donde moraremos, por cuanto
nosotros somos los coherederos (y no la herencia); nosotros somos herederos de
Dios y coherederos de Cristo, pero la herencia es necesaria para la gloria de
Cristo, así como los coherederos son el objeto de Su amor más entrañable, Sus
hermanos, Su esposa.
Así, queridos amigos, os he expuesto, reconozco que de manera breve y débil, el
destino de la Iglesia. Sólo el Espíritu puede hacernos sentir toda la dulzura de
la comunión del amor de Dios, y la excelencia de la gloria que nos ha sido dada.
Pero, al menos, os he señalado suficientes pasajes de la Palabra para llevaros a
comprender -con la ayuda del Espíritu Santo, la cual impetro para todos vosotros
como para mí mismo- los pensamientos que quería compartiros esta tarde. El
resultado evidente es que estamos viviendo durante el tiempo en el que los
herederos están siendo recogidos, y que hay una dispensación venidera cuya
instauración veremos cuando vuelva el Salvador: aquella en la que los herederos
gozarán de la herencia de todas las cosas; en la que todas las cosas quedarán
sometidas a Cristo y a Su Iglesia unida a Él y revelada con Él. Lo que seguirá a
continuación no es ahora nuestro objeto: me estoy refiriendo al último período,
en el que Dios será todo en todos, y donde Cristo mismo, como Hombre, quedará
sujeto a Dios, y cabeza de una familia eternamente bendecida, en la comunión del
Dios que la ha amado, y que tendrá Su tabernáculo en medio de ella: Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo, eternamente bendito. Amén.
Es ocupándose de estos temas que por el Espíritu la llenan de esperanza que la
Iglesia será separada del mundo y se revestirá del carácter que le es propio
como la novia comprometida de Cristo, a quien le debe todos sus afectos y todos
sus pensamientos.
TERCERA
CONFERENCIA
(Hechos 1)
La segunda venida de Cristo
Deseo ahora hablaros acerca de la
venida de Cristo. Hay muchas cuestiones que se relacionan con este
importantísimo hecho, como, por ejemplo, el reinado del Anticristo; pero esta
tarde me centraré en el acontecimiento mismo de la venida del Señor.
He comenzado esta sesión leyendo Hechos 1, por cuanto la promesa del regreso del
Señor nos es presentada como la única esperanza de los discípulos, y el primer
tema que debía fijar la atención de los mismos, cuando seguían en vano con su
mirada al Señor en Su ascensión, que iba a quedar escondido en Dios.
En este capítulo hay tres cosas a observar con motivo de la ascensión del Señor.
La primera es que los discípulos deseaban saber cuándo y cómo iba Dios a
restaurar el reino a Israel. Ahora bien, Jesús no les dijo que este reino no
sería restaurado, sino más bien lo contrario; les dice sólo que la época de esta
restauración no está revelada. La segunda es que el Espíritu Santo vendría; y la
tercera es que mientras los discípulos estaban con la vista fijada en el cielo,
se les aparecieron dos ángeles, que les dijeron: «¿Por qué estáis mirando al
cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá
como le habéis visto ir al cielo».
Sí; tenían que esperar el regreso de Cristo.
Si estudiamos la historia de la Iglesia, la veremos decaer en precisamente la
misma proporción en la que pierde de vista el regreso del Señor, y en que la
espera del Salvador desaparece de los corazones. Al olvidar esta verdad se
debilita, se vuelve mundana. Pero quiero demostraros, sin querer apartarme del
ámbito de la Palabra, sino mediante ella, cómo este pensamiento del regreso de
Cristo dominaba la inteligencia, sostenía la esperanza e inspiraba la conducta
de los apóstoles. Y lo haré mediante citas textuales de diversos libros del
Nuevo Testamento.
Hechos 3:19-21: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados
vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio, y él envíe a Jesucristo ...» El Espíritu Santo ha venido; Él ha
permanecido con la Iglesia; pero los tiempos de refrigerio vendrán «de la
presencia del Señor», cuando Él enviará a Jesucristo. Es imposible aplicar este
pasaje al Espíritu Santo, por cuanto Él ya había descendido entonces, y era Él
quien decía, por boca del Apóstol: «A quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas...» Y, de hecho,
el Espíritu Santo no ha restaurado todas las cosas. En base de este pasaje, el
propósito atribuido al que debe venir no es el de juzgar a los muertos, ni que
el mundo sea quemado y destruido; Su propósito es, ante todo, «la restauración
de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas».
Escrituras que hablan de la venida del Señor
Os cito estos pasajes para que
comprendáis qué es lo que yo entiendo por la venida del Señor; no tenemos aquí
el juicio de los muertos, ni el Gran Trono Blanco; de lo que se trata es del
regreso personal de Jesucristo, presente y visible, cuando será enviado del
cielo. Si comparamos estos versículos con el pasaje en Apocalipsis 20, veréis
con claridad que la venida de Jesucristo y el juicio de los muertos son dos
acontecimientos distintos; que cuando tenga lugar el juicio de los muertos no se
habla de que Cristo vuelva del cielo a la tierra, porque se dice que entonces el
cielo y la tierra huirán de delante de Su rostro.
El Señor volverá a la tierra.
Veamos ahora como ya desde el principio Él mismo, y luego el Espíritu Santo por
medio de los Apóstoles, dirigen constantemente nuestra atención a este regreso
personal.
Mateo 24:27-30: «Entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al
Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo». Desde luego, la expedición
de Tito contra Jerusalén no fue la venida del Señor en las nubes del cielo.
Tampoco se trata del juicio de los muertos ante el tribunal del Gran Trono
Blanco. En este tiempo ya no hay tierra, mientras que en el tiempo del pasaje
citado están presentes las naciones de la tierra, y se trata de un
acontecimiento que tiene que ver con esta tierra. «Y se lamentarán todas las
tribus de la tierra.» No se trata de un milenio como consecuencia de la
aplicación del poder del Espíritu Santo; son las tribus de la tierra que se
lamentarán cuando verán al Señor Jesús. Versículo 33: «Así también ... cuando
veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas».
Mateo 24:42-51. La fidelidad de la Iglesia dependería de la atención continua
que diera a esta verdad del regreso de Cristo. Desde el momento en que comienza
a decir «Mi señor tarda en venir», comienza a dominar de manera tiránica y a
volverse mundana. «También vosotros estad preparados», dice Jesús, «porque el
Hijo del Hombre [no la muerte] vendrá ...»
Mateo 25:1-13. La espera del regreso de Cristo es la medida exacta, el
termómetro, por así decirlo, de la vida de la Iglesia. Así como el siervo se
volvió infiel en el momento en que dijo «Mi Señor tarda en venir», así también
sucedió con las diez vírgenes, porque se dice que todas se durmieron. Además, no
era ni al Espíritu Santo, ni a la muerte, que tenían las vírgenes que esperar
con fidelidad, porque ni la muerte ni el Espíritu Santo son el Esposo de la
Iglesia. Todas las vírgenes se encontraron en la misma situación; las prudentes
(los santos verdaderos), lo mismo que las insensatas que carecían del aceite del
Espíritu Santo, se durmieron juntas, olvidando el regreso inminente de Cristo.
En Marcos 13 tenemos casi lo mismo. El versículo 26 nos impide aplicar este
pasaje a la invasión de los romanos;3 y cuando en el versículo 29 se dice: «Está
cerca, a las puertas», no se está hablando del juicio de los muertos, ni del
Gran Trono Blanco. En la época del Gran Trono Blanco no habrá casas a las que
pueda hacerse referencia.
Sólo aparecen cuatro pasajes en el Nuevo Testamento que se refieran al gozo del
alma de los que han muerto en el Señor. El primero es cuando el ladrón le dice
al Señor: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Aquí él estaba pensando
en la venida de Jesús en gloria, que era una verdad con la que los judíos
estaban familiarizados. Y el Señor le respondió: Para esto no tienes que esperar
a que vuelva: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». El segundo pasaje es el
referente a Esteban, que dijo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» El tercero es
aquel en el que Pablo dice: «Ausentes del cuerpo, presentes con el Señor» (2 Co
5). El cuarto, en Filipenses 1:22, 23, donde el apóstol dice: «No sé entonces
qué escoger ... teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es
muchísimo mejor.» En efecto, es muchísimo mejor esperar la gloria estando
presente con Cristo en el cielo, que quedándonos aquí abajo; no que vayamos a la
gloria cuando partimos, sino que dejamos el pecado, quedamos al abrigo del
pecado, y gozamos del Señor sin pecar. Sí, éste es un estado muchísimo mejor,
pero es asimismo un estado de espera, como el estado en que está el mismo
Cristo, sentado a la diestra del Padre, y esperando lo que falta.
Lucas 12:35: «Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas...».
Aquí nos encontramos otra vez con la parábola del siervo infiel. Pero aquí el
Señor añade que el siervo «que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó
(aquí tenemos la cristiandad), recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla
(aquí tenemos a los paganos), hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco».
Todos serán juzgados, pero la cristiandad está en un estado infinitamente peor
que el de los judíos o el de los paganos.
Lucas 17:30: «Así será el día en que el Hijo del hombre se manifieste».
Lucas 21:27: «Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con
poder y gran gloria». La higuera, de la que el Señor habla en este contexto, es
de manera especial el símbolo de la nación judía. «Velad, pues,» añade Él, «en
todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos ... de estar en pie delante del
Hijo del Hombre.» Estos dos capítulos de Lucas, esto es, el 17 y el 21, lo mismo
que Mateo 24 y Marcos 13, tienen que ver con los judíos. A estos se puede añadir
Lucas 19, donde los siervos llamados y los enemigos que rechazaron al noble son
bien claramente los servidores de Cristo y la nación judía (véanse los vv. 12,
13, 27).
Juan 14:2: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay... voy pues, a preparar
lugar para vosotros. Y ... vendré otra vez». El Señor mismo vendrá a tomar la
Iglesia, a fin de que la Iglesia esté donde Él está.
Hechos 1:11: «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así
vendrá ...»
Hechos 3:20. Aquí tenemos la predicacion del apóstol a los israelitas:
Convertíos, y Jesús volverá. Vosotros habéis dado muerte al Príncipe de la vida,
habéis negado al Santo y al Justo; Dios lo ha resucitado. Arrepentíos, y Él
volverá. Pero no quisieron convertirse. Durante tres años Jesús había estado
buscando en vano fruto en la higuera. Y bien al contrario, los viñadores dieron
muerte al Hijo de Aquel que los había establecido sobre la viña. El Hijo de
Dios, Jesús, pidió para ellos el perdón, desde la cruz, de donde Su voz es
todopoderosa, diciendo: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen». Mientras
tanto, el Espíritu Santo, por boca del apóstol, responde a la intercesión de
Jesús: «Sé que por ignorancia lo hicisteis»: arrepentíos, entonces, y Él
volverá: «Arrepentíos ... para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio...» Pero sabemos que se resistieron obstinadamente al Espíritu Santo
(Hch 7:51).
Hechos 3:20, 21: «Y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien
de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración
de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han
sido desde tiempo antiguo.»
Aquí tenemos el gran fin de todos los consejos de Dios. Tal como hemos visto
antes el secreto de Su voluntad, que Dios reunirá todas las cosas en Cristo,
vemos aquí que Él ha hablado de esto mismo, en lo que toca a las cosas
terrenales, por boca de sus santos profetas. ¿Y cómo se cumplirán estas cosas?
¿Por el derramamiento del Espíritu Santo? No, porque se dice que esto tendrá
lugar cuando envíe a Jesús. Sin duda alguna, yo creo que el Espíritu Santo será
derramado, y de manera especial sobre los judíos; pero, en el pasaje que estamos
contemplando, este acontecimiento tendrá lugar por la presencia de Jesús. No es
del cielo de lo que se trata aquí. No puede haber una revelación más explícita
de que las cosas de las que hablaron los profetas tendrán su cumplimiento cuando
Jesús sea enviado. No sé cómo se puede esquivar el sentido y la sencillez de
esta declaración.
Vemos la caída, la ruina del hombre; vemos también a toda la creación sujeta a
la servidumbre de la corrupción. La Esposa desea que el Esposo sea manifestado.
No es el Espíritu Santo el que restaurará la creación ni el que es heredero de
todas las cosas: es Jesús. Cuando Jesús sea manifestado en gloria, el mundo lo
verá, mientras que al Espíritu Santo no lo puede ver.
Toda rodilla se doblará al nombre de Jesús. La obra del Espíritu Santo no es la
de restaurar todas las cosas aquí abajo, sino la de anunciar a Jesús que ha de
volver. Una vez más, es el Espíritu Santo quien dijo, por boca de Pedro: «A
quien de cierto es necesario que el cielo reciba». ¿Que reciba a quién?... No al
Espíritu Santo; Él ya había descendido; y a nosotros nos toca creerle.
Paso ahora a las Epístolas, para ver también en ellas cómo la venida del
Salvador era la esperanza constante y viva de la Iglesia.
Vemos claramente en Romanos 8:19-22 a toda la creación en suspenso, hasta el
momento de Su manifestación; compárese con Juan 14:1-3 y Colosenses 3:1, 4.
También en 1 Corintios 1:7: «De manera que nada os falta en ningún don,
esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.»
Efesios 1:10. De este pasaje ya hemos hablado. Por cuanto en el juicio final ya
habrán desaparecido los cielos y la tierra, es antes de esta época que Dios
reunirá todas las cosas en Cristo.
Filipenses 3:20, 21: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde
también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el
cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria
suya, ...»
Colosenses 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros
también seréis manifestados con él en gloria.»
Las dos epístolas a los Tesalonicenses giran enteramente en torno a este tema.
1 Tesalonicenses. Todo tiene lugar con vista a la venida de Cristo; todo lo que
dice Pablo de su gozo y de su obra tiene relación con ella.
Ya en primer lugar, la conversión misma tiene relación con esta verdad (1:10).
Los fieles de Tesalónica, que habían servido de ejemplo a los de Macedonia y de
Acaya, y cuya fe era tan célebre que no había necesidad de decirles nada, se
habían convertido «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y
esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien
nos libra de la ira venidera». Es de destacar que esta iglesia, una de las más
florecientes de aquellas a las que los apóstoles escribieron, sea precisamente
la que el Señor escoge para revelar con mayores detalles las circunstancias de
Su venida. «El secreto de Jehová es para los que le temen.»
Así era la fe de los Tesalonicenses: por todo el mundo se hablaba de la misma,
esto es, que esperaban a Jesús de los cielos. Y a nosotros nos toca tener esta
misma fe que tenían los Tesalonicenses. Y es necesario esperar al Señor, como
ellos lo hacían, antes del período de los mil años. Y, desde luego, ellos no
estaban diciendo: Pasarán mil años antes que el Señor vuelva. Cap. 2:19: «Porque
¿cuál es nuestra esperanza ...? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor
Jesucristo, en su venida?»
Capítulo 3:13: «Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en
santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo
con todos sus santos.» Ésta es la idea dominante de los pensamientos y de los
afectos del apóstol.
Capítulo 4:13-18. Es destacable que la única consolación que el apóstol ofrece a
los que estaban alrededor de un lecho de muerte de un fiel es su regreso con
Jesús y su mutuo reencuentro. La costumbre es decir: «¡Oh, consuélate; se ha ido
a la gloria, y pronto le seguiremos.» Pero no es éste el pensamiento del
apóstol; bien al contrario, la consolación que les da a los que compartían los
últimos momentos de los fieles es: Consolaos: Dios los volverá a traer. Es
preciso que tenga lugar un enorme cambio en los sentimientos habituales de los
cristianos, porque la única consolación que el apóstol ofrece es considerada hoy
día como una insensatez. Los fieles de Tesalónica estaban hasta tal punto
impregnados del pensamiento del regreso de Cristo que no se imaginaban poder
morir antes de tal acontecimiento; y cuando uno de ellos partía, sus amigos se
afligían temiendo que no estaría presente en aquel feliz momento. Pero Pablo los
tranquiliza diciéndoles que «así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él». Podemos comprender, por medio de este ejemplo, cómo la Iglesia
ha puesto a un lado la esperanza que llenaba el espíritu de los primeros fieles;
hasta qué punto nos hemos alejado del pensamiento apostólico que hemos puesto en
su lugar la idea de un estado intermedio de bienaventuranza (el alma separada
del cuerpo), un estado que sin duda es cierto, y superior desde luego a nuestro
estado sobre la tierra, pero vago, y que es además un estado de espera. El mismo
Jesús espera, y los santos muertos esperan.
No deseo en absoluto debilitar la verdad de este estado intermedio de
bienaventuranza; el apóstol habla así del mismo (2 Co 5:2): «Y por esto también
gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues
así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en
este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados,
sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida... Así que vivimos
confiados siempre», etc. Es decir: Si el cuerpo mortal no queda absorbido por la
vida (no es transmutado), la confianza que tengo no queda interrumpida en el
momento de la muerte; ya he recibido la vida de Cristo en mi alma, y no podrá
dejar de ser. Puede llegar el momento en que yo fallezca, pero la vida de mi
alma no queda por ello afectada; ya tengo la vida de Cristo; y si parto, será
para estar con Él.
Otra observación todavía acerca de 1 Tesalonicenses 4:15-17: «Luego nosotros los
que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos
en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el
Señor.»
Si el apóstol hubiera estado esperando un milenio del Espíritu Santo antes de la
venida de Jesús, ¿cómo habría podido decir: Los que vivimos, los que hayamos
quedado aún para la venida de Cristo? Para él se trataba, entonces, de una
continua espera de la venida de Cristo, de la que no sabía el momento, pero que
tenía motivos de esperar. ¿Acaso estaba engañado en esto? No, en absoluto; tan
sólo esperaba; y esta espera tenía el buen fruto de que lo mantenía en perfecta
separación del mundo. Si esperáramos de un día para el otro la llegada del
Señor, ¿dónde quedarían todos estos planes que se hacen para la familia, para la
casa, para lisonjear la soberbia de la vida, para enriquecerse? Lo que forma
nuestro carácter es la naturaleza de nuestra esperanza, y, cuando venga el
Señor, Pablo gozará de los frutos de su espera. La esperanza que lo animaba
produjo sus hermosos frutos; fue debido a esta esperanza que dijo: «Todo vuestro
ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5:23).
1 Tesalonicenses 5:2-4. Obsérvese que este día no ha de sorprender a los
creyentes como ladrón.
2 Tesalonicenses 1:9, 10; 2:3-10. En lugar de un mundo bendecido por un milenio
sin la presencia de Jesús, observamos al hombre de pecado yendo de mal en peor,
hasta que es destruido por la manifestación de la venida de Cristo. Esto
constituye evidentemente una prueba de que este milenio del Espíritu a solas es
falso, por cuanto el misterio de iniquidad, que ya comenzó en tiempos del
apóstol Pablo, debía proseguir hasta que se manifestara el hombre de pecado, que
será destruido por la manifestación del mismo Cristo en Su venida, con el
espíritu de Su boca.4 Y en un estado de cosas así, ¿dónde queda lugar para tal
milenio?
1 Timoteo 6:14-16: Guarda «el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la
aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará el
bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que
tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los
hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno.
Amén.»
2 Timoteo 4:1: «Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará
a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino.»
Tito 2:11-13. La gracia ha aparecido, mostrándonos la forma de vivir, primero, y
luego la esperanza de la gloria. La aparición de la gracia ya tenido lugar; y
ella nos enseña a esperar la manifestación gloriosa.
Hebreos 9:28: «Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los
pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para
salvar a los que le esperan». Como Sumo Sacerdote, una vez haya terminado Su
obra intercesora, saldrá del santuario. Véase asimismo Levítico 9:22-24.
Stg 5:9: «El juez está delante de la puerta.»
2 Pedro 1:16-21: Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de
nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo
visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios
Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que
decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos
esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos
también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos
como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y
el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto,
que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca
la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.»
Así, la transfiguración fue como un espécimen, una muestra de la venida de Jesús
en gloria.
1 Juan 3:2-3: «Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es.» No seremos semejantes a Él hasta que
aparezca. Antes no. «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a
sí mismo.» Sabiendo que cuando Jesús aparezca seré semejante a él, tengo ya que
asemejarme, desde ahora, todo lo posible a Jesús. ¡Qué grande es la poderosa
eficacia de esta verdad del regreso de Cristo, y qué prácticos son los efectos
que se desprenden de esta esperanza! Esta esperanza nos es la medida de la
santidad, así como es su motivo.
También los que están en el cielo (Ap 5:10) dicen en sus cánticos: «Reinarán
sobre la tierra», y éste es el lenguaje de los fieles que ya están en las
alturas alrededor del trono. Dicen: Reinarán, no reinan. Ellos mismos están en
estado de espera, como el mismo Jesucristo; esperando lo que queda, hasta que
sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Estudiemos también la parábola de la cizaña y del trigo (Mt 13). La cizaña, esto
es, el mal que Satanás ha hecho allí donde se ha sembrado el trigo, tiene que
crecer hasta la siega, que es el fin de esta dispensación. El mal que él ha
provocado mediante herejías, falsas doctrinas, falsas religiones, todo este mal
ha de seguir, crecer y madurar. Esta cizaña tiene que aumentar, y multiplicarse
en el campo del Señor hasta la siega. Ésta es una revelación positiva, que
contradice de manera formal la idea de un milenio del Espíritu Santo sin un
regreso del Señor.
Así, hemos visto que la venida de Cristo está unida a todos los pensamientos, a
todos los motivos de consolación y de gozo, y a la santificación de la Iglesia,
incluso en el lecho de muerte, y que Cristo traerá consigo a los que hayan
abandonado el cuerpo. Hemos visto también, por una parte, que la venida del
Señor es lo que será el medio de la restauración de todas las cosas, y, por otra
parte, que el mal ha de crecer en el campo del Señor hasta el momento de la
siega.
Que el Señor aplique estas verdades a nuestros corazones, queridos amigos, por
un lado para apartarnos de las cosas de este mundo, y por el otro para atraernos
a Su venida, a Él mismo de manera personal, a fin de que nos purifiquemos, así
como Él es puro. Desde luego, nada hay más práctico que estas verdades, nada más
apropiado para separarnos de un mundo que ha de ser juzgado, al mismo tiempo que
para fortalecer nuestra comunión con Aquel que ha de venir para juzgar. Nada
mejor que esto para mostrarnos cuál debe ser nuestra purificación, y para
provocarla en nosotros; nada que pueda consolarnos de tal manera, y reanimarnos
e identificarnos con Aquel que padeció por nosotros, a fin de que los que ahora
sufrimos reinemos luego con Él, coherederos en gloria. Es cosa cierta que si
esperáramos al Señor a diario, se daría entre nosotros una renuncia abnegada que
no se ve demasiado entre los cristianos actuales. ¡Que nadie diga: «Mi Señor se
tarda en venir»!
CUARTA CONFERENCIA
(Lucas 20:27-44)
La primera resurrección, o, La resurrección de los justos.
El tema que me he propuesto
presentaros esta tarde es el de la resurrección, y de manera particular la
resurrección de los justos como totalmente distinta de la de los malvados.
Hemos hablado de Cristo, el heredero de todas las cosas; de la Iglesia,
coheredera con Él, y de la venida de Cristo antes de los mil años para reinar,
acontecimiento éste que no debe ser confundido con el día de la resurrección de
los malvados y del juicio que tendrá lugar ante el Gran Trono Blanco, el cual no
tendrá lugar más que después del milenio. Ahora veremos que la Iglesia
participará en esta venida de Cristo; esto es lo que se lleva a cabo mediante la
primera resurrección.
La primera resurrección es de entre los muertos
No tengo necesidad de hablaros de
la resurrección de Jesús como sello de Su misión; esta cuestión la considero
como una verdad admitida; para este primer punto será suficiente citar Romanos
1:4, donde el Apóstol nos dice que Jesucristo ha sido «declarado Hijo de Dios
con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los
muertos».5 La resurrección fue el gran hecho que demostró que Jesús es el Hijo
de Dios; pero fue asimismo, por otra parte, el gran tema de la predicación de
los apóstoles, la base de sus epístolas y de todo el Nuevo Testamento.
Digamos de entrada, queridos amigos, que la dificultad acerca de estas
cuestiones que tratamos no proviene de que la palabra de Dios no sea sencilla,
clara y convincente, sino de que, con la mayor frecuencia, nuestras ideas
preconcebidas nos privan de su sentido natural. La dificultad reside en las
maneras de pensar formadas al margen de las Sagradas Escrituras; uno introduce
sus pensamientos en esta Palabra en lugar de derivarlos de ella; entonces se
encuentran inconsistencias e incompatibilidades en lo que se nos presenta, y ni
suponemos que estas incompatibilidades se deben únicamente a ideas humanas
preconcebidas.
La doctrina de la resurrección es importante desde más de una perspectiva.
Conecta nuestras esperanzas con Cristo y con toda la Iglesia; en resumen, con
los consejos de Dios en Cristo; nos hace comprender que somos totalmente
libertados en Él, por nuestra participación en una vida en la cual, estando
unidos con Él por el vínculo del Espíritu, encontramos la fuerza para
glorificarle desde ahora mismo, por el poder de este mismo Espíritu. Esta
doctrina establece nuestra esperanza de la manera más sólida; en definitiva,
expresa toda nuestra salvación en el sentido de que nos introduce en una nueva
creación, mediante la que el poder de Dios nos pone, en el postrer Adán, más
allá de la esfera del pecado, de Satanás y de la muerte. El alma, al partir, va
a Jesús, pero no está glorificada. La palabra de Dios nos habla de hombres
glorificados, de cuerpos glorificados, jamás de almas glorificadas. Pero, como
ya he dicho, los prejuicios y las enseñanzas de los hombres han tomado el lugar
de la palabra de Dios, y la expectativa de la resurrección ha dejado de ser el
estado normal de la Iglesia.
La resurrección era la base de la predicación de los apóstoles.
Hechos 1:21, 22: «Es necesario, pues, que de estos hombres ... uno sea hecho
testigo con nosotros, de su resurrección.» He aquí el tema constante de su
testimonio. Veamos ahora los términos mismos de este testimonio.
Hechos 2:24: «Al cual Dios levantó ...». Igualmente en el v.32: «A este Jesús
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.»
Capítulo 3:15: «Y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de
los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.»
Capítulo 4:2. Vemos que esta doctrina de la resurrección era reconocida como la
doctrina públicamente predicada por los apóstoles, doctrina que no se centra en
que el alma irá al cielo al morir, sino en el hecho de que los muertos
revivirán.
Así como los fariseos fueron los que más se habían opuesto al Señor mientras
estaba sobre la tierra, es decir, los falsos justos opuestos al verdadero Justo,
vemos cómo después de Su muerte Satanás suscita a los saduceos, que eran
enemigos de la doctrina de la resurrección (Hch 4:1; 5:17).
Hechos 10:38, 40, 41. Pedro da testimonio de esta misma verdad fundamental ante
el centurión Cornelio y sus amigos. Pablo la predicó de la misma manera a los
judíos de Antioquía de Pisidia (Hch 13:34), diciéndoles: Dios os da las
misericordias fieles de David en que Él ha resucitado a Jesucristo de entre los
muertos.
La resurrección del cuerpo
Hechos 17:18, 31. El apóstol
anunció esta doctrina en medio de los sabios gentiles, y esta doctrina fue
piedra de tropiezo para la sabiduría carnal de los mismos. Sócrates y otros
filósofos creían desde luego en la inmortalidad; pero cuando aquellos sabios y
otros curiosos oyeron hablar de la resurrección del cuerpo, se burlaron. Un
incrédulo puede discurrir acerca de la inmortalidad, pero si oye hablar de la
resurrección del cuerpo, lo convierte en objeto de burla. ¿Por qué? Porque por
medio de la inmortalidad del alma se puede exaltar a sí mismo, puede resaltar su
propia importancia. Se trata de algo que tiene que ver con el hombre tal cual
es. ¡Pero que el polvo resucite! ¡Hacer un ser vivo y glorioso es una gloria que
sólo pertenece a Dios, una obra de la que Dios, y sólo Dios, es capaz; por
cuanto si Dios, que reduce al polvo todos los elementos de nuestro cuerpo, puede
volverlos a reunir y hacer de ellos un hombre vivo, desde luego tiene poder para
todo.
Pasemos ahora a Hechos 23:6. No importa aquí si el apóstol tuvo razón o no al
apelar a los prejuicios de los fariseos; lo importante es que afirma de manera
directa que era por la predicación de esta doctrina que había sido sometido a
juicio. En 24:15 él expone la misma verdad; en 26:8 la presenta al rey Agripa
como el tema objeto de discusión; lo mismo tenemos en el versículo 23.
Se ve por estos pasajes que la resurrección era constantemente la base de la
predicación de los apóstoles y la esperanza de los fieles.
La resurrección especial de los justos
Pasamos ahora a la segunda parte de
nuestro tema: la resurrección de la Iglesia por sí, o la resurrección especial
de los justos.
«Habrá, según nos dice el apóstol, una resurrección, tanto de los justos como de
los injustos»; pero la resurrección de los justos y de la Iglesia es algo
totalmente aparte, que no tiene punto de contacto con la de los malvados, no
teniendo lugar ni al mismo momento que la de estos últimos ni en base del mismo
principio; por cuanto, aunque ambas tienen que ser efecto del mismo poder, hay
en la resurrección de los justos un principio particular, esto es, la morada del
Espíritu Santo en ellos, lo cual es ajeno a la resurrección de los malvados.
Observemos que el poder de la resurrección abarca la vida, la justificación, la
confianza y la gloria de la Iglesia. El mismo Dios nos es presentado bajo el
nombre de el Dios que resucita a los muertos, quien introduce Su poder en las
últimas profundidades de los efectos de nuestro pecado, dentro del dominio de la
muerte, para hacer salir a los hombres por el poder de una vida que desde aquel
momento los pone fuera del alcance de todas las funestas consecuencias del
pecado; una vida según Dios.
Romanos 4:23-25. Es en el Dios «que resucita a los muertos» que somos llamados a
creer; es la resurrección de Jesús que es el poder, la eficacia, de nuestra
justificación. Ésta es la verdad que nos presenta este pasaje. Nuestra unión con
el Jesús resucitado es lo que hace que seamos aceptados por Dios. Tenemos que
considerarnos ya como más allá de la tumba.
Ésta es la razón por la que la fe de Abraham era una fe justificadora: él no
consideró su cuerpo ya muerto, sino que creyó en un Dios «que resucita a los
muertos»; es por esto que su fe le fue contada como justicia. La resurrección de
Jesús fue la gran demostración y, al mismo tiempo, por lo que respecta a todos
sus efectos morales, el establecimiento de esta verdad, que el objeto de nuestra
fe es que Dios resucita a los muertos. Vemos esta verdad claramente expresada en
la epístola de Pedro (1 Pedro 1:21). Y esto nos es aplicado a nosotros mismos
por nuestra unión con el Señor.
Colosenses 2:12: «Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también
resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de entre
los muertos». La Iglesia, así, está ya ahora resucitada, porque Cristo ha
resucitado como cabeza de ella. La resurrección de la Iglesia no es una
resurrección cuyo propósito sea el juicio; es sencillamente la consecuencia de
su unión con Cristo, que ha sufrido el juicio por ella.
Vemos así dentro de este pasaje cómo estas verdades están unidas. La
resurrección de la Iglesia es algo especial, porque la Iglesia participa en la
resurrección de Cristo; resucitamos no sólo por el hecho de que Jesús nos
llamará fuera de la tumba, sino porque somos uno con Él. Es por esto también que
al participar de la fe somos ya resucitados con Cristo, resucitados en cuanto al
alma, aunque no lo seamos aún de hecho en cuanto al cuerpo. La justificación de
la Iglesia es que está resucitada con Cristo.
Es la misma fe la que se expresa en Efesios 1:18 y siguientes, y 2:4-6. Pablo
nunca dice: «Me siento satisfecho con ser salvo»; él sabía muy bien que es la
esperanza la que vuelve activa al alma, la que mueve los afectos, que anima y
dirige al hombre entero, y él deseaba que la Iglesia tuviera el corazón lleno de
esta esperanza. Nunca debemos tener suficiente con decir: «Estoy salvado»; esto
no es suficiente para el amor de Dios, que no se queda satisfecho si no somos
partícipes de toda la gloria de Su Hijo. Y desde luego nosotros no debemos
mostrarnos indiferentes a Su voluntad.
Efesios 2:6 nos muestra la misma verdad.
La presencia del Espíritu Santo en la Iglesia es lo que caracteriza nuestra
posición delante de Dios. Así como el Espíritu da testimonio de que somos hijos
de Dios, siendo nuestro consolador, ayudándonos en nuestras debilidades, y
haciéndonos capaces de servir a Dios, igualmente es a causa del Espíritu Santo
que está en nosotros que seremos resucitados, y es también esto lo que hace que
el principio de la resurrección de la Iglesia sea totalmente distinto del de la
resurrección de los malvados. Nuestra resurrección es la consecuencia de la
morada en nosotros del Espíritu Santo (Ro 8:11); se trata de una diferencia bien
esencial. El mundo no recibe al Espíritu Santo, porque el mundo ni le ve ni le
conoce (Jn 14:27). En cambio, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co
6:19), y como nuestra alma es llenada, o al menos debe serlo, por la gloria de
Cristo, así nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, será resucitado
según el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros, para participar de la
gloria; esto no se puede decir de los malvados.
Es la resurrección la cual, habiéndonos introducido en el mundo del postrer
Adán, y como ya participantes desde ahora de esta vida, nos introducirá de hecho
en un mundo nuevo donde Él será la Cabeza y la gloria, puesto que Él lo ha
adquirido y reinará allí como Hombre resucitado.
Observemos también que en los pasajes en los que se trata de la resurrección,
ninguno nos habla de una resurrección simultánea de los malvados y de los
justos, y que los que tratan de la resurrección de los justos hablan de ella
como de una resurrección distinta.
La resurrección de los justos y de los injustos no tendrán lugar al mismo tiempo
Todos resucitarán. Habrá una
resurrección de los justos y una de los injustos, pero no tendrán lugar al mismo
tiempo. Citaré sucesivamente los pasajes que se relacionan con esta cuestión.
Sabemos que será cuando venga Cristo que nosotros resucitaremos (Fil 3:20, 21; 1
Co 15:23).
La idea de una resurrección de los justos era conocida por los discípulos del
Salvador, y nos es presentada como tal por el Espíritu Santo, Lucas 14:14: «Te
será recompensado en la resurrección de los justos.»
Estoy totalmente convencido de que la manera en que la esperanza de los
cristianos se liga exclusivamente a la inmortalidad del alma6 no tiene su fuente
en el Evangelio, sino al contrario que proviene de los Platonistas, y que fue
precisamente a partir de esta misma época, en la que se renegó de la venida de
Cristo en el seno de la Iglesia, o al menos a partir de que se comenzó a perder
de vista, que la doctrina de la inmortalidad del alma comenzó a tomar el puesto
de la doctrina de la resurrección. Fue en el siglo de Orígenes. No hay necesidad
de decir que no tengo duda alguna acerca de la existencia eterna del alma; sólo
hago la observación de que esta idea tomó el puesto de la doctrina de la
resurrección del creyente -- y que por consiguiente su muerte tomó el puesto de
su resurrección como el momento de su gozo y de su gloria.
Pero vayamos a las pruebas directas, y leamos Lucas 20:35, 36: «Los que fueren
tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los
muertos». Así, la resurrección mencionada aquí pertenece sólo a los que serán
considerados dignos. «Los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel
siglo», esto es, aquel mundo de gozo, el reino de Cristo. Por tanto, esta
resurrección de entre los muertos pertenece a este período, y no sólo a la
eternidad. «Porque ya no pueden más morir, pues ... son hijos de Dios, al ser
hijos de la resurrección.» Los malvados serán resucitados para ser juzgados,
pero estos serán resucitados porque han sido hechos dignos de obtener la
resurrección que Dios ha obtenido. Vemos en el pasaje citado la prueba de una
resurrección que sólo atañe a los hijos de Dios: son hijos de Dios, por ser
hijos de la resurrección. Ser hijo de Dios y tener parte en esta resurrección es
el título y la herencia de las mismas personas.
Juan 5:25-29: «De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando
los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque
como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida
en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo
del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que
están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a
resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación.» Se usa este pasaje para oponerlo a la resurrección de los justos
como aparte de la de los injustos; pero veremos que enuncia, y además explica y
fortifica, las pruebas de la verdad que estamos considerando.
Se presentan dos actos de Cristo como los dos atributos de Su gloria, el uno que
consiste en vivificar; el otro, en juzgar. Él da vida a todos los que quiere, y
le ha sido encomendado todo juicio, a fin de que todos, incluso los malvados,
honren al Hijo como honran al Padre. Jesús fue ultrajado aquí en la tierra.
¡Pues bien! Dios el Padre provee para que los derechos de la gloria de Su Hijo
sean reconocidos. Él da vida a los que Él quiere, a su alma primero, y luego a
su cuerpo. Estos le glorifican gustosamente. En cuanto a los malvados, la manera
de vindicar la gloria de Cristo con respecto a ellos es la de juzgarlos. En la
obra de vivificación, el Padre y el Hijo actúan de consuno, porque los
vivificados deben estar en comunión con el Padre y con el Hijo. Pero, en cuanto
al juicio, el Padre no juzga a nadie, porque no es el Padre quien ha sido
ultrajado, sino el Hijo. Los malvados honrarán a Jesucristo mal que les pese,
cuando sean juzgados. ¿Cuándo se cumplirán estas cosas? Para los malvados, en el
tiempo del juicio, tanto de los vivos como de los muertos, ante el Gran Trono
Blanco. Para los hijos de Dios se cumplirán cuando sus cuerpos participen de la
vida comunicada a sus almas, en la vida del mismo Cristo, cuando tenga lugar la
resurrección de los justos. La resurrección, para ellos, no es una resurrección
de juicio, sino sencillamente, volviendo otra vez sobre ello, el acto de la
potencia vivificadora de Jesús para con los hijos de Dios, que ha operado ya en
cuanto a sus almas, y que, cuando llegue el tiempo señalado por Dios, operará
asimismo en cuanto a sus cuerpos. «Los que hayan hecho lo bueno», dice nuestro
texto, «a resurrección de vida; y los que hayan hecho lo malo, a resurrección de
condenación.»
A esto se objeta que Jesús dijo (v. 28): «Vendrá hora cuando todos los que están
en los sepulcros oirán su voz»: Así, los malvados y los justos evidentemente han
de resucitar juntos. Pero tres versículos antes se dice (v. 25): «Viene la hora,
y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la
oyeren vivirán.» Hora comprende aquí todo el espacio de tiempo transcurrido
desde la venida del Salvador, y, bajo esta palabra, se encierran dos estados de
cosas bien distintos, siendo que los muertos oyeron la voz del Hijo del Hombre
mientras vivía en la tierra, y que la están oyendo después de dieciocho siglos.
Así, lo que aquí se nos expone es esto: vendrá la hora7 para la vivificación del
alma; es una hora que ya ha durado casi veinte siglos; y también vendrá la hora
para el juicio.
El término hora tiene el mismo sentido en los dos pasajes. Esto es, que hay un
tiempo de vivificación y un tiempo de juicio; hay un período durante el que las
almas son vivificadas, y un período en el que los cuerpos serán resucitados. La
resurrección, así, es sólo la aplicación del poder vivificador de Jesucristo a
mi cuerpo. Yo seré resucitado porque ya he sido vivificado en mi alma. La
resurrección es la coronación de toda la obra, por cuanto soy hijo de Dios, por
cuanto el Espíritu mora en mí, por cuanto, por lo que a mi alma respecta, ya he
resucitado con Cristo.
Hay una resurrección de vida que pertenece a los que habrán ya sido vivificados
en sus almas, y una resurrección de juicio, para aquellos que habrán rechazado a
Jesús.
La relación entre la venida de Cristo y la resurrección de los muertos
1 Corintios 15:23. En este pasaje
vemos claramente la relación entre la venida de Cristo y la resurrección de los
muertos, y el orden de la resurrección nos es expuesto de manera sumamente
explícita. Cristo es las «primicias de los que durmieron» (v. 20); «de los que
durmieron», y no de los malvados. Los que son de Cristo resucitarán en Su
venida; después de esto vendrá el fin, el tiempo en el que Él entregará el reino
a Dios Padre. Cuando Él llegue, tomará el reino, pero al final lo entregará. La
aparición de Cristo tendrá lugar antes del fin; y tendrá lugar para destrucción
de los malvados; vendrá para purificar Su reino. Cristo, las primicias; luego
los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin.
1 Tesalonicenses 4. Cuando venga Cristo, Él traerá también consigo a los
creyentes, y los que murieron en Cristo resucitarán primero. Éste es el
cumplimiento de nuestras esperanzas. Es el fruto de nuestra justificación, y la
consecuencia de la morada del Espíritu Santo en nosotros.
Los justos que hayan pasado por la muerte resucitarán primero; luego, los justos
aún vivientes serán transformados, e irán juntos al encuentro del Señor en el
aire. Esto es algo que pertenece exclusivamente a los fieles, a los que,
viviendo o durmiendo, están en Cristo, y que desde este momento estarán para
siempre con el Señor.
Filipenses 3:10 y siguientes: «A fin de conocerle [a Jesucristo], y el poder de
su resurrección... si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los
muertos».
¿Para qué hablar de esta manera, si fuera cierto que tanto los buenos como los
malos han de resucitar juntos y de la misma manera? Esta resurrección de entre
los muertos es precisamente esta «primera resurrección» que Pablo tenía
constantemente delante de sí. Con esto venía a decir: «Consiento en perderlo
todo, en sufrirlo todo, si, cueste lo que cueste, alcanzo la resurrección de los
justos: éste es todo mi deseo.»
Evidentemente, «la resurrección de entre los muertos» era algo que tocaba
exclusivamente a la Iglesia. Ella podía decir, como el apóstol: «Prosigo a la
meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.»
El intervalo entre la resurrección de los fieles y la resurrección de los pecadores
En cuanto al período o intervalo
que se interpone entre la resurrección de los fieles y la resurrección de los
pecadores, se trata de una circunstancia que es realmente independiente del
principio como tal, esto es, de la distinción entre ambas resurrecciones.
Nuestra fe sobre este punto tiene que depender exclusivamente de una revelación
dada, que no tiene otra importancia que el que así lo ha querido Dios para Su
gloria. Este período sólo se menciona en el Apocalipsis bajo la mención de mil
años. Entre las dos resurrecciones transcurren mil años. Así el único punto en
el que cito este libro es en cuanto al período de tiempo del reinado del Hijo
del Hombre sobre la tierra. Este pasaje se encuentra en Apocalipsis 20:4: «Y vi
tronos...».
El mundo sabrá entonces que nos ha sido otorgada la gracia, que hemos sido
amados como el mismo Jesús ha sido amado por el Padre.
Si la primera resurrección, la de los justos, no hubiera de ser tomada
literalmente, ¿por qué habría de serlo la de los malvados? Como objeto de
nuestra esperanza y fuente de nuestra consolación y gozo, sería bien poco saber
que todos resucitarán, incluyendo los injustos; pero lo precioso, y esencial, es
saber que la resurrección de los fieles será la consumación de su dicha; que por
medio de ella Dios cumplirá Su amor para con nosotros; que después de habernos
dado vida a nuestras almas, dará vida a nuestros cuerpos, y sacará, del polvo de
la tierra, una forma apropiada a la vida que nos ha sido dada de parte de Dios.
Nunca vemos en la Palabra de Dios la mención de espíritus glorificados, sino
siempre de cuerpos glorificados. Tenemos la gloria de Dios, y la gloria de los
que serán resucitados.
Es mi deseo, queridos amigos, que el conocimiento de esta verdad, por el poder
de Cristo, del que depende todo su cumplimiento, nos vivifique en nuestros
corazones para hacernos perfectos. Por cuanto este conocimiento, en toda su
extensión, es lo que las Escrituras llaman «la perfección». Cristo fue así hecho
perfecto en cuanto a Su estado y posición delante de Dios; también nosotros
somos ahora perfectos por la fe, reconociendo que somos resucitados con Él, como
lo seremos más adelante en cuanto a nuestros cuerpos. Que vuestro cuerpo, alma y
espíritu sean guardados irreprensibles hasta la venida de nuestro Bienamado; que
esta verdad de la resurrección de la Iglesia quede atada, en nuestros espíritus,
a todas las preciosas verdades de nuestra salvación consumada en Cristo, ¡y que
se cumpla por la plenitud de nuestra salvación en cuanto a nuestros mismos
cuerpos!
QUINTA CONFERENCIA
(Daniel 2)
El progreso del mal sobre la tierra.
Hemos hablado hasta aquí de la
unión de Cristo y de la Iglesia, hecha semejante a Él; de la venida misma de
Cristo, y de la resurrección de la Iglesia, por la que ella tiene parte en esta
gloria de Cristo como coheredera.
El tema que nos ocupará esta tarde no está igualmente lleno de gozo y de
felicidad, pero es necesario que conozcamos el testimonio que da Dios acerca del
mal que hay en el hombre. Espero, queridos amigos, que la consecuencia será la
de volvernos sinceramente serios. La contemplación del progreso del mal, y del
juicio que este mal atraerá, tiene como efecto, de entrada, llevarnos a evitar
este mal; luego, convencernos del poder de Dios, el único que lo puede eliminar.
«Mirad que no desechéis al que habla», etc. (He 12:25-29). Veamos pues el
pensamiento del apóstol acerca del gran cambio que tendrá lugar cuando sea
destruido el poder del mal.
Lo que os quiero presentar esta tarde será para mostraros que, en lugar de
esperar un progreso continuado del bien, tenemos que esperar, bien al contrario,
un progreso del mal; y que la esperanza de que la tierra vaya a quedar llena del
conocimiento del Señor antes que Él ejerza Su juicio y la consumación de este
juicio sobre la tierra constituye una esperanza falsa.
Tenemos que esperar que el mal progrese, hasta que se vuelva tan flagrante que
demande que el Señor lo juzgue.
Primero, os mostraré que el Nuevo Testamento nos presenta constantemente que el
mal va creciendo hasta el fin, y que Satanás lo impulsará hasta que el Señor
destruya su poder. En segundo lugar, trataré de exponeros el carácter que
asumirá este mal, en cuanto a su forma externa, como poder secular. En otras
palabras: lo que tengo que deciros puede quedar reducido a estos dos
encabezamientos.
Primero: La apostasía que tiene lugar dentro de la misma cristiandad. Segundo:
La formación, caída y ruina del poder mundano del Anticristo, en el sentido de
un poder visible.
La parábola de la cizaña
Comenzaré por Mateo 13:36, la
parábola de la cizaña. Sabéis que nos presenta esta circunstancia: que mientras
los hombres dormían, el enemigo sembró cizaña dentro del campo del padre de
familia; y que, al preguntarle los siervos si tenían que arrancar la cizaña, les
responde que no, que el trigo y la cizaña tienen que crecer juntos hasta la
siega. Ésta es, entonces, la sentencia del Señor: que el mal que ha hecho
Satanás dentro del campo donde ha estado sembrada la semilla buena de la Palabra
permanece y madura hasta el fin. Se trata de una declaración explícita de que
los esfuerzos de los cristianos no servirán de nada para quitar el mal, que
permanecerá hasta el día del juicio. «Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro
hasta la siega.»
«La siega» es el fin del siglo, esto es, de la actual dispensación.
Lo que está en acción actualmente en el reino de Dios es la gracia, no el
juicio; no estamos para juzgar el mundo. Incluso si pudiéramos decir con certeza
de alguien que es hijo de Satanás, por este mismo hecho quedaría fuera de
nuestra jurisdicción. Tenemos que ver con la gracia; esto es, no puedo tocar el
mal que Satanás ha producido, pero puedo actuar como instrumento de la gracia,
por cuanto Dios nos permite sembrar buena semilla.
Así, la cizaña no son simplemente hombres malvados, o los paganos, por cuanto
estos últimos no han estado sembrados entre el trigo. La cizaña es todo mal
concreto sembrado por el enemigo después que Jesucristo ha sembrado la buena
semilla. Lo que yo puedo llamar herejía, corrupción de la verdad, quedará
entonces hasta la siega; el mal que Satanás ha producido mediante la religión
corrompida se mantendrá hasta el fin; todos nuestros esfuezos tienen que tender
no a la destrucción de la cizaña, sino a recoger a los hijos de Dios, a reunir a
los coherederos de Jesucristo.8
Los postreros tiempos
1 Timoteo 4:1. «Pero el Espíritu
dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, por la hipocresía
de mentirosos ...»
No puede esperarse el progreso universal del Evangelio propiamente dicho. Podrá
haber, y desde luego habrá lo necesario para la reunión de los miembros de la
familia de Dios; pero lo que debemos esperar es lo que está encerrado en estas
palabras como cuadro de los últimos tiempos: que «algunos apostatarán de la fe»
(cp. 2 Pedro 2:1-3).
2 Timoteo 3:1-5: «Porque debes saber esto: que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos...» ¿Debemos acaso atenernos a lo que nos digan los hombres?
No, sino a lo que nos dice Dios. Observemos el lenguaje que emplea Jeremías con
Hananías (Jer 28:6ss.). Se nos responderá que el conocimiento de Jehová llenará
la tierra como las aguas cubren el fondo de la mar. Y yo creo que indudablemente
el conocimiento de Jehová llenará la tierra, pero no es de esto de lo que
estamos tratando aquí. La cuestión es ésta: ¿ Cómo se cumplirá esto? Yo respondo
que mediante los juicios de Dios. «Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los
moradores del mundo aprenden justicia.»
Volvamos a nuestro pasaje en 2 Timoteo: «Porque habrá hombres amadores de sí
mismos...» (3:2). No se trata de los paganos, sino de los cristianos, de los
cristianos nominales; porque se dice de estos hombres «que tendrán apariencia de
piedad, pero negarán la eficacia de ella.» Los caracteres que indica el apóstol
como pertenecientes a los que profesan el cristianismo son los mismos que los de
los paganos, tal como se les describe en el más bajo nivel de su envilecimiento
al comienzo de la epístola a los Romanos, y en términos muy parecidos. Y se
añade, acerca de estos hombres de los postreros días, que «irán de mal en peor».
Vemos la misma expectativa del mal en 2 Timoteo 4:1-4: «Te encarezco delante de
Dios», etc.
Algo que debemos destacar es que la cizaña ya había estado sembrada en los
tiempos de los mismos apóstoles, lo que es cosa buena para nosotros. Si tal cosa
hubiera venido con posterioridad, no tendríamos el testimonio de la Palabra a
este respecto para advertirnos, para dirigirnos cuando llegaran estos
acontecimientos peligrosos, y para comunicarnos la perfecta luz de Dios acerca
de este estado de cosas.
1 Pedro 4:17: «Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios.»
Comparemos estas palabras con Hechos 20:28-31: «Por tanto, mirad por vosotros, y
por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para
apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo
sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no
perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen
cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.» Éste estado de cosas
comenzó ya en vida de los apóstoles.
1 Juan 2:18. Vemos por este pasaje que «el último tiempo» no significa el tiempo
de Jesús, sino el tiempo del Anticristo. Ha habido precursores del Anticristo.
Lo que caracteriza a los últimos tiempos no es el Evangelio extendido por toda
la tierra, sino la presencia del Anticristo.
La apostasía
Judas. Esta epístola es propiamente
un tratado sobre la apostasía, y encontramos en el versículo 4 una sucinta
descripción de su carácter. El apóstol anuncia que encuentra necesario exhortar
a los creyentes a que contiendan por lo que ya habían recibido; que entre ellos
se deslizaban, ya entonces, gentes que propiciaban la apostasía; y que ello
debía proseguir hasta el juicio de Jesucristo; porque vemos que después de haber
descrito su carácter con mayor detalle, añade, en el v. 15, que es esta misma
clase la que será objeto del juicio del Señor cuando Él regrese; esto es, que el
mal, que se ha manifestado en la Iglesia desde el principio, tiene que persistir
hasta la venida de Cristo. En el v. 11 tenemos las tres clases de apostasía, y a
los hombres caracterizados por su espíritu: la apostasía natural, la apostasía
eclesiástica, y la rebelión abierta, sobre la que caerá el juicio. Tenemos en
primer lugar el carácter de Caín: la apostasía de la naturaleza, odio,
injusticia; en segundo lugar, el carácter de Balaam: enseñar el mal por
recompensa; se trata de una apostasía eclesiástica; y en tercer lugar, el
carácter de Coré, esto es, de aquel que se levanta contra los derechos del
sacerdocio y de la realeza, la realeza de Cristo en los tipos de Moisés y Aarón.
¡Ay! Lo que reunirá al mundo no será el Evangelio, sino el mal. «Y vi salir de
boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres
espíritus inmundos...», etc. (Ap 16:13, 14). Se puede discutir para decidir a
quién se aplican los rasgos de estos tres espíritus inmundos, pero desde luego
que no es al Evangelio, sino al mal.
Pero se nos dirá que se ve la desaparición del poder de la cristiandad
corrompida por medio del juicio, y se pretende que la destrucción de su
influencia dará lugar al Evangelio. Pero el Espíritu dice: «Y los diez cuernos
[reyes] que viste en la bestia [el Imperio Romano], éstos aborrecerán a la
ramera [el poder eclesiástico], y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus
carnes, y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones ejecutar
lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se
cumplan las palabras de Dios» (Ap 17:16, 17). Esto es lo que los cristianos
desearían: la destrucción de la influencia de la ramera sobre el mundo. Pero,
¿acaso si se destruyera su poder exterior, pasarían los reinos a ser reinos de
Jesucristo? Al contrario, los reyes darán su poder a la bestia. La gran ramera
ha dominado por mucho tiempo a la bestia. Al final le serán arrebatados su
dominio y riquezas, pero sólo para que los diez cuernos den su poder a la
bestia, a fin de que se disipe toda incertidumbre, y para que su voluntad y
carácter blasfemos se manifiesten totalmente en su última apostasía. Y el poder
de la corrupción y de la seducción dará paso al poder de la rebelión abierta
contra Dios.
2 Tesalonicenses 2:3-12: «No vendrá [este día del Señor] sin que antes venga la
apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se
opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios».
En el pasaje citado tenemos lo que tiene que llegar antes que venga el día del
Señor. Y tenemos que tomar las cosas tal como nos las dice la palabra de Dios.
Los cristianos, habiendo visto en las Escrituras la promesa de que la tierra ha
de ser llena del conocimiento de Jehová, han dicho: «Bien, pues la llenaremos de
este conocimiento». Pero en las Escrituras este logro se atribuye a la gloria de
Cristo.
El aliento de Su boca, mediante el que el Señor destruirá al hombre de pecado,
no es el Evangelio, sino la fuerza y el poder de Cristo en juicio. Véase Isaías
11:4: «Con el espíritu de sus labios matará al impío»; Isaías 30:33: «El soplo
de Jehová» enciende el juicio.
Veremos que este Anticristo reunirá los caracteres de maldad que han aparecido
desde el comienzo. En primer lugar, el hombre en Edén quiso hacer su propia
voluntad; en segundo lugar, quiso exaltarse como Dios; en tercer lugar, se puso
bajo el dominio de Satanás. Ahora bien, estas son las tres cosas que veremos
aparecer en el Anticristo: toda la energía humana exaltándose contra Dios. Esto
es lo que sucederá al final bajo la última forma del Imperio Romano, o la cuarta
bestia. Es el fruto madurado del corazón humano, que es en sí mismo un
Anticristo.
La cuarta bestia
Sabéis que han existido tres
bestias sucesivas: el imperio de Babilonia; luego el imperio de Persia; a
continuación el imperio de Grecia, o especialmente el de Alejandro, y que el
cuarto es el Imperio Romano. Pero este último tiene un carácter totalmente
peculiar.
Sabéis que al comienzo, o más bien antes del comienzo de estas cuatro
monarquías, el trono de Dios sobre la tierra estaba en Jerusalén. El Señor
manifestaba Su presencia por encima del arca donde estaba Su ley, en Su templo,
de manera sensible. Pero al comienzo del período actual, que es el de los
gentiles, el trono del Señor fue quitado de Jerusalén. Veréis esto descrito bien
claramente en los capítulos 1-11 del profeta Ezequiel. La gloria del Señor que
había visto el profeta junto al río Quebar, en el primer capítulo, la ve salir
de Jerusalén en el undécimo; de la casa, 10:18, 19; y de la ciudad, 11:23. Es un
hecho destacable que la gloria del Señor haya abandonado Su trono terrenal.
Además, al mismo tiempo este poder terreno fue transferido de Jerusalén a los
gentiles (el gobierno de los hombres). Esto es lo que vemos en Daniel 2:26-38:
«Éste es el sueño; también la interpretación de él diremos en presencia del rey.
Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder,
fuerza y majestad...».
Veréis que por la destrucción del último rey de los judíos, el dominio humano
pasó a los gentiles en persona de Nabucodonosor. Este rey comenzó estableciendo
una falsa religión por la fuerza; hizo una estatua para que todo el mundo la
adorara, y se enorgulleció; es por esto que se volvió como una bestia durante
siete años. Es decir, que en lugar de comportarse como hombre, humilde delante
de Dios, como delante de Aquel que le había dado el poder, por un lado se exaltó
a sí mismo, y por otro se dedicó a devastar el mundo para satisfacer su
voluntad.
Dejando de momento a un lado las monarquías segunda y tercera, que de momento no
tienen una importancia tan directa, y siguiendo el carácter de la cuarta,
descubriremos algunos rasgos dignos de atención. Los judíos se encuentran en
cautiverio desde los tiempos de Nabucodonosor hasta el día de hoy. Es cierto que
hubo un regreso de este pueblo del cautiverio, pero sin que cesara de estar bajo
el poder de los gentiles; y desde luego el trono de Dios no fue restaurado. Y si
Dios permitió que los judíos regresaran temporalmente a su país, ello se debe a
que quiso que Su Hijo apareciera al principio de la cuarta monarquía. Y, en
efecto, es precisamente en el momento en el que la cuarta monarquía, bajo su
forma imperial, se había convertido en el poder mundial, que les fue presentado
el Hijo de Dios, el legítimo Rey de los Judíos y de los gentiles. ¿Y qué es lo
que ellos hicieron? Lo crucificaron. Los principales sacerdotes, que eran los
representantes de la religión terrenal dada por Dios, y Poncio Pilato, el
representante del poder terrenal, se unieron para rechazar y dar muerte al Hijo
de Dios. Así tenemos a la cuarta monarquía culpable de rechazar los derechos del
Mesías. Los judíos, como veremos de manera detallada en una posterior
conferencia, son echados a un lado, y es entonces que tiene lugar el llamamiento
de la Iglesia para los lugares celestiales. Pero por lo que respecta al estado
de la Iglesia sobre la tierra, la hemos visto alterada por la semilla del
Maligno, y por la apostasía que resulta de la misma; hemos visto a continuación
que la corrupción de la cristiandad dará lugar a una rebelión más abierta y
pronunciada, la de la misma bestia: esto es, de esta misma cuarta monarquía,
bajo una forma nueva y última que está todavía por venir. Esto es lo que dará
lugar a su juicio (Dn 7:9-11, 13, 14). «Estuve mirando hasta que fueron puestos
tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y
el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono era llama de fuego, y las ruedas
del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él;
millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él;
el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Yo entonces miraba a causa del
sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a
la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el fuego.»
Versículos 13 y 14: «Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes
del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y
le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para
que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio
eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.»
Aquí tenemos, pues, el reino dado al Hijo del hombre una vez que la cuarta
bestia sea destruida. Sin embargo, este juicio y esta destrucción de la cuarta
monarquía no han llegado todavía. Como prueba citaré Daniel 2:34, 35: «Estabas
mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en
sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron
desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y
fueron como tamo de las eras de verano, y se los llevó el viento sin que de
ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un
gran monte que llenó toda la tierra.» Esto es, que antes que la piedra cortada
no por mano se extienda y llene toda la tierra, destruye por completo a la
estatua; oro, plata, bronce, hierro y tierra son barridas como el tamo por el
viento. Desde luego, esto no está cumplido en absoluto. Con la acción de la
piedra lo que se consigue no es un cambio de carácter de la estatua; se trata de
un golpe, de un golpe repentino; es un golpe que quebranta, que destruye, y que
no deja ni rastros de la existencia de la imagen, tal como lo dice aquí: «Sin
que de ellos quedara rastro alguno.» El Imperio Romano, los pies, y, junto con
los pies, todo el resto, desaparece. Con este solo golpe queda todo pulverizado,
destruido, aniquilado, y, después de este juicio, la piedra que golpea la imagen
llega a ser un monte que llena toda la tierra.
Queridos amigos, ¿acaso el cristianismo golpeó la cuarta monarquía cuando
comenzó a extenderse? Al contrario, el Imperio Romano siguió existiendo, y llegó
a cristianizarse; además, los pies de la estatua no existían en este tiempo. El
acto de destrucción señalado mediante la caída de la piedrecita contra los pies
de la imagen no representa en absoluto la gracia del Evangelio, ni tiene
relación alguna con la obra que efectúa el Evangelio. Además, no es hasta
después de la destrucción total de la estatua que comienza a crecer la piedra,
es decir, que el conocimiento de la gloria del Señor, que tiene que llenar toda
la tierra, no comenzará a extenderse hasta después que la cuarta bestia sea
juzgada y destruida.
Queda una dificultad que se puede presentar en la historia de esta bestia. Se
puede alegar que el Imperio Romano no existe en la actualidad. Pero esto es una
prueba adicional de lo que estamos diciendo. Apocalipsis 17:7, 8: «La bestia que
has visto, era, y no es», esto es, que el Imperio Romano dejó de existir en
tanto que imperio; pero, ¿qué sigue de ello? Que «está para subir del abismo e
ir a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están
escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán». La
bestia existía; luego deja de existir; luego saldrá del abismo. Tendrá un
carácter propiameente diabólico, siendo la expresión del poder de Satanás.
Así, lo que aprendemos de manera general acerca del carácter de esta bestia es
que, (1) Desde su inicio el Imperio Romano ha sido culpable del rechazamiento de
Jesús como Rey de la tierra; (2) Que posteriormente, en el seno de esta cuarta
monarquía, aparece un cuerno pequeño que habla grandes cosas; y, finalmente, (3)
que esta cuarta bestia, después de haber dejado de existir durante un tiempo,
saldrá del abismo para existir una vez más, y ser luego destruida, a causa de
las grandes palabras proferidas por el cuerno pequeño. Esto se relaciona con 2
Tesalonicenses 2:9, en cuanto a la venida del hombre de pecado, que es «por obra
de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos». La destrucción de
este hombre se encuentra en el versículo 8.
Hay aún otra descripción de la última cabeza de la bestia (véase Ap 17:11), que
es la bestia misma.
El Anticristo
Daniel 11:36, etc. La relación
entre este pasaje y 2 Tesalonicenses 2:9 está reconocida. Vemos en ambos pasajes
la misma exaltación de sí mismo contra Dios. Esta última epístola añade el poder
de Satanás, por cuanto el Inicuo es presentado en su carácter de apostasía e
iniquidad, mientras que en Daniel 9 aparece en su carácter terrenal y regio. En
cuanto al tercer carácter de iniquidad que hemos observado, aparece con claridad
la voluntad humana: «El rey hará su voluntad.»
Deseo observaros también lo que está descrito en Juan 5:43. La nación judía
recibirá a aquel que vendrá en su propio nombre. Vemos pues como la iniquidad
del corazón humano llega a su punto culminante bajo la última cabeza de la
cuarta monarquía.
En Isaías 14:13-15 tenemos la descripción del mismo bajo el título de rey de
Babilonia: «Tú que decías...». Son precisamente todos los privilegios y todos
los derechos de Cristo los que este rey se atribuye a sí mismo. «Subiré al
cielo»; esto es lo que hizo Cristo. «En lo alto, junto a las estrellas de Dios,
levantaré mi trono»; el trono de Cristo está por encima de las potestades. «El
monte del testimonio ... a los lados del norte» es el palacio del gran rey, el
rey de Israel en Jerusalén. «Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré
semejante al Altísimo.» Cristo ha de venir con las nubes; él es la imagen del
Dios invisible. «Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.»
El progreso del mal no impide la presentación del evangelio
Esta tarde me temo que he herido
muchas ideas queridas, queridas para los hijos de Dios; me refiero a la
esperanza de que el evangelio se vaya a expandir por toda la tierra durante la
actual dispensación. Era precisamente la tarea de la Iglesia de Cristo proclamar
por todas partes la gloria de Cristo; pero en realidad, si nos expresamos en
conformidad a la Palabra, veremos en acción todo lo que es eficaz y poderoso en
el mundo, pero sin tener a Dios en cuenta. Se exhibirán de una manera asombrosa
todos los medios humanos, todas las facultades, y todos los talentos y
conocimientos del hombre. Todo lo que pueda seducir el corazón y dominar el
espíritu, todo lo que exista de recursos dentro del carácter y naturaleza del
hombre, pero sin conciencia alguna, asombrará al mundo, y lo atraerá tras las
huellas del Anticristo, haciéndole reconocer a la bestia, porque la tendencia
natural del hombre es la autoglorificación, exaltarse contra Dios, y no el
servicio a Cristo, ni humillarse bajo Él. «Todo el que se exaltare, será
humillado.»
Pero se nos dirá que esto significa desalentar todas las empresas que pudieramos
mover para la propagación del Evangelio sobre la tierra, si todo lo que van a
conseguir es este resultado. Pero la verdad es que si se conciben falsas
esperanzas, ya estamos engañados. En efecto, si se esperan grandes cosas, no es
muy alentador ver todas las esperanzas frustradas. Es bien cierto que esta
perspectiva del progreso del mal parece ofrecer bien poco aliento para nuestros
esfuerzos: pero esto se debe a que nuestras esperanzas se han basado en nuestras
propias ideas. Sin embargo, el verdadero efecto de estas perspectivas es
exactamente el contrario. ¿Acaso el hecho de que Dios le dijera a Noé que iba a
destruir el mundo, y de que Noé estuviera totalmente convencido de la inminencia
del juicio de Dios, le impidió predicar a sus contemporáneos? Bien al contrario,
esto es lo que le impulsó a ganar a aquellos que tuvieran oídos para oír. La
convicción de que el falso cristianismo se mostrará más y más refinado y
corrompido en el mundo debería dar aún más energía y acción para el amor de
aquel que cree; y la proximidad de los juicios de Dios, en lugar de paralizar
nuestros esfuerzos, nos impulsará con tanta más fuerza, más energía, más
fidelidad, para presentar el Evangelio, que es el único medio para evitar a los
hombres los justos juicios que les amenazan.
Cuando digo que la cizaña continuará creciendo, en lugar de disminuir, ¿digo
acaso con ello que no pueda aumentar también el trigo? Naturalmente que sí puede
aumentar. Si el mal ha de empeorar con vistas al juicio, Dios da al mismo tiempo
eficacia al testimonio que debe separar el bien. Creo que siempre es así como
procede Dios. Si viéramos la conversión de tres mil almas en Ginebra en un solo
día, habría quien diría: Llega el milenio; el Evangelio va a extenderse por toda
la tierra. Bueno, pues puede que al año siguiente no haya más de trescientos
convertidos. ¿Qué es lo que demostró la conversión de miles de personas en
Jerusalén, sino que Dios iba a juzgar aquella ciudad, y que de aquella
generación perversa sacó a los que debían ser salvos? Todas las veces que veamos
crecer el mal, y a Dios actuando para apartar a los que creen, se trata sólo de
una señal de que el juicio de Dios está cercano. No se puede negar: Dios actúa
de manera patente en nuestros tiempos, y debemos darle gracias de todo corazón;
y esto me demuestra tanto más que se acerca el momento en el que Dios arrebatará
a los suyos del mundo.
Hay dos señales de inminencia del juicio: Una es que el mal aumenta, que la
impiedad crece, que todos los recursos del hombre se desarrollan de una manera
maravillosa; la otra, que los cristianos se retiran de este estado de cosas. En
todo caso, nada hay que nos impida trabajar en la obra de Dios. Veo que se hace
el bien, que se extiende y profundiza, y que Dios separa a Sus hijos del mal;
por otra parte, veo como todos los principios del Maligno se desarrollan de
manera clara; veo en la palabra de Dios una declaración expresa de que la actual
dispensación llegará a su fin, y que el mal llegará a su culminación, hasta que
el Inicuo sea destruido por la venida de Cristo.
Romanos 11:22. Aquí tenemos, para concluir, la advertencia que nos da el Señor:
«Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con
los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esta bondad; pues
de otra manera tú también serás cortado.»
¿Se ha mantenido la Iglesia en esta bondad de Dios? La Cristiandad está
totalmente corrompida, los gentiles se han mostrado infieles a las
dispensaciones de Dios en favor de ellos. ¿Puede la dispensación gentil ser
restaurada? No, es imposible. Así como la dispensación judía fue cortada,
también lo será la dispensación cristiana. ¡Que Dios nos dé la gracia de
mantenernos firmes en nuestra esperanza y de apoyarnos en Su fidelidad, que
jamás fallará!
SEXTA CONFERENCIA
(Daniel 7:15-28)
Los dos caracteres del mal:
Apostasía eclesiástica y apostasía civil
Hasta ahora, queridos amigos, hemos
estado hablando de la bienaventuranza que pertenece a la Iglesia, excepto que,
en nuestra última conferencia, hemos seguido el progreso que hará el mal sobre
la tierra hasta el fin. Este mal presenta un doble carácter, acerca de lo cual
me propongo hablar todavía, por cuanto las relaciones que existen entre el poder
del mal y los juicios que lo acompañan son de especial interés para los hijos de
Dios. Cuando el mal llegue a su punto culminante, Dios lo destruirá.
Los versículos que he leído para comenzar son la interpretación que el ángel le
da a Daniel de la visión que este profeta vio de las dos bestias; y, tal como
siempre sucede en la interpretación de las profecías simbólicas, encierran
rasgos nuevos. Aquí, por ejemplo, en la explicación dada a Daniel, se añade todo
lo que sucederá a los santos; pero de todos modos lo que he leído de Daniel
7:15-28, así como todo el capítulo, se relaciona con la bestia que se exalta, y
que se eleva contra el Dios Todopoderoso.
Ya os he dicho, queridos amigos, que hay dos caracteres del mal que se
desarrollan sobre la tierra. El primero es la apostasía eclesiástica, y el
segundo es la apostasía del mismo poder civil.
En primer lugar, el estado de apostasía de la Iglesia, contemplada en su
responsabilidad externa, ya ha llegado en principio. Y este principio tendrá una
manifestación más abierta posteriormente. Por otro lado, el poder civil se
levantará contra Aquel a quien pertenece el gobierno, contra Cristo, a quien
Dios establecerá como Rey sobre la tierra. Y esta revuelta procederá de la
cuarta bestia (el Imperio Romano).
Antes de entrar directamente en nuestro tema para hoy, deseo hacer algunas
observaciones acerca de Mateo 25, texto al que volveremos cuando nos refiramos a
las naciones; porque todos los pueblos de la tierra que existirán al final de
los tiempos estarán o bien sometidos a Cristo, y por ello salvos, o bien en
rebelión, y en consecuencia destruidos. Pero, para deshacer las dudas acerca del
tema de este capítulo, es necesario decir algunas palabras. Generalmente se cree
que el juicio del que se habla en este capítulo es el juicio final, el juicio
general. Esto es un error. Éste es el juicio de las naciones vivas sobre esta
tierra, y no el de los muertos. Es por eso que no lo mencioné al hablar de la
resurrección de los muertos. Insisto: en este capítulo de Mateo no se trata de
la resurrección; se trata del juicio de los gentiles. En los capítulos 24 y 25
se ve el juicio de los judíos, que sobrevendrá a los judíos; luego el que
llegará a los creyentes; finalmente el que vendrá sobre los gentiles. Éste es el
juicio de los vivos, y no el de los muertos.
Así, insisto, es el juicio de los vivos. Esto es cuando leemos: «Serán reunidas
delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta
el pastor las ovejas de los cabritos.» Lo que da pie para creer que se trata del
juicio de los muertos es que se dice de los malvados que irán al castigo eterno,
y los justos a la vida eterna. Pero esto sólo quiere decir que el juicio de los
vivos sera inapelable, como el de los muertos. Desde luego, cuando Dios juzgue a
los vivos, Su juicio enviará a unos a las penas eternas, y a otros a la vida
eterna. El juicio de los vivos es tan cierto como el de los muertos. Ya
hablaremos de esto en su momento.
La relación de la apostasía eclesiástica con la apostasía del poder civil
En la última conferencia hablé
principalmente de la cizaña y de la apostasía eclesiástica, del progreso del mal
en relación con la revelación, y de lo que ha sucedido en la esfera de la
Iglesia sobre la tierra. Ahora examinaremos la apostasía del poder civil en su
forma exterior, y el juicio que le sobrevendrá de parte de Dios. Porque Su
cólera caerá sobre este poder civil. Si el mal eclesiástico desaparece hacia el
fin en cierta manera en su carácter de poder secular y en su forma exterior, y
si el mal civil es exaltado, el mal eclesiástico no por ello permanece menos
vivaz; lo único es que no goza de la supremacía; ésa es la diferencia. En otros
términos, no se trata en absoluto de que el poder eclesiástico se haya mejorado
a sí mismo; lo único que sucede es que no es ejercido de la misma manera; pero
su influencia es por ello tanto más perniciosa. Ya no tenemos un poder
eclesiástico disponiendo del brazo secular, montado sobre la bestia, y
dominándola; asimismo, adopta una forma más misteriosa, y en consecuencia más
peligrosa. La influencia oculta de este poder prosigue, pero queda privada de su
esplendor exterior; porque por su orgullo los hombres comienzan ahora a
levantarse y a unirse contra Dios, preparando el camino para el hijo de
perdición.
Aunque la maldad eclesiástica sea siempre la peor de todas, sin embargo, como
estamos diciendo, tendrá lugar y se manifestará la apostasía civil. Sabéis que
todo poder civil proviene de Dios. Ahora bien, de la misma manera que la iglesia
pierde su sentido y carácter propios por su rebelión contra Dios, también el
gobierno civil se encuentra en estado de rebelión y apostasía cuando, en lugar
de sujetarse a Dios, se eleva contra el Dios que le ha dado su autoridad.
Siendo el Espíritu de Dios la verdadera fuerza de la Iglesia, la rebelión de la
Iglesia comienza cuando, en lugar de someterse a Cristo, no obedece más que la
voluntad y el poder del hombre, apoyándose sobre el hombre, renunciando a la
verdad para seguir la mentira. Cristo es la cabeza; el Espíritu Santo es el
único poder por medio del que actúa la Iglesia, y cuando la Iglesia no está
dirigida por el Espíritu Santo, y no está, en este sentido, verdaderamente
sujeta a Cristo, la Cristiandad es moralmente apóstata. Ahora bien, el poder
civil se encontrará, al final de la actual dispensación, en este mismo estado de
rebelión, y es necesario recordar que la apostasía en el orden civil es más
externa y destacada que en la Iglesia. Esto tendrá lugar en el seno de la
cristiandad, y parece además que el mal eclesiástico será la fuente y el
principal motor. Esto es lo que siempre ha sucedido. Cuando Absalom se rebeló
contra David, tuvo un consejero, Ahitofel (2 S 15). La fuente primera de esta
rebelión era indudablemente Satanás, pero Ahitofel dirigió la conspiración
contra el rey. Cuando Datán y Abiram, simples israelitas, se rebelaron contra
Moisés, se le llamó a esto la rebelión del levita Coré, que era quien los había
seducido. Igualmente, Dios acusa a los sacerdotes y a los profetas, en el reino
de Judá, por la iniquidad del pueblo, por cuanto son sus malvados consejos los
que ha seguido el poder civil. ¿Y qué ha llegado a suceder dentro de la
Cristiandad? Que aquellos que hubieran debido edificar la Iglesia, representar
la sabiduría de Dios, y recordar al gobierno sus deberes para con Dios, están
ellos mismos en rebelión contra Dios, habiendo ocultado la verdad, y habiendo
adoptado una forma que ha seducido al mundo, instruyendo también al poder civil
en los mismos extravíos.
Habrá una rebelión, pues, de este poder civil, pero el poder eclesiástico será
su alma.
La bestia con un falso profeta
¿Qué encontramos en Armagedón? A un
falso profeta que se une a la bestia. De principio a fin, siempre hay una
bestia, y con la bestia encontramos un falso profeta. Es el uno o el otro quien
conduce la rebelión. Pero al fin la bestia toma la dirección, como capaz de
actuar más directa y libremente; y por ello es la bestia la que es finalmente el
objeto directo del juicio. Esto es lo que vemos en el capítulo 7 de Daniel.
A partir del momento en que la bestia, o el poder civil de la cuarta monarquía,
se rebele contra Dios, esta monarquía entrará en relación con los judíos, y esto
es lo que nos vuelve a llevar a la historia de este pueblo. Ya sabéis, queridos
amigos, que cuando la cuarta bestia apareció en la escena de este mundo, había
judíos en Jerusalén; sabéis que Cristo fue presentado como Rey de los Judíos a
la cuarta bestia, representada por Poncio Pilato, que le rechazó en este
carácter que Él jamás perderá. Al fin de esta era se producirá el mismo hecho:
los judíos, que habrán vuelto a su país, aunque sin haberse convertido, se
encontrarán relacionados con la cuarta bestia. Habrá santos entre ellos, y esta
cuarta bestia, y de manera particular aquel que la representará en Palestina, se
exaltará contra Dios, poniéndose en oposición directa contra los derechos de
Cristo como Rey de los Judíos. Esta oposición a Cristo se elevará, ciertamente,
mucho más alto que en otras ocasiones, por cuanto se arrogará los derechos de
Cristo como Rey de los Judíos, y será entonces que Cristo, viniendo del cielo,
destruirá a la bestia junto con el Anticristo, tomará el remanente de los judíos
como Su pueblo terrenal, y pondrá a todas las naciones debajo de Sus pies.
Con esto comprenderéis que hay muchas cosas que se aplican a los santos, esto
es, al residuo fiel de entre los judíos, que no es de aplicación a la Iglesia.
Por ejemplo, sabemos que durante el tiempo de la apostasía eclesiástica se han
dado muchas persecuciones contra los fieles. Pero en los últimos tiempos, cuando
se tratará de la persecución contra los santos, tendrá lugar contra el residuo
de los judíos, cuya sangre será derramada como agua.
Si se toma la historia de la bestia de una manera muy general, sea ya en la
época de Tiberio Augusto y de los otros emperadores, o si se examina a la bestia
no en su carácter pagano, sino bajo la influencia del cristianismo corrompido de
la Edad Media, se ve que ha habido, también en cada una de estas épocas,
persecuciones contra los santos; y podemos también decir de ellas que los santos
han sido muertos. Pero, cuando llegue el momento en el que el poder civil
levante abiertamente la bandera de la rebelión, en el momento en que estos
hechos proféticos se realicen de manera plena, será sobre los judíos sobre
quienes recaerán las persecuciones. En el momento en que se trata de los
derechos de Cristo como Rey de los Judíos, son los judíos los que aparecen en
escena, por cuanto los judíos son el pueblo terrenal de Dios. Pero, ¿qué
sucederá entonces con la Iglesia? Estará totalmente fuera de la escena durante
el tiempo de estas últimas persecuciones.
Antes que citemos los capítulos de la Escritura que tratan del Inicuo, esto es,
del poder apóstata civil, que ha tomado el puesto del poder eclesiástico
apóstata, cabe insistir de nuevo en este principio: Que la revuelta del mal
eclesiástico no es menos peligrosa porque no tenga la supremacía. Bien al revés,
repetimos que este poder es el secreto consejero de todo el mal. El único cambio
que tenemos aquí es que el poder eclesiástico deja de tener el dominio exterior;
esto es lo que induce al error. Por el hecho de que no se pueda ver de manera
manifiesta su poder de quitar reyes, se ha llegado a creer que todo este poder
eclesiástico ha desaparecido enteramente. No se ha prestado atención a lo que
los hijos de Dios deben ver en la Palabra de Dios, esto es, que la existencia
moral de este poder sobrevivirá a la destrucción de su influencia política, y
que será precisamente ésta la que conducirá al poder político propiamente dicho
a la rebelión contra Dios, y al final a su destrucción. No quiero decir que no
sea la voluntad del hombre la que, por sí misma, conduzca a la bestia a su
perdición. Creo que es verdaderamente así; pero, en el interín, es la apostasía
eclesiástica la que se ha arrogado el poder de Dios, la que ha cerrado la puerta
a la manifestación de la voluntad de Dios, y, por medio de sus corrupciones y
maquinaciones, atrae a los moradores de la tierra a reconocer y adorar a la
bestia.
Paso a los pasajes que tienen que ver con lo que hemos estado diciendo.
De entrada, el final del capítulo 7 de Daniel, donde tenemos la cuarta bestia. A
continuación, Apocalipsis 16, y especialmente 17, donde encontramos dos cosas
distintas: la gran ramera, o Babilonia, y la bestia. En el capítulo 17, tenemos
a la mujer vestida de púrpura (poder cuyo principal elemento es el
eclesiástico); está montada sobre la bestia (el poder civil). Después de esto,
«los diez cuernos ... aborrecerán a la ramera (el poder eclesiástico), y la
dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego;
porque Dios ha puesto en sus corazones ... dar su reino a la bestia».
Examinemos ahora los pasajes que tratan de las fuentes del mal, y de manera más
particular el de aquel poder en rebelión contra Dios, de la cuarta monarquía, y
veamos la forma que tomará esta revuelta.
El capítulo 12 de Apocalipsis muestra la fuente de este poder: el gran dragón
escarlata. Aquí se nos admite, por así decirlo, detrás de las bambalinas, y
vemos también el poder de Satanás deseando destruir a Aquel que ha de regir a
todas las naciones con cetro de hierro: a Cristo; y en Cristo y con Cristo, a la
Iglesia. Éste es propiamente el poder de Satanás, y la gran lucha. La Palabra de
Dios contrapone al Padre con el mundo, a la carne con el Espíritu, y a Satanás
con el Hijo de Dios; aquí tenemos al gran dragón, o Satanás, que quiere devorar
a Aquel que ha de regir a las naciones con cetro de hierro; pero es en el cielo
que lo vemos. Luego, en el v. 9, es arrojado de allí, un acontecimiento que
todavía no ha tenido lugar.
Aquí surge una dificultad para ciertas mentes. Por el hecho de que Satanás es
expulsado de la conciencia, lo que es verdad,9 suponen que es echado también del
cielo. Es perfectamente cierto que Satanás no tiene poder sobre nuestra
conciencia, si hemos comprendido el valor de la sangre de Cristo. También es
cierto que, aunque nuestras conciencias hayan sido purificadas, Cristo intercede
por nosotros en el cielo, donde Satanás acusa a los hijos de Dios. Vemos, en
Efesios 6:12, que las huestes espirituales de maldad están en los lugares
celestiales; así, habrá una batalla en el cielo, la cual será el efecto no de un
acto de intercesión ni de sacerdocio, sino de poder; que será llevada a cabo,
quizá, con la ayuda de los ángeles, pero que será en todo caso una obra de
poder. Al mismo tiempo, si bien Satanás será arrojado del cielo, lo será sobre
la tierra; pero no estará aún encadenado para ser lanzado al abismo, y los
frutos de su maldad no habrán llegado aún al colmo; así, él descenderá «con gran
ira, sabiendo que tiene poco tiempo».
Satanás, lanzado del cielo a la tierra, actuará por medio del Imperio Romano.
Apocalipsis describe lo que aparecerá en escena com instrumentos providenciales
mediante los que asegurará su poder sobre la tierra. «Vi subir del mar una
bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos.»10 Aquí tenemos los instrumentos
terrenales. Esta bestia reunirá las características de las otras tres bestias.
Vemos aquí que el poder del dragón se establece en el Imperio Romano, en la
bestia con siete cabezas y diez cuernos.
«Vi una de sus cabezas como herida de muerte», esto es, una de las formas de
gobierno del Imperio Romano destruida. Pero al final su herida mortal fue
sanada, y la forma destruida, restablecida. Además, si comparamos los caracteres
y las acciones del cuerno pequeño de la misma bestia de Daniel, veremos que el
cuerno pequeño, esto es, este pequeño cuerno de Daniel «que hablaba grandes
cosas», y que destruye a tres de los otros diez cuernos, veremos, digo, que
imprime todo su carácter a la misma bestia; ésta viene a ser su expresión moral
delante de Dios. Así, podríamos decir, por ejemplo, que Napoleón era el imperio
francés, por cuanto él representaba toda la fuerza de este imperio. Esta bestia
será el poder civil, el Imperio Romano apóstata, o en rebelión abierta contra
Dios.
Pero hay además otra bestia (que no es el Imperio Romano), que «ejerce toda la
autoridad de la primera bestia en presencia de ella.» En los versículos 11-14 se
dice: «Después vi ... Y engaña a los moradores de la tierra.» Aquí tenemos algo
que se parece al poder de Cristo, y que más tarde revestirá, en medio de los
judíos, la forma del cristianismo; pero, tal como comprende el apóstol, es de
Satanás.
Así, es la segunda bestia la que seducirá a los moradores de la tierra, haciendo
que sigan a la primera, esto es, al poder civil, al Imperio Romano.
La bestia había recibido un golpe mortal. Esto es lo que ya le sucedió a la
forma imperial del Imperio Romano. Pero su herida ha de quedar totalmente
sanada. Vemos aquí que la bestia pierde su carácter imperial durante un tiempo,
y que su herida queda luego sanada, y es cuando queda así restablecida que toda
la tierra, asombrada, va en pos de ella.
Así, todavía se ha de volver a ver la bestia imperial sobre la tierra, y por
toda la tierra será admirada. Pero también hemos visto que la segunda bestia
seduce a los moradores de la tierra mediante los prodigios que lleva a cabo. Y
esta segunda bestia aparecerá al final no manifestando el carácter de una
bestia, sino el de un falso profeta; esto es, perderá todo su poder secular. No
será ya una bestia rapaz y voraz; su carácter quedará totalmente cambiado, y se
verá al falso profeta,11 que será reconocido como la segunda bestia por la
perfecta semejanza de su carácter como aquel que ha hecho las cosas que ha hecho
la segunda bestia, pero que aparece al final bajo esta nueva forma (cp. Ap 13:14
con 19:20).
Si contemplamos la faceta moral de los acontecimientos ya cumplidos, sabemos
quién ha ejercido todo el poder delante del poder civil; pero sigue habiendo un
poder seductor, que hará prodigios de todo tipo, y que seducirá a los moradores
de la tierra.
Veremos más adelante las consecuencias de todo esto. Mientras tanto,
recapitulemos lo dicho. El capítulo 12 nos presenta al dragón en el cielo como
el origen, la causa primera, de toda esta rebelión; el 13 nos muestra, como
agente providencial visible, al Imperio Romano bajo la forma imperial. Esta
bestia ha quedado herida de muerte, pero su herida mortal ha sido sanada; hay
también en su presencia otro poder que seduce a los moradores de la tierra, y
cuando la herida de la primera bestia queda sanada, todo el mundo, lleno de
admiración, va en pos de ella. Añadamos aquí la circunstancia del capítulo 19,
que la segunda bestia deja de ser bestia, y aparece al final como falso profeta.
En el capítulo 17 se da una descripción de la primera bestia que nos da otros
detalles que la atañen. Versículos 7 y 8: «Y el ángel me dijo: ¿Por qué te
asombras? Yo te diré el misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la
cual tiene las siete cabezas y los diez cuernos. La bestia que has visto, era, y
no es; y está para subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la
tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en
el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será.»
La bestia «está para subir del abismo», esto es, viene a ser de manera positiva
el poder de Satanás al final; y esto es precisamente lo que sucederá cuando
Satanás, echado del cielo (acontecimiento que tendrá lugar cuando la Iglesia sea
arrebatada al cielo), llegará con gran ira a la tierra. Entonces, bajo su
influencia, la bestia (el Imperio Romano) que era, y no es, y que reaparece,
retoma su fuerza y su forma, esto es, que el poder civil, en lugar de someterse
a Dios, asume de manera total el carácter de Satanás, y se manifiesta, en
conformidad al carácter de Satanás y por su instigación, en rebelión abierta
contra el poder de Dios.
Para buscar todas las marcas mediante las que se puede reconocer esta última
forma de la bestia, se tiene que esperar hasta la aparición en el mundo de la
cabeza imperial del Imperio Romano, el octavo rey de Apocalipsis 17:11. Esto es
lo que tiene que suceder para que tenga lugar su destrucción.
Cuando el Imperio Romano existía bajo su forma pagana, no tenía diez reyes; pero
cuando esta bestia exista de nuevo (recordemos siempre que se trata del Imperio
Romano), diez reyes le darán su poder; no se trata de que diez reyes tomen su
lugar. Además, es después de su destrucción que será reavivada, esto es, no se
trata de la bestia pagana, no se trata de la historia de la Baja Edad Media, ni
que ciertos reyes bárbaros (si es que se pudiera encontrar que eran diez) hayan
tomado el puesto del Imperio. Será la que «y será»; esto es, la herida mortal
será sanada, y reaparecerá la bestia imperial.
Los diez reyes «entregarán su poder y su autoridad a la bestia», esto es, habrá
una cabeza imperial, o emperador, y diez reyes que le darán su poder; los reinos
seguirán existiendo, pero se tratará de una confederación de reinos. Sólo a modo
de ilustración, puedo mencionar que hemos visto en la historia a los reinos de
España, Holanda, Westfalia, etc., bajo Napoleón.
Ha existido la bestia, y puede que hubiera diez reyes, pero nunca se ha dado el
caso de diez reyes dando su poder a la bestia que no era, y que existe de nuevo.
«Las siete cabezas son siete montes.» Tenemos constantemente al Imperio Romano.
«Y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es», haciendo mención a la
cabeza imperial que existía en tiempos de Juan; «y el otro, aún no ha venido; y
cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es
también el octavo» rey (por cuanto los siete han pasado); «y es de entre los
siete, y va a perdición», es decir, habrá una octava cabeza, una cabeza
concreta, que reunirá todo el poder de la bestia, que será la misma bestia, y
que, aún siendo una cabeza aparte, es uno de los siete. Es la cabeza imperial,
pero sobre una nueva forma; porque hay diez reyes que darán su poder a esta
octava bestia, y es en esta forma que irá a su perdición. Es precisamente aquí
que se relaciona la venida de Cristo y de la Iglesia con el tema que tratamos (Ap
19, y 2 Ts 2).
Debo todavía citaros Daniel 11:36-45: «Y el rey hará su voluntad...» (cp. con 2
Ts 2:3, 4 y siguientes). Vemos en Daniel 11 que no se trata ya de una cuestión
de supremacía eclesiástica; en este capítulo lo que tenemos son guerras entre
potencias civiles en Oriente. Con el versículo 36 comienza la historia del
Anticristo, del rey que «hará su voluntad», como hemos visto que igualmente
hacía el cuerno pequeño y que, finalmente, tras diversos incidentes, se dirige a
Jerusalén, a su fin. Es un rey como otro, uno de los reyes de la tierra, pero
que ejerce su poder dentro de la tierra santa. No se trata aquí de una forma de
cristianismo, o del misterio de iniquidad; en Tesalonicenses todo esto es
anterior a la manifestación del Inicuo; se ve que el rey deja totalmente a un
lado las cuestiones eclesiásticas; se trata de un rey de esta tierra que es
objeto de un ataque por parte de los reyes del Sur y del Norte.
Hagamos una observación acerca de 2 Tesaloniceses 2, para nuestra consolación en
medio de este triste curso de acontecimientos. «Os rogamos, pues, hermanos, por
la venida del Señor nuestro Jesús el Cristo, y de nuestro recogimiento a él, que
no os mováis fácilmente de vuestro sentimiento, ni seáis espantados» (v. 1,
Reina) Los que aman la verdad escaparán enteramente de este poder mentiroso al
que, en cambio, serán entregados, por el juicio de Dios, los que no habrán
recibido el amor a la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad. Éste es
el mal que se avecina, y el mundo debería ser advertido de ello, para que
algunos sean saludablemente atemorizados ante ello, y sean conducidos a
considerar seriamente la verdad de Dios. ¿Y para qué se anuncia esto a los hijos
de Dios? Para que obtengan la mayor consolación, y para que sean apartados de
todo lo que conduce a este mismo fin. He dicho que no nos encontraremos inmersos
en esta catástrofe, Por ello, advertidos de los juicios que tendrán lugar en
esta terrible crisis, seamos llevados a desligarnos, desde ahora, de las causas
que, por su misma naturaleza y debido a la justicia de Dios, atraen tan grande
juicio.
El apóstol había hablado mucho de estas cosas en la asamblea de los
Tesalonicenses, y les había enseñado a esperar la venida del Señor. Ahora bien,
¿qué hizo entonces Satanás? Trató de aterrorizar a los fieles, diciéndoles que
el día del Señor ya había llegado. No, les dice el apóstol: Os conjuro por la
venida del Señor y por nuestra reunión con Él, que tiene que preceder a este
día, os conmino a que no os dejéis inquietar como si este día ya hubiera
llegado.12 Este día caerá sobre el Inicuo, no sobres vosotros, porque vosotros
ya estaréis con Cristo, y le acompañaréis personalmente en este gran día en que
Él volverá.
Ya ha llegado el día, decían los engañadores, el día ya está aquí. No, responde
el apóstol, por cuanto este día no llegará hasta que vosotros los fieles hayáis
sido arrebatados en las nubes, y sea revelado el Inicuo.
Estas consolaciones nos son confirmadas en el segundo pasaje citado: Este hombre
vendrá «con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no
recibieron el amor de la verdad».
Añadiré sólo que tenemos en este capítulo la descripción del carácter moral de
la iniquidad sin freno del Inicuo, y del poder de Satanás. En el capítulo 11 de
Daniel tenemos la descripción del carácter externo del Inicuo.
Esta tarde, queridos amigos, he intentado exponeros algo que está probablemente
fuera de vuestra forma de considerar estos temas; he tratado de resaltar la
distinción y la unión a la vez del poder civil y del eclesiástico, así como la
distinción y unión a la vez de la rebelión eclesiástica y de la civil. Las dos
cosas están estrechamente ligadas, por cuanto vemos que la segunda bestia ejerce
toda la autoridad de la primera bestia delante de ella, y que el falso profeta,
que es esta segunda bestia, es lanzado al lago de fuego junto con la primera.
Observamos asimismo que este hecho se conecta con el de la presencia de los
judíos en Jerusalén, en cuyas cercanías la bestia hallará su fin, acontecimiento
que dará fin a la actual dispensación, manifestándose el poder de Cristo sobre
la tierra; eso nos llevará a ver la unión de Cristo con el remanente de los
judíos, y, después de esto, el sometimiento de todas las naciones bajo Su cetro.
Sólo nos hemos referido a la cuarta bestia. Hay dos puntos dignos de
consideración en la historia de Israel: primero, las naciones coligadas contra
Israel, cuando este pueblo estaba reconocido por Dios, y, en segundo lugar, las
naciones que la llevaron en cautividad. Hasta ahora sólo hemos estado tratando
de «los tiempos de los gentiles», el período durante el que la realeza está
transferida de los judíos a los gentiles, esto es, a las cuatro bestias de
Daniel. Ezequiel, por su parte, habla de las naciones antes de estas cuatro
bestias y después de ellas, pero nunca de los «tiempos de los gentiles» mismos.
Es durante este período que incluye la historia de estas cuatro bestias que
aparece el cristianismo, y que tiene lugar la rebelión moral. El poder
eclesiástico, como hemos visto, ha servido de instrumento para llegar a este
resultado. Se ha puesto en lugar de Dios, quitando la fe, y al mismo tiempo
repugnando a la razón; ha echado a un lado la religión natural pretextando los
derechos de la revelación, y ello para corromper y pervertir esta misma
revelación, para que los hombres no pudieran tener otro objeto que ellos mismos.
Este poder, habiendo jugado un tal papel en el drama de la iniquidad perpetrado
por el enemigo de nuestras almas y de nuestro Señor, sucumbirá también bajo la
malicia y la violencia de la voluntad humana emancipada por ella. Tan incapaz,
por sus pretensiones de religión, de servir abiertamente a Satanás como lo es de
servir de manera sincera a Dios, incapaz, en una palabra, de toda verdad, se
convertirá en el cobarde consejero de una iniquidad de la que no puede
convertirse el autor. Provocará crímenes que no osará consumar, y de los que el
poder civil vendrá a ser la cabeza activa y el ejecutor. Queridos amigos: Cuando
la conciencia natural es más recta que las formas religiosas, todo ha acabado
para la Iglesia. Se encuentra ya próxima a su fin, y el candelero le será
arrebatado allí donde sólo sirve como el instrumento de la mayor iniquidad que
jamás haya podido imaginar el mundo. Como se dice comunmente, la corrupción de
lo más bueno es la peor de las corrupciones. En cuanto al Anticristo propiamente
dicho, él negará que Jesús sea el Cristo, y negará al Padre y al Hijo (1 Jn
2:22); no confesará que Jesucristo ha venido en carne (2 Jn 7); lo negará todo:
al Padre y al Hijo, a Jesús el Mesías, a Jesús venido como verdadero hombre.
Hemos visto el carácter del Anticristo, sus acciones, su forma, la fuente de su
poder. Hemos visto quien le dará el trono. Ya lo hemos visto: será una especie
de imitación satánica de lo que Dios ha hecho: el Padre le ha dado el trono al
Hijo, y el Espíritu actúa según el poder del Hijo en la Iglesia delante de Él;
igualmente el dragón (Satanás) dará su trono a la bestia, y una gran autoridad,
y la segunda bestia (un poder espiritual, el verdadero Anticristo, el falso
profeta) ejercerá toda la autoridad de la primera (el poder civil) delante de
ella (Ap 13:12).
El juicio decidirá, queridos amigos, en tal estado de cosas. Que Dios nos haga
atentos al verdadero carácter y fin del orgullo humano. La fuerza de su voluntad
puede emplear y poner en acción todos los medios que Dios le ha otorgado, los
cuales son enormes; y los resultados, hasta allá donde Dios le deje actuar en Su
paciencia, serán asimismo grandes. Pero es el hombre quien será el centro de
todo; no aparece para nada el sentimiento de su responsabilidad para con Dios;
en realidad, Dios queda deshonrado y degradado; en todo esto está ausente el fin
más elevado, más digno que el hombre se pueda proponer: Dios. En suma, queridos
amigos, se trata, de comienzo a fin, del mismo principio y de la misma fuente de
pecado. tenemos pues al hombre actuando por su propia voluntad para satisfacer
sus concupiscencias, ávido de conocimientos para sí mismo, exaltándose para ser
como Dios, desobediente, y por ello mismo actuando bajo la influencia y por la
energía de Satanás: Éste es el carácter del Anticristo; ésta es la historia de
Adán desde su primera caída, desde su primer pecado.
Tenemos el comienzo y la consumación del mismo mal, cuya evidencia y contraste
aparecieron en la muerte de nuestro amado y perfecto Salvador, que obró la
expiación por nosotros. Que sea bendito eternamente Su nombre de gracia y de
gloria, ¡y que Él grabe estas cosas en nuestros corazones! Con toda seguridad,
Él preservará a Su Iglesia de todos los males que se ciernen sobre el mundo, por
cuanto Su Iglesia está unida a Él.
SÉPTIMA CONFERENCIA
(Salmo 82)
El juicio de las naciones, que vienen a ser la herencia de Cristo y de la
Iglesia
El último versículo de este Salmo
contiene el tema que nos va a ocupar esta tarde: «Levántate, oh Dios, juzga la
tierra; porque tú heredarás todas las naciones.» Es Dios quien juzgará la
tierra, y, después de este juicio, tomará todas las naciones como Su posesión.
Hemos hablado de Cristo, heredero de todas las cosas, con la Iglesia como
coheredera; después, del advenimiento de Cristo, que será cuanto tomará todas
las cosas; y de la resurrección de la Iglesia, que será cuando la Iglesia
resucitada compartirá con Él esta herencia. Las almas de los santos que han
dormido, dichosas con Él, esperan la resurrección de sus cuerpos, para gozar de
la plenitud de la bendición y de la gloria. Es por esta razón que un cristiano
puede desear la muerte, porque por ella queda librado de toda aflicción y de
todo dolor; pero lo que espera es la resurrección para la consumación de su
gloria. Hemos hablado asimismo del progreso del mal, y hemos demostrado que
lejos de que el mundo vaya a ser convertido por la predicación del Evangelio, la
cizaña debe crecer y madurar hasta el momento de la siega. Y en nuestra última
conferencia hemos visto como el mal llega a su expresión culminante en la bestia
que va a perdición, en la apostasía del poder civil de la cuarta monarquía, y en
el falso profeta que ejerce su poder delante de ella, y que es destruido junto
con ella.
Hemos visto que hay dos bestias, y que la segunda se transforma en el falso
profeta (cp. Ap 13 con el final del cap. 19).
Ahora la escena se extiende un tanto, y veremos no sólo la destrucción de la
cuarta bestia, sino también el juicio de todas las naciones. Todas las razas
humanas que existen sobre la tierra, que tuvieron su formación después de la
división de los hijos de Noé, se encontrarán por fin reunidas y juzgadas por
Dios; todo lo altanero, orgulloso, será abatido por Su poder y gloria a fin de
que Dios, en plena bendición, goce del reino, y que tenga la herencia de todas
las naciones.
En nuestra última reunión traté la parte más difícil, aquel punto en el que se
encuentran las dos dispensaciones, y donde el mal causado por la apostasía de la
dispensación actual demanda la intervención de Dios y, como consecuencia, el
juicio que da fin a esta dispensación. Me he referido en especial a la apostasía
del Anticristo, porque es en efecto la consumación misma de la apostasía. Pero
en el momento en que tiene lugar este acontecimiento tiene lugar también el
juicio de todas las naciones. Dios no juzga sólo la última rebelión del
Anticristo o de la bestia, sino que, habiendo dado paso a Su poder, habiendo
llegado el momento de Su ira, juzga a todas las naciones.
El reino de Cristo
Esto es lo que leemos en
Apocalipsis 11:15-18. «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces
en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor
y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro
ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre
sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu
gran poder, y has reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el
tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de
destruir a los que destruyen la tierra.» Sigamos los pasajes que hablan de este
mismo tema.
Hemos visto que el Señor Jesús, el Mesías, el verdadero Rey de toda la tierra,
se presentó a la cuarta bestia y a los judíos, esto es: al Imperio Romano y a
los judíos; a los gentiles en la persona de Poncio Pilato, y a los judíos en la
persona del sumo sacerdote. Se presentó al mundo y a los Suyos, y fue rechazado.
Pero veremos que hay un sentido más amplio en el que se dice que las naciones se
airaron, y que la ira de Dios cae sobre ellas por medio del juicio entregado en
manos de Su Hijo.
En el Salmo 2 vemos ambas cosas. Primero, que el Hijo es ungido Rey sobre Sión,
el santo monte de Dios, y que como herencia recibe las naciones; en Sión está Su
trono, pero Su herencia son las naciones. En segundo lugar, Su manera de tratar
estas naciones, totalmente opuesta al Evangelio: «Los quebrantarás con vara de
hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás». El cetro de Cristo, si
queremos emplearlo como figura en el lenguaje del Evangelio, es un cetro de
bondad y de amor; es todo lo que hay de más dulce y bondadoso en Su amor; no se
trata en absoluto de un cetro de hierro. Pero aquí es con referencia a los reyes
de la tierra. Por tanto, ¡oh reyes!, honrad al Hijo. El decreto de Dios es que
Su Hijo sea ungido; esto es, que Dios ha querido poner a Jesús como rey de toda
la tierra, y Él invita a los reyes de la tierra a que se le sometan. Les dice:
He dicho en mi ira: Doy la herencia de las naciones a Cristo; Él os quebrantará
con vara de hierro, os desmenuzará; por tanto, someteos a Él, a mi Hijo, Rey en
Sión. Estos reyes siguen sin embargo sus propios consejos; ya han tomado partido
en base de la sabiduría humana, y no es en Cristo, Rey en Sión, en quien
piensan. ¡Id a hablarles de Cristo, Rey en Sión, y os tendrán por locos! Sin
embargo, Dios lo ha decretado con toda certidumbre, y de manera irrevocable, y
lo hará, mal que les pese a los reyes de la tierra; Él establecerá a Cristo como
Rey en Sión, y le dará las naciones como herencia, y como posesión los confines
de la tierra. «Y él estará», dice por boca de Miqueas, «y ... será engrandecido
hasta los fines de la tierra» (5:4).
Cristo, el Juez entre los jueces
Vemos, cuando nació Cristo, cómo se
desató el odio ante la menor apariencia de Su condición regia. Desde que se oyó
decir: Hay un rey, se buscó Su desaparición. Pero, ¿es que acaso las naciones
escucharán la invitación que se les hace de someterse a Él? Encontramos la
respuesta en el Salmo 82. Será preciso que estos jueces de la tierra, estos
Elohim, den cuenta de su conducta. «Yo dije: Vosotros sois dioses», porque el
mismo Dios los había puesto con autoridad sobre la tierra, y porque las
autoridades que hay han sido puestas por Dios; pero Dios las puede juzgar. No
son los cristianos los que usan este lenguaje, sino Aquel que tiene derecho de
juzgar a aquellos que Él ha constituido como jueces, y de destituir a estos
poderes subalternos, a fin de manifestar Su gran poder y de actuar como Rey.
Vemos aún (Sal 9:1-7) que el lugar donde tendrá lugar este juicio es la tierra
de Israel, y que el Señor se revelará por este acto de Su poder. Versículo 5:
«Reprendiste a las naciones, destruiste al malo (al Anticristo)... Las ciudades
que derribaste, su memoria pereció con ellas.» El final del Salmo 5:15-20 no es
el lenguaje del Evangelio, sino la demanda profética, la justa demanda de
juicio; esto es lo que explica los Salmos, en los cuales los cristianos
encuentran a veces tan grandes dificultades, por no haber comprendido la
diferencia de las dispensaciones. Convertir al malvado, concederle la gracia,
esto es el Evangelio; pero aquí tenemos algo totalmente distinto, porque aquí no
se trata del Evangelio. Una vez que el Evangelio haya corrido su curso, Cristo
reclama el juicio contra el mundo. No es ya Cristo a la diestra del Padre para
enviar el Espíritu Santo y reunir a Sus coherederos, sino Cristo demandando
justicia, por Su Espíritu, generalmente por boca de los humildes y de los
abatidos de la nación judía, contra el hombre orgulloso y violento. Si Dios no
ejecutara el juicio, el mal no haría otra cosa que empeorar, sin que hubiera
respiro alguno para los fieles de Dios. Dios no ejecuta este juicio sino hasta
que el mal alcanza su punto culminante. El Anticristo y las naciones se
levantarán contra Dios y contra Su Cristo, y será necesario que la tierra sea
liberada de estos enemigos, para dar lugar al reino del mismo Dios. No es David
quien pide el dominio sobre sus enemigos, sino Cristo quien demanda el juicio,
por cuanto ha llegado el momento.
En el Salmo 10 vemos esta misma verdad. Jehová es el Rey, y las naciones han
sido exterminadas (vv. 15, 16).
He deseado, queridos amigos, haceros observar como principio general que en
estos Salmos, donde tenemos el terrible juicio de Dios sobre la maldad de las
naciones, Él actúa como juez en medio de los jueces.
El juicio se aplicará a todas las naciones
Un pasaje, Isaías 2:12-22, nos
presenta todavía el gran día de Dios sobre la tierra: «Porque el día de Jehová
de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo enaltecido, y
será abatido ... cuando él se levante para castigar la tierra.» No tenemos aquí
el juicio de los muertos, sino el de la tierra.
Para una mejor comprensión de que este juicio se aplicará a todas las naciones,
y que es por medio de esto que Dios quiere llenar la tierra del conocimiento de
Su nombre, citaré Sofonías 3:8: «Por tanto, esperadme, dice Jehová, hasta el día
que me levante para juzgaros; porque mi determinación es reunir las naciones,
juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira;
por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra.» El propósito del Señor
es reunir a los reinos, para derramar sobre ellos Su indignación. Éste será un
día terrible. Así, en cuanto a nuestra expectación de que el conocimiento de
Jehová llenará la tierra, vemos cuándo sucederá eso en el v. 9. Eso vendrá
después que Él haya ejecutado el juicio, y destruido a los malvados. Este pasaje
constituye la más explícita revelación de ello.
Siguiendo con esto, vemos que esta misma verdad, de que el conocimiento de Dios
se extenderá por toda la tierra como efecto de Sus juicios, se nos presenta en
Isaías 26:9-11: «Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del
mundo aprenden justicia.» Y se añade: «Se mostrará piedad al malvado, y no
aprenderá justicia». ¿Es éste acaso el efecto de la gracia? Es cosa cierta que
el propósito del Señor es reunir a los reinos, para derramar sobre ellos Su
indignación y todo el ardor de Su ira. Será un día terrible, un día que el mundo
debiera estar esperando.
Otro pasaje que sustenta esta misma verdad es el que aparece en el Salmo 110:
«Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies.» Jesús está sentado a la diestra del Padre, hasta que
Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Hasta entonces, Él actúa por
medio de Su Espíritu para reunir a los cristianos, habiendo enviado al Espíritu
Santo, el consolador aquí en la tierra, para convencer de pecado, de justicia y
de juicio; pero Dios pondrá un día a los enemigos de Cristo por estrado de Sus
pies. Es por esto que Jesús dijo que «de aquel día y de la hora nadie sabe, ...
ni el Hijo, sino el Padre» (Mr 13:32). Está escrito que Él tiene que heredar
todas las cosas. Esto es lo que ha sido profetizado acerca de Mí: Jehová me ha
dicho: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus
pies.» No se trata del año ni del día, sino que estaré sentado a la diestra de
Dios «hasta que», es decir, hasta el momento en que el Padre cumplirá este
propósito; por cuanto el Señor Jesús, siempre Dios bendito eternamente, recibe
el reino como Hombre-Mediador. Veamos el cumplimiento de este decreto: «Jehová
enviará desde Sión la vara de tu poder...» Vemos que el término de esta
dispensación está muy claramente marcado. Cristo está sentado a la diestra de
Dios, hasta que el Dios ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies. Después de
esto, le dice: «Domina en medio de tus enemigos.» Esto es lo que Dios ha de
cumplir cuando el Señor, en aquel momento en que vaya a obrar en poder,
«quebrantará a los reyes en el día de su ira. Juzgará entre las naciones, las
llenará de cadáveres; quebrantará las cabezas en muchas tierras».
Jeremías 25:28. Aquí tenemos más de este asunto que continuamente nos presenta
la Palabra de Dios a nuestras almas, y lo que vemos a nuestro alrededor es el
fin de todas las cosas: «Y si no quieren tomar la copa de tu mano para beber,
les dirás tú: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tenéis que beber.» Véase
también el v. 31.
Cristo juzgará las naciones en Jerusalén
Hay todavía dos cosas que querría
haceros observar. Primero, que es sobre todo en Jerusalén que tendrá lugar este
desastre; segundo, que Dios ha designado en Su Palabra a todas las naciones que
participarán en ello. Veremos como todos los descendientes de Noé, de los que
tenemos el catálogo en Génesis 10, van reapareciendo en escena en el momento de
este juicio de Dios. Los encontraremos a casi todos ellos o bien bajo la bestia,
o bien bajo Gog.
En cuanto a los pasajes que tratan de Jerusalén, podemos citar Joel 3:1 y 9-17;
Mi 4:11-13; Zac 12:3-11: «Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada
a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que
todas las naciones se juntarán contra ella. En aquel día, dice Jehová, heriré
con pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la casa de Judá
abriré mis ojos, y a todo caballo de los pueblos heriré con ceguera. Y los
capitanes de Judá dirán en su corazón: Tienen fuerza los habitantes de Jerusalén
en Jehová de los ejércitos, su Dios. En aquel día pondré a los capitanes de Judá
como brasero de fuego entre leña, y como antorcha ardiendo entre gavillas; y
consumirán a diestra y a siniestra a todos los pueblos alrededor; y Jerusalén
será otra vez habitada en su lugar, en Jerusalén. Y librará Jehová las tiendas
de Judá primero, para que la gloria de la casa de David y del habitante de
Jerusalén no se engrandezca sobre Judá. En aquel día Jehová defenderá al morador
de Jerusalén; el que de entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como
David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos. Y
en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra
Jerusalén, y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de
Jerusalén, espíritu de gracia y de oración, y mirarán a mí, a quien traspasaron,
y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se
aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el
llanto de Hadadrimón en el valle de Meguidó.» Capítulo 14:3, 4: «Después saldrá
Jehová, y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y
se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en
frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en
medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la
mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur.»
Se afirma, en Hechos 1, que Jesús volverá «como le habéis visto ir al cielo», y
vemos que esto será así hasta el punto de que Sus pies se asentarán sobre el
monte de los Olivos (cp. Ez 11:23). En este día, Sus pies se posarán sobre el
monte de los Olivos, dice el Espíritu por medio de Zacarías (14:4). «Sus pies»,
los pies de Jehová. Aunque haya sido Varón de Dolores, Jesús es Jehová, como lo
es desde la eternidad.
Los descendientes de Noé
En cuanto al segundo punto, se
puede observar que las naciones, los descendientes de Noé, se encontrarán bien
sea bajo la bestia, bien bajo Gog, los dos principales poderes; si consultamos
Génesis 10:5, veremos allí las islas de los gentiles divididas por sus tierras:
«De estos se poblaron las costas ... conforme a sus familias en sus naciones.»
En la enumeración de los hijos de Jafet tenemos a Gomer, Magog, Madai, Javán,
Tubal, Mesec y Tiras. Entre estos pueblos encontramos a Gomer, Magog, Tubal y
Mesec bajo los mismos nombres en Ezequiel 38, como seguidores de Gog; también
encontramos a Peres (los persas) unido a Madai (los medos), de cuyas manos
recibió este último la realeza, como vemos en Daniel 5 y otros lugares, de
manera que de todas las naciones sólo quedan fuera Javán y Tiras. La enumeración
de Ezequiel incluye todas las naciones que comprenden a Rusia, Asia Menor,
Tartaria y Persia (resumiendo, todos los pueblos que están bajo el dominio de
Rusia, o que se encuentran bajo su influencia). Son descritos como bajo el
dominio de Gog, príncipe de Ros (los rusos), Mesec (Moscú) y Tubal (Tobolsk).
Los hijos de Cam aparecen en Génesis 10:6. De entre ellos, Canaán fue destruido,
y su país vino a a ser el de Israel. Cus y Fut se encuentran bajo Gog (Ez 38:5);
los de Cus sólo en parte, debido a que una parte de la familia de Cus se
estableció junto al Éufrates, y otra junto al Nilo, esto es, al norte y al sur
de Israel; por ello los del norte, por su posición, están en contacto directo
con los partidarios de Gog. Mizraim o Egipto (por cuanto Mizraim es precisamente
el nombre hebreo que designa a Egipto), y el resto de Cus y los libios, se
encuentran en las escenas de los últimos tiempos en Daniel 11:43.
Entretanto, entre los hijos de Sem, Elam es lo mismo que el país de los persas,
de los que ya hemos hablado. Asur es nombrado en el juicio que tendrá lugar en
el tiempo postrero (Mi 5; Is 14:25; 30:30-33; en la coalición del Sal 83; y
también en otros pasajes). Arfaxad es uno de los antecesores de los israelitas.
La familia de Joctán no aparece aquí; es un pueblo del Oriente. Aram, o Siria,
fue desplazada por Asur, que se encuentra designado con el título de rey del
Norte. Lo mismo parece que sucede con Lud. Javán se encuentra en el último
combate (Zac 9:13). De entre todas las naciones, Tiras es la única, aparte de
Joctán, que no se encuentra nombrada en este último juicio. Hablamos sólo de la
Palabra de Dios. Hay autores seculares que unen Tiras y Javán en Grecia; pero
con esto nada tenemos que ver.
Hoy vemos cómo Rusia extiende su poderío precisamente sobre las naciones que se
encuentran bajo el cetro de Gog.13
El rey del sur y el rey del norte
En el capítulo 11 de Daniel
aparecen otras dos potencias a las que debemos dar nuestra atención: el rey del
Sur y el rey del Norte. Este capítulo incluye de entrada una larga relación de
acontecimientos ya cumplidos; después de ello tenemos las naves de Quitim (v.
30). Después se da una interrupción en la historia de los dos poderes. Estos
reyes fueron sucesores del gran rey de Javán; uno fue el que poseyó Siria, el
otro, Egipto. Lo que se disputaban en sus guerras era Siria y la Tierra Santa.
En los versículos 31, 35 tenemos a los judíos, que son dejados de lado durante
mucho tiempo; se dice de ellos que «algunos de los sabios caerán para ser
depurados y limpiados y emblanquecidos, hasta el tiempo determinado; porque aun
para esto hay plazo». Luego viene en el versículo 36 que «Y el rey hará su
voluntad»: éste es el Anticristo. En el v. 41 lo tenemos en la tierra de Israel,
en aquel territorio que es la causa de las diferencias entre el rey del Norte y
el rey del Sur. «Pero al cabo del tiempo el rey del sur contenderá con él.» Esto
es, después de un largo intervalo, de nuevo tenemos otra vez al rey del Sur en
este capítulo, entrando en escena. Y esto, históricamente, sólo ha sucedido hace
cuatro años, después de un intervalo de casi dos mil años. La mayor parte de las
naciones que, se nos dice, tienen que estar a los pies de Gog, están ahora
cayendo bajo el dominio de Rusia. «Y el rey del norte se levantará contra él
como una tempestad.» En Anticristo será objeto del ataque a la vez del rey del
Sur o de Egipto, y del rey del Norte, el poseedor de la Turquía asiática o de
Asiria. No pretendo decir quién será el rey del Norte al final de los tiempos;
pero vemos que las circunstancias y los personajes, descritos en estas profecías
que contemplan este tiempo determinado, comienzan a delinearse. Hacía ya dos mil
años que no había rey del Sur; hace unos pocos años que ya está establecido
sobre aquella tierra.14 Igualmente vemos una nación que hace un siglo era casi
desconocida, y que hoy domina precisamente aquellos países del Gog de Ezequiel.
No deseo en absoluto centrar vuestra atención sobre estos acontecimientos que se
están dando en nuestros tiempos. Pero es después de haber mencionado la profecía
que mencionamos estas circunstancias que están sucediendo delante de nuestros
ojos. Vemos igualmente cómo todas las naciones comienzan a ocuparse de Jerusalén
(Zac 12:3), y sin saber qué hacer con ella; el rey de Egipto exige todo el país
para sí; el rey del Norte no piensa cederlo. Se trata de Turquía, que posee
actualmente el norte, o el país de Asiria. Hemos visto en nuestros días al rey
del Norte y al del Sur combatiendo por el mismo país, tal cómo se lo disputaban
hace dos mil años. Esto es precisamente lo que se anuncia en la profecía para
«el tiempo determinado». No digo que todo se manifieste ya; por ejemplo, los
diez reyes no están aún en plena evidencia; el Anticristo no ha aparecido aún;
pero los principios que se encuentran en la palabra de Dios actúan de manera
visible en medio de los reinos en los que tienen que aparecer los diez cuernos;
esto es, vemos como toda Europa occidental se está ocupando de Jerusalén,
disponiéndose para este combate; y a Rusia preparándose por su lado, ejerciendo
su poder sobre aquellos países citados en la Palabra, y cómo todos los
pensamientos de los políticos del mundo se concentran sobre la escena donde
tiene que haber el encuentro final delante del juicio de Dios, donde Jehová los
reunirá como «gavillas en la era» (Mi 4:12). Ésta es una coincidencia muy
notable. Al repasar lo que sucede a nuestro alrededor, reconocemos cosas que
aparecen en la profecía; al menos vemos aquellas naciones que van a actuar, o
sobre las que Dios va a actuar, desarrollando los caracteres que la profecía les
atribuye.
Bien, queridos amigos, si os tomáis el trabajo de seguir estos capítulos que os
he citado (y desde luego hay muchos más), comprenderéis el capítulo 25 de Mateo,
que nos habla del Señor sentado en Su trono, reuniendo a todas las naciones (es
una cita de Joel 3), juzgándolas y separándolas como se separan las ovejas de
las cabras.
La posición de la iglesia
Recordemos ahora una cosa, nosotros
los cristianos, y es que estamos totalmente a cubierto del juicio. Esta tarde no
he hablado de la Iglesia; pero recordemos su situación, esto es, que durante
estos acontecimientos, y ya desde el presente, el puesto de la Iglesia es con
Cristo, es el de acompañarlo a Él. La Iglesia tiene este privilegio, esta
gloria, este carácter especial, de estar unida con Cristo, y, si uno busca la
Iglesia en el Antiguo Testamento, es a Jesucristo a quien encontramos. Un
ejemplo destacable de esta verdad es que lo que dice Pablo de la Iglesia (Ro 8)
se encuentra en el capítulo 50 de Isaías, donde las palabras se aplican a
Cristo. En aquel pasaje Cristo dice: «¿Quién hay que me condene?» Al estar la
Iglesia unida a Él, el apóstol lo usa para mostrar la posición que tiene ella.
La unión de la Iglesia en un solo cuerpo, sean judíos o gentiles, no fue
revelada en el Antiguo Testamento; si buscamos, es a Cristo mismo a quien
hallamos. Aunque haya muchas cosas en la relación de Jehová con Sión que existen
también entre Dios Padre y la Iglesia, no es en Sión que debemos buscar la
Iglesia. En el Antiguo Testamento, los privilegios de la Iglesia están en el
mismo Cristo, en la Persona de Cristo, por cuanto la Iglesia tiene la misma
porción que Cristo; ella es (ver Ef 1:22, 23) «la plenitud de Aquel que todo lo
llena en todo»; consiguientemente, no podemos buscar la Iglesia en estas
profecías, porque ella es el cuerpo del mismo Cristo. Hemos visto que Cristo ha
de golpear y quebrantar a las naciones; pues bien, esto también se dice de la
Iglesia. La Iglesia no tiene nada que ver con todo lo que hemos estado hablando
esta noche, como si estuviera sujeta a los mismos juicios (Ap 2:26, 27). Su
lugar no está entre las naciones que serán quebrantadas, sino en ser reunida con
Cristo, poseyendo los mismos privilegios que Cristo, y quebrantando las naciones
con Cristo. Nada hay que sea cierto de Cristo, en cuanto al puesto que ha
asumido como hombre glorioso, que no sea cierto también de la Iglesia. Es
siempre maravilloso para nosotros comprender nuestro lugar, el de coherederos
con Cristo, y cuanto más meditemos en ello, tanto más serán multiplicadas
nuestras fuerzas, tanto más seremos en nuestros espíritus como herederos de
Dios, apartados de este mundo, de este mundo que está juzgado, así como la
Iglesia está justificada. Todavía no vemos el efecto, porque la gloria aún no ha
aparecido. El mundo ha sido juzgado; no vemos todavía el efecto, porque el
juicio todavía no ha caído. La Iglesia no recibirá los frutos de su
justificación más que en la gloria; el mundo no tiene sus frutos más que en el
juicio. Sin embargo, la verdad es que la Iglesia está unida con Cristo. El mundo
está juzgado, porque rechazó a Cristo. «Padre justo», dijo el Salvador, «el
mundo no te ha conocido.» Y he aquí lo que hace la gracia por nosotros. De la
misma manera que la incredulidad separa de Cristo, totalmente y por la
eternidad, la gracia, por la fe, nos ha unido, enteramente y para siempre, a Él;
y por ello mismo deberíamos bendecir a Dios.
OCTAVA CONFERENCIA
(Romanos 11, 21)
Las promesas de Jehová a Israel
La primera entrada a su tierra
prometida
En Romanos 11:1 el apóstol hace
esta pregunta acerca de Israel: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?» Él presenta,
hasta el capítulo 8, la historia del hombre pecador, de todos nosotros, seamos
judíos o gentiles; expone el Evangelio de la gracia de Dios, la reconciliación
del hombre, sin diferencias entre judíos y gentiles, por la muerte y
resurrección de Jesucristo. Después de haber establecido esta doctrina,
demostrando que no anulaba las promesas hechas a Israel, comienza, en el
capítulo 9, la historia de las dispensaciones; da a conocer la manera en que
Dios ha actuado para con los judíos y gentiles, y, dentro de este capítulo 11,
trata acerca de esta cuestión: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?»
¿Ha desechado Dios a los judíos según la carne?
Hemos visto, al estudiar la
historia de las cuatro bestias así como la de la Iglesia, que los judíos han
sido echados a un lado, y que ha aparecido el Evangelio en este mundo para
salvación de los pecadores, sean judíos o gentiles, para revelar el misterio
escondido de un pueblo celestial, y para dar a comprender a los principados y
potestades en lugares celestiales la multiforme sabiduría de Dios (Ef 3:10). Un
judío que se convierte ahora entra en la dispensación de la gracia; pero por
ello mismo surge ahora esta pregunta: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?»
Aquí no se trata de Su pueblo espiritual; se trata de Su pueblo según la carne,
de los Suyos, de los judíos. El apóstol dice en el v. 28: «Son enemigos por
causa de vosotros» por lo que respecta al Evangelio, pero en cuanto a la
elección, son amados «a causa de los padres». En este capítulo 11 no se trata
por tanto del Evangelio, del llamamiento de los judíos a la gracia por medio del
Evangelio, aunque haya de entre este pueblo una elección para el Evangelio; se
trata de los judíos como pueblo externo de Dios, de los judíos según la carne,
que son enemigos en cuanto al Evangelio, pero amados a causa de los padres en lo
que concierne a una elección nacional.
¿Es que Dios ha rechazado a este pueblo enemigo por lo que respecta al
Evangelio? La respuesta del apóstol es: «¡En ninguna manera!»
Nosotros los cristianos nos gloriamos en este principio: que «irrevocables son
los dones y el llamamiento de Dios». Muy bien, es un principio Escriturario,
pero, ¿a quién lo aplica aquí el apóstol? No a nosotros, sino a los judíos. Es
siempre muy importante tomar cada pasaje de la palabra de Dios dentro de su
contexto, y no arrancarlo del terreno en el que Dios lo ha plantado.
La dispensación de la iglesia
Durante la actual dispensación,
Dios está llamando a un pueblo celestial; como consecuencia, deja de lado a Su
pueblo terrenal, los judíos. La nación judía no puede jamás entrar en la
Iglesia; al contrario, «ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta
que haya entrado la plenitud de los gentiles»; hasta que todos los hijos de
Dios, que constituyen la Iglesia dentro de esta dispensación, sean llamados.
Las promesas dadas a Abraham
Pero Israel será salva como nación.
Vendrá de Sión el Libertador; Él no ha rechazado a Su pueblo. Son enemigos por
causa del Evangelio, y lo serán hasta que haya entrado la plenitud de las
naciones; pero el Libertador vendrá. Esta es una declaración sumaria del
propósito divino con respecto a los judíos.
Desde el momento en que se puede decir de la dispensación de los gentiles que no
se ha mantenido en la bondad de Dios, se puede decir que más tarde o más
temprano será cortada: «bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues
de otra manera tú también serás cortado» (v. 22).
La raíz del olivo no es desde luego Israel bajo la ley; bien lejos de esto. Es
Abraham, a quien le fue dirigido el llamamiento de Dios. Fue el llamamiento de
un solo hombre, separado, escogido, depositario de las promesas; la elección
recayó sobre Abraham, y sobre la familia de Abraham según la carne. Israel
sirvió de ejemplo, como depositario de las promesas y de la manifestación de la
elección de Dios; actualmente lo es la Iglesia.
A fin de que podáis comprender esta raíz de las promesas que es Abraham, diré
algo acerca de la serie de dispensaciones que han sido anteriormente.
La caída
Primero, tras la Caída, vemos al
hombre dejado a sí mismo. Aunque no carente de testimonio, no tenía ni ley ni
gobierno, y la consecuencia de ello fue el mal llevado hasta el mayor grado, de
manera que el mundo quedó lleno de violencia y de corrupción; por ello, Dios lo
purificó mediante el diluvio.
El gobierno dado a Noé
Después vino Noé. Tiene lugar un
cambio; este cambio es que el derecho de vida y de muerte, el derecho de
ejecutar venganza, es dejado en manos de los hombres: «El que derramare sangre
de hombre, por el hombre su sangre será derramada.» A esto se une una bendición
de la tierra, en mayor o menor grado: «Éste», dijo Lamec, acerca de Noé, «nos
aliviará de nuestras obras, y del trabajo de nuestras manos, a causa de la
tierra que Jehová maldijo»; y Dios hizo pacto con Noé y con la creación, en
testimonio de lo cual Dios dio el arco iris: «Y percibió Jehová olor grato; y
dijo ... no volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre» (Gn 8:21;
9:6, 12 y 13). Éste es el pacto concertado con la tierra a renglón seguido del
sacrificio de Noé, tipo del sacrificio de Cristo.
Diré, de pasada, que Noé fracasó en cuanto a este pacto, como siempre ha
sucedido con el hombre. En lugar de sacar bendiciones de la tierra mediante la
labranza, plantó una viña, embriagándose. Por su culpa, el principio del
gobierno perdió también su fuerza en sus primeros elementos, y Noé, que tenía
las riendas de este gobierno, vino a ser objeto de ridículo para uno de sus
hijos.
Cristo recuperará todo lo que el hombre perdió
Vemos, en todas las dispensaciones,
la caída inmediata del hombre; pero todo lo que la insensatez humana ha perdido
bajo todas las dispensaciones será recuperado en Cristo al final: la bendición
de la tierra, la prosperidad de los judíos, el gobierno del Hijo de David, el
dominio del gran rey sobre los gentiles, la gloria de la Iglesia. Todo lo que ha
aparecido y que ha quedado marchitado entre las manos del primer Adán, volverá a
florecer en las del segundo Adán, Esposo de la Iglesia, Rey de los Judíos y de
toda la tierra.
Otra caída, todavía más terrible, tuvo lugar después de la que tuvo Noé. Dios
había lanzado Su juicio con el diluvio, y Su providencia se había revelado de
esta manera. Pero, ¿qué hizo Satanás? Satanás, en tanto que no sea encadenado,
se apodera siempre del estado de cosas aquí en la tierra. Tan pronto como Dios
se hubo manifestado mediante Sus juicios providenciales, Satanás se presentó
también como Dios, haciéndose como Dios. ¿Acaso no se dice que lo que los
gentiles ofrecen, a los demonios lo ofrecen, y no a Dios? Así, Satanás se hizo a
sí mismo el dios de este mundo. El Señor dijo a los israelitas: «Vuestros padres
habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y
de Nacor; y servían a dioses extraños.» (Jos 24:2). Ésta es la primera vez que
vemos que Dios señala la existencia de la idolatría. Cuando ésta hizo su
aparición, Dios llamó a Abraham; y aquí tenemos, por vez primera, el llamamiento
de Dios a una separación exterior con respecto a las cosas de la tierra, por
cuanto al, presentarse Satanás como gobernador celestial del mundo, se hizo
necesario que Dios tuviera un pueblo separado de los otros pueblos, en el que se
pudiera mantener la verdad; y todos los caminos de Dios para con los hombres
giran alrededor de este hecho, que el Señor llamó en esta tierra a Abraham y a
su descendencia como depositarios de esta gran verdad: Sólo hay un Dios. En
consecuencia, todo lo que Dios hace en la tierra se relaciona, de manera entera
y directa, con los judíos como centro de Sus consejos terrenales y de Su
gobierno. Esto es lo que observaréis, leyendo Deuteronomio 32:8.
Veréis estos dos principios muy claramente enseñados en la Palabra; por un lado,
tenemos las promesas incondicionales hechas a Abraham; por otro, a Israel
recibiéndolas de manera condicional, y perdiéndolo todo. Pero como Abraham
recibió las promesas de forma incondicional, Dios no puede jamás olvidarlas, por
mucho que Israel haya faltado después de haberse comprometido bajo una
condición. Éste es un importante principio; porque si Dios hubiera faltado a Sus
promesas para con Abraham, bien podría faltar asimismo a Sus promesas para con
nosotros.
En el Sinaí, Israel aceptó las promesas de manera condicional, y fracasó; pero
esto no disminuyó en lo más mínimo la validez y la fuerza de las promesas hechas
a Abraham, cuatrocientos treinta años antes. No hablo ahora de aquella promesa
espiritual, que «todas las naciones serán benditas en ti», promesa parcialmente
cumplida mediante el Evangelio en nuestra dispensación; sino que quiero mostrar
que hay promesas hechas a Israel, que descansan sobre la misma fidelidad de
Dios.
Las promesas dadas a los padres
Comenzaremos nuestras citas acerca
de esta cuestión desde la promesa hecha en Génesis 12. Aquí tenemos el
llamamiento de Abraham, que se encontraba entonces en medio de su familia
idólatra. Ésta es una promesa muy general, pero que abarca las bendiciones
temporales, como también las que son puramente espirituales. Las dos clases de
promesas aparecen en el mismo versículo, y son igualmente incondicionales. La
parte espiritual de la promesa se encuentra repetida una vez, una sola vez, en
el capítulo 22, mientras que las promesas temporales son repetidas con
frecuencia. En el capítulo 15 tenemos la promesa de la tierra, promesa basada en
un pacto concertado con Abraham, igualmente de manera incondicional; se trata de
una donación absoluta del país. Se encuentra allí también la promesa de una
descendencia numerosa (vv. 5 y 18), e incluso aparecen los límites exactos del
país que se le da (v. 18 y ss.). En el capítulo 17:7-8 se renueva la promesa de
la tierra. Estas promesas son confirmadas a Isaac (26:3, 4), y a Jacob
(35:10-12). Aquí, pues, tenemos «las promesas hechas a los padres», y a Israel
amado a causa de los padres, promesas hechas a Abraham sin ninguna condición,
tanto las terrenales como las espirituales. Si se dice que las promesas
espirituales son incondicionales, también lo son las temporales. Hay tanta
seguridad en la promesa hecha a Abraham, «te daré este país», como en las que
nos han sido hechas a nosotros, los gentiles.
No cito aquí el combate de Jacob (Gn 32). Se cree que fue la demostración de una
fe extraordinaria por parte de este hombre; y es cierto; pero también es cierto
que se trata de una fe que, ejercitada después de una conducta muy reprensible,
fue acompañada de una evidente humillación. Fue Dios quien luchó contra él, pero
Dios sostuvo su fe.
Así, Dios vino a ser «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», herederos de sus
promesas y peregrinos sobre la tierra.
Veremos que Dios, por así decirlo, se gloria en este nombre sobre la tierra, y
que los fieles en Israel ponen siempre en él la razón de su confianza. «Así
dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de
Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi
nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos» (Éx 3:15).
Pero, por otra parte, Israel entró en relación con Dios en base de un principio
opuesto a todo lo anterior, el principio de la propia justicia, el principio de
la ley, en virtud del cual, reconociendo que debemos obediencia a Dios, tratamos
de obedecer con nuestras propias fuerzas. Porque la historia del pueblo de
Israel es, en grandes líneas, e incluso en los detalles de sus circunstancias,
la historia de nuestros corazones. Éxodo 19 nos muestra el inmenso cambio que
tuvo lugar en la posición de Israel; hasta entonces, las promesas que les habían
sido hechas lo habían sido sin condición. Si repasáis los capítulos de Éxodo,
desde el 15 hasta el 19, veréis que Dios les había dado todas las cosas de
gracia, incluso a pesar de sus murmuraciones: el maná, el agua, el sábado; y que
los había sustentado en su combate con Amalec en Refidim. Todo esto Él se lo
recuerda a ellos. «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y como os tomé
sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si...».
Las promesas condicionales
Vemos aquí la introducción, dentro
de las relaciones de Dios con Israel, de este pequeño término si: «Ahora, pues,
si diereis oído a mi voz ... vosotros seréis mi especial tesoro, sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa.»
Pero en el momento en que Dios establece una condición, nuestra ruina es segura,
porque, desde el primer día en que nosotros nos encontremos en pacto bajo una
condición, no la guardamos en absoluto: ésta fue la insensatez de Israel. Es en
vano que Dios envía Su ley, que es buena, santa y justa: para un pecador Su ley
es la muerte, porque es pecador; y desde el momento en que Dios nos da Su ley y
promesas bajo la condición de obediencia a la ley, nos la da no para que podamos
obedecer, sino para hacernos comprender más claramente que estamos perdidos, por
haber violado esta condición.
Los israelitas hubieran debido confesar: Es cierto que debemos obedecerte; pero
hemos fracasado tantas veces que no osamos aceptar las promesas bajo tal
condición. En lugar de ello, ¿que dijeron? «Todo lo que Jehová ha dicho,
haremos». Se comprometieron a cumplir todo lo que el Señor les mandara. Este
pueblo aceptó las promesas bajo la condición de obedecer con exactitud. ¿Y cuál
fue la consecuencia de tal temeridad? El becerro de oro ya estuba terminado
antes de que Moisés descendiera del monte. En el momento en que nosotros,
pecadores, nos comprometemos a obedecer a Dios de manera exacta (aunque la
obediencia es siempre un deber), y bajo la pena de perder la bendición si no
obedecemos, en tal caso siempre fracasamos. Hace falta que digamos: «Estamos
perdidos», por cuanto la gracia da por supuesta nuestra ruina. Y es esta
inestabilidad total del hombre puesto bajo condición la que quiere demostrar el
apóstol en Gálatas (3:17, 20) cuando dice: «El mediador no lo es de uno solo;
pero Dios es uno»; esto es, que a partir del momento en que hay un mediador, es
que hay dos partes. «Pero» Dios no es las dos partes. «Dios es uno», y, ¿cuál es
entonces la otra parte? El hombre.
La ley no puede abrogar las promesas
Así, nada hay estable en el hombre;
es por esto que ha sucumbido bajo el peso de sus compromisos, y esto es lo que
siempre le sucederá. Pero la ley no puede abrogar las promesas dadas a Abraham;
la ley, que vino 430 años después, no puede en absoluto abrogar la promesa, y la
promesa había sido hecha a Abraham, no sólo para la bendición de las naciones,
sino también para asegurar el país y las bendiciones terrenales para Israel.
El razonamiento del apóstol, con respecto a las promesas espirituales, se aplica
igualmente a las promesas temporales hechas a los judíos. Vemos que Israel no
pudo gozar de las mismas bajo la ley. En efecto, todo se perdió cuando hicieron
el becerro de oro. Sin embargo, el pacto del Sinaí fue basado sobre el principio
de la obediencia (Éxodo 24:7). «Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del
pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y
obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre...». El pacto fue solemnizado por
la sangre sobre este principio: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho. Y
bien sabéis que el pueblo lo que hizo fue el becerro de oro, y que Moisés
destruyó las tablas de la ley.
Si ahora leéis Éxodo 32 veréis cómo las promesas hechas antes de la ley eran el
recurso de la fe. Esto es lo que sostuvo al pueblo por la intercesión de Moisés,
incluso en la caída, y veréis cómo, por medio de un mediador, Dios volvió al
hombre tras su fracaso (vv. 9-14). «Este pueblo ... es de dura cerviz. Ahora,
pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una
nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios ... Vuélvete
del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de
Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo,
y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del
cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la
tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo
que había de hacer a su pueblo.»
Así, aquí tenemos a Moisés, después de la caída de Israel, suplicando a Dios por
Su gloria que recuerde las promesas hechas a Abraham, y a Dios arrepintiéndose
del mal que quería hacer a Su pueblo.
Vayamos a Levítico 26. Este capítulo es una amenaza de todos los castigos que
sobrevendrían sobre un Israel infiel. Pero se dice, en el versículo 42:
«Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con
Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la
tierra.» Dios vuelve a las promesas hechas incondicionalmente mucho tiempo antes
de la ley. Veréis que esto es de aplicación a los últimos tiempos.
Los otros dos pactos con Israel
Hay otros dos pactos concertados
con Israel durante su peregrinación en el desierto. Vemos que, habiendo sido
violado el pacto bajo la ley, la intercesión de Moisés dio lugar a otro pacto,
cuyas bases tenemos en Éxodo 33:14 y 19. En el capítulo 34:27 dice el Señor:
«Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto
contigo y con Israel.»
Aquí se debe destacar la palabra contigo, por cuanto hay un notable cambio en la
expresión de Dios. En Egipto, Dios siempre había dicho, «Mi pueblo, mi pueblo.»
Desde el momento en que hicieron el becerro de oro, ya no lo dice más; usa «tu
pueblo» (Éx 32:7), «Tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto», porque Israel
había dicho: «Este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto» (Éx
32:1). Dios adopta el mismo lenguaje que ellos. ¿Y qué sucedió? Moisés
intercedió, no dejando en manera alguna que Dios dijera «Tu pueblo»; Moisés le
responde: « Tu pueblo»; e insiste constantemente en esta expresión: «Tu pueblo».
Ahora lo que tenemos es un pacto concertado con Moisés como mediador. Aquí
tenemos el principio de la soberanía de la gracia, principio que se introduce
cuando todo está perdido, como consecuencia de la violación de la ley. Si Dios
no fuera soberano, ¿cuál habría sido la consecuencia de esta violación? La
destrucción de todo el pueblo. Es decir, que aunque la soberanía de Dios es
eterna, se revela cuando deviene el único recurso de un pueblo perdido en sus
propios caminos; y esto tiene lugar por medio de un mediador.
Vemos aun otro pacto en Deuteronomio 29:1: «Éstas son las palabras del pacto que
Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab,
además del pacto que concertó con ellos en Horeb.» Y éste es el tema de este
tercer pacto con los israelitas: Dios lo concerta con ellos a fin de que bajo
este pacto, siendo obedientes, puedan continuar gozando de la tierra. Pero no lo
guardaron, y fueron expulsados de su tierra. Fueron instalados en la tierra en
la época de este tercer pacto, y si lo hubieran guardado habrían sido mantenidos
en ella (véase 29:9, 12, 13; véase asimismo, para la apelación a las promesas
incondicionales, Dt 9:5, 27; 10:15). En Miqueas 7:19, 20 encontramos estas
mismas promesas hechas a Abraham como base de la esperanza profética. En Lucas
vemos que el fiel israelita Simón las recuerda como la base de la confianza de
Israel, que, por estas promesas, descansaba en la fidelidad de Dios.
Hasta aquí hemos visto en virtud de qué principio entró Israel en tierra de
Canaán. Pero también hemos visto que Dios, antes de la ley, le había prometido
la tierra en posesión perpetua, por medio de los pactos y de las promesas
incondicionales; y es por medio de estas promesas, por la mediación de Moisés,
que Israel fue perdonado, y que gozó finalmente de la tierra prometida por el
tercer pacto, celebrado en los campos de Moab.
Después de la caída de los israelitas en la tierra prometida, quedan por serles
aplicadas todavía, para su restauración, todas las promesas hechas a Abraham.
Después que este pueblo haya faltado en todo a Dios, los profetas nos harán ver
que Dios les ha prometido la restauración en su país, bajo Jesucristo su Rey,
restauración que será el cumplimiento pleno de todas las promesas temporales.
Recordemos, amigos, que dentro de los caminos de Dios que acabamos de examinar
nos encontramos con la revelación del carácter de Jehová; y que, aunque
verdaderamente estas cosas le sucedieron a Israel, les sucedieron de parte de
Dios; que, consiguientemente, son la manifestación del carácter de Dios en
Israel para nosotros. Israel es el escenario en el que Dios exhibe todo Su
carácter en el gobierno del mundo; pero no se trata sólo de Israel bajo Dios
revelado en este carácter; se trata de la gloria de Dios y del honor de Sus
perfecciones. Si Dios pudiera fallar en cuanto a sus dones para con Israel,
podría fallar en Sus dones para con nosotros.
Seguiremos la historia del estado de este pueblo en la próxima reunión.
NOVENA
CONFERENCIA
(Ezequiel 37)
La decadencia y dispersión de Israel
Las promesas de restauración
Lo que sucede con los huesos secos
vistos por Ezequiel nos representa de manera muy clara lo que quiero tratar esta
tarde: lo que Dios, en Su bondad, hara en favor de Israel. Al meditar este tema,
seguiré el método que he seguido en todo momento, esto es, os presentaré
sucesivamente los testimonios de la palabra de Dios.
Recordaréis que en la última ocasión, al dar comienzo al tema que nos ocupa,
vimos la diferencia entre el pacto concertado con Abraham y el pacto de la ley
en el monte Sinaí, y que, cada vez que Dios ha querido mostrar gracia a Su
pueblo, ha recordado el pacto concertado con Abraham. Hemos visto también que
Israel disfrutó las promesas bajo el pacto concertado en el desierto, y no bajo
el pacto con Abraham, y que desde aquel tiempo, estando Israel bajo la condición
de la obediencia para conservar el goce de las promesas, siempre fracasó; pero
que, a pesar de todo ello, Dios pudo bendecir a Su pueblo, gracias a la
mediación de Moisés.
Veremos a continuación cómo Israel fracasó de nuevo después de esto, incluso
después de haber sido establecido en el país que Jehová le había dado; y que
Dios suscitó los profetas, de una manera peculiar, para llevarlo a la convicción
del pecado en el que había caído, y para mostrar a los fieles que los consejos
de Dios con respecto a Israel no dejarían de ser cumplidos; que por medio del
Mesías se cumpliría todo lo que Dios había anunciado. Y veremos que sería
precisamente tras el fracaso de Israel que estas promesas de su restauración
llegarían a ser preciosas para el remanente fiel del pueblo.
La historia del pecado de Israel
Recordad que en la historia del
pecado de Israel bajo la ley tenemos la historia del corazón de cada uno de
nosotros; que, si nos ponemos delante de Dios, reconoceremos que sólo es la
gracia conocida por la obra de Dios la que puede no sólo sostenernos, sino
sacarnos de la situación en que nos encontramos debido al pecado.
Quisiera atraer vuestra atención a la decadencia y destrucción de Israel, bajo
todas sus formas de gobierno, después de su entrada en tierra de Canaán. Sabéis
que fue Josué quien introdujo a los israelitas en el país. El libro de Josué es
la historia de las victorias de Israel sobre los cananeos, la historia de la
fidelidad que Dios les mostró en el cumplimiento de lo que había prometido a Su
pueblo. Jueces y Samuel son la historia de la caída de Israel en la tierra de
Canaán hasta el tiempo de David, pero también la historia de la paciencia de
Dios. Veamos, de entrada, cómo Josué expone a los israelitas su condición y
carácter.
Les expone (cap. 24) todo lo que Dios ha hecho en favor de ellos, toda Su gracia
y bondad; entonces el pueblo le responde (v. 16): «Nunca tal acontezca, que
dejemos a Jehová para servir a otros dioses...». Y Josué le dice entonces al
pueblo: «No podréis servir a Jehová», a lo que el pueblo responde: «No, sino que
a Jehová serviremos ... A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz
obedeceremos.» «Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día» (v. 25).
Este capitán de su salvación los había llevado a la tierra prometida; gozaban
del efecto de la gracia, y ahora se comprometen de nuevo a obedecer a Jehová.
En Jueces 2 los encontramos en un total fracaso. «No los echaré de delante de
vosotros [a vuestros enemigos], sino que serán azotes para vuestros costados, y
sus dioses os serán tropezadero», les dijo Dios, y vemos, en el v. 11, «Los
hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los
baales ... y se encendió contra Israel el furor de Jehová.»
Esto es lo que vemos una y otra vez: beneficios de parte de Dios, e ingratitud
de parte del hombre.
Citemos los pasajes que muestran cómo Israel prevaricó bajo todas las formas de
gobierno.
1 Samuel 4:11. Elí era el sumo sacerdote, juez y cabeza de Israel; pero el
pecado de sus hijos era insoportable, y vemos la gloria de Dios echada por
tierra: el arca de Dios fue tomada, y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees,
murieron. Versículos 18-21: Elí mismo muere, y su nuera llama Icabod (sin
gloria) al hijo al que da a luz, diciendo: «¡Traspasada es la gloria de Israel!
por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su
marido.»
Entonces Dios, que había suscitado a Samuel, llamado el primero de todos los
profetas (Hch 3:24), gobierna a Israel para Él, pero, bien poco después, Israel
rechaza al profeta (1 S 8:7): «Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en
todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han
desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han
hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo
a dioses ajenos, así hacen también contigo.» Dios, pues, les dio un rey en Su
ira, y sabemos a qué llegó este rey deseado por ellos (cap. 15).
1 Samuel 15:26. Se pronuncia la sentencia; y Samuel le dice a Saúl: «No volveré
contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para
que no seas rey sobre Israel».
Estos diversos pasajes demuestran que Israel ha fracasado, bajo el rey, bajo el
profeta, bajo el sacerdote; y que se encuentra perdido bajo el rey que había
escogido.
David es suscitado en lugar de Saúl; Dios hace Su elección por gracia; es Él que
da David a Israel; David, tipo de Cristo y padre de Cristo según la carne.
Así, y por la bondad de Dios, Israel se enriquece en gran manera y se hace
glorioso bajo David y bajo Salomón. Pero pronto se ve cómo otra vez este pueblo
prevarica bajo estos dos príncipes (1 R 11:5-11). «E hizo Salomón lo malo ante
los ojos de Jehová, y no siguió cumplidamente a Jehová ... Y se enojó Jehová
contra Salomón.»15
Es cosa bien triste observar cómo el corazón del hombre, en todas las posibles
circunstancias, se aparta de Dios; y esto es general; ésta es la enseñanza que
podemos extraer de la historia del pueblo de Israel. Sabéis que fue dividido en
dos partes, y que las diez tribus se volvieron totalmente infieles. En la
persona de Acaz, la familia de David, el último apoyo de las esperanzas de
Israel, comenzó a volverse idólatra (2 Reyes 16:10-14). El pecado de Manasés fue
el punto culminante de toda esta infidelidad (2 R 21:11, 14, 15).
Ésta es, en pocas palabras, la conducta de Israel y de la misma Judá, hasta el
cautiverio de Babilonia. El Espíritu de Dios resume la historia de ellos, la
historia de los crímenes de ellos y de Su paciencia, con estas impresionantes
palabras (2 Cr 36:15, 16): «Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente
palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su
pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios,
y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la
ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.»
Éste es el fin de su existencia en esta tierra de Canaán, donde habían sido
introducidos por Josué. Finalmente fue puesto sobre ellos el nombre de Lo-ammi
(no mi pueblo).
Las promesas al remanente fiel
Habiendo recorrido rápidamente la
historia de su caída hasta su deportación a Babilonia, tenemos ahora que
considerar las promesas que sostuvieron la fe del remanente fiel de este pueblo,
durante la iniquidad y durante el cautiverio de la nación.
Hay una promesa que es importante señalar, que sirvió como segunda base de la
esperanza de los judíos fieles. Se encuentra en 2 Samuel 7 y en 1 Crónicas 17.
Entre estos dos pasajes hay esta diferencia: que el de Crónicas se aplica
directamente a Cristo; y esto se debe a la diferencia que existe entre ambos
libros, en el que uno de ellos (Samuel) es histórico, mientras que el otro
(Crónicas) es un resumen que ata toda la historia, desde Adán, dentro de la
genealogía de Cristo y con las esperanzas de Israel, y de la que por
consiguiente quedan excluidas todas las infidelidades y caídas de los reyes de
Israel. Tenemos esta promesa: «Yo fijaré lugar para mi pueblo Israel y lo
plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos
lo aflijan más, como al principio» (2 S 7:10). 1 Crónicas 17:11: «Y cuando tus
días sean cumplidos para irte con tus padres, levantaré descendencia después de
ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino. Él me edificará casa, y yo
confirmaré su trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por
hijo...». La aplicación de estas palabras a Cristo se encuentra en Hebreos 1, y
encontramos, en este testimonio, las promesas hechas a Abraham y a su
posteridad, todas las promesas hechas a Israel, puestas bajo la salvaguardia y
reunidas en la misma persona del hijo de David.
La promesa hecha a David es la base de todas las que tienen que ver con su
familia. Hemos visto la caída de esta familia, y también la promesa hecha al
hijo de David, el Mesías.
Los testimonios de los profetas
Sigamos el estudio de este tema con
los testimonios directos de los profetas.
Isaías 1:25-28 describe la total restauración de los judíos, pero mediante
juicios que destruirán a los malvados.
Isaías 4:2-4. En aquel tiempo (tiempo de gran tribulación), «el renuevo de
Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y
honra, a los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que quedare en Sión,
y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en
Jerusalén estén registrados entre los vivientes, cuando el Señor lave las
inmundicias de las hijas de Sión, y limpie la sangre de Jerusalén de en medio de
ella, con espíritu de juicio y con espíritu de devastación».
El capítulo 6 de la misma profecía nos hace entrar de manera plena en el
espíritu de la profecía. Se trata del momento en que Acaz accedió al trono, este
Acaz que iba a enviar el profano altar de Damasco a Jerusalén; e Isaías es
enviado a encontrarse con este rey, hijo de David, que introduce la apostasía.
La Palabra nos muestra primero la gloria de Cristo, manifestado como Jehová tres
veces santo (esto es lo que dice Juan en el capítulo 12 de su Evangelio), esta
gloria que condena a toda la nación, pero que produce por la gracia el espíritu
de intercesión, al que responde la misericordia que restaura a la nación. Esta
misericordia, sin embargo, no se cumple sin unos juicios que eliminan a los
malvados de entre el pueblo y de la tierra, después de un prolongado
endurecimiento, llevado a su culminación con el rechazamiento de Jesucristo y
del testimonio dado acerca de Él por el Espíritu en los apóstoles (léanse los vv.
9-13).
Isaías 11:10: «Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí ... será buscada
por las gentes». Vemos aquí cuándo y cómo será llena la tierra del conocimiento
de Jehová; será cuando Él habrá dado muerte al Inicuo con el Espíritu de Su
boca. Entonces el Señor recordará a Israel, y alzará otra vez Su mano (léanse
los vv. 9-12).
Isaías 33:20-24; cap. 49. Se ha dicho que, en estos capítulos, Sión es la
Iglesia. Pero, cuando todo el gozo ha llegado, Sión dice: «Me dejó Jehová, y el
Señor se olvidó de mí». Esto es imposible, si Sión fuera la Iglesia. ¡Cómo! ¡La
Iglesia abandonada en medio de su gozo! Leed entonces los vv. 14-23 del capítulo
49, y también el capítulo 62 entero; también 65:19-25, donde vemos bien
claramente que se trata de bendiciones terrenales, de un estado de cosas hasta
ahora desconocido sobre la tierra. En aquel día el mismo Dios se regocijará
sobre Jerusalén.
Éstas son unas promesas que anuncian con gran claridad la gloria que debe venir
para Jerusalén y para el pueblo judío. Paso a continuación a unos capítulos que
hablan todavía más directamente acerca de esta cuestión.
Jeremías 3:16-18: «Y acontecerá que cuando...», etc. Hay cosas que parecen ser
el cumplimiento de muchas profecías, como por ejemplo el regreso de Babilonia.
Pero Dios ha dado a esto una respuesta de una naturaleza peculiar. Ha juntado
unas cosas que nunca todavía han sucedido juntas. Por ejemplo, dentro de este
pasaje se dice: «Todas las naciones vendrán a ella». Está claro que esto no
sucedió cuando tuvo lugar el regreso de la cautividad de Babilonia. Se dirá:
Esto es la Iglesia. Pero no lo es, porque «en aquellos tiempos irán de la casa
de Judá a la casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a la
tierra que hice heredar a vuestros padres». En fin, aquí vemos la reunión de
tres cosas: Jerusalén, el trono de Jehová, y la reunión de Judá e Israel, así
como las naciones reunidas hacia el Trono de Dios; tres cosas que ciertamente
nunca se han cumplido juntas. Cuando la Iglesia fue fundada, Israel fue
dispersado. Cuando Israel volvió de Babilonia, no había ni Iglesia ni hubo
reunión de naciones.
Jeremías 30:7-11: «¡Ah, cuán grande es aquel día! ... tiempo de la angustia para
Jacob; pero de ella será librado... y extranjeros no lo volverán a poner más en
servidumbre, sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey, ... y Jacob
volverá, descansará y vivirá tranquilo, y no habrá quien le espante.» Desde
luego, estos felices tiempos para Israel aún no han tenido cumplimiento.
Jeremías 31:23, 27, 28, 31, hasta el fin. Observemos aquí el versículo 28. ¿A
quién ha arrancado, derribado y trastornado Jehová? A aquellos mismos de quienes
dice que edificará y plantará. Es, en efecto, irrazonable aplicar todos los
juicios a Israel y todas las bendiciones, que se aplican a las mismas personas,
a la Iglesia. Y si es de la Iglesia que se trata aquí, ¿cuál es el sentido de
«desde la torre de Hananeel hasta la puerta del Angulo», y de la mención del
collado de Gareb, etc.? Obsérvense estas últimas palabras del capítulo: «No será
arrancada ni destruida más para siempre.»
Jeremías 32:37-42. Éste es un pasaje conmovedor en cuanto a los pensamientos de
Jehová acerca de este pueblo. Después de haberles hecho promesas de bendición
por gracia, y de asegurarles que será el Dios de ellos, Jehová les anuncia: «Y
los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma.
Porque ... como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre
ellos todo el bien que acerca de ellos hablo.»
Jeremías 33:6-11, 15, 24-26. Aquí volvemos a tener la bendición de Israel, y
ello por la presencia del Renuevo que hará surgir de David, que ejecutará juicio
y justicia en la tierra. Recordemos, queridos amigos, que la Palabra de Dios no
nos presenta nunca al Espíritu Santo como el Renuevo de David, ni su función
como la de ejecutar el juicio sobre la tierra. Por otra parte, si alguien sueña
con aplicar esto al regreso de Babilonia, citaré Nehemías 9:36, 37: «He aquí que
hoy somos siervos; henos aquí, siervos en la tierra que diste a nuestros padres
para que comiesen su fruto y su bien ... y estamos en grande angustia.» ¡En
absoluto fue el regreso de Babilonia el cumplimiento de todo lo que hemos leído
en cuanto a las promesas! ¿Es que acaso el estado descrito por Nehemías expresa
toda el alma, todo el corazón de Dios, en favor de Su pueblo? Ya veis qué
valoración hace el Espíritu de Dios de lo que tuvo lugar después del regreso de
Babilonia. Así, estas promesas de Dios no han sido aún cumplidas.
Ezequiel 11:16-20. Hasta el día de hoy, Israel, o mejor dicho los judíos, están
bajo la influencia del juicio que comporta este pasaje: «Cuando el espíritu
inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla»
(Mt 12:43). Los versículos que siguen en Ezequiel hablan de su estado postrero,
en el que hemos visto que están sometidos a juicio, y luego Dios le da al
remanente un nuevo corazón.
Ezequiel 34:22, hasta el fin del capítulo. Aquí vemos de nuevo que David, su
rey, está en medio de ellos, y que las bendiciones son irrevocables.
Ezequiel 36:22-32. Si alguien objetara: Pero éstas son cosas espirituales en las
que participamos, responderé: Sí, nosotros participamos de las bendiciones del
buen olivo; pero esto no desposee de ellas a aquellos que les pertenecen [cp. Ro
11:17-24]. ¿A qué se debe que nosotros participemos? A que hemos sido injertados
en Cristo. Si estamos en Cristo, somos hijos de Abraham, y participamos de todo
lo espiritual. Pero aquí se trata también de cosas terrenales, y el pasaje nos
habla de una manera muy clara.
«Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, etc.». La Iglesia sólo tiene
un Padre, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Quisiera ahora señalar de pasada la alusión a este oráculo que aparece en un
pasaje muy conocido (Jn 3:12), donde se hace una alusión a «cosas terrenales».
Se trata de una alusión, indudablemente, a lo que se dice en más de un pasaje
profético, pero en particular en el pasaje que ahora nos ocupa, y del que
tenemos una cita casi textual en las palabras que nuestro Señor dirige a
Nicodemo. Es por esto que le dice: ¿Cómo es que vosotros, los doctores de
Israel, vosotros que debierais comprender que le es absolutamente necesario a
Israel, para poder gozar de las promesas, recibir un corazón nuevo y purificado,
cómo es que no comprendéis lo que os digo? ¿No me comprendéis, cuando os digo
que os es necesario nacer de agua y del Espíritu? Si no me comprendéis cuando os
hablo de cosas terrenales, ¿cómo comprenderéis las cosas celestiales? Es como si
viniera a decirles: Si os he hablado de cosas que tocan a Israel, si os he dicho
que Israel tiene que renacer para gozar de las promesas terrenales que le
pertenecen, y no habéis comprendido lo que vuestros propios profetas han dicho,
¿cómo comprenderéis las cosas celestiales, la gloria de Cristo exaltado al
cielo, y la Iglesia, Su compañera en esta gloria celestial? No habéis siquiera
comprendido las enseñanzas de vuestros profetas. Vosotros, los maestros de
Israel, debierais haber comprendido al menos las cosas terrenales, lo que
Ezequiel y otros profetas han dicho acerca de estas cuestiones.
Efectivamente, aparecen en este pasaje de Ezequiel, como en muchos otros pasajes
que hemos citado, el fruto de los árboles, el rendimiento de los campos, y
muchas cosas semejantes, que son las bendiciones terrenales prometidas a Israel;
pero, al mismo tiempo, se ve el cambio necesario de corazón para gozar de ellas.
Es necesario que Israel sea renovado en su corazón para recibir las promesas de
Canaán; es necesario que Dios los haga caminar en Sus estatutos dándoles un
nuevo corazón, y entonces, y sólo entonces, gozarán de las bendiciones
anunciadas. Esto es, Nicodemo, lo que debías haber comprendido por el mismo
lenguaje de vuestros profetas.
En el capítulo 37 de Ezequiel tenemos un relato detallado de la restauración de
Israel, la reunión de las dos partes de la nación, su entrada en su tierra, su
estado de unidad y de fidelidad a Dios en esta misma tierra, siendo Dios el Dios
de ellos, y estando presente David, su rey, presente para siempre jamás, de tal
manera que las naciones conocerán que su Dios es Jehová, cuando Su santuario
esté para siempre en medio de ellos.
Ezequiel 39:22-29. Es evidente que esto no ha llegado aún, porque en este tiempo
Dios no esconderá más Su rostro de ellos (v. 29) como lo hace aún hoy, y los
habrá recogido en su tierra, sin dejar a ninguno entre las naciones, lo que
evidentemente no se ha cumplido aún.
Recordemos, para acabar, los grandes principios sobre los que descansan las
profecías. La restauración de los judíos se basa en las promesas hechas a
Abraham de manera incondicional. La caída de ellos viene por causa de que ellos
trataron de actuar en base de sus mismas fuerzas, y después de haber puesto a
prueba en todas formas la paciencia de Dios, hasta que no hubo remedio. El
juicio cayó sobre ellos, pero Dios vuelve a Sus promesas.
Apliquemos esto a nuestros propios corazones. Tenemos siempre la misma historia,
nuestra historia, siempre la historia de la caída. En el momento en que Dios nos
pone en esta o aquella situación, fracasamos en el acto. Pero detrás de todo
ello hay un principio de poder, esto es, la revelación de los consejos de Dios,
y como consecuencia de unas promesas incondicionales, y vemos que es la
mediación y la presencia de Jesús (con Moisés como tipo de Él) la que es el
medio del cumplimiento de estas promesas. También hemos visto que Dios no
ejecuta el juicio, después de haber sido anunciado mucho tiempo antes, más que
después de una extraordinaria paciencia, después de haber empleado todos los
medios posibles que debieran haber recordado al hombre sus deberes para con
Dios, si hubiera una chispa de vida en su corazón. Pero no había nada.
Los individuos vivificados por la gracia se mantienen en las promesas, que han
de tener su cumplimiento en la manifestación de Aquel que las puede llevar a
cabo, y merecer su cumplimiento para otros. Nada exhibe estos principios más
claramente que esta historia de Israel. «Estas cosas», dice el apóstol, «les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros». Se
trata de un espejo donde podemos ver, por una parte, el corazón del hombre, que
siempre fracasa; por otra, la fidelidad de Dios, que jamás falla, que cumplirá
todas Sus promesas, y que manifestará un admirable poder, que sobrepujará a toda
la iniquidad del hombre y al poder de Satanás. Fue cuando la iniquidad llegó a
su punto culminante que dijo: «Engruesa el corazón de este pueblo»; y no es
hasta Hechos 28:27 que encontramos el cumplimiento de este juicio, anunciado
casi ocho siglos antes por el profeta Isaías. Fue cuando el pueblo lo hubo
rechazado todo que Dios lo endureció, para hacer de ellos un monumento de Sus
caminos. ¡Qué paciencia la de Dios!
Y así es también por lo que a nosotros atañe, esto es, para los gentiles; la
ejecución del juicio está en suspenso desde hace dieciocho siglos, y Dios sigue
recurriendo a todos los tesoros de Su gracia, para hallar un eco de bien en
nuestros corazones. Como dijo el Señor: «Si yo no hubiera venido, ni les hubiera
hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado ... Si yo
no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado;
pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.» ¡Paciencia admirable!
¡Infinita gracia de Aquel que se interesa por nosotros, incluso a pesar de
nuestra rebelión e iniquidad!
¡A él sea toda la gloria!
DÉCIMA CONFERENCIA
(Isaías 1)
La restauración y bendición terrenal dadas a Israel
Algunos pasajes de la Escritura
acerca del destino de los judíos, que no pude citar en nuestra última
conferencia, especialmente algunos que se encuentran en los Profetas Menores,
servirán para poner fin a la profecía histórica que trata de este pueblo; y digo
histórica porque la profecía es la historia que nos da Dios acerca del futuro.
Quisiera recordaros de nuevo una circunstancia de gran importancia al hablar de
los judíos; se trata de que su historia es especialmente la manifestación de la
gloria del Señor. Si nos preguntáramos, ¿qué interés tiene esta historia para
nosotros?, estaríamos con ello diciendo: ¿De qué sirve que sepa lo que mi Padre
está por hacer con mis hermanos, y la manifestación de Su carácter en Sus
acciones? Cuando vemos cuánto espacio ocupa este tema dentro de la Palabra de
Dios, debemos por ello mismo quedar convencidos de que estas cuestiones son
extremadamente importantes para nuestro Dios, si no lo son para nosotros. Es en
este pueblo, mediante los caminos de Dios para con ellos, que se revela de
manera plena el carácter de Jehová, que las naciones conocerán a Jehová, y que
nosotros aprenderemos también a conocerle.
Una misma persona puede ser rey de un país y padre de familia; y ésta es la
diferencia entre lo que Dios es para con la Iglesia y para con los judíos. Para
con la Iglesia, Él tiene el carácter de Padre; para con los judíos, Él tiene el
carácter de Jehová, el Eterno y Fiel. Su fidelidad, inmutabilidad, omnipotencia,
gobierno de toda la tierra, todo ello queda revelado en la historia de Israel;
es por esto que esta historia nos da a conocer el carácter de Jehová.
Salmo 126: «Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sión, ... entonces
dirán entre las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.»
Veamos el mismo tema, en Ezequiel 39:6, 7: «Y enviaré fuego sobre Magog, y sobre
los que moran con seguridad en las costas; y sabrán que yo soy Jehová. Y haré
notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré
profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en
Israel.»
Versículo 28: «Y sabrán que yo soy Jehová su Dios, cuando después de haberlos
llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar
allí a ninguno de ellos.» Ésta es la manera por la que Jehová se da a conocer.
El Padre se revela a nuestras almas por el Evangelio, por el Espíritu de
adopción; pero Jehová se da a conocer por Sus juicios, por el ejercicio de Su
poder sobre la tierra.
He dicho que el Padre se da a conocer por el Evangelio, por cuanto el Evangelio
es un sistema de pura gracia, un sistema que nos enseña a actuar según el
principio de la gracia; no se trata ya de «ojo por ojo, diente por diente», que
es lo que demanda la justicia, la ley del talión; se trata más bien de un
principio según el que debo «ser perfecto, como mi Padre es perfecto». Pero en
el gobierno de Jehová no será así. Indudablemente, Jehová bendecirá a las
naciones; pero el carácter de Su reinado es que «el juicio será vuelto a la
justicia» (Sal 94:15). Cuando tuvo lugar la primera venida de Jesucristo, el
juicio estaba en manos de Pilato, y la justicia en Jesús; pero cuando vuelva
Jesús, el juicio será vuelto a la justicia. Mientras tanto, el pueblo de Cristo,
los hijos de Dios, tienen que seguir el ejemplo del Salvador, esto es, no
esperar que el juicio sea según el rigor de la justicia, sino ser apacibles y
humildes en medio de todas las injurias que padecen de parte de los hombres.
Unidos a Cristo, quedan indemnes ante todos los males por el poder de aquel
entrañable amor que los conforta, por las consolaciones que provienen de la
presencia de Su Espíritu, y, además, por las esperanzas de una gloria celestial.
Por otro lado, Jehová consolará a Su pueblo mediante una acción directa de Su
justicia en favor de ellos, restableciéndolo en la gloria terrenal.
Así, los judíos son el pueblo por medio de y en el cual Dios establece Su nombre
de Jehová, y Su carácter de juicio y de justicia. En la Iglesia vemos al pueblo
en el que, como en Su familia, el Padre manifiesta Su carácter de bondad y de
amor. ¿Qué sucederá con los judíos en el tiempo postrero? Esto es lo que ya
hemos considerado en Jeremías 30 a 33, y en Ezequiel 36 a 39, donde vemos una
serie de promesas y revelaciones acerca de esto.
Profecías de la restauración de Israel
Os citaré algunos otros pasajes
acerca de esta misma cuestión, siguiendo el orden de los profetas en la Biblia.
Daniel 12:1 ... Aquí tenemos la presencia de Aquel que actuará en favor del
pueblo de Daniel, esto es, el pueblo judío.
Deseo hacer unas observaciones sobre algunos rasgos de esta profecía. Primero,
Dios, en Su poder, por el ministerio de Miguel, estará de pie en favor de los
hijos del pueblo de Daniel, y será un tiempo de angustia como jamás habrá sido.
Esto es lo que nos explica lo que leemos en Mateo 24 y en Marcos 13:19.
La resurrección (v. 2) se aplica a los judíos. Encontraremos exactamente las
mismas expresiones en Isaías 26, «Tus muertos vivirán...», y en Ezequiel 37:12.
Tenemos una resurrección figurada del pueblo sepultado, como nación, entre los
gentiles.
De los que son levantados se dice que algunos «[serán levantados] para vergüenza
y confusión perpetua.» Esto es lo que les sucederá a los judíos. De los sacados
de entre las naciones, algunos gozarán de la vida eterna, pero otros serán
objeto de vergüenza y confusión eterna (Is 66:24). En una palabra, lo que aquí
tenemos es, por una parte, que Dios estará en pie por Su pueblo durante un
tiempo de angustia; por otra parte, tenemos la liberación de un residuo. Éste es
el resumen del capítulo 12 de Daniel.
En Oseas 2:14, y hasta el final del capítulo, vemos que el Señor recibirá a
Israel, introduciéndolo en su país, tras haberlo humillado, pero también tras
haber hablado a su corazón; que transformará a la nación tal como era en los
tiempos de su juventud; que Jehová hará pacto con ella, la bendecirá en todas
maneras en esta tierra, y la desposará consigo. Y, además, hay una cadena
ininterrumpida de bendiciones, desde Jehová mismo hasta los bienes terrenales
derramados en abundancia sobre Israel, que es simiente de Dios (este es el
significado del término Jezreel); es por esto que añade: «Y la sembraré para mí
en la tierra.» Porque Israel vendrá a ser el instrumento de bendición para la
tierra, como vida entre los muertos. Ahora todo está estorbado por el pecado;
las maldades espirituales están en lugares celestiales, y hay todo tipo de
desgracia, todo ello acompañado indudablemente de muchas bendiciones, fruto de
las misericordias de Dios. Dios hace que todas las cosas obren para bien para
los que le aman; pero en aquel tiempo habrá plenitud de bendiciones terrenales.
Oseas 3:4, 5: «Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin
príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. Después
volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y
temerán a Jehová y a su bondad en el fin de los días.» No tendrán ni verdadero
Dios ni falsos dioses; pero, después de esto, buscarán a Jehová y a David, esto
es, al Bienamado: a Cristo.
Joel 3:16-18, 20, 21. Después de haber hablado de las naciones cuando Su pueblo
regrese de su cautividad (vv. 1-15), en unos versículos que tratan del juicio
ejecutado sobre los gentiles, Dios nos habla en este pasaje de los judíos.
Jerusalén será purificada; Jehová morará en Sión; él será el refugio de Su
pueblo y la fortaleza de los hijos de Israel. Esto es lo que sucederá cuando el
juicio de Dios caiga sobre las naciones.
Amós 9:14, 15: «Y traeré del cautiverio a mi pueblo Israel, y edificarán ellos
las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de
ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos. Pues los plantaré sobre su
tierra». Esto todavía no ha sido cumplido.
Lo que precede a estos versículos se cita en el capítulo 15 de Hechos, no para
demostrar que la profecía fue cumplida en aquel entonces, sino que Dios había
siempre determinado sacar para Sí un pueblo de entre los gentiles. Es decir, que
el lenguaje de los profetas concordaba con lo que Simón Pedro había relatado
acerca de lo que Dios había hecho entonces. No es el cumplimiento de una
profecía, sino el establecimiento de un principio, por boca de los profetas y
por medio de Simón Pedro.
Miqueas 4:1-8. Esto todavía no se ha cumplido tampoco. Vemos aquí una topografía
de Jerusalén, y la restauración de su primer dominio.
Miqueas 5:4, 7 y 8. El nombre de Cristo será engrandecido hasta los fines de la
tierra; Israel es la lluvia de la bendición divina por todo lugar, y vencedor en
todo lo que se le opone.
Con respecto a Miqueas, es digno de señalar, recordando el principio ya
establecido, la manera en que el espíritu de la profecía menciona (7:19, 20) las
promesas hechas incondicionalmente a los padres.
Sofonías 3:12, hasta el final. ¡Qué lenguaje encontramos aquí! Se dice que Dios
«callará de amor». Está emocionado hasta tal punto que «calla». Y ¿quiénes son
el objeto de Su amor? Veamos el versículo 13: «El remanente de Israel no hará
injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se hallará lengua engañosa;
porque ellos serán apacentados, y dormirán, y no habrá quien los atemorice.»
Jehová está en medio de ellos, y nadie podrá atemorizarlos.
Zacarías 1:15, 17-21. Vemos aquí también las cuatro monarquías, que han
dispersado a Israel, disipadas ellas mismas por el poder y los juicios de Dios.
Zacarías 9:9, hasta el final: «Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo,
hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti...».
Se puede decir que esto ya se ha cumplido, pero sólo en parte. Se debe destacar
que cuando el Espíritu Santo cita este pasaje de Zacarías (Jn 12;15), omite
estas palabras: « justo y salvador [salvo él, margen; BAS, dotado de
salvación]». Jesús, efectivamente, no tuvo cuidado de Sí mismo. Cuando le
estaban diciendo, ridiculizándole: «Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz»,
no hizo nada; no se sustrajo al padecimiento; en lugar de vindicarse a Sí mismo,
vino a ser nuestro garante.
Zacarías 10:6 y hasta el final. ¿Cuando ha sido que Israel ha sido como si el
Señor no los hubiera desechado? Aún no se ha cumplido.
Sólo un remanente será preservado
Pasemos ahora a ver que el pueblo
de Israel será restaurado a su tierra, pero que sólo un remanente será
preservado.
Zacarías 12. El versículo 2 menciona un tiempo de guerra, de todas las naciones
contra Israel; pero Dios fortalecerá extraordinariamente a Israel, y las
naciones serán destruidas, y será derramado espíritu de gracia y de oración
sobre el residuo de Israel, que contemplará transido de dolor al Mesías que
traspasaron.
Paso a Isaías 18, donde la profecía presenta algunas dificultades en cuanto a la
traducción; pero su gran objeto es demasiado evidente para poder ser oscurecido
por ninguna traducción. Los ríos de Cus son el Nilo y el Éufrates. Los enemigos
de Israel estaban, dentro del período bíblico de su historia, junto a estos dos
ríos. En esta profecía se hace un llamamiento a un país más allá de estos ríos,
un país alejado que no estaba aún en relación con Israel en el tiempo de la
profecía; así, el profeta tiene a la vista un país que tenía que existir más
tarde.
Versículo 3. Dios llama a todos los moradores de la tierra habitable a que tomen
conocimiento de lo que va a acontecer. Todas las naciones se ocupan de Israel;
son llamadas, de parte de Dios, a que den atención a lo que sucede con respecto
a Jerusalén; todas se encuentran interesadas en la suerte de esta ciudad; el
mundo es invitado a asistir a los juicios que tendrán lugar. Mientras espera,
Dios descansa y deja hacer a las naciones (v. 4). Israel comienza a volver a su
tierra.
Ésta es una descripción de Israel regresando a Judea ayudada por alguna nación
alejada de este pueblo, y que no es ni Babilonia ni Egipto, ni otras naciones
que se ocupaban de Israel en tiempos antiguos. No digo que sea Inglaterra, ni
Francia ni Rusia. Los israelias vuelven a su país, pero Dios no se ocupa de
ello; Israel está abandonada a las naciones; y cuando todo anuncia que va a
florecer y a prosperar de nuevo, sucede que las ramas son podadas, cortadas y
quitadas, todo el verano y todo el invierno, dejados para las aves de los montes
y las bestias de la tierra, designaciones todas ellas de los gentiles. Sin
embargo, en este tiempo será llevado a Jehová un presente de este pueblo, y de
parte de este pueblo, a la morada de Jehová de los ejércitos, en el monte de
Sión.
El regreso de las dos tribus y las diez tribus
Salmo 126:4: «Haz volver nuestra
cautividad, oh Jehová.» Sión y Judá serán los primeros en regresar. Los cautivos
de Sión ya habrán vuelto cuando esta oración sea ofrecida a Dios (v. 1), pero
serán sólo la prenda de lo que Dios hará restaurando a todo Israel.
Debo decir unas palabras acerca de esta dispersión de Israel y de Judá y de su
restauración. Los primeros en ser devueltos a la tierra son los judíos, que
rechazaron a Jesús, que son culpables de la muerte de Jesús. Sabéis que las diez
tribus como tales nunca se hicieron culpables de este crimen. Hay una diferencia
notable dentro de la nación: las diez tribus fueron dispersadas antes de la
aparición de las cuatro monarquías; fueron los asirios los que llevaron a las
diez tribus al cautiverio, antes que Babilonia existiera como imperio. Wolf nos
habla de una circunstancia acerca de un grupo judío, que vive en medio de los
árabes, y que él ha visitado recientemente. Estos judíos se denominan
descendientes de un grupo que no quiso volver a Judea con Esdras, porque sabía
que los que volverían con Esdras darían muerte al Mesías, y se quedaron donde
estaban. Tanto si esta tradición es falsa como si es verdadera, su misma
existencia es digna de mención. Una cosa es segura, que los judíos, habiendo
rechazado a Cristo, serán sujetados al Anticristo, y concertarán un pacto con el
Seol y la muerte (Is 28), pero su pacto destruirá todas sus esperanzas. Unidos
al Anticristo, sufrirán las consecuencias de este pacto, y al final serán
destruidos. Dos terceras partes de los moradores de todo el país serán cortadas;
ello dentro del mismo país de Israel, después de su regreso (Zac 13:8, 9).
Si leéis Ezequiel 20:32-38, veréis que es muy diferente el caso de las otras
diez tribus. En lugar de dos terceras partes destruidas en el país, los rebeldes
no entran en absoluto en la tierra. Dios hace con ellos lo que hizo con Israel
tras su salida de Egipto: Los destruye sin que lleguen a ver la tierra.
Así, hay dos categorías de judíos, por así decirlo, en este regreso del pueblo;
primero tenemos la nación judía propiamente dicha, es decir, Judá y los que
acompañan a Judá en su rechazamiento del verdadero Cristo; se unirán al
Anticristo, y dos terceras partes serán destruidas en el país. En segundo lugar,
los rebeldes de las diez tribus serán también destruidos, pero en el desierto,
antes de entrar en la tierra.
Mateo 23:37-39. Este juicio, que Jesús mismo predijo contra este pueblo, nos
hace comprender la certidumbre de la venida del Señor para restaurar Israel y
reinar en medio de él. «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, ... He
aquí vuestra casa os es dejada desierta... hasta que digáis: Bendito el que
viene en el nombre del Señor!»
Israel verá a Jesús, pero sólo cuando esta palabra del Salmo 118:26 salga de su
boca. Este Salmo presenta una imagen feliz del gozo de Israel, en aquel tiempo,
y es de este mismo Salmo que el Señor pronuncia el juicio que ha de recaer sobre
los gobernantes judíos, por haberle rechazado: «La piedra que desecharon los
edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo.» También de este Salmo procede
aquel gozoso saludo que Dios puso en boca de los pequeños que aclamaban al
Salvador en el templo, precursores de aquellos que, en el tiempo del que estamos
hablando, recibirán corazones de niños, y reconocerán al Señor que sus padres
rechazaron. Este Salmo es el que celebra el gozo y la bendición de Israel, que
se deben a la fidelidad de Jehová, señalando el pecado de esta nación, por el
rechazamiento de la «piedra» que debía constituir el fundamento de Dios en Sión,
pero que, por la infidelidad de esta nación, vino a ser piedra de tropiezo y de
juicio.
Además de estas dos clases de israelitas que volverán bajo la conducción
providencial de Dios, pero por su propia voluntad, el Señor reunirá de entre los
gentiles, después de Su aparición, a los elegidos de la nación judía que todavía
estarán entre ellos, y este regreso irá acompañado de grandes bendiciones (véase
Mt 24:31; cp. Is 27:12, 13; 11:10-12).
Quiero añadir aquí dos principios muy sencillos y claros, que distinguen a todas
las bendiciones anteriores (como, por ejemplo, el regreso de Babilonia) del
cumplimiento de las profecías que acabamos de examinar:
Estos dos principios son:
1.Que las bendiciones se desprenden de la presencia de Cristo, hijo de David; y
2.Que son consecuencia del nuevo pacto.
Ni la primera ni la segunda de estas condiciones se cumplió al regreso de
Babilonia, ni hasta el día de hoy.
El Evangelio no trata de las bendiciones terrenales de los judíos, que es el
tema de estas profecías.
UNDÉCIMA Y ÚLTIMA
CONFERENCIA
(Apocalipsis 12)
Recapitulación y conclusión
He leído este capítulo 12 de
Apocalipsis no para explicároslo de manera detallada, sino porque nos presenta
de manera ordenada el sumario de lo que sucederá al final de esta dispensación,
o por lo menos las fuentes celestiales de estos acontecimientos, y los ayes de
la tierra.16 Mi intención, esta tarde, es la de recapitular, también de manera
ordenada, lo que he dicho de los acontecimientos del fin, hasta allí donde Dios
me dé capacidad para ello.
Dos grandes frutos del estudio de las profecías
Antes que nada, queridos amigos,
quisiera repasar algunas ideas dadas en nuestras primeras conferencias.
Comienzo, pues, al tratar de estas cosas, por recordaros una vez más su gran
fin, que me parece que es doble. Como primer resultado, deben separarnos de este
mundo, lo que es un efecto constante de toda la Palabra, en el bien entendido de
que el Espíritu de Dios actúe, pero la profecía es particularmente eficaz para
esto; quiero deciros que la profecía tiende a separarnos «de este presente mundo
malo». En segundo lugar, es especialmente adecuada para darnos a entender mejor
el carácter de Dios y Sus caminos para con nosotros. Estos son los dos grandes
frutos del estudio de las profecías, frutos que me parecen muy valiosos.
Se hacen muchas objeciones contra este estudio; pero es así que siempre actúa
Satanás contra la verdad. No me refiero a objeciones contra este o aquel punto
de vista, sino a las objeciones contra el estudio mismo de la profecía; y
Satanás siempre actúa así contra la palabra de Dios en su integridad. A uno le
dice que siga la moral, y no los dogmas, porque sabe que los dogmas alejarán a
los hombres de su poder, por la revelación de Jesús y de Su verdad en sus
corazones. A otro le sugiere que descuide la profecía, porque allí se encuentra
el juicio del mundo, del que él es el príncipe. Pero, ¿no es esto acusar a Dios,
que nos la ha dado, y que además ha prometido una bendición especial a la
lectura de esta parte, considerada la más difícil de Su Palabra?
La profecía arroja una intensa luz sobre las dispensaciones de Dios, y, en este
sentido, nos da mucho también para nuestra liberación espiritual. Lo que más
estorba al alma de alcanzar esta libertad es el error que se comete de confundir
la ley con el Evangelio, las dispensaciones pasadas con la dispensación actual.
Si, en nuestra lucha interior, nos encontramos cara a cara con la ley, nos es
imposible hallar la paz. Pero si insistimos en la diferencia existente entre la
posición de los santos antes de la actual dispensación y la de los santos en la
presente dispensación, esto también perturba los espíritus de otros. Pero el
estudio de la profecía arroja una gran luz sobre estos puntos, y, al mismo
tiempo, sobre la norma de conducta de los fieles; porque, aunque manteniendo
siempre claramente la salvación totalmente gratuita por la muerte de Jesús, la
profecía nos lleva a comprender esta diferencia entera de la que hemos hablado
entre la situación de los santos de otros tiempos y la de los santos en la
actualidad, y clarifica, con todos los consejos de Dios, el camino por el que Él
ha conducido a los Suyos, tanto antes como después de la muerte y resurrección
de Jesús.
Además, queridos amigos, como ya hemos dicho, es siempre la esperanza que se nos
presenta la que actúa sobre nuestros corazones y sobre nuestros afectos. Así,
siempre tenemos delante de nosotros los gozos que imprimen su carácter en
nuestra alma; aquello que ocupa la atención del hombre como su esperanza deviene
la norma de su conducta.
¡Cuánta importancia tiene, entonces, que el espíritu esté lleno de esperanzas
según Dios! Se pretende que esto es querer penetrar en vano en cosas escondidas;
pero si fuera cierto que no se debe entrar en la profecía, también se tendría
que decir que no se deben llevar los pensamientos más allá del tiempo actual. La
manera de saber qué es lo que Dios quiere hacer en el futuro es desde luego
estudiar las profecías que nos ha dado. La profecía es el futuro, el espejo
escriturario de las cosas futuras. Si no se estudia lo que Dios ha revelado
acerca del porvenir, se caerá necesariamente en las ideas propias. Decir que «la
tierra será llena del conocimiento de Jehová» es ya una profecía, y no se puede
saber nada de cierto en cuanto a los caminos de Dios con respecto a esto, como
tampoco con respecto a las cosas celestiales, sin estudiar la profecía. Es
indudable que uno puede gozar de comunión con Dios en el momento actual, y esto
es algo que ya es nuestro desde ahora; pero cuando hablamos de los detalles de
la gloria venidera, se trata de un tema profético. Todo lo que va más allá del
presente y no es profecía de Dios, es especulación humana.
Por otra parte, se afirma que la profecía es, muy importante cuando ha sido
cumplida, y esto es indudable, porque demuestra la veracidad de la palabra de
Dios. Pero, ¿puede un hijo de Dios emplear tal lenguaje, y hacer tal uso de la
profecía? Es como sí alguien me tratara como un amigo, colmándome de beneficios,
comunicándome todos sus pensamientos e informándome de todo lo que sabe que ha
de suceder, y yo sólo me fuera a servir de lo que me dijera para asegurarme
posteriormente, cuando las cosas sucedieran así, de que se trata de una persona
veraz. Queridos amigos, es una gran injuria a la bondad, a la amistad de Dios,
actuar así con Él. Y os digo que vosotros y yo, como cristianos, no necesitamos
ver el acontecimiento antes de creer que Dios ha dicho la verdad. Vosotros
creéis ya que la profecía es la palabra de Dios.
Por demás, la mayor parte de las profecías se cumplirán al final, en los tiempos
postreros, y entonces será demasiado tarde para convencerse de su carácter
divino. Nos han sido dadas para dirigirnos ahora dentro de los caminos del
Señor, y para ser nuestra consolación, haciéndonos comprender que es Dios quien
lo ha dispuesto todo, y no el hombre. De esta manera, las pasiones, en lugar de
ser dirigidas a la política, se calman; veo lo que Dios ha dicho, leo en Daniel
que todo está dispuesto anticipadamente, y me tranquilizo. Y separado de esas
cosas mundanas, puedo estudiar por adelantado la profundidad y perfecta
sabiduría de Dios; me ilustro y me adhiero a Él, en lugar de seguir mis propios
caminos. Veo, en los acontecimientos que se tienen lugar, el desarrollo de los
pensamientos del Altísimo, y no un dominio abandonado a las pasiones humanas. Y
es mediante la profecía, especialmente en los acontecimientos que se cumplen al
final, que nos es mostrado el carácter de Dios, todo lo que Dios ha querido
decir acerca de Sí mismo, de Su fidelidad, Su justicia, Su poder, Su
longanimidad, pero también el juicio que ejecutará con certidumbre sobre la
orgullosa iniquidad, y la venganza deslumbradora que arrojará sobre aquellos que
corrompen la tierra, para que sea establecido Su gobierno en paz y bendición
para todos. En una palabra, como aquello que está anunciado por boca de los
profetas, en cuanto a los judíos, demuestra el carácter de Jehová, Su fidelidad
y todos Sus atributos, de la misma manera lo que se enseña acerca de la Iglesia
exhibe el carácter del Padre. La Iglesia está en relación con Dios en Su
carácter de Padre, y los judíos con Dios en Su carácter de Jehová, que es el
nombre característico de la relación de ellos con Dios.
El domingo pasado alguien os citó a algunos entre vosotros aquel famoso pasaje
de Pablo: «Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a
éste crucificado» (1 Co 2:2). Deseo decir algo con respecto a esto. Este pasaje
es constantemente presentado como objeción contra el estudio de lo que está
revelado en la Palabra. Esto proviene de dos causas; lo primero, de aquella
prolífica fuente de error, que es la frecuente cita de un pasaje sin examinar el
contexto; la otra causa es, ¡ay!, una ausencia de rectitud, un deseo de
detenerse en los caminos del Señor, y de saber tan poco como sea posible. No es
cierto, no se dice que nos debamos limitar al conocimiento de Jesucristo sólo
como crucificado. Hace falta conocer a Jesús glorificado, a Jesucristo a la
diestra de Dios; es necesario que lo conozcamos como Sumo Sacerdote, como
Abogado delante del Padre. Tenemos que conocer a Jesucristo tanto como sea
posible, y no decir: Me he propuesto no saber nada entre vosotros más que a
Jesucristo, y a éste crucificado. Decir tal cosa es tomar la palabra de Dios
para abusar de ella.
El apóstol, hablando en medio de los paganos, de los filósofos de Corinto,
quería decir que no había considerado entrar en el campo de la filosofía pagana,
sino que se limitaba a Jesucristo, a Jesucristo el menospreciado de los hombres,
para humillar mediante la cruz aquella vanagloria, basando la fe de ellos en la
palabra de Dios, y no en la sabiduría humana. Pero también dice, en el mismo
capítulo, que, desde el momento en que se encuentra en medio de cristianos,
actúa de manera muy distinta: habla «sabiduría entre los que han alcanzado
madurez» (v. 6). No quería filosofías humanas, pero, estando entre los maduros,
dice: «hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez». Querer limitarse
a Jesús crucificado es, insisto, querer limitarse a tan poco cristianismo como
sea posible. En Hebreos 6 el apóstol dice que no quiere aquello que se le quiere
hacer decir aquí; de hecho, condena lo que se nos propone en base de una falsa
humildad, y dice: «Dejando los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos
adelante a la perfección.»
Después de estas observaciones acerca del estudio general de la profecía, quiero
recordar en pocas palabras cómo se revela Dios por medio de ella.
El combate entre el postrer Adán y Satanás
El capítulo 12 de Apocalipsis nos
presenta el gran objeto de la profecía y de toda la palabra de Dios, esto es, el
combate que tiene lugar entre el postrer Adán y Satanás.
Es desde este centro de la verdad que resplandece toda la luz que despide la
Sagrada Escritura.
Esta grande lucha puede tener lugar o bien por las cosas terrenales, y, en tal
caso, es en el pueblo judío; o por la Iglesia, y en tal caso es en los lugares
celestiales.
Es por esto que la profecía tiene dos partes: las esperanzas de la Iglesia y la
de los judíos, aunque la primera, hablando con propiedad, no se llama profecía
como tal, la cual trata de la tierra y de su gobierno por parte de Dios.
Pero, antes de entrar en esta gran crisis, el combate entre Satanás y el postrer
Adán, es necesario desarrollar la historia del primer Adán, y esto es lo que se
ha hecho. Finalmente, para que la Iglesia sea puesta en la situación de ocuparse
de las cosas de Dios, es necesario ante todo que tenga la feliz certidumbre de
su propia posición delante de Él.
En Su primera venida, Cristo cumplió toda la obra que el Padre le había
encomendado en Su sabiduría en los consejos eternos de Dios; esto es lo que
asegura la paz de la Iglesia. El Señor Jesús vino para introducir en el mundo,
esto es, en el corazón de los fieles, la certidumbre de la salvación, el
conocimiento de la gracia de Dios. Después de haber llevado a cabo esta
salvación, se la comunica dándoles la vida. Su Espíritu Santo, que es el sello
de esta salvación en el corazón, les revela las cosas venideras como hijos que
son de la familia, herederos de los bienes de la casa. Dentro del período que
separa la primera venida del Señor de la segunda, la Iglesia es reunida por la
acción del Espíritu Santo, para tener parte en la gloria de Cristo cuando Él
venga.
Estos son, en pocas palabras, los dos grandes temas que os he expuesto; esto es,
que habiendo Cristo cumplido todo lo necesario para la salvación de la Iglesia,
habiendo salvado a todos los que creen, el Espíritu Santo actúa ahora en el
mundo para comunicar a la Iglesia el conocimiento de esta salvación. No viene
para proponernos la esperanza de que Dios será bondadoso, sino a comunicarnos un
hecho, el hecho de que Jesús ha cumplido ya la salvación de todos los que creen,
y, cuando el Espíritu Santo comunica este conocimiento a un alma, ésta sabe que
es salva. Así, estando en relación con Dios como hijos de Él, somos Sus
herederos, «herederos de Dios, coherederos de Cristo». Todo lo que atañe a la
gloria de Cristo nos pertenece a nosotros, y nos ha sido dado el Espíritu Santo:
en primer lugar, para hacernos comprender que somos hijos de Dios. Es un
Espíritu de adopción; pero, además, es un Espíritu de luz que enseña a los hijos
de Dios cuál es su herencia. Por cuanto son uno con Cristo, les es revelada toda
la verdad de Su gloria, la supremacía que tiene sobre todas las cosas,
habiéndole establecido Dios como heredero de todas las cosas, y a nosotros como
coherederos de Él.
Habiendo cumplido Cristo todo lo que era necesario, la Iglesia es recogida de
entre todas las naciones, hasta la segunda venida de su Salvador, y es unida a
Él. Ella tiene el conocimiento de la salvación que Él ha consumado, y de la
gloria venidera, y el Espíritu Santo es, en los creyentes, el sello de la
salvación consumada, y las arras de la gloria venidera.
Estas verdades arrojan una intensa luz sobre toda la historia del hombre. Pero
recordemos siempre que el gran objeto de la Biblia es el combate entre Cristo,
el postrer Adán, y Satanás.
¿En qué estado halló Cristo al primer Adán? En un estado en las profundidades
del cual tuvo que entrar Él como cabeza responsable de toda la creación. Lo
encontró en estado de caída, totalmente perdido. Y era necesario manifestar todo
esto antes de la venida de Cristo. Dios no introdujo a Su Hijo como Salvador del
mundo hasta que se cumpliera lo necesario para demostrar que el hombre era
incapaz en sí mismo de todo bien. Toda la era del hombre, antes y después del
diluvio, bajo la ley, bajo los profetas, no hace más que dar siempre testimonio,
cada vez de manera más clara, de que el hombre estaba perdido. Fracasó en todo,
bajo cada circunstancia posible, hasta que al final, habiendo enviado Dios a Su
Hijo, los siervos dijeron: «He aquí el heredero, matémosle». Habiéndose llenado
así la medida del pecado, sobrepujó también la gracia de Dios, dándonos la
herencia a nosotros, miserables pecadores, la herencia con Cristo en la gloria
celestial, de la que poseemos las arras, teniendo aquí abajo a Cristo por el
Espíritu.
La sucesión de las dispensaciones
Entro ahora un poco en la sucesión
de las dispensaciones, y también en lo que toca al carácter de Dios a este
respecto, y lo primero que quiero observar es el diluvio, porque hasta esta
época no había habido, por así decirlo, gobierno en el mundo. La profecía que
existía antes del diluvio era que Cristo iba a venir; las enseñanzas de Dios
siempre tendían a este fin. «He aquí, el Señor viene», decía Enoc, «con sus
santas miríadas.»
Pero pasemos ahora a Noé. En él tenemos el gobierno de la tierra, y a Dios
entrando en juicio y confiando al hombre la espada del castigo.
Después tenemos el llamamiento de Abraham. Observemos que no es el principio del
gobierno el que nos presenta aquí la Palabra, sino el de la promesa y el
llamamiento a entrar en relación con Dios, en la persona de aquel que viene a
ser la raíz de todas las promesas de Dios, Abraham, el padre de los creyentes.
Dios lo llama, le hace salir de su patria, dejar su familia, mandándole que vaya
a un país que le mostrará. Dios se le revela como el Dios de la promesa, que
separa a un pueblo para Sí mismo por una esperanza que le da. Es en esta época
que Dios se revela bajo el nombre de Dios Todopoderoso.
Después de esto Dios toma de entre los descendientes de Abraham, por este mismo
principio de la elección, a los hijos de Jacob para que sean Su pueblo aquí en
la tierra, y que sean objeto de todos Sus cuidados terrenales. Del seno de este
pueblo ha de venir Cristo según la carne. Es en el seno de este pueblo de Israel
que Él manifiesta todo Su carácter como Jehová; no es sólo un Dios de promesa,
sino que es un Dios que reune los dos principios de gobierno y de llamamiento,
que habían sido manifestados sucesivamente en Noé y en Abraham. Israel era el
pueblo llamado, separado, pero separado para bendiciones terrenales y para gozar
de la promesa, al mismo tiempo que para ser objeto del ejercicio del gobierno de
Dios según Su ley.
Tenemos así el principio señalado en Noé, el del gobierno de la tierra, y el
principio señalado en Abraham, el de su llamamiento y de su elección; y tenemos
a Jehová que debe cumplir todo lo que Él ha anunciado como Dios de promesa, «que
era, que es y que ha de venir», y gobernar toda la tierra según la justicia de
Su ley, la justicia revelada en Israel.
Hemos visto que Dios hizo depender el cumplimiento de Sus promesas, en aquellos
tiempos, de la fidelidad del hombre, y que preparó todas las ocasiones para
ponerlo a prueba y manifestar, de manera detallada y como en una ilustración,
todos los caracteres bajo los que actuaba para con él. Esto es lo que hizo bajo
los sacerdotes, los profetas, los reyes, etc. Ahora deseo especialmente haceros
observar que la profecía nos desarrolla la sucesión de estas relaciones de Dios
con Israel y con el hombre, no sólo como manifestación de la caída del hombre,
sino principalmente como manifestación de la gloria de Dios.
Cuando Israel transgredió la ley de todas las formas posibles, incluso en el
seno de la familia de David, que fue el último sustento de la nación, en aquel
momento de fracaso comenzó la profecía, en todos sus aspectos, y manifestando
estos dos rasgos: El primero, la manifestación de la gloria de Cristo, para
demostrar que el pueblo había faltado a la ley; el otro, la manifestación de la
gloria venidera de Cristo, para que fuera el sustento de la fe de aquellos que
deseaban observar la ley, pero que veían que todos fracasaban.
Es demasiado tarde para prestar atención a las profecías cuando ya han sido
cumplidas. Aquellos a las que se éstas se dirigían debían someterse a los
profetas mientras profetizaban; la palabra de Dios debía hablar a sus
conciencias. Y así es con nosotros. Al mismo tiempo, había predicciones que
anunciaban que el Mesías sería enviado, para venir y padecer, a fin de cumplir
otras cosas de la mayor importancia.
La profecía tiene su aplicación propia a la tierra; no se profetiza acerca del
cielo; trata de cosas que tienen que acontecer sobre la tierra, y es en esto en
lo que la Iglesia ha errado; se ha pensado que iba a ser ella misma el
cumplimiento de estas bendiciones terrenales, cuando en realidad es llamada a
gozar de bendiciones celestiales. El privilegio de la Iglesia es tener su
porción en los lugares celestiales, y, más tarde, las bendiciones se extenderán
sobre el pueblo terrenal. La Iglesia es algo totalmente distinto, durante el
rechazamiento del pueblo terrenal, que es rechazado a causa de sus pecados, y
dispersado entre las naciones, de entre las cuales Dios ha escogido un pueblo
para darle a gozar la gloria celestial con el mismo Jesús. El Señor, rechazado
por el pueblo judío, ha venido a ser una persona totalmente celestial. Es esta
doctrina la que se halla especialmente en los escritos de Pablo. No se trata ya
del Mesías de los judíos, sino de un Cristo exaltado, glorificado, y la Iglesia
unida con Él en el cielo; y es debido a no haber comprendido bien esta
regocijante verdad, queridos amigos, que la Iglesia se ha debilitado de tal
manera.
La iglesia glorificada
Habiendo seguido así de manera
resumida la historia de estas diversas dispensaciones, nos queda ahora por ver
la Iglesia glorificada, pero sin que el Señor haya hecho dejación de ninguno de
Sus derechos sobre la tierra. Él era el heredero; Él iba a derramar aquella
sangre que sería el precio del rescate de la herencia. Como dijo Booz (cuyo
nombre significa «en Él hay fuerza»), «El mismo día que compres las tierras de
manos de Noemí, debes tomar también a Rut la moabita, mujer del difunto, para
que restaures el nombre del muerto sobre su posesión». Era necesario que Cristo
rescatara a la Iglesia, coheredera por gracia (como Booz, tipo de Cristo,
rescató la herencia al tomar a Rut como mujer), habiendo recaído en ella la
herencia por decreto de Jehová.
Así, tenemos a Cristo y la Iglesia teniendo derecho a la herencia, esto es, a
todas las cosas que Cristo mismo ha creado como Dios. Pero, ¿cuál es el estado
de la Iglesia en la actualidad? ¿Es que ella ha heredado ya estas cosas? Ni una
sola, porque no podemos, hasta que estemos en la gloria, poseer ninguna, excepto
el Espíritu de la promesa que es «las arras de nuestra herencia, hasta la
redención de la posesión adquirida». Hasta este momento, Satanás es el príncipe
de este mundo, el dios de este mundo; incluso acusa a los hijos de Dios en los
lugares celestiales, que sólo ocupa por usurpación (lo cual debe tan sólo a las
pasiones de los hombres, y al poder que ejerce sobre la criatura caída y alejada
de Dios, aunque, en último término, la providencia de Dios haga que todo redunde
para el cumplimiento de Sus consejos).
El gobierno es transferido a los gentiles
Ahora, queridos amigos, habiendo
considerado los derechos de Cristo y de Su Iglesia, consideremos cómo Cristo los
hará valer. Será precisamente esto lo que nos llevará a ver, en su orden, el
cumplimiento de estas cosas al final de todo. Sólo que, al llegar aquí (porque
hasta ahora sólo he hablado de los judíos), debo echar un vistazo a los
gentiles.
Hemos visto que cuando la ruina de la nación judía quedó consumada, Dios
transfirió el derecho del gobierno a los gentiles; pero el gobierno de la tierra
quedó entonces separado del llamamiento y de las promesas de Dios. Hemos visto
estas dos cosas reunidas en el pueblo judío, el llamamiento de Dios y el
gobierno sobre la tierra; pero quedaron distinguidas en el momento en que Israel
fue puesto a un lado. Ya hemos visto estos dos principios: el gobierno en Noé, y
el llamamiento en Abraham. Estos dos principios quedaron reunidos en los judíos;
pero Israel fracasó, y desde entonces dejó de poder manifestar el principio del
gobierno de Dios, porque Dios actuaba con justicia en Israel, y por cuanto el
Israel injusto no podía ya ser el depositario del poder de Dios. Entonces Dios
abandonó Su trono terrenal en Israel. Sin embargo, en cuanto al llamamiento
terrenal, Israel siguió siendo el pueblo llamado: «porque irrevocables son los
dones y el llamamiento de Dios.» En cuanto al gobierno, Dios puede transferirlo
adonde quiera, y lo transfirió a los gentiles. Hay llamados de entre las
naciones, pero es para el cielo. Nunca se transfiere el llamamiento de Dios para
la tierra; este llamamiento queda para los judíos. Si quiero una religión
terrenal, debo ser judío.
En el momento en que la Iglesia pierde su carácter celestial, lo pierde todo.
¿Qué sucede con las naciones después que se les asigna el gobierno? Se
transforman en «bestias»; es con este nombre que se designa a las cuatro
monarquías. Una vez que el gobierno ha sido transferido a los gentiles, pasan a
ser opresoras del pueblo de Dios. Tenemos, en primer lugar, a los babilonios; en
segundo lugar, a los medos y a los persas; luego, a los griegos; y finalmente, a
los romanos. Ahora bien, esta cuarta monarquía consumó su crimen en el mismo
momento en que los judíos consumaron el suyo, al hacerse cómplice, en la persona
de Poncio Pilato, de la voluntad de una nación rebelde, para dar muerte a Aquel
que era el Hijo de Dios y el Rey de Israel. El poder gentil está caído, como lo
está el pueblo llamado, el pueblo judío.
Y entre tanto, ¿qué sucede? Primero, tiene lugar la salvación de la Iglesia. La
iniquidad de Jacob, el crimen de las naciones, el juicio del mundo, el de los
judíos, todo ello pasa a ser la salvación de la Iglesia, que es consumada en la
muerte de Jesús. En segundo lugar, todo lo que ha sucedido desde estos hechos
tiene por objeto tan sólo la reunión de los hijos de Dios. Dios muestra en todo
ello suma paciencia. Los judíos, el pueblo llamado, se ha convertido en rebelde,
y ha sido echado de la presencia de Dios; las naciones se han vuelto igualmente
rebeldes, pero el gobierno sigue en ellas; en estado caído, ciertamente, pero
siempre está ahí la paciencia de Dios, esperando hasta el fin. Y luego, ¿qué
sucederá?
Que la Iglesia se reunirá con el Señor en los lugares celestiales.
Los acontecimientos después que la Iglesia sea arrebatada
Supongamos ahora que ha llegado el
momento decretado por Dios, y que toda la Iglesia es reunida; ¿qué sucederá con
ella? Que irá de inmediato al encuentro del Señor, y tendrán lugar las bodas del
Cordero, siendo la salvación consumada en la misma sede de la gloria, en los
lugares celestiales. ¿Dónde estarán entonces las naciones? Seguirá estando allí
el gobierno de la cuarta monarquía; los judíos se reunirán en su estado de
rebelión, e incluso, en su mayoría, se someterán al Anticristo, para hacer la
guerra al Cordero. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué el Evangelio no ha impedido
tal estado de cosas? Porque Satanás, hasta este momento, no ha sido nunca
expulsado del cielo, y que por consiguiente, todo lo que Dios ha hecho aquí
abajo para el hombre ha sido arruinado, bien el gobierno de los gentiles, bien
la relación presente de los judíos con Dios; todo ha sido deteriorado por la
presencia de Satanás, siempre allí, ejerciendo su funesta influencia.
Pero ahora Dios va a intervenir. ¿Y qué hará? Desposeerá a Satanás, echándolo
del poder. Esto es lo que hará Jesús cuando se reuna la Iglesia con Él, y cuando
comenzará a actuar para poner todas las cosas en orden.
Queridos amigos, cuando la Iglesia sea recibida por Cristo, habrá una batalla en
el cielo, para la purificación de la sede celestial del gobierno de estas
fecundas fuentes de mal, de estos agentes activos de los males de la humanidad y
de toda la creación. El resultado de tal combate es fácil de preveer; Satanás
será echado del cielo, sin ser aún atado; pero será lanzado sobre la tierra,
adonde llegará con gran ira, porque sabe que le queda poco tiempo. Desde este
momento, el poder quedará establecido en el cielo según los propósitos de Dios.
Pero en la tierra será distinto, porque, cuando Satanás sea echado del cielo,
incitará a toda la tierra, y sublevará de manera particular a la tierra apóstata
rebelada contra el poder de Cristo que viene del cielo. Se dice: «Por lo cual
alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y
del mar!...»
Así, los cielos creados serán ocupados por Cristo y Su Iglesia, y Satanás vendrá
con gran ira sobre la tierra, teniendo poco tiempo. Bajo la influencia del
Anticristo, la cuarta monarquía pasará a ser la esfera especial en la que se
manifestará entonces la actividad de Satanás, que unirá a los judíos con este
príncipe apóstata contra el cielo. No entro aquí en las pruebas escriturarias:
ya hemos hablado de ellas; me limito a recapitular los hechos en el orden de su
cumplimiento. Es innecesario añadir que el resultado de todo esto será el juicio
y la destrucción de la cuarta bestia y del Anticristo. Jesucristo destruirá, en
este mismo juicio, el poder de Satanás en el gobierno que hemos visto confiado a
los gentiles. El Inicuo que ejerce este poder, unido a los judíos, y habiéndose
instalado en Jerusalén como el centro de gobierno de la tierra, será destruido
por la venida del Señor de señores y Rey de reyes, y Cristo ocupará de nuevo
esta capital de gobierno, que se convertirá en la sede del trono de Dios sobre
la tierra.
Pero, aunque el Señor haya descendido a la tierra, y aunque haya sido destruido
el poder de Satanás, y haya sido establecido el gobierno en manos del Justo, no
por ello habrá quedado toda la tierra sometida bajo Su cetro. El remanente de
los judíos está liberado, y la bestia y el Anticristo destruidos, pero el mundo,
no reconociendo aún los derechos de Cristo, deseará poseer Su heredad; y el
Señor tendrá que despejar el terreno para que los moradores de la tierra gocen
las bendiciones de Su reinado sin perturbaciones ni estorbos, y para que en este
mundo, tanto tiempo sometido al Enemigo, sean establecidos el gozo y la gloria.
Lo primero que hará el Señor será purificar Su tierra (el país que pertenece a
los judíos) de los tirios, filisteos, sidonios, de Edom, Moab, Amón, en resumen,
de todo lo que se encuentra entre el Éufrates y el Nilo. Esto será hecho por el
poder de Cristo en favor de Su pueblo restaurado por Su bondad. Tenemos entonces
al pueblo morando en seguridad; luego, todo el resto de Israel será recogido de
entre las naciones. Cuando el pueblo esté así recogido en paz plena, vendrá otro
enemigo: Gog; pero sólo vendrá para su perdición.
Creo que habrá, dentro de este tiempo, probablemente al comienzo de este
período, aparte de los juicios públicos, una manifestación más serena, más
íntima, del Señor Jesús a los judíos. Esto es lo que tendrá lugar cuando
descenderá sobre el monte de los Olivos, donde Sus pies se afirmarán sobre el
monte, siguiendo la expresión de Zacarías 14:3, 4. Es siempre el mismo Jesús;
pero se revelará apaciblemente, y se les mostrará no en Su carácter de Cristo
del cielo, sino como el Mesías de los judíos.
Una vez haya tenido lugar la restauración de los judíos y la manifestación del
Señor, vendrá también bendición para los gentiles. mLa Iglesia habrá recibido
bendición, habrá dejado de existir la apostasía de la cuarta monarquía, el
Inicuo habrá sido destruido, lo mismo que los israelitas infieles; en resumen,
el país de los judíos gozará de paz.
Pero después habrá el mundo venidero, preparado e introducido por medio de estos
juicios y por la presencia del Señor, en lugar de la presencia del mal y del
Maligno. Los que habrán visto la manifestación de esta gloria en Jerusalén
saldrán a anunciar su venida a las naciones. Éstas se someterán a Cristo;
reconocerán a los judíos como el pueblo bendito de Cristo, los llevarán a su
país, y vendrán a ser ellas mismas el escenario de una gloria que, con centro en
Jerusalén, se extenderá en bendición por todo lugar donde la raza humana podrá
gozar de sus efectos. Al haberse extendido por todo lugar el testimonio de esta
gloria, los corazones, llenos de buena voluntad, se someterán a los consejos y a
la gloria de Dios, respondiendo a este testimonio. Cumplidas todas las promesas
de Dios, y habiendo quedado establecido el trono de Jehová en Jerusalén, este
trono vendrá a ser la fuente de bienaventuranza para toda la tierra; la
restauración de los judíos será para el mundo como vida de entre los muertos.
Queda una cosa por añadir, y es que en esta época Satanás quedará atado, y que,
consiguientemente, la bendición será sin interrupción, hasta que sea «desatado
por un poco de tiempo». En lugar de la presencia del Adversario en las alturas,
en lugar de su gobierno, que está ahora en el aire, en lugar de la confusión y
de la desgracia que produce ahora hasta donde se le permite, estarán ahí Cristo
y los Suyos, como fuente y medio de bendiciones siempre renovadas. El gobierno
en los lugares celestiales vendrá a ser la garantía, y no el estorbo o el
instrumento a regañadientes, de los beneficios de Dios. La Iglesia glorificada,
testimonio para todos, por su mismo estado, de la magnitud del amor del Padre, y
de aquella fidelidad que cumple todas Sus promesas y que más que colmará las
esperanzas de nuestros débiles corazones, llenará con su gozo los lugares
celestiales, y en su servició constituirá la dicha del mundo, para el que será
instrumento de las gracias de las que gozará su corazón. Así será la Jerusalén
celestial, testimonio en gloria de la gracia que la habrá puesto tan en alto. De
en medio de ella brotará el río de vida en el que se encuentra el árbol de la
vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones; porque, en la misma
gloria, la Iglesia mantendrá este dulce carácter de gracia. Al mismo tiempo, y
sobre la tierra, la Jerusalén terrenal será el centro del gobierno y del reino
de la justicia de Jehová. Al ser testimonio, por su posición y gloria aquí en la
tierra, de la fidelidad de Jehová su Dios, como lo ha sido, en sus desdichas, de
Su justicia, pasará a ser, como sede de Su trono, el centro del ejercicio de
esta justicia. «La nación o el reino que no te sirviere, perecerá» (Is 60:12).
En efecto, dentro de este estado de gloria terrenal, aunque situada en él por el
nuevo pacto, esta ciudad conservará aún su carácter normal, para que pueda ser
testigo del carácter de Jehová, como la Iglesia lo es del carácter del Padre.
Dios manifestará el pleno significado de Su nombre de «Dios Altísimo, poseedor
de los cielos y de la tierra»; y Cristo cumplirá, en su plenitud, las funciones
de Sacerdote según el orden de Melquisedec, quien, después de la victoria
lograda sobre los enemigos del pueblo de Dios, bendecirá a Dios en nombre del
pueblo, y al pueblo de parte de Dios (véase Gn 14:18 y ss.).
Conclusión
Queridos amigos, comprenderéis que
hay una multitud de detalles que no he tocado; por ejemplo, las circunstancias
de los judíos que serán perseguidos en Judea. Hay pasajes que nos enseñan acerca
de ello. Pero este bosquejo general os llevará a considerar por vosotros mismos
la Palabra de Dios acerca de todo este tema. Por lo que a mí respecta, le doy la
mayor importancia a los grandes rasgos de la profecía, y la razón es ésta: Como
ya he dicho, existe, por una parte, la distinción de las dispensaciones, que se
hacen sumamente claras bajo la consideración de estas verdades; por otra parte,
se desvela plenamente mediante ellas el carácter de Dios. Con todo, nada hay que
impida estudiar la profecía hasta en sus más mínimos detalles. Si intentamos
examinar las obras humanas de esta manera, encontraremos una multitud de
imperfecciones; pero es al contrario con las obras de Dios; cuanto más se entra
en sus más pequeños detalles, tanta más perfección se ve.
Quiera Dios perfeccionar en nosotros, y en todos Sus hijos, esta separación del
mundo que debe ser, delante de Dios, el fruto de la esperanza expectante de la
Iglesia, al tener a la vista estas bendiciones celestiales, y también los
terribles juicios que caerán sobre todo aquello que ata al hombre a este mundo.
Porque el juicio caerá sobre todos estos objetos terrenales. ¡Que Dios
perfeccione también los deseos de mi corazón, y el testimonio del Espíritu
Santo!
NOTAS
1 Es por esto que me parece que se
dice, en Marcos 13, que el Hijo mismo no sabe el día ni la hora, por cuanto Él
mismo era el objeto del decreto de Jehová. Él recibirá todas las cosas de manos
de Dios en calidad de Hombre y Siervo, así como ahora Dios lo ha exaltado hasta
lo sumo. Hablando como profeta, Cristo anunció Su venida como el terrible juicio
que sobrevendrá sobre la nación incrédula; pero el consejo de Dios en cuanto a
este juicio, o al menos en cuanto al tiempo en que llegará, queda contenido en
estas palabras: «Siéntate a mi diestra, hasta que ...» Cristo, como Siervo en Su
humillación, se sujetó (como siempre, y ésta era Su perfección) a la voluntad de
Su Padre, y a recibir el reino cuando fuera la voluntad del Padre. Se tiene que
observar que el Salmo 110 y Marcos 13 se corresponden perfectamente con el mismo
tema. Los enemigos son los judíos que le han rechazado (Lc 19:27).
2 Es necesario observar que aquí se trata de cosas, no en absoluto de pecadores
que permanecen en su incredulidad.
3 Aprovecho esta ocasión para observar que aunque durante la toma de Jerusalén
por parte de Tito hubiera circunstancias en parte semejantes, en ciertos
aspectos, a las que se tendrán que dar más tarde cuando se cumplan estas
profecías de Marcos 13 y de Mateo 24, de modo que los discípulos pudieran usar
las advertencias que aparecen en ellas (lo que admito, aunque no haya
certidumbre a este respecto), nos encontramos con dificultades insuperables si
queremos aplicar «la abominación de la desolación» al ejército de Tito o a las
enseñas romanas. Hay un período que data a partir de este acontecimiento, del
que no vemos cumplimiento alguno si contamos a partir de la toma de Jerusalén.
De manera que se ha visto necesario transferir esta parte de la profecía al
papado, que nada tiene que ver con la invasión de Tito. El pasaje en Lucas está
más relacionado con los acontecimientos que tuvieron lugar durante la toma de
Jerusalén por parte de Tito; pero insisto en que el intento de aplicar estos
pasajes que nos ocupan a este acontecimiento es una pérdida de tiempo.
4 Para el sentido de la expresión «el espíritu de su boca», véase Isaías 11:2.
5 No es exclusivamente por Su resurrección, aunque ésta fue la primera y más
importante prueba. El lector hará bien en estar atento a la expresión «de entre
los muertos», empleada en otros pasajes, y que se distingue de la que aparece
aquí (Gr. «de los muertos»). Ésta expresión indica la introducción de un poder
divino en el imperio de la muerte, poder que hace salir a algunos de una manera
que los distingue completamente de los demás. Esto es lo que asombró a los
discípulos (Mr 9:10). La resurrección era la fe de cada judío ortodoxo, pero lo
que no entendían era la resurrección de entre los muertos.
6 En la expresión que aparece en 2 Timoteo 1:10, «sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio», «inmortalidad» significa la incorruptibilidad
del cuerpo, y no la inmortalidad del alma.
7 Para el empleo de este término, véase Juan 5:35; 16:4, 25, 26; Lucas 22:53; 1
Juan 2:18; 2 Corintios 7:8; Filemón 15.
8 Leemos, en 2 Samuel 23:1-7, una profecía sumamente notable acerca del juicio
de los malvados, «los cuales no podrán ser tomados con la mano» (v. 6, V.M.), y
de la hermosura y de las bendiciones de la venida de Aquel que reinará en
justicia, y cuyas bendiciones se corresponderán con Su fidelidad en mantener Su
pacto durante nuestro estado de desdicha.
9 Es decir, que su capacidad de acusar queda anulada en virtud de la sangre y de
la obra de Jesucristo.
10 Se debe observar que el dragón tiene sus coronas sobre sus cabezas; la bestia
del capítulo 13 las tiene sobre los cuernos. No hay mención de coronas sobre la
bestia en la última forma que adopta.
11 El falso profeta no es Mahoma. Es la segunda bestia, ejerciendo todo el poder
de la primera bestia delante de ella; pero Mahoma nunca ha hecho tal cosa.
12 Véase la traducción de la Reina-Valera revisión 1977, y la Biblia de las
Américas, que traducen correctamente enestëken como «ha llegado», o «está
presente», en lugar de la desafortunada traducción de Reina «esté cerca». El
texto no niega que esté cerca el Día del Señor, sino que ya esté presente. Ver
también F. Lacueva, Nuevo Testamento interlineal Griego-Español, loc. cit. [N.
del T.]
13 El Gog de Ezequiel 38 debe ser distinguido del Gog y Magog de Apocalipsis
20:8.14.
14 Alusión a Mohamed-Alí (N. del Ed.)
15 Y la realeza, suscitada por el mismo Dios, fracasó así, y fue pronunciado el
juicio sobre ella, aunque se reservó para David lámpara en Jerusalén hasta los
días de Sedequías.
16 La liberación de la tierra se encuentra en otros pasajes de la Escritura.
Fuente:
LA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Traducción: S. Escuain
Editorial: Verdades Bíblicas
P.O. Box 649
Addison - Illinois
EE. UU